Comentario al evangelio – Sábado XXX de Tiempo Ordinario

Cambio de corazones

La parábola del sembrador nos presenta cuatro tipos de corazón: un corazón superficial, un corazón endurecido, un corazón saturado y un corazón fértil, abierto y acogedor. La palabra de Dios que cae en el camino superficial se pierde pronto. En un corazón endurecido y rocoso, la palabra simplemente no puede echar raíces. La palabra de Dios se sofoca en un corazón abarrotado y espinoso. En un corazón fértil, abierto y acogedor, la palabra prospera y produce mucho fruto. La noticia consoladora es que el Evangelio no excluye la posibilidad de conversión de un tipo de corazón a otro: Los tres primeros tipos de corazón pueden elegir en cualquier momento cooperar con la gracia de Dios para hacerse fértiles y receptivos a la palabra de Dios, como hizo el corazón del «buen ladrón» crucificado junto a Cristo. En su último momento, su corazón se abrió, recibió la palabra y despertó en el Paraíso con Cristo.

Paulson Veliyannoor, CMF

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Lectio Divina – San Simón y san Judas

Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración
Santos Simón y Judas, Apóstoles

1.- Oración introductoria.

Señor, que bonita lección me das en este trozo de evangelio. Antes de llamar a tus discípulos, te has pasado una noche rezando en la montaña. En el silencio de la noche, escuchabas mejor la palabra del Padre. A todos llamabas por su nombre. A todos los querías con un amor particular y a todos los presentabas ante el Padre para que quedaran envueltos en su ternura. Haz, Señor, que yo no haga absolutamente nada sin antes contar contigo.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 6, 12-19

Por aquellos días subió Jesús al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Estamos en unos tiempos en que se ha valorado tanto el hacer, el trabajar, el reunirse, que la oración al Padre ha quedado un tanto marginada. Incluso se ha buscado una salida airosa: «Toda la vida es oración». ¿Qué hacer en estos casos? Acudir al Evangelio y ver qué ha pasado con Jesús. La gente puede decir lo que quiera, pero lo que es evidente en el evangelio es que Jesús rezaba y rezaba mucho. Se nos habla de oración en el monte, de noches enteras en oración. La oración ha sido algo “esencial” en la vida de Jesús. El que “toda la vida es oración” es una frase bien lograda. ¡Ojalá fuera así! Pero debajo de esta frase puede esconderse una gran mentira. La experiencia nos dice que “es imposible hacer de la vida una oración cuando no se hace mucha oración en la vida”. Y es lo que hizo Jesús. Siempre que Jesús tenía que hacer algo importante, se retiraba a orar. Es lo que aparece en este evangelio. La elección de los doce significa que Jesús piensa en perpetuar su obra a través de los doce que van a ser los continuadores de las doce tribus de Israel. Jesús les llama por su nombre. Esos nombres los ha llevado antes a la oración. La oración nos prepara para la vida. Al final del relato se nos dice que “todos querían tocar a Jesús”. En la oración Jesús sacaba fuerza para curar las heridas de la humanidad. ¡Qué fuerza tienen para hacer el bien unas manos que, antes de tocar a nadie, han sido tocadas por Dios!

Palabra del Papa

El evangelio de hoy muestra una multitud de gente que va a escuchar a Jesús y hay muchas personas enfermas que tratan de tocarlo, porque de Él salía una fuerza que sanaba a todos. Nuestra fe, la fe en el Señor resucitado es lo que vence al mundo. Vayamos hacia Él y dejémonos, como estos enfermos, tocar por Él, por su fuerza, porque Él está en carne y hueso, no es una idea espiritual que flota… Él está vivo. Y está resucitado. Y así ha vencido al mundo. Que el Señor nos conceda la gracia de entender y vivir estas cosas. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 10 de septiembre de 2013, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Por honradez, no haré nada sin antes orar.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

¡Cómo te agradezco, Dios mío, ¡este encuentro contigo! He caído en la cuenta de la importancia que dio Jesús a la oración. Fue algo esencial en su vida, hasta el punto de no hacer nada sin antes consultarlo con el Padre. Repaso mi vida y descubro que, en muchas ocasiones, he marginado a la oración o no le he dado el lugar que se merece. Perdón, Señor. Hoy te prometo cambiar de actitud.

