La fe mueve montañas

Cuando Jesús quiere resaltar una idea crucial, lanza una exageración descabellada y ya nunca se olvida. Son muchas las que hallamos en el evangelio y que hoy, veintiún siglos más tarde, seguimos recordando y saboreando con deleite: «Coláis el mosquito y os tragáis el camello» «Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo» «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino» … y tantas otras…

Estas exageraciones extremas tienen una gran fuerza, y esa fuerza estriba en que en ellas nos vemos reflejados de forma tan fidedigna, que nos sentimos concernidos y movidos a reflexión. Jesús, gran conocedor de la condición humana, sabe que este lenguaje resulta mucho más interpelante que los razonamientos lógicos tan de nuestro gusto y del gusto de los sabios y entendidos, y lo usa con frecuencia.

Su formulación paradójica primero nos sorprende, luego nos revela la verdad profunda que encierra y no la olvidamos jamás. Refiriéndonos al pasaje de hoy, en sus paralelos de Mateo y Marcos se alude a la capacidad de la fe de mover montañas, y lo que en principio parece una boutade sin fundamento, se convierte en uno de los mensajes más relevantes del evangelio.

Porque nos está diciendo que no seamos tímidos ni timoratos; que, si tenemos fe en la fuerza del Espíritu, seremos capaces de cambiar el mundo para convertirlo en el reino de Dios, es decir, seremos capaces de mover la mayor montaña que alguien haya podido imaginar… Ése es el sueño de Jesús y la misión que nos encargó a sus seguidores, pero estamos perdiendo la batalla porque no tenemos ninguna fe en la victoria. Derrotados de antemano, bajamos los brazos como los boxeadores que se sienten impotentes ante su rival, y Jesús nos dice desde el rincón del cuadrilátero: “No os rindáis, no os resignéis, está a vuestro alcance, y si tenéis fe lo lograréis”.

Jesús nos está exhortando a que confiemos en la victoria y sigamos en la brecha, pero ¿cómo hacerlo?… En primer lugar, debemos saber que contamos con una gran ventaja, y es que los criterios evangélicos (cuando son genuinos) resultan sumamente contagiosos. Pero también debemos saber que el fundamento de estos criterios es el amor del Padre, y que el mundo nunca creerá en ese amor si en torno suyo solo ve egoísmo, ambición, opresión e injusticia. Nosotros creemos porque lo hemos visto en Jesús, y el mundo creerá si lo ve en nosotros.

«Que los hombres vean en vuestras buenas obras el amor del Padre» … Jesús cree que con esta actitud podemos cambiar el mundo; que, de esta forma tan sencilla, aunque exigente, seremos capaces de mover esa montaña descomunal que hoy nos parece inamovible.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

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Siervos inútiles

Desde la mente -o estado mental de consciencia-, esas palabras de Jesús –“somos siervos inútiles”- suenan intolerables, ya que parecen promover una actitud de sometimiento y auto-desvalorización, que choca frontalmente con la primera apetencia del ego, que reclama sentirse reconocido y valorado. Más todavía en un contexto sociocultural que hace de la autoestima y, más profundamente, del protagonismo del yo sus señas de identidad.

Es cierto que, en algunas ocasiones, aquella expresión se leyó en clave de autodesprecio y, en otras, sirvió de pretexto para alimentar una “falsa humildad”.

Entre ambas lecturas extremas y erradas, la expresión de Jesús apunta a una sabiduría que trasciende la mente y desvela el funcionamiento último de lo real.

Desde la mente, nos consideramos hacedores (más o menos) autónomos y libres, a la vez que presumimos de nuestra capacidad de control. Y en ese plano es así, de la misma manera que, mientras estamos dormidos, creemos que todo lo que aparece en nuestros sueños es completamente real.

Sin embargo, apenas trascendida la mente, la percepción cambia por completo. La comprensión nos muestra que el yo es solo un “objeto” más dentro del mundo de las formas: la ilusión de ser el hacedor libre es condición para que funcione todo este despliegue del llamado mundo de las formas. Pero es solo eso: una ilusión. Hasta el punto de poder afirmar que, mientras permaneces en el estado mental, estás hipnotizado, viviendo un espejismo, algo que no es más que fruto de tu propia creencia.

El único actor real es el sujeto. Y el único sujeto que merece ese nombre -lo que no puede ser observado, Eso que es consciente de todos los objetos- es la consciencia (o la vida o la totalidad).

¿Qué significan, entonces, las palabras de Jesús? El reconocimiento de que no hay ningún yo hacedor, no hay nadie que haga nada; todo se hace a través de nosotros. La expresión “siervo inútil” equivale al término “cauce” o “canal”. Y ningún canal presume de hacer algo. El único sujeto realmente real -aquello que permanece cuando todo cambia- es la vida que se despliega, lo cual, en la admirable paradoja de lo real, no niega que, en el nivel de las formas, sigamos funcionando como si fuéramos hacedores libres.

Vivimos creyendo que somos libres, pero sabemos que no lo somos. Solo hay un sujeto: la consciencia o la vida. Y Eso es lo que realmente somos. Lo que llamamos “yo” es solo un “siervo inútil”, que se engaña cuando se apropia de la acción o cuando cae -por utilizar el lenguaje de los sabios- en la “falsa sensación de autoría”.

