Las anestesias de la fe

1.- Si la fe, fuese conquista, tarea exclusiva del hombre, no existiría problema: la ciencia y la técnica se encargarían, con ingenio y medios, de que fuera algo inmediato, real, decisivo, convincente o que llenase de seguridad al ser humano. Pero, en la realidad, vemos que no es así. La fe es un don. Un regalo que hay que ir cuidadosamente descubriéndolo. Y, por cierto, hay que descubrirlo de una forma atípica: desde dentro hacia fuera. Unas veces resulta fácil y otras no lo es tanto. ¡Son tantas las fuerzas que intentan anestesiar la curiosidad por el mundo de la fe!

La fe, como regalo, no se compra, se oferta ni se vende en la tienda de la esquina. No se anuncia en grandes pantallas ni en las principales plataformas comerciales. Ese, justamente, es el camino contrario para dar con ella.

Para conseguirla hay que aprender a mirar en el horizonte del cielo. Lo contrario, el escaparate del mundo, nos la quita. O, por lo menos, nos dificulta llegar y pensar en esa otra fe que es aventura, amor por lo invisible y confianza por lo que aún no viéndose se palpa y se guarda en el corazón.

2.- Todos tenemos fe en algo o en alguien; el niño en sus padres; el estudiante en sus profesores; el científico en sus experimentos, etc. Pero, la fe de la que nos habla el Evangelio, es una fe que rebasa con creces los límites caducos de esas otras pequeñas confianzas que tenemos en las personas o en las cosas. La fe de los apóstoles es una fe mucho más amplia y rica que la fe en las pequeñas cosas.

¿Pedimos a Dios que nos aumente la fe? ¿Sentimos necesidad de ella? ¿Por qué el hombre vaga sin esperanza, cabizbajo y perdido? Pues, entre otras cosas, porque todo aquello que ha dado por válido, como definitivo para montarse en el tren del bienestar ha resultado ser una “anestesia” de la auténtica fe y hasta de la misma vida. Lo que cuenta y suena, lo que se impone por moda resulta ser, muchas veces, anestesia permanente de la verdadera fe que conduce al encuentro personal con Jesús y a una paz consigo mismo.

Hoy, como los apóstoles, reclamemos al Señor que nos envíe unas buenas vitaminas para que, nuestra fe, sea valiente, convencida, entusiasta. La Eucaristía de cada día o de cada domingo, la escucha o la lectura personal y pausada de la Palabra de Dios, la contemplación o –incluso en este mes de octubre- el rezo y la reflexión del Santo Rosario pueden servirnos, perfectamente, para fortalecer y aumentar nuestros deseos de seguir a Jesús Maestro con más fuerza que ayer.

3.- Cuántos cristianos, incluso delante de una cruz o en su oración, estarán clamando: ¡Señor que me aumenten el sueldo! ¡Que me toque un golpe de suerte! ¡Que sea reconocido y ascendido en mi puesto profesional!

Cuántos cristianos, y no cristianos por supuesto, mirarán al cielo soñando con un aumento de prestigio, bienestar social o económico. ¿Dónde está nuestro centro?

Que el Señor, en este domingo –festividad de la Virgen del Rosario- nos haga desgranar las cuentas de nuestros pensamientos, deseos, obras y sentimientos (auténticos misterios de gozo y de dolor, de gloria y de luz). Y, al finalizarlas, según sean nuestras pretensiones, comprobaremos si Dios ocupa el centro o el lateral de nuestra vida. Si nuestra fe aumenta o disminuye. Si nuestro vivir cristiano es una realidad o quedó en un papel mojado.

Que el Señor nos haga descubrir y proteger –volviendo al principio- ese gran obsequio y don de la fe. Sólo de esa manera podremos vivirla con intensidad, sin rutina y con una convicción: Dios nos acompaña.

4.- AUMÉNTANOS LA FE

Para que disminuya nuestro egoísmo
y crezca nuestra disponibilidad
Para que se agigante nuestra confianza
y se achique nuestra incredulidad
Para que suba el termómetro de nuestra oración
y se debilite nuestro olvido de Ti

AUMÉNTANOS LA FE

Para que la esperemos como un regalo
y no como algo viejo y caduco
Para que la vivamos con entusiasmo
y no como lección aprendida
Para que se robustezca nuestro interior
y desaparezca nuestro orgullo

AUMÉNTANOS LA FE

Porque queremos ser tus testigos
Porque tememos perderte
Porque a nuestro lado surgen dificultades
Porque no siempre vemos todo claro
Porque seguirte es exigente
Porque amarte es negarnos a nosotros mismos
Porque queremos verte, sin necesidad de verte
Porque queremos que nos ilumines para no perderte

AUMÉNTANOS LA FE

Y, si ves que aumentamos en otras cosas,
haz, Señor, que Tú seas más importante
que la suma de todas ellas juntas.
Amén.

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Lectio Divina – Sábado XXVI de Tiempo Ordinario

“ALEGRAOS DE QUE VUESTROS NOMBRES ESTÁN ESCRITOS EN EL CIELO”

1.- Oración introductoria.

Hoy, Señor, vengo contento a la oración porque así me lo pides Tú. Quieres que participe de la alegría de aquellos 72 discípulos que se llenaron de gozo en su misión. Yo también quisiera encontrar mi gozo en mi trabajo apostólico, haciendo siempre lo que a Ti te gusta, lo que a Ti más te agrada.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 10, 17-24

                   En aquel tiempo, regresaron los 72 llenos de alegría, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos». En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

“La alegría más grande”. Hay una sana alegría, la que procede de la propia misión, la de hacer el bien, la de constatar que el mal no triunfa y que los enemigos de Dios no tienen la última palabra. Eso les pasó a los discípulos de Jesús. Pero Jesús alude a otra alegría más honda, más profunda: la de saber que nuestros nombres están escritos en el cielo. La alegría que procede de nuestros triunfos pastorales es peligrosa porque puede estar contaminada de egoísmo, de auto-complacencia, y de orgullo personal. Jesús nos invita a elevar nuestra mirada al cielo donde están escritos no nuestros trabajos, nuestros méritos, sino nuestros nombres. El que tiene escritos nuestros nombres en el cielo es nuestro Padre Dios. Ese Padre que se revela a los pequeños y sencillos, a los que se dejan querer, a los que se sienten felices porque Dios es su Padre y saben que Él disfruta con sus hijos pequeños. La obsesión de Jesús era complacer a su Padre, hacer lo que a Él le gustaba, tenerlo siempre contento. No puede haber alegría mayor que el obrar con la única finalidad de ver disfrutar al Padre Dios.

Palabra del Papa

“Siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar el Reino.

Dice el Evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos de alegría, porque habían experimentado el poder del Nombre de Cristo contra el mal. Jesús lo confirma: a estos discípulos Él les da la fuerza para vencer al maligno. Pero agrega: “No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo”. No debemos gloriarnos como si fuésemos nosotros los protagonistas: el protagonista es uno solo, ¡es el Señor! Protagonista es la gracia del Señor. Él es el único protagonista. Nuestra alegría es sólo esta: ser sus discípulos, sus amigos. Que la Virgen nos ayude a ser buenos obreros del Evangelio”. (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito. En este día voy a estrangular mi egoísmo pensando en obrar sólo por agradar a Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al acabar esta oración me siento enriquecido porque he descubierto una manera nueva de alegrarme: no me voy a alegrar porque me salgan bien las cosas, ni por mis propios méritos, sino porque yo, pobre criatura, puedo ser motivo de tu alabanza, de tu complacencia. Me apasiona el sólo pensar que Tú puedes disfrutar conmigo ¡Con lo poco que soy!

Auméntanos la fe

1.- «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré ‘violencia’ sin que me salves?» (Hab 1, 2) ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?… El profeta profiere sus quejas ante el Señor, recurre a él con la misma confianza con que se recurre a un amigo, un buen amigo que además lo puede solucionar todo.

¡Cuándo aprenderemos a recurrir a Jesús del mismo modo! A Jesús que no dudó un momento en dar su vida por nosotros. A Jesús que es el Primogénito del Padre Eterno, el Creador de cielos y tierra, el Supremo Juez de todos los hombres. Enséñanos a orar, te dijeron un día tus discípulos. Ahora también nosotros te lo decimos. Enséñanos a orar, a tratarte con una gran confianza, enséñanos a levantar nuestros ojos hasta los tuyos cuando se nos carguen de sombras y de lágrimas.

«La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse» (Hab 2,3) Dios responde al profeta, como responde siempre al que recurre confiadamente a la fuerza de su amor… Todo esto que sucede ahora tiene su final. Entonces se verán las cosas con claridad, entonces se explicarán muchas cosas que ahora aparecen como absurdas y hasta contradictorias.

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá de la fe. Aquí está la solución de las penas y pesares del profeta Habacuc. Y aquí está el consuelo para nuestras preocupaciones y nuestras fatigas. La fe, esa virtud que nos hace ver la vida de una forma distinta a como aparece a primera vista, la fe como una luz que nos hace sonreír ante la dificultad, que nos da la paz y la calma en medio del dolor y el sufrimiento. Sí, el justo vive de la fe. Vive, aunque parezca morir. Vive, sí, y vive una vida distinta de la meramente animal. Su vida es la vida misma de Dios.

2.- «Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva, entremos en su presencia…» (Sal 94, 1-2) Cada vez que consideramos los textos inspirados, hemos de actualizar la presencia de Dios, pensar que el Señor está junto a nosotros musitándonos sus palabras, queriéndonos decir algo que quizá no acabamos de comprender, o de aceptar. Tengamos presente que esa palabra inspirada nunca intenta un monólogo, sino iniciar un diálogo.

Los primeros versículos de este salmo responsorial nos invitan a entrar en la presencia de Dios, a que nos acerquemos hasta su divina grandeza para aclamarle como Señor y Salvador nuestro. Vamos a hacer caso a esta exhortación, pongamos un poco de más esfuerzo y recojamos nuestros sentidos, para centrar nuestra atención en quien está a nuestro lado, lo mismo que un Padre bueno que mira a su hijo lleno de ternura y de compasión.

Perdóname, Señor -díselo tu también-, que me olvide con tanta frecuencia de que estás muy cerca de mí. Perdona, sobre todo, que viva como si Tú no estuvieras presente, como si fueras el gran ausente de mi vida. Ayúdanos a recordar que es todo lo contrario, que estás muy dentro de nuestra alma, que deseas que contemos contigo, que nos refugiemos en Ti.

«Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Sal 94, 7) Entrar en su presencia, darnos cuenta de que nos ve, que nos oye y nos escucha. Quizá es necesario que seamos tan torpes como somos, ya que si percibiéramos con claridad que Dios está presente, caeríamos abrumados por su grandeza divina, nos postraríamos sin atrevernos a levantar los ojos. De todos modos vamos a tomar conciencia, repito, de que estamos delante de Dios y vamos a ser más respetuosos con él, más delicados en nuestras palabras y en nuestros actos. Porque él es nuestro Dios, el único y verdadero Dios.

Junto a su grandeza, vamos a tener en cuenta su amor por nosotros, su infinita misericordia. Vamos a encender nuestro corazón en agradecimiento por tantos dones recibidos, en correspondencia filial y amorosa… No endurezcamos el corazón como lo endurecieron los israelitas en el desierto. Ya está bien de resistir a la voz de Dios. Dejemos nuestros malos caminos y recorramos los senderos que nos conducen a la salvación, los que transcurren en la presencia de Dios.

3.- «No tengas miedo en dar la cara por nuestro Señor» (2 Tm 1, 8) Pablo sigue dando consejos a su discípulo y amigo Timoteo. Sus palabras están cargadas de esa experiencia que dan los años, de esa luz que da una ancianidad lúcida y serena. Entre otras cosas le exhorta a la valentía en el confesar sin miedo a Cristo Jesús. Cuánto sabe san Pablo de eso, cuántas veces ha dado la cara por el Señor. Cuando escribe esas líneas está cargado de cadenas precisamente por haber tenido la osadía de hablar con entusiasmo del Mesías Redentor del mundo, por haber proclamado la ley del amor en un mundo de odios, por haber predicado la belleza de una vida limpia en medio de una sociedad podrida.

Dios no nos ha dado -dice el Apóstol- un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. Para que, pase lo que pase, nunca nos venza el miedo, para que sea donde sea nos demos a conocer como cristianos. Para que nunca tengamos complejo de inferioridad ante nadie. Para que sepamos hablar de nuestra fe sin rubor ni cortedad. Energía, fortaleza, amor, buen juicio. Cualidades todas que han de estar presentes en nuestro modo de hacer las cosas y de decirlas. Vamos a pedírselo al Señor, vamos a decirle que queremos vencer el respeto humano, que deseamos ser y parecer cristianos, en todo momento y en todo lugar.

«Toma parte en los duros trabajos del Evangelio» (2 Tm 1, 8) Hay que tomar parte en la tarea inmensa de evangelizar el mundo. Ningún cristiano puede estar en las gradas del espectador, nadie ha de considerarse relevado de este servicio, no hay circunstancias que puedan justificar una postura de cómoda inhibición. El ser cristiano es algo dinámico. Cuando uno se hace discípulo de Cristo, ha de escuchar siempre las pala¬bras del Maestro que dicen «ven y sígueme», es decir, inicia la marcha, camina, muévete, vence la inercia hacia una postura horizontal, ponte en pie, sigue el ritmo de mis pasos.

Perdónanos, Señor, perdónanos. No acabamos de entenderte, no acabamos de hacerte caso, no acabamos de ser cristianos de veras. Perdona nuestra indolencia y danos el coraje de ser de otra manera… Vive con fe y con amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita entre nosotros. Sí, el Espíritu de Dios nos asiste, la fuerza viva de la divinidad nos sostiene, el viento impetuoso y divino nos empuja. Pero no olvidemos que hay que desplegar las velas, es preciso agarrar con energía el timón. De lo contrario el barco seguirá inmóvil, agitado quizá pero sin moverse de su sitio, con peligro de hundirse.

4.- «Si tuvierais fe como un granito de mostaza…» (Lc 17, 6) Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: «Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi fe». Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.

Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pide al neófito que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia es que crea en Dios Uno y Trino. El Señor llega a decir que el que cree en Él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dirá en su Evangelio que lo que ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en Él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.

En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo hablará también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.

La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos algo de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el que nuestro enemigo ataca con más astucia y virulencia. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será más fuerte, conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?

A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico de decir subraya Jesús la importancia y el valor de fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado… Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XXVII de Tiempo Ordinario

Lc 10, 17-24

Los setenta y dos discípulos volvieron muy alegres de la «misión».

La maldición de las ciudades hostiles no debe hacernos olvidar este otro aspecto: Efectivamente, los primeros misioneros se encontraron con el fracaso, y tuvieron que sacudir el polvo de sus pies en alguna ocasión… pero también obtuvieron éxitos: se les escuchó y su trabajo apostólico dio mucho fruto. ¡Y regresaron muy alegres!

Y contaron: «Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre.»

Es esto lo único que retuvieron: las potencias del mal se retiraron; y, felices, lo contaban a Jesús.

¿Me ha sucedido alguna vez «contar» a Jesús mis empresas apostólicas?

Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás que caía del cielo como un rayo…»

Mientras trabajaban en los pueblos y aldeas, Jesús estaba en oración, y «veía»… lo invisible. Contemplaba su victoria espiritual.

¿Estoy yo también convencido de que Jesús «ve» lo que estoy tratando de hacer? ¿Y de que Él trabaja conmigo?

Os he dado poder sobre toda fuerza enemiga, y nada podrá haceros daño.

Escucho y me repito estas palabras.

«Sin embargo, no os regocijéis porque se os someten los espíritus; más bien regocijaos porque vuestros nombres están escritos en el cielo.»

Jesús aporta un matiz a la alegría de sus amigos: no son los «medios» lo que cuenta ante todo, sino el «fin»… no es la batalla contra el mal lo que debe alegrarnos, ante todo, sino la participación al Reino de Dios…

«Vuestros nombres están escritos en el cielo»: imagen bíblica corriente, lenguaje simbólico concreto para decir que hay hombres elegidos y salvados. (Apocalipsis3,5; 13, 8; 17, 8; 20, 12; 21, 27; Daniel 2, 1).

Entonces se llenó de gozo en el Espíritu Santo.

Trato de contemplar detenidamente ese estremecimiento, esa alegría expresada, esa felicidad que se traduce corporalmente… y que florecerá también en oración.

Se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: «Bendito seas Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque si has ocultado esas cosas a los sabios y entendidos se las has revelado a la gente sencilla, a los pequeñuelos…»

Es, una vez más, el eco de la primera bienaventuranza: «¡Felices los pobres!» La alegría de Jesús se transforma en «Acción de gracias» al Padre. Su júbilo pasa a ser «eucaristía» . El trabajo misionero de sus amigos fue también una participación a la obra del Padre.

Y, ¿de qué se alegra Jesús? De que los «pequeños» los pobres entienden los misterios de Dios, en tanto que los doctores de la Ley, los intelectuales de la época, los que figuraban… ellos, se cierran a la revelación.

Esta experiencia de la misteriosa predilección de Dios era muy corriente en la Iglesia primitiva. Conviene volver a leer en ese contexto / Corintios 1, 26-31.

Delante de Dios, ¿hago el entendido? ¿Me considero un sabio en las cosas divinas? O bien, me dispongo a recibir la «revelación» del Padre con la sencillez de un niño, de un «pequeño» ?

Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. Mi Padre me lo ha enseñado todo; quien es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quien es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar… ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!

¡No, ciertamente, si los grandes de este mundo permanecen cerrados a las maravillosas realidades invisibles, incognoscibles para la ciencia, no tendrán esa suerte!

Por el contrario, dichosos los que aceptan dejarse introducir en ese misterio de las relaciones de amor entre el Padre y el Hijo… relaciones absolutamente perfectas, símbolos y modelos de todos nuestros propios amores.

Noel Quesson
Evangelios 1

La morera de mi abuelo

1.- A mi abuelo le faltó fe, porque el jardín había una morera enorme que llenaba la tierra de moras, que los críos pisábamos con las alpargatas, que se nos ponían moradas y además ensuciábamos el suelo del comedor cuando entrábamos en casa, cuando no nos caía una espachurrada mora en la blusa blanca, justo cuando salíamos para ir a misa. Le faltó fe porque allí sigue la morera manchando ahora el capó del coche de mi cuñado. Lo podéis comprobar en la calle de Heras, 3, en Pozuelo Estación (*). Le faltó fe al abuelo y les faltó fe a los apóstoles que ese “auméntanos la fe” es un eufemismos por “Señor, no tenemos fe”… que no se atrevieron a decir, pero se lo dice el Señor: “ni pizca de fe (¿qué más pizca que un grano de mostaza?), porque si la tuvierais quitaríais todas las moreras de en medio y ahí están las moreras.

2.- Y es que la fe de que nos habla el Señor no es la fe de que solemos hablar nosotros. Nosotros nos hemos hecho una fe de listas… listas de las cosas que tenemos que creer: el credo; listas de obligaciones: los mandamientos; listas de pecados, listas de virtudes, listas de los dones del Espíritu Santo, ¡y por eso estamos listos!, que ahí sigue la morera.

La fe de Jesús es una total entrega a una persona, la entrega de aquel primer mandamientote Moisés: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser.

a) Es adhesión de corazón al Señor, al que se sigue no por razones, sino porque el corazón se nos va tras Él. Que no amamos a las personas que queremos por razones. Cuando el amor comienza a tener necesidad de razones para amar, ya está humeando y medio apagado.

b) Fe es confianza absoluta en el Señor, al que se sigue a ciegas porque se confía ciegamente en Él. No se puede confiar a medias en nadie, porque si se confía hasta cierto punto, ya no se confía, se desconfía en la misma medida en que se confía hasta cierto punto. Y porque desconfiamos ahí están las moreras.

c) Fe es un seguimiento del Señor que nos llama y nos dice:”sigue”

d) Fe que tiene que ser dinámica, que empuje a seguir al que es camino, al que hace camino y al que va con nosotros por el camino.

3.- “Tabi wa michizure” dice un dicho japonés, “el camino es según el camino. El viaje más maravilloso, por la mejor autopista, en el mejor de los coches, se hace insoportable su el acompañante es desagradable, antipático, insufrible.

Y una excursión por camino de montaña, escurriéndoos aquí y cayéndonos allá, es inolvidable si queremos de corazón al que nos acompaña.

Pues si esto es lo que nos da la fe, no nos da un billete preferente en el AVE (**), ni un exacto mapa del camino que vamos a recorrer, ni la seguridad de unos maravillosos paisajes, ni un horario exacto de las etapas por andar.

Lo que nos da es un compañero de camino, que se define a Si mismo como camino, como tractor que va abriendo camino, como amigo que camina hombro con hombro con cada uno de nosotros.

Creer en ese compañero, amigo y Señor, fiarnos de Él sin billetes, sin mapas, sin horarios, sin paisajes, eso es tener fe, eso es vivir la fe. Cuando esto no lo hay, ahí siguen las moreras manchando el camino, manchándonos a nosotros, agarradas a la tierra con sus raíces impidiendo nuestro caminar hombro con hombro con el señor

(*) Pozuelo Estación es un barrio de Pozuelo de Alarcón, población muy próxima a Madrid

(**) AVE: en el tren español de alta velocidad.

José María Maruri, SJ

Como un grano pequeño

1.- “Los apóstoles dijeron a Jesús: Auméntanos la fe. El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: Plántate en el mar y os obedecería”. San Lucas, Cáp. 17. Que nuestra fe sea mayor o menor, fuerte o débil, emprendedora o cobarde, no es cosa que se pueda medir o sopesar. Su condición se expresa sin embargo con hechos. Cuenta san Lucas que los apóstoles se acercaron a Jesús para pedirle: “Auméntanos la fe”. No sospechamos qué entendían por fe aquellos pescadores. Habían crecido dentro de los esquemas judíos de su tiempo, donde la relación con Dios se concretaba en los ritos y el cumplimiento de las tradiciones.

Tal vez ahora querían adquirir ciertos poderes. Porque días antes el Señor había sanado a un niño lunático, algo que los discípulos no pudieron. Por su falta de fe, les explicó Jesús. Pero a la vez añadió: Si tuviésemos una fe pequeñita, siquiera “como un grano de mostaza”, podríamos trasladar una morera al mar. San Mateo consigna algo más sorprendente todavía: Cambiar de sitio una montaña.

2.- La semilla de mostaza era entre los judíos referencia ordinaria para señalar algo diminuto. Sin embargo, comentaba Jesús, ella da origen a un arbusto donde anidan los pájaros del cielo. ¿No alcanzaba la fe de los apóstoles a exceder aquel grano? Quizás. Pero el Señor de todos modos deseaba animarnos a creer en Él. La morera citada por el Maestro era más bien el sicómoro, mencionado en otras páginas de la Biblia, cuya madera usaron los egipcios para los cofres de sus momias. El árbol exhibía fuertes raíces exteriores, dando el aspecto de alguien que puede caminar. Recordamos entonces aquel ciego de Betsaida, quien enseguida de su curación, como cuenta san Marcos, sólo veía “árboles que andan”.

Anteriormente se entendía por fe la aceptación intelectual de unas verdades, que superaban nuestra mente. Hoy identificamos la fe con una alianza entre cada creyente, con sus particulares circunstancias, y ese Dios Padre que se hizo visible en Jesucristo. En el proceso de creer es entonces fugaz el momento de abstractas consideraciones. Enseguida pasamos a actitudes vitales: Amo a Dios, o más exactamente, me esfuerzo en amarlo y de inmediato me siento amado por Él. En consecuencia amo a los demás, pero no en teoría, sino de forma solidaria.

Y esa fe nos purifica a cada paso el corazón. Mantiene viva la confianza. Alienta la imaginación y el deseo hacia los bienes que el Señor puede y quiere darnos. No conviene entonces reducir la fe cristiana a una ética humanista. A un esquema moral que promueve conductas de convivencia. Menos aún reducirla a un señuelo que provoca una exaltación sentimental, o dudosos fenómenos extraordinarios.

3.- La fe cristiana es, ante todo, una experiencia de Dios por Jesucristo, la cual nos sitúa en mitad de la historia, con un corazón simple y confiado en el Señor. “Auméntanos la fe” también le decimos a Jesús de Nazaret los cristianos de hoy. Danos, Señor, serenidad y paciencia, pero a la vez, capacidad e iniciativas novedosas para mejorar nuestro mundo. Auméntanos la fe para descubrir a cada paso, el lenguaje cifrado de tu amor. Auméntanos la fe para que podamos cada día, realizar nuestros deberes ordinarios con perfección extraordinaria.

Gustavo Vélez, mxy

Somos unos pobres siervos

1.- Sólo el hombre ignorante y necio puede creerse grande ante el universo y ante el Creador del universo. Es verdad que entre nosotros, los humanos, cuando nos comparamos los unos con los otros, alguna persona puede tener derecho a creerse un poco más fuerte, o un poco más sabia, o un poco más buena que el que vive a su lado. Pero sin salirse nunca de la categoría de “siervos”. Lo mismo que una hormiga podría tener derecho a creerse un poco más hábil o un poco más hacendosa que otra, pero siempre desde la categoría de “hormigas”. Seguro que cualquier elefante ha podido matar, sin darse cuenta, con su pata poderosa, miles de hormigas, lo mismo que cualquier potente terremoto ha dejado muertas entre sus ruinas a cientos y miles de personas. El universo nos puede y nos domina y el Señor del universo es, queramos o no, Señor de cada uno de nosotros. Debemos aceptar nuestra condición de pobres siervos y saber vivir como tales. Pero, eso sí, la fe nos dice que somos siervos de un Señor que nos conoce y que nos ama, aunque muchas veces nosotros no sepamos ni podamos entenderle. Jesús de Nazaret es nuestro guía y nuestro modelo, porque se fió y vivió siempre como un auténtico siervo de Yahvé, confiado en el amor de su Padre, Dios.

2.- Señor, auméntanos la fe. Sí, la fe no es un título que adquirimos y que ya es nuestro para siempre. La fe es una criatura viva y quebradiza, que se muere si no se alimenta y se rompe si no se cuida. Por experiencia ajena, y propia, sabemos que hay periodos de fe alta y periodos de fe baja, tiempos y sociedades en los que la mayor parte de las personas vivieron con una gran fe y momentos históricos en los que la fe decae y como que se diluye y acaba borrándose en el horizonte. Muchos científicos e historiadores creen que la fe cristiana, tal como hoy la vivimos, va caminando muy deprisa hacia el poniente y hacia la noche. En estas circunstancias y en estos momentos la petición que los apóstoles hicieron al Señor sigue siendo hoy tan necesaria como entonces: Señor, auméntanos la fe. No sólo en cantidad, sino, sobre todo, en calidad. El don de la fe sigue siendo hoy un don tan necesario y tan actual como en todos los tiempos. El Señor sigue regalándonos cada día el don de su fidelidad hacia nosotros. Somos nosotros los que no debemos dejar que nuestra fe se muera dentro de nuestro corazón, no perdiendo nunca la confianza y el amor al Señor, nuestro Dios. Una fe adulta y mayor de edad, por supuesto, como corresponde al tiempo en el que nos ha tocado vivir. La fe infantil y ñoña es bueno que se muera.

3.- ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? Este sigue siendo hoy uno de los más grandes peligros de fe, como lo era en tiempos del profeta Habacuc. Creer que Dios está siempre ahí, a nuestra disposición, para arreglarnos los problemas de cada día. Los problemas de cada día los tenemos que intentar arreglar nosotros, movidos por la fuerza y la gracia de Dios. Como hizo Jesús de Nazaret, luchando a brazo partido contra el mal y la injusticia, aunque, por eso mismo, le clavaran después los brazos en la cruz. Por poner un ejemplo sencillo y fácil de entender: Dios no va a llevar a la cárcel a los tramposos y corruptos, tenemos que ser nosotros, con los medios de los que dispone nuestra sociedad, los que luchemos contra la mentira y la corrupción. Tampoco va a hacer Dios que desaparezca el hambre en el mundo o el cáncer, de modo milagroso, aunque se lo pidamos con muchos rosarios y novenas. Tenemos que ser nosotros los que pongamos todos los medios posibles para luchar contra la injusticia, contra la enfermedad y la muerte. Somos unos pobres siervos, pero siervos a los que ha encomendado su Señor la nobilísima tarea de hacer de la tierra un reino de Dios donde podamos vivir todos en hermandad. Tenemos que empezar a obedecer a nuestro Señor ya, para poder decirle al Señor con la mirada alta y el corazón tranquilo: hemos hecho lo que teníamos que hacer.

4.- Reaviva el don de Dios… porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. El que seamos pobres siervos no quiere decir, en ningún caso, que seamos siervos cobardes o apocados. San Pablo fue una persona valiente y decidida, precisamente porque sabía que todo lo puedo en aquel que me conforta. En esta carta, Pablo anima a Timoteo a que mantenga y guarde, sin decaer, el depósito de la fe tal como Pablo se lo había entregado, según la fuerza de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo. La fe, nuestra fe, sigue estando hoy, como en tiempos de Pablo, sometida a múltiples pruebas. Pero, ¡ojo!, no escojamos caminos fáciles, pero equivocados, para vencer la dificultad: no intentemos refugiarnos en las trincheras de antaño, confundiendo fe con credulidad, y religión con magia. La Edad Media, afortunadamente, ya ha pasado. Atrevámonos más bien a creer, con la fuerza de Dios y la ayuda del Espíritu santo, con una fe adulta, seria y responsable. Sólo esta fe podrá hacer frente a los múltiples problemas que nuestra sociedad plantea hoy en día a la Iglesia de Cristo.

Gabriel González del Estal

Fe en Dios y construcción del Reino

1.- ¿Hay todavía fe en el mundo? Las tres lecturas de este domingo tienen como tema central «la fe». ¿Qué es tener fe? Para muchos, fe es creer lo que no vemos con nuestros ojos. Pero ésta no es una respuesta adecuada para el significado de la fe para el cristiano. Fe es poner nuestra confianza en alguien del que nos fiamos porque nos ha dado pruebas de su amor. El garante de nuestra fe es Jesús de Nazaret, el Cristo. ¿Por qué ahora hay menos fe en Dios? Según los estudios de la «Fundación Santa María» la creencia en Dios en España es reconocida sólo por el 55 % de los jóvenes, 10 puntos por debajo del nivel de 1999. La mayor parte de estos jóvenes creen en «el Dios revelado por Jesucristo». Otros muchos aceptan concepciones o ideas de Dios menos cristianas, pero de hecho «sólo» el 28 % de los jóvenes españoles niegan clarísimamente la existencia de Dios. Hay que añadir también un 17 % de indiferentes. La práctica dominical de los jóvenes no llega al 5 %, cuando en 1999 era del 12 %. Hay otros jóvenes que asisten alguna vez al mes, o en las grandes festividades. Es una triste realidad, pues, según las conclusiones del sociólogo González Anleo, puede pensarse que los jóvenes están rechazando no tanto el mensaje –«la existencia de Dios»–, como el mensajero –«la Iglesia»– En otros países del mundo, sin embargo, es frecuente ver muchos jóvenes en la Iglesia, jóvenes comprometidos que celebran su fe con alegría. Jesús de Nazaret sigue convenciendo, pero la religión tiene una mínima importancia en la vida de muchos jóvenes de la vieja Europa. Estos datos deben hacernos reflexionar…

2.- ¿Hasta cuándo? En el Salmo 94 se nos invita a escuchar la voz del Señor. ¿No será la cerrazón de nuestros oídos lo que nos impide tener una experiencia auténtica de Jesucristo? El injusto denunciado por el profeta Habacuc es el rey Joaquín, que se ha apartado del camino del Señor y se ha puesto en manos de los reyes extranjeros. El justo, en cambio, vive por la fe. Es el «resto de Israel» que ha puesto su confianza en el Señor. Su vida depende de Aquél en quien ha puesto su confianza. Por eso, podemos decir con la versión de los LXX que «el justo vivirá por mi fidelidad». El grito de habacuc -«¿Hasta cuándo?»- es el mismo de tantas personas que dudan de Dios a causa de la existencia del mal. El profeta obtiene la respuesta: la fe no se alimenta de seguridades, explicaciones, verificaciones inmediatas, sino de esperas interminables. Dios está por encima de nuestros cálculos. Dios se hace esperar, pero nos invita a confiar en El. Jesús nos mostró cómo había venido a luchar contra el mal: cura a los enfermos, resucita a los muertos, perdona a los pecadores…. De una cosa estamos seguros: Dios no quiere el mal, si lo permite será para preservar un bien mayor, que es nuestra libertad y nuestra capacidad de acción. Una vez leí el testimonio de un hombre que se encontró en la calle con una pobre chiquilla muerta de hambre y de frío y le pidió a Dios explicaciones de por qué no hacía nada para solucionar esta injusticia. Y escuchó la voz de Dios que le dijo: «Claro que he hecho algo, te he hecho a ti».

3.- Dar testimonio de nuestra fe Otra cualidad importante de la fe es la perseverancia. A ella invita San pablo en la Carta a Timoteo: hay que tomar parte en los duros trabajos del Evangelio. La fe no es para guardarla para nosotros mismos, sino para comunicarla con nuestro testimonio valiente. La fe nos apremia al trabajo realizado como «siervos inútiles». Nosotros debemos asemejarnos al siervo que trabaja con empeño, amor y humildad. Después de que ha realizado su misión reconoce que no ha hecho sino simplemente cumplir con su «deber». La relación con Dios está bajo el signo de la gratuidad y no bajo el signo de un contrato. A la gratuidad del amor de Dios debe responder el hombre con una dedicación apasionada, humilde y diligente, sin reivindicaciones farisaicas. El testimonio de la fe es más convincente en los llamados, sin connotación peyorativa, «siervos inútiles». Son los cristianos de a pié, los que silenciosamente, dan a entender que merece la pena seguir a Jesús de Nazaret. Siempre desde la libertad y el gozo que produce la vivencia de nuestra fe. ¿Es esto lo que esperan los jóvenes de nosotros?

José María Martín OSA

Orar desde la duda

En el creyente pueden surgir dudas sobre un punto u otro del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor clarificación.

Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte sienten que no pueden o no deben abandonar su religión, pero por otra no son capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.

El que se encuentra así suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué me ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puedo hacer en estos momentos? Tal vez lo primero es abordar positivamente esta situación ante Dios.

La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad. Ningún ser humano «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hemos de caminar con humildad y sinceridad.

La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad. Nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no».

Por eso, la duda puede ser el mejor revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional. Lo primero no es encontrar respuestas a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar verdad alguna?

La fe brota del corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón… que nadie, excepto Dios, conoce».

Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe». El que ora así es ya creyente.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Santa Teresa del Niño Jesús

Trabajar desde casa

He aquí una mujer que apenas vivió 24 años y que nunca abandonó la clausura una vez que entró en el convento, pero que es reconocida por la Iglesia como patrona de las misiones. La vida de Santa Teresa de Lisieux, cuya memoria honramos hoy, nos enseña varias verdades (i) que el mandato misionero es parte integrante de la llamada de todo cristiano; (ii) que se puede hacer una labor misionera en el contexto dado de la propia vida evangelizando a los que están alrededor y mediante la oración incesante; (iii) que el deseo ardiente de llevar a las almas al conocimiento y al amor de Dios y la oración incesante por las almas son la clave para hacer misiones. Una vez oí hablar de una mujer jubilada cuyo ministerio elegido era leer el periódico cada día y rezar una oración por cada persona mencionada en él. ¿No es un ejemplo increíble de «trabajar desde casa» cuando se trata de hacer misión?

Paulson Veliyannoor, CMF