Quiero estar contigo, Señor

Libro de la Sabiduría nos muestra, con palabras muy bellas, cómo Dios nos perdona: hemos sido creados por Él y jamás nos abandonará (Sb 11,26). Pablo de Tarso, por su parte, en la carta a los Tesalonicenses, nos da una lección importante para conocer y adorar al Señor (2 Tes 1,12). Y el Evangelio de Lucas nos cuenta la historia de Zaqueo, un recaudador de impuestos, que abandonó todos sus excesos cuando se encontró la mirada de Jesús (Lc 19,5).

COMO ZAQUEO, SEÑOR,
QUIERO ESTAR CONTIGO, HOY Y SIEMPRE.

Quiero verte, Señor,
a pesar de todo lo que me lo impide.
a pesar de mis orgullos y abusos
a pesar de la desgana que hay, a veces, en mi vida.

Quiero verte, Señor, cuando pasas junto a mí,
en el rostro del hermano o de la hermana que encuentro por la calle,
en la figura del vecino que hasta ayer tenía trabajo,
en la vida de este muchacho que tanto me preocupa,
en el compromiso convencido de mis hermanos de la misa de una…
Cuando pasas junto a mí en la vida,
yo quiero verte y escucharte, mi Dios.

Por eso te pido, Señor, que no pases de largo
que me resulta difícil llegar hasta tu encuentro.
Que nunca me falte un árbol donde subirme,
una rama donde agarrarme,
un tronco donde apoyarme para que, cuando pases,
aunque por mi cobardía yo no te diga nada,
Tú, Señor, me grites con cariño: “Hoy quiero hospedarme en tu casa”.

Por eso Señor, quiero acogerte en mi casa,
en esta pequeña y gran casa que es toda mi vida.
Quiero acogerte con alegría…,
pues en la calma de la tarde, tenemos muchas cosas de qué hablar.
Que esta pequeña iglesia que formamos me ayude a encontrarte
y a celebrar juntos la hermosa fiesta de la hermandad.

COMO ZAQUEO, SEÑOR,
QUIERO ESTAR CONTIGO, HOY Y SIEMPRE.

Isidro Lozano

Comentario – Viernes XXX de Tiempo Ordinario

Lc 14, 1-6

Un sábado, Jesús fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban observando.

No rehúsa las invitaciones de sus adversarios habituales. Porque ha venido a salvar a todos los hombres.

La casa de ese jefe de los fariseos es muy significada por un gran respeto y devoción a la Ley: en ella, las tradiciones morales y culturales son respetadas de modo muy estricto. Es un sábado, un día sagrado para el anfitrión de Jesús. Desde su entrada en la casa, Jesús es «observado» acechado, vigilado… se le va a medir con el mismo rasero de la piedad farisea más rigurosa; son personas aferradas a la santificación del sábado y que se imaginan que Dios no puede pensar de manera distinta al parecer de ellos.

Un hidrópico se encontraba en frente de Jesús.

Aparentemente éste no era un «invitado». Quizá estaba mirando al interior desde la ventana. Para los fariseos toda enfermedad era el castigo de un vicio no declarado. Según ellos, ese pobre hombre debió haber llevado una vida inmoral y por esto Dios le habría castigado.

Jesús tomó la palabra y preguntó a los Doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Ellos se callaron.

¡Qué extraña pregunta! ¿A qué viene ese innovador? Hace ya tiempo que las «Escuelas» han saldado definitivamente todos esos casos. Si Jesús hubiera ido a las Escuelas, sabría que:

Cuando la vida de una persona corre peligro, está permitido socorrerlo…

Cuando el peligro no es mortal agudo, hay que esperar que termine el día sábado para prestarle alguna ayuda. ¿No es esto lógico? ¿Porqué no contentarse con la «tradición de los antiguos»? ¿Por qué suscitar nuevas cuestiones?

Los fariseos callan. No quieren discutir. Ellos poseen la verdad. No es cuestión de modificar en nada sus costumbres. Jesús no puede hablar ni actuar en nombre de Dios, puesto que no se conforma a «su» enseñanza… a la enseñanza tradicional.

Jesús tomó al enfermo de la mano, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: «Si a uno de vosotros se le cae al pozo su hijo o su buey ¿no lo saca en seguida aunque sea sábado?»

¡Perdón, caballero! Este caso está también previsto por la casuística, parecéis ignorarlo… Si un animal cae en una cisterna los legistas permitían que se le alimentara para que no muriera antes del día siguiente… y de otra parte, estaba permitido echarle unas mantas y almohadas para facilitarle salir por sus propios medios; pero ¡sin «trabajar» uno mismo en sábado!

