Lc 12, 13-21
Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente. Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la «pobreza».
Uno del público le pidió a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.»
El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deuteronomio 21, 17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
Le contestó Jesús: «¿Quién me ha nombrado juez o arbitro entre vosotros?»
¡Notemos bien este rechazo!
Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés.
La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales.
El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las «instituciones temporales»: «Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana… y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores… La Iglesia no está ligada a ningún sistema político. »(G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: «Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente.» (G. S. 43).
Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: «Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas.»
Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales.
Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.
Y les propuso esta parábola: «Un hombre rico… cuyas tierras dieron una gran cosecha… decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: «Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida.» Pero Dios le dijo: «Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida.»
Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo «temporal»: afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por «esa otra parte» de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús-, tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de «tomar partido» y de «movilizar» a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa «parte» de la vida está «loco», dice Jesús.
Eso le pasa al que amontona riquezas «para sí» y no es rico «para Dios.»
El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa «para sí», está loco, quien lo usa «para Dios» es un sabio. Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero.
Noel Quesson
Evangelios 1