Lectio Divina – Sábado XX de Tiempo Ordinario

“Todos vosotros sois hermanos”

1.- Introducción.

Señor, hoy en mi oración sólo te pido una cosa: que llegue a comprender tu mensaje, el proyecto del Padre sobre la humanidad; que llegue a descubrir aquello que más le agrada al Padre: el vernos unidos; y también lo que más le duele: el que rompamos esa unidad.

2.- Lectura reposada del evangelio, Mateo 23, 1-12

Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabí. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Estas palabras duras de este capítulo de Mateo obedecen a una situación histórica concreta: la Iglesia cristiana ha roto definitivamente con la sinagoga judía. Los seguidores de Jesús deben ser fieles a Jesús y no a los jefes de las sinagogas a quienes les gustan los halagos de la gente, los primeros puestos en los banquetes, que la gente les salude como “maestros” por las calles… Y, lo peor de todo es que sean incoherentes: “dicen pero no hacen”; “ponen cargas pesadas a la gente y ellos ni levantan un dedo para moverlas”. La Iglesia de Jesús debe tener otro estilo, otro talante, otra manera de ver las cosas. A Jesús no le gusta que a cualquiera de los humanos le llamemos “padre”. Hay peligro de confundirlo con el único y verdadero Padre que es Dios; padre cariñoso y lleno de ternura y misericordia. Tampoco quiere que llamemos a nadie  “maestro”. Entre cristianos el único Maestro es Jesús, un maestro de vida. Todos los demás, incluidos los apóstoles, son “discípulos”, es decir, personas que siempre estamos aprendiendo de Jesús. Y menos quiere Jesús que se le dé a nadie el título de “señor” porque uno sólo es el Señor, el que ha muerto y ha resucitado por nosotros. Está claro el pensamiento de Jesús: “todos vosotros sois hermanos”. Ahora bien, las diferencias, los títulos, los honores, las preferencias, son un obstáculo para la auténtica fraternidad.

Palabra del Papa

“En el pasaje de hoy, Jesús amonesta a los escribas y fariseos, que en la comunidad desempeñaban el papel de maestros, porque su conducta estaba abiertamente en contraste con la enseñanza que proponían a los demás con rigor. Jesús subraya que ellos «dicen, pero no hacen» (Mt 23, 3); más aún, «lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar» (Mt 23, 4). Es necesario acoger la buena doctrina, pero se corre el riesgo de desmentirla con una conducta incoherente. Por esto Jesús dice: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen» (Mt 23, 3). La actitud de Jesús es exactamente la opuesta: él es el primero en practicar el mandamiento del amor, que enseña a todos, y puede decir que es un peso ligero y suave precisamente porque nos ayuda a llevarlo juntamente con él “(cf. Mt 11, 29-30). (Benedicto XVI, Ángelus, Plaza de San Pedro, 30 de octubre de 2011)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya reflexionado. (Guardo silencio).

5.-Propósito. Hoy haré un esfuerzo por descubrir que cada hombre con quien me encuentre es mi hermano y cada mujer es mi hermana.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, sé muy bien que una cosa es saber cosas bonitas de la amistad y otra muy distinta es tener un buen amigo. Y también sé que una cosa es llamarse hermano y otra muy distinta el serlo. Dame, Señor, la gracia de vivir en una comunidad de hermanos, de saber superar las diferencias y, sobre todo, de poder experimentar “lo bueno y hermoso que es vivir los hermanos unidos”.

ORACIÓN POR LA PAZ Señor Jesús, ten piedad de nosotros y concédenos la paz y la unidad, no permitas que nos soltemos de tus manos y danos un corazón capaz de amar como tú nos amas. María Madre nuestra, auxílianos en estas difíciles horas de la tribulación, se nuestra fuerza y consuelo. Cúbrenos con tu manto y que la sangre de tu bendito Hijo nos proteja de todo mal.

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¡Qué todos los hombres se salven!

1. – El padecimiento del Hombre Dios en la cruz fue de tal dimensión que bien puede decirse que todos los pecados del genero humano fueron saldados en ese momento. Los méritos de Jesús son infinitos, pero para que un hombre o una mujer se salven deben quererlo. La libertad humana es otro don de Dios que llega por semejanza con la mismísima divinidad y dicha libertad otorga, por un lado, un enorme merecimiento al hecho que querer salvarse y hacer lo posible para conseguirlo. Pero también la total posibilidad de oponerse al efecto liberador de la cercanía de Cristo y optar por otro camino.

