Lectio Divina – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

¿Qué he hecho con los talentos que Dios me ha dado?

1.- Oración Introductoria.

Señor, en esta hermosa parábola de los talentos, quiero agradecerte los dones y cualidades que me has dado. Ni más ni menos. Toda mi vida es un bonito regalo que Tú me has hecho y la vida vale mucho más que los trabajos que haga en ella. No quiero que aparezca en mi cuaderno de vida el verbo “enterrar” sino el “fructificar”. Sólo se puede enterrar lo que ya está muerto, y sería un gran pecado enterrarse en vida.

2.- Lectura sosegada del evangelio. Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el de los dos talentos dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo. Mas su señor le respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Lo primero que salta a la vista es un Dios que reparte bienes a todos. Dios es pura generosidad, puro derroche. Lo suyo es dar y no cansarse de dar. Hablando al modo humano, diríamos que Dios se realiza “dando”. Pero no da a todos igual sino según la capacidad de cada uno. Con lo que Dios nos ha dado a cada uno podemos realizarnos, podemos triunfar en la vida, sin pensar que al  otro le ha dado más. Si te compras unos zapatos   y calzas el 41 no pides el número 44 porque te cuesta lo mismo. Con el 44, se te saldrá el zapato del pie y no  podrás  caminar. Al que le ha dado dos talentos no le exige, a la vuelta, 5 sino sólo dos. Lo importante es estar contentos con lo que Dios nos ha dado a cada uno sin tener envidia de nadie. Al que no alaba sino que lo rechaza es al que “ha enterrado el talento” y no ha negociado. Y aquí está el pecado de omisión al que le damos tan poca importancia. El no hacer el bien es un gran mal. El bien que no hayamos hecho se quedará sin hacer. El tiempo perdido, las horas vacías rodarán vacías por toda la eternidad sin que nadie, ni Dios, pueda llenarlas de sentido.

Palabra del Papa.

“En este pasaje pareciera descubrir un Dios severo, un Dios ambicioso que sólo se preocupa por su dinero y por la eficacia de sus empleados. Pero necesito no quedarme en lo superficial de tu Evangelio sino poder ir a lo profundo, a la enseñanza que me quieres dejar. Algo en lo que podría fijar mi mirada es que no dejas a ningún obrero sin talento. A todos les das algo con lo cual puedan fructificar. A uno le das diez, a otro cinco, a otro uno. Y a mí, ¿cuántos me has dado? … Dame la gracia de descubrir cuáles son esos talentos y ayúdame a no compararme con aquellos que puedan tener más o mejores talentos que los míos. Tú has repartido los talentos de acuerdo a la capacidad de cada uno… «Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos —de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo”.(S.S. Francisco, Angelus, 8 de noviembre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito. Trabajar hoy con gusto sin perder un minuto sabiendo que así le agrado a Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, estoy feliz y contento con los dones y cualidades que me has dado. Quiero trabajar con ellos sin perder el tiempo. Y mi recompensa no quiero que sea otra que la de saber que Tú estás contento conmigo. No quiero defraudarte, quiero llegar hasta la línea que Tú me has marcado. Mi  mejor recompensa eres Tú, Señor.

ORACIÓN POR LA PAZ.

Señor Jesús, ten piedad de nosotros y concédenos la paz y la unidad, no permitas que nos soltemos de tus manos y danos un corazón capaz de amar como tú nos amas. María Madre nuestra, auxílianos en estas difíciles horas de la tribulación, se nuestra fuerza y consuelo. Cúbrenos con tu manto y que la sangre de tu bendito Hijo nos proteja de todo mal.

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Protocolo según el Evangelio

1.- “Dijo entonces Jesús: Cuando te conviden a una boda no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú y el que te convidó te dirá: Cédele el puesto a éste”. San Lucas, Cáp. 13. La imagen de sí mismo que cada uno cultiva en su interior, es bien distinta de aquella que poseen nuestros prójimos. Lo comprueban aquellos invitados a la boda, observados por Jesús: Al entrar en la sala del banquete, se ubicaban de inmediato en los primeros puestos. El Maestro rechaza esta búsqueda de honores que ocasionaba entre los judíos frecuentes conflictos, y nos presenta un novedoso escalafón desde el Evangelio: “El que quiera ser grande entre vosotros, hágase vuestro servidor”. Una norma que, al parecer, se quedó enterrada en los archivos bíblicos, pues muy pocos la ponen en práctica.