¿Desde qué nivel de consciencia leo la realidad?

Enrique Martínez Lozano

¿Fe o acción? Todo o nada

El texto de Lucas 17,5-10 responde al deseo de la fe. Queremos que nuestra fe crezca, que inunde nuestras vidas. Pero como veremos, esto no resulta tan sencillo.

Según el relato lucano, tanto la fe como la acción que se deriva de ella tienen una dimensión colectiva más que individual. Los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe. Es una petición conjunta y no meramente individual. Y Jesús también les responde en plural diciéndoles: “si tuvierais fe”. Y a continuación ubica la fe en relación con la acción también grupal en respuesta a un mandato también dirigido a un colectivo: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado”. Tres acciones conjuntas entonces, el pedido de la fe, la respuesta dirigida a un grupo y una acción conjunta que responde a una voluntad trascendente.
Los apóstoles situaban la fe en el campo de la cantidad y por eso piden a Jesús que se las aumente. Consideran que tienen un poco de fe, pero que no es suficiente. Jesús cambia el centro de la conversación: no se trata de que sea mucha o poca la fe; se trata de tenerla, aunque sea muy pequeña y se trata de tenerla juntos y situarla en una forma de acción que sea respuesta a la voluntad de Dios.

La fe se vincula así a la acción, comprendida esta última en el marco de una relación trascendente que posibilita precisamente tanto la fe como la acción. Con dos ejemplos, Jesús expondrá esta situación.

El primer ejemplo nos remite a la interpretación de la naturaleza, muy utilizada por Jesús como modelo de realidad. La fe se representaría como un grano de mostaza, y la acción consecuente se parecería a la palabra dirigida a una montaña que recibe una orden desproporcionada a la realidad natural y creatural. Es probable que este relato hiciera referencia a tradiciones mitológicas de la época en la que los dioses y las diosas eran las encargadas de erigir montañas o hacer fluir los ríos y dar vigor a los mares. En ese contexto, la fe aparecería como una forma relacional con la trascendencia que haría capaz de realizar acciones que manifiestan la voluntad divina.

El segundo ejemplo, habla de un señor que tiene criados o pastores, quienes realizan lo que se les ordena. Otra vez, Jesús pone la cuestión de la fe en relación directa a la acción, una acción directamente relacionada con un mandato, que ha de cumplirse.

Así la fe no es cuestión de cantidad sino de hacer y actuar. Y es un actuar conjunto que exige un discernimiento también conjunto de la voluntad de Dios. Ciertamente se trata de un texto muy exigente que pone a la fe entre el todo o nada. No hay poca fe; hay o no hay. Y esta fe, tan pequeña como inconmensurable, se basa en una relación y comunicación con Dios que moviliza al cosmos y a las personas. Como dijimos al comienzo, esto no resulta para nada sencillo.

Paula Depalma

Comentario – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

(Lc 17, 5-10)

Jesús dice a los discípulos que si tuvieran fe como un grano de mostaza, podrían trasladar un árbol sólo con darle una orden. Evidentemente se trata de una metáfora, porque ni Jesús ni sus discípulos, ni siquiera luego de la Resurrección, movieron árboles con una palabra.

Jesús evitaba esos signos llamativos que no tuvieran relación con el bien del hombre y sólo realizaba prodigios para liberar a la gente de sus males o para dejar alguna enseñanza.

Por lo tanto, Jesús no está invitando a sus discípulos a mover árboles con el pensamiento, sino a buscar un crecimiento de su fe. De hecho ellos mismos le habían pedido que les aumentara la fe.

La fe puede desarrollarse poco a poco hasta alcanzar un poder extraordinario, así como del pequeño grano de mostaza puede originarse una planta de grandes dimensiones (Mt 13, 31-32).

Este texto expresa de un modo didáctico la posibilidad para el que cree, de realizar lo que humanamente parece imposible. Para el que cree nada sería imposible (Mt 17, 20), así como nada es imposible para Dios (Lc 1, 37; Mc 10, 27), porque el creyente tiene una fuerza y una seguridad que le vienen de una especial participación en el poder divino.

Pero este poder que Dios puede concederles no debe hacerles sentir que son grandes o admirables, ya que su poder viene de Dios para servirlo a él como siervos humildes que sólo cumplen con el deber de ser sus instrumentos.

Es lo que el apóstol San Pablo expresaba al decir: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4, 7). «Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No somos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios» (2 Cor 3, 4-5).

Oración:

«Fortalece mi fe, Dios mío, para que confíe en tu poder y crea verdaderamente que tú puedes intervenir en este mundo; y lléname de una confianza humilde, que sabe que el poder es tuyo, y que nosotros dependemos de ti».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Si tuviera un mínimo de fe-confianza no necesitaría cambiar nada

Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lucas sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser.

Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todos símbolos que nos tienen que lanzar a buscar un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un dios fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que, a través nuestro, manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme?

La petición que hacen los apóstoles a Jesús está hecha desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del servilismo al dios cosa.

Jesús no responde directamente a los apóstoles porque la petición no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento.

Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí. Dios no anda por ahí jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros podemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.

La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa.

Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan.

Para nosotros, creer es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen­te extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en… Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con imposiciones porque nace de lo más hondo del ser.

