Lectio Divina –

“Designó el Señor a otros setenta y dos”
San Lucas

1.- Oración introductoria.

Señor, en esta oración de hoy, hay una cosa que me llama la atención: que después del envío a los apóstoles, vayas Tú detrás. “los envió a los sitios donde Él iba a ir”. Los apóstoles y todos nosotros somos muy limitados, cometemos errores, hacemos chapuzas. Pero después pasas Tú arreglando lo que nosotros hemos hecho mal y confirmando lo que hemos hecho bien. Eso nos da una gran tranquilidad: vamos solos, pero no abandonados. Tú siempre vas con nosotros: por delante y por detrás. ¡Gracias, Señor!

2.- Lectura sosegada del evangelio Lucas 10, 1-9

En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

El Señor envía a los discípulos “como corderos en medio de lobos”. El cordero es el animal frágil, dócil, domesticado. Y el lobo es violento, no domesticado, ataca con fiereza. Con todo, Jesús nos envía en medio de lobos, no sólo para estar precavidos, sino para tratar de amansarlos con la música de nuestra dulzura y nuestra piedad. Esto era lo que ya habían anunciado los profetas para los tiempos mesiánicos:” el lobo habitará con el cordero” (Is. 11,6).  Esto significa que la fuerza del bien se apoderará del mal. Nosotros tenemos que anunciar algo esencial: “Que el Reino de Dios está cerca”. Y el Reino de Dios es un Reino de amor y de paz. Cuando decimos que Dios está cerca, debemos aclarar de qué Dios estamos hablando. Hay salvajes que después de un atentado criminal, exclaman ¡Alá es grande! ¿Qué tipo de Dios es ése que se engrandece con la matanza de seres inocentes?  Esta es la mayor blasfemia que se puede decir contra Dios.  Nosotros hablamos del Dios revelado por Jesús, que es un Padre entrañable y misericordioso; que tanto ha amado al mundo que le ha dado a su propio Hijo para salvarnos por amor. Esta es la fuerza del Dios de Jesús: la fuerza del amor escandaloso. Esta es la única fuerza que vence el mal.

Palabra del Papa

“Estos setenta y dos discípulos, que Jesús envía delante de Él, ¿quiénes son? ¿A quién representan? Si los Doce son los Apóstoles, y por lo tanto representan también a los obispos, sus sucesores, estos setenta y dos pueden representar a los demás ministros ordenados, presbíteros y diáconos; pero en sentido más amplio podemos pensar en los demás ministerios en la Iglesia, en los catequistas, los fieles laicos que se comprometen en las misiones parroquiales, en quien trabaja con los enfermos, con las diversas formas de necesidad y de marginación; pero siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar el Reino”. (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013)

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito: En este día venceré el mal a fuerza de bien.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero acabar esta meditación pidiéndote que sea como un cordero en medio del mundo. Un cordero que paste en las hierbas frescas y tiernas de tu bondad, tu misericordia, tu libertad, tu mansedumbre.  Un cordero dispuesto a dar la vida por hacer un mundo mucho más justo, mucho más pacífico, mucho más humano.

Anuncio publicitario

Estar cerca o estar lejos de Dios

1.- Dos personajes, dos actitudes, dos formas de entender la relación con Dios. El fariseo se creía santo, por eso se sentía «separado» de otro, el publicano. El afán de piedad y de santidad llevó a muchos a separarse de los demás, eran los «parushim» –en hebreo significa separado–. Cifraban la santidad en el cumplimiento de la ley tal como prescribía el Levítico. Ponían todo su empeño en la recitación diaria de oraciones, ayunos y la práctica de la caridad. Se sentían satisfechos por lo que eran y por lo que les diferenciaba de los demás. Estaban convencidos de que así obtenían el favor de Dios. Sin embargo, aquél que se creía cerca de Dios, en realidad estaba lejos. ¿Por qué? Porque le faltaba lo más esencial: el amor. Así lo reconoció después Pablo, que fue fariseo antes de su encuentro con Cristo: «si no tengo amor, no soy nada». Aunque alguien repartiera en limosna todo lo que tiene y hasta se dejara quemar vivo, si le falta el amor, no vale de nada. El fariseo dice «Te doy gracias». San Agustín se pregunta dónde está su pecado y obtiene la respuesta: «en su soberbia, en que despreciaba a los demás»

