Lectio Divina – Viernes XX de Tiempo Ordinario

¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?

1.- Oración introductoria.

Señor, muchas veces yo he estado preocupado porque no sabía qué era lo que te gustaba o te disgustaba. Pero hoy ya no tengo dudas: me lo has aclarado perfectamente en este evangelio. Puedo agradarte si no me desvío de la senda del amor. Y te desagrado cuando tomo otro camino diferente.  Gracias, Señor, porque ya sabemos cómo darte gusto.

2.- Lectura reposada del evangelio:  Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

El amor a Dios y el amor al hombre ya estaban en los libros del A.T. Del amor a Dios se habla en el famoso Semá que el buen israelita recita todos los días al levantarse: ”Amarás a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt. 6,5). Del amor al prójimo nos habla el Levítico cuando dice:” amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19,18). Y nos preguntamos:¿Dónde está la novedad de Jesús?. La novedad, la genialidad de Jesús, está en lo siguiente: 1) Estos dos mandamientos, que estaban en libros distintos, se vivían por separado. Así uno podía amar a Dios y no amar al hombre. Podía rezar muy piadosamente en el Templo y después “dar un rodeo al hombre que se desangra  en el suelo” (Parábola del samaritano).  Jesús une estos dos mandamientos de modo que sean vasos comunicantes que, si uno sube de nivel, debe también subir el otro. Lo dice muy bien San Juan:” el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn. 4,20). 2) En tiempo de Jesús, los mandamientos que debían saber y cumplir los judíos ascendían a 365. ¿Quién se puede acordar de todos? Y, sobre todo, ¿quién es capaz de cumplirlos todos? Porque para ellos todos eran importantes. Jesús reduce a dos todos los mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos. ¡Qué alivio!…

Palabra del Papa.

“Los dos horizontes del Reino: Resumir toda la Escritura, poner en una frase todo el mensaje de Dios a lo largo de la historia… Esto es lo que Cristo nos dice en este Evangelio. Pero no se trata de una fórmula mágica que resuelve todos los problemas; es, más bien, el doble horizonte que da sentido a la vida, el criterio para ir en la dirección correcta. Primero Cristo nos habla de un horizonte hacia lo alto. “Amarás al Señor tu Dios…” Es verdad que hay muchas responsabilidades, necesidades y problemas en nuestra vida. A veces demasiados, y a veces como si nos estiraran en todas las direcciones… Sin embargo, en medio de ese aparente desorden, existe un punto firme, central, que pone en la proporción todo lo demás: «…con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.»…En segundo lugar, tenemos el horizonte alrededor de nosotros, con todos aquellos hombres y mujeres que encontramos a nuestro lado. Cristo nos invita a amarlo también en nuestros hermanos y hermanas, buscando el bien de ellos como si fuera nuestro propio bien.  El que ama de verdad siente la alegría del otro como propia, se entristece por la tristeza de su hermano. Al igual que Cristo, que construyó el Reino de los cielos amando a su Padre sobre todas las cosas y amándonos hasta el extremo, dándose totalmente a nuestra salvación”. (S.S. Francisco, Angelus, 15 de mayo de 2016).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Me retiraré a un lugar adecuado y daré gracias a Dios por haberme liberado del  peso insoportable de tantas leyes.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy no quiero acabar mi oración sin darte gracias por haber hecho del amor el mandamiento más importante de la vida, el único importante. Yo amando cumplo con Dios y con los hermanos. Yo amando, puedo realizarme como persona y ser feliz. No necesito más. No tengo que complicarme la vida. ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN POR LA PAZ

Señor Jesús, ten piedad de nosotros y concédenos la paz y la unidad, no permitas que nos soltemos de tus manos y danos un corazón capaz de amar como tú nos amas. María Madre nuestra, auxílianos en estas difíciles horas de la tribulación, se nuestra fuerza y consuelo. Cúbrenos con tu manto y que la sangre de tu bendito Hijo nos proteja de todo mal.

