Lectio Divina – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados

1.- Oración introductoria.

Señor, en este rato de oración que voy a realizar sobre el evangelio del día, me llama poderosamente la atención lo que se dice de Ti. “Miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros”. Me pregunto: ¿Qué tenía tu persona que tanto atraía a la gente? ¿Por qué la gente se pisaba por escucharte? Había en Ti algo inefable, misterioso. Brillaban tus ojos con luz propia. De tus labios salían palabras de bondad, de sabiduría, de gracia. Y, sobre todo, de verdad, de coherencia, de no decir nada que antes no lo hubieras hecho vida. Enséñame a vivir como Tú para poder dar un auténtico testimonio de Ti ante el mundo.

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehena; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Hay algo que Jesús no puede tragar: la hipocresía. No se puede vivir una doble vida. No se puede encender  una vela a Dios y otra al Diablo. No se puede ser cristiano en el Templo y pagano en la calle. Ni tampoco se puede uno guardar “lo que ha visto y oído”. Lo vivido, lo sentido, lo experimentado hay que proclamarlo. Sabemos que en tiempo de Jesús, en las casas no hay tejas sino azoteas, Allá se tenían diálogos, conversaciones, tertulias que, lógicamente, se escuchaban en la calle. A esto alude Jesús. Estamos en unos tiempos en los que debemos convertir nuestras casas en “terrazas” y proclamar públicamente nuestra fe. “A la crisis de Dios sólo se puede responder con la pasión  por Dios” (Metz). Hoy más que nunca  la Iglesia necesita hombres y mujeres apasionados de Dios, que no pueden callar lo que ellos “han visto y oído”. No hay que tener miedo. “Dios cuida hasta de los pajarillos y los cabellos de nuestra cabeza los tiene contados”. Dios, que se preocupa hasta de lo más pequeño, ¿se va a olvidar de nosotros que somos sus hijos? Él está siempre con nosotros hasta el fin del mundo. Salgamos a la calle, a los lugares más alejados, a las periferias, pero sin miedos ni complejos. Pero salgamos convencidos de que llevamos la mejor mercancía: El Evangelio de Jesús, capaz de hacer felices a las personas.

Palabra del Papa

“Dios es tan grande que tiene también sitio para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir eternamente uno en el otro. Esto quiere decir que de cada uno de nosotros no seguirá existiendo sólo una parte que nos viene, por así decirlo, arrancada, mientras las demás se arruinan; quiere decir más bien que Dios conoce y ama a todo el hombre, lo que somos. Y Dios acoge en su eternidad lo que ahora, en nuestra vida, hecha de sufrimiento y amor, de esperanza, de alegría y de tristeza, crece y llega a ser. Todo el hombre, toda su vida es tomada por Dios y, purificada en Él, recibe la eternidad. ¡Queridos Amigos! Yo creo que esta es una verdad que nos debe llenar de profunda alegría. El Cristianismo no anuncia solo una cierta salvación del alma en un impreciso más allá, en el que todo lo que en este mundo nos fue precioso y querido sería borrado, sino que promete la vida eterna, “la vida del mundo futuro”: nada de lo que es precioso y querido se arruinará, sino que encontrará plenitud en Dios. Todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, dijo un día Jesús. El mundo definitivo será el cumplimiento también de esta tierra, como afirma san Pablo: “la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Por tanto se comprende que el cristianismo de una esperanza fuerte en un futuro luminoso y abra el camino hacia la realización de este futuro. Nosotros somos llamados, precisamente como cristianos, a edificar este mundo nuevo, a trabajar para que se convierta un día en el “mundo de Dios”, un mundo que sobrepasará todo lo que nosotros mismos podríamos construir”. (Homilía de S.S. Benedicto XVI, 16 de agosto de 2010).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Me apasionaré por Jesús y contaré lo maravilloso que es vivir con Él.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor y Dios mío, antes de acabar esta oración, quiero pedirte que me llenes de tu Espíritu, que viva ilusionado por Ti, que tenga experiencias  fuertes de tu amor. Que, desde mi propia vida, sepa dar alternativas nuevas a tanta gente que va por la vida sin haber descubierto su sentido y pasa la vida sin saber para qué está en este mundo.  Que sepan que se puede vivir alegre, que la vida es hermosa, que hay un Dios que nos ama apasionadamente. Y que lo ha demostrado muriendo por nosotros en la Cruz.