No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Realidad que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y de nosotros. Creer en Dios es apostar por el hombre. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte: por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que no «creen» nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre?

Superada la fe como creencia, y aceptando que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud.

La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como un toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros.

SI TUVIERA UN MÍNIMO DE FE-CONFIANZA NO NECESITARÍA CAMBIAR NADA

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DOMINGO 27 (C)

Lc 17,5-12

Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lucas sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser.

Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todos símbolos que nos tienen que lanzar a buscar un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un dios fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que, a través nuestro, manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme?

La petición que hacen los apóstoles a Jesús está hecha desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del servilismo al dios cosa.

Jesús no responde directamente a los apóstoles porque la petición no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento.

Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí. Dios no anda por ahí jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros podemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.

La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa.

Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan.

Para nosotros, creer es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen­te extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en… Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con imposiciones porque nace de lo más hondo del ser.

No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Realidad que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y de nosotros. Creer en Dios es apostar por el hombre. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte: por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que no «creen» nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre?

Superada la fe como creencia, y aceptando que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud.

La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como un toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros.

Fray Marcos

Lectio Divina – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer

INTRODUCCION

“El tema de este domingo prolonga el de muchos domingos anteriores. Sigue la pregunta: ¿En quién debemos poner la confianza? Hasta hoy nos había dicho de diversas maneras: no pongas tu confianza en las riquezas, pero hoy da un paso más y nos dice: no la pongas en tus «buenas obras». Confiar en Dios es también incompatible con la confianza en los propios méritos. Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio; ésta era la actitud de los fariseos que Jesús tanto criticó. El cumplimiento de las normas por pura obligación no te enriquece como ser humano. Lo que haces por verdadero amor no te salva, sino que manifiesta que ya has hecho tuya la salvación de Dios”. (Fray Marcos).

LECTURAS

Habacuc 1,2-3.2,2-4) 2 Timoteo 1,6-8.13-14

EVANGELIO

Lucas (17,5-10):

“En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ¿ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “¿Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

MEDITACIÓN-REFLEXIÓN

Siempre hay que vivir de fe, pero en algunas circunstancias, hay que vivir de “sola fe”.  Y lo que nos dice Jesús es que: “Si tuviéramos fe como un granito de mostaza” haríamos prodigios. Con algo tan insignificante…haríamos maravillas. Hasta moveríamos montañas. No se trata de “cantidad” sino de “calidad”. ¿Y, ¿cómo es esta fe de calidad? Nos ayuda la liturgia de este Domingo. Nos basamos en las tres lecturas de hoy.

Primera Lectura. VIVIR DE FE. Es del profeta Habacuc El pueblo está sufriendo una gran crisis económica. Tal vez no ha llovido y ha habido una malísima cosecha…Y el profeta alienta al pueblo a tener fe. ¿de qué fe se trata? Este mismo profeta es el que dice: “Aunque la higuera no echa yemas, y la vid ya no da frutos; aunque el olivo ha olvidado su aceituna, y los campos no dan cosechas…Aunque faltan las ovejas en el redil y no tenemos vacas en el establo…Yo exultaré contigo y te alabaré”… Fe es fiarse plenamente de Dios. Cuando todo nos va mal, cuando materialmente apenas nos queda nada, el de fe auténtica, ¡dice! ¡Aún me queda Dios! ¡Nada más! Y ¡nada menos! San Francisco, hijo de un rico comerciante, renunció a todo y se quedó desnudo en la calle, exclamando: ¡Dios mío y todas las cosas! Y añadió: “Para vivir yo necesito poco y eso poco lo necesito muy poco”. Es lo que diría Teresa de Jesús: ¡Sólo Dios basta!

Segunda lectura. AVIVAR LA FE. “Te exhorto a que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de las manos”. Alude a la ordenación sacerdotal cuando a Timoteo le ungieron las manos con el sagrado crisma.  ¡Cuánta ilusión! Y al pasar los años ha caído sobre las brasas de un amor encendido, la ceniza del aburrimiento, de la desgana, la apatía… San Pablo le invita a soplar, a reanimar. Debajo de las cenizas puede haber todavía un rescoldo de fe. “Creí mi hogar apagado y revolví la ceniza… Me quemé la mano” (Antonio Machado). Siempre puede renacer el “amor primero”.  Esto que se dice del sacerdote, se dice también de los casados. ¿Quién ha dicho que la etapa del enamoramiento termina cuando uno se casa?  Lo ideal es vivir siempre enamorados.

Tercera lectura. LA FE NO SE PUEDE COMPRAR. Jesús nos dice que no podemos ir por la vida haciendo las cosas para que nos recompensen.  Y esto ¿Cuánto vale? ¿Y esto a cambio de qué? A cambio de nada. Hay que encontrar la felicidad en hacer bien las cosas, aunque el mundo no nos lo recompense. Dios es el mejor pagador. Me fío de Dios y sé que, haciendo lo que a Él le agrada, yo sentiré por dentro una satisfacción que nadie en este mundo me podrá dar. En este mundo: Si ha habido un buen político, hay que dedicarle una calle. Si por el pueblo ha pasado un buen médico, hay que dedicarle una plaza. Y si ha habido un buen sacerdote, hay que condecorarle con medallas…El político, el médico y el sacerdote, cuando han hecho bien las cosas no han hecho otro coso sino lo que tenían que hacer. Debemos cultivar la virtud de la gratuidad. Todos los días te regala Dios el sol… y el aire, y la lluvia… Y, sobre todo, el amor. ¿Cuánto le pagas a Dios? ¿Qué rentabilidad nos cobra por tantas cosas tan hermosas? Sólo cuando nos sentimos que somos un regalo de Dios estamos en condiciones de hacer de nuestra vida un regalo para los demás.

PREGUNTAS.

1.- ¿Entiendo la fe como un fiarme plenamente de Dios?

2.- ¿Sé reavivar la fe cuando siento que se va apagando?

3.- ¿Vivo mi fe en pura gratuidad? ¿Me encanta dar vida, regalar vida a Dios y a mis hermanos?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Hoy, Señor, también nos dices:
«Es vuestra fe muy escasa,
más delicada y pequeña
que un granito de mostaza».
Lo mismo que tus discípulos
rezamos nuestra plegaria:
«Auméntanos nuestra fe.
Haz fuerte nuestra esperanza»
No te pedimos, Señor,
fe para mover montañas
o que una morera plante
sus raíces en el agua.
Sólo queremos, Señor,
una fe de andar por casa,
pero «fe de calidad»
para acoger tu Palabra.
Una fe humilde, sencilla,
generosa, con dos caras:
una que mire hacia Ti,
otra a la familia humana.
Somos, Señor, siervos tuyos,
atentos a tus miradas.
En hacer lo que nos mandas
encontramos nuestra «paga»
Tú, Señor, que nos invitas
a servir, por pura gracia,
que nos sorprenda «sirviendo»
el sol de cada mañana.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

¿Fe o fidelidad? ¿En qué quedamos?

1.- Como para trasmitirnos su doctrina emplea el Señor, en el evangelio del presente domingo, ejemplos del reino vegetal, permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que empiece por hablaros de ellos. Aparecen dos. En primer lugar quiere darnos un símil de algo menudo y pone el ejemplo de la semilla de mostaza. Si se trata de robustez, pone el sicómoro. La mostaza, mencionada también en otros lugares, no es, evidentemente, la planta con la que se elabora la gustosa salsa, la famosa de tierras de Dijon, en Francia. No podrían en ella anidar las aves, debido a su exiguo tamaño, particularidad que se le atribuye en otro párrafo. Cuando uno va a Tierra Santa le enseñan un arbusto, del que se trae ilusionado abundantes semillas para plantarlas. Estudia luego la cuestión y resulta que tampoco puede ser la que menciona el Maestro. Pregunta a estudiosos de aquellas tierras, y de la literatura bíblica, y le dicen que se menciona también en el Talmud, pero que no se puede precisar con exactitud de que planta se trata, seguramente era nombre común, un hierbajo diríamos, que por tierras sudamericanas llamarían yuyo, sin especificar otras particularidades que lo menudo de sus semillas. El otro vegetal que se menciona es el sicómoro. Para evitar complicaciones en según que versiones se le llama morera, y no es error grande, pero, puesto que conozco el árbol y es protagonista de otros episodios, os diré que es fornido, seguramente que sus hojas sí se parecen a las de la morera, pero es de mayor talla y sus frutos son muy semejantes a los higos comunes, de menor tamaño y, según mi opinión, de inferior calidad. Lo curioso del árbol es que estos, llamémosles higos, brotan también en los troncos gordos y uno tiene la sensación al verlos de que al vegetal robusto le han salido verrugas.

2.- Hasta aquí lo anecdótico. El mensaje es lo importante. Observaréis, mis queridos jóvenes lectores, que son los apóstoles los que solicitan del Señor que les aumente su Fe. Nosotros estamos acostumbrados a creer que la Fe es una cuestión de estudios, demostraciones, altercados y, en tiempos pasados, guerras santas. La Fe no puede caer en saco roto, es evidente, es un don que recibimos, si estamos preparados para ello, si no ponemos impedimentos y le damos facilidades con el estudio, que es como un lubricante, y la humildad interna, que resulta ser un imán para esta virtud. Lo primero que hay que saber es que la Fe supera a cualquier otro valor. Uno puede tener estudios y aficiones, ganar campeonatos y coleccionar los más extraños objetos. Con despachos empapelados de títulos, estanterías repletas de trofeos y la caja fuerte llena dinero, puede un tal sujeto, morirse de hastío y ser incapaz de solucionar el más simple conflicto de su corazón oteando nubes de Esperanza, compañera menor de nuestra virtud. Lo primero, pues, es desearla y apreciarla. Con ella somos capaces de realizar proezas. Pero es preciso estar dispuesto a arriesgarse, como se arriesga el que acepta deseoso de utilizarlo, un equipo de escalada o de buceo. A arriesgar el prestigio, a aceptar ser ninguneado por el medio ambiente, a querer y saber realizar grandes cosas, aunque de estas uno no pueda presumir ante los demás, sabiendo reconocerles el valor que tienen, aunque resulte oculto a tantos. La persona de Fe realiza grandes proezas, con frecuencia ignora que las hace, pero más tarde, al echar la vista atrás y distinguir lo logrado, constata que su vida bien ha valido la pena vivirla.

3.- El embrión de la Fe se sitúa en el cerebro, la aceptación es cosa del entendimiento. El goce de poseerla, lo detecta el corazón, pero son los brazos y las piernas los que deben responder y expresarse en consecuencia. Fe es Fidelidad. Habréis oído que dicen algunos: es necesario creer en algo, yo no sé si hay que llamarle Dios u otra cosa. Un tal planteamiento es muy pobre. Nuestra fe no es en cosas, sino en una Persona que resulta poder ser nuestra amiga. Fe es comprometerse y ser honesto consigo mismo y con el entorno. Y una vez aceptada la vida con sus avatares, con sus dificultades y con sus espléndidos descubrimientos, hay que ser lo suficientemente humilde para proclamar esta experiencia a los demás y vivir convencido de que uno, al responder al Señor con fidelidad, no ha hecho más que cumplir con su deber de hombre creyente y nunca pensar que el Maestro debe estarnos agradecido, o creernos con el derecho a reclamar recompensas. La Fe cristiana es docilidad, nunca aceptación fatalista del porvenir. El que diga: creo en Dios y lo que deba pasar, pasará, no puedo hacer nada para impedirlo. El que así se expresa, sin duda tiene fe, pero no es fe cristiana y me atrevería a decir que la postura es acomodaticia, por masoquista que pueda parecer.

Pedrojosé Ynaraja

¿Dónde está el carbonero?

1.- Lo digo muy en serio y sin el menor atisbo de ironía: me hubiera gustado haber conocido al carbonero de la fe, ese que dio origen a la frase “tener la fe del carbonero”, que, al parecer, es una fe fuerte y sin titubeos. En mi Madrid natal, ya hace años había carbonerías. Y muchas porque el carbón se utilizaba para encender y mantener las cocinas de muchos hogares. Luego se amplió la red de gas ciudad o surgió el gas licuado y embotellado. De todos modos, permanecieron más tiempo carboneros y carbonerías que surtían a las calefacciones centrales del carbón. Hoy ya apenas hay de esas tampoco. Por tanto, me va a costar trabajo encontrar al carbonero de tan conocida frase. Y por ello tendré que construir mi calidad y cantidad de fe, con la ayuda de Dios, por mis propios medios y por los que me faciliten mis hermanos y hermanas compañeras compañeros de la misma fe.

Y como parece que el día está de recuerdos quiero citar aquí una frase de don Miguel de Unamuno que aparece al final del prólogo a la edición española –se publicó originariamente en francés durante su exilio en Paris– el ensayo “La agonía del cristianismo”. Hay que decir que Unamuno utiliza la palabra agonía como lucha, en su mejor traducción desde el griego “agoní”. Dice: “Tú (lector) a tu agonía, y yo, a la mía, y que Dios nos las bendiga” ¿Tiene sentido, no? La fe, su mantenimiento, su cohesión, su fuerza, será siempre lucha. Yo, al menos no lo entiendo de otra manera. Y por eso envidio al carbonero de fe firme. Pero supongo que también envidiarían al carbonero en cuestión los apóstoles que ese día le pidieron al Señor Jesús que aumentara su fe.

2.- Y el Señor confirma y entiende el fenómeno de la poca fe en la que viven sus apóstoles. Les dice que si tuvieran fe como un grano de mostaza –la semilla más pequeña de las que se conocían entonces—moverían montañas o transplantarían en el mar una morera. Y de hecho en esa situación de carencia de fe pasan los tres años de vida pública del Señor, con el gran drama por el abandono que supone su detención por las autoridades religiosas judías y su ejecución como un criminal en el terrible tormento de la cruz y por parte de una piqueta de la guarnición romana en Jerusalén. Tuvo que ser la Resurrección y la Ascensión lo que movilizó con fuerza a los amigos íntimos de Jesús de Nazaret, a sus apóstoles y seguidores más cercanos. ¿Fue eso fe? Pues creo que no. Fue certeza. Más pruebas objetivas no podrían haber tenido. De hecho, los muchos milagros, algunos enormes como la resurrección de Lázaro o del hijo de la viuda de Naím y no menos “débiles” como las dos multiplicaciones de alimentos para cinco mil personas… Y, en fin, habría que llegar a la mañana de Pentecostés cuando, por fin, y gracias al Espíritu Santo los apóstoles –y especialmente Pedro—aparecen ante el pueblo “borrachos” de fe y de sabiduría. Tampoco quiero dejar de citar, aquí y ahora, la frase del Señor Jesús cuando bendice, ya resucitado, y ante la incredulidad de Tomás, a los que han creído y creerán sin ver. (Jn 20,29). Esa es una cita para nosotros, para los que nunca hemos visto al Señor con los ojos de la cara, aunque le atisbemos con los ojos del corazón. Y llegamos, sin demasiados tropiezos, a la idea clara de que sin el concurso de Dios, del Espíritu Santo, la fe como tal es imposible. Por tanto lo que nos hace Jesús en el fragmento del Evangelio de Lucas que se ha proclamado hoy es valorar el poder de la fe. Él recibiría con alegría esa demanda de los apóstoles.

3.- Tendemos con demasiada frecuencia a basar todos nuestros trabajos en torno a las cuestiones fundamentales que ha de tener en el alma un cristiano –la fe, la esperanza y el amor—en nuestro único esfuerzo, sin rogar el concurso y la ayuda de Dios. Tal vez hemos interpretado mal esa segunda parte del evangelio de hoy cuando Jesús nos enseña a decir que “somos unos pobre siervos, que hemos hecho lo que tenemos que hacer”. En realidad, nada podremos hacer solos. Solo el apoyo divino nos llevará a la compresión de muchas cosas. Pero el grito constante de muchos, en toda época y situación, “Señor auméntanos la fe” es un reconocimiento de nuestra poquedad. Lo malo es cuando parece que lo tenemos todo y lo creemos todo, como si fuera un compromiso exclusivamente personal con una idea, con un dogma, con una creencia. Ya los fariseos cambiaron la fe por normas. Y a Dios le metieron en una jaula de oro, pretendiéndole situar en una religión hecha a la medida por unos cuantos. La fe llega desde la humildad y la fe crece cuando nos desnudamos de todo lo que nos vuelve engreídos y soberbios.

4.- San Pablo lo explica muy bien en su primera Carta a Timoteo. La fe, necesaria para dirigir un rebaño de hermanos y para subsistir ante los muchos ataques a la conciencia cristiana que el desarrollo de la vida cotidiana trae, pues es don del Espíritu. Y él lo dice con palabras muy exactas que no me resisto a reproducir: “No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que de Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”. Y la base de todo esto lo explica con claridad meridiana el profeta Habacuc: “El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe”.

Puede que haya almas siempre favorecidas por Dios que Él haya puesto en ellas una fe a prueba de todo. A veces, uno tiene la idea de que el rescoldo de la fe permanecerá siempre y no se apagará. Para otros, tal vez, ese rescoldo es llama fulgurante. Pero hemos de desconfiar de aquellas situaciones en las que la fe se presenta como una isla, como un sobre cerrado, como algo que no está en relación con Dios y con los hermanos. De verdad, solo es posible acercarse a la fe con humildad y saber que es un trabajo muy personal y muy constante, no desde la jactancia, ni de la falsa seguridad, pero sí desde la confianza que Dios nunca nos dejará solos. Y aquí os dejo, hermanos, vosotros con vuestra lucha, y yo con la mía, y que Dios la bendiga.

Ángel Gómez Escorial

¿Hasta cuando? ¿Por qué?

A nadie nos gusta esperar. Cuando estamos esperando el autobús o el tren, o en la consulta del médico, o para que nos atiendan en cualquier sitio, y vemos que van con retraso, empezamos a ponernos nerviosos y a protestar, aunque nuestras protestas no suelen servir para solucionar el problema. Muchas veces el retraso no se debe a mala voluntad, sino a circunstancias de fuerza mayor que impiden que se cumplan los horarios y planes previstos, y no nos queda otra que aguantarnos y esperar que pronto podamos dejar de esperar.

Tampoco nos gusta esperar a que Dios actúe, ya sea en temas personales como en temas sociales, eclesiales, en los grandes problemas y retos de la humanidad… Vemos necesaria una actuación urgente de Dios, y se lo pedimos insistentemente, hacemos oraciones, ayunos, penitencias… pero esa actuación no se produce, y decimos como el profeta Habacuc: ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia…?

Todos hemos hecho a Dios estas dos preguntas, “¿Hasta cuándo?” y “¿Por qué?”, ante situaciones difíciles a las que no se ve final ni solución, unas veces con dolor, otras veces con enfado y rabia, y no hay que asustarse de ello: con Dios no tenemos que ser “piadosos”, con Dios tenemos que ser sinceros, y tanto valor tiene la oración que se hace en estado de paz interior como la que hacemos con rabia. A lo largo de toda la Biblia encontramos personajes que han suplicado, llorado y gritado a Dios en su oración. El mismo Jesús, como nos recuerda la Carta a los Hebreos, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte (Hb 5, 7).

Y Dios no se hace el sordo ante esas preguntas nuestras, como también decía la 1ª lectura: la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. No es que Dios se haga de rogar, sino que, como dice el autor de la segunda carta de san Pedro: no olvidéis una cosa, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión (2Pe 3, 8-9).

Se nos olvida que los tiempos de Dios no tienen por qué coincidir con los que nosotros creemos más adecuados. Dios reconoce que, desde nuestro punto de vista, nos puede parecer que su actuación lleva retraso, por eso también ha dicho: si se atrasa, espera en ella, pues llegará… Y nos hace una llamada: el justo por su fe vivirá. La fe es la que nos hace entrar en la dinámica de Dios y, aunque no entendamos su proceder, aprender a esperar en “sus tiempos”, no en “nuestros tiempos”. Por eso también es totalmente legítima la petición que los Apóstoles hicieron al Señor: Auméntanos la fe, porque ante las angustias, tristezas y problemas que nos amenazan necesitamos entrar en la dinámica que Dios. Y Jesús nos responde lo mismo: Si tuvierais fe como un granito de mostaza… No es cuestión de cantidad, sino de calidad. Y ya tenemos lo necesario para tener una fe de “calidad”.

Como nos decía la 2ª lectura, te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti… y ese don de Dios es el Espíritu santo que habita en nosotros. Cuando nos parezca que la acción de Dios lleva retraso, cuando algo nos haga preguntarnos “¿Hasta cuándo?” y “¿Por qué?”, invoquemos al Espíritu Santo para recordar que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza.

¿Cómo reacciono cuando algo se atrasa y debo esperar? ¿Pienso que Dios “se atrasa” a la hora de atender nuestras peticiones? ¿Soy de verdad sincero con Dios en la oración? ¿Qué me hace gritarle “¿Hasta cuándo?” y “¿Por qué?”? ¿Le pido que aumente mi fe? ¿Me acuerdo de que ya tengo lo necesario para tener una fe de “calidad”? ¿Invoco al Espíritu Santo con frecuencia?

Como hemos repetido en el Salmo: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. Es verdad que hay muchas situaciones, cada vez más, que necesitamos que sean atendidas por Dios, y nos parece que se atrasa, No dudemos en preguntarle “¿Hasta cuándo?” y “¿Por qué?” pero al mismo tiempo “vivamos por la fe”. Aunque somos esos siervos inútiles, pidamos al Espíritu Santo que cada día nos dé espíritu de fortaleza, de amor y de templanza, para tomar parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios, mientras esperamos con fe esa acción de Dios que tanto necesitamos.

Comentario al evangelio – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

UNA PIZCA DE FE



Si vacila tu fe (Dios no lo quiera)
y vacila por débil y por poca,
pídele a Dios que te la dé de roca,
¡y acuérdate de mí!
que soy pecador porque soy débil,
pero Dios hizo tan grande la fe mía,
que si a ti te faltara, yo podría
¡darte mucha fe a ti!
(Gabriel y Galán)

       Quienes dialogan con Jesús en esta escena son los apóstoles, sus principales amigos y los más cercanos a Jesús. Y de ellos ha salido esta petición: «Auméntanos la fe».  Me consuela ver que son precisamente los apóstoles, los pilares de nuestra fe, los que están en contacto cotidiano con el Maestro, los que reconocen la fragilidad de su fe. ¡Tantas veces desfallecemos o nos pasan por la cabeza ideas que nos hacen tambalear o cuestionar nuestra fe, nuestra confianza en el Maestro! ¡Qué ignorancia de las Escrituras quienes a veces nos han dicho que «era pecado tener dudas de fe, dudar de Dios». Nos ha dicho el Papa Francisco:

  “Si alguien dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien…Si uno tiene todas las respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él”.

Hoy soplan vientos recios para la fe. Pasaron ya aquellos tiempos en los que, al menos en apariencia, todos el mundo se consideraba cristiano, y vivían su fe sin mayores conflictos ni sobresaltos.  Era «natural» (lo normal) ser cristiano. ¿Pues qué ha pasado para que en pocos años, cueste encontrar quien reconozca humilde y sinceramente: «Yo soy cristiano», «para mí la fe es importante», «no me imagino a mí mismo sin contar en mi vida con Dios». ¿Por qué tantos hermanos se encuentran en una crisis de fe, o la han perdido, o no saben si creen, o en qué creer? Las razones pueden ser muchas. Vamos a fijarnos en algunas de las que aparecen mencionadas en las lecturas de hoy que, puedan ayudarnos a ponernos el termómetro de la fe, y chequear cómo anda nuestro «ser cristianos».

        ♠ Podemos comenzar por los que han vivido una experiencia parecida al profeta Habacuc, de la 1ª lectura: se han encontrado con la experiencia del mal, de la injusticia en el mundo, del sufrimiento personal o en otros, y se han preguntado: ¿Dónde está Dios? ¿Qué hace? ¿De qué ha servido que le rezáramos, si las cosas han seguido su curso terrible y nos han dejado doloridos y descolocados? ¿Qué aporta el tener fe cuando se nos muere alguien querido, cuando nos agarra una enfermedad terrible, cuando sentimos que el suelo se hunde bajo nuestros pies?  Han (hemos) gritado  a Dios, protestando, exigiendo alguna respuesta, alguna señal, alguna intervención… ¡y nada pareció ocurrir! El Libro de Job profundiza en este tipo de crisis y de preguntas existenciales.

          ♠ El Evangelio de hoy nos señala una segunda causa: Ideas equivocadas de Dios.  Los apóstoles, influidos sin duda por la mentalidad farisea, ven a Dios como un «amo exigente», y entienden la relación con Dios como una serie de creencias, obligaciones y cumplimientos, según los cuales, ganarían unos méritos -a modo de «puntos»- que Dios tendría que compensar de alguna manera.  De esto nos quedan todavía muchos restos en nuestro cristianismo tradicional:

«Te estás ganando el cielo a pulso». «Dios se lo pague»
«¿Vale esta misa para el domingo?». «¿Es obligatorio ir hoy a misa?»
«Hay que hacer un sacrificio para que Dios nos ayude»
«¿Qué habré hecho yo para que Dios me trate así?»
«Dios te ha castigado por tu comportamiento»
«Pórtate bien, que el niño Jesús no te va a querer»…
«Pues las monjas no tienen «mérito», porque como no tienen familia que cuidar, se pueden dedicar mejor a su labor.  En cambio nosotros los seglares…»

Méritos, obligaciones, premios y castigos… que no encuentran ningún apoyo en el Evangelio de Jesús.

