Lectio Divina – Viernes XXVI de Tiempo Ordinario

¡Ay de ti, Corozain! ¡Ay de ti, Betsaida!

1.-Oración introductoria.

Señor, en el evangelio de este día me invitas a “ensanchar mi corazón”. Normalmente las religiones tienden a cerrarse, para no contaminarse; también la religión judía, también las cristianas. Pero en el evangelio yo no encuentro una parábola que diga: El reino de los cielos se parece a una cesta de manzanas que, si se pudre una, contamina a las demás. Sí encuentro unas palabras de Jesús que dicen: “el reino de los cielos es semejante a la levadura que pone una mujer en la artesa y hace fermentar toda la masa”. La cizaña no tiene miedo al trigo ni el bien al mal. Gracias, Señor, por esta visión tuya tan positiva.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 10, 13-16

«¡Ay de ti, Corozazin! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

La expresión ¡Ay! repetida expresa una lamentación por parte de Jesús, pero no una condena. Jesús ni condena, ni castiga, ni amenaza. Es importante descubrir estos sentimientos tan nobles y tan profundos de Jesús para cambiar nuestras actitudes de enfrentamiento, de venganza y de rechazo. Demás hemos sufrido a lo largo de la historia con tantas guerras de religiones. Y, sobre todo, demás hemos hecho sufrir a nuestro Padre Dios por matarnos unos a otros. En realidad, todas las guerras son “fratricidas”. No hay guerras de naciones contra naciones, de religión contra religión, de hombres contra hombres. Todas son guerras de “hermanos contra hermanos”. La historia es vieja y se repite: “Caín sigue matando a Abel, su hermano”. El enfrentamiento de los hermanos afecta a la creación entera. Somos los hombres los que destruimos bosques, quemamos mieses, ensuciamos ríos y contaminamos los mares. Somos las personas las que destruimos “nuestra casa común”, como ha dicho el Papa Francisco.

Palabra autorizada del Papa

“Cuando nosotros estamos en tentación, no escuchamos la Palabra de Dios: no escuchamos, no entendemos, porque la tentación nos cierra, nos quita cualquier capacidad de previsión, nos cierra cualquier horizonte, y así nos lleva al pecado. Cuando estamos en tentación, solamente la Palabra de Dios, la Palabra de Jesús nos salva. Escuchar la Palabra que nos abre el horizonte… Él siempre está dispuesto a enseñarnos como salir de la tentación. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza. Esta confianza es una fuerza grande, cuando estamos en tentación: el Señor nos espera, se fía de nosotros así, tentados, pecadores, siempre abre horizontes. Y viceversa, el diablo con la tentación cierra, cierra, cierra”. (Cf. S.S. Francisco, 18 de febrero de 2014, homilía en Santa Marta)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio).

5.-Propósito. Voy a fijar un día para mi próxima confesión sacramental.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al terminar esta reflexión, quiero volver a tu proyecto original del Paraíso. Quiero que sople sobre el jardín, esa “suave brisa” signo de tu presencia. Con ella vendrá la paz y la armonía sobre la familia humana y sobre la obra de la Creación. Si por un hombre, Adán, vino la destrucción y la muerte, por otro hombre, llamado Jesús, nos ha venido la restauración y la vida. ¡Gracias, Señor!

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Fe y humildad

1. – «El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe», dice la profecía de Habacuc. Es obvio que la lejanía de Dios y la ausencia de la fe en Él hincharán nuestra alma con otras cosas. El creyente vivirá de su fe, porque la cercanía con Dios inundará su vida. Sin embargo, un generalizado “profesionalismo” –sacerdotes, ministros, catequistas, asiduos– de nuestra condición de cristianos podría desvirtuar el verdadero camino.

Existe también el peligro del fariseísmo, por el cual se impone uno la necesidad imperiosa de cumplir unas normas por encima de cualquier otra posición. Ello también seca la verdadera condición del cristiano. El fariseísmo es un peligro permanente para los colectivos –y las personas– religiosos. Y que fue un gran peligro está bien acreditado con la experiencia de la secta de los fariseos en tiempos de Cristo. Les interesaba más el cumplimiento de la norma que la misma existencia de Dios. En el fariseísmo la fe se agota y se sustituye por la norma. Y dicha norma sublimada se lanza como arma arrojadiza contra quienes están fuera de la obediencia de esos grupos.

