Altura social y pequeño de estatura

Zaqueo era un personaje de altura social, encumbrado por su status de jefe de publicanos, es decir, judío importante que colaboraba con Roma para cobrar impuestos a la gente del pueblo al que pertenecía.

Hay que recalcar que no era un simple publicano sino jefe de publicanos con un equipo de recaudadores que gestionaban el cobro de impuestos.

Estaba situado en un perfil que podríamos llamar “prestigio-desprecio”. La gente que tenía un recaudador judío para los pagos al Imperio Romano no debía mirar con buenos ojos a estos tipos.

Pero el evangelio añade más información sobre Zaqueo: además de una privilegiada profesión, era rico.

No hace falta haber estudiado economía y finanzas para comprender que debía ser fácil la corruptela de inflar las cantidades que Roma quería recaudar y fueran quedándose en los bolsillos de los que las administraban. Esto es un clásico en la historia de la humanidad. Lo sabemos.

Zaqueo, que tenía altura social, no le pasaba lo mismo con su altura física, era pequeño de estatura. Pero hay que reconocer que cuando algo le interesaba no le importaba hacer incluso el ridículo. Era un hombre con empuje.

“Trataba de ver a Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío”, ya hemos dicho que era bajo de estatura. “Corriendo más adelante se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí”.  Ni corto ni perezoso, con decisión, sin que le importara qué dirían de él, estuvo subido a un árbol aguantando miradas. Podemos imaginarlo, además, vestido con un traje que denotara su posición social. Impresionante.

¿Qué habría escuchado de Jesús para atreverse a hacer lo que hizo? Sólo verle pasar. No creo que esperara nada más.

“Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Dice el texto que “él se dio prisa en bajar”, más que prisa debió ser el sobresalto de emoción al escuchar lo que Jesús le decía. “Y lo recibió muy contento”, en su casa, en su espacio vital; él que sólo pensó lo vería a vista de pájaro.

Pero, los que vieron entrar a Jesús en casa del jefe de publicanos “al ver esto, murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Aquí empieza la reflexión. Quizás Zaqueo empezó la repartición de la mitad de sus bienes a los pobres y restituyendo cuatro veces más lo que hubiera defraudado, haciendo un repaso a sus miserias como recaudador y rico, frente a la figura de Jesús que se dejó acoger por él.

Aquel día puede ser hoy o cualquier otro día. “También este es hijo de Abrahán”, le devuelve a su dignidad. “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Toda persona es hija de Dios e importante para ser salvada.

Zaqueo nos da que pensar. Hay un primer paso y él lo dio para conocerte.

¿Cómo llegar a Tu comprensión mirando a los que ponen precio a los recursos naturales, la salud, la educación, la justicia, los derechos humanos, al cuidado del planeta, a la vida de la gente?

¿Cómo llegar a Tu comprensión si apartamos la vista para no ver a quienes buscan una vida digna y se van quedando por el camino?

Subámonos, como Zaqueo, a una higuera para ver el mundo desde esa perspectiva y llevemos para leer el Libro de la Sabiduría (Sb 11, 22-12,2): “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste. (…) Por eso corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor”.

Echemos una mano en la búsqueda y ayudemos a salvar lo que está echado a perder.

Mari Paz López Santos

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Lectio Divina – Sábado XXX de Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy quiero profundizar en la virtud de la gratuidad. Quiero dejar de ser un eterno pedigüeño y dedicarme a darte gracias por tantas gracias que inmerecidamente he recibido y sigo recibiendo de Ti. Hazme también la gracia de ver a mis hermanos y hermanas como “un regalo” que tú me das y no como un obstáculo. Que me sienta siempre como un “don” tuyo y pueda hacer de mi vida “un don para los demás”.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 14,1. 7-11

En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: «Deja el sitio a éste», y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba.» Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado. Dijo también al que le había invitado: Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten y tengas ya tu recompensa. Cuando hagas una comida llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos y a los ciegos, y tendrás la dicha de que no puedan pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurrección de los justos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Jesús, a lo largo del evangelio, ha hablado de “bienaventuranzas”. Pero la del evangelio de hoy es sumamente significativa: “Dichoso tú, cuando no pueden pagarte”. Nos habla de invitar a los que no pueden invitarnos ni recompensarnos. En este evangelio se nos invita a recorrer un camino poco conocido y menos frecuentado: el camino de la gratuidad. En este mundo a todo le ponernos precio. Entramos en un comercio y, si algo nos gusta, decimos: Y esto ¿cuánto vale?  Incluso las cosas que no tienen precio, no las sabemos apreciar. No apreciamos la luz del sol, la lluvia, la brisa que nos acaricia. Como Dios nos las da gratis, no las valoramos. La amistad, el cariño, la fraternidad, nos las da Dios gratis.  Más aún, Él se nos dio en la persona de su Hijo. Y está dispuesto a darse siempre que nosotros queramos. ¿Cuánto hemos pagado por creer? Ahora bien, si Dios se nos da gratis, ¿Por qué no hacemos de la gratuidad la virtud por excelencia? ¿Por qué no somos felices haciendo felices a los demás? El amor interesado deja de ser verdadero amor.  Aquel que ama porque le aman, sirve porque le sirven, da porque le recompensan, no ha disfrutado del auténtico amor. Hemos de aprender a ser dichosos sirviendo a las personas que no nos pueden pagar.  ¿Dónde está la paga? Precisamente en poder tener ese amor tan exquisito. Una persona que es feliz dando sin pensar en recibir, es una riqueza allá donde se encuentre.  Estas son las personas que hacen grande y enriquecen nuestro mundo.