Por todo esto son totalmente compatibles la misericordia de Dios y su justicia. Y esta diatriba que, a veces, a ocupado muchas horas en las discusiones de los teólogos, toma otra dimensión sin tenemos en cuenta con todo su valor la realidad de la libertad individual humana. Es verdad que en magnitudes «operativas» será siempre mucho más grande la misericordia de Dios que la libertad de un hombre, pero está ultima es irreductible si el ser humano lo desea así. La acción de Dios no es un narcótico. Todos hemos de aceptarla conscientemente. De ahí que el mensaje de Cristo –que se refleja en el pasaje evangélico de este 21 Domingo del Tiempo ordinario– adquiera forma de exhortación para modificar nuestras conductas. El camino de perfección no consiste en levitar a treinta centímetros del suelo. Se trata de un análisis permanente de nuestras actitudes en función de elegir la «puerta estrecha» que significa: la entrega a los demás, una austeridad en nuestra vida que no embote los sentidos para saber con exactitud que es lo que tenemos que hacer y, sobre todo, un continuo esfuerzo por tener presencia de Dios.

2. – Hay gentes que han elegido consecuentemente la «puerta ancha». Y no lo niegan. Saben que están en una dirección que no responde a lo que algo en su interior les ha pedido. Algunos llegan a tener la clarividencia –por supuesto negativa– de que están enfrentados a Dios. Pero la mayoría de quienes traspasan el vado amplio andan engañados. El poder del Maligno se basa en el engaño. San Ignacio de Loyola que ha sido quien mejor ha comprendido el mundo interior del creyente recomendaba siempre realizar oraciones de discernimiento para pedir a Dios que la elección fuera la adecuada. El engaño del «enemigo de natura humana» como «sub angelo lucis» –bajo el aspecto de ángel de luz– es muy frecuente. La pirámide del engaño a veces es enorme y mantiene un entramado bien tejido de engaños para mantener al pecador enredado. No suele haber –como decíamos– aceptaciones objetivas del mal. En su mayoría son pertinaces engaños. Y ahí es donde actúa la misericordia de Dios de manera más eficaz. Hay que abrir los ojos del engañado y ponerle en situación de comprender su error.

3. – Por otro lado, en su contenido de valoración histórica el fragmento de San Lucas que leemos hoy tiene un contenido de advertencia especifica a los judíos contemporáneos de Jesús. El Maestro les está indicando que pueden perder la primogenitura de pueblo elegido por Dios y que otros van a alcanzar dicha posición. La rebeldía –libertad colectiva– de los paisanos contemporáneos de Jesús, impidiendo la redención pacifica, trajo dicho alejamiento y la posibilidad de que otras gentes pasaran a formar parte del pueblo elegido. Es posible que en la psicología precisa de Jesús preocupase ese factor de manera muy importante. Él se había encarnado en el seno del pueblo elegido y para salvarlo. No iba a ser así. Sin embargo, dicho comportamiento le preocupa, y mucho.

4. – La conclusión útil para este día es que somos libres para elegir el camino que queramos. Dios nos ayudará con gracias suficientes para seguir el camino que conduce a la puerta adecuada, pero nuestra libertad es insoslayable y nuestra responsabilidad también. El esfuerzo personal para nuestra salvación existe y está ahí. Para obtener –incluso para desear– el regalo de la Gracia hemos de querer obtenerlo como una opción libre de nuestra condición humana. Pero, además, deberíamos -continuamente- dirigir nuestra oración a ese magnifico planteamiento, que, además, es un alto ideal: ¡Qué todos los hombre se salven!

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado XX de Tiempo Ordinario

Mt 23, 1-12

En el capítulo 23, Mateo agrupó varias frases de Jesús «contra los fariseos».

En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.

Tomaron un poder oficial desde el punto de vista religioso. Fueron lo que hoy se llama «un grupo de presión».

Haced pues y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque «ellos dicen» y «no hacen».

Primera crítica: son buenos disertadores, son teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. Ayúdame, Señor, a detectar esa distancia entre «lo que digo» y «lo que hago». Hazme clarividente y realista.

Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
Segunda crítica: «oprimen» a los demás con sus grandes principios, son muy exigentes para los demás y muy poco para sí mismos. Saben lo que se tendría que hacer. «No hay más que…»

Ayúdame, Señor, a ser bueno con los demás y exigente para conmigo. Haz que sepa descargar del peso a los demás… y que yo mismo no sea una carga para los que me rodean.

Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres… Filacterias, orlas, primeros puestos, saludos.

Tercera crítica: Actúan no para Dios, sino «para ser vistos». Buscan recibir honores y destacar entre los demás. Es la puerta abierta a la vanidad que da importancia a lo que no la tiene… y también a la hipocresía, que conserva una fachada de honorabilidad cuando todo el interior está podrido.

Ayúdame, Señor, a ver todos los gérmenes de fariseísmo que estén en mí.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbi»… -Maestro- Ni llaméis a nadie «Padre»… Ni tampoco os dejéis llamar «Doctores»…

Efectivamente Jesús persigue todos los «títulos» que uno puede darse a sí mismo. Pero Jesús condena también esa pretensión de ser el guardián de la ortodoxia: la religión de Jesús no es una religión «profesoral», en sentido despectivo, donde están los que «saben» y deben enseñar su saber a los demás. Encontrar a Dios, entrar en relación con Dios no es privilegio de los exegetas, de los teólogos, de los sabios. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, que todos los doctores en teología.

Vosotros sois todos hermanos y tenéis un solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo…

Sí, los mismos apóstoles no hacen más que transmitir «lo que han recibido».

No convendría disputar sobre las palabras, porque el lenguaje cambia y los «términos» del tiempo de Jesús no tienen hoy la misma resonancia sensible.

De todos modos, en esas palabras de Jesús, hay una profunda reivindicación de igualdad: la sola apelación entre nosotros verdaderamente evangélica, debiera ser la de «¡hermano!» Pero, más allá de las palabras, es la actitud lo que cuenta.

Los cristianos de hoy ¿están preparados para esa conversión?

El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado.

¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad… todos mis farisaísmos.

Noel Quesson
Evangelios 1

El principal negocio

1.- “En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. San Lucas, Cáp. 13. ¿Serán pocos los que se salven? Los rabinos contemporáneos de Jesús no tenían sobre el tema una respuesta unánime. Algunos afirmaban que Yahvé acogería a todos los judíos en su Reino. Otros, exagerando la maldad de los hombres, enseñaban que la salvación estaba reservada a muy pocos. Más adelante, el Apocalipsis hablaría de ciento cuarenta y cuatro mil elegidos. Cifra claramente simbólica y escasa además frente al género humano.

2.- Pero Jesús no se preocupó de estadísticas. Nos habló de dos puertas, invitándonos a entrar por una, que es “angosta y difícil”. La otra en cambio, “amplia y espaciosa”, y por la cual muchos transitan, lleva a la perdición. Una puerta cerrada y alguien esperando ante ella, simbolizan en todas las culturas ese futuro que todos tememos y esperamos. Sin embargo el Maestro había dicho anteriormente a sus discípulos: “Llamad y se os abrirá”. Se refería el Maestro quizás a las puertas que defendían las ciudades. O señalaría aquélla familiar, que anhelamos franquear algún día en busca de un abrazo.

Entrar entonces por la puerta estrecha corresponde a una forma de vivir. “Muchos intentarán entrar y no podrán”, agrega el Señor. Se habrían adherido a un sistema, a una estructura religiosa, sin haber convertido el corazón. Por lo cual Jesús declara inútiles sus esfuerzos. Llamarán desde fuera: “Señor, ábrenos. Pero él responderá: No sé quiénes sois”.

3.- Conviene aquí preguntarnos: ¿Qué significa salvación para el hombre de hoy? A algunos les preocupa únicamente que sus proyectos, casi todos de orden económico, salgan adelante. En lo cual hay parte de razón. Porque salvarse no equivale únicamente a traspasar la aduana de la muerte, con los documentos en regla. Un área muy extensa de esa salvación, que Jesús describe en su enseñanza, abraza la geografía de este mundo. Sin embargo, el Evangelio nos exige un estilo de vida, un hilo conductor, que oriente nuestras actividades y cansancios hacia el Señor y al servicio generoso de los necesitados. La puerta estrecha no tendrá entonces para nosotros un sentido de despojo o de adelgazamiento, sino de proyección a un objetivo.

4.- Los grandes patriarcas de Israel, Abraham, Isaac, Jacob y los profetas”, dice Jesús, realizaron ese ideal de salvación, sobre el cual preguntaba algún discípulo. Quizás por haber sido buscadores, no anclados todavía en un esquema, su peregrinaje los condujo a la patria.

Pero a la vez, abriendo de par en par esa puerta que él llama estrecha, el Maestro añadió: “Vendrán de Oriente, Occidente, Norte y Sur y se sentarán a la mesa en el reino de los cielos”. Enseñanza que molestó a muchos de los presentes, pues descalificaba el sistema religioso judío y proyectaba la salvación de Dios más allá de las fronteras de Israel.

Todo lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Hemos tomado en serio el principal negocio que es salvarnos? ¿Seremos más honrados que algunos no creyentes de buena voluntad? ¿Es notable nuestra capacidad de servicio, más allá de los esfuerzos profesionales y financieros? Pues lo importante no es averiguar cuántos se salvan, sino saber si entre ellos se encuentra con claridad mi nombre.

Gustavo Vélez, mxy

Amor y temor

1.- «Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua…» (Is 66, 18) Las fronteras cerradas y estrechas del judaísmo se rompen con la llegada del Mesías. Antes de venir Cristo, los judíos pensaban que sólo los hijos de Abrahán, los de raza hebrea, podrían entrar en el Reino de Dios. Llevados de esa enseñanza procuraban no mezclarse con los gentiles, hasta el punto de considerar que era una mancha entrar en una casa de paganos. En contraste con esta doctrina, Jesús enseña que no es la sangre ni la carne la que salva, que no basta con tener por antepasados a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob para entrar en el Reino.

Ante el escándalo de sus oyentes, Cristo llega a afirmar que Dios puede hacer brotar hijos de Abrahán de las mismas piedras. Y que muchos de Oriente y de Occidente se sentarán un día en la mesa del Reino. Entre nosotros puede ocurrir algo parecido. Podemos pensar que por el mero hecho de pertenecer a una familia cristiana ya somos cristianos. Hay que salir de ese error. Se es cristiano no por unas creencias o por unas prácticas semanales, sino por toda una vida en conformidad con el Evangelio.

«Vendrá a ver mi gloria…» (Is 66, 21) La gloria de Dios, ese resplandor que llena de gozo y de paz el corazón del hombre. Ver la gloria divina, en efecto, es suficiente para colmar todas las ansias que acucian el espíritu humano. Buena prueba de ello es la exclamación de san Pedro cuando, en el Tabor, contempla por unos momentos la gloria del Señor y dice lo bien que se está allí. Es cierto que sólo en el cielo se podrá contemplar plenamente esa gloria, gozando sin término el mayor bien que jamás podremos ni imaginar. Pero también es cierto que el gozo de la vida eterna se comienza a gustar en esta vida de aquí abajo. Por eso los cristianos que son fieles son también felices.

El Señor, deseoso de nuestra felicidad, quiere adelantarnos algo de la dicha y la alegría del cielo. Por eso se preocupa de señalarnos bien claro el camino que hemos de recorrer por medio de sus Mandamientos, inscritos en nuestro mismo corazón como una Ley natural, que determina lo bueno que nos beneficia y lo malo que nos perjudica. Es una Ley que él da a todos los hombres, pues todos están destinados a ser sus hijos, a gozar un día de la gloria eterna, y a pregustar, entre amarguras quizá, el sabor inefable de su cercanía y su amor.

2.- «Alabad al Señor todas las naciones…» (Sal 117, 1) Hay un período de la Historia de la salvación en el que Dios se fija de modo casi exclusivo en un pueblo, el de Israel. Con los hijos de Jacob, en efecto, sella una Alianza por la que establece unas relaciones de intimidad como jamás se conoció entre los pueblos y sus dioses. Bien podían los judíos estar orgullosos de aquella situación, considerarse privilegiados con respecto a las demás naciones. Pero aquella situación era provisoria, un primer paso hacia una realidad distinta. Ya desde Abrahán se habló de que las promesas hechas al patriarca alcanzarían también a otros pueblos, innumerables como las estrellas, y que serían bendecidos con él.

Con Jesús se realizan dichas promesas. Las predicciones de los antiguos profetas se cumplieron con creces. Ocurrió como tantas otras veces, las palabras de Dios fueron sobrepasadas por sus obras. Su Alianza, en efecto, se extiende a todas las razas y los pueblos, que desde Cristo alcanzan la misma categoría de hijos de Dios, al igual que quienes eran herederos directos de las promesas.

«Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre» (Sal 117, 2) El motivo principal para aclamar al Señor, para alabarle desde lo más íntimo de nuestro ser, es la firmeza de su misericordia para con nosotros, su fidelidad que dura por siempre, la certeza de que el amor divino no es voluble y caduco como el amor humano. Los hombres, efectivamente, solemos amar de modo irregular. Hay momentos en los que el amor humano alcanza cotas muy elevadas, momentos en los que parece imposible que se pueda amar tanto. Pero también es verdad que ese mismo amor puede decaer y enfriarse, desaparecer incluso, y lo que es peor, convertirse en odio. En cambio el amor de Dios es siempre vivo y fuerte, ardiente y apasionado. Amor que ni la muerte es capaz de apagar. Amor sin límites, amor inefable, indefinible, muy por encima de cuanto podamos decir o imaginar. Por eso precisamente todos los pueblos y todas las naciones, cada uno de nosotros en nuestro corazón, hemos de alabar y proclamar la gloria de Señor.

4.- «Hermanos: habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron» (Hb 12, 5) Con qué facilidad nos olvidamos de las cosas. Bastan a veces unas horas para que ya no recordemos lo que se nos dijo. Incluso sentimientos fuertes, o palabras que nos llegaron muy hondo, se borran con el correr del tiempo. La Santa Madre Iglesia, conocedora de nuestro modo de ser, nos repite sin cesar las enseñanzas de Cristo, para que nunca las olvidemos y las tengamos siempre presentes.

Hoy nos habla de una cuestión que sin duda es fundamental en nuestra vida. Hijo mío, nos dice, no rechaces el castigo del Señor, ni te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Aceptad la corrección, -se nos dice hoy-, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?

Sí, Dios es un padre bueno y justo para nosotros, nos ama entrañablemente, se preocupa de nuestro bien. Nos corrige con amor y con fortaleza… Sería muy triste que Dios se desentendiera de nosotros, que no nos apartara del mal camino, que no nos quitara de las manos lo que puede perjudicarnos, que no nos hiciera caer en la cuenta de nuestros errores. Gracias, Dios mío, por tu paternidad eficiente y auténtica, gracias por tus castigos que brotan de tu profundo y sincero amor.

«Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele» (Hb 12, 11) Dios no es como algunos se lo imaginan, bonachón y permisivo, incapaz de corregirnos con fortaleza. Ese Dios es sólo un ídolo que nosotros mismos nos fabricamos. Dios castiga de verdad. Entonces el hombre siente con intensidad el dolor y la amargura. Lo correcto es que el peso de la justa ira divina le doblegue al hombre, hasta hacerle reconocer su pecado, y moverle al arrepentimiento, a volverse compungido a Dios y pedir perdón de su pecado.

También pudiera ocurrir que el dolor y el sufrimiento endurecieran el corazón del hombre, hicieran de él un rebelde que se levanta contra los planes de Dios. Esa actitud sería inútil y perjudicial. La culpa, en lugar de desaparecer, se acrecentaría. Y en vez de atraer la misericordia divina se encendería más y más la terrible ira de Dios.

Hay que mirar las cosas con ojos de fe, con la actitud humilde del buen hijo que reconoce su culpa y se duele de haber ofendido a su padre. En ese caso renace el fruto de una vida honrada y en paz. Por eso, el texto sacro nos dice: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por la senda llana… Sí, vamos a ver la mano de Dios Padre en cada encrucijada dolorosa, recordemos que Dios nos ama y por tanto nos castiga a veces y así nos corrige.

4.- «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» (Lc 13, 23) San Lucas nos presenta en el Evangelio de hoy a Jesús que camina hacia Jerusalén. Es un viaje prolongado que el tercer evangelista refiere en más de una ocasión. En este detalle han visto los exégetas la intención de presentar toda la vida pública de Jesucristo como un largo itinerario hacia la Ciudad Santa, el lugar del sacrificio supremo del Señor, y también de victoria total sobre la muerte y sus enemigos. Jesús avanza, día a día, hacia la inmolación de su vida en la cruz, camina sin tregua hacia la entrega decidida y generosa a la voluntad del Padre. Es un itinerario largo, y penoso a veces, que conduce, sin embargo, al triunfo y la gloria. Un recorrer las etapas que nos llevan a la salvación, un ejemplo claro para que también nosotros hagamos de nuestros días un camino, empinado o llano, que nos lleva hasta Jerusalén, hasta la cruz y la gloria.