2.- El texto de san Lucas habla más bien de los “primeros lechos”. Especie de divanes, donde se reclinaban los convidados en torno al dueño de casa. Pero la aspiración imprudente a un sitio de honor, lo advierte Jesús, traía sus peligros. Si llegaba algún personaje más digno, el anfitrión se acercaría para decirte: “Cédele a éste el puesto. Entonces avergonzado irás a ocupar el último lugar”. Los penúltimos ya estarían ocupados. Por el contrario, esquivar ese arribismo tendría sus ventajas: “Es posible que el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Y quedarás bien delante de todos”.

Con estas advertencias el Señor preparaba la sentencia final de su discurso: “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Algo que ya enseñaba la literatura sapiencial y leemos en el Eclesiástico: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Porque el Señor revela sus secretos a los humildes”.

3.- Sin embargo existe una ley, cercana a aquella de la gravedad de los cuerpos, descubierta por Isaac Newton: En la medida en que alguien vale poco, en igual misma medida se preocupa compulsivamente de aparecer. En cambio las personas calificadas, ya en la sociedad, ya en la Iglesia, procuran siempre pasar inadvertidas. Se gratifican en su realización personal y en su capacidad de servicio.

De otro lado, esta sencillez garantiza un toque indiscutible de Evangelio. Ya el Señor lo enseñó cuando criticaba los fariseos: “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres. Buscan el primer puesto en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas. Que se les salude en las plazas y que la gente los llame: Maestro”.

4.- Pero alguno podría preguntarse: ¿Y cuánto valgo yo? ¿Cuántas son mis virtudes, ante Dios y mis méritos? Otras más entre las cuestiones inútiles que suscita una fe poco filial. Si el Señor al decir de Isaías, ha medido a puñados el mar y a cuartillos el polvo de la tierra, sabe muy bien el valor y los quilates de cada corazón humano. Y esto es lo esencial. Porque en orden a la salvación, el asunto no es de pesas y medidas, sino de amor. De mucho amor y de misericordia.

Gustavo Vélez, mxy

Comentario – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

Mt 25, 14-30

Velar, esperar la venida de Jesús. No es un sueño sentimental y pasivo. Incluso si la parábola de ayer es toda ella una poesía que ha afectado nuestra sensibilidad. Cada parábola escatológica tiene su propio matiz. Hay que considerarlas a la vez, como complementarias.

Jesús viene… como un «ladrón»

que sorprende cuando no se lo espera…

como un «prometido»

que introduce en su intimidad….

como un «dueño» que pide cuentas…

Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes.

Jesús preveía el tiempo de su «ausencia».

Jesús quería que cada uno de nosotros tomara la responsabilidad de su propia vida. Todo lo que tenemos es un bien que nos ha sido confiado. Dios ha tenido confianza en nosotros al darnos «sus bienes». Yo soy «propiedad privada» de Dios. Todos los dones, todos los valores y riquezas que están en mí, le pertenecen.

Pero las tengo en depósito y Él espera que con ellas tome iniciativas.

A uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno sólo…

¡Desigualdades aparentes!

«¡Injusticia!» gritamos, porque a menudo nos quedamos en las apariencias materiales de las cosas.
Pero la desigualdad es un hecho. Inútil taparse los ojos.

El que recibió cinco, ganó otros cinco… El que recibió dos, ganó otros dos…

Si adoptamos el punto de vista de Dios, tenemos la igualdad absoluta entre los hombres: es la igualdad de las posibilidades, la igualdad fundamental… A cada uno se le pide «lo que puede y debe dar» El que ganó dos talentos fue recompensado al igual del que ganó cinco. Principio esencial, tan raramente respetado en nuestras sociedades humanas. ¡Nuestras sociedades son niveladoras! Todo el mundo igual. Todos cortados con el mismo patrón. Para Dios, por el contrario, no hay dos hombres intercambiables: cada uno tiene sus particularidades, sus riquezas. Hay una «nota» en el «concierto» que sólo yo puedo dar, y que Dios escucha. Hay «talentos» en el conjunto de la historia del cosmos que sólo yo puedo desarrollar y que Dios espera de mí. Soy irremplazable a los ojos de Dios. Todo ser humano es irremplazable a los ojos de Dios.