2.- El otro, el publicano, era un recaudador de impuestos odiado por todos. Se quedó atrás, no se atrevía a entrar. Pero Dios no estaba lejos de él, sino cerca. No da gracias, sino que pide perdón. No se atrevía a levantar los ojos a Dios, porque se miraba a sí mismo y reconocía su miseria, pero confía en la misericordia de Dios. Una vez más Dios está en la miseria del hombre, para levantarle de la misma. El publicano tenía lo que le faltaba al fariseo: amor. No puede curarse quien no es capaz de descubrir sus heridas. El publicano se examinaba a sí mismo y descubría su enfermedad. Quiere curarse, por eso acude al único médico que puede vendarle y curarle tras aplicarle el medicamento: su gracia sanadora.

3.- No se trata aquí de caer en el maniqueísmo: hombre malo, hombre bueno. El fariseo era pecador y no lo reconocía, el publicano también era pecador, pero lo reconocía y quería cambiar. El fariseo se siente ya contento con lo que hace, se siente salvado con cumplir, pero esto no es suficiente. En el Salmo proclamamos que Dios está cerca de los atribulados. En realidad está cerca de todos, pero sólo puede entrar en aquellos que le invocan, porque El escucha siempre al afligido. Este es justificado y el fariseo no. Pablo en la carta a los Romanos emplea el mismo término «justificación» -en hebreo dikaiow». Justificar es declarar justo a alguien y sólo Dios puede hacerlo, no uno mismo. No es un mérito que se pueda exigir, sino un don gratuito de Dios.

La conclusión de la parábola es bien clara: «el que se exalta será humillado y el que se humilla será enaltecido».

4.- Examinemos nuestro comportamiento como cristianos. ¿No somos muchas veces como el fariseo creyéndonos en la exclusiva de la salvación porque «cumplimos» nuestros deberes religiosos? Incluso despreciamos a los demás o les tachamos de herejes o depravados. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Sólo Dios puede justificar. Además la fe cristiana no consiste sólo en un cumplimiento de devociones, sino en encontrarnos con Jesucristo resucitado y dejar que su amor vivificante transforme nuestra vida. Entonces nos daremos cuenta de que hay amor en nuestra vida.

José María Martín OSA

Comentario – Martes XXIX de Tiempo Ordinario

Lc 12, 35-38

Desde hace unos años se ha insistido mucho y con razón, sobre la necesidad que tienen los cristianos de insertar su fe en lo más profundo de su vida humana, y, por lo tanto, de participar con los demás hombres en los grandes proyectos colectivos de liberación humana y de fraternidad universal que cruzan la historia.

Hubo épocas, en efecto, en las que los cristianos parecieron desinteresarse de lo terreno y de lo temporal. La reciente y gran acusación contra la Iglesia era la de decir que la Fe era el «opio del pueblo»… el pensamiento del cielo y del infierno era como un refugio que adormecía a los hombres y que los alienaba de sus tareas humanas.

¿Qué es lo que piensa Jesús de esto?

¿Es alienador el evangelio?

Y si aliena a los hombres, ¿ en qué dirección lo hace?

Jesús decía: «Poneos el traje de trabajo» -«llevad ceñida la cintura» y «mantened las lámparas encendidas».

Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo. Es el «uniforme» de servicio. (Lucas 12, 37; 17, 8; Juan 13, 4; Efesios 6, 14). Era también el atuendo del viajero el que llevaban los Hebreos para celebrar la Pascua (Éxodo 12, 11) Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche.

No, el cristiano no es un alienado… Por el contrario, está en alerta constante, siempre presto a la acción y preparado para servir día y noche.

¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?

Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame.

¿Por qué y para quién hay que estar siempre disponible? Parala «llegada» o para el «retorno» de alguien. El detalle «retorno de la boda» quiere indicar que se trata de una hora tardía e indeterminada: en las civilizaciones rurales de antaño, puede decirse que las bodas eran la única circunstancia en la cual se regresaba tarde a casa.

Sí, Jesús viene… Se corre el riesgo de no estar esperándolo… porque su llegada es de «improvisto», imprevisible, oculta… ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? «Viene» de muchas maneras:

  • en su Palabra, propuesta cada día, está allí… ¿Soy fiel a la oración?
  • Él está en todo hombre que necesita de mí… «he tenido hambre, estaba solo…»
  • en la Iglesia y lo que me propone, está allí… «quien a vosotros escucha, a mí me escucha…»
  • en los acontecimientos, «signos de los tiempos», que es preciso descifrar, está allí…
  • en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida, está allí.

Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad, de la Iglesia… ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida… Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller… Acepto una responsabilidad que se me confía… Es Jesús que viene y al que hay que recibir.

Dichosos esos criados si el Amo al llegar los encuentra «en vela».

Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo… En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. ¡Dichosos! ¡Dichosos ellos!

Os aseguro que el Amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno.

Noel Quesson
Evangelios 1

Los «santos fariseos»

1. – ¿Sabéis lo malo de este fariseo? Pues que todo lo hacía bien y lo sabía, porque no esta mintiendo cuando dice que no es ni ladrón, ni injusto ni adultero. Es la verdad. Como es verdad que ayuna y paga el diezmo de todo, cuando no estaba obligado a tanto.

Se sabía santo y se sentía santamente orgulloso, si a orgullo se le pueden anteponer “santamente”. Por eso su actitud ante Dios, el Santo de los Santos es de Tú a Tú. Lo que debería haber sido una oración de alabanza Dios por su bondad y grandeza se convierte en una oración de alabanza a si mismo.

La oración de este “santo varón” acaba siendo una oración atea o si queréis idolatra, porque la alabanza debida a Dios se la da al hombre, a si mismo. Este hombre está tan lleno de sus buenas obras, que en su corazón, embutido de buenas obras, ya no hay sitio para Dios y naturalmente mucho menos para otros hombres que no pertenecen a su “raza”

2. – ¿Y sabéis lo bueno del publicano? Que era malo y sabía que lo era. Era recaudador de impuestos. Lo cual les daba ocasión para ser usureros, prestamistas de mala calaña, que además se escudaban en el poder del invasor romano.

Y este publicano sabía todas las trampas que había hecho, todo el dinero que había extorsionado, la mucha gente a la que había hecho sudar lágrimas de sangre. Lo sabía y se avergonzaba. No se atrevía a levantar los ojos a Dios. Su mano no señalaba con el dedo a nadie. Se dirigía a su propio pecho, que golpeaba con dolor. Su corazón estaba tan vacío de buenas obras, que allí pudo entrar Dios sin dificultad.

3. – Seguramente que no pocos de vosotros habréis caído en la cuenta que san Pablo, precisamente en la lectura de hoy unas con bastante habilidad el botafumeiro (*) hacia si mismo: “he combatido un buen combate, he corrido hasta la meta, he guardado la fe”. La diferencia de este Pablo con el fariseo es que Pablo al fin lo atribuye a Dios que le ayudó y le dio fuerzas. Personalmente, os confieso que cuando Pablo habla de si mismo no me gusta nada.

4. – ¿Cómo hemos entendido nosotros esta parábola? No muy bien. Todavía vosotros y yo dividimos a los católicos en practicantes y no practicantes y estos son los malos y aquellos los buenos.

Entre los grupos eclesiales los hay que invitan a unirse a ellos “porque poseen la verdad”, lo que implica la ignorancia religiosa de los demás. Los hay que se muestran inseparables amigos mientras tratan de conseguir un nuevo miembro. Y cuando al fin no lo consiguen no tiene empacho en negarle su amistad, dándolo por perdido para la eternidad. En nombre de la santidad de nuestra doctrina cuantas barbaridades se han cometido a lo largo de la historia.

La pertenencia a una Iglesia Santa no debe convertirnos a los que pertenecemos a Ella en “santos fariseos” mejores que los demás hombres. Más bien los miembros de esa Iglesia Santa deben ser los publicanos que conocen sus pecados y su debilidad y no tienen ni tiempo ni manos para señalar con desprecio a los demás.

No nos olvidemos de que en realidad ante Dios todos somos insolventes, y que no hay santos en realidad sino amados de Dios.

(*) Botafumeiro es el incensario gigante de la Catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, España, que es donde reposan los restos del Apóstol Santiago. Usar el botafumeiro es hacer muchos elogios de uno mismo o de otros.

José María Maruri, SJ

La defensa de los derechos humanos

1. En esta jornada en que la Iglesia celebra el Domingo Mundial de la Propagación de la fe (DOMUND) en el 78 aniversario –son ya casi ochenta años– de su creación por el Papa Pío XI, todos somos invitados a reflexionar sobre la naturaleza misionera de la Iglesia y a actuar en nuestra responsabilidad como miembros de la misma. Puede que nos veamos limitados y faltos de fuerza: El mundo se opone al mensaje y persona de Jesucristo, parece que domina el mal, el pesimismo, el estancamiento… Pero tengamos en cuenta –especialmente hoy—que el Evangelio no exige de cada creyente sólo y exclusivamente una justicia personal; no es solo una urgente y apremiante invitación a ser hombres según el designio de Dios en la esfera individual; no es sólo una llamada a huir de la injusticia que puedan patrocinar los demás y a mantener limpias nuestras manos. Es esto, sin duda; pero no sólo esto. Además de llamarnos a la justicia según Dios, se nos provoca y estimula a crear la justicia en nuestro alrededor, a denunciar los atropellos que hombres y estructuras perpetren contra los más desheredados, a salir en defensa de los derechos humanos y a promover su más amplio y mejor reconocimiento. Entre las exigencias derivadas del mensaje de Jesús de Nazaret figura esta de comprometer a los creyentes en la lucha por la afirmación práctica y eficaz de los derechos del hombre. La defensa de los derechos humanos es una exigencia del Evangelio y parte central del ministerio de la Iglesia. Este mensaje nos lo ha recodado muchas veces la Iglesia en los últimos años.

Esta responsabilidad de la defensa de los derechos humanos no es –como algunos pretenderían sin fundamento, y con demasía de intereses personales– algo marginal, opcional o simple derivado o subproducto del ministerio que la Iglesia ha de cumplir entre los hombres. Constituye «parte central» del mismo. Cualquier negligencia al respecto o timidez sobre este importantísimo cometido entrañaría un rebajamiento inadmisible del papel que la Iglesia ha de representar, por voluntad de Dios, en la historia de los hombres. He aquí un nuevo «test» sobre nuestra autenticidad de creyentes. Lo somos o lo seremos en la medida en que nos comprometamos con sinceridad en la defensa de los derechos que el pensamiento moderno reconoce como propios de la dignidad humana.

2. Y es que el creyente, el verdadero creyente, comprende que no es posible estar de la parte de Dios y, simultáneamente, permanecer pasivo ante las violencias que padecen los hijos de Dios. El creyente sabe que, más allá de las solemnes y meras declaraciones de derechos humanos, se encuentra Dios como fundamento y posibilidad última de tales derechos y como fuente originaria de la dignidad del hombre. El creyente sabe que su misión en el tiempo consiste en abundar en logros de justicia y de fraternidad, en remodelar la existencia humana, individual y social, según el plan divino, a fin de que sea posible la hora de la salvación.

3. El texto del libro del Eclesiástico, que la liturgia dominical nos ofrece hoy, es muy elocuente a este propósito. «El Señor es un Dios justo. Escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; los gritos del padre atraviesan las nubes…» No es posible «estar de parte» de un Dios que se declara defensor de los oprimidos y bailar el agua, al mismo tiempo y aunque no sea sino con nuestra pasividad, al que actúa como opresor. Por aquí discurre también la enseñanza de la página del evangelio de san Lucas. ¿Qué cabe censurar al fariseo que se tiene por justo y que desprecia a los pecadores? No hay en su vida robos, ni injusticias, ni adulterios. No hay menosprecio de la ley por pequeño que sea su mandato.

No hay morosidad ni puño cerrado a la hora de cumplir con los diezmos. Y, sin embargo, su biografía, por mucho que parezca encarnar la justicia, está aún muy lejos de realizarla según el designio de Dios. La sociedad, los otros, los demás, la suerte de sus prójimos no entran para nada en su vida, salvo para marginarlos y despreciarlos. Hay aquí un pecado de autosatisfacción, ciertamente; pero hay, antes que nada, una falta grave de solidaridad, y la justicia de Dios, más allá de los derechos, exige una rotunda afirmación de interés solidario para con todos los componentes de la familia humana.