2. – Muchas veces hemos pensando que las continuas llamadas de Jesús a la vigilancia no se deben tanto por el deterioro de unas conductas como por el peligro de la falta de continuidad en la fe. El pecado, la trasgresión, la lejanía de Dios se produce por el debilitamiento de la fe. Y fe no es tan solo «creer lo que no se ve». Es una corriente de sintonía con Dios. Y como todo sistema de relación puede sufrir –por supuesto, por parte nuestra, jamás del lado de Dios– oscilaciones y cambios. El Tentador actúa frecuentemente por el camino de la interpretación de las verdades de la fe, bajo la base de separar de ese camino a la criatura de su Creador. Por ello, la oración permanente de los Apóstoles pidiendo que el Señor acreciente su fe debe ser obra de todos, entonces, ahora y siempre. Y como la oración perfecta dirigida a Dios solo puede hacerse desde la humildad; será, sin duda, el mejor medio para evitarnos problemasEsa es la humildad que nos tiene que llevar a reconocer que: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Viernes XXVI de Tiempo Ordinario

Lc 10, 13-16

Ayer, al final de sus consignas para el «envío en misión», Jesús daba una última consigna: «Cuando no seáis recibidos, salid a las plazas y decid:

«Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo limpiamos, ¡para vosotros! De todos modos sabed: que ya llega el reino de Dios.»

Es así como Jesús decididamente consideró el fracaso, el rechazo a escuchar. Incluso ante ese rechazo las consignas de pobreza y de no violencia permanecen: ¡id a otra parte! gesto de impotencia; pero la advertencia permanece también: que lo queráis o no, Dios «reinará». Pero no es incumbencia de los apóstoles hacer ese Juicio que se acerca.

«Yo os digo: El día del Juicio le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo.»

Y es entonces cuando estallan las maldiciones de los labios de Jesús:

«¡Ay de ti Corazín, ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia cubiertas de sayal y sentadas en ceniza.

Las ciudades de Corazín, Betsaida y Cafarnaúm, al nordeste del Lago de Tiberíades, delimitan el triángulo, el «sector» en el que más trabajó Jesús. Esas ciudades recibieron mucho… Serían ricas de grandes riquezas espirituales si hubiesen querido escuchar. Si se las compara a las ciudades paganas de Sodoma, Tiro y Sidón, éstas son unas «pobres» ciudades que no han tenido la suerte de oír el evangelio: pues bien, una vez más, Jesús se queda con éstas, prefiere las pobres.

Esas amenazas hay que escucharlas en el día de HOY. Las «riquezas espirituales», de ningún modo constituyen una seguridad: cuanto más abundantes son las gracias recibidas, tanto más hay que hacerlas fructificar.

Por eso, en el Juicio, habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras.

¿Pensamos a menudo en ese «juicio de Dios» sobre nosotros?

Jesús lo nombra sin cesar como punto de referencia. Para apreciar una cosa, un acto, una situación, se necesita una medida de comparación: algo es pequeño o grande según el punto de referencia…

Para Jesús el punto de referencia del hombre, en cuanto a su verdadero valor, es el juicio de Dios. Esta apreciación «del punto de vista de Dios» es a menudo bastante diferente de las apreciaciones corrientes del mundo: las ciudades paganas, que no recibieron tanta predicación como las cristianas, serán tratadas menos severamente que las ciudades privilegiadas por una presencia de Iglesia más abundante. ¿Estoy convencido de esto? Y si es así, ¿qué exigencia me sugiere?

Y tú Cafarnaúm, ¿piensas encumbrarte hasta el cielo? No, te hundirás en el abismo.

Cafarnaúm es la ciudad que Jesús había adoptado como centro de su predicación, quizá porque en ella Simón Pedro tenía su casa y su oficio. Es la ciudad más nombrada en el evangelio -dieciséis veces.