Al cabo de mucho tiempo volvió el dueño de aquellos empleados y se puso a saldar cuentas con ellos.

¡Velar! ¡Esperar la «venida» de Jesús!

Pero no cruzados de brazos y piernas.

A Dios le agrada la gente activa, con inventiva, creadora. Tomar iniciativas. Poner en marcha nuevas empresas. Promover la producción agrícola. Transformar la naturaleza para favorecer su mejor rendimiento. Desarrollar la propia inteligencia, mejorar la salud. Ayudar a la promoción colectiva de los hombres. Estimular el crecimiento. Engendrar. «Desarrollo»… palabra mágica para tantos pueblos que quisieran vivir mejor. Tarea humana grandiosa, magnífica. Tarea que Dios nos ha confiado. ¿Me he apuntado a ella?

¡Empleado negligente y cobarde! Quitadle su talento… echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el apretar de dientes.

El mismo final trágico que en la parábola de las «doncellas prudentes y necias».

Ninguna parábola como la de los talentos, nos dice tan claramente, que cada ser humano construye su propio Juicio: el Juicio ya ha empezado… Es HOY.

Noel Quesson
Evangelios 1

Los primeros puestos

1.- «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso» (Si 3, 19) Son consejos de Ben Sirac, el sabio inspirado por Dios. Palabras llenas de ciencia, fórmulas cargadas de sabiduría. En este pasaje el maestro aconseja al discípulo la humildad. Si en su vida procede humildemente será querido por todos, se le estimará más que al hombre generoso. Y es cierto. La persona que es humilde, sinceramente humilde, es sencilla, afable. Por su trato se da a querer…

Ser humilde, ser sencillo. Olvidarse de sí mismo, estar contento con lo poco o lo mucho que la vida trae consigo. Ser consciente de la propia limitación, atribuir a Dios todo lo bueno que se pueda tener, o que se pueda ser. No considerarse más que los demás, tratar a todos con la misma sonrisa, sin mirar a nadie por encima del hombro… El hombre humilde no tiene complejos, no teme quedar mal; no le importa que noten sus limitaciones. El humilde es por eso un hombre realmente libre.

«Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios» (Qo 3, 20 La fuerza de atracción de la humildad es tan grande, que ni Dios se resiste a ella. Sí, el Señor también se siente atraído por el que es humilde. Muchas veces vemos a Jesús inclinarse hacia el que es pequeño, pobre, enfermo, discapacitado, humilde.

La mujer que Dios escoge por madre es una muchacha oculta entre la gente de su tiempo, una muchacha sencilla que habita en un pueblecito olvidado en las montañas de Galilea. La Virgen lo comprende y exclama: «Porque has mirado la pequeñez de tu esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones». Sí, Dios ensalza al humilde y abate al soberbio, enriquece al pobre y despide vacío al rico. Desprecia al que se cree justo y abraza al que se siente pecador… Luz, Señor, luz para descubrir la propia pequeñez. Valentía para aceptarla con sencillez. Humildad siempre, por muy alto que tú nos subas. Conscientes de que somos la nada, de que tú eres el todo.

2.- «Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría…» (Sal 65, 4) A menudo hay quien piensa que los santos eran gente triste, hombres tan deseosos del cielo, que llegaban a despreciar la tierra. Seres aburridos y sin ilusiones, penitentes de caras alargadas y palabras sentenciosas. Nada más lejos de la realidad, pues esa visión de la santidad no es más que una burda caricatura de la misma.

Hoy nos recuerda el salmista que los justos son personas alegres, que gozan hasta rebosar de júbilo. Hombres con buen humor que saben descubrir el lado positivo de todo, prontos a la sonrisa, fáciles a la palabra amable, al gesto simpático. El Justo por excelencia, Jesucristo, fue sin duda una persona amable. De lo contrario, no hubiera arrastrado a las muchedumbres detrás de sí, ni habría sido abordado por los niños que se acercaban confiados a él. Hay que convencerse, por tanto, de que el hombre justo es un hombre alegre, agradable en el trato y atrayente.