Palabra del Papa.

“Medita lo que Dios te dice en el Evangelio. Ir más allá de las apariencias. Señor, si cada día me dedicara a modelar mi corazón conforme al tuyo, pronto ya no habría más espacio en él para odiar a nadie. Quisiera repetir con ilusión en cada instante esta sincera advocación: «Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo». Es contra toda lógica del mundo, sí, pues es la lógica de Dios: «el que se humille a sí mismo, será engrandecido», «a quien te golpee una mejilla, has de colocarle la otra», «amen a sus enemigos», «aquél que diga tonto a su hermano, es reo de justicia», «tus pecados te son perdonados», «perdónalos, porque no saben lo que hacen», «hoy estarás conmigo en el paraíso»… Dame un verdadero corazón, un corazón del verdadero Dios, un corazón lleno de puro amor. «Haz mi corazón semejante al tuyo» y concédeme la gracia de imitarlo en cada instante, siendo universal, nunca excluyente, que nunca juzgue, sino que siempre acoja con misericordia, que busque al que «no quisiera» buscar, que ame al que «no quisiera» amar, y termine por querer amarle.… Hazme una persona sencilla, que sepa colocarse como la menor, con corazón sencillo, manso y humilde, y sepa mirar a los demás como los miras Tú. Así sea.         «El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad.» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra. Guardo silencio)

5.Propósito: Fomentar en este día la gratuidad. Hacer cosas que nadie me pide. Dar alguna sorpresa a alguna persona que no se la esperaba.

6.- Dios me ha hablado hoy por medio de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración

Dame, Señor, la gracia de la gratuidad, la gracia de ser feliz no esperando recompensa; la gracia de obrar buscando sólo el agradarte. Que en vez de recrearme con las obras de mis manos, emplee el tiempo en recrearme con las obras de las tuyas. Que disfrute en la alabanza, en la adoración, en la acción de gracias, en el salir de mí mismo y buscar hacer siempre lo que a ti te agrada.

Cambian las cosas, cuando aparece Jesús

1. La vida de Zaqueo, amigos, era una vida cómoda y perversa. Su fama de recaudador de impuestos hacía que, muchos ojos, estuvieran puestos en él. Y no precisamente para bien. (Se quedaba con la mayoría del dinero que recaudaba)

Pero, de repente, la vida de aquel pequeño gran hombre (era pequeño de estatura pero grande porque supo encaramarse al “árbol de Jesús”) cambió radicalmente con una interpelación de Jesús: ¡baja Zaqueo!

Aquel encuentro fue sorprendente, y la invitación de Jesús inesperada.

¿Qué sentiría Zaqueo al encontrarse cara a cara con Jesús? ¿Qué tendría de especial Zaqueo para reparar Jesús en un hombre cosido a las ramas de un árbol?

Los dos tenían actitudes y respuestas complementarias:

-Zaqueo estaba adornado por la riqueza del mundo, pero con un corazón maniatado, infeliz y fletado por el dinero.

-Jesús, irradiaba la felicidad, la luz y la paz, aunque –visiblemente- pudiera dar la sensación ser un mendigo.

Y, mira por donde, recaudador de impuestos y mendigo, se hicieron los encontradizos en el camino.

Se cambian los papeles: Jesús mendiga el amor del recaudador Zaqueo, y Zaqueo mendiga la grandeza, el perdón, la comprensión y la amistad del Jesús mendigo. Aquella casualidad, estoy seguro, cambió radicalmente el itinerario existencial de un hombre que, subido a un árbol, logró dar con ese otro gran árbol de la salvación que iba anunciar Jesús: su cruz.

2. -¿Qué pasó con Zaqueo? ¿Qué ocurriría con todas sus riquezas, carácter, temperamento, hacienda,…? Posiblemente lo mismo que le acontece a todo el que se encuentra radicalmente con Jesús: cambió y se marchó por otros caminos. ¡Cuántos Zaqueos aquí, hermanos! ¡Pero cuántos!

El Señor, también nos quiere recuperar a nosotros. No nos pide nada a cambio. Eso, lo hemos de decidir nosotros.

El Señor, quiere que bajemos del árbol y le saludemos a pie llano, que le sigamos con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón. ¿Qué cosas nos impiden seguirle?

La Eucaristía, la oración, la caridad, un detalle, ser catequista, participar en la parroquia, formar parte de diversos movimientos parroquiales o eclesiales…son árboles que se levantan para que, con toda claridad, veamos el paso de Jesús.

El, porque quiere nuestra recuperación total, porque desea que seamos de los suyos….nos mira con pasión y con amor. Ninguno podemos quedar indiferentes ante su llegada. Nada puede obstaculizar nuestra entrega y nuestro seguimiento confiado a El.

3.- ¿Qué es necesario para sentir esa sacudida que transformó la existencia de Zaqueo? Pues ni más ni menos que mirar en la dirección adecuada. No podemos estar despistados. Hay cristianos que en vez de estar subidos en el árbol de la fe, para comprender y entender la vida de Jesús, se conforman con estar subidos encima de una banqueta.

