La felicidad

«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

La felicidad es el fin último del ser humano, y todos nuestros actos, sean conscientes o inconscientes, están orientados a ella. Quizá sea ésta la razón por la que Jesús alterna su profundo mensaje teológico con consejos prácticos de mera sabiduría de la vida, como ocurre en el texto de hoy y como ocurre en otros muchos textos. Entre ellos cabe destacar los recogidos en los capítulos quinto y sexto de Mateo, donde se muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: «Cuánto más felices seríais si…»

Vamos pues a detenernos a hablar de la felicidad, y la primera consideración es que cuando preguntamos a dos personas si se consideran felices, nos van a contestar a cosas diferentes, porque hay mil concepciones distintas de la misma y cada uno de nosotros tenemos la nuestra. Algunos, abriendo mucho el concepto, la definen como cualquier situación de“satisfacción y contento”, mientras que otros lo restringen y la definen como un estado de “plenitud y armonía del alma”.

Si entendemos la felicidad como simple situación de satisfacción, podemos buscarla fuera de nosotros o dentro de nosotros. Fuera de nosotros existen infinidad de cosas capaces de provocarnos sensaciones gratas, y dentro de nosotros podemos generarla al sentirnos importantes, virtuosos, listos o eficaces… No es difícil encontrarla.

Pero concebida como plenitud, es algo que sentimos circunstancialmente; algo que no somos capaces de abarcar ni comprender y mucho menos aprehender, lo que nos mueve a pensar que se trata de una realidad ontológica que nos supera; un eslabón que nos une a algo muy superior en ciertos momentos de nuestra vida. No sabemos cuándo se va a presentar o dónde buscarla, y aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estarán actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino la consecuencia; la respuesta somática a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.

Muchos de nosotros aspiramos solo a pasar por la vida con un alto grado de bienestar, pero hay personas que piensan que la vida es un don demasiado valioso para gastarlo en pequeños o grandes egoísmos. Buscan la felicidad en el compromiso con el bien común o la causa de los más desfavorecidos, y condicionan su felicidad a la felicidad de todos. Son personas que se sienten portadoras de una misión y que contribuyen de forma determinante al progreso de la humanidad.

Esta actitud ante la vida es capaz de generar en nosotros la auténtica felicidad, la que definíamos como “plenitud del alma” (del ánimo), y la experiencia nos dice que solo se alcanza a través del ejercicio de nuestra humanidad; es decir, de nuestra capacidad de sentir, de amar, de compadecer, de ayudar, de servir…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

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Los primeros puestos

La búsqueda de los primeros puestos se enraíza en la primera necesidad psicológica: sentirse reconocido. Que lleva asociadas otras como la de «ser visto», “ser único” o “ser especial”. Sabemos que todo niño reclama respuesta a la misma. Y cuando tal respuesta no se da de manera adecuada, se produce una herida de inseguridad afectiva. Por lo que, teniendo en cuenta todo ello, parece obvio que la búsqueda de los “primeros puestos”, de entrada, es síntoma de inseguridad tal vez no reconocida por la propia persona. Y dado que esa inseguridad primera va acompañada de un vacío afectivo -el vacío de aquella presencia segura de la que se careció-, la búsqueda de los “primeros puestos” se convierte fácilmente en una adicción.

La imagen de los “primeros puestos” se convierte, por tanto, en una metáfora de todo aquello que hacemos con el objetivo -manifiesto o, con más frecuencia, disimulado- de destacar, sobresalir, ser vistos, impresionar, sentirnos “especiales”…, en definitiva, ser reconocidos. Por esa razón, detrás de esa búsqueda hay siempre un niño más o menos herido que hambrea reconocimiento.

Tal búsqueda, decía antes, funciona como una droga, con sus promesas, su engaño… y su trampa. Promete liberación de la sensación de vacío y logro de la plenitud añorada, pero lo que produce, en realidad, es alienación y separación. Aliena porque nos hace esclavos del yo (ego) y de sus intereses. Con lo cual perpetúa y ahonda la confusión y el sufrimiento.

La solución, sin embargo, no pasa por “olvidar” aquella necesidad -tarea, por otra parte, imposible- ni mucho menos por reprimirla, en aras incluso de una visión pseudoespiritual que descuidara el trabajo psicológico. La resolución pasa, justamente, por ese trabajo, que incluye autoconocimiento, aceptación de nosotros mismos y de toda nuestra historia, reeducación de la manera de gestionar aquella carencia y, eventualmente, terapia dirigida a curar en lo que sea posible la herida de no-reconocimiento. Solo este trabajo -unido a la comprensión propiamente espiritual- liberará de la compulsión por buscar los “primeros puestos” o por ser “especial”. Liberados de la tiranía de aquella necesidad infantil, habremos comprendido que, en nuestra verdadera identidad, no hay nada que buscar.