«Cantad a Dios, tocad en su honor, alegraos en su presencia…» (Sal 65, 5) La alegría hace cordial la convivencia, el gozo llena el corazón de luz hasta rebosar en la mirada, el júbilo verdadero hace brotar espontánea la felicidad y la paz interior. Pero todo eso sólo es posible para quien está cerca de Dios, para quien vive convencido de ser hijo suyo. Pidamos ayuda al Señor para poder alcanzar esa dicha que nos hará alegres y comunicativos, optimistas y serviciales. Todos anhelamos tener esa paz, esa dicha inefable que bulle por dentro y se nota por fuera. Vamos, entonces, a intentar otra vez ser justos y alcanzar así la deseada felicidad.

Intentarlo, quererlo. Ahí está el meollo de la cuestión, en querer de veras ser fieles a la voluntad divina. También cuando nos cueste o nos duela. Podemos estar persuadidos de que ese sufrimiento, pequeño de ordinario, no se puede ni comparar con el gozo que el ser fieles al Señor comporta. Ojalá lo comprendamos y lleguemos a gozar de esa dicha inefable y maravillosa de los hijos de Dios.

3.- «Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible…» (Hb 12, 18) No, los cristianos no hemos vivido los acontecimientos que vivieron los israelitas, el antiguo pueblo de Dios. Estos hombres liberados del yugo de la esclavitud de Egipto, atravesaron el desierto en un éxodo lleno de penalidades. Cuarenta años de andaduras sin límites, de hambre y de sed, lento exterminio de toda una generación.

Fueron testigos del Dios terrible del Sinaí, de su manifestación gloriosa y fulgurante en medio de fuego y de truenos. El miedo les hizo retroceder ante aquel espectáculo espantoso. La voz de Dios resonó con fuerza y al oírla el pueblo suplicó que no siguiera hablando, que fuera Moisés quien les transmitiera su mensaje. Fue una etapa inolvidable. De aquella prueba surgió un pueblo fuerte, capaz de enfrentarse contra los que habitaban en la tierra prometida. Estos hechos quedaron grabados para siempre en el corazón del pueblo escogido. Su recuerdo, removido a través de diversos ritos y fiestas, seguirá manteniendo la fe y la esperanza de los israelitas.

«Vosotros os habéis acercado al monte Sión…» (Hb 12, 22) Cuando llega la hora prefijada desde toda la eternidad, cuando Dios se encarna en las entrañas purísimas de la Virgen María, entonces una nueva etapa comienza. El Señor cambia de táctica. Ahora no será su aparición algo pavoroso, no se manifestará rodeado de estruendo. Dios llega hasta el hombre con toda la sencillez y la ternura de un niño pequeño. Su palabra ya no retumba, su voz no hace temblar los montes. Ahora habla con una voz humana, varonil y recia, con unos acentos que llegan hasta el fondo del alma. Son palabras luminosas, claras, penetrantes, consoladoras.

Una doctrina nueva llena de esperanza a los hombres, una ley de amor y de justicia ha entrado en vigor. Con Cristo comienza una nueva historia, la historia de los hijos de Dios. Esa que hemos de escribir cada uno de nosotros, día a día. Caminando decididos y alegres por el camino que Dios nos ha señalado, seguros de que así también nosotros entraremos en la Tierra de promisión.

4.- «Notando que los invitados escogían los primeros puestos…» (Lc 14, 7) El Señor no hizo distinción de personas. Ni siquiera tuvo prevención con los que le miraban con malos ojos, aquellos que le invitaban para observarle de cerca y espiarle a gusto. Jesús conocía sus intenciones, pero no les rehuye ni se esconde. Él había venido para salvar a todos, y a todos les da la posibilidad de que le conozcan y puedan amarle. Podemos decir que lo mismo ocurre ahora. En efecto, Jesucristo por medio de la Iglesia abre sus brazos a todos, no distingue entre rico o pobre, entre hombre o mujer, entre blanco o negro. El Señor quiere acercarse a la humanidad entera y se acerca de continuo de mil formas. Lo que ocurre a veces es que hay quienes no le acogen como se merece, quienes les cierran sus puertas, o se las abren a medias.