Hay cristianos que, en vez de arriesgarse a subir un poco más alto, prefieren que sean otros los que se suban y cuenten lo que ven.

Existen cristianos que, aún pensando el horizonte amplio y fantástico de la fe, miran de reojo a lo que tienen y se conforman con ver “pasar de vez en cuando” (comuniones, bautizos, bodas, funerales) a Jesús.

La fe es experiencia personal. Y, cuando uno se encuentra con Jesús (ese es el gran dilema de muchos cristianos, que dicen ser católicos pero no han sentido la presencia viva y real de Jesús) su vida cambia de color, su actitud se hace positiva, su mañana es marcado por el firme convencimiento de que Dios acompaña en el caminar.

4.- No sabemos lo que ocurrió con Zaqueo. Ni tampoco nos debe de importar demasiado. Ahora, ya que nosotros estamos comiendo en este árbol de la Eucaristía, aprovechemos para mirar frente a frente a Jesús y, cuando descendamos a la realidad de la vida, pensemos en qué hemos de restituir y cambiar algunas cosas o nuestra relación con los demás.

¿En qué se notará? Si mudan algunos aspectos de nuestra historia…denotará que, en esta Eucaristía, nos hemos encontrado cara a cara con el mismo Jesús.

5.- VEN, Y CAMBIA MI VIDA, SEÑOR
Porque existen cosas que me ciegan
cuando intento descubrirte
Porque cuento lo que tengo
y no doy importancia a que no te poseo
Porque oigo hablar de Ti
pero conozco muy poco de tu vida
Porque, aún siendo débil y frágil,
Tú, Señor, puedes moldear
el barro de mi persona
y hacer, con ella, un instrumento
para pregonar tu gloria.

VEN, Y CAMBIA MI VIDA, SEÑOR
Y, cuando me veas trepado en algún árbol
Llámame para que yo sienta tu llamada
Llámame para que no te pierda
Llámame para que sea posible mi salvación
Llámame y, dime, en qué debo cambiar
Llámame y, si quieres, tendrás sitio en mi casa
Llámame para que,
viendo el horizonte que me espera,
comprenda que es nada o muy poco
lo que mis manos cuentan.

VEN, Y CAMBIA MI VIDA, SEÑOR
Encontrarás mi casa demasiado acomodada,
ayúdame a darle un toque de sencillez
Verás que, muchas cosas sobran,
dame tiempo para situarlas.
Comprobarás que, falta lo más esencial:
la luz, la paz y hasta un poco de vida.
Espero, Señor, que sea, lo que falla,
el regalo que Tú, hasta mi morada, traigas.

VEN, Y CAMBIA MI VIDA, SEÑOR
Y, te lo digo de antemano,
aún a sabiendas de que todo lo alcanzas:
soy pecador y a falta de lo esencial.
Pero si quieres…puedes cambiar mi vida.
Amén.

Javier Leoz

Comentario – Sábado XXX de Tiempo Ordinario

Lc 14, 1-7-11

Durante la comida en casa de uno de los jefes de los fariseos, Jesús, notando que los invitados elegían los primeros puestos…

El mundo judío -por ejemplo, las «reglas de la Comunidad de Qumrám- tenía gran preocupación por seguir el orden jerárquico.

En un banquete, antes de sentarse, cada invitado elegía «su» puesto según su rango, según la idea que él tenía de su propia dignidad, en comparación a los demás invitados. Y esto estaba codificado por las escuelas de Doctores de la Ley. Se aconsejaba un poco de prudencia elemental, por ejemplo: «Sitúate dos o tres puestos más allá del que te convendría.» Sinceramente, ¿podría decirse que la preocupación de «mantener su rango» es algo del pasado? Hoy tenemos muchos signos distintivos que permiten realzar la posición social de cada uno: un cierto estilo o clase en el vestir… una marca de automóvil…

Jesús les propuso esta parábola: «Cuando alguien te convide a una boda no ocupes el puesto principal…

Jesús no entra aquí en los problemas de las conveniencias mundanas, no es su objeto… repite lo que ya dijo otras muchas veces… ¡ sed humildes! ¡ disponeos a ser el servidor de los demás! ¡ocupad el último puesto! ¡los pequeños son los más grandes! si no os hacéis pequeños, ¡no entraréis en el Reino de Dios!

No, nadie puede revindicar la entrada a las Bodas eternas como algo que le es debido, en virtud de su propia justicia.

Al revés, cuando te conviden, vete derecho al último puesto.

Durante la última Cena, sabemos que hubo una discusión entre los Doce sobre sus jerarquías y sus prelaciones. «Llegaron a querellarse sobre quién parecía ser el mayor. Jesús les dijo: Los reyes de las naciones gobiernan como señores…

Pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros, ocupe el puesto del más joven, y el que manda, el puesto del que sirve… Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.» (Lucas 22, 24-27)

Al relatar esa escena, Lucas pensaba en las «asambleas eucarísticas, donde, en su tiempo -¿y en el nuestro?- surgían dificultades entre clases sociales. San Jaime (2, 1-4) y san Pablo (7 Corintios 11, 20) se encontraban con esos mismos problemas en sus comunidades. «Si en vuestra reunión entra un personaje con sortijas de oro, magníficamente vestido y entra también un pobretón con traje mugriento; si atendéis al primero en detrimento del pobre, ¿no hacéis una discriminación?»

Hoy, hay muchas maneras de creerse superior, de excluir a un tal o a un cual, de hacer discriminaciones.

Señor, haznos acogedores los unos hacia los otros. Que todos los participantes a nuestras asambleas dominicales se sientan cómodos. Que las celebraciones eucarísticas no pasen a ser pequeños clubs cerrados en los que «las personas, allí reunidas, se sientan bien», porque se ha comenzado por excluir a «los que no piensan como nosotros.»

El que se encumbre, lo abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán.

Es la condena de cualquier suficiencia.

Dios cerrará su Reino, a los que están persuadidos de su propia justicia. Ser humilde. Hacerse pequeño. Juzgarse indigno… No juzgar indignos a los demás.

La parábola del Fariseo y del Publicano se terminará con la misma fórmula. (Lucas 18, 14): «Todo el que se encumbra lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.»

Señor, ayúdame, quiero combatir todas mis formas de orgullo. Quiero conocer mis miserias, para que no me estime superior a los demás. Ayúdame a encontrarme feliz en el «último puesto», como Tú, Señor: «Jesús, de tal manera tomó para sí el último puesto, que nadie se lo ha podido quitar.»

Noel Quesson
Evangelios 1

De pequeña estatura

1.- “En Jericó, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era de pequeña estatura”. San Lucas, Cáp. 19. La Biblia señala que el rey Saúl sobrepasaba a sus soldados a causa de su elevada estatura. En cambio, este alcabalero de Jericó no alcanzaba a distinguir a Jesús entre la gente que lo rodeaba. Además su oficio le distanciaba enormemente del Señor: Como “jefe de publicanos y rico” lo presenta el evangelio y san Lucas parece enfatizar el adjetivo.

Junto al Maestro, en cuyo séquito abundaban los pobres, no se sentían bien los poderosos. Menos aún esta riqueza de Zaqueo, manchada por las injusticias evidentes de su oficio. Sin embargo, el publicano desea ver a Jesús. Por lo cual no teme hacer el ridículo: “Corrió más adelante y se subió a un árbol”, próximo al camino por donde avanzaba el Señor.

Su gesto fue correspondido de inmediato. No obstante el apretujamiento de la turba y entre los curiosos encaramados en los árboles, el Maestro identifica al recaudador de impuestos. Y lo llama por su nombre. ¡Quien lo creyera!: Zaqueo se deriva de “Zakkai”, que significa puro. Y este vocablo, pronunciado con un peculiar tono de voz, estremeció al alcabalero. Pero algo más: El Maestro se auto-invita a su casa. Según las tradiciones judías, una casa manchada por quien se ha enriquecido, mediante amenazas e injusticias. Una casa que contaminará todos sus visitantes.

2.- Sin embargo este hombre, acomplejado quizás por su estatura, inseguro entre las ramas de un árbol, deseoso de no sé qué, se siente valorado por el Maestro: “Baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Y el jefe de los recaudadores de Jericó “bajó enseguida y lo recibió muy contento”. San Lucas cambia enseguida de escenario: Ya por la tarde Jesús está a la mesa del recaudador, quien ha invitado también varios amigos. Pero otros de la ciudad critican, a la puerta de Zaqueo, la alegría de aquella fiesta: Este profeta “ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

3.- En nuestro lenguaje actual añadiríamos: El conocido hombre público, ignorando a sus detractores, declaró enseguida a los Medios: “La mitad de mis bienes la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces”. Le ha salido cara a Zaqueo la visita del Maestro. Un hombre exagerado en sus culpas, ahora se extralimita en la restitución, más allá de las leyes judías. El Señor toma entonces la palabra: “Hoy la salvación ha entrado a esta casa”. Y le devuelve al publicano su dignidad de judío íntegro: “También éste es hijo de Abraham”. También yo soy hijo de Dios, confesamos los creyentes del Nuevo Testamento.

4.- Sin embargo la mayoría de nosotros, pecadores también, no tenemos con qué restituir. Al quedarnos con el pecado y sin el género, se nos hace imposible reparar los perjuicios provocados. Pero tampoco tuvo cómo resarcir el patrimonio familiar, aquel muchacho que “derrochó su fortuna viviendo perdidamente”. Sin embargo el padre bondadoso lo acogió a su regreso, con inmenso cariño.

Hemos de comenzar en nuestro caso, aportando la cuota inicial de toda conversión cristiana: Querer ver a Jesús. Tratando luego de arbitrar todos los medios para encontrarlo.

Gustavo Vélez, mxy

¿Iglesia de los pobres?

1.- «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan» (Sb 11,23) Señor, el mundo entero es ante Ti como un grano de arena en la balanza, como una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Tu grandeza es infinita. Tú estás por encima de los más lejanos e invisibles sistemas planetarios, estás dentro de los componentes ínfimos del átomo. Lo que es un misterio para la inteligencia de los hombres, es para ti una realidad clara y sencilla.

Es lógico que desde tu majestad suprema mires compasivamente a este pobrecito pigmeo que es el hombre. Y que te sientas inclinado a perdonar su absurda soberbia. Lo mismo que nosotros nos sentimos inclinados a comprender las mil ocurrencias y travesuras de un niño pequeño.

Tu compasión no tiene límites porque ante todo eres Amor. Por eso cierras los ojos a los pecados de los hombres, disimulas y esperas. Confiando que algún día ese niño travieso caiga en la cuenta de tu infinito cariño por él, y deje de ofenderte quebrantando tu Ley.

2.- «Por eso corriges poco a poco a los que caen, a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti…» (Sb 12, 2) Otras veces cambias de táctica. Y en lugar de cerrar los ojos y de disimular, coges al niño en tus brazos y le das una azotaina. Tratas de corregirle poco a poco, recordándole tu deseo de que se enmiende, de que cambie de actitud y no siga haciendo fechorías.

Quieres que el niño no corra peligro, que no se arriesgue tontamente a perder su vida. Por eso le recuerdas su falta. Haces que la conciencia se le despierte, que el niño se dé cuenta de que está obrando mal… Sería absurdo pensar que intentas fastidiarnos cuando Tú, a través de lo que sea, nos recuerdas que estamos obrando mal.

No, tú sólo buscas nuestro bien. Tú sólo deseas que no sigamos recorriendo un triste camino que termina en la muerte definitiva. Tú, compasivo hasta el infinito, nos llamas con paciencia, nos castigas suavemente, o duramente, pero sólo para que nuestra fe se reavive, sólo para que volvamos nuestros ojos hacia los tuyos e imploremos perdón.

2.- «Día tras día te bendeciré, Señor, y alabaré tu nombre por siempre jamás…» (Sal 144, 2) Día tras día, metidos en la continuidad ininterrumpida del tiempo, desgranando con ritmo uniforme cada uno de los minutos que el reloj nos va marcando. En todo momento tendríamos que tener en la boca, mejor aún, en el corazón, una bendición y una alabanza a Dios nuestro Señor. También cuando los días son tristes y sombríos, también cuando la noche se nos echa encima. Entonces, diría yo, que con más motivo. Porque si es lógico que cuando van bien las cosas alabemos a Dios, cuando algo va mal es más necesario que acudamos a quien nos puede sacar del peligro y cambiar lo peor en lo mejor.

En esos momentos difíciles también es adecuada la plegaria de alabanza y gratitud. Así diremos al Señor que, aunque nos encontremos en apuros, le amamos y aceptamos la dificultad por amor a él. Con esa alabanza pedimos, sin pedir, que tenga piedad de quien todo lo espera de su amor y poder.

«El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones…» (Sal 144, 13) Jesús nos dice que vayan a él todos los que estén cansados y agobiados, para que puedan encontrar la paz del alma. Nos dice también por el profeta Isaías que aunque todas las madres se olvidaran de sus hijos, él no se olvidará de nosotros. Afirma, además, que no hay amor más grande que el de quien da la vida por la persona amada. Por último, san Juan define a Dios afirmando que Dios es Amor.

Si estas palabras las dijera un hombre nos quedaríamos quizá impasibles, pues sabemos que las palabras humanas se quedan sólo en eso, en palabras. Pero en el caso de Dios es distinto. Su palabra responde a una realidad, encierran siempre una realidad. Cuando él habla, estemos persuadidos de que lo que dice es verdad.

Reflexionemos en esas palabras, lleguemos por los caminos del silencio interior hasta la cumbre del amor divino, hasta este Dios y Señor nuestro que nos espera, deseoso de curarnos y de fortalecernos, de colmarnos con la dicha inefable de su grande y único amor.

3.- «Hermanos: siempre rezamos por vosotros…» (2 Ts 1, 11) Una súplica continua que sube hasta Dios, una oración permanente que intercede por nosotros ante el Señor. La Iglesia levanta sus manos hacia el cielo, implorando sin cesar la misericordia y la bendición del Altísimo. Todos los sacerdotes tienen encomendada, como una obligación grave, la tarea de rezar por el pueblo de Dios. Y muchas almas sacrifican sus vidas para dedicarse de forma preferente a orar por la Humanidad.

Ruegan –como decía Pablo– para que Dios nos considere dignos de nuestra vocación, para que con su fuerza nos permita cumplir nuestros buenos deseos y llevar a cabo la tarea de vivir la fe, para que así Jesucristo sea nuestra gloria y, al mismo tiempo, nosotros seamos la gloria de Dios… Sí, hay quienes rezan por nosotros. Pero tengamos en cuenta que Dios que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros. Por eso no olvidemos que, si no ponemos de nuestra parte lo que podamos, todos esos ruegos y oraciones no nos servirán de casi nada.

«Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor…» (2 Ts 2, 1) El Apóstol, después de rogar a Dios que mire a los hombres, se dirige a los hombres para rogarles que miren a Dios. Lo mismo sigue haciendo nuestra Santa Madre la Iglesia con cada uno de nosotros. Después de dirigirse al Señor para interceder, se dirige a los hombres para recordarnos cuál ha de ser nuestra actitud para con este Dios que tanto nos ama. Pablo les dice a los fieles de Tesalónica que no pierdan la cabeza ante supuestas revelaciones. Y es que en aquellos días surgieron algunos que predicaban que el fin del mundo estaba cerca. Ante esto los cristianos se sentían inquietos, desesperados algunos, impacientes otros.

El Apóstol les recomienda serenidad y que lleven una vida ordenada, que trabajen con empeño y sosiego. Lo cual no quiere decir que se olviden de que el Señor ha de venir, sino que precisamente por eso han de portarse con honestidad, han de llevar una vida laboriosa. También a nosotros nos ruega la Iglesia que adoptemos esa actitud de forma habitual. Para que cuando llegue el Señor, sea cuando sea, nos encuentre preparados, cumpliendo con amor el deber, grande o pequeño, de ese preciso momento.

4.- “Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico…” (Lc 19, 2) Se ha venido insistiendo en ciertos sectores en hablar de la Iglesia de los pobres, de modo a veces exclusivista. Se ha considerado que sólo aquellos que nada o muy poco tienen son dignos de la atención y el desvelo de la Iglesia. Con ello se ha caído en un defecto que se quería combatir, el concebir a la Iglesia como una sociedad clasista. Si antes se consideraba que la Iglesia era sólo de los ricos, ahora se pensaría que sólo es de y para los pobres.

Como es lógico, ambas concepciones son parciales y extrañas a la mente de su fundador, nuestro Señor Jesucristo. Sólo se podría hablar de la Iglesia de los pobres en el caso de concebir la pobreza en su verdadero y evangélico sentido, la pobreza que consiste en necesitar a Dios, la indigencia del que se siente pecador y necesitado del perdón divino, o la del que se ve pequeño y débil y recurre al Señor como única fuerza capaz de salvarle, en definitiva se trata de la pobreza del que nada tiene y todo lo espera del Padre eterno. De ahí que en el Evangelio se diga que Cristo ha sido enviado para evangelizar a los pobres, o que ha venido para salvar a los pecadores, o también que es preciso ser como niños para entrar en el Reino, o dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos.

Un caso ilustrativo de esta doctrina es el caso de Saqueo, que hoy nos presenta el Evangelio del día. Era un mal ricachón que amontonó riquezas a costa de los demás. Él mismo lo reconoce cuando habla de compensar a quienes ha defraudado. Ese reconocimiento de su condición de pecador, esa necesidad que sentía del perdón divino, era precisamente su pobreza, la actitud de humildad profunda que Jesús admira y bendice. Por eso, el Señor se compadeció de él, por eso se hospedó en su casa ante el escándalo de quienes consideran un baldón entrar en la casa de un pecador semejante. Ante la cercanía del Señor, Zaqueo comprende su lastimosa situación y se arrepiente de sus pecados de una forma sincera y valiente. Promete ante todos devolver con creces lo que había robado, pues comprende que sin restitución no hay perdón para quien ha robado. Además promete entregar la mitad de sus bienes a los pobres.

Había comprendido el verdadero interés de Jesucristo por los pobres, había entendido en poco tiempo que era imposible ser discípulo del Señor y no preocuparse de remediar las necesidades de los demás. Es la misma doctrina que la Iglesia ha venido pregonando a lo largo de su historia, es la misma preocupación por las necesidades de los pobres, que ha vivido el corazón de tantos cristianos que han sabido practicar la justicia y la caridad con aquellos que tenían necesidad de ser remediados. En ese sentido se puede hablar de la Iglesia de los pobres, ya que ellos siempre han ocupado un lugar importante en la vida de la Iglesia, manifestada sobre todo en esas instituciones y ordenes religiosas que se han volcado, y se vuelcan, en los pobres. Pero ello no nos puede inducir a despreciar a nadie, y menos a los que carecen de los bienes más importantes, los de la comprensión y del perdón divino.

Antonio García Moreno

Jesús le miró con cariño

1.- Se subió a una higuera: comenzó su conversión. Era un hombre rico, jefe de los cobradores de impuestos. Otra vez un publicano, en este caso con un nombre concreto, Zaqueo. Ahora no se trata de una parábola, sino de un personaje real que busca encontrarse con alguien que llene su vacío existencial. Ha oído hablar de Jesús, quiere verle en persona y no vacila en subirse a un sicómoro o higuera porque era bajo de estatura. Podemos suponer el ridículo que supondría para un personaje público el subirse a un árbol. Los publicanos se habían enriquecido a costa del pueblo oprimido por los impuestos romanos, de los cuales eran recaudadores. A los ojos del pueblo eran ladrones y al mismo tiempo traidores. Sin duda, eran personajes odiados por todos, pecadores públicos. La gente le impedía ver a Jesús, en venganza por la injusticia en la que Zaqueo colaboraba. El subirse a lo alto de una higuera refleja el primer proceso de la conversión, es similar al «se puso en camino» del hijo pródigo. Para salir del fango hay que querer salir y hacer algo, sea dar un paso o subirse a un árbol

2.- Jesús puede ver el corazón de los hombres. Probablemente vio en el de Zaqueo un deseo de acercarse a Dios y hasta una intención de arrepentirse y cambiar su vida. Quizás es por esto que Jesús se fija en Zaqueo, lo reconoce y lo llama de entre aquella inmensa multitud, para darle la buena nueva de que cenará con él. Me imagino lo que pudo impresionar a Zaqueo la mirada de Jesús. Le miró con cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde. Así es Dios con nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas (Salmo 144). Dios reprende con amor, poco a poco, dando a cada uno su tiempo para que se corrija y vuelva al buen camino. Porque, como dice la lectura del Libro de la Sabiduría, Dios es «amigo de la vida» y «a todos perdona porque son suyos». ¡Cuánto bien haría la mirada de Jesús en Zaqueo! Se sintió por primera vez en su vida amado de verdad. Y no sólo eso, Jesús le pide hospedarse en su casa. Zaqueo se sintió honrado, pero los «perfectos» criticaban que quisiera hospedarse en casa de un pecador. San Agustín comenta este detalle diciendo que «el Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón se dignó ser recibido en casa de él.

3. – La alegría de Zaqueo fue inmensa al conocer el amor de Jesús. Promete darles la mitad de todos sus bienes a los pobres. Afirma que si le ha robado a alguien, le devolverá cuatro veces más. Zaqueo ha encontrado «la perla de gran precio», y para poseerla, está dispuesto a renunciar a sus bienes materiales. ¿Qué pasó en el corazón de Zaqueo para que se produjera en él un cambio tan radical que estuviera dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados? Pues, simplemente que le inundó el amor misericordioso de Jesús. Todos podemos reorientar nuestra vida. Quizá necesitamos un toque de atención, la cercanía de una mano amiga, un impacto especial o una experiencia trascendente. Una mirada de amor auténtico es la que puede cambiar al pecador. Hace más una gota de miel que un barril de vinagre para atraer al que esta perdido.

José María Martín OSA

Si buscas a Dios, Él te encuentra

1.- La vida del cristiano es una continua búsqueda de Dios. Buscamos a Dios en la naturaleza, en el río que fluye, en la flor que nace, en la montaña inaccesible, en el océano inmenso, en el sol que sale y se oculta cada día; buscamos a Dios en la sonrisa inocente del niño, en la ternura de la madre, en la paz reposada del anciano, en el sabio que investiga y en el monje que reza. Buscamos a Dios dentro y fuera de nosotros mismos: en la conciencia que nos reprocha y nos anima, en el libro que nos habla o en el periódico que nos trae las noticias buenas y malas de cada día. Buscamos a Dios como el que sigue a la estrella, dejándonos guiar por ella, porque le vemos, porque sabemos que está ahí y porque nunca le alcanzamos del todo. Quisiéramos que se alojara en nuestra casa, que se quedara con nosotros para siempre, pero él deja en nosotros su huella, su soplo incorruptible, y sigue su camino en busca de las otras ovejas perdidas. Dios en inmanente al mundo, más íntimo a nosotros que nosotros mismos, pero también es trascendente, inmenso, inabarcable. Pero, al final, Dios siempre encuentra al que le busca. No le encontramos nosotros a Él, es Él el que nos encuentra a nosotros. Nos encuentra en nuestra fragilidad para darnos fortaleza y nos encuentra en nuestros anhelos y esperanzas, para dar cumplimiento y realidad a lo que esperamos. Debemos seguir buscándole siempre, para que Él siempre nos encuentre.

2.- A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Este texto del libro de la Sabiduría, es un texto consolador y reconfortante. Sabemos que ante el Señor no somos más que un grano de arena en la balanza, una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Conocemos por propia experiencia nuestra debilidad y nuestro pecado, nuestra insignificancia y nuestro efímero pasar por la existencia. Pero también sabemos, porque la Palabra de Dios así nos lo dice, que el Señor se compadece de todos, a todos perdona y a todos nos ama, porque somos suyos y Él no odia nada de lo que Él ha hecho. El Señor es amigo de la vida. Este, pienso yo, es uno de los títulos y atributos más bonitos que podemos darle a Dios. Nuestro Dios no ama la muerte, ni la tristeza, ni la violencia, ni la condenación, ni el hambre, ni la guerra; nuestro Dios ama la alegría, el entusiasmo, la generosidad; nuestro Dios ama la vida. Nosotros somos suyos, llevamos muy dentro de nosotros su soplo incorruptible; seamos, pues, también nosotros amigos de la vida.

3.- Pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia idiosincrasia, nuestra propia forma de ser. Pero todos y cada uno de nosotros, desde nuestra propia forma de ser, estamos llamados a realizar nuestra vocación, cumpliendo los mejores deseos, la tarea de la fe, para que así nuestro Señor sea glorificado en nosotros y nosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. De lo que se trata no es que nos luzcamos nosotros, sino de que en nosotros se muestre bondadoso y luminoso el rostro de Dios. Somos vasos de Dios, canales por donde Dios quiere pasar para regar con su gracia y su bondad el alma y la vida de otras personas. No pongamos impedimento al paso de Dios, seamos suficientemente dúctiles y maleables para que el Señor pueda considerarnos dignos de nuestra vocación.

4.- Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Y Zaqueo bajó en seguida y lo recibió muy contento. Cuando Zaqueo se dejó encontrar por Dios, cambió toda su vida. Hasta entonces la casa de Zaqueo, su vida, había estado llena de egoísmo e intereses materiales; desde que Dios entró en su casa, en su vida, la casa, la vida de Zaqueo, fue una casa, una vida, iluminada por la luz de Dios. Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Cuando Dios nos encuentra, nos convierte. Busquemos a Dios como Zaqueo, dejémonos encontrar por Dios, como Zaqueo, y toda nuestra vida cambiará. Porque también nosotros, como Zaqueo, somos hijos de Abrahán. Y el Hijo del hombre ha venido a salvarnos.

Gabriel González del Estal

Zaqueo y la luz de Dios

1.- Un hombre bajito de estatura, ridículamente subido a una higuera, despreciado por su pueblo por corrupto y extorsionista, público pecador… Y en aquel amasijo de pequeñez y codicia, Jesús, el Hijo de Dios, encuentra un resquicio para entrar al fondo de su corazón. No es mucho, es una ranura de curiosidad, que al menos no es oposición. Y por aquella ranura entra en el corazón de Zaqueo la luz de Dios. Más pronto está Dios al perdón que el hombre al arrepentimiento. No es el hombre el que busca a Dios, es Dios el que busca al hombre.

Y es que Dios ha hecho al hombre, como ha hecho ese grano de avena, que ni peso tiene en la balanza, a esa gota de rocío que a penas se ve más que iluminada por los rayos del sol. Y porque los ha hecho, porque son suyos y los quiere, como quiere la madre al hijo que formó en sus entrañas.

2.- Pasa Jesús bajo la higuera y fija sus ojos con cariño en Zaqueo porque es suyo, y sin más le perdona.

Sólo Dios puede permitirse el desgaste diario de perdonar siempre, de pasar por tonto recibiendo con una sonrisa de cariño, una y otra vez, al hijo que vuelve a la casa paterna, huyendo del hambre.

Sólo porque todo lo puede, porque es infinito en su poder y grandeza no pierde nada de su infinita dignidad perdonando una y otra vez sin que en su perdón haya una última vez.

El perdonar es de grandes en dignidad y poder, por eso al invitarnos a perdonar siempre nos llama a ser grandes como Dios. Nos hace ver que podemos ser grandes al menos en el perdón.

Sólo, Jesús, Dios en dignidad, pudo soportar sin perder nada de su dignidad el ser llamado amigo de pecadores, comilón y borracho, al entrar en la casa de Zaqueo.

El perdón de Dios es monótono, como son monótonas las olas de la playa, que una y otra vez acarician la arena borrando cuanto en la arena escribimos con el dedo.

Sólo el mar no borra lo que no escribimos en la arena, porque no es Dios el que se cansa de perdonar, es el hombre el que se cansa en pedir perdón y al fin pasa de Dios.

3.- Todos somos ridículos Zaqueos encaramados a un árbol cualquiera. No cerremos del todo el corazón, no rechacemos la tenue luz de Dios que puede entrar por cualquier ranura del corazón. Zaqueo tuvo al menos curiosidad, solo el que pasa de Dios, de la fe, de la religión, se está cerrando a Dios. Allí es donde Dios no puede entrar.

José María Maruri, SJ

Jesús ama a los ricos

El encuentro de Jesús con el rico Zaqueo es un relato conocido. La escena ha sido muy trabajada por Lucas, preocupado tal vez por la dificultad que encontraban algunas familias ricas para integrarse en las primeras comunidades cristianas.

Zaqueo es un rico bien conocido en Jericó. «Pequeño de estatura», pero poderoso «jefe de los recaudadores» que controlan el paso de mercancías en una importante encrucijada de caminos. No es un hombre querido. La gente lo considera «pecador», excluido de la Alianza. Vive explotando a los demás. «No es hijo de Abrahán».

Sin embargo, este hombre quiere ver «quién es Jesús». Ha oído hablar de él, pero no lo conoce. No le importa hacer el ridículo actuando de manera poco acorde con su dignidad: como un chiquillo más, «corre» para tomar la delantera a todos y «se sube a una higuera». Solo busca «ver» a Jesús. Probablemente ni él mismo sabe que está buscando paz, verdad, un sentido más digno para su vida.

Al llegar Jesús a aquel punto, «levanta los ojos» y ve a Zaqueo. El relato sugiere un intercambio de miradas entre el profeta defensor de los pobres y aquel rico explotador. Jesús lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja enseguida». No hay que perder más tiempo. «Hoy mismo tengo que alojarme en tu casa y estar contigo». Jesús quiere entrar en el mundo de este rico.

Zaqueo le abre la puerta de su casa con alegría. Le deja entrar en su mundo de dinero y poder, mientras en Jericó todos critican a Jesús por haber entrado «en casa de un pecador».

Al contacto con Jesús, Zaqueo cambia. Empieza a pensar en los «pobres»: compartirá con ellos sus bienes. Se acuerda de los que son víctimas de sus negocios: les devolverá con creces lo que les ha robado. Deja que Jesús introduzca en su vida verdad, justicia y compasión. Zaqueo se siente otro. Con Jesús todo es posible.

Jesús se alegra porque la «salvación» ha llegado también a esa casa poderosa y rica. A esto ha venido él: «a buscar y salvar lo que está perdido». Jesús es sincero: la vida de quienes son esclavos del dinero son vidas perdidas, vidas sin verdad, sin justicia y sin compasión hacia los que sufren. Pero Jesús ama a los ricos. No quiere que ninguno de ellos eche a perder su vida. Todo rico que le deje entrar en su mundo experimentará su fuerza salvadora.

José Antonio Pagola