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Comentario – Viernes XX de Tiempo Ordinario

Mt 22, 34-40

Los «fariseos» al enterarse que Jesús había hecho callar a los «saduceos», se reunieron en grupo y uno de ellos «Doctor de la Ley», le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba…

Toda la «inteligentsia» de la capital, la élite intelectual se interesa por el «caso Jesús». Los partidos políticos, los grupos religiosos opuestos, buscan o atraerlo a su campo o hacerlo fracasar.

Se le hizo la pregunta entonces de actualidad: ¿hay que hacer huelga de impuestos? como lo sostenían ciertos grupos extremistas, los Zelotas. (22, 15-22).

Se le planteó la gran cuestión teológica que dividía las mentes: ¿Hay que creer que la resurrección es posible? (22, 23-30).

Los fariseos estaban en oposición al gobierno romano, pero los saduceos estaban a favor de la colaboración. Los saduceos no creían en la resurrección, los fariseos, sí. Jesús vivió en ese contexto de camorras y querellas políticas e intelectuales. HOY, los fenómenos de «opinión» pública han ampliado aún más esas luchas ideológicas. No nos tienen que hacer perder la cabeza; pero tampoco hay que dejar de tenerlos en cuenta refugiándose en una religión desencarnada. Y el mismo Jesús «tomó partido»:

– una vez, por los saduceos… pagar el impuesto a Cesar. (Mateo 22, 21).

– Otra vez, por los fariseos… creer en la resurrección (Mateo 22, 31).

Los fariseos, contentos de esa toma de posición a su favor, quieren poner a prueba a Jesús.

Maestro, ¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley?

Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso, sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la propuesta por ese doctor de la Ley.

¿Busco, yo también, lo que es esencial en todas mis obligaciones?

Jesús contestó: «Amarás…

Todo se resume en esta palabra.

Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla por alto. Debo orar a partir de eso… y mirar mi vida a esa luz.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón-alma-mente. Este es el «mayor» y el «primer» Mandamiento.

Jesús cita aquí, la plegaria cotidiana de los judíos (Deuteronomio 4-7). El amor de Dios debe embargar todo el ser, de pies a cabeza, diríamos hoy. La palabra hebrea que se traduce por «con todo tu corazón, -con toda tu alma-, con toda tu mente» es una palabra intraducible de hecho: de tal manera expresa la totalidad del ser humano. ¿Es así como amo yo a Dios? O bien ¿le amo sólo con una parte de mi vida y de mi tiempo?

El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas.

No fue una respuesta original. Era la respuesta de los fariseos. Pero lo nuevo es:

1.° La aproximación de esos dos mandamientos que, en el pensamiento de Jesús, se apoyan el uno al otro, tiene la misma importancia y se parecen…

2.° El hecho de que resumen todos los otros mandamientos en una síntesis sencilla…
En medio de los conflictos políticos y religiosos de su tiempo, Jesús nos conduce «de nuevo a lo esencial… que relativiza todo lo restante con relación a eso.

Noel Quesson
Evangelios 1

Hay últimos que serán primeros

El estado de la cuestión: la salvación de Israel

Israel tenía conciencia de ser el pueblo elegido. Multitud de acontecimientos de su vida nacional lo recordaban. Por eso, muchos israelitas se lo creyeron: bastaba pertenecer al pueblo por raza o conversión; otros solo se salvarán los nacidos biológicamente de las 12 tribus. Sin embargo, Jesús en el evangelio de hoy dice: La llamada a la conversión es para todos: «Vendrán muchos de Oriente y occidente», y vosotros tened cuidado porque «no os conozco». Jesús establece otro criterio de selección: No es la pertenencia física al pueblo sino la apertura del hombre a la gracia de Dios que se manifiesta en las obras.

Fe en Cristo y las obras

La sociedad española sigue siendo una sociedad cristiana en teoría: bautizados, familias cristianas, educación religiosa; pero hasta el más ciego se da cuenta del desajuste entre ideas y vida de los cristianos. Estamos ante una nueva y preocupante situación religiosa.