Esos ejemplos nos muestran la gran liberación aportada por Jesús. Una nueva manera de concebir el «descanso» del sábado, del domingo.

Más allá de todos los juridismos. El sábado es el día de la benevolencia divina, el día de la redención, de la liberación, de la misericordia de Dios para con los pobres, los desgraciados, los pecadores. El día por excelencia para hacer el bien, curar, salvar. El día en el que hay que dejarse curar por Jesús.

Señor, ayúdanos a ser fieles, incluso en las cosas pequeñas, pero sin ningún formalismo, sin meticulosidad.

Señor, ayúdanos a permanecer abiertos, a no estar demasiado seguros de nuestras opiniones, a no quedarnos inmovilizados en nuestras opciones precedentes.

El mundo de hoy nos presenta muchas cuestiones nuevas: ¿sabremos abordarlas con la misma profundidad con que las juzga Jesús?

Noel Quesson
Evangelios 1

Hoy ha sido la salvación de esta casa

Lecturas: Sabiduría 11,22-12,2; 2 Tesalonicenses 1,11-2,2 y Lucas 19,1-10

La historia de un encuentro

Esta es la historia del encuentro de dos hombres que se buscan separados por una multitud: una muchedumbre que impide a Zaqueo salir al paso de Jesús, aunque siente curiosidad por conocerle; una muchedumbre que hace tiempo que ha colgado a la espalda de Zaqueo una etiqueta de ladrón, mal israelita, apartado de la sociedad humana y divina; una muchedumbre que ya ha acorralado a Zaqueo, que, en medio de su poder, se siente aislado, y que, tal vez, en su soledad busca a Jesús.

Las tres miradas: tres modos de mirar y de ver

Lo que siente Zaqueo por Jesús no es pura curiosidad. Es capaz de hacer el ridículo ante sus conciudadanos subiéndose a un árbol. Quiere ver, como el ciego que grita: «Señor que vea»; como el leproso: «Si quieres puedes limpiarme». Desde su exclusión social por su profesión quiere ver a ese hombre que la multitud le impide ver.
Jesús también quiere ver a Zaqueo y, por eso, le mira. Al fin Jesús ha encontrado al hombre que la multitud le impedía ver. La mirada de Jesús llega al corazón de Zaqueo y encuentra en él a la persona que aún está por descubrir. Es la misma mirada que descubrió a Pedro, la misma mirada que amó al joven rico. Jesús creyó en Zaqueo.
Y la multitud también tiende su mirada y, al ver que Jesús se invita a comer a casa del pecador, echa sobre el mismo Jesús todo lo que tiene acumulado contra Zaqueo: Todos son iguales. Pero Zaqueo, al sentir que Jesús cree en él, se convierte y la fe que Jesús ha puesto en él, le hace descubrir a los que ha engañado, robado y traicionado. Alentado por la fe en Jesús toma la decisión de dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces lo defraudado. Zaqueo cree en Jesús porque primero Jesús creyó en él.

Jesús cree en cada ser humano

Esta es también nuestra historia, sea cual sea la vida que llevemos. Sea lo que sea lo que nos impida empezar una nueva vida, Jesús cree en cada uno de nosotros. Jesús ve, en lo hondo de nuestro corazón, un nuevo yo que puede salir a flote desde las profundidades de nuestra miseria. A pesar de todo, Jesús sigue creyendo y esperando en mí; cuando todos han dejado de creer en mí, Jesús sigue creyendo y esperando. Para él nunca soy un ser perdido. Que sintamos hoy esa mirada confiada de Jesús para que abramos los ojos a esos hermanos a los con nuestra vida hemos o estamos decepcionando.

El hombre, siempre bajo de estatura, tendrá que superar diferentes obstáculos para llegar, como Zaqueo, al encuentro con Jesús. ¡Qué buen ejemplo y qué camino más interesante para nuestra vida de fe!

Isidro Lozano

Quiero seguirte, Señor

Yo, para seguirte, Señor,
para mantener fuerte mi relación contigo,
tengo que salir de la normalidad
y retirarme contigo a un lugar tranquilo.

Porque cuando me aparto de lo cotidiano,
para encontrarme a solas contigo,
es cuando consigo escuchar tu llamada.

