Vísperas – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos de tus viñadores.

Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.

Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
cuida los sarmientos

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Col 1, 9b-11

Conseguid un conocimiento perfecto de la voluntad de Dios, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría.

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que, recordando siempre su santa alianza, no cesa de bendecirnos, y digámosle con ánimo confiado:

Trata con bondad a tu pueblo, Señor

Salva a tu pueblo, Señor,
— y bendice tu heredad.

Congrega en la unidad a todos los cristianos,
— para que el mundo crea en Cristo, tu enviado.

Derrama tu gracia sobre nuestros familiares y amigos:
— que difundan en todas partes la fragancia de Cristo.

Muestra tu amor a los agonizantes:
— que puedan contemplar tu salvación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten piedad de los que han muerto
— y acógelos en el descanso de Cristo.

Terminemos nuestra oración con las palabras que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Nuestro humilde servicio, Señor, proclame tu grandeza, y, ya que por nuestra salvación te dignaste mirar la humillación de la Virgen María, te rogamos nos enaltezcas llevándonos a la plenitud de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

“TE SEGUIRÉ DONDEQUIERA QUE VAYAS”

1.- Oración introductoria.

Señor, quiero comenzar mi oración pidiéndote lo que te pedía aquel escriba del evangelio: “Te seguiré dondequiera que vayas”. En realidad, aquel escriba no pudo hacerte una oración tan bella si antes Tú no lo hubieras seducido desde dentro. Sólo el enamorado es capaz de dejar todo por seguir a su enamorada. Sólo el enamorado es capaz de sacrificarse para demostrarle a su amor todo lo que le quiere. Haz que yo te siga, Señor, “con un corazón enamorado”.

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 8, 18-22

Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

 
3.- Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión

Jesús nos ama con un corazón apasionado. Jesús nos ama con un corazón loco. Tan loco que ha entregado su vida por nosotros. El que quiera seguir a un enamorado, debe estar enamorado; el que quiera seguir a un loco de amor, debe estar dispuesto a enloquecer por ser fiel a ese amor. No hay nada que tanto haga sufrir a la persona amada que el no ser correspondida. No se puede seguir a Jesús dándole las migajas del corazón. Las exigencias de Jesús son consecuencias del amor que nos tiene. Nosotros tampoco podríamos ser felices dándole al Señor un corazón partido. La frase “deja a los muertos enterrar a los muertos” no hay que entenderla al pie de la letra porque a los muertos sólo los pueden enterrar aquellos que están vivos. Sabemos que, en Israel, el enterrar a los muertos era “la cima de todas las buenas obras” (Martín Hengel). ¿Cómo entenderlo? El que sigue a Jesús entra en una corriente de alegría, de libertad, de paz, es decir, una corriente de vida. En cambio, el que no está con Jesús vive una vida anodina, triste, sin esperanza. Y a eso se le llama “muerte”. Son como cadáveres ambulantes. O, para tomar una imagen evangélica, son como “árboles que andan” (Mc. 8,24). Ni siquiera sienten como los animales. Llevan una vida meramente vegetativa. Son vegetales. ¿Puede haber mayor desgracia?

Palabra del Papa

“Cuando tratamos de mostrarnos, en la Iglesia, en la comunidad, para tener una posición o algo más, ese es el camino del mundo, es un camino mundano, no es el camino de Jesús. Y esta tentación de escalar también puede ocurrir a los pastores: ‘Esto es una injusticia, esto es una humillación, no puedo tolerarlo’. Pero si un pastor no sigue este camino, no es un discípulo de Jesús: es un escalador en sotana. No hay humildad sin humillación”. (Papa Francisco 4-agosto.2020)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto bíblico. (Silencio)

5.- Propósito. Hoy intentaré sintonizar con el amor que Jesús me tiene para intentar corresponder a su amor.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Tú, mientras vivías en este mundo, no tenías donde reclinar tu cabeza. Tu cabeza divina no encontraba sitio donde poder descansar. Nada ni nadie en este mundo podía servir de almohada donde reposar una cabeza llena de tantos proyectos, tantas ideas geniales, tantos sueños. Pero sí encontraste un lugar adecuado, aunque invisible, donde poder descansar a gusto tu cabeza cansada: el corazón de Dios, tu Padre. En Él descansaste a la hora de tu muerte.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

¡Poneos en camino!