En aquella ocasión Jesús observa a los que han sido invitados a la boda, se da cuenta de cómo, a medida que van entrando, se colocan en los mejores puestos. Entonces el Maestro toma ocasión de este hecho para enseñarles cuál ha de ser la actitud y la conducta de un discípulo suyo. Quien quiera seguir su doctrina ha de actuar de una manera totalmente distinta. No ha de buscar el propio lucimiento, no ha de intentar ser el centro de la atención de los demás. Al contrario, ha de buscar la penumbra, el lugar más bajo, el pasar oculto. En un caso como el que están presenciando ha de elegir el último puesto, ser alzado a un sitio de más categoría por el dueño mismo de la casa. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Es una enseñanza cuyo alcance va más allá del caso de una invitación a un banquete. El Señor está pensando en otro banquete de más trascendencia, el banquete de las moradas eternas. Allí cada uno tendrá su puesto, cada uno gozará de su propia categoría. Entonces no valdrán los empujones ni las zancadillas para colocarse en los primeros puestos, no servirán las mentiras ni las apariencias. Entonces cada uno ocupará el puesto que realmente le corresponde, el suyo propio, ese que sólo Dios conoce. Puesto muy distinto quizá del que los hombres asignamos a los demás, o nos escogemos para nosotros mismos. Por eso no nos ha de preocupar otra cosa que ser grandes a los ojos de Dios, merecer sólo ante él y no ante los hombres.

El Maestro sigue exponiendo su enseñanza, apoyado en ese banquete del que toma parte. Al hombre que le ha invitado le dice que cuando dé una comida, o una cena, no invite a quienes le pueden corresponder con otra invitación semejante. Cuando des un banquete, le dice, invita a los pobres, a esos que no podrán corresponderte. Sólo así será Dios mismo el que pague, el que recompense su buena acción. Es decir, Jesús nos enseña que hemos de hacer siempre el bien, buscando no la recompensa y la gratitud de los hombres, sino la recompensa eterna de Dios.

Antonio García Moreno

La humildad, ojos para ver al Señor

1.- Cuando uno aprovecha la oportunidad de viajar hasta Tierra Santa y visitar la Basílica de la Natividad no tiene otra opción, si desea entrar hasta la gruta donde nació Cristo, sino agacharse para poder acceder por una pequeña puerta denominada precisamente “la puerta de la humildad”.

Abrir el evangelio de este domingo veraniego es caer en la cuenta de que a Dios se le gana y se llega mejor con una de las actitudes más sublimes y más escasas en la vida del ser humano: la humildad. El orgullo lo adquirimos por naturaleza y, la humildad, es bendición de Dios.

Sólo los humildes fueron capaces de reconocer y de ver al Salvador. Los engreídos levantaron tan gigantescos muros de preceptos y de prejuicios delante de sí mismos que se quedaron petrificados en su propia arrogancia. Fueron incapaces de sentarse a compartir el festín por pensar que eran los primeros en todo y que no había nada que se les escapara a su entendimiento. Tan en primera línea pretendieron estar que, otros desde más atrás, contemplaron, gustaron y presenciaron la novedad que les traía Jesús con mayor nitidez y acogida.

2.- A Jesús se llega más rápidamente por la senda de la humildad; cuando somos capaces de confrontarnos a nosotros mismos con valentía y reconociendo equivocaciones o errores. Nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo o autosuficiencia. Alguien con cierta razón sentenció: “el orgullo es una lente sucia que nos impide sentir, seguir y vivir a Dios”. Lo intuyeron, precisamente por todo lo contrario, María, José, El Bautista y tantos hombres y mujeres de bien que supieron vestir la humildad no por apariencia y sí con el convencimiento de que, ese gran don, era el camino privilegiado para seguir las huellas de Jesús Maestro. Y es que es así; cuando somos gigantes en humildad estamos más cerca de lo auténticamente grande. Es un camino hacia la grandeza de Dios.

Qué bien lo expresó todo esto el cantautor argentino Facundo Cabral cuando dice que la humildad es dejarse mover por la mano de Dios:

Aprende del agua porque el agua es humilde y
generosa con cualquiera, aprende del agua que toma
la forma de lo que la abriga: en el mar es ancha,
angosta y rápida en el río, apretada en la copa, sin
embargo, siendo blanda, labra la piedra dura.

Aprende del agua que por graciosa se te escurre entre
tus dedos, tan graciosa como la espiga que se somete
a los caprichos del viento y se dobla hasta tocar con
su punta la tierra, pero pasado el viento la espiga
recupera su erguida postura, mientras el roble, que
por duro no se doblega, es quebrado por el viento.