Son las obras las que definen nuestra pertenencia al Reino: nuestra vida de superación y de lucha; nuestros trabajo de cada día; la inquietud de nuestras preocupaciones; nuestro sincero y concreto amor a los hermanos…

He ahí los signos de la pertenencia al Reino. El Reino que se hace presente entre nosotros por nuestra labor entre los hombres; el Reino que está en nosotros si nuestra fe genera obras de acuerdo con nuestra vida cristiana.

Algunas conclusiones

No basta, pues, pertenecer a la Iglesia para sentirse tranquilo y creer que ya hemos encontrado la salvación: no es cuestión de títulos, de méritos, de misas oídas… Hay que entrar por la puerta que es Jesús que se nos manifiesta como un Dios lleno de ternura, que no nos asfixia con normas, que respeta nuestra libertad; pero que exige vivir como él vivió, intentar reproducir vitalmente sus actitudes y sentimientos…

Las religiones son distintos caminos que desembocan en el mismo punto. ¿Qué importa que vayamos por distintos caminos si alcanzamos la misma meta? (Gandhi). Tenemos que aprender de todos y de todas las religiones: aceptar que en los otros también existen valores y, a la vez, tener claros los motivos de nuestra fe en Jesús. No todas las maneras de ver el mundo son iguales y equiparables. Nosotros hemos elegido un camino: el seguimiento de Cristo. Es un camino que conduce a la felicidad, pero que pasa por la entrega y el servicio a los demás hasta dar la vida.

Las lecturas de este domingo son una llamada de atención: El cristiano no puede vivir de brazos cruzados: la esperanza es algo activo, porque «hay primeros que serán últimos y últimos que serán primeros».

Isidro Lozano

Misa del domingo

El Señor va de camino a Jerusalén.

En el camino alguien se le acerca con una inquietud: «¿serán pocos los que se salven?». La pregunta implica, evidentemente, la posibilidad de quedar excluidos de la salvación. Pero, ¿qué hay que entender por “salvación”? ¿Salvarse de qué? ¿De la muerte? ¿O de algo que está más allá de la muerte? ¿No termina todo con la muerte? ¿Hay esperanza de vida más allá de la muerte? ¿Hay posibilidad de “perder” esa vida después de la muerte? El tema que plantea es ciertamente inquietante. Es una pregunta universal: se la hacen todos los hombres de todas las culturas y de todos los tiempos.

Los judíos creían en la existencia luego de la muerte. Para el Señor Jesús esa salvación consiste en ser admitidos al Reino de Dios. De acuerdo a la pregunta de aquél judío, y de acuerdo a la respuesta del Señor, no todos serán admitidos al Reino de Dios.

Acaso él ya tenía una respuesta y pensaba, como era creencia común entre los judíos, que únicamente se salvarían los hijos de Abraham, los circuncidados, los miembros del Pueblo elegido por Dios. De la salvación estarían excluidos todos los demás, los miembros de los pueblos llamados “gentiles”, pues ellos adoraban a ídolos incapaces de salvarlos. No queda claro si la pregunta obedece a un deseo de escuchar la opinión del Maestro en torno a una cuestión discutida entre las diferentes escuelas rabínicas o a un deseo de satisfacer una simple curiosidad personal.

El Señor Jesús no responde a la inquietante pregunta. No responde si se salvarán pocos o muchos. Sin embargo, aprovecha la pregunta para hacer una fuerte exhortación a cada uno de sus oyentes a mirar cada cual por su propia salvación y esforzarse decididamente por entrar por la puerta estrecha. Por qué entretenerse en si se salvarán muchos o pocos, cuando de lo que se trata es de mirar cada uno por su propia salvación?

La palabra griega agonizesthe, que se traduce literalmente por luchen, es una invitación al combate, a hacer el máximo esfuerzo por entrar por la puerta estrecha, es decir, por conquistar un bien que, aunque difícil y arduo de alcanzar, es posible. El mismo término lo utiliza San Pablo cuando exhorta a Timoteo: «Combate (agonizou) el buen combate de la fe» (1 Tim 6, 12). Es un esfuerzo que implica un celo persistente, enérgico, acérrimo y tenaz, que no se doblega ante las dificultades que se pueden presentar en la lucha. Implica también un entrar en competencia o luchar decididamente contra todo adversario.