Alguien le propone al Señor una cuestión que a todos nos interesa, ya que a todos nos afecta. Le dicen si serán pocos los que se salven. La misma formulación parece esperar ya una respuesta restrictiva. No obstante, Jesús no responde en ese sentido. Se limita a decir que hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Añade que muchos intentarán entrar y no podrán hacerlo. Pudiera parecer a primera vista que entonces serán menos los que se salven que los que se condenen. En realidad el Señor sólo dice que lo intentarán inútilmente. Eso no excluye que sean más los que también lo intenten con buen resultado.

Por otra parte, hemos de pensar que el sacrificio redentor de Jesucristo es de un valor infinito, capaz de cubrir con el amor que supone todos los pecados del mundo. Además hemos de tener presentes otros pasajes de las Sagradas Escrituras en los que se habla de la muchedumbre enorme que nadie podría contar. Así en el Apocalipsis, además de los escogidos de Israel, se habla de esa multitud innumerable perteneciente a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Otro dato que nos ha de llenar de esperanza es el saber que en Dios destaca de forma particular su misericordia, su capacidad infinita de perdón y de olvido. Dios es amor, nos dice san Juan en una descripción sencilla y entrañable. Amor que sabe de compasión y de perdón.

Sin embargo, no nos engañemos, no nos fijemos sólo en un aspecto de la cuestión. En este mismo pasaje habla Jesús de que habrá quienes se queden fuera, quienes sean arrojados a las tinieblas exteriores, al fuego eterno donde reina la tristeza y el dolor, donde habrá llanto y rechinar de dientes… Ojalá que el amor divino nos mueva eficazmente a cumplir siempre la voluntad de Dios. Y si tan grande amor no nos mueve, que al menos nos conmueva la terrible y cierta amenaza de un castigo eterno.

Antonio García Moreno

Jesús quiere reunirnos a todos

1.- «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua». Este el proyecto de Dios: reunir a todos los hombres en Cristo, que será «todo para todos». Tener confianza en Dios es entrar en este inmenso esfuerzo de reunión universal en el que «Alabarán a Dios todas las naciones» (Salmo 116). Los mensajeros de Dios anunciarán su gloria entre las naciones, unos en el seno de su familia, otros en su trabajo y en sus relaciones con los demás. ¿Qué es anunciar el Evangelio? ¿No será permitir que cada uno alabe a Dios, le festeje y le honre como el Dios que ama y que salva?

2. – «Dios os trata como a hijos». Nos dice la Carta a los Hebreos que debemos aceptar la corrección de Dios, como Padre bueno que quiere el bien de sus hijos y por eso les muestra el buen camino. No es un padre paternalista. Hemos comprendido cada vez mejor a partir de Jesús que el verdadero padre no es el que tiene un poder de vida y de muerte sobre su hijo, sino aquél que le hace existir plenamente. El sufrimiento no es siempre un castigo natural, ni una prueba o test de valor, sino una ocasión de ir más lejos. Dios nos lleva de su mano, nos va soltando poco a poco, pero siempre está pendiente de nosotros. Quiere que seamos nosotros los que aprendamos y nos realicemos como personas. De lo contrario seríamos siempre niños. En el mundo judío los acontecimientos estaban relacionados con el cielo: unos eran la ocasión de dar gracias, otros eran considerados como pruebas. En un principio Dios intervenía como causa del sufrimiento para castigar, para atestiguar o para verificar la calidad de la confianza como en el caso de Job. Con el tiempo y la reflexión la revelación divina les hizo entender que el hombre dolorido podía ser un justo. Entonces la prueba fue considerada como un signo de la educación paternal de Dios. Este es el sentido que quiere dar a la prueba el autor de la Carta a los Hebreos: «Quien bien te quiere, te hará llorar». Sin embargo, para Jesús el sufrimiento no es un castigo enviado por Dios, ni tampoco un acto de educación. Es, sobre todo, una ocasión que hay que aprovechar para amar más, para acercarnos más a Dios.

3. – «Hay últimos que serán primeros….». Nos advierte Jesús de nuestra falsa seguridad. Jesús habla de «puerta estrecha», de que no vale decir «hemos comido y bebido contigo». Suenan muy duras las palabras de este evangelio «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados». Puestas en boca del dueño de la casa son temibles. Podemos decir que no somos de los de Cristo sólo por el hecho de estar bautizados, sino porque hemos optado por El, hemos decidido seguirle y por eso le conocemos. No le conocen aquellos que no siguen los criterios del Evangelio: aquellos que practican la violencia, que dejan morirse a sus hermanos de hambre, que explotan a su prójimo, que no son capaces de perdonar. No le conocen a El, y tampoco El puede reconocerles entre los suyos. La puerta es estrecha porque vivir el Evangelio es tarea difícil y comprometida. Pero esta puerta está siempre abierta…… En todo momento podemos volver sobre nuestros pasos para entrar por ella. Sólo podremos pasar si nos convertirnos a Cristo y a su Evangelio. Habrá muchos que practican el Evangelio aunque no lleven el nombre de cristianos. El Bautismo por sí mismo no es un salvoconducto, es necesario responder con nuestra obras. Por ello puede sorprendernos que «los que no son de los nuestros» nos tomen la delantera en el reino de los cielos. Los últimos de este mundo serán los primeros: los pobres, oprimidos, rechazados, desterrados, aquellos que tienen un corazón abierto a los demás pueden ser los primeros. ¿Serán muchos, o serán pocos los que se salven? San Pablo dirá que «Dios quiere que todo los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Jesús no nos dice el número ni el tanto por ciento, sólo nos muestra el camino para llegar a la salvación. Son las cosas de Jesús…

José María Martín OSA

«Me esperarás a la puerta»

1.- La pregunta es taxativa: “¿Serán muchos…?”. Es una pregunta que con frecuencia se oye: ¿Irán muchos al infierno? Naturalmente que nunca nos metemos nosotros, porque aquello de que al cielo iremos los de siempre, los que venimos a misa todos los domingos. Posiblemente ese era el sentido que quería darle a la pregunta el que la hizo, que si además de los de siempre irán otros al cielo.

Y la contestación del Señor a ese israelita imbuido en el pensamiento de que solo ellos eran el pueblo elegido es clara: de oriente y de occidente vendrán multitud de gente que entrarán en el Reino y se sentarán junto a los buenos israelitas de todos los tiempos, los representados por Abrahán, Isaac y Jacob.

Ya no hay raza ni pueblo elegido, tampoco lo hay ahora en nuestros tiempos. No nos vale haber sido una nación católica, ni tener muchas catedrales que se nos están desmoronando en polvo, ni haber tenido una madre gran rezadora del Rosario, ni una tía monja carmelita, porque en el cielo hay que entrar uno a uno, sin recomendaciones, y por una puerta tan estrecha que para pensar por ella hay que dejar toda clase de mochilas. La única carga que se nos permite meter allí es la sencillez y bondad de corazón.

2.- Habéis visto a esos jóvenes, ellos y ellas, cargados de enormes mochilas, hundidos bajo su peso que intentan subir al tren que a la sierra, cerca de Madrid. Y tienen que hacer toda clase de piruetas para entrar en el vagón. Pues ante la puerta estrecha del Reino no hay piruetas que valgan. O tiras al andén la mochila o no subes al tren.

Y todo el que tire la mochila, sea judío o pagano, entra en el tren porque el primero que está interesado de que todos suban al tren es el Señor, el maquinista, el primero que subió a ese tren por su Resurrección y que quiere entrar en su Reino con el tren repleto de gente buen corazón. El que hará toda clase de piruetas para ayudarnos a subir al tren sin mochila es el Señor.

3.- Os voy a leer una nota encontrada en el bolsillo de un soldado norteamericano muerto en la II Guerra Mundial, en el Norte de África:

“Escúchame, Dios mío, jamás te había hablado. Me dijeron que no existías y yo les creía. El otro día, desde el fondo de un hoyo de obús, vi tu cielo. Y de repente me di cuenta que me habían engañado. Me pregunto, Dios, su tú te dignarías estrecharme la mano y creo que me vas a comprender… Qué extraño que haya necesitado llegar a este lugar infernal para poder ver tu rostro. Te quiero y quiero que lo sepas. Va a empezar un horrible combate. Es posible que llegue a ti esta misma tarde. No habíamos sido amigos hasta ahora. Me esperarás a la puerta”.

José María Maruri, SJ

Una frase dura

Es sin duda una de las frases más duras de Jesús para los oídos del hombre contemporáneo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha».¿Qué puede significar hoy esta exhortación evangélica?, ¿hay que volver de nuevo a un cristianismo tenebroso y amenazador?, ¿hemos de entrar otra vez por el camino de un moralismo estrecho?

No es fácil captar con precisión la intención de la imagen empleada por Jesús. Las interpretaciones de los expertos difieren. Pero todos coinciden en afirmar que Jesús exhorta al esfuerzo y la renuncia personal como actitud indispensable para salvar la vida.

No podía ser de otra manera. Aunque la sociedad permisiva parece olvidarlo, el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.

Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente. Se trata de asumir las renuncias necesarias para vivir de manera digna y positiva. Así, por ejemplo, la verdadera vida es armonía. Coherencia entre lo que creo y lo que hago. No siempre es fácil esta armonía personal. Vivir de manera coherente con uno mismo exige renunciar a lo que contradice mi conciencia. Sin esta renuncia, la persona no crece.

La vida es también verdad. Tiene sentido cuando la persona ama la verdad, la busca y camina tras ella. Pero esto exige esfuerzo y disciplina; renunciar a tanta mentira y autoengaño que desfigura nuestra persona y nos hace vivir en una realidad falsa. Sin esta renuncia no hay vida auténtica.

La vida es amor. Quien vive encerrado en sus propios intereses, esclavo de sus ambiciones, podrá lograr muchas cosas, pero su vida es un fracaso. El amor exige renunciar a egoísmos, envidias y resentimientos. Sin esta renuncia no hay amor, y sin amor no hay crecimiento de la persona.

La vida es regalo, pero es tarea. Ser humano es una dignidad, pero es también un trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la sociedad permisiva es confundir la «felicidad» con la «facilidad». La advertencia de Jesús conserva toda su gravedad también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida ni la eterna.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XX de Tiempo Ordinario

Desajuste

Un sacerdote comenzó su homilía así: «Me da vergüenza predicar lo que no practico. Sin embargo, si predicara lo que practico, sería mucho más vergonzoso y me avergonzaría doblemente». Raros son los líderes espirituales cuyas palabras y hechos coinciden perfectamente. Sólo de Jesús podemos decir que es «Palabra encarnada»; todos los demás se quedan cortos, más o menos. Esta toma de conciencia debe producir dos resultados: el líder debe ser humildemente consciente de este desajuste entre sus palabras y sus actos y buscar continuamente la Gracia de Dios para salvar la brecha; y los destinatarios de su ministerio deben mirarle con compasión y comprensión, y como aconseja Jesús hoy, deben escuchar sus palabras sin imitar necesariamente sus actos. Para la imitación, debe bastar el modelo de Jesús. También debemos rezar por los líderes, así como por nosotros mismos, pues también nos quedamos cortos.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – San Bernardo

Hoy celebramos la memoria de san Bernardo.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 17, 20-26):

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Hoy vemos a Jesús dirigirse en oración a favor de los discípulos de todos los tiempos, los de entonces y los que vendrían después gracias al testimonio de los cristianos de todas las generaciones: «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos» (Jn 17,20). El deseo de Jesús no abarca solamente la extensión del Reino de Dios, sino también su unidad; y en ello se pone de manifiesto la catolicidad de la Iglesia: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti» (Jn 17,21). Y este “todos” se refiere a todos los cristianos de todas las épocas y de todas partes del mundo: todos viviendo en comunión con Aquél que es el único Dios verdadero en el seno de la Iglesia una.

Uno de los discípulos presentes en el corazón de Jesús, y por quien oró, fue san Bernardo de Claraval (1090-1153), gran renovador de la vida cristiana y del monaquismo a principios del segundo milenio. Con la mirada y el pensamiento puestos en Cristo, san Bernardo oraba y trabajaba por la unidad de la Iglesia, por la comunión entre los hermanos y por la vivencia de una vida verdaderamente cristiana con la extensión del Reino de Dios. Cimentado en el amor de Dios, san Bernardo exhortaba a sus monjes a vivir en la caridad, para alcanzar así la unidad en uno mismo y en la Iglesia: «Amémonos, porque somos amados: es nuestro interés y el interés de los nuestros. En aquello que amamos, nosotros reposamos; a quienes amamos, les ofrecemos nuestro reposo. Amar en Dios significa tener caridad; buscar ser amados por Dios, quiere decir servir a la caridad».

Siguiendo las enseñanzas de san Benito, San Bernardo se aplicó en la escuela del servicio divino y así nos mostró la importancia de la vida comunitaria en la fe cristiana.

Rev. D. Joaquim MESEGUER García