5. En la carta de san Pablo a Timoteo hay una hermosa definición de lo que es un creyente. Para el apóstol, creyente es todo aquel que «tiene amor a su venida», a la venida última y definitiva del Señor cuando la historia haya discurrido todas las etapas de justicia y fraternidad que el proyecto de Dios tiene previstas. Amar la venida del Señor es desearla eficazmente y, por ella, concurrir a la transformación de la tierra según la reconciliación universal que el Evangelio proclama y que, por descontado, comienza por la afirmación y defensa de los derechos humanos. De ahí que el mensaje eclesial de defender los derechos humanos lo proponga como objetivo de su responsabilidad que surge del Evangelio y como parte esencial de su servicio que la Iglesia ha de prestar al mundo.

Antonio Díaz Tortajada

Música – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Entrada: Acuérdate, Señor de tu Iglesia CLN A18; Aclama al Señor tierra entera: CLN 517; Qué alegría cuando me dijeron (1CLN-525). Vienen con alegría CLN 728;
Introito en latin: Laetetur cor quaerentium
Salmo y Aleluya: Si el afligido invoca al Señor….
Ofrendas: Te presentamos e] vino y e] pan (1CLN-H3).
Aclamación al Memorial: 1CLN-J22.
Comunión : Tú has querido ser camino (Cantos varios) ¿Le conocéis   (1CLN-723) Comiendo del mismo pan CLN 027
Final:  Cristo ayer y hoy (Cantos varios)

Oración de los fieles – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Invoquemos todos juntos la misericordia de Dios Padre y presentemos nuestras plegarias por todos: hombres, mujeres y niños de cualquier ciudad o país, religión, raza o cultura. Y respondemos:

ESCUCHA, SEÑOR, NUESTRA ORACIÓN HUMILDE

1. – Por el Papa Francisco y por toda la Iglesia, extendida de oriente a occidente. OREMOS

2. – Por nosotros, los católicos, y por todas las confesiones cristianas, por sus dirigentes, ministros y pueblo fiel, para que el Espíritu nos ayude en el camino hacia el Único Rebaño y el Único Pastor. OREMOS

3. – Por las religiosas y los religiosos de clausura, para que su oración constante y humilde, traiga la paz al mundo. OREMOS

4. – Por los ricos, los soberbios, los orgullosos, los vanidosos, para que el Señor les ayude a olvidarse de si mismos y pensar en los demás más que en ellos mismos. OREMOS

5. – Por los emigrantes y refugiados, y por los que están ausentes de su casa por motivos laborales o profesionales, los que trabajan lejos dedicados a los demás, para que su ausencia del hogar sea fructífera y un día puedan volver con alegría y paz a su hogar. OREMOS

6. – Por la paz de todos los pueblos, por su progreso espiritual y material en todos los campos. OREMOS

7. – Por nosotros, presentes en esta Eucaristía, para que seamos capaces de reconocer nuestras faltas y ayudar permanentemente a nuestros hermanos. OREMOS

Protege, Dios Padre Nuestro, a este pueblo que te implora con esperanza y humildad.

Por Nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

Comentario al evangelio – San Lucas

Cultivar el sentido de la vocación

Cuando la cosecha es abundante, ¿se negará el Señor de la mies a enviar obreros para recoger la cosecha? De ninguna manera. Por eso, si tenemos escasez de vocaciones, quizá no sea Dios quien nos falla, sino que nosotros le fallamos a él con nuestro «no» múltiple a su llamada. Dios sigue llamando a la gente para que trabaje en su viña, pero nosotros estamos muy ocupados con nuestros propios asuntos mundanos, como los invitados a las bodas (cf. Lc 14, 15-24), o somos totalmente ajenos a la llamada. En muchas parroquias se hacen oraciones y adoraciones especiales por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa; pero, sinceramente, ¿cuántos padres animan a sus hijos a considerar esa vocación? Por supuesto, uno puede trabajar por el Reino de Dios de múltiples maneras como laico; pero ¿cultivamos en nuestros hijos este sentido de vocación para dar testimonio de Cristo en el mundo secular como miembros laicos de la Iglesia de Cristo? Que la vida de San Lucas nos inspire.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – San Lucas

Hoy celebramos la fiesta de San Lucas evangelista.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 10, 1-9):

En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.

»En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’».

Hoy celebramos al llamado «Evangelista de la mansedumbre de Cristo». San Lucas nació en Antioquía (siglo I). De padres paganos probablemente de ascendencia griega, poseía una gran cultura, era médico y buen conocedor de las costumbres judías. Autor del tercer Evangelio y de los «Hechos de los Apóstoles».