Se blando como el agua para que el Señor pueda
moverte graciosamente en cumplimiento de tu destino,
y serás eterno como EL, porque sólo el que se
deja trascender por lo trascendental será trascendente

3.- Aún así, en el momento crucial que estamos viviendo respecto a las raíces cristianas de Europa y en otras tantas latitudes, no es bueno confundir humildad con cobardía o con decir que “sí” a todo y por todo. Algunos, a los que les molesta las más de cuatro verdades de Jesús de Nazaret, pretenden convencernos que la Iglesia ha de ser más humilde. ¿Más humilde en qué y de qué? ¿Humilde para presentar un mensaje descafeinado que no duela a los poderosos y grandes del mundo? ¿Humilde y vergonzante de sí misma y replegada en los atrios sagrados? ¿Humilde y perezosa para presentar con fuerza la vigorosidad de su mensaje? ¿Humilde y temerosa porque ya no ocupa lugares privilegiados como represalia por no comulgar con ruedas de molino? ¿Humilde y cobarde para no llamar a las cosas por su nombre?

Una cosa es la humildad y otra, muy distinta por supuesto, es pretender relegar a los últimos puestos lo que consideramos muchos de nosotros puede contribuir (con sus más y sus menos) al desarrollo íntegro (espiritual y material) de nuestros pueblos. La humildad, bien entendida, es hermana de la sinceridad y de la valentía.

4.- Ser los últimos, al estilo de Jesús, tal vez implica ser los primeros en defender a tiempo y a destiempo (guste o no guste) ciertos valores cristianos y humanos que, por ser rechazados es sinónimo de una etapa en clara decadencia. Y por ello mismo….tal vez conlleve el que seamos los últimos en el mundo para, según los parámetros de Dios, estar un poco más adelante en los asientos del cielo.

Sólo así podremos identificarnos más a Cristo, ser exaltados por El en el momento oportuno y ser abrazados con un cuidado definitivo.

Javier Leoz

Jesús quiere que seamos diferentes

1. – ¿El que se humilla será enaltecido, en que mundo vive el Señor? “España es diferente” fue una frase propagandística del turismo español. Y mientras ha sido diferente, hemos atraído turistas. Ahora que ya somos como los demás, con precios más caros, menos seguridad ciudadana y un calor insoportable, como no somos diferentes tenemos menos turismo.

Exacto pasa con el cristiano. Jesús quiere que seamos diferentes. Diferentes hasta humillarse (Y una cosa, ¿sabemos siquiera lo que esa palabra significa?) Mientras que el cristiano es diferente atrae a los demás. Y cuando se iguala a todos es tan vulgar como todos. Se le pasa la vida buscando lucir y buscar los primeros puestos y chismorrear sobre el lucimiento de los demás, el cristiano ya no es diferente, ya no atrae a nadie. Nos quedamos sin turismo

Qué ridículo le parecería al Señor ver cómo esos hombrecillos se apresuraban a buscar los puestos de honor en el banquete, cuando Él tenía todos los títulos para sentarse el primero el primero por ser el único ser grande, siendo Dios. Y qué ridículos le pareceremos cuando venimos a lucir hasta en la misma iglesia… Hay misas de moda en que chicos y chicas vienen a ver cómo viene fulanita y con quién viene. Bodas en que se viene a criticar los vestidos… o disfraces. Y hasta funerales masivos en los que los menos son los que realmente vienen a acompañar el dolor de la familia

Qué ridículos somos ante Dios y qué lejos estamos de Él que es sencillez infinita, como el aire puro que ni se ve ni se palpa, pero que ahí está vivificándolo todo. Seamos diferentes, siendo sencillos.

2. – Y a Jesús le faltó el aire de aquel banquete. Se le hizo irrespirable aquel ambiente, porque echó de menos a los suyos, a los que le seguían por los campos, los que por oírle se quedaban sin comer, los que no cuentan en la sociedad, los que no interesan porque no pueden dar nada, los que no pueden corresponder.

El Señor no se opone a una comida de amistad. De amistad verdadera deberían ser todos los banquetes y de amistad hizo el Señor el banquete Eucarístico, en el que se supone que todos somos hermanos y nos tratamos como hermanos. El Señor no recomienda un banquete de caridad, donde el pobre no puede asistir y verá al día siguiente en los periódicos a la despampanante anfitriona sonriendo para el fotógrafo. O la sonrisa del político –que muestra una imagen propia de un anuncio de dentífrico—calculando el número de votos posibles de aquellos descamisados. El Señor nos dice que no manipulemos al pobre. Y que e pobre tampoco manipule su pobreza.