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Comentario – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

Lc 12, 1-7

En esto habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse uno a otros…

Un baño de multitud, como suele decirse hoy.

El texto griego habla de «miríadas» Es sabido cuan difícil es evaluar el número de una manifestación. Lucas parece que habla de «decenas de millares» de personas.

Jesús empezó a hablar, dirigiéndose en primer lugar a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía»

¡Qué valentía! Para atreverse a tomar posición también públicamente. No olvidemos que algunos fariseos eran ciertamente los notables de entonces y a menudo, sin duda, hombres relevantes… observadores minuciosos de la Ley… conocedores, sabios, expertos en cuestiones religiosas.

Jesús no les reprocha sus cualidades.

Pero no soporta su orgullo ni su desprecio de los pequeños, de esa multitud de pobres que no saben bien «su catecismo» ni han acabado de comprender las teorías complicadas ni las numerosas y complejas obligaciones de los «muy comprometidos», de aquellos que se consideran como los «dirigentes» del pueblo. El gran peligro, la «mala levadura» de todos aquellos que pretenden dirigir y aconsejar a los demás… es la hipocresía: se es exigente páralos demás, se les pide cosas difíciles… se influye sobre ellos, se les da lecciones… Es tentador querer aparecer como exteriormente irreprochable, sin cumplir interiormente la exigencia propuesta.

¡Guardaos de los slogans excesivos!

¡Guardaos de la suficiencia orgullosa!

Desconfía de ti mismo si te crees perfecto, si, para ti, ¡la verdad eres tú!

Nada hay encubierto que no deba descubrirse, ni nada escondido que no deba saberse, porque lo que dijisteis de noche se escuchará en pleno día, y lo que dijisteis al oído en un rincón de la casa, se pregonará desde las azoteas.

Es una clara invitación a la sinceridad que es lo contrario a la hipocresía. Hay un cierto estilo de «diplomacia» sigilosa y hábilmente secreta que es contraria a la simplicidad del evangelio.

Hoy se habla mucho de la «opinión pública». Aquí Jesús habla en favor de una Iglesia a «pleno día», de una casa de cristal donde todo pueda ser visto y oído.

¿No existe a veces la tendencia a instaurar «capillitas», clubs cerrados, grupos subterráneos… en los que hay que tener carta blanca para ser admitido?

Escuchadme ahora vosotros, amigos míos: «No temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más.»

Vivir a pleno día, someterse a la opinión pública no quiere decir «halagar la opinión corriente». Al contrario, Jesús tiene una visión clara, está pensando el caso cuando sus discípulos van contra-corriente, y se atreven a decir cosas que no agradan. Hablar francamente, sin tener en cuenta las opiniones demasiado humanas. Jesús también a menudo y muy netamente ha pensado en la «persecución», y ha pedido que no se la temiera: «no temáis a los que matan el cuerpo».

¿No se venden cinco gorriones por cuatro cuartos? Y, sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios. No tengáis miedo: valéis más que todos los gorriones juntos.

Dios se ocupa de las más pequeñas de sus criaturas. Dios contémplalos pajarillos. Dios se interesa por todo lo que no tiene la menor apariencia de grandeza. Todo lo lleva en su corazón. ¡Mayormente a los hombres!

Señor, yo creo que estoy «ante tu mirada». Con este convencimiento, ¿cómo puedo tener miedo?

Noel Quesson
Evangelios 1

La misa del domingo

Camino a Jerusalén el Señor Jesús les habla a sus discípulos de aquel día en que “el Hijo del hombre” habrá de manifestarse (ver Lc 17,22-37). El título lo usaba para hablar de sí mismo y hacía explícita referencia a la visión del profeta Daniel: «He aquí que en las nubes del cielo venía uno como Hijo de hombre… se le dio imperio, honor y reino… su imperio es un imperio eterno que nunca pasará y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,13-14). Aquel “día” al que se refiere el Señor es el momento histórico en que Él volverá glorioso al final de los tiempos, el día en que se llevará a cabo el juicio final (ver Mt 25,31ss).

La parábola del juez inicuo y la viuda importuna se enmarcan en este contexto. La intención del Señor es explicarles «a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse».

En primer lugar, el creyente ha de orar siempre. En el texto griego el adverbio “pantote” se traduce literalmente por “en todo momento”. La oración ha de ser ininterrumpida.Esto implica rezar todos los días, tener momentos fuertes de diálogo con Dios, pero también implica de alguna manera lograr que la misma acción se convierta en oración. En este sentido, no deja de rezar quien vive en presencia de Dios, y quien inmerso en esa presencia, busca dar gloria a Dios con sus acciones.

En segundo lugar, el creyente ha de orar sin desanimarse, sin desfallecer, sin perder la constancia en la prueba, o en el “desierto”, cuando rezar se vuelve tedioso, aburrido, cansino, cuando parece que Dios no escucha o no responde, cuando parece que la oración no es más que un monólogo. El discípulo ha de perseverar en la oración aún cuando su oración parezca no tener el resultado esperado, a pesar de las dificultades y obstáculos que puedan aparecer en el camino y que suelen desanimar y desalentar a tantos.

Luego de afirmar la necesidad de la oración continua y de la perseverancia en la misma, y en vistas a “aquel día”, el Señor ofrece una parábola para salir al paso de aquellos que piensan que Dios no hace justicia a pesar de sus súplicas. Quien así piensa, corre el peligro de abandonar la oración y, como consecuencia, perder la fe.

La comparación es una estampa de la vida cotidiana. En la antigua sociedad judía las mujeres solían desposarse a los trece o catorce años de edad y muchas quedaban viudas muy jóvenes. Las viudas, junto con los huérfanos y los pobres, eran las personas más desprotegidas de la sociedad. La viuda de la parábola no tenía cómo “comprar” al juez corrupto, un hombre cínico que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Por más que la causa de esta viuda fuera justa, al juez no le interesaba perder el tiempo con ella. Con un juez así ninguna viuda tenía las de ganar. Sin embargo, ante una situación tan desalentadora, ella persevera en su súplica día tras día hasta que el juez decide hacerle justicia para liberarse de la continua molestia. Es así como por su insistencia y persistente súplica la viuda obtuvo justicia.

De esta parábola el Señor Jesús saca la siguiente conclusión: si aquel juez inicuo le hizo justicia a la viuda por su terca e insistente súplica, «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?». Ante la tentación del desfallecimiento por una larga espera, ante las duras pruebas e injusticias sufridas día a día, los discípulos deben perseverar en la oración y en la súplica, con la certeza de que Dios «les hará justicia sin tardar» y les dará lo que en justicia les pertenece (ver Lc 16,12).

El Señor Jesús da a entender que la fidelidad de Dios y el cumplimiento de sus promesas están garantizados. La gran pregunta más bien es si los discípulos mantendrán la fe durante la espera y las pruebas que puedan sobrevenirles: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?»

La necesidad y eficacia de la oración quedan de manifiesto en la batalla de Israel contra los amalecitas (ver 1ª. lectura): Mientras Moisés tenía elevadas las manos al Cielo, como símbolo elocuente de la oración que se eleva a Dios, Israel prevalecía contra sus enemigos. Pero cuando sus brazos se hacían demasiado pesados, cuando el cansancio y la fatiga hacían que la oración de Moisés se debilitara, prevalecía el enemigo. Es por la oración perseverante de Moisés, que encontró apoyo en Aarón y Jur, como Israel pudo finalmente vencer a sus enemigos. Del mismo modo, el triunfo final en el combate de la fe depende más de la oración perseverante que de la sola lucha espiritual. La lucha es necesaria, pero sin la oración perseverante no se sostiene. Las solas fuerzas humanas son absolutamente insuficientes en el combate contra las fuerzas del mal. Aunque Dios llama a la cooperación humana, a la lucha decidida, sólo vence quien ora siempre y sin desfallecer. El triunfo final llegará no por las solas fuerzas, sino por la fuerza de Dios que hace fecundo el esfuerzo humano.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?». La pregunta que lanza el Señor a sus Apóstoles es un cuestionamiento dirigido hoy a cada uno de nosotros. Por ello, no puedo menos que preguntarme: si el Señor viniera en este momento, ¿encontraría fe en mi corazón? ¿Cómo es mi fe? ¿Es firme o es débil? ¿Se manifiesta mi fe en mi conducta cotidiana, o es que acaso digo que creo en el Señor, pero me comporto y actúo muchas veces como quien no cree? Recordemos que la fe es creer en Dios y creerle a Él, es adherirme a todo lo que Él me revela (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 142-143; 176), una adhesión de mente y de corazón que se vuelca en la acción.

También nosotros, al reconocer que nuestra fe es pequeña, frágil, débil, al ver cómo tantas veces desconfiamos del Señor y del amor que nos tiene, al ver cuántas veces dudamos o prescindimos de Dios en nuestras opciones cotidianas, podemos decir: «Señor, ¡aumenta mi fe!». Sí, también nosotros como los Apóstoles hemos de suplicar al Señor la gracia de crecer cada día más en la fe que Él mismo nos ha regalado el día de nuestro Bautismo.

Pero si bien el nos da el don de poder creer en Él y la gracia para poder crecer en esa fe, el Señor también nos enseña que para que esa fe se sostenga, crezca, madure y se fortalezca es preciso que oremos siempre, sin desfallecer: «La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe», decía San Agustín. Quien cree, reza, busca dialogar con Dios. Al mismo tiempo, su fe se alimenta de la oración constante, perseverante. La fe crece en el encuentro diario con el Señor, en la escucha y meditación de su palabra, y se hace firme y se consolida cuando se traduce en obras concretas. En cambio, la fe se torna inconsistente, se marchita y muere en aquel o aquella que reza poco, mal o nunca.

Orar siempre implica, por un lado, tener momentos fuertes de oración a lo largo del día, y todos los días. Esto implica separar un tiempo adecuado para el diálogo interior con Dios, así como para la meditación, profundización y asimilación de las lecciones que el Señor Jesús nos da en los Evangelios, ya sea con sus enseñanzas o con el ejemplo de su Vida.

Orar siempre implica asimismo rezar sin interrupción, es decir, no dejar de rezar en ningún momento. ¿Pero es esto posible? Obviamente esto es imposible: nadie puede dedicarse únicamente a la oración, y no hacer otra cosa más que rezar. Pero orar siempre sí es posible si logramos hacer de nuestras mismas actividades una oración continua. ¿Cómo puede la acción convertirse en oración? ¿No se oponen acaso oración y acción? Pues no. La oración y la acción están llamadas a integrarse y fecundarse mutuamente en un dinamismo mediante el cual la oración nutre la vida y la acción mientras que la acción y la vida cotidiana se hacen oración: «Todo lo que el justo hace o dice en conformidad con el Señor, debe considerarse como oración», decía San Beda. Toda actividad se convierte en oración cuando con ella buscamos cumplir el Plan de Dios, cuando buscamos hacer todas nuestras actividades —desde las más sencillas y ordinarias hasta las más exigentes y delicadas— para el Señor y por el Señor. Si hago eso, estaré rezando siempre.

Orar sin desfalleceres una invitación del Señor a no abandonar jamás los momentos fuertes de oración, bajo ninguna circunstancia o pretexto. Y es que para la oración perseverante encontraremos muchos obstáculos que nos desalientan o se convierten en “buena excusa” para abandonar la oración, primero un día, luego dos, luego definitivamente. Orar sin desfallecer implica no dejarse vencer por falsas auto-justificaciones como pueden ser: “no tengo tiempo para rezar porque tengo tantas cosas que hacer”, “no siento nada”, “me da pereza”, “Dios no me escucha”, “rezo al final del día”, etc., etc. Ninguna excusa es válida para relegar el encuentro cotidiano con el Señor. Organízate bien, dedícale un tiempo a la oración, no te dejes vencer por la pereza, no la dejes para el final del día cuando ya estás fatigado y lleno de bulla, busca el momento más adecuado para orar y de ser posible, que sea lo primero que hagas al empezar tu jornada. ¡Verás cuánto te ayuda una oración bien hecha al inicio de cada día!

Padre, muéstranos a Jesús

Insistir y permanecer en la oración. Estos dos verbos pueden resumir la liturgia de este domingo. Permanecer en la oración, como Moisés en lo alto del monte (Ex, 17,12). Insistir en la oración como la viuda del evangelio pidiendo que un mal juez le haga justicia (Lc 18,5). Pablo nos recuerda que debemos orar siempre, con confianza sin desanimarnos, siendo fieles a lo aprendido y recibido (2 Tm 3,14). “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. No deja de ser una cuestión inquietante en este domingo del DOMUND.

¡Señor, que nuestra fe anhele tu salvación!
Cuantos hermanos nuestros abren los ojos
en busca de la felicidad y se encuentra sin horizonte:
porque el hambre cierra todos los horizontes,
porque la incultura cierra todos los horizontes,
porque la soledad y el desamor cierran todos los horizontes,…
y porque sin Dios no hay horizonte posible.

¡Señor, que nuestra caridad engendre la salvación!
Señor, enséñanos a no amarnos a nosotros mismos,
a no contentarnos con amar a los nuestros,
con amar a los que nos aman.
Señor, enséñanos a pensar también en los demás,
a amar a los que no son amados.
Señor, que nos duela como propio el dolor del amigo.

¡Señor, que nuestra misión sea hacer de los hombres hijos de Dios!
Hay personas y familias,
que, lejos y cerca de nosotros,
mueren de hambre, de soledad y de tristeza.
Y nadie merece morir de hambre,
nadie merece morir de frío,
nadie merece sufrir por causa de nuestro egoísmo.

Señor, que nuestra fe se traduzca en obras de salvación
Que se haga realidad el pan que hemos compartido en la Eucaristía,
ese pan que se parte y se reparte.
No permitas, Señor, que seamos felices a solas.
Ayúdanos a transformar, con amor y con ternura,
este mundo que olvida a los más necesitados,
en un mundo de hermanos.

¡PADRE, MUÉSTRANOS A JESÚS,
ese Jesús que tiene rostro de hermano necesitado y pobre!
¡PADRE, MUÉSTRANOS A JESÚS,
para que nuestra fe se traduzca en obras de salvación!
¡PADRE, MUÉSTRANOS A JESÚS,
y ten compasión de nosotros que somos pecadores!

Isidro Lozano

Comentario – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

La realidad del infierno

Curiosamente, justo después de hablar del poder de Dios para arrojar a alguien al infierno, Jesús habla del sorprendente cuidado de Dios por la humanidad. Esto invita a una breve reflexión sobre el infierno. El concepto de infierno y su condena eterna no existe en el Antiguo Testamento. El infierno es una realidad del Nuevo Testamento, que sólo es posible cuando uno rechaza definitivamente la misericordia de Dios ofrecida en y por Cristo. Mientras que el infierno es una realidad, no tenemos idea de si alguien es arrojado definitivamente a él. Es significativo que la Iglesia declare firmemente, mediante la beatificación, que algunas almas están en el cielo; sin embargo, nunca ha declarado oficialmente que alguien esté condenado en el infierno, ni siquiera el peor criminal del mundo. Pero hay una cosa que la Iglesia sabe y proclama: que una persona ha ido seguramente al infierno: ¡Cristo mismo! El descenso de Cristo a los infiernos, que proclamamos en el Credo, es el testimonio mismo de la profundidad del alcance del amor y el cuidado de Dios por cada uno de nosotros.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XXVIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 12, 1-7):

En aquel tiempo, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos».

Hoy, el Señor nos invita a reflexionar sobre un tipo de mala levadura que no fermenta el pan, sino solamente lo engrandece en apariencia, dejándolo crudo e incapaz de nutrir: «Guardaos de la levadura de los fariseos» (Lc 12,1). Se llama hipocresía y es solamente apariencia de bien, máscara hecha con trapos multicolores y llamativos, pero que esconden vicios y deformidades morales, infecciones del espíritu y microbios que ensucian el pensamiento y, en consecuencia, la propia existencia.

Por eso, Jesús advierte de tener cuidado con esos usurpadores que, al predicar con los malos ejemplos y con el brillo de palabras mentirosas, intentan sembrar alrededor la infección. Recuerdo que un periodista —brillante por su estilo y profesor de filosofía— quiso afrontar el tema de la postura de la Iglesia católica frente a la cuestión del pretendido “matrimonio” entre homosexuales. Y con paso alegre y una sarta de sofismas grandes como elefantes, intentó contradecir las sanas razones que el Magisterio expuso en uno de sus recientes documentos. He aquí un fariseo de nuestros días que, después de haberse declarado bautizado y creyente, se aleja con desenvoltura del pensamiento de la Iglesia y del espíritu del Cristo, pretendiendo pasar por maestro, acompañante y guía de los fieles.

Pasando a otro tema, el Maestro recomienda distinguir entre temor y temor: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más» (Lc 12,4), que serían los perseguidores de la idea cristiana, que matan a decenas a los fieles en tiempo de “caza al hombre” o de vez en cuando a testigos singulares de Jesucristo.

Miedo absolutamente diverso y motivado es el de poder perder el cuerpo y el alma, y esto está en las manos del Juez divino; no que el alma muera (sería una suerte para el pecador), sino que guste una amargura que se la puede llamar “mortal” en el sentido de absoluta e interminable. «Si eliges vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Dado que aquí no puedes elegir el no morir, mientras vives elige el no morir eternamente» (San Agustín).

P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP

Liturgia – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XXVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Para la feria cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-par

  • Ef 1, 11-14. Antes esperábamos en el Mesías. Vosotros habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo.
  • Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
  • Lc 12, 1-7. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

Antífona de entrada             Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados.

Monición de entrada y acto penitencial
Hoy celebraremos la Misa votiva de la Preciosísima Sangre de Cristo; la cual, derramada en la cruz por nosotros, ha sido el precio que Dios ha pagado por amor a nosotros para rescatarnos de nuestra antigua condición de esclavos del pecado.

Conscientes de que con nuestra forma de vida no correspondemos a ese amor que el ha demostrado que nos tiene, comencemos la Eucaristía pidiendo perdón por nuestros pecados.

• Tú que extendiste tus brazos en la cruz para reconciliarnos a todos. Señor, ten piedad.
• Tú que te entregaste a la muerte por nosotros, pecadores. Cristo, ten piedad.
• Tú que nos has justificado al precio de tu sangre. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios,
que has redimido a todos los hombres
con la Sangre preciosa de tu Unigénito,
conserva en nosotros la acción de tu misericordia
para que, celebrando siempre el misterio de nuestra salvación,
merezcamos alcanzar sus frutos.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios, nuestro Padre, a quien encomendamos nuestra causa, pidiéndole que su bondad nos escuche.

1.- Para que cada uno de los cristianos seamos, con nuestra vida, testimonio de la gran esperanza del reino de Dios. Roguemos al Señor.

2.- Para que al Pueblo de Dios no le falten pastores que con generosidad y comprensión repartan el pan de la Palabra y el Cuerpo del Señor. Roguemos al Señor.

3.- Para que se acaben las guerras, las dictaduras crueles, el hambre y la pobreza, y toda clase de injusticia. Roguemos al Señor.

4.- Para que Dios reciba en su vida eterna a todos los que han muerto, y los llene con su luz y su paz. Roguemos al Señor.

5.- Para que desaparezcan de nuestro corazón las envidias y los egoísmos. Roguemos al Señor.

Oh Dios, que nos enseñas que para ti nada queda escondido, escucha las oraciones de tu pueblo y ayúdanos a no temer a los poderes de este mundo, puesto que sabemos que siempre nos proteges. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
DIOS todopoderoso,
humildemente imploramos
de tu Divina Majestad,
que estos dones, que ofrecemos
en honor de tus santos
y que testimonian tu poder y tu gloria,
le alcancen a tu pueblo
los frutos de la eterna salvación.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Antífona de comunión          Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo -dice el Señor.

Oración después de la comunión
ALIMENTADOS con estos sacramentos,
te rogamos, Señor,
que nos purifiques con la Sangre de Cristo,
fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.