Conoció a Jesucristo a través de san Pablo, con quien vivió gran parte de su vida apostólica. Durante los años de encarcelamiento de san Pablo, Lucas permaneció junto a él («El único que está conmigo es Lucas», escribió Pablo). Es el evangelista que nos ha transmitido más detalles de la Infancia de Jesús y de la vida de Santa María y San José. En los «Hechos de los Apóstoles» Lucas recopiló los acontecimientos más importantes de la actividad de los Apóstoles y del nacimiento de la Iglesia en un marco geográfico y temporal bien determinados. 

—San Lucas, guíanos en la nueva evangelización que nos pide el Señor.

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – San Lucas

SAN LUCAS, evangelista, fiesta

Misa de la fiesta (rojo)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio II de los apóstoles. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • 2Tim 4, 10-17b. Lucas es el único que está conmigo.
  • Sal 144. Tus santos, Señor, proclaman la gloria de tu reinado.
  • Lc 10, 1-9.La mies es abundante y los obreros pocos.

Antífona de entrada          Is 52, 7
Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena nueva, que pregona la justicia.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, al celebrar hoy la fiesta del Evangelista san Lucas, quien en sus escritos nos ha transmitido de un modo especial la misericordia de Dios, reafirmemos con gozo la fe en Jesucristo que nos ha llegado por las palabras del Evangelio; esa fe que estamos también llamados a vivir y a anunciar. Y para mejor hacerlo, comencemos la celebración de la Eucaristía reconociendo que nuestra fe y nuestras obras no siempre van unidas, que a menudo cometemos fallos en la vida y que nuestro apostolado cristiano deja mucho que desear. Por eso, con humildad y sencillez, pedimos perdón a Dios por nuestros pecados.

  • Tú que nos has mostrado el rostro misericordioso del Padre. Señor, ten piedad.
  • Tú que por los Apóstoles y los Evangelistas nos haces llegar tu Buena Noticia. Cristo, ten piedad.
  • Tú que resucitado de entre los muertos eres vida para todos los que te siguen. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
SEÑOR Dios,
que elegiste a san Lucas
para que nos revelara con la predicación y los escritos
el misterio de tu amor a los pobres,
concede, a cuantos se glorían en tu nombre,
perseverar viviendo con un solo corazón y una sola alma
y que todos los pueblos merezcan ver tu salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Imploremos, hermanos, la misericordia del Señor en este día en que el evangelista san Lucas, siguiendo el ejemplo de su Maestro, derramó su sangre para dar testimonio de la verdad, y pidámosle por las necesidades de todos los hombres.

1.- Para que la Iglesia, fiel a las enseñanzas de los evangelios, sea en el mundo sacramento visible de la presencia invisible de su Señor. Roguemos al Señor.

2.- Para que Jesús llame a muchos jóvenes al ministerio sacerdotal, y éstos no teman seguirlo con generosidad. Roguemos al Señor.

3.- Para que Dios transforme nuestro mundo y haga surgir el cielo nuevo y la tierra nueva que anunciaron los apóstoles de Jesucristo. Roguemos al Señor.

4.- Para que quien fue sucesor de los apóstoles en nuestra diócesis, don José María, alcance el premio de la vida eterna, reservado para los que han anunciado el evangelio. Roguemos al Señor.

5.- para que a nosotros, reunidos hoy para celebrar la fiesta de san Lucas, el Señor nos conceda docilidad hacia los obispos de la Iglesia, que ocupan hoy el lugar de los apóstoles. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, y a los que hemos recibido el anuncio de la predicación apostólica concédenos también el coraje de proclamar con nuestra propia vida la Palabra que ilumina y que salva. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
POR estos dones del cielo, concédenos, Señor,
servirte con libertad de espíritu,
para que la ofrenda que te presentamos
en la fiesta de san Lucas
ponga remedio a nuestros males y nos alcance la gloria.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio II de los apóstoles.

Antífona de comunión           Cf. Lc 10, 1. 9
El Señor mandó a los discípulos que anunciaran a todos los pueblos: El reino de Dios ha llegado a vosotros.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Dios todopoderoso,
que nos santifique el don recibido de tu santo altar
y nos fortalezca en la fe del Evangelio
que san Lucas predicó.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
Vuelve, Señor,
hacia ti el corazón de tu pueblo;
y Tú que le concedes tan grandes intercesores
no dejes de orientarle con tu continua protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.