1.- Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela… Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. Los cristianos no debemos vivir obsesionados con la muerte, sino con la vida, sí, con esta vida. Porque es en esta vida donde se fragua y se cocina la vida posterior, la vida perdurable, la vida eterna. Sicut vita, finis ita, decían ya los latinos: como es la vida así es la muerte. Por otra parte, esta es una afirmación que comparten todas las religiones, todos los creyentes en la vida eterna. Jesús amó la vida, amó esta vida, curó enfermos, resucitó muertos, se preocupó de los pobres, desvalidos y marginados, lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. Sin embargo, o precisamente por eso, nunca olvidó que a este mundo sólo había venido de paso, para salvarle, para cumplir la voluntad de su Padre, volviendo después, ya como persona resucitada, al seno de su Dios para siempre. Cristo luchó mucho en esta vida, se la jugó en su lucha contra el mal, en la predicación y realización de los valores del Reino. Precisamente, porque amó esta vida hasta el extremo es por lo que nunca cedió ante las tentaciones del mal. Vivió siempre en vela, vigilante, arremetiendo contra el mal y defendiendo a muerte los valores del Reino, como si le fuera en esto, como así le fue en ello, de hecho, su propia vida terrestre. Esto es lo que tenemos que hacer los cristianos, los discípulos de Jesús, tomarnos esta vida en serio, haciendo de ella el camino recto y seguro para llegar después, bien preparados, a los brazos de Dios, a la vida eterna. Amemos esta vida, vivámosla en vela, vigilantes, sabiendo, con el poeta, que “este mundo es camino para el otro, que es morada sin pesar y cumple tener buen tino para andar este camino sin errar”.
2.- La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban… Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales. Este breve texto del libro de la Sabiduría se refiere a la noche de la liberación, en Egipto, cuando salieron camino de la tierra prometida. Todos los judíos piadosos vieron siempre este momento como el comienzo de una vida en libertad, frente a tantos años como habían vivido como esclavos. Desde entonces, siempre que recordaban este momento, la noche de la Pascua, entonaban himnos de alabanza a Dios, porque sabían que había sido Dios mismo el que los había liberado y el que seguiría siempre protegiéndoles. Pensemos los cristianos de hoy lo que pensemos sobre estos hechos del Antiguo Testamente, lo cierto es que fue la fe en un Dios misericordioso y salvador la que animó siempre al pueblo judío creyente a seguir viviendo con ánimo y esperanza. Es muy importante que la fe en un Dios misericordioso y salvador sea también para nosotros motor y fuerza de vida. La fe debe darnos siempre ánimo y vigor en esta vida, nunca desánimo y desesperanza. Debemos tener respeto a Dios, el máximo respeto, pero nunca tenerle miedo, o pasar de él, por falta de fe, o por temor a su mirada castigadora. Él nos va a proteger y va a guiar nuestros pasos en los momentos más difíciles de nuestra vida. En este año de la misericordia, renovemos nuestra fe y nuestra confianza en un Dios salvador y misericordioso.
3.- Hermanos: la fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve… Con fe murieron todos estos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en esta tierra. No es fácil tener hoy la fe que tuvieron nuestros padres, nuestros abuelos, y los antepasados de los que se nos habla en esta carta a los Hebreos. Entonces la fe se heredaba, porque se mamaba en los pechos de la madre y de la sociedad. Hoy muchísimos niños nacen y crecen de espaldas a cualquier clase de fe religiosa. Lo que hoy se hereda, mayoritariamente, es la fe en la ciencia y en los científicos, la fe empírica y racional. Estos son los tiempos en los que nos toca vivir a los creyentes de hoy. Pero nosotros, sin renunciar nunca a la fe en una ciencia empírica y racional, debemos profundizar y afianzarnos aún más en una fe religiosa que no sólo no es compatible con la ciencia empírica, sino que la complementa y la agranda. Razón y fe, ciencia y religión, deben ser para nosotros dos fuentes de verdad y de seguridad en nuestro siempre incierto y azaroso caminar por este mundo. Somos peregrinos en esta tierra, caminantes hacia una Jerusalén futura; caminemos con fe, esperanza y amor. Es Dios el que nos espera al final de nuestro caminar, esperándonos, como a hijo pródigo, para acogernos en sus brazos amorosos de Padre.
Gabriel González del Estal