Lectio Divina – Viernes XXVII de Tiempo Ordinario

“Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”

1.- Oración introductoria.

Señor, al iniciar hoy mi oración sobre el evangelio del día, quiero estar muy cerca de Ti. Cuando tengo sed, tengo necesidad de una fuente; y cuando estoy enfermo tengo necesidad de un médico. En esta sociedad tan violenta, tengo necesidad de encontrarme contigo que eres: paz, alegría, libertad y vida. Sé que Tú puedes más para el bien que el demonio para el mal.

2.- Lectura sosegada del Evangelio.  Lucas 11, 15-26

En aquel tiempo, cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: «Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Ël, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?.. porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos». «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. «Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no encontrarlo, dice: «Me volveré a mi casa, de donde salí.» Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio».

3.- Qué dice el texto.


Meditación-reflexión

El fuerte y el más fuerte. De eso nos habla el evangelio de hoy. Y todos constatamos, cada día, la fuerza y el poder del mal. La violencia desatada en los atentados más recientes no tiene nombre. No se mira a las personas: si son hombres o mujeres; si son ancianos o niños; si son de un país u otro.  Y cuando el mal es más grande, todavía mejor para los terroristas. Da la impresión de que se hayan  desatado las fuerzas del mal y quisieran  convertir este mundo en un infierno de dolor, esclavitud, y miedo. Y es precisamente ahora cuando más necesitamos acudir al evangelio para constatar que hay “Alguien que es más fuerte que el fuerte”.Ése es Jesús que, resucitando de entre los muertos, ha vencido la muerte y todo tipo de muerte, de modo que las fuerzas del mal tienen que ceder. Por eso, es el mismo Jesús quien nos dice: “El que no está conmigo, está contra mí”. Y es como si dijera: el que no está con Jesús que es verdad, bondad, alegría y vida, se deshumaniza. Y va contra Jesús todo aquel que atenta contra la persona humana. El fuerte, trata de desunirnos, deshumanizarnos; pero “El más fuerte” nos atrae a la unidad, a la libertad, a la alegría y a la vida en plenitud.

Palabra del Papa

“El evangelio de hoy comienza con el demonio expulsado y termina con el demonio que vuelve! San Pedro lo dijo: “Es como un león feroz, que gira a nuestro alrededor». Es así. ‘Pero, padre, ¡usted es un poco anticuado! Nos hace asustar con estas cosas…’. ¡No, yo no! ¡Es el Evangelio! Y no se trata de mentiras: ¡es la Palabra del Señor! Le pedimos al Señor la gracia de tomar en serio estas cosas. Él vino a luchar por nuestra salvación. ¡Él ha vencido al demonio! Por favor, ¡no hagamos tratos con el diablo! Él trata de volver a casa, a tomar posesión de nosotros… ¡No relativizar, sino vigilar! ¡Y siempre con Jesús!” (Cf. S.S. Francisco, 11 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a  mí este texto que acabo de meditar. (Silencio).

5.- Propósito: En un mundo de tanta violencia, yo voy a vivir esta jornada sembrando paz, alegría y libertad.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración. Señor, si miro al mundo que me rodea, me dan ganas de llorar. Hay hambre, miseria, violencia, mucha violencia, esclavitud y miedo. Dame tu gracia para no caer en la tentación del miedo, de la tristeza, de la desilusión y de tirar la toalla. Pero yo creo en Ti que has vencido la muerte y eres “más fuerte que el fuerte”.

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Comentario – Viernes XXVII de Tiempo Ordinario

Lc 11, 15-26

Algunos de los asistentes dijeron: «Echa los demonios con poder de Belzebú, el jefe de los demonios…» Otros, para comprometerle le exigían una señal que viniera del cielo… Una de las mayores indigencias es ser incomprendido, despreciado; es ver deformados sus propósitos, sus propias intenciones. Jesús conoció esa clase de indigencia. ¡Se le acusó de ser un destructor del Reino de Dios! Se le acusó de estar del lado de Satán. La acusación era dura y despreciativa: Belzebú significa ¡«Baal del estercolero… Señor de las moscas»! Esto es lo que se decía de Jesús en su lengua, el arameo.

Ayúdanos, Señor, a evitar todas las interpretaciones malévolas. Ayúdanos, Señor, a soportar, si somos víctimas de ellas, como Tú lo fuiste, esas críticas o esas calumnias.

Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado… Si pues Satán está dividido contra si mismo ¿cómo va a mantenerse en pie su reino?

En esta controversia, Jesús subraya la importancia de la unidad.

La guerra civil destruye más los imperios que los ataques del exterior. Quien usa la «acción de dividir» para atacar será destruido por esa misma división que recaerá contra sus propias tropas.

Pero, si Yo echo los demonios «con el dedo de Dios», señal es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
El «dedo de Dios» es imagen de la potencia divina: Dios no tiene que esforzarse, con sólo mover la punta del dedo, actos ingentes se realizan. (Éxodo 8, 15; Salmo 8A)

La traducción «el reino de Dios ha llegado a vosotros» es algo pálida; el texto griego es mucho más fuerte: «el reino de Dios os ha llegado por sorpresa… ha venido de súbito… os ha sorprendido… os ha alcanzado». Se trata de una «irrupción absoluta y rápida» que corta el aliento, que impide parar el golpe. El golpe dado a Satán no tiene esquiva posible.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su casa, sus bienes están seguros. Pero cuando otro «más fuerte» lo asalta y lo vence, le quita las armas…

Lucas es el único, y en esto se diferencia de Mateo (12, 29) a consignar la presencia de uno «más fuerte», nombre que Juan Bautista había dado al mesías (Lucas 3, 16). Jesús «más fuerte» que el mal, más fuerte que Satán, ven en mi ayuda, en ayuda de nuestra pobre humanidad.

El que no está conmigo, está contra mí.

En Lucas 9, 50, Jesús había dicho: «el que no está contra vosotros, está a favor vuestro». Aquí, el pensamiento es otro: Jesús quiere, según las circunstancias, ampliar la visión de sus discípulos… o, por lo contrario, quiere inculcarles una cierta intransigencia en la elección de los dos reinos.

Cuando echan de un hombre el espíritu inmundo, éste va atravesando lugares resecos buscando un sitio para descansar; al no encontrarlo, decide volver a la casa de donde lo echaron… Entonces va a buscar otros siete espíritus peores que él, vuelven y se instalan allí. Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el principio.

Jesús se sirve de las representaciones demoníacas corrientes de su tiempo.

Lo esencial está en la advertencia seria y grave: el que escapó un día al poder del mal no debe por ello considerarse inatacable.

Son muchos los hombres modernos que no creen ya en Satán. No obstante, la psicología profunda revela abismos. El hombre antiguo se creía juguete de unas fuerzas cósmicas invisibles. Sin volver a las representaciones antiguas, tenemos, sin duda, de qué desconfiar: quien niega el poder de Satanás le entrega armas. ¡Nada es peor en un combate que el no ver, no ser consciente del poder del adversario!

Noel Quesson
Evangelios 1

Misa del domingo

En el pueblo judío toda enfermedad de la piel, incluida la lepra, era llamada castigo o “azote de Dios” (Núm 12,98; Dt 28,35) y era considerada como “impureza”. La lepra era entendida como un castigo recibido por el pecado cometido ya sea por el mismo leproso o por sus padres. Rechazado por Dios el leproso debía también ser rechazado por la comunidad. La Ley sentenciaba que todo leproso «llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: “¡Impuro, impuro!” Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada» (Lev 13,45-46).

En su marcha a Jerusalén el Señor se encuentra a diez leprosos en las afueras de un pueblo. Estos leprosos, al ver a Jesús, en vez de gritar el prescrito “impuro, impuro”, le suplican a grandes voces: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Sin duda, la fama del Señor ha llegado a sus oídos. Han escuchado hablar de Él, de sus milagros, de sus curaciones. Se dirigen a Él como “Maestro”, es decir, como a un hombre de Dios que guarda la Ley y la enseña, como un hombre justo, venido de Dios. Al verlo venir, brilla en estos diez leprosos la esperanza de poder también ellos encontrar la salud, de verse liberados de este “castigo divino”, de verse purificados de sus pecados y de ser nuevamente acogidos en la comunidad.