¿Cómo se manifiesta en mí la necesidad de ser reconocido o ser “especial”?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

(Lc 14, 1. 7-14)

Jesús fue invitado a un banquete que organizaba un jefe de los fariseos. Si recordamos que entre los fariseos era frecuente la costumbre de cuidar la apariencia social y de buscar ser admirados y reconocidos, se nos hace evidente que el ambiente de ese banquete, lleno de fariseos preocupados por estar cerca del jefe, no era precisamente de humildad y sencillez. De hecho el evangelio dice claramente que «los invitados buscaban los primeros puestos» (v. 7).

A ellos Jesús dirige una enseñanza: cuando uno busca el último lugar se evita problemas y tensiones; evita una carrera desgastante de vanidades, temores, competencias y humillaciones. En cambio el que busca el primer lugar se expone a fracasos dolorosos, situaciones humillantes, desengaños. Por eso decía Carlos de Foucauld: «Señor, te pido que me des el último lugar, ese lugar que nadie querrá quitarme».

Pero luego Jesús se dirige al jefe que había organizado la cena, pidiéndole que rompa ese círculo de vanidades e intereses mundanos. Porque los que tienen intereses políticos, económicos, o ligados a la vanidad social, se invitan mutuamente, creando un mundillo donde no hay un deseo generoso de homenajear al amigo o de hacerlo feliz, sino solamente de alimentar el propio prestigio y los propios intereses.

Por eso Jesús invita a dar un paso verdaderamente celestial: invitar a los pobres, a los ciegos, a los lisiados, a esos que son mirados con desprecio, que no tienen prestigio, que no pueden brindarnos ninguna retribución, ni económica, ni estética, ni sensual. Esa invitación sólo se puede hacer por amor. Obrando así, quien lo haga recibirá una recompensa eterna, de un valor y una belleza superiores a los reconocimientos mundanos; y de esa manera representará en su vida la forma de obrar de Jesús, que se entregó por nosotros sin necesitar de nosotros, por pura generosidad.

Oración:

«Coloca en mí tus sentimientos y tu generosidad, Señor, para que aprenda a compartir mi vida con los pobres, y sobre todo a vivir con ellos la fiesta de la amistad. Libérame de actuar buscando siempre mis propios intereses, haciendo de las relaciones humanas un permanente comercio».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Porque todo el que se enaltece será humillado;
y el que se humilla será enaltecido

INTRODUCCIÓN

“Jesús es un maestro, contador de parábolas. Siempre deja al oyente la posibilidad de situarse dentro de ellas, y de sentirse directamente interpelado. Hay una palabra que no aparece pero que está en el trasfondo de esta historia, dándole color: la inmensa  gratuidad de Dios. ¿Cómo somos nosotros de gratuitos? Detrás de nuestras acciones y palabras ¿no buscamos la mayoría de las veces, algún interés, alguna ganancia, aunque sea emocional?…Nuestra tendencia, aún en las buenas obras, es buscar los puestos “que lucen”. Jesús nos enseña a valorar lugares más escondidos, e irrelevantes, que nos sitúan codo a codo junto a los demás, al lado de los que menos tienen, pueden y saben. Un banquete generoso nos está ofrecido a todos y es gratuito. Sólo hay una condición: El Anfitrión no quiere que quede fuera ninguna de sus criaturas más pequeñas” (Mariola López).

LECTURAS

1ª lectura: Ecle.3,17-18.20.28-29.        2ª lectura: Hebreos 12, 18-19.22-24ª.

EVANGELIO

Lucas (14,1.7-14):

En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Y dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

MEDITACIÓN REFLEXIÓN

1.- La “perla fina del evangelio”. En este nuestro mundo egoísta y mercantilista, todo tiene un precio. Vamos a los tiendas a comprar y todo lleva su etiqueta. Y si no la  tiene, preguntamos: Y esto ¿cuánto vale?   Y si algo no tiene precio “se desprecia”.  Y no caemos en la cuenta de que las cosas más bellas y necesarias de la vida se nos dan gratis. No pagamos el agua de la lluvia, ni el sol que nos alumbra, ni el aire que respiramos. ¿Y el amor? ¿Dónde lo podemos comprar cuando se nos ha ido? Dios todo esto nos lo da ¡gratis! Pero hace falta descubrirlo. Dios no tiene precio porque no lo podemos comprar con nada. Y es la verdadera riqueza de la vida. ¡Se da gratis! Es puro don, puro regalo. Si alguien alcanza a descubrirlo, ha encontrado la fuente de su felicidad. Y lo mismo que Dios es feliz “dándose” el hombre no puede ser feliz de otra manera. Sólo aquel que se siente, se sabe, se experimenta un “regalo de Dios” está capacitado para hacer de su vida un regalo para los demás. Y esto, ¿a cambio de qué? A cambio de nada. El amor no exige paga. Le basta con existir para estar pagado.