El esfuerzo que hay que hacer es para «entrar por la puerta estrecha». Sobre esto San Mateo recoge una explicación más extensa que la de San Lucas: «porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran» (Mt 7, 13-14). Mientras la puerta estrecha lleva a la vida eterna, la puerta ancha lleva a la perdición, a la exclusión del Reino de los Cielos. El Señor advierte de la posibilidad de quedar fuera y dar a parar en el lugar donde «será el llanto y el rechinar de dientes», el lugar de la eterna ausencia de Dios, de la eterna “excomunión” de su amor.

Cuando el Señor invita a la lucha por entrar por la puerta estrecha, ¿debe entenderse que la salvación depende única y exclusivamente del esfuerzo personal? No. El Señor ciertamente acentúa en esta respuesta el hecho de la responsabilidad de cada cual, sin embargo, sería un gravísimo error leer este pasaje aisladamente. Siempre hay que tener en mente el conjunto de las enseñanzas del Señor. Así, en otro momento, ante la pregunta: «¿y quién se podrá salvar?», el Señor responde: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10, 26-27; Lc 18, 26-27). La salvación es ante todo un don de Dios, pero requiere ser acogido. Dios espera la respuesta y cooperación humana. Acoge el don de la salvación y reconciliación quien permanece unido al Señor (ver Jn 15, 4-5), quien desde su insuficiencia coopera decididamente con la gracia divina, quien se empeña en pasar día a día por la “puerta estrecha”, que es Cristo mismo: «yo soy la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7).

Luego de exhortar a todos a luchar esforzadamente por pasar por la puerta estrecha, el Señor cuestiona a quienes se creen muy seguros y confían que se encuentran dentro del número de los salvados por pertenecer al pueblo elegido. El Señor advierte que ser hijos de Abraham no es garantía de salvación (ver Mt 3, 9; Lc 3, 8; Jn 8, 33ss). Por otro lado, aquellos a quienes los judíos consideraban excluidos de la salvación por no pertenecer al pueblo de Israel, «se sentarán a la mesa en el Reino de Dios». La salvación la ofrece Dios a todos los hombres por igual. Es anunciada a todos los pueblos de la faz de la tierra ya desde antiguo por medio del profeta Isaías (ver 1ª. lectura). Dios vendrá «para reunir a las naciones de toda lengua».

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Hoy en día muchos católicos creen que alcanzarán la vida eterna viviendo en esta vida “sin hacer mal a nadie”, viviendo una vida cristiana acomodada a su medida, un catolicismo “light”.

Muchos otros están convencidos de que, en contra de lo que enseña Cristo y su Iglesia, luego de esta vida vendrán sucesivas reencarnaciones, y que habrán muchísimas oportunidades para ir purificando sus almas hasta llegar a ser como dioses. Según esta doctrina tan de moda hoy en día, nadie se condenará. Para ellos y para muchos otros “católicos”, el infierno no es sino una invención de la Iglesia, una doctrina creada para infundir el miedo en los creyentes y tenerlos sometidos a su dominio.

Suelen argumentar quienes niegan la existencia del infierno o se resisten a creer en él: “si Dios es amor, ¿cómo puede existir el infierno? ¿Cómo puede Dios-Amor querer que alguno de sus hijos se condene por toda la eternidad? Un padre nunca puede querer la infelicidad para sus hijos, no puede querer que sufra lo inimaginable por toda la eternidad”.

Quienes así razonan desoyen esta advertencia del Señor: «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Les digo que muchos intentarán entrar y no podrán». La enseñanza es clara. No da lugar a suavizaciones ni relativizaciones: quienes no responden a su condición de hijos, serán excluidos de la salvación ofrecida por el Señor Jesús, y eso no porque Dios no los ame, sino porque su amor lo lleva a respetar nuestras decisiones libres. Quien en esta vida no quiere abrirle la puerta de su corazón a Dios, que se inclina a nosotros en su Hijo, que toca y toca a la puerta de nuestros corazones desde su Cruz, implorando que le abramos, se excluye a sí mismo de la Comunión con Dios por toda la eternidad. Dios ha hecho todo lo posible para nuestra salvación. No puede sino respetar nuestra libertad. No puede haber otro lugar para quien insiste en decirle no a Dios que el  «estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1033; ver números siguientes).

El Señor ha abierto para nosotros las puertas del Reino de los Cielos, pero no nos obliga a entrar. Quien de verdad quiera conquistar la Vida eterna, debe hacerlo con una actitud esforzada, combativa, “violenta” (ver Mt 11, 12). Esa violencia la hemos de ejercer ante todo contra todo lo que en nosotros nos haga desemejantes a Cristo: el pecado, los vicios, los pensamientos, sentimientos y actitudes que no corresponden a los pensamientos, sentimientos y actitudes del Señor Jesús.

Pero para participar de su comunión y vida eterna el Señor nos llama a mucho más, nos llama a ser perfectos en la caridad (ver Mt 5, 48; Col 3, 14), nos llama a amar como Él nos ha amado (ver Jn 15, 12). Pasar por la puerta estrecha es, en este sentido, “pasar” por Aquel que ha dicho de sí mismo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9). En otras palabras, se trata de asemejarnos cada vez más al Señor Jesús en sus pensamientos, sentimientos y actitudes, hasta llegar a la perfección y plenitud de la madurez en Cristo (ver Ef 4, 13).

En esta lucha por conquistar la vida eterna no podemos olvidar que sin el Señor nada podemos hacer (ver Jn 15, 4-5). Nuestros necesarios esfuerzos sólo darán fruto en la medida que sean una decidida cooperación con la gracia divina que Dios derrama en nuestros corazones. Esa gracia hay que implorarla incesantemente y buscarla en los Sacramentos de la Iglesia. Así pues, “¡a Dios rogando, y con el mazo dando!” De ese modo, y sólo de ese modo, estaremos pasando por la puerta estrecha para ingresar al Reino de los Cielos que Dios nos tiene prometido.

Comentario al evangelio – Viernes XX de Tiempo Ordinario

Devolver la vida a los huesos

La tercera encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, se publicó cuando el mundo entero sufría la pandemia del Covid-19, desconcertado, impotente y despistado. También era una época (y lo sigue siendo) en la que el hipernacionalismo, el estrechamiento de fronteras, el rechazo a los migrantes, la polarización extrema en el discurso nacional, la persecución religiosa, etc., estaban en auge. El mundo se sentía como los huesos secos de la visión de Ezequiel. Nos sentíamos muertos. La vida nos era succionada, literal y figuradamente. ¿Qué puede devolvernos la vida? Las lecturas del día nos dicen que sólo un retorno a los caminos del amor -amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos- puede volver a poner tendones, carne y piel en los huesos secos y darles vida. Sólo el amor puede triunfar sobre el poder de la muerte: Poner a Dios en el centro de nuestra vida y practicar la fraternidad y la amistad social con todos, superando las fronteras y compartiendo los recursos, como nos aconseja la encíclica.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes XX de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XX de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 22, 34-40):

En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».El fariseo desconfiado que se acercó a Jesús «para ponerlo a prueba» no pareció haber captado bien el mensaje de la profecía de Ezequiel…

A la mayoría de los mortales el Señor no nos coloca entre «huesos secos» (lo cual es de agradecer…). Pero sí nos saca de nosotros mismos para habitar una nueva «tierra»: la del corazón del prójimo.

Es una tierra delicada la del cuerpo vivo; ardiente el corazón que late con fuerza por cada minuto de esta vida. Corazón alegre… Corazón herido. Resquebrajado «en su angustia», se le va «agotando la vida». Tierra solitaria: un «desierto» que anhela beber de la Fuente que calma toda sed. Tierra vacía, tierra habitada; tensión en la tierra del corazón que busca acercarse a Jesús.