A veces, Señor, me engaño
creyendo que me basta encontrarte en el ruido,
pero la verdad es que para hablarme al corazón
necesitas que te escuche del todo.
Entonces, solo entonces,
es cuando disfruto de la oración,
de nuestro encuentro
y de la fuerza de tu Espíritu como impulso vital.

Misa del domingo

En su camino a Jerusalén el Señor Jesús pasa por Jericó, la capital de la región de Cisjordania, ubicada a unos quince kilómetros del Mar Muerto. Algunos arqueólogos sostienen que Jericó ya estaba habitada hacia el año 8000 a.C. y la consideran como la ciudad más antigua hoy conocida

En la época del Señor Jesús esta ciudad, como toda la Palestina, se encontraba bajo el dominio del Imperio romano. A los pueblos sometidos los romanos les permitían conservar sus costumbres, siempre y cuando reconociesen algunas leyes supremas del Imperio y pagaran el tributo al César. La recaudación de este tributo la realizaban habitantes nativos, a quienes se les conocía con el nombre de publicanos. Éstos, por sus cobros abusivos y por prestarse a colaborar con una nación pagana, eran aborrecidos por el pueblo y considerados como “pecadores”, hombres impuros, rechazados por Dios.

En Jericó vivía Zaqueo, «un hombre muy rico… jefe de los publicanos». Los “jefes de publicanos” eran aquellos a quienes Roma arrendaba el cobro de los impuestos, y que a su vez subcontrataban a otros publicanos para realizar la tarea específica de la recolección de impuestos. Lo más probable es que Zaqueo ya tuviese cierta riqueza antes de asumir su cargo como jefe de publicanos, y que su patrimonio se viese notablemente incrementado gracias a este cargo.

A Zaqueo nada le faltaba. Gracias a su riqueza, todo lo tenía a su alcance. Aún así abandona sus comodidades para ver al Señor Jesús que pasaba por su pueblo. Su deseo es tan fuerte que olvida su rango y jerarquía: «Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo». Un judío de cierta edad, más aún si era rico, debía asumir una actitud venerable, un caminar pausado. Correr no correspondía a su dignidad, y menos aún subirse a un árbol. A Zaqueo no le importa su imagen personal, no le importa guardar apariencias con tal de ver al Señor. Hay en él un profundo deseo de saciar una sed que las riquezas y el poder no pueden apagar.

El Señor, que conoce los corazones, sale a su encuentro, levanta la mirada y le dice: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».

Que el Señor se haga hospedar por un hombre pecador genera escándalo: ¿cómo podía un hombre santo pedir ser hospedado en casa de un hombre impuro? Más incomprensible se hacía esto cuando en la mentalidad oriental ser hospedado en casa de alguien era no sólo un gesto de cortesía, sino que significaba la acogida en la intimidad de la familia, un gesto de amistad y comunión profunda.

Mas no es el Señor quien queda impuro al ser acogido por los pecadores, sino Él quien purifica a quien se abre a su Presencia y lo acoge en su casa, en la intimidad de su corazón. En el encuentro con el Señor, Zaqueo halla a Aquel único que puede saciar su sed de Infinito, de felicidad, y se convierte a Él.

Este proceso interior de conversión permanece invisible a los ojos humanos, pero se expresa de modo visible en la resolución firme de compartir sus riquezas con los necesitados, así como de restituir cualquier injusticia cometida, mucho más allá de lo exigido por la justicia. Solemnemente se pone de pie para proclamar ante el Señor y todos los amigos y familiares presentes: «la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más».

La conversión de Zaqueo permite al Señor dar a conocer a todos la razón de su comportamiento, que tan escandaloso había resultado para muchos: «el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Zaqueo nos muestra un corazón anhelante de encuentro con el Señor. Tiene mucho dinero y poder, pero algo le falta. Él mismo no sabe qué le falta, tampoco sabe qué le puede ofrecer el Señor, pero quiere verlo aunque sea de lejos, quiere encontrarse con Él cara a cara.

Al mismo tiempo se encuentra con una limitación: era pequeño de estatura. Este detalle nos hace pensar en lo “pequeños de estatura” que somos también nosotros muchas veces: por nuestra poca estatura espiritual la turba de pensamientos anti-evangélicos, de tentaciones, de pecados, de aspiraciones egoístas y mezquinas que nos “aprieta por todos lados” es capaz de impedirnos ver al Señor Jesús cuando Él se acerca, cuando Él pasa.

Zaqueo pone los medios adecuados para superar este obstáculo. Se sube a un árbol para elevarse por encima de aquella muchedumbre que le impide ver al Señor. También nosotros hemos de “subir al árbol” de la diaria oración para poder ver al Señor. La oración hace posible ver el rostro del Señor, hace posible encontrarse con su mirada, una mirada penetrante, plena de amor. Es también en la oración cuando escuchamos al Señor que nos dice: «hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19,5). Sí, el Señor sale a nuestro encuentro cuando lo buscamos con sincero corazón, y nos pide llevarlo a nuestra casa, acogerlo en nuestro interior. ¡Cómo resuenan entonces las palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20)!

La respuesta de Zaqueo es inmediata: «bajó en seguida y lo recibió muy contento» (Lc 19,6). ¡Qué diferencia con nuestra actitud muchas veces tan lenta y desconfiada! ¡Cuántas veces tenemos miedo de abrirle al Señor la puerta de nuestro corazón y dejarlo entrar! ¡Cuántas veces, aunque nuestro corazón nos reclama un encuentro mayor, respondemos ante la invitación del Señor: “no Señor, de lejos nomás, porque dejarte entrar a mi casa ya es mucha intimidad y demasiado compromiso”!

Zaqueo no duda ni un instante, inmediatamente lo lleva a su casa y le abre las puertas de su corazón de par en par. Es allí, en su casa, donde se produce el encuentro transformante con el Señor, encuentro que lleva a la conversión profunda, radical, valiente, audaz. ¡Así es el encuentro con el Señor cuando le abrimos de par en par las puertas, cuando lo dejamos entrar a lo más íntimo de nosotros mismos! La conversión, el cambio de vida, es fruto de un encuentro real con Jesucristo: «la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más» (Lc 19,8).

Fruto de la oración, de aquella que es encuentro auténtico con el Señor, es la conversión que se expresa en la acción decidida por cambiar todo aquello que en nosotros se aparta de las enseñanzas del Señor, todo aquello que lleva a defraudar al prójimo y atenta contra la caridad. No se mide una buena oración por la intensidad del sentimiento, sino por cuán decididos estamos a cambiar, a corregirnos, a pedir perdón a quienes hemos ofendido y a “restituir cuatro veces más” a quienes hayamos podido defraudar por nuestro egoísmo. Por una buena oración la mezquindad y el egoísmo ceden para dar paso a la caridad y generosidad multiplicada.

Comentario al evangelio – Viernes XXX de Tiempo Ordinario

Las mujeres en la Iglesia

Los estudiosos del Nuevo Testamento confirman que, en comparación con las obras literarias de la época, los evangelios contienen un número inusualmente alto de referencias a las mujeres. Según algunos estudiosos, de todos los fundadores de religiones y sectas, Jesús es único en su acogida y afirmación de las mujeres. Jesús fue lo suficientemente humilde como para aprender incluso de una mujer pagana: la mujer sirofenicia que le recordó que los gentiles no debían ser excluidos de la misericordia de Dios (cf. Mt 15,27). En una época en la que el testimonio de una mujer sólo tenía la mitad de peso que el de un hombre, Jesús eligió a María Magdalena para ser apóstol de los apóstoles, para ser la primera portadora de la buena nueva de su resurrección. El evangelio de hoy atestigua cómo las mujeres se sintieron libres y bienvenidas para ser sus seguidoras. Si Jesús acogió a hombres y mujeres sin ninguna discriminación, nuestras parroquias, comunidades de fe y hogares deben convertirse también en lugares en los que las mujeres desempeñen un papel importante en el discipulado, la evangelización y el liderazgo.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – San Simón y San Judas

Hoy celebramos la memoria de san Simón y san Judas.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 6, 12-19):

En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Hoy consideramos también a Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se suelen llamar «católicas» por no estar dirigidas a una Iglesia local determinada, sino «a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo». 

Esta carta tiene como preocupación central alertar a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables. El autor de estas líneas vive en plenitud su fe, a la que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la confianza y, por último, la alabanza, todo ello motivado sólo por la bondad de nuestro único Dios y por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. 

—Ojalá que el apóstol Judas Tadeo nos ayude a redescubrir siempre la belleza de la fe cristiana, sabiendo testimoniarla con valentía.

REDACCIÓN evangeli.net