2.- Las bienaventuranzas olvidadas del evangelio. Después de las ocho bienaventuranzas clásicas, San Mateo añade una que se nos ha olvidado: “Bienaventurados cuando os insulten, os calumnien y os persigan por mi causa” (Mt. 5, 11). ¿Por qué? Porque esta actitud no es propia de este mundo, ni de las personas de este mundo. Es propia del Hijo de Dios. Si a pesar de todo la tengo, es que el mismo Jesús vive en mí y obra a través de mí.  Otra bienaventuranza olvidada es la del evangelio de hoy:” Bienaventurados aquellos que invitan a los que no les pueden pagar”  Entonces, ¿se quedan sin paga? Su paga es el Señor. ¿Puede haber mayor alegría? San Gregorio el Nacianceno, decía: “Dios ha hecho al hombre “cantor de su irradiación”. ¿Puede haber mayor alegría que irradiar a Dios, es decir, irradiar paz, alegría, gozo, ilusión? Ser irradiación de Dios, manifestación de Dios, revelación de Dios, ¿Puede haber gozo mayor? De esta alegría íntima, profunda, exquisita, nos habla el evangelio de hoy. ¡Y lo teníamos tan olvidado!

3.- Un camino equivocado. Nosotros, con esa mirada tan corta, tan miope y tan mezquina, creemos que el verdadero camino para la felicidad está en “tener” “acumular” “dominar” “ser importantes”… y si damos algo es para que nos lo agradezcan. El evangelio de hoy nos pone en pista para que descubramos otro camino diferente. Es el camino que eligió Jesús:  el camino del servicio gratuito a los pobres, a los que no te pueden pagar: “pobres, lisiados, cojos, ciegos”.  Y yo, después de una experiencia de doce años en un país pobre, me pregunto:” ¿Es cierto que no te pueden pagar? Por supuesto que no te pueden pagar en dólares, pero te pagan en algo que vale más que el dinero: su cariño y su fe. Las grandes lecciones de fe yo las he recibido en Bolivia. Como la de aquella señora María, muy pobre, y  que después de exponer las Bienaventuranzas, yo pregunto: ¿Cómo puede ser uno feliz siendo pobre? Ella se levanta, se cruza las manos sobre su pecho, y con una enorme sonrisa, me dice: “Nosotros los pobres podemos ser felices porque llevamos a Dios en nuestro corazón”. Entonces y sólo entonces entendí  las Bienaventuranzas de Jesús.

PREGUNTAS

1.- ¿He descubierto el tesoro escondido de la gratuidad? ¿Alguna vez me he sentido más feliz dando que recibiendo?

2.- ¿Tengo olvidadas en mi vida práctica las bienaventuranzas de los pobres? ¿Qué hago por recuperarlas?

3.- Cuando tanto me cuesta desprenderme de las cosas materiales, ¿no estaré caminando por el camino equivocado?

Este evangelio, en verso, suena así:

Dios Padre quiso que fueran
«iguales» todos sus hijos,
mas nosotros preferimos
ser diferentes, «distintos».

En el «banquete» del mundo
buscamos» protagonismo»:
brindar con copas de honores,
de poder y de prestigio …

Jesús pide a los creyentes
proceder con otro» estilo»,
pues «Dios humilla al soberbio
y enaltece al que es sencillo».

Sólo seremos humildes,
si somos como los «niños»:
Si esperamos del Dios Padre
su protección, su cariño.

Los humildes se comportan
como hermanos, como amigos:
Regalan «gratis» a todo,
flores de amor y servicio.

Los cristianos no queremos
un «mundo competitivo».
Somos «granos», todos juntos,
en «espigas» o en «racimos».

Señor, que, en la Eucaristía,
te escondes en pan y en vino,
concédenos ser humildes,
serviciales, comprensivos.

ORACIÓN POR LA PAZ

Señor Jesús, ten piedad de nosotros y concédenos la paz y la unidad, no permitas que nos soltemos de tus manos y danos un corazón capaz de amar como tú nos amas. María Madre nuestra, auxílianos en estas difíciles horas de la tribulación, se nuestra fuerza y consuelo. Cúbrenos con tu manto y que la sangre de tu bendito Hijo nos proteja de todo mal.

Hazte pequeño y andarás en verdad

“Hazte pequeño y andarás en verdad”. Santa Teresa de Jesús, Moradas VI 10,7

Cualquier decisión humana requiere una toma de actitud. La persona madura de actitudes firmes reacciona ante la vida con una predisposición de fondo después de sopesar todas las razones. En general, nos movemos por diversos motivos más o menos importantes o actuales pero es decisivo que nuestro comportamiento responda a una actitud madura.

El Evangelio insiste en las actitudes que debe poseer el discípulo/a de Cristo: un corazón limpio, una conducta íntegra, honesta, confiar en Dios dejándose acompañar por Él/Ella. La conciencia cristiana es buena e intachable cuando es conciencia humana con todas sus consecuencias y se rige según el amor concreto de Jesús. Lo contrario es mala conciencia o conciencia reprochable.

Ahora bien, el Espíritu de Dios manifestado en Jesús, es un componente nuevo de la conciencia cristiana que es en definitiva, juicio al estilo de los/as profetas, hombres y mujeres de Espíritu que se sumergen en la vida cotidiana para denunciar abusos, anunciar el Reino y orientar la vida comunitaria.

El cristiano que falla, que peca, no se arrepiente sólo por tener “mala conciencia”, por ser culpable de su error, sino porque obra con una conciencia con déficit de Espíritu de Dios o porque ha actuado en contra de ese mismo Espíritu. Toca, pues, revisar nuestras actitudes que conllevan comportamientos no cristianos.

En la primera lectura, el libro del Eclesiastés (3,17-20.28-29) nos recuerda algo esencial: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Es la enseñanza de quienes parten de una experiencia razonable, asumible y termina en hondura trascendente. No necesitamos buscar puestos ni reconocimientos. Estas actitudes mundanas también existen en la Iglesia y causan mucho daño. La humildad halla el favor de las personas y de Dios. El cristiano se alegra del progreso del otro porque sabe que también le da gloria a Dios. Y toda la grandeza humana al reconocerse en su pequeñez de criaturas, se abre a la infinitud. Dios se revela como suprema sabiduría al humilde “porque su misericordia es grande y revela sus secretos a los humildes”. El autosuficiente, el vanidoso, se termina en sí mismo, en su ego.      

Esta lectura entronca a la perfección con el Evangelio de hoy. Jesús acepta la invitación del fariseo aunque sabía que su intención no era del todo inocente pues le estaban espiando y querían comprometerle ante sus invitados.

El relato consta de dos partes. En la primera Jesús se refiere a los invitados, en la segunda al anfitrión. Es una situación que nos puede acontecer a cualquiera. Pero Él nos propone una manera diferente de entender las relaciones humanas. Se trata de cambiar comportamientos “normales”, para entrar en una dinámica nueva que subvierte la escala de valores de la sociedad. Ponerse en el último lugar no debe ser una artimaña para conseguir admiración o elogio. Sería una falsa humildad a fin de lograr algún tipo de reconocimiento o recompensa.

La segunda parte posee un matiz diferente. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá de los sentimientos o del interés personal. Si tú invitas para que te inviten o buscas el reconocimiento entre los tuyos, “¿qué mérito tenéis?”. Entrar en la dinámica del Reino significa buscar el bien de los demás sin esperar nada a cambio. Pero, ¡ojo!, porque la frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen en el cielo. Esta práctica ha influido con frecuencia la moral cristiana, pero no es en absoluto cristiana. ¿Estamos haciendo méritos para que me premien en el más allá? Suele darse, lamentablemente, en la persona que se menosprecia, cuya autoestima es nula, o que no encuentra nada valioso o satisfactorio en ella.

Humildad es reconocer lo que somos, sencillamente. Ni creernos superiores ni inferiores. Desechar de nuestras actitudes la soberbia, la vanidad, el orgullo, la arrogancia, el hedonismo generalizado en nuestra sociedad, en los líderes de palabras huecas o en las instituciones obsoletas. En ese sentido, hay una iniciativa esperanzadora de reinvención de la ONU para que un día pueda lograrse un mundo verdaderamente democrático, sin bloques imperiales, desprovisto de armas nucleares, justo, fraterno, pacífico y respetuoso con nuestra Casa Común, la Naturaleza.

También en la Iglesia se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad. Algo que el papa Francisco denuncia una y otra vez: caminar juntos, eso es fraternidad, sororidad, sinodalidad. La humildad que me lleva a la obediencia servil, no es cristiana. Ni tampoco tiene que ver con la timidez, la debilidad, la cobardía o la mediocridad.