           Otro ejemplo: Entre los escombros de las Torres Gemelas se encontró un papel de Mohamed Atta, el pilotó del primer avión que fue estrellado y que decía: “Oración destinada a rezarla cuando entres en el avión”:

“Oh Dios, ábreme todas las puertas,
oh Dios, que respondes a las plegarias y contestas a quien te pregunta,
estoy pidiéndote ayuda, estoy pidiéndote perdón.
Estoy pidiéndote que ilumines mi camino”. (…).
Y terminaba así: “Somos de Dios y a Dios volvemos”. 

          Pero un atentado que se llevó por delante a más de tres mil personas no puede ser fruto de la oración, ni encontrar en ella apoyo. Estamos ante un falso creyente o, quizá mejor, ante alguien que tiene un Dios totalmente deformado. Tampoco anda muy acertado el Patriarca de Moscú de la Iglesia ortodoxa cuando afirma que «aquellos rusos que sacrifican su vida en el campo de batalla en Ucrania lavan todos sus pecados», o que «el dirigente ruso Putin era el único defensor del cristianismo en el mundo» o cuando habla de una «guerra santa» en Ucrania. Por no mencionar al Presidente de EEUU pidiendo a Dios que bendijera sus tropas antes de partir para la guerra. ¡Cuántas barbaridades se han dicho y hecho en el nombre de Dios, y en la mezcolanza entre política y religión!
No es raro que todas estas ideas sobre Dios entren en crisis… o provoquen desconcierto y rechazo y perplejidad en aquellos a quienes les resulta imposible «creer» en un Dios así.

          ♠  Podríamos añadir algunas otras causas de la crisis o pérdida de la fe, de orden interno, o personal.  Por ejemplo:

– Muchos cristianos no han recibido más formación que las catequesis infantiles y lo que luego  escuchan en las homilías… y eso les resulta insuficiente para responder a los complicados problemas de la vida adulta.

– Bastantes cristianos no fueron educados para encontrar a Dios en la oración y comunicarse con él. Aprendieron rezos, ritos, celebraciones… pero no han sido iniciados en una experiencia personal de encuentro con Dios… que es la base de la fe. Y cuando algunos la buscan en la comunidad cristiana… a menudo no encuentran respuestas.

– Hay cristianos que se sienten distantes y poco identificados con ciertas afirmaciones, declaraciones, exigencias, normas y estilos venidos de las jerarquías católicas, especialmente en asuntos de moral y en posicionamientos políticos, que les parecen parciales, trasnochados, injustos, intransigentes, o imposibles de vivir en estos tiempos… Es la desidentificación con la institución eclesial.

– Hay que contar también con los estilos de vida actuales que hacen muy difícil una vida de profundidad, de reflexión, de interioridad.  Vivimos tan ocupados, tan volcados hacia afuera, tan acelerados, tan superficialmente… que no queda resquicio para el silencio, para la reflexión, para vivir consentido, para la maduración personal…

– Sin olvidarnos de la mediocridad: Decía la 2ª lectura: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. No te avergüences de dar testimonio».  Cuando el ser creyente no conlleva una implicación personal con la comunidad cristiana, con la transformación de la sociedad… y se queda en un asunto privado («íntimo») entre Dios y yo y en unas prácticas religiosas… es muy fácil que la fe se vaya apagando por inanición, o quede «momificada».

¿Y qué hacemos con todo esto, que de una manera u otra nos va afectando a todos?
Cuando los apóstoles reconocen que su fe es insuficiente, y le piden a Jesús que se la aumente, la respuesta de Jesús es algo desconcertante: les habla del «poder» de la fe y les confirma que la suya es menor que un diminuto grano de mostaza. Para empezar: Dios no es como un «amo» exigente con el que hay que cumplir, o , del que esperar «recompensas», sino como un «Padre» que les hará sentar a la mesa, les servirá, les lavará los pies y les dirá: «no os llamo siervos, sino amigos».

           Pablo nos invitaba en la segunda lectura: «reaviva el don que recibiste el día de tu Bautismo», que es un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza. O sea: que lo cuides, porque Dios te lo ha dado (don) y es bueno, necesario, te ayuda.
El reto es a la vez personal (a mí me toca ser responsable de ese don y madurarlo) y de la Comunidad… porque la fe nunca es un asunto privado, aunque sea personal. La Comunidad cristiana, de la que tú formas parte, debe ofrecer y facilitar los medios necesarios para cuidar, madurar, compartir y transmitir la fe. Necesitamos construir unas comunidades cristianas diferentes, donde nos formemos juntos en la fe, donde la catequesis no sea cosa de niños y adolescentes, sino de todos, donde compartamos la  vida y los compromisos, las dudas y las necesidades de cada hermano; donde aprendamos a «orar» y a encontrar a Dios en nuestra vida diaria; donde purifiquemos nuestras ideas equivocadas de Dios, donde podamos corregirnos fraternalmente cuando estemos metiendo la pata -laicos y pastores-…  Con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Todos somos responsables de la fe de todos… y cada cual, además, lo es de la suya. Aunque sólo tengamos «una pizca de fe».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf