Los siervos vigilantes

1.- “Dijo Jesús: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Estad como los siervos que aguardan a su amo cuando vuelva, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes su señor encuentre en vela”. San Lucas Cáp. 12. “Érase que se era un buen hombre, quien además había adornado su vida con numerosas devociones. Pero al final de sus días – ¡qué lástima! – se dejó arrastrar al pecado y murió sin confesión”. Aquí el predicador fruncía el ceño y cerraba los ojos, para iniciar la tremenda descripción del infierno. No es plenamente válida esta anécdota, inventada quizás por algún fraile cuaresmero, porque la gracia o el pecado no llegan de improviso. Son el fruto de un esfuerzo perseverante, o de un continuo descuido, frente al amor de Dios. Sin embargo, aquel predicador quería invitar a su auditorio a la perseverancia. La cual Jesús explica en diversas parábolas, comparándola con la necesidad de estar alerta a cada momento.

2.- Nos habla el Maestro de unos criados que aguardan que su amo regrese de un viaje, o de una boda. Podría llegar al comienzo, o a la mitad de la noche. O también a la madrugada. “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”, señala Jesús. La primera expresión recuerda el rito de la Pascua judía. Los comensales, alrededor de la mesa, tendrían alzadas las túnicas hasta la rodilla mediante un cinturón, como estuvieron los hebreos, a mitad de la noche, aguardando la orden de Moisés, para emprender la marcha. Ceñirse la cintura era además indispensable para cualquier trabajo material. De igual modo, se pide a aquellos criados que mantengan encendidas las lámparas. Apenas una estrecha ventana iluminaba las casas judías, entonces al caer el sol, un siervo debía encender alguna lámpara de aceite para alumbrar el recinto.

3.- El Maestro presenta, desde un gesto inusual en las costumbres de entonces, la inesperada recompensa para los servidores fieles: “Os aseguro que su señor se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. Tal vez aquí el Señor anticipaba lo que haría al despedirse de los suyos. San Juan nos cuenta que “habiendo Jesús amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Entonces durante la cena se levanta de la mesa, se ciñe una toalla, y se pone a lavarles los pies a sus discípulos”. Frente a tan extraña conducta, Pedro se resiste de entrada: “Señor, no me lavarás a mí los pies jamás”.

3.- La parábola es una invitación para los seguidores de Cristo a mantener viva la esperanza. Una esperanza que no equivale a una espera angustiosa y fatigante. Una esperanza que tiene mucho de presencia. Y aunque más adelante el Señor expresa: “A la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”, si somos fieles a nuestro deber, amando a Dios y sirviendo con generosidad a los necesitados, ese encuentro final nunca será de juicio sino de premio.

En el proyecto de Jesús no existe ningún Juan de Malas quien, cuando menos lo pensó, fue privado del cielo. A todos se nos ofrece la recompensa de un Dios que aquí demuestra su maternal solicitud: “Os aseguro que su señor se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”.

Gustavo Vélez, mxy

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