La paz, un hilo conductor

«Así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella (Jerusalén) como un río la paz”», así describe el profeta Isaías la forma en que se compromete Dios con su pueblo y abre la esperanza de algo nuevo en medio de la dificultad. «La paz y la misericordia de Dios vengan…» sobre quienes son criaturas nuevas y se glorían en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, desea Pablo. «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”», recomienda Jesús a los que envía por delante de él.

La Iglesia ha venido creciendo en sensibilidad hacia la necesidad de evangelizar nuestro mundo y hacerlo caminando juntos todos los bautizados (sinodalidad). La paz es un regalo de Dios que podemos saborear si nos hacemos criaturas nuevas. Anunciar, con palabras y con acciones eficaces, que el Reino de Dios está cerca tiene mucho que ver con anunciar paz, desearla y construirla.

¿Quiénes tienen que anunciar?

Jesús va ya resueltamente hacia Jerusalén. En el camino aprovecha para formar a sus discípulos con enseñanzas prácticas y explicaciones sobre la disposición que debe tener un seguidor suyo. Es entonces cuando envía por delante de él a setenta y dos de sus seguidores. Les hace ver que el seguimiento les traerá riesgos y conflictos. Cuando se trata de evangelizar cobra mayor sentido la radicalidad que les exige. Solo quien se desprende de viejos intereses, de valores y de segurida­des humanas, podrá anunciar que el Reino de Dios ya está aquí.

Pide que roguemos a Dios para que en­víe operarios a su mies. Somos todos los bautizados, todo el pueblo de Dios en camino, los que hoy día Jesús designa para llevar adelante su misión. Forman ese pueblo jerarquía, clero, consagrados… y también maestros, padres de familia, catequistas, visitadores de enfermos, coordinadores de grupos bíblicos, animadores de pequeñas comunidades cristianas, miembros de un grupo de liturgia…

No escasean solo clero y religio­sos, también hay escasez de cristianos que en­tiendan su presencia en la familia, en la sociedad y en la Iglesia como una misión evangelizadora. Es mucho el tra­ba­jo para hacer de este mundo un lugar donde reine Dios, y los dispuestos a emprenderlo son muy pocos. Para hacerlo, es necesario comprender y aceptar previamente que todo cristiano está llamado a ser evan­gelizador en el lugar y en el ambiente donde desarrolla su vida. Implicar a todos es una de las claves del Sínodo que actualmente vive la Iglesia.

¿Cómo anunciar?

El contenido del mensaje es la paz y el anuncio de que está cerca el Reino de Dios. La paz es la primera señal del Reino. No sería auténtica si no la acompañan valores sociales como la justicia, la solidaridad, la fraternidad. Pero nunca la lograremos en los ámbitos sociales y políticos si no la construimos antes en nuestras relaciones con las demás personas, con Dios, con uno mismo, con el entorno natural que nos rodea. ¿Son pacíficas las relaciones que establecemos en el seno de la familia, del vecindario, del lugar de trabajo, de la comunidad cristiana? ¿Nos sentimos en paz con Dios? ¿Vivimos una realización personal libre de tensiones y en paz interior?

Un aspecto importante de la misión es la sencillez de medios. Lo fundamental es transmitir nuestra experiencia de Jesús de Nazaret. Requiere conversión de vida y disposición radical para escuchar su palabra y anunciarla con valentía. Deben brillar más la fuerza de la oración y de la cruz, de la palabra y del testimonio, que la riqueza de medios. Es decir, deben brillar los valores esenciales del Evangelio.

