(Mt 19, 3-12)
Jesús afirma que la práctica del divorcio no era una ley de Moisés, sino una permisión (permitió), como una tolerancia frente a una costumbre y una debilidad. Pero para Jesús eso no corresponde al plan original de Dios, que une a los esposos como una sola carne para que nunca se separen.
Por eso Jesús reafirma el rechazo al adulterio, pero con una característica destacable: el varón no tiene derecho a repudiar a la mujer, y si lo hace no tiene derecho a una nueva unión. El texto antiguo (Deut 24, 1-3) daba amplios poderes al varón para liberarse de la mujer si luego de casado descubría en ella algo que no le agradara, y así dejaba a la mujer a merced de los caprichos del varón. De hecho, la pregunta que le hacen a Jesús es si el varón puede repudiar a la mujer «por cualquier cosa» (v. 3). Jesús elimina esa superioridad despótica y arbitraria del varón y coloca las cosas en su lugar. Las exigencias son las mismas para los dos.
El matrimonio para Jesús no es un simple acuerdo de dos que alegremente deciden convivir por una conveniencia egoísta y para satisfacer sus necesidades primarias; es mucho más que eso, porque es hacerse «una sola carne», y en el matrimonio es Dios mismo el que sella la unión.
Al percibir en las palabras de Jesús la tremenda seriedad del matrimonio los discípulos se asombran, habituados como estaban a la realidad social de su época, donde el varón tenía amplias libertades para cambiar de mujer. Y llegan a decir que, si es así, es mejor no casarse. Pero Jesús responde que eso, que humanamente es difícil de comprender -una fidelidad para toda la vida puede vivirse gracias a un «don de Dios» (v. 11). Y completa su explicación mostrando que esa fidelidad es posible puesto que también es posible que algunos renuncien a la sexualidad por el Reino de Dios, aunque también eso parezca difícil de aceptar (v. 12).
Oración:
«Señor, otorga la gracia de la fidelidad a los que se han unido en matrimonio; concédeles que se sientan realmente una sola carne, que vivan el gozo de pertenecerse el uno al otro a pesar de todo y sepan superar las dificultades que amenazan al amor».
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día