Sta. Teresa dice: «humildad es andar en verdad». Es decir, conocer la verdad de lo que uno es, y además, vivir (andar en) ese conocimiento de sí. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones pero también con inmensas posibilidades, con talentos que Dios nos ha otorgado (Jn 1,16) con el fin de  cumplir nuestra vocación-misión y hacerlos rendir al máximo para su gloria. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad.

El/a cristiano/a que actúa con madurez, que no espera elogios de su actitud, que no tiene que demostrar nada excepto ante su conciencia, “anda ya en verdad” el dinamismo del evangelio, pues el que se hace pequeño ya es grande.

Crecemos en humildad cuando reconocemos nuestra nada y contemplamos la grandeza de Dios. Cuando recibimos las inevitables humillaciones como un don de Dios. Cuando rectificamos nuestros errores en vez de justificarnos. Cuando respetamos los cargos que son necesarios para el bien común, no para el despilfarro y la vanidad. Y sobre todo, cuando respetamos la dignidad de todo ser humano.         

No es humilde el que reconoce la grandeza del que está por encima sino el que reconoce la grandeza en el que está por debajo. Debemos ser humildes ante los que se sienten por debajo de nosotros; ante todos los descartados de este mundo.

¿Andamos en verdad o seguimos engañándonos?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Listas de banquete

1.- Según me cuentan, los banquetes de ahora, son muy diferentes a los que en tiempos de Jesús se organizaban. Los actuales duran poco tiempo, están señalados los lugares que debe ocupar cada uno de los comensales, lo tienen asignado por escrito y nadie entra en el recinto si no ha recibido invitación y ha dado respuesta. Por tanto, eso de pretender ocupar los primeros lugares, de lo que habla el evangelio del presente domingo, no sería posible hacerlo. Como ocurre con los programas de ordenador, o de computadora, como os guste llamar al aparatito, trataré de someter la narración a un programa mental de conversión de archivos.

Observaba el Señor que había algunos que se hacían notar por los espectaculares deportivos que conducían. Querían deslumbrar a los que habían acudido a la fiesta popular, explicando las prestaciones que tenía su modelo de alta gama. No podían permanecer en el anonimato y se hacían notar en cualquier oportunidad que se presentase. El Maestro no podía callar tampoco, hubiera sido traicionar la misión que le había encargado el Padre.

2.- Sin romper con la fiesta, ni acallar a los que la celebraban, les explicaba lo siguiente: “Procurad ser modestos en vuestras apariciones en público. Aquel que quiera lucirse enseñando las múltiples tonterías que han añadido a su deslumbrante seis cilindros, puede caer en ridículo, si se presenta alguno con un modelo híbrido, que acaparará las miradas y preguntas de todos los interesados en las innovaciones tecnológicas. El mejor diseño de válvulas y culata, el mas moderno y eficiente carburador, pierde todo interés, ante una innovadora pila de combustible. Vosotros, si queréis quedar bien entre los asistentes, sed modestos y discretos. Hasta me atrevería a deciros que una pizca de timidez, ayuda. El altanero y creído de sí mismo, el socarrón y prepotente, pronto deja de interesar y si insiste cae en ridículo.

Y en cuanto a invitar a comidas y merendolas, ateneos a las costumbres de vuestro tiempo, cuando se trate de actos de empresa o de compromisos de asociacionismo. Debéis en estos casos obrar con el mismo rigor con que efectuáis vuestra declaración de renta. Pero, como ocurre con los tributos, una vez efectuados los trámites, olvidaos de ellos.

3.- Otra cosa es la invitación a compartir alegremente una suerte que os ha caído. En estas situaciones, sed sinceros, no invitéis por compromiso, no penséis en los banquetes a los que habéis acudido por protocolaria invitación. Vosotros acordaos de aquellos a los que los demás olvidan. Invitad a quienes puedan alegrarse con vuestro gozo. A los que su presencia alegrará vuestra cotidiana existencia. Al emigrante que nunca ha asistido a una fiesta del país. Al que ni siquiera se ha puesto ni tiene una corbata. Al que desconoce los guisos y bebidas de vuestra tierra y no podrá invitaros a que probéis las de la suya, porque no tiene dinero ni para pagar los portes.

