Comentario – Miércoles XXVIII de Tiempo Ordinario

Lc 11, 42-46

Las maldiciones contra los fariseos, que meditaremos hoy y mañana, las hemos ya encontrado en Mateo 23,23 -martes de la 21ª semana del tiempo ordinario-. La Iglesia las pone una segunda vez ante nuestra vista para que las interioricemos más, aplicándolas a nosotros mismos y no aplicándolas a los demás.

¡Ay de vosotros, fariseos…

¿En qué lugar dijo esto Jesús?

¿Lo dijo una sola vez o varias veces?

Mateo dice explícitamente que Jesús pronunció esas invectivas en público, delante de las multitudes. (Mateo 23, 1) Lucas, por el contrario, parece sugerir que Jesús dijo esto en casa de un fariseo que lo había invitado a comer a su mesa.

Sabemos que los autores antiguos cuando escribían, usaban con gran libertad de los datos y de los materiales históricos. Y los evangelistas en particular usaron ampliamente de ese procedimiento de «reagrupación». Lucas pudo agrupar aquí, durante la comida en casa de un fariseo, temas que fueron de hecho tratados en otra parte. Sin embargo nos será conveniente seguir la sugerencia de Lucas y contemplar, por un instante a Jesús en plan de hacer, también El, un apostolado individual.

Jesús amaba a los fariseos…

Jesús podía pensar que un día curarían de su hipocresía… Jesús, invitado por uno de ellos, se mantiene en su actitud y repite a «este hombre» en su propia mesa lo que sin duda había proclamado otras veces en público.

Señor, otórganos el amor a todos los hombres.

Señor, te damos gracias porque nos amas tal como somos… incluso con esa parte de fariseísmo que hay en nosotros… ¡en mí!

Vosotros pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda legumbre, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios. Señor, es cierto que a menudo doy demasiada importancia a algunos detalles, y soy negligente en deberes mucho más importantes:

1.° «La justicia»… es decir ¡los «derechos» que mis hermanos tienen sobre mí!

2.° «El amor de Dios»… es decir, lo que da valor a los gestos exteriores.

Ciertamente, en lugar de prestar tanta atención a pequeñeces, se tendría que ser más exigente respecto a esos dos puntos esenciales.

Esto había que practicar, y aquello… no omitirlo.

Señor, ayúdame a cumplir mis «pequeños» y mis «grandes» deberes.

¡Ay de vosotros, los fariseos, que os gusta estar en el primer banco en las sinagogas… y que se os salude en las plazas!…

¿Apetezco también yo los honores, la consideración? ¿Qué forma tiene en mí ese orgullo universal? ¿esta seguridad de tener la razón? ¿ese querer llevar a los otros a pensar como yo? Hay mil maneras sutiles de querer el «primer puesto»

Entonces un Doctor de la Ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso, nos ofendes también a nosotros.» Pero Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con el dedo!»

¿Hay quizá ciertas cargas que yo coloco sobre los hombros de los demás?

Una vez más Jesús defiende a los pequeños, a los pobres, a los que no pueden cumplir toda la «Ley» de los doctores de la Ley, de los que son expertos en la materia y que lo saben todo. ¿Soy misericordioso con los pecadores? ¿con tantos hombres que no saben bien las exigencias de Dios?

Noel Quesson
Evangelios 1

Anuncio publicitario