Vísperas – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XXXI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Muchas veces, Señor, a la hora décima
—sobremesa en sosiego—,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de ti…
«¿Qué buscáis…?» Les miraste. Hubo silencio.

El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
«Rabí —hablaron los dos», ¿en dónde moras?»
«Venid, y lo veréis.» Fueron, y vieron…

«Señor, ¿en dónde vives?»
«Ven, y verás.» Y yo te sigo y siento
que estás… ¡en todas partes!,
¡y que es tan fácil ser tu compañero!

Al sol de la hora décima, lo mismo
que a Juan y a Andrés —es Juan quien da fe de ello—,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: St 4, 11-12

Dejad de denigraros unos a otros, hermanos. Quien denigra a su hermano o juzga a su hermano denigra a la ley y juzga a la ley; y, si juzgas a la ley, ya no la estás cumpliendo, eres su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dijo: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Ya que Cristo quiere que todos los hombres se salven, pidamos confiadamente por toda la humanidad, diciendo:

Atrae a todos hacia ti, Señor.

Te bendecimos, Señor, a ti que, por tu sangre preciosa, nos has redimido de la esclavitud;
—haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Ayuda con tu gracia a nuestro obispo (…) y a todos los obispos de la Iglesia,
—para que, con gozo y fervor, administren tus misterios.

Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad la hallen
—y, hallándola, se esfuercen en buscarla con mayor plenitud.

Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas, a los que viven abandonados,
—para que te sientan cercano y se entreguen más a ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
—donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, lo serás todo para todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder

1.-Oración introductoria

Señor, te aseguro que este evangelio me encanta. Rezuma no un amor cualquiera sino un amor elegante, fino, de excelencia. Nos invita a poder disfrutar de un amor muy profundo, desconocido para nosotros los humanos: la de amar a fondo perdido, la de amar a cambio de nada, la de amar con un amor de “ágape” es decir, totalmente desinteresado. Dame hoy a mí poder descubrir y saborear este amor.

2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 14, 12-14

En aquel tiempo, decía Jesús a uno de los principales fariseos que le había invitado: Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.

 
3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En el evangelio podemos descubrir tres tipos de amores: el de obras; el de corazón y el de excelencia.

A) El de obras está manifestado en la parábola de los dos hijos: “sólo el que va a la viña hace la voluntad del Padre” (Mt. 21,31”.

B) El del corazón, está avalado por este texto: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt. 15,8). No se puede agradar a Dios con ninguna obra teniendo el corazón lejos”.

C) El de excelencia. El que está liberado de todo egoísmo, no exige ninguna paga ni ninguna recompensa; obra por pura gratuidad. A este amor alude el evangelio de hoy: Hay que invitar al que no te puede pagar, al que no te puede recompensar, al que no puede devolverte la invitación.   Este amor es tan alto, tan fino, tan sublime, tan exquisito, que no necesita paga. Le basta con existir para estar pagado. A Jesús le encantaba amar a su Padre, sólo por complacerle. “Hago siempre lo que al Padre le gusta” (Jn. 8,29). Y de esta costumbre de obrar siempre así con su Padre-Dios, le viene a Jesús la manera tan delicada y fina de amar a los hermanos. Dios disfruta amándonos. No espera de nosotros otra cosa sino la de “dejarnos querer” por Él.

Palabra del Papa

“A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo. Hermanos cardenales, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad, es la misericordia. La que Él nos ha dado y cada día tiene con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Y esto es lo que el Señor nos pide a nosotros.Queridos hermanos cardenales, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad”. (S.S. Francisco, 23 de febrero de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito Hoy voy a ofrecer algo a una persona sin esperar que me lo devuelva.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, ¡qué distinto eres de nosotros! Te agradezco que podamos asomarnos un poco al fondo sin fondo de tu exquisito amor. En este evangelio nos invitas a elevar el vuelo, a no mirar el amor a ras de tierra, con criterios humanos egoístas, pensando en tener alguna recompensa siempre que hacemos algo. Tú nos dices que “hay mayor alegría en dar que en recibir” y que existe un gozo profundo en el amor gratuito y desinteresado. ¡Gracias, Señor, ¡por esta bella enseñanza!

Comentario – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

Lc 14, 12-14

Jesús dijo al que le había invitado -un Fariseo-: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus «amigos», ni a tus «hermanos» ni a tus «parientes», ni a tus «vecinos ricos» no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado.»

Este es un consejo muy paradógico, casi chocante. ¿Cómo? ¿No se tendría que invitar a los amigos, ni a los hermanos, ni a los parientes a comer o a cenar? Evidentemente, Jesús no puede querer decir esto. Pero ha querido despertar la curiosidad de sus oyentes… Ciertamente tiene una lección muy importante a decirnos. Repasemos primero, en nuestra experiencia personal, cuan agradable es para nosotros encontrarnos a la mesa con amigos, hermanos, parientes. En ese caso, en el fondo, no salimos de «nosotros mismos»: tenemos a nuestro alrededor un primer círculo de personas que, por así decir, forman parte de nosotros… amarles, es seguir amándonos a nosotros mismos. Ahora bien, la característica del evangelio es hacer que traspasemos este primer círculo de nuestra familia, de nuestro medio ambiente, de nuestra raza… que es como una prolongación de nosotros mismos. Recordemos: «Si amáis sólo a los que os aman ¿qué hacéis de extraordinario? Los pecadores también lo hacen.» (Lucas 6, 32)

Por el contrario, cuando des un banquete, invita a «pobres», «lisiados», «cojos», «ciegos»…

Esto es precisamente lo que no hacen los ricos: cuidan bien de invitar sólo a personas de su misma clase social y del mismo rango. De otra parte, actuar de otro modo sería difícil: ¿qué diría la gente?

Ahora bien, ¡esto es completamente al revés de las perspectivas que predica Jesús!
¡Eminente dignidad de los pobres! Deberían ser los primeros en nuestras listas de invitados. Esa palabra divina ¡cuán difícil resulta escucharla!

Este era uno de los problemas que más a menudo surgían en las primeras comunidades cristianas: Jesús había decidido que su Asamblea debía estar abierta a todos.

  • sin distinción de clase social (Lucas 14, 12-14; Santiago 1,9; 2, 1-6)
  • sin distinción de razas (Romanos 10, 12; Corintios 12, 13; Calatas 3, 28)
  • sin excluir, siquiera, a los pecadores (Lucas 7, 36-50). No, la asamblea cristiana no es, de ningún modo, una reunión de personas de élite, bien seleccionada. Los más pobres están igualmente invitados.

La iglesia quiere ser el «signo de la concentración universal» . Es la voluntad de su Fundador. Pero, actualmente ¿es esto así en todas nuestras comunidades?

Y «dichoso» serás tú entonces, porque no te pueden corresponder.

Esta es la palabra clave del amor evangélico: «amar sin esperar correspondencia». El desinterés más absoluto. «No podrán corresponder: tanto mejor» Estoy contento de amar a cuerpo descubierto, sin esperar correspondencia.

Esto te será devuelto cuando resuciten los Justos.

Es lo mismo que decir amar «sólo por Dios»

Hay casos, en que ésta es la única motivación capaz de hacernos superar unas repugnancias invencibles, unos bloqueos afectivos, aparentemente sin salida y unas dificultades psicológicas extremas.

Sí, Dios interviene en el hombre para ensancharle el corazón. Y la «resurrección de los justos» será el brillante despliegue a pleno día de ese amor sin condiciones, sin fronteras, sin exclusivas… que es el amor mismo de Dios. Porque Dios «ama a los justos y a los injustos». (Lucas 6, 35; Mateo 5, 45)

Noel Quesson
Evangelios 1

No es Dios de muertos, sino de vivos

Fe en Dios y resurrección

La vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia humana. Con sufrimiento experimentamos la muerte, pero, al no tener evidencia de la vida resucitada, sentimos angustia ante una existencia que llegará a su fin.  Solo Dios, que nos regala ese don, tiene una palabra sobre la misma. Jesús, respondiendo a los saduceos que negaban la resurrección de los muertos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Pero es desde su profunda e íntima experiencia del Padre que Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el trauma de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización.

¿Quién habita el anhelo de permanencia y salvación?

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin duda que puede presumir de grandes logros, a la vez que afronta serias crisis que manifiestan su fragilidad, incluso en sus mejores aspiraciones y proyectos.  Ello crea inseguridad y origina un vacío de confianza, característica de nuestra época, según una opinión bastante generalizada.

Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

Como creyentes en Cristo nos preguntamos si estamos dispuestos nosotros a dar testimonio de que, en lo profundo de esos anhelos, está Dios como el misterio de salvación y de permanencia que buscamos. Que la muerte, que tanto tememos, no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de otra más plena. ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo testimoniarlo a nuestros hermanos que se van alejando de la fe?

Mientras Jesús afirma con claridad que los muertos resucitan, no nos desvela los detalles de esa vida nueva que nosotros no podemos imaginar porque escapa a los esquemas de este mundo. Nos gustaría saber más, quizá por el afán de poder controlar el más allá como deseamos controlar el presente. Sin embargo, Jesús se limita a pedirnos una respuesta de fe y confianza en el Dios fiel, que es Padre y quiere que todos sus hijos vivan. Confiados en las promesas de Jesús, nos presentaremos ante el Padre, que es amor y misericordia, y en sus brazos entraremos en esa nueva realidad que colmará todas nuestras aspiraciones.

La esperanza que da sentido a nuestro presente

La esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna   no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno.

El que vive en la esperanza de la resurrección, aún dentro de su pobreza, va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones. Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa del Padre. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza

Cristo es nuestro modelo.  Él vivió aliviando el sufrimiento y liberando de toda clase de miedos a las gentes que le seguían. Contagiaba una confianza total en Dios. Su preocupación fue hacer la vida más humana, tal como lo desea el Padre. La resurrección de Jesús es la prueba de que su vida y su entrega hasta la muerte tuvieron un sentido.

Es cierto que nuestra fe y confianza son frágiles; las dudas y el desánimo están siempre al acecho. Sin embargo, la Pascua de Cristo, su victoria sobre el mal y la muerte, nos alienta a vivir en la confianza de que él sigue acompañando la humanidad hasta su último destino. Dios que es fiel y nos ha llamado a esta grande esperanza, nos conforta para que un día sea realidad.

Hace poco una persona creyente me comentaba que, salvando las distancias, él entendía la fe como creer y confiar en la cosecha abundante de un campo de trigo, cuando aún es invierno, la semilla ha desaparecido bajo tierra y en las manos tenemos solo un puñado de granos. Creer que Cristo ha resucitado da profundidad a nuestra vida de fe, la hace confiable. De lo contrario ¿cómo podríamos aceptar el invierno, el cansancio, la espera si no hubiera verano ni cosecha? «Dios es de los vivos, no de los muertos, porque para él todos viven”.

Fr. Pedro Luis González González

Lc 20, 27-38

¡Transformación total de la naturaleza humana en el más allá!

Son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Los que plantean la cuestión a Jesús son saduceos* que no creen en la resurrección. Una de las diferencias doctrinales más acusadas entre los fariseos y los saduceos es que aquellos creen en la resurrección de los muertos y en los ángeles y éstos no creen ni en una cosa ni en la otra. Los fariseos son descendientes de los hasidim (piadosos), colaboradores de los Macabeos, y creyentes en la resurrección como observamos en la primera lectura proclamada hoy. Los saduceos plantean el problema recurriendo a una historia ficticia y académica que se fundamenta en la ley del levirato*. Como quiera que creían en el reino de Dios, aunque un reino temporal y terreno transformado, aplicaban al Reino los mismos parámetros que se dan en la vida real. Jesús sale al paso de sus objetores y les contesta en dos momentos: en primer lugar, cómo será la vida de los hombres después de la resurrección (como los ángeles de Dios, es decir, totalmente espiritual); en un segundo lugar, afirma claramente la existencia de la resurrección. En cuanto a la primera cuestión, Jesús afirma, apoyado en la existencia de los ángeles, que serán como ángeles de Dios y como hijos de Dios. Allí ya no habrá matrimonio, porque éste es entendido como el vehículo necesario para prolongar la vida sobre la tierra. En el cielo no existe la muerte, por tanto ya no es necesario el matrimonio. Los ángeles de Dios y los hijos de Dios ya no mueren. Jesús afirma abiertamente la esencia de la vida futura: que es una vida espiritual, feliz, luminosa, permanente y inamisible. En un mundo con tantas dificultades para elevarse a lo espiritual este relato evangélico tiene mucho que ofrecerle; pero también es verdad que no es fácil la comprensión y aceptación del mismo. Hay que seguir proclamando la vida futura feliz, culminación de una vida asaltada por el sufrimiento y la muerte.

¡La resurrección es la puerta obligada para la vida eterna!

No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos. Jesús ha respondido a uno de los interrogantes más preocupantes de la humanidad: el enigma de la muerte. ¿Qué le espera al hombre más allá de la muerte? ¿Existe otra vida? E relato evangélico nos ha conservado la narración de algunas resurrecciones efectuadas por Jesús como “signos” o primicias de esta respuesta definitiva: la resurrección del joven hijo único de la viuda de Naím (Lc 7,11ss); la resurrección de la jovencita hija de Jairo (Mc 5,21ss); y la resurrección de Lázaro (Jn 11). Son solamente signos indicativos de una verdad y una realidad mucho más amplia: la indicación y comprobación de que Jesús tiene poder sobre la muerte. Quedará totalmente respondida la cuestión con la propia resurrección de Jesús. Se trata de una resurrección escatológica, trascendente y universal: en la resurrección de este hombre llamado Jesús, todos los hombres son llamados a la resurrección y a la vida. Él mismo es la resurrección y la vida (Jn 11,23-27). Jesús envía a sus interlocutores a una de las perícopas que proclaman frecuentemente en la sinagoga: el episodio de la zarza que nos transmite el libro del Éxodo (3,1ss). Mediante una exegesis propia de su tiempo, Jesús deduce la verdad de la resurrección y que Dios es un Dios de vivos y no de muertos.

También hay una evocación de los orígenes: Dios creó al hombre para una vida perenne (sentido del árbol de la vida). Para Dios todos viven es una declaración importante y consoladora. Este mensaje sobre la resurrección tiene hoy especial incidencia y urgencia entre los creyentes, incluso. Hay no pocos creyentes que se confiesan tales, pero cuando se les pregunta sobre el más allá contestan que no creen en la vida eterna. No podemos apreciar el alcance de estas declaraciones, pero en todo caso es necesaria una evangelización de esta verdad fundamental sin la cual no es posible la esperanza (1Cor 15,12ss). Pero no es fácil su aceptación. Por eso hacen falta testigos verdaderamente convencidos de esta verdad. Y la raíz y apoyo de la misma es un acontecimiento: la resurrección del propio Jesús como primogénito de entre los muertos, a quien seguimos todos, y un fundamento firme: el poder de Dios que tiene capacidad para devolver la vida a todos y para siempre.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

2Tes 2, 15 – 3, 5

El creyente inmerso en el mundo y rodeado de dificultados necesita el consuelo de Dios!

Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre… os consuele internamente y os dé fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas. El trasfondo de este texto es martirial. En realidad la Iglesia siempre es martirial porque ha sido fundado por el primer Mártir del que Simeón había afirmado prolépticamente que sería una bandera discutida. La consolación es tarea peculiar del Espíritu. Precisamente el nombre de Paráclito lleva en su propia raíz el sentido de consolar y exhortar. El Espíritu Paráclito recibirá la misión de consolar a la Iglesia durante todo su itinerario hasta la Vuelta de su Señor. Una de las tareas principales de los profetas era consolar (Is 40,1ss). La consolación de Israel es un tema importante en la historia de la esperanza mesiánica. Esta esperanza era alimentada de modo especial en los círculos que hemos convenido en llamar los “pobres de Yahvé”* (anawim). A este grupo habrían pertenecido con toda probabilidad María y José así como Simeón y Ana. Y también con toda probabilidad muchos de los primeros judíos convertidos al cristianismo. El relato lucano nos ha conservado un detalle revelador en este sentido cuando presenta la figura de Simeón (Lc 2,25ss). Pablo recuerda la misma preocupación por el consuelo (2Cor 1,3-5). Una misión importante de los discípulos de Jesús en nuestro mundo es continuar esta tarea consoladora. Los hombres y mujeres de este tiempo tienen necesidad de la consolación.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

2Mac 7, 1-2. 9-14

¡La incomprensión y paradoja de la persecución religiosa!

El testimonio de Daniel confirma este relato (Dn 11,21-12,13) al recordar a Epífanes y sus atrocidades. ¿Por qué las persecuciones religiosas? La dureza de la persecución alcanza a las mujeres y a los niños. Son perseguidos por permanecer fieles a la ley del Señor que es la expresión de su voluntad. Los piadosos judíos están dispuestos a la muerte violenta antes que quebrantar la ley (cf. Salmo 119 que bien podría titularse dichosos los que siguen la ley del Señor). La ley es, a la vez, relato y acontecimiento. Es el bloque donde se recogen los elementos centrales de la fe de Israel. Del libro de la ley era obligatorio proclamar en la celebración del culto sinagogal un fragmento. El libro de la ley contiene: el relato de los orígenes; la historia patriarcal (vocación, promesa, alianza de Dios con ellos); la esclavitud y liberación de Egipto con la Pascua; travesía por el desierto; estipulación de la alianza del Sinaí entre Dios y su pueblo; camino hacia la tierra prometida. Quebrantar la Ley supondría negar al Dios que la pactó con su pueblo. El proyecto y la voluntad de Dios están en juego en la persecución. No ha sido fácil entender las persecuciones a lo largo de la historia del pueblo judío y a lo largo de la historia de la Iglesia.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Comentario al evangelio – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

Romper la cadena

Gran parte de lo que se desarrolla en el comercio humano es el interés propio expresado en la reciprocidad. «Tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya» es el principio que suele guiar las interacciones, tanto a nivel personal como nacional o internacional. Se dice que el genocidio de Ruanda de 1994 no movió a las naciones poderosas a intervenir precisamente porque no tenían nada que ganar con una intervención allí: ¡ni minerales, ni yacimientos de petróleo! En escalas más pequeñas y sutiles, también hacemos lo mismo en nuestros pequeños mundos, que Jesús señala hoy. Nos invita a ser más redentores e incondicionales; a compartir nuestras bendiciones y mesas con aquellos que no pueden devolver el favor.

En otras palabras, dar sin contar el coste y sin expectativas; y muy especialmente, invitar a los que están en los márgenes al centro de nuestras vidas. Y promete recordar nuestras buenas acciones en el día que más cuenta.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XXXI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 14, 12-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo también a aquel hombre principal de los fariseos que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa»

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (…)» (San Josemaría).

Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME

Laudes – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

LAUDES

LUNES XXXI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Señor, ábreme los labios.
R/. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Se reza el invitatorio cuando laudes es la primera oración del día.

Ant. Entremos a la presencia del Señor, dándole gracias.

SALMO 99: ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Llenando el mundo, el sol abre
la mañana más y más.

La luz que transcurre ahora
aún más pura volverá.
Descansa el peso del mundo
en alada suavidad,
teje la santa armonía
del tiempo en la eternidad.

Vivir, vivir como siempre;
vivir en siempre, y amar,
traspasado por el tiempo,
las cosas en su verdad.
Una luz única fluye,
siempre esta luz fluirá
desde el aroma y el árbol
de la encendida bondad.

Todo en rotación diurna
descansa en su más allá,
espera, susurra, tiembla,
duerme y parece velar,
mientras el peso del mundo
tira del cuerpo y lo va
enterrando dulcemente
entre un después y un jamás.

Gloria al Padre omnipotente,
gloria al Hijo, que él nos da,
gloria al Espíritu Santo,
en tiempo y eternidad. Amén.

SALMO 83: AÑORANZA DEL TEMPLO

Ant. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:

cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.

¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.

CÁNTICO de ISAÍAS: EL MONTE DE LA CASA DEL SEÑOR EN LA CIMA DE LOS MONTES

Ant. Venid, subamos al monte del Señor.

Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.

Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:

él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor.»

Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid, subamos al monte del Señor.

SALMO 95: EL SEÑOR, REY Y JUEZ DEL MUNDO

Ant. Cantad al Señor, bendecid su nombre.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá
él gobierna a los pueblos rectamente.»

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cantad al Señor, bendecid su nombre.

LECTURA: St 2, 12-13

Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, porque el juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia. La misericordia se ríe del juicio.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito sea el Señor ahora y por siempre.
V/ Bendito sea el Señor ahora y por siempre.

R/ El único que hace maravillas.
V/ Ahora y por siempre.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito sea el Señor ahora y por siempre.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Bendito sea el Señor, Dios nuestro.

Benedictus. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR. Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendito sea el Señor, Dios nuestro.

PRECES

Invoquemos a Dios, que puso en el mundo a los hombres para que trabajasen concordes para su gloria, y pidamos con insistencia:

Haz que te glorifiquemos, Señor.

Te bendecimos, Señor, creador del universo,
—porque has conservado nuestra vida hasta el día de hoy.

Míranos benigno, Señor, ahora que vamos a comenzar nuestra labor cotidiana;
—haz que, obrando conforme a tu voluntad, cooperemos en tu obra.

Que nuestro trabajo de hoy sea provechoso para nuestros hermanos,
—y así todos juntos edifiquemos un mundo grato a tus ojos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A nosotros y a todos los que hoy entrarán en contacto con nosotros,
—concédenos el gozo y la paz.

Llenos de alegría por nuestra condición de hijos de Dios, digamos confiadamente:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.