4.- Mis queridas jóvenes lectoras, vosotras que por ser mujeres, estáis más capacitadas para organizar fiestas, vosotras que lucís modelitos de última aparición, que os regalan perfumes de postín. Cuando invitéis, atreveos a vestir elegantemente y con gracia y soltura, algo procedente de rebajas del año anterior y a perfumaros con una sencilla colonia fresca. Poneos una graciosa cinta de color vivo, que enmarque vuestro precioso rostro ovalado, que dé gracia a vuestra mirada y colgaos un original y barato collar étnico. Invitad con cara sonriente, a aquellos que marginan en vuestra escuela. A aquellas a quienes nadie invita. A aquella monada de jovencita, siempre triste, porque si a un chico le ha gustado y le pide la dirección, después de habérsela encontrado arrinconada y extrañado por el desinterés de los demás, al saber que habita en una chabola, resulta que pierde distraídamente el papel donde la había anotado. A esta chica, a aquel chico que tartamudea, a aquella africana triste, que ocupa su tiempo libre en cualquier trabajo que pueda aportar dinero a su casa, para sus hermanos que no han podido venir. Atrévete también a invitar gentilmente a la merienda, a la que dicen que gana algún dinero, cediendo sus encantos corporales a escondidas, ya que no tiene medios para conseguir tener lo que las demás poseen. A todas estas debéis invitar.

Vuestras invitaciones, vuestros juegos, vuestros paseos y excursiones, mis queridos jóvenes lectores, deben ser diferentes a los de los demás, porque deben ser de otra índole, los propósitos que habéis tenido al proyectarlas.

Pedrojosé Ynaraja

Pequeños detalles

Al incorporarse a uno de los Equipos de Vida, una persona empezó a participar en la preparación de diferentes reuniones y celebraciones, haciendo aportaciones sobre cómo mejorar lo que ya se hacía: colocar un símbolo en el presbiterio, alusivo a lo que se iba a celebrar; añadir adornos florales, o algunas velas, cuidar la combinación de colores en telas y otros elementos… Eran pequeños detalles pero que surtían efecto en los demás, porque ese cuidado en los detalles mostraba que lo que se iba a hacer no era cualquier cosa sino algo importante. Y, por ello, esos pequeños detalles contribuían a que todos vivieran mejor lo que se estaba celebrando.

La Palabra de Dios de este domingo nos hace una llamada a cuidar los pequeños detalles en nuestra vida guiada por la fe. Hoy han aparecido algunos grandes principios de la fe:

La humildad: Actúa con humildad en tus quehaceres y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor (1ª lectura); Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido (Evangelio). La gratuidad: Invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los muertos (Evangelio). Y la 2ª lectura nos ha recordado que no debemos tener con Dios una relación de miedo (no os habéis acercado a un fuego… nubarrones… tormenta… estruendo…), sino de cercanía y familiaridad (os habéis acercado… a la asamblea festiva… al Mediador de la nueva alianza, Jesús).

Estos “grandes principios” los conocemos y los tenemos presentes, pero quizá nos falte concretarlos mejor en nuestra vida cotidiana y, para eso, nos puede ayudar el cuidado de los pequeños detalles, en lo interior y en lo exterior, como también nos han sugerido las lecturas.

En primer lugar, ¿sé qué es verdaderamente la humildad, humillarse? No es cuestión de ojos bajos, voz suave, encogimientos y baja autoestima. La humildad es la virtud de conocer las propias capacidades y limitaciones y actuar conforme a ese conocimiento, ni más ni menos. ¿Y la gratuidad? No es cuestión de “precio”, sino de entrega generosa sin esperar nada a cambio. Por eso:

Actúa con humildad en tus quehaceres: ¿Cómo llevo a cabo mis quehaceres cotidianos, sean los que sean? ¿Hago lo que debo y puedo hacer, o me desentiendo? ¿Soy descuidado, cubro el expediente para salir del paso, o procuro hacerlo del mejor modo que sepa, aunque me cueste más?

Cuanto más grande seas, más debes humillarte: ¿Me considero “grande” por el trabajo o la responsabilidad que desempeño? ¿Me “pongo medallas”, quiero que los demás se enteren de lo que hago y lo valoren si no me enfado? ¿Soy prepotente u orgulloso con los demás?

Decía Jesús: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal. ¿Me gusta “hacerme notar”, busco el reconocimiento de los demás por lo que hago y digo, aunque sea indirectamente? ¿Siento temor de pasar desapercibido, de que otros “me eclipsen”?

Y cuando des una comida o cena… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos… porque no pueden pagarte. ¿Asumo compromisos “ingratos” o sólo aquéllos que me satisfacen personalmente? ¿Espero reciprocidad por lo que hago, que los demás me hagan al menos lo mismo que yo hago por ellos?