Tierra protegida por un escudo de osamenta; escondido el centro del encuentro con su Señor. «Huesos secos» a los que Dios ha infundido su espíritu. Como a ti. Como a mí. Huesos bellos a los ojos del más puro Amor. Huesos que pueden volver a sentir el calor de la vida si nos dejamos mover por «la mano del Señor» para amarlos con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser.

¿El camino directo? La misericordia. Y sabremos que Él es el Señor.

Una monja dominica

Liturgia – Viernes XX de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde).

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Ez 37, 1-14. Huesos secos, escuchad la palabra del Señor. Os sacaré de vuestros sepulcros, casa de Israel.
  • Sal 106. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
  • Mt 22, 34-40. Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Antífona de entrada          Sal 83, 10-11
Fíjate, oh, Dios, escudo nuestro; mira el rostro de tu Ungido, porque vale más un día en tus atrios que mil en mi casa.

Monición de entrada y acto penitencial
En la Última Cena Jesús dijo: “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros.” Él está hablando no precisamente de cualquier clase de amor, sino del amor con que él mismo amó a sus discípulos, es decir, un amor que llega hasta el final, que no pone condiciones, que sacrifica todo si es necesario por los otros. Este es el amor calificado como “con todo el corazón, con toda el alma” y tan fuerte o más que el amor a sí mismo, del que habla el evangelio de hoy. Esta es una tremenda tarea para el cristiano; tarea que nunca acabará. ¿Es éste el tipo de amor que nos mueve?

            Yo confieso…

Oración colecta
SEÑOR Dios, Padre amoroso:
Tú te has vinculado a nosotros
con lazos de amor
y, en tus misteriosos designios,
quisiste que este amor apareciera entre nosotros
en forma y figura humana
en Cristo Jesús, tu Hijo.
Por nuestra parte, queremos que nuestro amor,
aunque limitado y vacilante, 
refleje un poco la grandeza
del amor con que tú nos amas
en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, por todos los hombres al Dios y Padre de misericordia, origen y fundamento de todo bien.

1.- Para que la Iglesia, pueblo de Dios, no deje nunca de proclamar que el amor a Dios y al prójimo es el corazón del evangelio, y que nuestros hermanos son don valioso de Dios para nosotros. Roguemos al Señor.

2.- Que los hombres y mujeres no pierdan sus corazones en el ambiente materialista de hoy día con sistemas económicos de provecho, eficiencia, producción y competición, sino que sigan otorgando la máxima importancia a las relaciones humanas de amistad, respeto, justicia y solidaridad. Roguemos al Señor.

3.- Para que en nuestras comunidades cristianas nos aupemos y apoyemos unos a otros en vez de derribarnos; que nos aceptemos mutuamente con confianza y afecto sincero, y caminemos juntos en amor y esperanza. Roguemos al Señor.

Padre del cielo, escucha nuestra súplica y danos un corazón capaz de amarte a ti y de amar a los hermanos según el Espíritu de tu Hijo. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
SEÑOR Dios, Padre amoroso:
Tu mismo amor se nos mostró en forma humana
en tu Hijo Jesucristo, Dios hecho hombre. 
Que en esta eucaristía 
eleve él nuestro amor humano a tu nivel divino,
para que entre nosotros 
el amor no sea ya nunca más 
un “deber u obligación”,
sino nuestra alegría y nuestra vida,
por causa de Jesucristo nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 129, 7
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Oración después de la comunión
SEÑOR Dios nuestro, Padre amoroso,
Todo amor digno de este nombre 
comienza en ti, conduce a ti y acaba en ti.
Por el amor que nos has mostrado en tu Hijo Jesús, 
convócanos a todos juntos
y que todo lo que hagamos 
se convierta en un regalo y ofrenda 
para ti y para los hermanos;
para que nuestro amor 
sea más fuerte que la muerte
y así vivamos felices contigo para siempre,
por los siglos de los siglos.