Que busquemos la amistad y hagamos el bien con desinterés, que no seamos calculadores en el trato con los demás. Buscar el trato y la amistad por el provecho que algún día podamos sacar a la amistad, no es amistad. Es el más refinado de nuestros egoísmos.

3. – El amor da y se da sin esperar. Hay que saber dar a fondo perdido. Aun las personas más entregadas a los demás se quejan de vez en cuando de no encontrar correspondencia, de no encontrar ni si quiera agradecimiento. Y es mucha verdad.

Y esto es en lo que Jesús quiere que seamos los cristianos seamos “diferentes”. En que, a pesar de que abusen de nuestra bondad, sigamos tratando de dar y darnos, que aunque nos sintamos payasos, recibiendo bofetadas por ambas partes, no dejemos da dar y darnos, porque sólo en eso está el amor y por tanto la cercanía de Dios.

¿Quieres saber lo cerca que estás de Dios? Mira lo cerca que estás de los hermanos. Si te sientes lejos de ellos, muy lejos estás de Dios.

José María Maruri, SJ

El difícil ejercicio de la humildad

1.- El que se humilla será enaltecido. El mensaje fundamental de este domingo es la humildad. Dios mismo es humilde, pues Jesús se «anonadó» hasta someterse a la muerte de Cruz. «Hazte pequeño en las grandeza humanas» os recomienda el autor del eclesiástico. Cuando más grande seas, más debes rebajarte. Se hablará bien de ti, pues la gente no soporta a los soberbios y a los que creen que todo lo hacen bien. Admiramos sobre todo a aquél que ha conseguido con su trabajo grandes cotas, pero no se pavonea de ello. Es sin embargo difícil para los grandes de este mundo el no mirar desde lo alto. Se creen superiores a los demás……No es porque alguien nos mira desde arriba por lo que debemos rebajarnos. La humildad no consiste en arrodillarse ante la fuerza. La humildad cristiana no es falta de autoestima, eso sería «falsa humildad». Para Santa teresa de Jesús la humildad «es andar en la verdad».

2.- Ocupar los últimos puestos. Jesús recomienda no sentarse en los primeros lugares en un banquete. Es mejor ser humilde y dejar paso a otros. Al banquete de la Eucaristía todos somos invitados por igual. Quien preside es Cristo, en su nombre y sólo en su nombre lo hace el sacerdote. Al celebrar la Eucaristía hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo, que nos invita a su mesa. El altar es la «mesa del compartir». Celebramos una comida fraterna en la que todos participamos y a la que son llamados especialmente los más pobres. Jesús advierte que cuando demos un banquete invitemos especialmente a pobres, lisiados, cojos y ciegos porque no podrán pagarte. Cuando junto a la mesa del banquete están los más necesitados estamos poniendo en práctica el deseo de Jesús. Habrá quien diga que no son dignos, pero está muy equivocado. En el banquete deben participar el parado que busca desesperado un trabajo, el inmigrante rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven incomprendido, la mujer explotada, el homosexual que no se siente aceptado. Aquí no debe haber rechazo, ni explotación: aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. Conozco una Eucaristía en la que los niños están alrededor del altar, en la que un deficiente se acerca a prestar su ayuda, en la que un homosexual lee las lecturas. ¿Es esto un escándalo? ¿Qué diría Jesús? El festín al que estamos invitados es el de Jesús, para la Pascua eterna. En este banquete son los humildes los que estarán en primer lugar. Quizá no haya muchos cristianos que hayan osado invitar a cenar a los lisiados, los cojos, los ciegos… Estamos a tiempo de recuperar el sentido evangélico de nuestras vidas.

3.- La soberbia es un gran pecado. Jesús en el Evangelio reprendía a los fariseos porque se creían perfectos. Cuando entró en casa de uno de los principales fariseos le estaban espiando. Les llama en alguna ocasión «hipócritas» y «sepulcros blanqueados». El soberbio religioso es muy peligroso porque fácilmente condena, denuncia y desprecia a los demás porque se creen que lo suyo es lo único válido. San Agustín dice que a los soberbios les conviene caer para que experimenten también la debilidad: «Si es más soberbio, jamás será mejor; si es mejor, sin duda alguna será más humilde. Si quieres descubrir que eres mejor, interroga a tu alma por si ves en ella alguna hinchazón. Donde hay hinchazón, hay vaciedad. El diablo intenta hacer su nido donde encuentra un lugar vacío». Por experiencia es santo obispo de Hipona recomienda que «el primer paso en la búsqueda de la verdad es la humildad. El segundo, la humildad. El tercero, la humildad. Y el último, la humildad». Virtud difícil, pero muy conveniente en el camino del cristiano, pues Dios revela sus secretos a los humildes.

José María Martín, OSA

Invitar a los pobres

Jesús vivió un estilo de vida diferente. Quien quiere seguirlo con sinceridad se siente invitado a vivir de manera nueva y revolucionaria, en contradicción con el modo «normal» de comportarse que observamos a nuestro alrededor.

¿Cómo no sentirnos desconcertados e interpelados cuando escuchamos palabras como estas? «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado… Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual. Se nos llama a compartir sin seguir la lógica de quienes buscan siempre cobrar las deudas, aun a costa de humillar a ese pobre que siempre está en deuda con todos.

Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que está en contradicción con el comportamiento normal dentro del sistema, que siempre termina abandonando a los más indefensos.

Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vivir, aunque sea con gestos muy modestos y humildes. Esta es nuestra misión: introducir en la historia ese espíritu nuevo de Jesús; contradecir la lógica de la codicia y la acumulación egoísta. No lograremos cambios espectaculares, y menos de manera inmediata. Pero con nuestra actuación solidaria, gratuita y fraterna criticaremos el comportamiento egoísta como algo indigno de una convivencia sana.

El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerable para la «lógica» de la mayoría. Pero sabe también que con sus pequeños gestos está apuntando a la salvación definitiva del ser humano.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

Ser productivo con gratitud

Lo que Pablo dice de los corintios es cierto para muchos de nosotros. Si nos examinamos honestamente, ¿hemos merecido ser quienes somos y donde hemos llegado ahora? Si Dios te ha concedido una vocación o posición especial, no es por tu mérito, sino puramente por Su Gracia, para Sus propósitos. Como dice Pablo y la Madre María en el Magnificat, si en algún momento nos jactamos, sólo podemos hacerlo de las maravillas que Dios ha obrado en nuestras vidas. Una vez que somos conscientes de tales maravillas, la respuesta espontánea sólo puede ser de gratitud. Quien está tan lleno de tal gratitud por las bendiciones de Dios, nunca puede imaginar el desperdicio de los talentos y recursos que Dios ha dado, y trabajará día y noche para poner esos talentos en buen uso y devolver el favor, aunque sea inconmensurablemente inadecuado, a Dios cuando venga a llamarlo. Esta es la dinámica interior de todo santo y de toda alma santa.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Santa Mónica

Hoy celebramos la memoria de Santa Mónica.

La lectura de hoy se del evangelio de Lucas (Lc 7, 11-17):

En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Hoy la Iglesia se alegra con la santidad de una gran madre de familia: santa Mónica (332-387), nacida cerca de Cartago. Grande por su piedad —frecuentemente suplicaba con lágrimas— y grande por el “gran” hijo que ella entregó al cristianismo: san Agustín.

Mónica es un ejemplo de esposa-madre llena de fortaleza, rodeada de sufrimientos, con una piedad tenaz y, a la vez, tierna. Logró la conversión de un difícil marido y la más ardua aún conversión de su hijo Agustín. Suplicaba a Dios incluso con lágrimas, a las que su hijo correspondía riéndose. Dios se compadeció de aquellas lágrimas pero, a la vez, Dios también premió el esfuerzo humano tenaz de la santa. En efecto, ella no dudó en desplazarse hasta Roma para ir en búsqueda de un Agustín que, sin entrañas de hijo, huía de su madre. 

—Un buen instrumento de Dios, san Ambrosio, obispo de Milán, logró —finalmente— ganar para la fe al joven Agustín. Poco después Mónica partía de este mundo viendo a su hijo bautizado, el futuro obispo de Hipona y el mayor de los padres de la Iglesia de Occidente.

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench