Lectio Divina – Nuestra Señora del Pilar

“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”

INTRODUCCIÓN

Hoy es un día entrañable especialmente para todos los aragoneses. ¿Qué aragonés no ha visitado el Pilar? ¿Qué aragonés no ha rezado, a su manera, a la Virgen del Pilar? Una devoción que arranca del pueblo. La ofrenda de flores no la organiza ninguna autoridad civil o religiosa. Brota del corazón de los aragoneses que expresan su cariño a la Virgen con un ramo de flores. Y esa ofrenda de flores se convierte, al día siguiente, en una ofrenda de frutos para atención de los más pobres y marginados. En la devoción a la Virgen del Pilar hay flores y frutos; hay devoción y acción.

LECTURAS

1ª lectura: 1Cron. 15,3-4.15-16,1-2.    2ª lectura: Hech. 1,12-14.

EVANGELIO

Lc. 11,27-28

Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»

REFLEXIÓN

Al filo de las lecturas creo que podemos celebrar esta fiesta a tres niveles:

a) regional, b) personal y c) nacional.

a) Nivel regional. Somos de Aragón y a mucha honra. El pueblo de Israel tenía, como un tesoro, el arca de la Alianza y era el signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. Dios está con nosotros y no nos abandona. Cuando este pueblo se vio cercado por el ejército de Asiria acudió a él y fue salvado por una mujer: Judit que venció a Holofernes. De ella se decía: Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú el orgullo de nuestro pueblo. María es la verdadera arca de la alianza. Ella es el signo más claro de la presencia de Dios en medio de nosotros; a ella acudimos en medio de nuestros problemas; ella se ha dignado visitarnos en Carne mortal y todos los días los aragoneses cantamos esa hora feliz. La Virgen del Pilar es nuestra gloria, nuestro orgullo y la alegría de nuestro pueblo. Por eso todos los años levantamos una montaña de flores, signo de agradecimiento y de cariño a Ella. Y siempre que vamos a Zaragoza besamos con veneración esa columna bendita ya cóncava de tanto besarla. Por eso en una jota se dice:

“Hay un amor en la tierra
Que hasta en las piedras se graba:
Y es el de Aragón que, a besos,
El santo pilar taladra”.

Cuando una madre quiere mucho a su hijo pequeño le dice locuras: ¡Me lo comería a besos! Pues aquí hay un pueblo, el pueblo de Aragón, que se ha comido a besos el pilar de la Virgen.

b) Nivel personal. El evangelio nos habla de esa mujer de pueblo que, entusiasmada de las palabras y de la persona de Jesús, se fija en su madre para decirle: ¡Bendita la madre que te parió! Jesús le dice: Dichosa porque ha escuchado en su corazón la palabra de Dios. Y desde ese momento María es la mujer que nos enseña a rezar: no con los labios, con el ruido, con las palabras sino con el corazón. Y rezar con el corazón es expresar delante de Dios lo que uno lleva dentro. No hace falta ni ir a una Iglesia. En tu propio corazón hay “una capilla sagrada” donde está Dios. La Virgen no vino una vez y se marchó… Se quedó en el corazón de cada uno de nosotros. No importa en qué situación nos encontremos. No importa que nos hayamos ido lejos… Un hijo se puede ir de su madre, pero una madre nunca se va del hijo. Cuando no tengas ganas de rezar hay que acudir a ella. Cuando ya llevas mucho tiempo sin ir a la Misa, hay que acudir a Ella. Cuando te hayan dicho que eso de la religión es un cuento hay que acudir a Ella, preguntarle a Ella, estar con ella. Una madre nunca miente, nunca engaña…Con qué espontaneidad rezaban nuestros mayores:

“Eché un besico al Jalón
Pa que al Ebro lo llevara
Y al pasar por Zaragoza
En el Pilar lo dejara”.

El beso es lo más delicado, lo más tierno, lo más íntimo. Ese es el beso que los antepasados daban al Jalón para que se lo llevara a Zaragoza. Y se lo diera a la Virgen. Ese rio Ebro que ha dado nombre a la península Ibérica no se ha secado; sigue pasando por el Pilar depositando allí todos los besos de todos los aragoneses.

c) A nivel de España. La segunda lectura nos ha presentado a María reunida con los Apóstoles, esperando la venida del Espíritu Santo. No está allí para mandar. Está para cohesionar el grupo, para mantenerlo unido. Después se dispersarán por el mundo.

Hoy más que nunca necesitamos de María para mantener unida a España. Sin pretender ser alarmista, lo menos que se puede decir es que España se deteriora:

Cuando se queman banderas españolas.
Cuando uno se avergüenza de llamarse español.
Cuando unas autonomías engordan a base de que otras queden enflaquecidas.

Unidad en la diversidad sería la ley de oro. Vivimos lo nuestro con toda intensidad, pero sabiendo que España somos todos. Y el ser un aragonés forofo no quita nada para ser un forofo español. Todos nosotros queremos a nuestra autonomía: sus vinos, sus cereales, sus frutas…pero no nos quita nada para sentirnos españoles. El que yo ame a mi madre no quiere decir que no deba amar a la madre de mi madre. Algo así. Las autonomías deberían ser hijas de la madre España. Por eso quiero terminar con las letras de otra jota:

Patria y Virgen es mi lema
Patria y Virgen mi cantar:
Mi patria es España entera,
Mi Virgen la del Pilar.

¡FELIZ DIA DEL PILAR!

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La fe de Santa María

1.- “María, dedicada constantemente a su Divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida”. Así decía Juan Pablo II en la Tertio millennio adveniente, n. 43. Unas palabras que en esta fiesta tan española nos sirven de introducción para hablar de la fe de la Virgen.

Entre esas estampas que uno guarda como recordatorio de algo importante, tengo una muy antigua en blanco y negro, en la que un amigo ya fallecido, al regresar de hacer la mili en Zaragoza me escribió: “Que tu fe sea tan firme como el Pilar que la sostiene”. Ese entrañable recuerdo me ha sugerido, en la fiesta del Pilar, tan ligada al Hispanidad, hablar de la fe de Santa María; apoyado además en el texto evangélico del día, donde se narra como una mujer, entusiasmada al oír y ver a Jesús, le alaba bendiciendo a la madre que le llevó en su seno y le amamantó. Entonces el Señor dice que más bien son bienaventurados los que escuchan su palabra y la ponen en práctica.

2.- En varias ocasiones se alaba a la Virgen en los relatos evangélicos. Pero sólo una vez se la proclama como bienaventurada. Fue en las montañas de Judá, cuando María acudió presurosa a visitar a su prima Santa Isabel (cfr. Lc 1, 39-56). Al entrar la Virgen, la anciana esposa de Zacarías nota en sus entrañas el regocijo del niño de seis meses. Percibe que la fuerza de Dios, el Espíritu Santo, ha santificado a su hijo. Entonces exclama alborozada: “¿De dónde a mí que me visite la Madre de mi Señor?” Bienaventurada tú porque has creído lo que se te ha dicho de parte del Señor. Y María, llena de gozo, pronuncia el canto de los pobres, el himno de los humildes: Mi alma glorifica al Señor…

Al ver cuanto estaba pasando, era lógico que la Virgen creyera que Dios estaba presente. Lo mismo que ocurrió tras el anuncio de Gabriel. Ella comprobaba en su cuerpo la llegada de ese niño inesperado y misterioso. Pero no siempre la acción divina era tan evidente para ella. En efecto, hubo momentos en no comprendía nada. ¿Cómo era posible que su niño naciera lejos de su hogar y, por no tener un cuna, tuviera que recostarlo en un pobre pesebre? ¿Dónde estaba el poder del Padre cuando Herodes los persigue a muerte y los obliga a huir por el desierto? ¿Cómo entender que Jesús, con doce años ya, se les escapara y estuviera lejos de ellos durante tres días? Y para colmo, al preguntarle por qué les había hecho aquello, no les pide perdón, sino que responde que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre. María calla, se limita a escuchar y, como dice el evangelista San Lucas, guardaba todo aquello en su corazón. Eso equivale a decir que entonces no entendía pero que aceptaba los planes de Dios, creía en su sabiduría y poder.

3.- Pasaron los años, murió San José dejando un tremendo vacío en el hogar de Nazaret. Y un día, Jesús decide marcharse de casa. Los evangelios no dicen nada cómo fue la despedida. Queremos pensar que le hablaría a su madre para hacerle comprender la razón de su partida. O quizás, como cuando se perdió a los doce años, le diría que tenía que ocuparse de las cosa de su Padre. Y la Virgen actuaría como entonces: callar y guardar en su corazón la pena de quedarse sola. Creer, o lo que es lo mismo, aceptar sin comprender.

Poco tiempo después hubo una boda en Caná y fue invitada María con Jesús y sus discípulos. Es uno de los pocos momento, sólo dos, en los que el evangelista Juan habla de la Madre de Jesús, como él la nombra siempre. De esa forma subraya el verdadero título de honor de Santa María, ser la Madre del Hijo de Dios. Por otro lado, llama la atención que San Juan el Evangelista nos diga tan poco de la Virgen cuando la recibió en su casa, por encargo expreso del Señor al morir en la cruz, y es de suponer que la convivencia provocaría confidencias de la Madre de Jesús con su nuevo hijo, el joven y apasionado Juan. Sin embargo, el Discípulo amado apenas habla de la Virgen. Algún autor explica que También Juan guardaba en su corazón las palabras de María. No obstante, lo poco que dice es fundamental para la Mariología, imprescindible para entender la importancia de su papel en la Redención.

En el transcurso de aquella fiesta nupcial, la Virgen se da cuenta de que el vino se les acaba a los esposos. Y se lo dice a Jesús, para tratar de de ayudarles. Y Jesús le dice: ¿Qué a ti y a mí? Es una frase enigmática, no se entiende bien qué quiere decir. La misma expresión (en el original griego ti emoì kaì soí) la tenemos en Mc 5, 7 cuando un endemoniado le grita a Jesús que nada tiene que ver con él. Como vemos es una frase cortante que equivale a decir “¿qué tengo yo que ver contigo?”. Por eso los demonios le dicen a Jesús que los deje en paz, pues no quieren saber nada con él. Por eso, la misma frase dicha por Jesús a su madre resulta sorprendente e incomprensible. Es cierto que está suavizada al añadir que ese rechazo y separación entre Jesús y María será superado cuando llegue su hora. Sin embargo, la primera parte de la respuesta es dura, mientras que lo que sigue es oscuro pues habla de su hora sin aclarar nada más.

4.- Los autores al interpretar este pasaje, tratan de quitar hierro al asunto. Y así, la interpretación más sencilla es decir que se trata de una frase pronunciada en un tono cariñoso, para que la Virgen comprenda que no era el momento de manifestar su gloria. Incluso la palabra «mujer» apoyaría ese tono de amable reprimenda. El sentido, por tanto, se explicaría por el contexto.

No parece una solución aceptable por la falta de apoyo en el texto mismo. De hecho, las traducciones reflejan la dificultad de la frase. Así la Biblia de Jerusalén dice «¿Qué tengo yo contigo?», traduciendo de la misma forma Mc 5, 7. Por su parte la Sagrada Biblia, preparada por la Facultad de Teología de la Universidad de Gabarra, traduce «¿qué nos va a ti y a mí?». En Mc 5, 7, sin embargo, traduce «¿qué tengo que ver contigo?». La Biblia de la Casa de la Biblia dice en Jn 2,4 «no intervengas en mi vida», mientras que en Mc 5,7 dice «¿qué tengo yo que ver contigo?». Esa disparidad muestra que no es fácil traducir esa frase sin darle al mismo tiempo una interpretación.

Nos parece más correcto y honesto admitir el valor secante de esas palabras, incluso el rechazo que implican. Es, por otra parte, uno de esos momentos en los que Jesús se refiere a su Madre, o habla con ella, de una forma que nos llama la atención por lo que tiene de inesperada e incluso desconcertante. Así ocurre en evangelio de la Misa de hoy, así como cuando dicen al Señor que su madre y sus hermanos están fuera y quieren hablarle. Jesús contesta: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos» (Mt 12, 47-49). Por otro lado el llamarla «mujer» no dulcifica la frase ya que no era usual en su tiempo que un hijo llamara así a su madre. De ahí que los exégetas vean en ello una cierta intencionalidad del evangelista para relacionar a María con la Mujer del Protoevangelio, sobre todo en el Calvario, donde se repite ese apelativo (cfr. Jn 19, 25-27).

Por tanto, seguimos pensando que las palabras de Jesús citadas tienen un significado que nos sorprende y nos obliga a buscar el sentido que realmente pueden tener. Por supuesto, que no se podría decir que Jesús no amara a su madre. Eso iría contra la Ley de Dios y, por otra parte, si fuera así no la habría escogido por madre, cosa que sólo él entre los hombres ha podido hacer. Nos parece mejor pensar que esas frases se parecen en cuanto a la intención a esa otra que dijo Jesús a la cananea que le pedía la curación de su hija. El Señor, cuando ella le suplica llorando, le dice que no se puede dar el pan de los hijos a los perros. La cananea no reacciona llena de indignación, como cabía esperar. Ella sólo responde que tiene razón, pero que también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos. Aquello fue suficiente para que Jesús le concediera lo que le pedía. En realidad lo único que quería era probar su fe.

5.- Algo parecido ocurre con la Virgen, con la diferencia de que no se trata de probar su fe. En el caso de la Virgen, lo que se pretende es ponerla de relieve, destacar esa virtud básica e imprescindible en la vida cristiana que es la fe. De hecho la reacción de la Virgen es la llamar a los criados para que hagan lo que Jesús les diga. Ella creía que su Hijo no le defraudaría. Después del prodigio dice el texto que los discípulos vieron su gloria y creyeron en él. En cambio la virgen creyó antes del milagro.

Por tanto, las palabras de Jesús conservan toda su fuerza y su misterio, su valor de exaltación de la fe de María. De todas formas, recordemos que Jesús añade que todavía no ha llegado su hora, sugiriendo que cuando llegue esa hora, entonces sí tendrá que ver María con Jesús. Y así ocurrió en el Calvario, inicio de la hora anunciada. Allí estaba la Madre de Jesús nos refiere San Juan. De pié, muy junto a la cruz, creyendo firmemente en el valor salvífico del sacrificio de su divino Hijo. Es cuando Jesús la mira con aquel amor filial y entrañable y le dice que en Juan tiene a su hijo. De nuevo María acepta sin entender del todo. Luego Juan comprenderá que en ese momento María era la corredentora de género humano, la Madre de los creyentes, la Madre de la Iglesia.

Antonio García Moreno

Comentario – Miércoles XXVIII de Tiempo Ordinario

Lc 11, 42-46

Las maldiciones contra los fariseos, que meditaremos hoy y mañana, las hemos ya encontrado en Mateo 23,23 -martes de la 21ª semana del tiempo ordinario-. La Iglesia las pone una segunda vez ante nuestra vista para que las interioricemos más, aplicándolas a nosotros mismos y no aplicándolas a los demás.

¡Ay de vosotros, fariseos…

¿En qué lugar dijo esto Jesús?

¿Lo dijo una sola vez o varias veces?

Mateo dice explícitamente que Jesús pronunció esas invectivas en público, delante de las multitudes. (Mateo 23, 1) Lucas, por el contrario, parece sugerir que Jesús dijo esto en casa de un fariseo que lo había invitado a comer a su mesa.

Sabemos que los autores antiguos cuando escribían, usaban con gran libertad de los datos y de los materiales históricos. Y los evangelistas en particular usaron ampliamente de ese procedimiento de «reagrupación». Lucas pudo agrupar aquí, durante la comida en casa de un fariseo, temas que fueron de hecho tratados en otra parte. Sin embargo nos será conveniente seguir la sugerencia de Lucas y contemplar, por un instante a Jesús en plan de hacer, también El, un apostolado individual.

Jesús amaba a los fariseos…

Jesús podía pensar que un día curarían de su hipocresía… Jesús, invitado por uno de ellos, se mantiene en su actitud y repite a «este hombre» en su propia mesa lo que sin duda había proclamado otras veces en público.

Señor, otórganos el amor a todos los hombres.

Señor, te damos gracias porque nos amas tal como somos… incluso con esa parte de fariseísmo que hay en nosotros… ¡en mí!

Vosotros pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda legumbre, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios. Señor, es cierto que a menudo doy demasiada importancia a algunos detalles, y soy negligente en deberes mucho más importantes:

1.° «La justicia»… es decir ¡los «derechos» que mis hermanos tienen sobre mí!

2.° «El amor de Dios»… es decir, lo que da valor a los gestos exteriores.

Ciertamente, en lugar de prestar tanta atención a pequeñeces, se tendría que ser más exigente respecto a esos dos puntos esenciales.

Esto había que practicar, y aquello… no omitirlo.

Señor, ayúdame a cumplir mis «pequeños» y mis «grandes» deberes.

¡Ay de vosotros, los fariseos, que os gusta estar en el primer banco en las sinagogas… y que se os salude en las plazas!…

¿Apetezco también yo los honores, la consideración? ¿Qué forma tiene en mí ese orgullo universal? ¿esta seguridad de tener la razón? ¿ese querer llevar a los otros a pensar como yo? Hay mil maneras sutiles de querer el «primer puesto»

Entonces un Doctor de la Ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso, nos ofendes también a nosotros.» Pero Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con el dedo!»

¿Hay quizá ciertas cargas que yo coloco sobre los hombros de los demás?

Una vez más Jesús defiende a los pequeños, a los pobres, a los que no pueden cumplir toda la «Ley» de los doctores de la Ley, de los que son expertos en la materia y que lo saben todo. ¿Soy misericordioso con los pecadores? ¿con tantos hombres que no saben bien las exigencias de Dios?

Noel Quesson
Evangelios 1

¡Levantemos un pilar!

1. Hace muchos siglos, la evangelización iniciada por los Apóstoles, se inició con una certeza: Jesús acompañaba en ese afán. El Señor, era la gran convicción que tenían los apóstoles, iba por delante. El Espíritu inspiraba la palabra oportuna. Infundía la fortaleza frente a la adversidad.

Hoy, al celebrar la Virgen del Pilar, de nuevo miramos y profundizamos en los cimientos de nuestra fe: todo nuestro edificio y entramado espiritual está levantado sobre la roca de los apóstoles. Y, María, no vive ajena a esa roca.

El Pilar de Zaragoza, en este día de la Hispanidad, es precisamente un renovado deseo de fortalecer nuestra fe. De echar una ojeada hacia atrás, no por nostalgia, y sí para comprobar la multitud de hermanos nuestros que han vivido con hondura y verdad la fe en Jesucristo. Hoy, como el Apóstol Santiago, también necesitamos ser acariciados por la mano de la Madre.

2.- Nos cuenta la entrañable tradición mariana del Pilar que, María, aparece para consolar al Apóstol. Todos los días, en nuestros desvelos, luchas, fatigas, decaimientos, abatimientos y contrariedades, María pone un pilar debajo de nosotros para que no renunciemos en nuestro empeño de llevar a Jesús hasta los últimos confines del orbe.

Todos los días, al mirar al Pilar de Zaragoza, nuestra fe se consolida. Se hace más fuerte. Más profunda. Más vigorosa. ¿Por qué? Simplemente porque, celebrar a la Virgen del Pilar, es poner la veleta de nuestra existencia en dirección a la Verdad que es Dios.

3.- María, no hay más que adentrarse en multitud de catedrales, iglesias y ermitas humildes dedicadas a su nombre, permanece en medio de nuestro pueblo, al lado de los creyentes como esa columna a la cual nos agarramos para alcanzar seguridad, crecimiento, autenticidad y constancia en la fe. La Virgen, asomándonos a la tradición cristiana de los primeros siglos, acompaña –paso a paso y casi al mismo compás- con Jesucristo a todo aquel que quiera dar razón de la mejor noticia que hasta nosotros llegó desde el Oriente: ¡Jesús ha muerto! ¡Jesús ha Resucitado! ¡Nosotros resucitaremos!

Desde entonces, el Pilar de Zaragoza, se ha convertido en un punto de apoyo para todos los voceros de Dios. Mejor dicho; arrimarse al Pilar de Zaragoza, es escuchar el susurro de las aguas, no tanto las del Ebro, cuanto las del Espíritu, para que no dejemos de avanzar en el conocimiento de Jesús, ni en la expansión de su nombre.

4.- Por y para ello, la fiesta de la Virgen del Pilar, nos sugiere algunos puntos:

-Pongamos el “pilar de la oración” a nuestra vida católica. ¿No os parece que hemos dejado el edificio de nuestra espiritualidad muy débil y con escasa relación con Dios?

-Levantemos el “pilar de la esperanza” a nuestro caminar. ¿No creéis que somos demasiado pesimistas para las cosas de Dios? ¿Acaso los primeros heraldos del evangelio no pasaron lo suyo?

-Construyamos un “pilar fe” en nuestro vivir. El ambiente no acompaña. Por un lado y por otro nos bombardean constantemente en un intento de derribar ese gran santuario que, desde hace 2000 años, cientos y miles de evangelizadores han levantado, y millones y millones de hombres y mujeres han sabido vivir debajo de El: Jesucristo. Que seamos capaces no de guardar (sería poco) sino de reavivar, alimentar y entusiasmarnos con la persona de Jesús. Sólo así podremos decir que, “el Pilar” de nuestra Fe está dónde María supo asentar su ser, confianza y su existir: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

5.- ORACIÓN A LA VIRGEN DEL PILAR

Virgen del Pilar, tan pequeña, aparentemente
y tan grande como el cielo que detrás dejaste
para descender hasta nuestra tierra
y animar a los que, de Jesús, hablaban en su nombre
Virgen del Pilar, morena por fuera
pero blanca y virgen, limpia y hermosa en tus entrañas
¡Por algo, Dios, se fijó en el jardín de tu interior!
Virgen del Pilar, Madre de Dios
y Madre de los que marchamos por la áspera tierra

Eres faro; ilumina los caminos por donde vamos
Eres guía; condúcenos para no equivocarnos
Eres alegría; infúndenos tu aliento en la fe
Eres dulzura; dulcifica la hora de nuestras amarguras
A las orillas del Ebro, como manantial fecundo,
vas derramando aquellas GRACIAS que, desde el cielo,
Dios regala sin medida para los que las piden con fe

A las orillas del Ebro, como un adelanto de la gloria del cielo,
se levanta tu templo, en el que siempre
hay una fuente para calmar la sed
silencio que habla en la prueba
alimento eucarístico que fortalece la vida del creyente
mil Palabras que responden a cada interrogante.

¡Sí, Virgen del Pilar!
Arrimarse hasta tu imagen es comprender:
que la fe, para que sea grande, ha de fijarse en lo pequeño
que la fe, para ser pura, ha de brindarse desde dentro
que la fe, para ser fuerte, ha de tallarse a golpe de cruz
que la fe, para ser alegre, ha de serlo con sonrisa divina
que la fe, para ser auténtica, ha de desplegarse en servicio generoso

¡Sí, Virgen del Pilar!
Hoy, como siempre, nos subimos hasta el Pilar de la fe
a ese pilar donde, Tú como Madre y maestra,
te alzaste como estrella que conduce hacia buen puerto
como barca que cruza toda tempestad
como Madre en el que se abraza todo mundo Hispano.
¡Gracias, Virgen del Pilar!

Besar tu manto, es comprometerse con el Reino de Dios
Besar tu manto, es inclinar la cabeza con humildad
Besar tu manto, es estar al pie de la cruz de Cristo
Besar tu manto, es poner cimientos a nuestra vida cristiana.
Por todo ello, y por mucho más, Virgen del Pilar:
¡Bendita y alabada sea la hora en que viniste a Zaragoza!

Javier Leoz

Y no permitas, Señor, que me separe de ti

1. – Jesús, mediante la parábola del juez malvado, pone de manifiesto la necesidad de orar y de hacerlo continuamente. El diálogo con Dios que supone la oración debe ser una actividad prioritaria del cristiano. Deberá, asimismo, atender a los hermanos y procurar construir el Reino, pero es obvio que nada de esto puede hacerse sin oración y pobre de aquel, que fascinado por el trabajo junto a sus semejantes, olvide la oración. El viejo refrán castellano dice que es «antes la obligación que la devoción». Existen situaciones –y gentes– que al refugiarse en una falsa y absorbente espiritualidad olvidan lo básico: que es orar sincera y continuamente a Dios para conseguir ayudar a los hermanos.

2. – La Iglesia ha procurado siempre que se mantenga el principio de orar continuadamente. Uno de los puntos cumbres de su actividad oracional es, sin duda, la misa. Ahí está condensada toda su creencia y todo su ser, con el renovado sacrificio de Jesús. Pero otro «monumento» muy notable es la Liturgia de las Horas, por la cual cada cristiano- -en comunidad o solo– reza, al menos, tres veces al día con un «sistema» o formulario que condensa el uso de la palabra de Dios como oración cotidiana.

3. – El matiz que Jesús ofrece en la parábola del juez es importante. Hay que orar y no desanimarse para que Dios haga justicia con sus elegidos. Y es que la mayoría de los desvelos que el católico tiene respecto al crecimiento del Reino y de la Palabra solo se traducirán en realidad con el uso continuado de la oración. El soberbio pedirá una sola vez y al no cumplirse su petición, la abandonará, molesto. La humildad necesaria para acercarse a Dios plantea que limpiemos antes nuestra soberbia y eso se consigue con el desvalimiento, con no considerarse ni importante y mucho menos agente de la consecución de lo que pedimos. Otro refrán –espléndido– habla de que «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Y es que a veces no sabemos apreciar que Dios ya ha respondido a nuestra petición .Tenemos, pues, que orar continuamente y dar a nuestra conciencia una cierta objetividad para descubrir los bienes que Dios nos envía.

4. – La escena de la batalla de Moisés y Josué contra Amalec tiene resonancias cinematográficas. La imagen de Moisés en actitud de orar con los brazos extendidos hacia el cielo y la misma batalla que se desarrolla en un valle es un auténtico relato de cine. Pero, sin embargo, su simbolismo está claro: no podemos abandonar nuestra sintonía con Dios, no podemos colgarle el teléfono, tenemos que estar siempre «on line» con Él para «nos ayude en nuestros proyectos”.

La lectura del libro del Éxodo como argumento oracional es también muy interesante. El continuo contacto de Dios con Moisés y el de este con el pueblo peregrino es asimismo un buen ejemplo para nuestra oración. Va a ser San Pablo quien centre el origen divino de las Escrituras y la inspiración del Espíritu en su transmisión. Eso es también un fruto de la oración, porque, ¿no es verdad que, incluso, a nosotros mismos cristianos de a pie, muchas veces la oración nos ha traído inspiraciones de gran importancia? Pero hay que destacar en el mensaje de Pablo la presentación de la Escritura como una forma esencial de nuestra relación con Dios y dicha relación no es otra cosa que el acto de orar.

Entre las oraciones que el sacerdote dice en voz baja durante la celebración de la misa hay una especialmente interesante: «Y no permitas, Señor, que nunca me separe de Ti». Dicha separación –terrible– sería la que terminaría con nuestros deseos de orar, porque a la postre lo que más nos gusta hacer es hablar con nuestro mejor Amigo, incluso a veces hasta charlar distendidamente con Él y contarle chascarrillos. En fin, y esta frase nos vale a todos: «no permitas señor que nunca me separe de Ti».

Ángel Gómez Escorial

Orar es asumir el mundo

1. La plegaria sin desfallecimientos de Moisés en la cima del monte está en relación directa con la lucha que los ejércitos israelitas sostienen contra las tropas de Amalec. La insistencia del ruego de la vida burlada por el juez injusto acaba por poner las cosas en su derecho. Dos oraciones insistentes y machaconas, ¿para qué? Para una victoria en el campo de batalla; para conseguir que el derecho de los pobres sea respetado. No hay, pues, ni un atisbo de evasionismo en la lectura del Éxodo. No lo hay en la página del evangelio de Lucas. Porque no se trata con la oración de encomendar a Dios lo que es privativo de nuestro empeño. Dios no suplanta al hombre en los afanes que son propios del hombre y la oración no mira de obtener por «vía milagro» lo que ha de ser resuelto por «vía de empeño» mantenido y constante. ¿Entonces? ¿En qué consiste la oración del creyente y cuál es su virtualidad en nuestras vidas? Las lecturas bíblicas dejan entender bien claro que la oración del creyente se sitúa entre dos polos: el polo de Dios, por un lado, y el polo de lo humano, por otro. Aquí, la urgencia, la necesidad, el problema; allí, la fuerza, el criterio, la inspiración. Aquí la constancia y el erre que erre; allí, la fidelidad de Dios que jamás deja de responder a la demanda de los hombres.

2.- Orar es asumir el mundo con sus problemas, discernirlo desde los criterios de Dios y comprometerse a una acción que restaure o establezca en la tierra el reino de Dios. Muy oportunamente la liturgia nos trae hoy un texto de la carta del apóstol Pablo a su discípulo Timoteo. Pablo reclama de su amigo y discípulo una fiel escucha de la Palabra de Dios, una atenta escucha de la voluntad divina y ello para que la Palabra de Dios le sirva en todos los menesteres de la existencia. Porque la Palabra oída en la oración, escuchada en la oración, asumida en la oración, solicita ser encarnada como criterio, como clave de valor, como punto de opción de la libertad en la vida de todos los días. «Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud».

Antonio Díaz Tortajada

Orar siempre, sin desfallecer

EL juez inicuo y la viuda – Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: – Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara». Y el Señor respondió: – Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dárá largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Explicación

Jesús nos pone un ejemplo para que comprendamos que la oración debe ser insistente, constante, habitual: En un pueblo había un juez injusto. Una mujer viuda iba cada día a decirle: ¡Hazme justicia contra quien me trata mal! Pero el juez no la hacía caso. No obstante, ella insistía y todos los días le pedía justicia. Por fin, el juez, cansado de la mujer, atendió su reclamación. Si habláis a vuestro Padre Dios cada día os hará justicia. No os canséis.

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

Narrador: En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo había que rezar sin desanimarse, les propuso una parábola.

Discípulo1: Maestro, enséñanos a orar. Nos has dicho muchas veces cómo hay que rezar, pero no da resultado.

Discípulo2: Yo empiezo a desilusionarme, ¿seguro que no te equivocaste al enseñarnos a rezar?

Jesús: Vale, os lo repetiré a ver si ahora queda claro. Para rezar debéis decir «Padre nuestro, que estás en el cielo…»

Discípulo1: ¡Eso, Jesús, ya lo sabemos! Lo hemos rezado así muchas veces.

Discípulo2: Pero Dios no nos escucha.

Jesús: Tenéis que seguir rezando … ¡sin desanimaros! Sentaos aquí, os voy a contar una parábola: «Había una vez un juez en una ciudad que no tenía respeto a Dios ni a los hombres»

Discípulo1: ¡Menuda pieza, vaya caradura!

Jesús: «En la misma ciudad había una mujer viuda que lloraba ante el juez, diciendo:

Viuda: ¡Por favor, te lo ruego, hazme justicia frente a mi adversario!

Jesús: «Pero el juez se negaba una y otra vez, hasta que un día pensó:

Juez: Aunque no temo a Dios, ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no sea que acabe por pegarme en la cara.

Jesús: «Fijaos en lo que le dice el juez injusto a la viuda»

Juez: Está bien, está bien. Anda, ven conmigo y te haré justicia.

Jesús: ¿Creéis que Dios no os escuchará a vosotros si le gritáis día y noche? ¿Va a daros largas?

Discípulo2: Entonces, ¿hay que insistir más y más, para que Dios Padre nos haga caso?

Discípulo1: ¡Pues ya verá el Padre Dios lo pesado que me pongo! ¿Seguro que nos escuchará?
Jesús: Seguro, y os hará justicia sin tardar.

Discípulo2: Es muy difícil pedir al padre con tanta fe

Discípulo 1: Además, nunca sabemos si él está de acuerdo con lo que le pedimos.

Jesús: Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe tan grande en la tierra?
Narrador: Si somos cristianos, debemos rezar siempre y mucho. Para que cuando veamos de nuevo a Jesús, al fin de los tiempos, podamos acogerlo y reconocerlo. Y él, seguro que se acordará de nosotros.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles XXVIII de Tiempo Ordinario

Guiados por el Espíritu

Observe que Pablo habla de «fruto(s) del Espíritu». Los nueve frutos enumerados no son algo que producimos por nuestra cuenta; son los resultados y el fruto del Espíritu Santo que mora en nosotros. El carácter cristiano y la santidad son producidos por el Espíritu Santo y no por ninguna disciplina forzada practicada bajo la ley. Por eso Pablo afirma que cuando somos guiados por el Espíritu, no estamos bajo la ley. Sin embargo, no se trata de estar sin ley o de convertirnos en agentes de la anarquía; al contrario, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu de Cristo, no necesitamos necesariamente leyes externas para hacer lo correcto y evitar el mal comportamiento; espontáneamente, inspirados por el Espíritu, hacemos lo correcto, o mejor dicho, las acciones correctas fluirán de nosotros. Cuando somos guiados por el Espíritu, podemos incluso quebrantar la ley en aras de mantener el espíritu de la misma y al servicio de las exigencias superiores del amor.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Nuestra Señora del Pilar

Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Pilar.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 11, 27-28):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, sucedió que, una mujer de entre la gente alzó la voz, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan».

Celebramos hoy la fiesta de la Virgen del Pilar. Quizás lo primero que nos sugiere María, que fue la buena Madre de Jesús, es que es también nuestra Madre y lo que nos brota espontáneamente es acudir a ella para pedirle algo, algo que creemos que necesitamos. Por eso, el pasaje de la primera lectura de hoy nos sorprende un poco. Una vez que Jesús concluyó su etapa en la tierra, y subió al cielo después de su muerte y resurrección, vemos a María en compañía de otras mujeres y de los apósteles en la casa de Jerusalén “dedicándose a la oración”. Además de nuestra Madre, María es también para nosotros nuestro ejemplo. La debemos imitar en su actitud de orar junto a los amigos de Jesús. Nunca hemos de cansarnos, en las diversas circunstancias por las que atraviese nuestra vida, de elevar nuestro corazón en unión con nuestros hermanos a nuestro Padre Dios, el que siempre tiene sus oídos y su corazón abiertos para nosotros.

Cuando Jesús inició su vida pública se dio a conocer poco a poco. A través de la predicación de su palabra, a través de los signos especiales que hacía, muchos de sus oyentes empezaron a intuir que Jesús era una persona especial. Sus palabras no eran como las de las demás personas. Tenían un algo que tocaba lo más íntimo de nuestro vivir humano y arrojaban una luz como nadie antes lo había hecho. Algunos, empezando por sus apóstoles, comenzaron a intuir que estaban ante el Hijo de Dios.

Una de sus oyentes, una mujer, con acento femenino y materno, se desbordó y ante el gentío que le  estaba escuchando gritó: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Un gran elogio de María, la madre de Jesús

Los cristianos de todos los tiempos siempre hemos reconocido “las obras grandes” con las que el Señor favoreció a María. Empezando por el inigualable privilegio de su maternidad divina. Y en ella, mejor que en nadie, se cumplen también  las palabras de Jesús: “Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!”. Lejos de rebajar a María, esta afirmación es un nuevo piropo de Jesús a su Madre, porque nadie como ella escuchó la palabra de Dios y la cumplió. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu voluntad”

Pidamos a María, en su advocación de la Virgen del Pilar, que nos ayude a imitarla, a escuchar con atención y emoción las palabras de su Hijo y que nos dé fuerzas para cumplirlas sabiendo que nos llevan a la alegría de vivir.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.