Como respuesta a su súplica el Señor les dice: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Los sacerdotes, que tenían la función de examinar las enfermedades de la piel y declarar “impuro” al leproso (ver Lev 13,9ss), también debían declararlo “puro” en caso de curarse y autorizar su reintegración a la comunidad.

Confiando en el Señor se pusieron en marcha. Esperaban ser curados y poder presentarse “limpios” ante los sacerdotes. En algún punto del camino «quedaron limpios», es decir, curados no sólo de la lepra sino también purificados de sus pecados. Uno de ellos, al verse curado, de inmediato «se volvió alabando a Dios a grandes gritos». Los otros nueve debieron presentarse ante los sacerdotes según la indicación del Señor Jesús y según lo establecía la Ley.

El que volvió para presentarse ante el Señor y no ante los sacerdotes era un “extranjero”, un samaritano. Podemos suponer que los nueve restantes eran judíos. A pesar del odio que dividía a judíos y samaritanos, la desgracia común los había unido. La solidaridad había brotado en medio del dolor compartido.

Podemos preguntarnos: ¿Por qué parece reprochar el Señor a los que no vuelven, si Él mismo les había mandado presentarse ante los sacerdotes? ¿No estaban obedeciéndole acaso? ¿No podrían sentirse obligados por las mismas instrucciones del Señor? ¿Por qué habrían de volver a Él para dar gloria a Dios?

Podemos ensayar una respuesta: en los Evangelios los milagros del Señor Jesús son siempre signos o manifestaciones de su origen divino. El milagro obrado por Cristo revela e invita a reconocer que Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Dios mismo que se ha hecho hombre para salvar a su pueblo de sus pecados (ver Mt 1,21). En un primer momento los diez leprosos ven a Jesús como un Maestro, como un hombre santo. Tienen fe en Él y por eso obedecen a su mandato, hacen lo que Él les dice. Mas al verse milagrosamente curados, sólo uno se deja inundar por la experiencia sobrenatural, se abre al signo que lo lleva a reconocer en el Señor al Salvador del mundo. El samaritano reconoce la divinidad de Cristo, y por eso regresa para darle gracias como Dios que es, y se presenta ante quien es el Sumo Sacerdote por excelencia. Sólo a este samaritano, que lleno de gratitud se postra ante Él en gesto de adoración, le dice el Señor: «tu fe te ha salvado». La fe en el Señor Jesús no sólo es causa de su curación física, sino también de una curación más profunda: la del perdón de sus pecados, la de la reconciliación con Dios. Aquel samaritano creyó que la salvación venía por el Señor Jesús (ver 2ª. lectura).

La ingratitud de los otros nueve consistiría en que, siendo judíos, miembros del pueblo elegido que esperaba al Mesías, a pesar de este signo no reconocen al Señor como aquel que les ha venido a traer no sólo la salud física, sino también la liberación del pecado y la muerte, la salvación y reconciliación con Dios.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

El soberbio y autosuficiente piensa que todo lo que es y tiene le es debido, que lo tiene por derecho propio, porque él se lo ha ganado y porque se lo merece. Se muestra arrogante y altanero con todos, desprecia a los demás, no sabe dar gracias, pues piensa que a nadie tiene de qué agradecer. El humilde, en cambio, sabe que todo lo que es y tiene, por más que haya trabajado mucho por obtenerlo, es en última instancia un don recibido de Dios. Por ello, es siempre agradecido y sabe hacer de su vida un gesto de constante gratitud para con el Señor y para con los hermanos humanos. Sin el don de la vida humana, ¿qué podría tener, qué podría alcanzar, a qué podría aspirar?

¿Soy yo agradecido con Dios? Si reconozco que mi existencia es un extraordinario don que brota del amor de Dios, que por ese amor me ha llamado del no ser a participar de la vida humana e incluso de la misma vida divina; si tomo conciencia de lo que significa que Cristo, ¡Dios mismo que por mí se ha hecho hombre!, me haya amado hasta el extremo de entregar Su vida por mí en la Cruz (Ver Jn 13,1) para curarme de la “lepra” de mi pecado, para reconciliarme y hacer de mí una nueva criatura capaz de participar nuevamente en la comunión divina del Amor, ¿cómo no volver agradecido al Señor, una y otra vez? ¿Quién ha hecho tanto por mí?

Ante todo lo que Dios ha hecho por mí, no puedo sino preguntarme con el salmista: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» (Sal 115,12). La respuesta de una persona agradecida no puede ser otra que la que da aquel mismo salmista: «Cumpliré mis votos al Señor, con acción de gracias. Proclamaré sus maravillas ante la gran asamblea» (Sal 115,14).

Cómo darle gracias al Señor? Con actos concretos de acción de gracias. Son importantes en nuestra vida cristiana las continuas oraciones de gratitud a Dios, que se elevan espontáneamente desde el corazón: al despertar, por el don de la vida y el nuevo día que el Señor nos concede; al tomar los alimentos; al recibir algún beneficio; por el fruto de algún trabajo o apostolado; por la salud; por tus padres o por tus hijos, que son un don de Dios; al terminar el día, por todas las bendiciones recibidas a lo largo del día. Quizá más difícil es darle gracias también por las pruebas y sufrimientos por los que uno pueda estar pasando, pues son ocasión para abrazarse a la Cruz del Señor, son fuente de innumerables bendiciones para quien implorando la fuerza del Señor sabe sobrellevarlas con paciencia y confianza en Dios. En fin, como recomienda San Pablo, «recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19-20).

Sin embargo, más allá de estas oraciones continuamente elevadas a Dios desde un corazón humilde y agradecido a quien es la fuente de todo bien y bendición, hemos de dar gracias continuamente a Dios con una vida santa, pues es ella misma un continuo acto de alabanza, una continua y perpetua acción de gracias al Padre.

Acepta, Padre, mi corazón agradecido

El Libro de los Reyes nos ofrece, como en un anticipo, el episodio en que el profeta Eliseo cura de la lepra a Naamán (2 Re 5,14). San Pablo, que se siente profundamente solo en la cárcel, intenta enseñar a Timoteo que la perseverancia, hecha de sufrimiento y duros trabajos, nos llevará a reinar con Cristo (2 Tm 2,12). Y Lucas cuenta que solo uno de los diez curados de la lepra vuelve a dar gracias al Señor; el resto, poco dado al agradecimiento, ha preferido presentarse a los sacerdotes para obtener un certificado que les permita vivir en la comunidad. (Lc 17,15).

Te ofrezco, Padre,
mi corazón agradecido en esta mañana de domingo.
Gracias por lo mucho que me das:
por los detalles de cariño, aunque parezcan insignificantes,
por los dones que, de tantas personas, recibo sin saberlo,
por las sonrisas que por la calle me regalan,
por los rostros que no me son indiferentes…
Que no me olvide, Señor,
de cultivar la gratitud cuando descubro que todo es don,
de decir “gracias” por las pequeñas y las grandes cosas,
de agradecer el regalo de la fe que es un don y una tarea…

Te ofrezco, Padre,
mi corazón agradecido en esta mañana de domingo.
Gracias, Señor, de corazón
por los que me abrieron a la vida en una larga y sacrificada sementera;
por los que me hablaron de ti,
y me enseñaron con su vida cómo era tu corazón de Padre;
por los que me mostraron vitalmente el difícil arte del perdón;
por el trabajo de cada día
y por los compañeros con quienes comparto una ilusión de futuro.

Te ofrezco, Padre,
mi corazón agradecido en esta mañana de domingo.
Gracias por ti, mi Dios,
a quien adivino cada día en mí mismo
y en el rostro de las personas y de las cosas…
Haz de mi existencia un canto de acción de gracias:
por mi vida, tal como es,
y por las vidas de mis hermanos, tal como tú quieres que sean.

Acepta, Padre, un día más, mi corazón agradecido.

Isidro Lozano

Comentario al evangelio – Viernes XXVII de Tiempo Ordinario

Elegidos para bendecir

Al leer el libro Angels in My Hair (Ángeles en mi pelo), de Lorna Byrne, que tenía el don de ver e interactuar con los ángeles, mi amigo, abrumadoramente católico, se sintió bastante perturbado por el hecho de que Lorna viera ángeles alrededor de las mezquitas islámicas y los templos hindúes. «¿Cómo puede ser? No adoran al Dios verdadero». De lo que no se dio cuenta es de que, adoren o no al Dios verdadero, Dios se ocupa de todos ellos. En la primera lectura de hoy, Pablo recuerda a los gálatas que la promesa de Dios a Abraham fue que en él serían bendecidas todas las naciones de la tierra. Cuando tomamos nuestra elección como «pueblo de Dios» como algo exclusivo, empezamos a despreciar a los demás etiquetándolos como «menos que» nosotros y «rechazados por Dios». Este es el error que cometió el antiguo Israel; y un error que podríamos cometer nosotros también. La elección de alguien por parte de Dios nunca es un rechazo a otra persona; si Dios nos ha elegido, es para utilizarnos como canales de su gracia para los demás; para que seamos una bendición para todos.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Bienaventurada Virgen María del Rosario

Hoy celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 1, 26-38):

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Hoy celebramos a la Virgen bajo la advocación del Rosario. ¡Tantas veces Ella misma se ha aparecido con “rosario en mano”! ¡A Ella le gusta! La razón es la siguiente: aunque pueda parecer que el rezo del Rosario es una manifestación de piedad mariana (desde luego, ¡lo es!), sin embargo su fundamento es cristológico, Jesús mismo. ¡El protagonista del Santo Rosario es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María Santísima! Los diversos misterios del Rosario —gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos— son como “fotografías” de momentos emblemáticos de la vida de Jesús vistos desde la mirada de María. 

—Los misterios son misterios de Cristo. Con razón, el beato papa Pablo VI dijo del Rosario que «es un compendio del Evangelio». Además, el “Avemaría” —reiterada alrededor de cada uno de esos misterios— contiene en su mismo corazón el nombre de Jesús. María es bendita entre todas las mujeres porque es bendito el fruto de su vientre: ¡Jesús!

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – Bienaventurada Virgen María del Rosario

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DEL ROSARIO, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias, Prefacio I de la BVM (en la fiesta) o II-IV.

Leccionario: Vol. III-par

  • Gál 3, 7-14. Los que vive de la fe son bendecidos con Abrahán el fiel.
  • Sal 110. El Señor recuerda siempre su alianza.
  • Lc 11, 15-26. Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Antífona de entrada          Cf. Lc 1, 28. 42
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo: bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.

Monición de entrada y acto penitencial
Se celebra hoy la memoria de la bienaventurada Virgen María del Rosario. En este día se pide la ayuda de la santa Madre de Dios por medio del Rosario, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquella que estuvo especialmente unida a la Encarnación, Pasión y Resurrección del Hijo de Dios.

Yo confieso….

Oración colecta
DERRAMA, Señor, tu gracia en nuestros corazones,
para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel,
la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz,
y la intercesión de la bienaventurada Virgen María,
a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos confiadamente a Dios nuestro Padre, que ha venido a visitarnos en su Hijo Jesucristo, y nos invita a quedarnos con la mejor parte.

1.- Por toda la Iglesia, por el Papa, los obispos y los sacerdotes, por todos aquellos que quieren seguir a Jesucristo. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Roguemos al Señor.

3.- Por los que gobiernan los pueblos y por todos los que tienen responsabilidades en la vida pública. Roguemos al Señor.

4.- Por los pobres, por los enfermos, por los que más sufren las consecuencias de la crisis económica, de la violencia y de la injusticia. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros, por nuestros familiares, amigos y conocidos, por todos nuestros difuntos. Roguemos al Señor.

Padre sabio y misericordioso; escucha nuestras oraciones y danos un corazón manso y humilde para escuchar la palabra de tu Hijo, y para acogerle y servirle como invitado en la persona de nuestros hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor.    

Oración sobre las ofrendas
HAZ,  Señor, que nos preparemos dignamente
con estos dones presentados,
y que celebremos de tal modo los misterios de tu Unigénito
que merezcamos ser dignos de sus promesas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I de la bienaventurada Virgen María: en la fiesta, o II-IV.

Antífona de comunión           Lc 1, 31
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.

Oración después de la comunión
TE rogamos, Señor y Dios nuestro,
que quienes anunciamos en este sacramento
la muerte y resurrección de tu Hijo,
asociados a su pasión,
merezcamos participar del gozo y de la gloria.
Por Jesucristo, nuestro Señor.