En cuanto a mi relación con Dios, ¿cómo cuido los pequeños detalles con Él? ¿Le dedico un tiempo de calidad, o sólo “cumplo”? ¿Participo en la Eucaristía el domingo, para mostrar que es el día del Señor y el centro de mi vida de fe, o busco la primera Misa que pueda el sábado por la tarde para “tener libre” el domingo? ¿La Biblia tiene un lugar destacado en mi casa?

Si los pequeños detalles tienen la capacidad de ayudarnos a disfrutar y vivir mejor nuestra vida ordinaria, el cuidado de los pequeños detalles en lo referente a la fe también nos ayuda a que penetre más en nosotros su sentido y sus efectos. Como digo muchas veces, “la fe se nos tiene que notar”, y los grandes principios de fe se nos notarán en esos pequeños detalles concretos que, por una parte, nos acercan a esa experiencia de Dios a la que se refería la 2ª lectura, una experiencia de cercanía e intimidad con Él; y, por otra, son un testimonio de que la fe no es algo accesorio, sino que tiene una importancia vital en todas las dimensiones de nuestro actuar cotidiano.

Comentario al evangelio – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

CON HUMILDAD Y DESINTERÉS


Las lecturas de este domingo nos presentan dos actitudes que parecen haber desaparecido de nuestros diccionarios, y que nos harían mejores personas, y más parecido al Hijo de Dios, a quien hemos aceptado como maestro de vida: humildad y desinterés.

  ♠ La primera lectura del libro del Eclesiástico/Sirácida comenzaba así: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad”. Esta palabra «humildad» suele asociarse con una persona apocada, encogida, alguien «modosito» que nunca se opone a nada ni a nadie, que se conforma fácilmente y lo aguanta todo, como si tal cosa.

          En tiempos recientes y en ciertas espiritualidades con escaso apoyo bíblico, se ha malinterpretado la humildad como humillación,“resignación”, con aguantarlo todo y tragárselo todo, con callarse sin rechistar cuando a uno le pisan, con rebajarse… Así, ciertos malos directores espirituales han fomentado personas pasivas, sometidas, dóciles marionetas, despersonalizadas… en lugar de personas maduras, libres, responsables y con dignidad. El caso es que en nuestra cultura no está bien vista, no es una virtud que se aprecie o despierte admiración.

  ♠  La humildad es una virtud exclusiva del cristianismo. No se encuentra en otras religiones. Ni siquiera lo que encontramos en el Antiguo Testamento, coincide con el modo en que la vive y explica Jesucristo. Cuando él proclama en el Sermón de la Montaña «dichosos a los humildes», o cuando dice de sí mismo “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, de ninguna manera nos está invitando a la resignación, o a callarnos o a consentir pasivamente con todo lo que pase delante de nuestros ojos, o lo que nos puedan hacer a nosotros mismos, ni a dejarnos pisotear ni humillar, perdiendo nuestra dignidad y derechos… porque él no fue ni actuó así, ni propuso semejantes cosas a nadie.

– La humildad es lo contrario del orgullo, de atreverse a mirar a los demás por encima del hombro; es lo contrario de la arrogancia, la autosuficiencia, o servirnos de los demás para ventaja nuestra.
– Humildad es una forma concreta de ponerse delante de Dios y de los hombres, como aquel publicano de la parábola que oraba en la parte de atrás del templo, y cuya oración fue escuchada por Dios, reconociendo nuestra verdad.
– Humilde es el que sabe ponerse a la altura del otro, y cuando hace falta, aún más abajo, como Jesús cuando se echó al suelo para lavar los pies a sus discípulos. El Maestro, el Hijo de Dios, se rebajó -como dice San Pablo- para ponerse al nivel de los que estaban más abajo, solidarizándose con ellos.
– Humilde es el que se acepta como es, sin darse importancia, pero reconociendo sus valores y talentos. Es decir, no podemos llamar «humilde» al que dice de sí mismo: «yo no puedo, yo valgo menos que los demás, yo no merezco, lo que he hecho no tiene importancia»…. No es «humilde» el que cree que los demás son siempre mejores que yo, tienen más cualidades y recursos que yo. No es humilde el que se valora poco, y cree que cualquiera lo haría mucho mejor, que no merece reconocimiento o aplausos por sus logros. Esto más que humildad sería «falta de autoestima» y no le vendría mal la ayuda de algún especialista.
– Humilde es el que está siempre dispuesto a aprender de los demás, porque de todos se puede siempre aprender algo. El humilde no se encierra en sí mismo, y se atreve a pedir ayuda, no pretende resolver él solito todos sus problemas; el que procura consultar a los demás antes de tomar sus decisiones.

♠ Seguramente si te preguntara si «eres humilde», e incluso si ser humilde te parece una virtud que hay que fomentar…, te resultaría difícil responder:
– ¿No te has sentido a veces mejor que los demás, tratándolos con cierto desprecio? ¿No has mirado a nadie por encima del hombro?
– ¿Crees que nadie te va a enseñar nada, que tienes tus ideas muy claras y casi siempre tienes la razón?  También se puede preguntar así: ¿De quiénes aprendes, quiénes te enseñan cosas cada día, y las acoges con agradecimiento? ¿Qué es lo último que has aprendido, de alguien? ¿De quién?
– ¿Te gusta darte importancia, te haces el centro de las conversaciones, procuras que todos se enteren de tus éxitos? ¿Eres capaz de ponerte en la piel del otro?

♠  Pero hay que vigilar también el otro extremo. A algunos les falta justamente lo contrario: quererse un poco, valorarse, reconocer sus valores y cualidades, con gozo, con espíritu de servicio, con valentía para asumir responsabilidades y tomar decisiones, estar a gusto con mi forma de ser, aunque siempre sea mejorable. Aquella famosa definición de Santa Teresa de Jesús: «humildad es andar en verdad». Y mi verdad es que tengo muchos dones y talentos, porque todos somos hijos de Dios, y a todos nos ha hecho bien, valiosos, únicos. La humildad bíblica implica valorarse a sí mismo y valorar en su justo término a los demás, y así ni lo inferior de uno mismo abruma, ni nos molesta lo superiorque vemos en los otros (en tantas cosas los otros son mejores que yo, bueno ¿y qué?).
La humildad de Jesús y la que nos propone le llevó a complicarse la vida por los demás, a defender a los humillados, a ponerse de su parte, a su «altura» (o quizás bajura).

Lo cierto es por todas partes nos invitan a ser el primero, el más guapo, el más elegante, el más famoso, el que más sale en los medios, el que saca el primer puesto, el que gana las oposiciones, el que más dinero gana, el que tiene el mejor piso, el que es «amigo de» y «conoce a» y… Pero no consta que todo eso nos haga más felices: a menudo nos hace esclavos y obsesionados de la opinión de los demás, y no pocas veces frustrados cuando no lo conseguimos.

♠ Un segundo aviso o invitación contra-corriente es: El desinterés. ¡Cuántos nos cuesta hacer las cosas desinteresadamente! Casi siempre esperamos respuesta, que nos correspondan de alguna manera, que nos lo paguen; y con demasiada frecuencia buscamos nuestro interés por encima del de los demás. Incluso a veces hacemos el bien para «sentirnos bien», y no por convencimiento o responsabilidad.

              Pues ahí tenemos el estilo diferente de Jesús: «No invites a tus amigos y parientes y amigos ricos, porque te corresponderán y quedarás pagado».  Es decir: Invierte a fondo perdido; regala y regálate…porque así es y actúa tu Padre Dios y desea que te parezcas a él.  Hazlo así porque es urgente que cambiemos este mundo de intereses, en el que se hacen las cosas para sacar algo a cambio.
♠  Jesús nos invita y recomienda lo que él mismo hizo y hará: «Cuando des un banquete invita a los pobres, a los ciegos, a los que no pueden, ni tienen, ni valen». Sentarles en mi mesa sería sinónimo de hacerles un hueco digno en mi vida: no es un simple asunto «gastronómico», no es sólo darles de comer, sino que coman conmigo. Se trataría de acoger, interesarnos, atender, darles nuestro tiempo y cercanía…
La Eucaristía siempre se ha considerado el «banquete del Señor», la Cena festiva de los hermanos. Una mesa en la que nunca tenemos derechos ni méritos suficientes como para sentarnos a ella. Como dice esa oración antes de comulgar: «no soy digno de que entres en mi casa». Pero sin merecerlo, sin tener derecho a estar en esta mesa, siendo un pecador… el Señor continuamente me invita…. para que hagamos nosotros lo mismo. Hacer de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestro corazón una mesa universal abierta a todos… y especialmente a los que menos se lo merecerían. Porque lo de «merecer»… es algo que Dios ha quitado de su diccionario…. y del nuestro.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imágenes inferiores de Pep Montserrat e Ixcis

Meditación – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Hoy es Domingo XXII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 14, 1.7-14):

Un sábado, habiendo ido a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

Hoy, la conciencia de que Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás.

La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona. Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido.

—Quien es capaz de ayudar reconoce que también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá la palabra de Cristo: “Somos unos pobres siervos”.

REDACCIÓN evangeli.net