Sí, Cafarnaúm fue una ciudad privilegiada. Jesús hizo de ella «su ciudad» (Mateo 9,1). Jesús hizo en ella numerosos milagros. (Lucas 4, 23) Jesús ciertamente quiso que sus habitantes entraran en el «Reino de Dios» Pero la oferta no fue aceptada.

Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; quien os rechaza a vosotros, me rechaza a mí.

Esas sorprendentes palabras hacen que resalte la grandeza de la tarea apostólica o misionera: es una participación a la misión misma de Jesús. Dios necesita de los hombres. Hay hombres por los cuales habla Dios…

¿Con qué amor, con qué atención estoy delante de los «enviados» de Dios? Y en principio ¿acepto yo que Dios me envíe otros hombres, hermanos débiles como yo, pero con el peso de esta responsabilidad?

Noel Quesson
Evangelios 1

Hemos hecho lo que hemos podido

Auméntanos la fe

No es cuestión de misas, de rezos, de cilicios… Es cuestión de confiar plenamente en el Señor. Él nos lo da todo, nos lo regala en Jesús. Y ese debe ser nuestro talante. «Auméntanos la fe» para que seamos capaces de ver a Dios cercano, comprensivo, misericordioso, como alguien de nuestra familia.

Hemos hecho lo que hemos podido

Un hombre cogía cada día el autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana abría una bolsa e iba tirando. Un día, intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
-¡Son semillas? ¿Semillas de qué? De flores… Miro afuera y está todo tan seco y tan triste. Me gustaría viajar viendo flores a lo largo del camino. ¿Verdad que sería bonito?
-Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… Muchas se pierden, pero alguna acabará en la cuneta y, con el tiempo, brotará.
-Pero… tardará en crecer, necesitará agua… Yo hago lo que puedo hacer.
La anciana siguió con su trabajo…, y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensado que la anciana había perdido la cabeza… Un mes después, yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana vio todo el camino lleno de flores… Todo lo que veía era un hermoso y florido paisaje. Entonces, se acordó de la anciana y preguntó al conductor: ¿La anciana de las semillas? Pues…, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje. «Las flores han brotado, se dijo, pero… ¿de qué le ha servido su trabajo? No ha podido ver su obra». De repente oyó la risa de una niña gritando entusiasmada: ¡Mira, papá! ¡Mira cuántas flores!
Dicen que el hombre del cuentecillo, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas en sus manos…

¿Qué podemos hacer?

Sembrar…, y para sembrar en estos momentos, hace falta tener mucha fe. La vida del hombre es como un campo donde se siembra. Y todos somos sembradores. Es imposible no sembrar nada. Sembramos trabajo, sembramos ilusiones, sembramos ganas de vivir, sembramos alegría… A veces, todo lo contrario. ¡Todos somos sembradores! Y nuestra siembra ya está dando sus frutos. ¿Qué frutos está dando en nosotros lo sembrado?

¿Hemos hecho lo que hemos podido? Si no es así…, no nos extrañemos de que el campo siga triste y sin flores. Por eso nuestro compromiso de sembrar y de que lo sembrado crezca y dé fruto en cada uno de nosotros. Esa es nuestra tarea y nuestro destino: ¡Sembrar!

Isidro Lozano

La misa del domingo

San Lucas no explicita el contexto en el que los Apóstoles se dirigen al Señor para pedirle que aumente su fe. San Mateo, en cambio, sitúa la expresión del Señor «si tuvieran fe como un grano de mostaza» en el momento en que los Apóstoles le preguntan por qué ellos no han podido expulsar el demonio que tenía poseído a un hombre. El Señor responde: «Por su poca fe», añadiendo inmediatamente: «yo les aseguro: si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará, y nada les será imposible”» (Mt 17,20).

San Mateo en su Evangelio escribe que en otra ocasión, al ir de camino, el Señor sintió hambre. Vio una higuera llena de follaje y se acercó a ella para buscar algún fruto para comer. Como no lo encontró, le dirigió a aquel árbol estas palabras: «¡Que nunca jamás brote fruto de ti!» (Mt 21,19). Más tarde, al pasar nuevamente por aquel mismo lugar (ver también Mc 10,12-14.19-23), los discípulos notaron que aquella higuera se había secado de raíz. El Señor entonces les dijo: «Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, no sólo harán lo de la higuera, sino que si aún dicen a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, así se hará» (Mt 21,20-21).

De un modo o de otro, los Apóstoles toman conciencia de su poca fe y anhelan tener una fe más fuerte, firme, sólida. Al ver en el Señor Jesús al Hijo que confía absolutamente en el Padre, al verlo realizar obras tan maravillosas en Su Nombre, le piden con toda humildad y sencillez: «¡Auméntanos la fe!». Puede entenderse esta súplica como un: “¡enséñanos qué hacer para que nuestra fe en Dios y en sus designios crezca y se haga fuerte! ¡Ayúdanos a acrecentar nuestra fe tan pobre y frágil!”. Pero también hemos de entenderla como una humilde súplica al Señor para que Él infunda en ellos el don de la fe. Creer en Dios no es tan sólo una adhesión mental y cordial que brota de la confianza que se le pueda tener a Él y a todo lo que Él revela. La fe en Dios es ante todo un don divino, una gracia sobrenatural que antecede y sostiene todo esfuerzo humano por acrecentar y hacer fecunda esa fe.

Luego de esta primera enseñanza San Lucas recoge en el Evangelio de este Domingo otra enseñanza del Señor: «¿Quién de ustedes que tenga un criado arando o pastorean­do… etc?». La versión litúrgica traduce el término griego doulon por criado. Sin embargo, más preciso sería traducirlo como siervo. Sobre esta calificación podemos decir que en el Antiguo Testamento es frecuente la designación de Israel como “siervo de Dios”, siendo los israelitas designados como “siervos suyos”. Dios los liberó muchas veces de servidumbres esclavizantes y los invitó a pasar a su libre servicio. Obedecer a Dios implicaba un servicio libremente aceptado y amorosamente corroborado: «si no les parece bien servir al Señor, elijan hoy a quién han de servir» (Jos 24,15). El servicio ofrecido a Dios, a diferencia de aquel ofrecido a otros dioses o ídolos, nunca es esclavizante, sino libre y auténticamente liberador.

María, miembro conspicuo de este pueblo elegido de Dios, se designó a sí misma como la doulé Kyriou, es decir, la sierva del Señor (Lc 1,38). Los siervos en las parábolas son hombres de absoluta confianza. Su señor los envía a realizar misiones específicas como por ejemplo recolectar ganancias (ver Mt 21,34-36), convocar a los invitados para su boda (ver Mt 22,4.6), encargarse de la administración de su casa (ver Lc 15,22; 19,13).

El de siervos fue a la vez un título que asumieron los primeros cristianos. Al reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios y Señor de todo, no tardaron en llamarse a sí mismos siervos de Cristo (ver Gál 4,6-7; Rom 8,15-16; 1Cor 7,22; Ef 6,6). ¿Pero no se contradecía este título con las palabras dirigidas por el Señor a sus discípulos la noche de la última Cena: «no los llamo ya siervos… a ustedes los he llamado amigos» (Jn 15,15)? No hay contradicción alguna, pues en aquella misma ocasión también les dijo el Señor a sus discípulos: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Jn 15,14). La obediencia no es exclusiva de un siervo, lo es también de quien quiera ser amigo del Señor Jesús.

Resulta extraño que aquel siervo de la parábola que ofrece el Señor en el Evangelio de este Domingo deba calificarse a sí mismo de inútil o “bueno para nada” una vez que ha cumplido fielmente con todas sus tareas. Inútil sería propiamente aquel que no cumple con sus tareas. Al calificarse a sí mismo de “inútil” el siervo de la parábola reconoce en realidad que, a pesar de haber cumplido fielmente su tarea, no tiene derecho a ponerse por encima de su señor y reclamar un trato que no le corresponde. No por cumplir bien su deber el siervo merece sentarse a la mesa del amo para ser servido por él. El siervo no debe perder de vista que su lugar es servir a su señor. Del mismo modo, el creyente debe servir al Señor, no servirse de Él o buscar que Él lo sirva y haga lo que él quiere.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«¿Hasta cuándo pediré auxilio, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: “Violencia”, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me enseñas injusticias, me pones delante violencias y destrucción, y surgen pleitos y contiendas?» (Hab 1,2-3). Con este grito que el profeta eleva al Cielo empieza la primera lectura del Domingo. ¿No es este el grito que muchos creyentes también hoy elevan a Dios cuando se hallan en medio del dolor, del sufrimiento, de alguna prueba que parece nunca acabar y que los lleva al borde de la desesperación? Quien sufre una terrible injusticia y daño, quien pierde el trabajo y no tiene con qué sustentar a su familia, quien padece una enfermedad difícil de sobrellevar, quien sufre la pérdida de un ser amado, eleva también al Cielo semejantes quejas: “¿Por qué a mí? ¿Dónde estás Dios? ¿Por qué no me escuchas?” ¡Cuántas veces escuchamos a estas personas decir: “he perdido mi fe, pues Dios no responde a mis ruegos, o porque Él me ha quitado a mi abuela, a mi hijo, etc.”! Pero, ¿es Dios quien no nos escucha? ¿O somos nosotros quienes por tener el corazón endurecido no escuchamos a Dios? 

En la Carta a los Hebreos leemos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb 1,1-2). A lo largo de la historia Dios ha hablado a su criatura humana de muchos modos, una y otra vez, y sobre todo ha hablado fuerte en su Hijo, el Señor Jesús: Él nos ha enseñado todo lo que tenemos que saber para ganar la Vida eterna y nos ha gritado su amor desde la Cruz. Su voz sigue resonando hoy en los Evangelios y en Su Iglesia. 

¡Pero qué pocas veces escuchamos verdaderamente al Señor, porque escuchar implica necesariamente hacer lo que Él nos dice! En efecto, la verdadera fe no consiste principalmente en creer que “si se lo pido con fe” Dios me va a hacer tal milagro, o me va a liberar inmediatamente de la prueba terrible que estoy pasando, o me va a solucionar todos mis problemas y males. Sin duda puede hacerlo y lo hace si en sus amorosos designios considera que es lo mejor, pero antes que este “creo en ti para que Tú me escuches a mí y hagas lo que yo te digo”, la fe es un “creo en ti y te escucho para hacer lo que Tú me digas”. Cree y confía verdaderamente en Dios quien, como el “siervo inútil” de la parábola, “hace lo que le es mandado”.

Al considerar de este modo la fe, descubro inmediatamente lo pequeña y frágil que es mi fe. ¿Qué puedo hacer para que aumente?

La fe es un don de Dios, por ello lo primero que debo hacer es pedírselo al Señor cada día con mucha humildad e insistencia, con esta o semejante oración: “Señor, ¡aumenta mi fe! Que pueda creer firmemente en Ti, en tus palabras y promesas, como supieron creer Santa María y los Apóstoles”.

Lo segundo es conocer cada día mejor qué es lo que enseña el Señor Jesús. Para ello es importante leer los Evangelios con frecuencia y meditar las enseñanzas de Cristo, familiarizarnos con ellas. Decía San Ambrosio: «A Dios escuchamos cuando leemos sus palabras». Al hacer esta lectura recordemos que debemos entender las enseñanzas del Señor como la Iglesia las entiende y enseña. La Escritura no puede estar librada a nuestra “libre interpretación”. Por ello también es importante instruirnos sobre las verdades fundamentales de la fe, leyendo continuamente y estudiando el Catecismo de la Iglesia Católica.

Finalmente es necesario esforzarme por poner en práctica lo que Él nos enseña: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). La fe crece, madura y se consolida cuando pasa a la acción, cuando se manifiesta en nuestra conducta, en nuestras opciones cotidianas.

Aumenta nuestra fe

“El justo vivirá por su fe”, que proclama Habacuc, sitúa nuestra fe dentro del reino de la paz y de la justicia (Hab 2,4). La segunda Carta del apóstol San Pablo a Timoteo, por su parte, nos habla de los dones del Espíritu Santo como procedimiento para mantener y aumentar nuestra fe (2 Tm 1,14). Se añade a esto que la petición de los apóstoles a Jesús es una demanda universal y permanente de los hombres y mujeres de todos los tiempos; necesitamos que Dios incremente nuestra fe, ya que, sin su ayuda, la fe no es posible (Lc 17,5).

Aquí me tienes, Señor, como un simple servidor tuyo,
como un simple servidor de mis hermanos.
No valgo mucho, soy como soy, limitado y pobre,
lleno de incoherencias y falto de voluntad…,
pero aquí me tienes.

¡AUMENTA MI FE, SEÑOR!,
para que, en mi oración, te descubra en todo lo que me rodea;
para que, en mi vida, descubra que habitas en mí;
para que mi fe anime a otros a fiarse de ti,
a caminar hacia ti, a pensar en ti, mi Dios cercano y amigo.

¡AUMENTA MI FE, SEÑOR!
Dame capacidad para esperar y soñar que la vida puede ser de otra manera.
Dame el don de intuir que los hombres son mejores de lo que pienso.
Dame la fortaleza para luchar por lo que creo que merece la pena.
Dame la alegría de saber que contigo a mi lado puedo ser feliz.

Aquí me tienes, Señor, como un simple servidor tuyo,
como un simple servidor de mis hermanos.
Aquí me tienes, Padre,
deseoso de poder colaborar contigo,
deseoso de sentirme hermano de mis hermanos,
con ganas de hacer lo que sé y puedo.

¡AUMENTA MI FE, SEÑOR!
Dame una “fe como un grano de mostaza”,
una fe capaz de sembrar aunque no intuya los frutos;
una fe soñadora, pero con los pies en la tierra;
una fe que mire al cielo, pero con los ojos bien abiertos:
con los pies en el camino, pero con el alma clavada en ti.
Dame “fe como un grano de mostaza”.
Ayúdame a reconocer que soy un simple servidor tuyo,
un simple servidor de mis hermanos
que intenta hacer lo que tiene que hacer.

¡AUMENTA NUESTRA FE, SEÑOR!

Isidro Lozano

Comentario al evangelio – Viernes XXVI de Tiempo Ordinario

Regalo de la maravilla

En Corazín, Betsaida y Cafarnaúm se produjeron muchos milagros, pero los corazones de sus ciudadanos permanecieron fríos e insensibles. No respondieron precisamente porque habían perdido el sentido del asombro y la maravilla; habían perdido la frescura de la vista. Observa de nuevo las preguntas que Yahvé planteó a Job. ¿Hemos contemplado alguna vez esas maravillas? Si nos detenemos a «ver realmente» esas maravillas que se despliegan a diario a nuestro alrededor, al igual que Job, nos llevaremos las manos a la boca en señal de asombro y nos arrodillaremos en señal de adoración al Creador. Entonces responderemos a esas maravillas sentándonos en cenizas y vistiendo el cilicio del arrepentimiento por no haber reconocido la Gracia que siempre nos ha rodeado; y nos alinearemos con los designios del Creador.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – San Jerónimo

Hoy celebramos la memoria de san Jerónimo.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 13, 47-52):

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos también es semejante a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?». Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo».

Hoy, leemos la parábola de la red que recoge todo tipo de peces. San Jerónimo, el hombre de la antigüedad que más y mejor estudió la Biblia, pone esta parábola en paralelo con la del trigo y la cizaña. En ambas parábolas el bueno y el malo coexisten, sin que estén marcados los límites que separan a uno del otro. En la vida real, los que nos decimos “buenos” quizá no lo somos tanto como nos pensamos; como tampoco hemos de considerar a los “malos” como casos perdidos. Un cambio siempre es posible, y lo podemos esperar en nosotros y en los otros. Dice el papa Francisco que «ahora es tiempo de esperanza, y que la esperanza, en principio, no descarta nada ni a nadie».

La alusión de Jesús al horno de fuego, a los lloros y al crujir de dientes (cf. Mt 13,50) no pretende herirnos ni desanimarnos. Todo lo contrario, lo que quiere es que tengamos viva la esperanza, que seamos previsores y que optemos ya ahora por el Reino de los cielos. 

Sólo en la dimensión escatológica se discernirá quién es definitivamente bueno y quién no lo es. Por el momento, quien no es suficientemente bueno, siempre puede enmendarse. Al final es posible que aquel que considerábamos peor que nosotros, sea evaluado como bueno; y que quienes nos creíamos buenos, ¡quién sabe si nuestra bondad superará el riguroso examen que se nos hará! 

En todo caso, la parábola deja entender que, en esta vida, nosotros no somos nadie para hacer ni el discernimiento ni la selección. No es de nuestra incumbencia. Hay que esperar al fin del mundo que es cuando el amo hará la elección definitiva.

Hacia el final, Jesús pone la cuestión que todo buen maestro pregunta a sus alumnos: «¿Habéis entendido todo esto?» (Mt 13,51). Nosotros, discípulos suyos, ¿qué le responderemos?

+ Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

Liturgia – San Jerónimo

SAN JERÓNIMO, presbítero y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-par

  • Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5. ¿has mandado a la mañana y entrado por las fuentes del Mar?
  • Sal 138. Guíame, Señor, por el camino eterno.
  • Lc 10, 13-16. Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.

O bien: cf. vol. IV.


Antífona de entrada          Cf. Sal 1, 2-3
Dichoso el hombre que medita la ley del Señor día y noche, dará fruto en su sazón.

Monición de entrada y acto penitencial
Se celebra hoy la memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, nacido en Dalmacia, estudió en Roma y recibió el bautismo. Después se entregó a la vida ascética en Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, quien le encomendó la tarea de traducir al latín, entonces la lengua del pueblo, las Sagradas Escrituras. Por su profundo conocimiento de la Palabra de Dios y sus comentarios bíblicos y espirituales, mereció ser llamado doctor de la Iglesia. Murió el año 420 en Belén, donde se había retirado los últimos años de su vida.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
que concediste al presbítero san Jerónimo
un amor suave y vivo a la Sagrada Escritura,
haz que tu pueblo
se alimente de tu palabra con mayor abundancia
y encuentre en ella la fuente de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Nos hemos reunido aquí, hermanos, para conmemorar el misterio de nuestra redención; roguemos, por lo tanto, a Dios todopoderoso, para que todo el mundo se llene de bendiciones y de vida.

1.- Por todos los consagrados a Dios, para que con su ayuda puedan cumplir fielmente su propósito. Roguemos al Señor.

2.- Por la paz de los pueblos, para que, sin ninguna perturbación, puedan servirle en libertad de espíritu. Roguemos al Señor.

3.- Por los ancianos que viven en soledad o enfermedad, para que sean confortados por nuestra fraternal caridad. Roguemos al Señor

4.- Por nosotros, aquí congregados, para que sepamos usar de tal modo los bienes presentes, con los que Dios no deja de favorecernos, que merezcamos alcanzar los eternos. Roguemos al Señor.

Sé propicio, Señor, con tu pueblo suplicante, para que reciba con prontitud lo que te pide bajo tu inspiración. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
CONCÉDENOS, Señor,
que, después de meditar tu palabra
a ejemplo de san Jerónimo,
nos dispongamos a ofrecer con mayor fervor a tu gloria
el sacrificio de salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión           Cf. Jer 15, 16
Si encontraba tus palabras, Señor Dios, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón.

Oración después de la comunión
SEÑOR, que los sacramentos que hemos recibido
muevan el corazón de tus fieles,
gozosos por la celebración de san Jerónimo,
para que, atentos a las enseñanzas divinas,
comprendan lo que deben seguir
y, siguiéndolo, alcancen la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.