Evangélica es la oración («rogad, pues, al dueño de la mies…»). Evangélica es la desinstalación, que produce dis­ponibilidad y dinamismo («Poneos en camino… y no saludéis a nadie por el camino…», «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sanda­lias…»). Evangélico es el valor y el riesgo de quien busca construir el Reino y no su prestigio o su bienestar personal («Mirad que os envío como corderos en medio de lobos…», «Pero si entráis en una ciudad y no os reciben…»). Evangélica es la amistad, la aceptación amable de lo poco que puedan ofrecer los evangelizados («Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan…», «No andéis cambiando de casa en casa»). Y evangélico es también un respeto a la libertad de todos, escuchen o no el mensaje que se les lleva (sacudirse el polvo de los pies).

Aún hay algo más. Al evangelizar, lo fundamental es la fidelidad de los evangelizadores, no el éxito que obtengan («Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»). Tengamos éxito en la misión o fracaso, la última palabra es de Dios.

¿Tenemos conciencia de que nuestro mundo necesita ser evangelizado? ¿Nos sentimos operarios de esa evangelización en los lugares y en los ambientes donde vivimos? ¿Asumimos las instrucciones que Jesús da a los que envía?

Fray José Antonio Fernández de Quevedo

Comentario – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

Mc 8, 18-22

Al ver Jesús que una multitud lo rodeaba ordenó que salieran para la orilla de enfrente…

¿Necesidad de silencio, de soledad? ¿Retirarse de su marco habitual?

Trato de adivinar los sentimientos profundos de Jesús al tomar esa decisión. ¿Qué me sugiere el Espíritu de Jesús, a través de esas palabras? El equilibrio humano corporal y espiritual… exige a veces ciertas decisiones ¿Cómo empleo mi tiempo libre, de descanso, de vacaciones?

Se acercó un escriba a Jesús y le dijo: «Maestro, te seguiré vayas adonde vayas.»

Es hermoso. He aquí a un hombre que quiere «seguir» a Jesús… En esto consiste la vida cristiana, que no es ante todo:

– unos principios… Esto sería reducir la vida cristiana a una «moral»

– ni unos dogmas… Esto la reduciría a unos esquemas mentales… Ser cristiano es seguir a Jesús… compartir su vida… imitarle… La catequesis actual insiste mucho sobre

este aspecto: la Fe no es ante todo un «saber», el catecismo no es ante todo una escuela donde «aprendes» unas verdades; es un aprendizaje de la «vida con» Jesús.

¿Qué lugar ocupa Jesucristo en mi vida?

¿Es realmente, para mí, el compañero de toda mi vida? ¿Qué tiempo paso «con» El?

Jesús respondió al escriba: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza…»

El instinto de seguridad, la necesidad de estabilidad, están inscritos profundamente en la naturaleza humana: el hombre busca el calor de un refugio, un hogar, una casa de la que de alguna manera pueda disponer, unos objetos que le pertenezcan. Los animales tienen ese mismo instinto de propiedad: protegen la vida de sus pequeños por terrenos celosamente defendidos y con nidos bien mullidos. Jesús, desde que salió de su casa familiar de Nazaret, dejando sola a su madre… no tiene ya su hogar propio, vive como nómada, como viajero, nunca en casa: «no tengo dónde reclinar mi cabeza». Renunció al calor de un hogar, renunció a toda propiedad. Quiero, en primer lugar, contemplar a Jesús en ese plan de vida. ¿Qué llamada representa esto para mí?

¡Cuan apegado estoy a mis comodidades, Señor!

El escriba, ingenuamente, se imaginaba, quizá, que sería fácil «seguir» a Jesús. Jesús, lejos de dorarle la situación para atraerlo, como es tan corriente en las técnicas publicitarias, le muestra sólo las exigencias.

Seguirte, Señor, es hacer forzosamente cierta elección, es renunciar a una serie de cosas, por ejemplo, a instalarme con excesivo confort. La cruz se perfila sobre toda vocación: Seguir a Jesús es ponerse a vivir acompañado de un futuro condenado a la muerte, es vivir en la inseguridad…

¡sin un lugar dónde reclinar la cabeza!

Pero, Señor, Tú has caminado el primero por ese camino. Nos pides lo que Tú mismo has vivido. Siempre, durante todo el curso de la historia, ha habido almas que, abrasadas por el fuego de esta palabra han hecho el voto de pobreza. Pero, esta palabra se dirige a todos, con los matices que tal o cual responsabilidad familiar pueda aportar.

Otro, ya discípulo, le dijo: «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.» Jesús le replicó: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.»

He aquí que, después del desprendimiento de los «bienes» Jesús invita, precisamente, al desprendimiento de la «familia» y no es el único pasaje del evangelio que va en este sentido.

Noel Quesson
Evangelios 1

Homilía (Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

TODOS ENVIADOS, TODOS MISIONEROS

LA FE ES UN COMPROMISO MISIONERO

Por si alguien tiene dudas y cree que el envío de los Doce no se refiere a todos los cristianos, Lucas ofrece el envío de los setenta y dos discípulos a anunciar la Buena Noticia, para que quede patente que ser misionero no es sólo cometido de sacerdotes, religiosos y algunos seglares escogidos. Pablo VI escribe: «La orden dada a los Doce: ‘Id y proclamad la Buena Noticia’ vale también, aunque de manera diversa para todos los cristianos. Por esto Pedro los define ‘pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable’ (1 Pe 2,9)» (EN 13). La fe, en sí misma, entraña un compromiso misionero.

Los sacerdotes y los religiosos no nos diferenciamos de los seglares porque unos tengan la misión de anunciar el Evangelio y otros no, sino por el modo de hacerlo. Los sacerdotes están llamados a realizarlo públicamente, en las reuniones del pueblo de Dios. Y los seglares siendo «la Iglesia en el mundo», a través sobre todo del contacto personal en sus ambientes. La Iglesia de los orígenes creció gracias a la acción de los seglares que, al expandirse por los diversos lugares, fueron brasas que prendieron nuevas hogueras, nuevas comunidades cristianas. El seglar ha de implicarse en la acción misionera no por situaciones de emergencia, de falta de vocaciones sacerdotales, sino por urgencia de su propia vocación de cristiano. El sujeto de la evangelización es la comunidad cristiana, toda ella, cada uno de sus miembros según su propio carisma.

Es preciso concienciarse de que anunciar a Cristo no es un deber enojoso y oprimente, como no lo es presentar a un amigo a los demás. Es, más bien, un honor inmerecido. Pablo sentía esta misión como un increíble privilegio: «A mí, el más insignificante de todos los consagrados me concedieron este don: anunciar a los paganos la inimaginable riqueza de Cristo» (Ef 3,8). Prestar nuestros labios, nuestro ser para que nazca Cristo en el otro, en el familiar, en el amigo, en el compañero, para que surja un grupo o una pequeña comunidad cristiana, es un privilegio que no nos merecemos.

Por lo demás, callar la Buena Noticia sería una traición a los demás, sobre todo a los que más queremos. Si realmente tenemos la experiencia de que la amistad con el Señor nos hace felices, llena nuestra vida, nos libera, ¿cómo vamos a dejar de contárselo a otros si queremos para ellos lo mejor, la felicidad, su realización como personas? En este sentido es esclarecedor el testimonio de Leonardo Mondadori. «A pesar de ser un hombre cargado de éxito y de tenerlo todo, yo me sentía profundamente vacío por dentro. Gracias a la orientación de un amigo, encontré a Cristo, y soy el hombre más feliz del mundo. Pasé del vacío a la alegría». ¿No hubiera sido una traición grave por parte del amigo el no haberle presentado a Cristo?

Un amigo mío reprocha duramente a sus amigos cristianos: «¿Por qué no me presentasteis antes a este gran Amigo, que es Cristo? ¿Por qué lo callasteis? ¿Por qué he tenido que malvivir, vivir amargado y perder tantos años de mi vida, sufrir el vacío, porque no me hablasteis de él, cuando él es ahora el sentido de mi vida y la fuente de mi felicidad? Por eso, santa Mónica no descansó hasta ver a su hijo Agustín retornar al banquete del Reino. Lamentablemente, la gran mayoría de los padres «cristianos», que han asumido en el bautismo de sus hijos la honrosa misión de ser sus educadores en la fe, «sus primeros y principales educadores» han transferido su misión al colegio religioso, a organizaciones y catequesis parroquiales. Naturalmente, presentar a Jesús a los hijos o nietos no es simplemente decir: «Vete a misa», «tienes que rezar», «tienes que confesarte y comulgar», como quien le dice que tiene que ir al colegio y tratar de aprobar. Presentar a Jesús es narrar la propia experiencia de liberación, de paz, de alegría que produce en nosotros la relación con Cristo.

Afirma Pablo VI: «El que ha sido evangelizado, evangeliza. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización; es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que, a su vez, da testimonio y anuncia» (EN 24). Lo que puede parecer hoguera por sus apariencias, no lo es si no calienta y da luz. Lo que puede parecer fe no lo es si no irradia luz y calor misioneros. Dicho de forma rotunda, el que no anuncia su fe, no la tiene. Así de simple.

Pero también es cierto que nos confirmamos en la fe el día que la confesamos y la anunciamos con entusiasmo. Juan Pablo II asegura: «Si quieres crecer en la fe, anúnciala; si quieres fortalecerte en el amor y seguimiento de Jesús, proclámalos». Esto es lo que testifican los catequistas. El mejor camino para aprender es enseñar. Habrá padres verdaderamente formados el día en que se preocupen de formar bien a sus hijos. Con cristianos vergonzantes no iremos a ninguna parte.

PEDAGOGÍA MISIONERA

Con respecto al anuncio del Evangelio hay que decir rotundamente: «La letra con cariño entra». La aceptación del mensaje exige como condición previa e imprescindible la aceptación del mensajero. La amistad, la bondad, la simpatía, la comprensión del mensajero, la apertura, los valores humanos del mensajero, del catequista, de los padres, predisponen a la aceptación del mensaje cristiano. El que recibe el mensaje ha de tomar su anuncio como una prueba más de afecto, de amistad del mensajero, sin pretensión proselitista o éxito apostólico.

Criticaba un agnóstico a sus amigos: «Apenas me habláis en serio de vuestras convicciones religiosas». Me dio vergüenza cuando me lo contaba. «Si quieres hacerme llorar, tienes que llorar primero», era una de las consignas de retórica de los clásicos. «Si quieres convencerme y conmoverme, tienes que estar convencido y conmovido tú primero», decían también.

Jesús, en lo que se ha llamado regula apostólica (manual del apóstol), señala una serie de exigencias que no puedo comentar en este espacio breve de una homilía. Señala que los enviados (misioneros) han de ir de dos en dos, en comunidad, aunque sea mínima, porque la que evangeliza es la comunidad, y también por una simple razón de seguridad en aquellos tiempos en que caminar entre poblaciones entrañaba peligro de asaltos y despojos.

Indica, así mismo, que los misioneros ejerzan su ministerio profético desde la pobreza. Sería una increíble paradoja anunciar la bienaventuranza de la pobreza, de la sencillez, de la paz, con una vida de ricos, con medios poderosos y con talante autoritario. El evangelio tiene fuerza en sí mismo, tiene suficiente poder de fascinación como para necesitar la ofuscación de los medios. Pablo renuncia a hacer alardes de sabiduría, a deslumhrar a sus misionados, para evitar que, más que creer en Jesús y éste crucificado (1Co 2,2), crean en el caudal de su sabiduría (1Co 1,13). La Causa de Jesús no necesita de la parafernalia de las causas políticas o comerciales, ni de la demagogia, ni de los juegos politiqueros ni de una oratoria capciosa; necesita, sobre todo, la vibración de un testigo que narra su fe con entusiasmo.

Con respecto al contenido, es preciso tener en cuenta que Jesús señala que el enviado ha de proclamar la Buena Noticia haciéndola realidad: sanando a los enfermos, a los atormentados por el sinsentido, los miedos, la soledad, los rencores… Es necesario dar señales de vida.

Pablo VI apunta: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Está claro que lo que Jesús necesita no es tanto profesores de religión, doctores en teología, sino, sobre todo, testigos.

Atilano Alaiz

Lc 10, 1-12. 17-20 (Evangelio Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

La alegría de anunciar el evangelio

El evangelio (Lucas 10,1ss) es todo un programa simbólico de aquello que les espera a los seguidores de Jesús: ir por pueblos, aldeas y ciudades para anunciar el evangelio. Lucas ha querido adelantar aquí lo que será la misión de la Iglesia. El “viaje” a Jerusalén es el marco adecuado para iniciar a algunos seguidores en esta tarea que Él no podrá llevar a cabo cuando llegue a Jerusalén. El evangelista lo ha interpretado muy bien, recogiendo varias tradiciones sobre la misión  que en los otros evangelistas están dispersas. El número de enviados (70 ó 72) es toda una magnitud incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los cristianos están llamados a evangelizar. Se recurre a Num 11,24-30, los setenta ancianos de Israel que ayudan a Moisés con el don del Espíritu; o también a la lista de Gn 10 sobre los pueblos de la tierra. No se debe olvidar que Jesús está atravesando el territorio de los samaritanos, un pueblo que, tan religioso como el judío, no podía ver con buenos ojos a los seguidores de un judío galileo, como era Jesús.

El conjunto de Lc 19,2-12 es de la fuente Q; sus expresiones, además, lo delatan. Eso significa que las palabras de Jesús sobre los discípulos que han de ir a anunciar el evangelio fueron vividas con radicalidad por profetas itinerantes judeocristianos, antes que Lucas lo enseñase y aplicase a su comunidad helenista. Las dificultades, en todo caso, son las mismas para unos que para otros. El evangelio, buena noticia, no es percibido de la misma manera por todos los hombres, porque es una provocación para los intereses de este mundo. El sentido de estas palabras, con su radicalidad pertinente, se muestra a los mensajeros con el saludo de la paz (Shalom). Y además debe ser desinteresado. No se puede pagar un precio por el anuncio del Reino: ¡sería un escándalo!, aunque los mensajeros deban vivir y subsistir. Y, además, se obligan a arrostrar el rechazo… sin por ello sembrar discordias u odio.

Advirtamos que no se trata de la misión de los Doce, sino de otros muchos (72). Lo que se describe en Lc 10,1 es propio de su redacción; la intencionalidad es poner de manifiesto que toda la comunidad, todos los cristianos deben ser evangelizadores. No puede ser de otra manera, debemos insistir mucho en ese aspecto del texto de hoy. El evangelio nos libera, nos salva personalmente; por eso nos obligamos a anunciarlo a nuestros hermanos, como clave de solidaridad. Resaltemos un matiz, sobre cualquier otro, en este envío de discípulos desconocidos: volvieron llenos de alegría (v. 20), “porque se le sometían los demonios”. Esta expresión quiere decir sencillamente que el mal del mundo se vence con la bondad radical del evangelio. Es uno de los temas claves del evangelio de Lucas, y nos lo hace ver con precisión en momentos bien determinados de su obra. Los discípulos de Jesús no solamente están llamados a seguirle a Él, sino a ser anunciadores del mensaje a otros. Cuando se anuncia el evangelio liberador del Señor siempre se percibe un cierto éxito, porque son muchos los hombres y mujeres que quieren ser liberados de sus angustias y de sus soledades. ¡Debemos confiar en la fuerza del evangelio!

Fray Miguel de Burgos Núñez

Gál 6, 14-18 (2ª lectura Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

La fuerza de la cruz

La segunda lectura viene a ser el colofón a la carta más polémica de San Pablo. Una polémica que se hace en nombre de la cruz de Cristo, por la que hemos ganado la libertad cristiana, como se ponía de manifiesto el domingo pasado. Pablo se despacha ahora, con su propia mano, para firmar la carta con una verdadera “periautología”, una confidencia personal de su vida, de su amor por Cristo y por lo que le ha llevado a ser apóstol de los paganos. La cruz, aquello que antes de su conversión era una vergüenza, como para cualquier judío, se convierte en el signo de identidad del verdadero mensaje cristiano. Los cristianos debemos “gloriarnos” en esa cruz, que no es la cruz del “sacrificio” sin sentido, sino el patíbulo del amor consumado. Allí es donde los hombres de este mundo han condenado al Señor, y allí se revela más que en ninguna otra cosa ese amor de Dios y de Jesús.

Por eso Pablo no puede permitir que se oculte o se disimule la cruz del evangelio. Es más, la cruz se hace evangelio, se hace buena noticia, se hace agradable noticia, porque en ella triunfa el amor sobre el odio, la libertad sobre las esclavitudes de la Ley y de los intereses del este mundo; en ella reina la armonía del amor que todo lo entrega, que todo lo tolera, que todo lo excusa, que todo lo pasa. Pablo, pues, habla desde lo que significa la cruz como fuerza de amor y de perdón. Aquí se marca el punto álgido que acredita la verdadera identidad cristiana. El que vive de la Ley, en el fondo, se encuentra solo consigo mismo; el que vive en el ámbito del evangelio, deja de estar solo  para vivir «con Cristo» o «Cristo en mí». Y ¿quién es Cristo? Pablo lo revela al principio de la carta: «el que se entregó a sí mismo por nosotros, por nuestros pecados» para darnos la gracia de la salvación.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Is 66, 10-14 (1ª lectura Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

Una Jerusalén nueva

La primera lectura del libro de Isaías nos habla de una restauración de Jerusalén, después del luto  que implica un designio de catástrofe y de muerte. Dios mismo, bajo la fuerza de Jerusalén como madre que da a luz un pueblo nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente el amor, como la forma de engendrar ese pueblo nuevo. Toda la alegría de un parto se encadena en una serie de afirmaciones teológicas sobre la ciudad de Jerusalén. Desde ella hablará Dios, desde ella se podrá experimentar la misma “maternidad de Dios” con sus hijos. Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos.

Pero esa Jerusalén no existe, hay que crearla en todas partes, allí donde cada comunidad sea capaz de sentir la acción liberadora del proyecto divino. El profeta desconocido para nosotros (la lectura de hoy pertenece al tercer Isaías, alguien de la escuela que dejó el gran profeta y maestro del siglos VIII), siente lo más íntimo de Dios y así quiere animar a la comunidad post-exílica para crear una Jerusalén nueva.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

Quemando puentes atrás

Dejar a los muertos para enterrar a los muertos podría parecer una exigencia demasiado cruel; pero cuando se trata de seguir al Señor, sólo significa un compromiso inmediato y absoluto. Así le siguieron también los primeros discípulos: «inmediatamente»; «dejando atrás la barca y a su padre» (cf. Mt. 4,22). Hay que quemar los puentes con el pasado, sea bueno o malo; Cristo se convierte en el único foco de atención a partir de entonces. Jesús lo dejó más claro cuando dijo: «Nadie que ponga la mano en el arado y mire hacia atrás es apto para el reino de Dios» (Lc 9,62). Como dijo David Lloyd George: «No tengas miedo de dar un gran paso si es el indicado. No se puede cruzar un abismo en dos pequeños saltos». Seguir a Cristo es un salto completo, largo y duro: un salto de fe a través del abismo de la vida. Hay que saltar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente (cf. Lc 10,27) para aterrizar en su seno, donde podemos reclinar la cabeza.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

(Mt 8,18-22): En aquel tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

Hoy un escriba nos sorprende con su deseo de seguir a Jesús. Los escribas suelen aparecer hostiles al Señor, pero Él no tiene prejuicios y le presenta la condición esencial del discípulo: pobreza y desprendimiento, de los que Él mismo es modelo, pues no está atado a nada ni a nadie.

La libertad es la tremenda capacidad de escoger, y requiere una gran madurez personal. Es uno de los derechos humanos más reivindicados, pero quizá el peor comprendido. A menudo se cree que para ser libre hay que poseer riquezas, poder, influencia, autoridad. Pero la propiedad es una trampa: lo que creemos poseer, nos posee y esclaviza. La libertad evangélica es lo contrario: desprenderse, vaciarse, ser pobre. Es cuando somos soberanamente libres.

—Señor, nos has dicho que la Verdad nos hace libres. Danos tu Espíritu para que nada pueda arrebatarnos este tesoro y sólo Tú nos poseas y nosotros te poseamos.

+ Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM