Dios no lo es de muertos sino de vivos

Recientemente he leído el proceso de pasar de discusiones elucubrativas sobre la religión…a una experiencia viva de la Vida, de la mano de una mística actual.

Hoy ante este evangelio complicado que mantiene a los círculos del poder económico y religioso entretenidos buscando respuestas, sólo me nace una reflexión que deseo compartir: las elucubraciones y preguntas mentales no nos introducen en el inmenso pozo de la Vida, más bien, nos dejan más secos y más sedientos.

Siento una invitación enorme a sugerir a los lectores que leen y leen y tratan de acoplar y entender…que paren y respiren.

El evangelio no es un manual de conducta ni de respuestas a todo lo que la mente desea conocer.

El evangelio es una brújula hacia dentro, hacia nuestro centro, donde habita la vida. Y desde allí, a donde el silencio nos indique.

De cada vez percibo con más claridad lo confuso de los diálogos sobre Dios…sin una experiencia interior que nos haga hacer silencio porque roza lo sagrado.

Es en ese pozo infinito de sabiduría del silencio habitado que el corazón se explaya y la mente se centra en el silencio que lo explica todo.

Somos cientos de miles las personas que después de tratar de entender, de estudiar, de profundizar, de buscar…hemos llegado a la conclusión tan acariciada por personas que nos han precedido “te buscaba fuera y estabas dentro”.

Recientemente he asistido a la profesión de los Consejos Evangélicos de una mujer médico, siempre en contacto con la vida, buscadora empedernida del Amor en las personas, en la naturaleza, en los pobres… era el pasado domingo, donde ante sus amigos y familiares nos decía: ahora lo entiendo todo, esa entrega de todo mi ser al silencio, me hace feliz, me llena, me da la respuesta a todas las preguntas posibles, a todas mis ansias.

Sentarte en un rincón de tu casa o jardín silencioso, respirar, entrar y acoger ese espacio sagrado que vas descubriendo, como una gran tienda de refugio en el silencio de la noche de la vida, ahí, acompañada por millones de personas que practicamos el mismo silencio consciente, te descubrirás hermana y hermano de todo el Universo, de todo lo que es vida porque habrás entrado en la Vida. Y como dice el evangelio ahí todos somos iguales, hermanas y hermanos, disfrutando de la Vida que por un tiempo se nos regala, para que la compartamos y disfrutemos.

Si deseas acompañamiento en ese silencio, ponte en contacto, tenemos sesiones presenciales y online, totalmente gratuitas y gratificantes.

Feliz Semana.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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¿En qué Dios crees?

1.- Aunque estamos en el mes de noviembre,un tiempo dedicado desde la tradición cristiana al recuerdo por los difuntos. Aunque, en el camposanto, aun se conserva en el aire el aroma de las flores que les hemos llevado como agradecimiento y estima. Aunque, levantamos mausoleos y monumentos a los que pasaron a mejor vida, es bueno recordar(el evangelio de hoy nos lo acentúa) que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

Y, aún cuando es cierto que nuestras iglesias se llenan más para los funerales que para la Vigilia Pascual, es bueno no olvidaraquello de que, Jesús, vino para que tuviésemos vida y en abundancia. ¿Cuándo lo entenderemos? ¿Tanto nos cuesta creer y soñar en un mañana donde, gracias a Dios, podamos vivir desde un concepto y desde unas categorías muy distintas a las que, por ejemplo, con aire burlesco los saduceos (que no creían en la resurrección) le presentaban a Jesús?

Es difícil mantener la fe. Pero no lo es más comprometido ni más cómodo que en otros tiempos. San Pablo, en una impresionante segunda lectura, nos hace llegar una gran verdad: Dios se compromete con el creyente hasta el final. Le consuela y le da fuerza frente al adversario.

En muchos momentos tendremos la tentación de desertar. De poner en “solfa” grandes veracidades que sostienen y son el núcleo de nuestra fe. Recapacitemos, que también en esas situaciones, Dios, que es fiel, nos empuja a seguir adelante; a seguir creyendo; a seguir esperando.

2. -Ciertas encuestas dicen que en España un 89%de sus ciudadanos se declaran católicos y que, de ese porcentaje, un 40% no cree en la vida eterna ni en la resurrección de los muertos.¿Se puede ser católico y no creer en la vida eterna? ¿Se puede creer católico y no creer en la resurrección? ¿Qué está ocurriendo para que se den estos fenómenos? ¿Será que lo importante es pertenecer a una determinada religión aun cuando no se crea en determinados postulados que ella presenta y defiende? ¿Será que, para algunos,ser bautizado, participar en algunas celebraciones de la vida cristiana, pero no comulgar con lo esencial de esa misma vida cristiana, no presenta mayor contradicción?

Mantengamos viva nuestra fe. Salvaguardemos viva nuestra esperanza en el Señor. Ahora no nos preocupemos de cómo se estará o de cómo se vivirá en el cielo. Ahora nuestro “hoy” debe estar volcado, totalmente, en descubrir la voluntad de Cristo. Una energía que está totalmente inclinada a llevar a cabo el Reino de Dios, y todo lo que él conlleva, en medio de nuestro mundo. Y, para ello, Dios, Cristo, nos necesita. Lo que menos desea Jesús, son preguntas estériles. Preocupaciones que nos debiliten y no nos dejen ver el horizonte de la fe.

3.- Que el Señor, que nos espera al final de nuestro existir, nos encuentre cuando llegue ese momento –no haciendo preguntas- y sí, por el contrario, ocupados en seguir sus caminos; preocupados por la extensión de su reino y totalmente dispuestos a dar nuestra vida por El. No comparemos nuestra vida, con la que nos espera. No merece la pena. Dios, que siempre es tan sorprendente, a buen seguro nos dará la fuerza necesaria para que, lo que nos espera, supere con creceslo que soñamos hoy y aquí.

Mientras tanto….seguiremos creyendo, caminando y pensando en un cielo nuevo y distinto a esta tierra, a veces tan vieja y con tanta falta de ideales.

Dice un viejo proverbio: “Dime en qué Dios crees y te diré la clase de persona que eres”¿Creemos de verdad en la resurrección?Busquemos a Dios en las cosas de cada día, como decía Santa Teresa de Jesús, pero no reduzcamos todo lo que somos y nos espera, a lo que vemos y tocamos. Busquemos a Dios, sobre todo, en la misma vida que El nos da. Y, entonces, podremos saborear y valorar la eterna que nos espera.

4- ¿QUÉ EXISTE EN EL CIELO?

¿Existirán carreteras en el cielo, Señor?
¿Para qué? Sólo en la tierra son necesarias las prisas.
En la eternidad, la paz y el sosiego nacen por todos los rincones
¿Existirán bosques y mares, ríos y montañas en el cielo, Señor?
¿Para qué? La belleza de Dios, será lo suficiente
para colmar las aspiraciones y la búsqueda de todo hombre
¿Existirán rascacielos y playas en el cielo, Señor?
¿Para qué? Sólo, con habitar en Dios
será suficiente para sentirse feliz
y pasear viendo su inmensa Gloria
¿Existirán las razas y la diversidad de lenguas en el cielo, Señor?
¿Para qué? En Dios Padre, todos seréis definitivamente UNO
¿Existirán las fronteras, las diferencias, el libre pensamiento?
¿Para qué? En la casa de mi Padre
sólo existe la común unión;
en la morada de mi Padre sólo vive un único pueblo
en la mansión de mi Padre, al verlo tal y cual es,
el pensamiento sólo será uno: AMOR Y SOLO AMOR
¿Existirá el rencor y el odio por lo que fuimos y nos hicimos, Señor?
¿Para qué? Quien llega a la casa de mi Padre
lo hace siendo una persona traspasada por el amor
y, en el corazón de esa persona que alcanzó la meta divina
sólo hay lugar para eso, para el amor.
Entonces ¿qué existe en el cielo, mi Señor?
En el cielo hay lo que vosotros no lográis alcanzar en la tierra
En el cielo funcionamos de una forma diferente
En el cielo no valen los esquemas de la tierra
En el cielo es feliz quien fue infeliz allá abajo
En el cielo es grande quien fue pequeño
El cielo sólo se entiende viviendo y pensando en él.
No lo olvidéis, el cielo es el mundo al revés
El cielo es la gran casa del Padre
Un lugar donde sólo brota el amor
Una fuente donde sólo emerge el bien
Un paraíso en el que, lo que a vosotros os parece necesario
allá es inutilidad completa.

Javier Leoz

Lectio Divina – Sábado XXXI de Tiempo Ordinario

No podéis servir a Dios y al dinero

1.- Introducción.

Señor, te pido que sepa desprenderme del dinero. Poco a poco se convierte en un amo cruel que me esclaviza y me avasalla, hasta el punto de  quitarme  libertad para optar por Ti. Lléname de tu amor, ese amor maravilloso que me deja libre para amarte a Ti y amar a los demás. Señor, sé Tú la verdadera riqueza de mi vida y desaparecerá en mí el deseo del dinero y de los bienes de este mundo.

2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 16, 9-15

“En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: Haceos amigos con el dineroinjusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios”.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Me encanta esta frase del evangelio: Haceos amigos con el dinero. Estamos muy acostumbrados a relacionar el dinero con las cosas: dinero para comprar una casa, un coche, hacer un buen negocio, o simplemente “dinero para hacer más dinero”. El evangelio nos dice que el dinero mejor empleado es el que tiene relación con las personas: dinero para entrar en amistad con tantas personas que no conozco y me necesitan; dinero para compartirlo y no para retenerlo; dinero para darlo a los pobres, los amigos fuertes de Dios, y así ser yo también amigo suyo. Hoy quiero abrir de par en par mis puertas a Dios para que el dinero innecesario salga por la ventana. El dinero me ata, me corta las alas de la libertad. “Engarza en oro las alas del pájaro y ya nunca podrá volar al cielo” (R. Tagore). Por eso dice Jesús: ”No podéis servir a Dios y al dinero”. Servir a Dios es reinar, es decir, vivir como un rey: rey de uno mismo, sin admitir esclavitudes de nada ni de nadie. “Los fariseos, que eran amigos del dinero, se burlaban de Jesús”. Es lo normal. Como tantos y tantos fariseos de hoy que ponen su corazón en el dinero y le rinden vasallaje. Pero los que han experimentado el gozo de servir al Señor, también tienen derecho a reírse de sus risas.

Palabra del Papa

“Un cristiano que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero que no lleva adelante este don por el camino del servicio, se convierte en un cristiano sin fuerza, sin fecundidad. Al final, se convierte en un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo. Su vida es una vida triste.

El Señor nos dice que el servicio es único, no se pueden servir a dos amos: O Dios o las riquezas. Podemos alejarnos de esta actitud de servicio, primero, por un poco de pereza. Y esta pone tibio el corazón, la pereza te convierte en un cómodo:

La pereza nos aleja del servicio, y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Hay muchos cristianos así… son buenos, van a Misa, pero el servicio hasta aquí… Pero cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas; servicio al prójimo, cuando debo hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es fuerte: ‘Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os ha ordenado, entonces decid somos siervos inútiles’. Servicio gratuito, sin pedir nada”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de noviembre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice ahora a mí este texto ya meditado (Silencio)

5.-Propósito. Hago la experiencia de servir hoy al Señor con alegría.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, cada día tus enseñanzas me parecen más reales, más auténticas, más maravillosas. Yo tengo mi propia experiencia de que sólo cuando te he servido a Ti, y no me he dejado esclavizar por nada ni por nadie, he sido verdaderamente feliz. Ni el dinero, ni el placer, ni el poder hacen felices a las personas. Sólo el amor vivido en libertad, nos realiza como personas.

La vida eterna

1.- «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres» (2 M 7, 2) Dios, a través de la liturgia, nos trae a la memoria el heroísmo de los siete hermanos que, con su madre al frente, entregaron sus cuerpos jóvenes al tormento y la muerte, antes que dejar de cumplir la ley divina. Ejemplo heroico que se ha repetido después en muchas ocasiones, que se repite hoy también en mil rincones de la tierra.

Hombres que dan su vida por ser fieles a la voluntad de Dios. Fidelidad heroica de los que caminan al martirio con los ojos iluminados y una canción a flor de labios. Heroica fidelidad de los que dijeron que sí a la llamada de Dios y siguen caminando por el mismo itinerario de siempre a pesar de las dificultades, a pesar de los años, a pesar de los pesares, siempre fieles.

Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres… Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte, pues sólo así mereceremos la corona de la vida.

«Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará» (2 M 7, 14) Ellos veían cómo sus hermanos, uno a uno, se iban retorciendo de dolor en la cruel tortura, cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban dobladas cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello… Bastaba con una palabra, con un gesto. Y hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.

El rey, el tirano cruel, sus esbirros, su corte de aduladores, todos se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento. Ellos esperaban la resurrección, estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello les esperaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie… Recuérdalo, vale la pena. No tienen comparación los sufrimientos que podamos tener en esta vida con la dicha que nos espera en la otra, y acá abajo también. El ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo. Sí, vale la pena.

2.-«Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica…” (Sal 16, 1) En ocasiones la oración del salmista se hace casi atrevida. Hoy pide en tono de apelación, levanta la voz para reclamar atención a sus palabras de súplica. Nos recuerdan estas frases aquellas otras que Jeremías dirigía a Yahvé diciéndole que era un seductor, y preguntando por qué no le había hecho morir en el seno de su madre.

Es como si la oración, en determinadas circunstancias, se crispase, como si las penas fueran tan profundas que sólo a gritos se pudiera rezar. Oraciones, por otra parte, que se contienen en los libros sagrados, plegarias que fueron gratas al Señor. Con ello se nos enseña que también nuestra oración puede, y debe quizás, tener esos tonos de intensidad y de urgencia.

Dios nos atiende siempre. También cuando parece que no quiere enterarse de nuestro dolor y sufrimiento. Dios calla, es verdad, pero su silencio tiene un valor; es una ocasión para probar nuestra confianza y nuestra fe. Por eso, como el salmista, siempre podremos decir que nos refugiaremos seguros y tranquilos a la sombra de sus alas.

«Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío» (Sal 16, 6) Esos clamores, con ese atrevimiento casi insolente del salmista, no son otra cosa que la manifestación viva de una fe profunda en Dios, de una confianza filial llena de ternura y de piedad. Son palabras que suponen la bondad sin límites del Señor, la sabiduría suprema de su Providencia. Frases que aceptan, además, los planes divinos por penosos que parezcan.

Tú me respondes, dice el salmista con sencillez. También nosotros lo podemos decir, porque también a nosotros nos atiende y nos responde cada vez que acudimos confiados a él, pidiendo a voces si es preciso, que tenga compasión y nos ayude en la prueba y en el sufrimiento.

Por todo ello la oración ha de ser algo muy personal, una conversación en que las palabras las pongamos nosotros y no las tomemos prestadas. Ha de ocurrir lo mismo que entre los enamorados o en los que sufren, que no necesitan que nadie les sugiera al oído lo que tienen que decir, eso que llevan muy dentro y les quema en su corazón.

3.- «Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre, que nos ha amado tanto…» (2 Ts 2, 15) Cuántas veces el corazón y la mente de Pablo se elevan a Dios para dirigirle una ferviente plegaria. Sus cartas están llenas de oraciones, de súplicas que salen espontáneas de su pluma, y que manifiestan el alto grado de unión íntima con Dios que él vivía. Y junto a esas plegarias sencillas, brotan unas ideas luminosas que revelan más y más el amor inmenso de Dios. Ese Dios, nuestro Padre, que tanto nos ha amado y nos proporciona un consuelo permanente y suscita en nosotros una gran esperanza.

Que Dios nos consuele internamente -roguemos con el Apóstol- y nos dé luces y fuerzas para toda clase de palabras y de obras buenas. Sí, que el Señor alivie nuestras penas, las que son reales y las que son imaginarias, las que nos vienen sin culpa nuestra y las que provocamos con nuestra conducta negligente. Y que también nos dé el Señor su gracia para hablar de tal modo, que quienes nos escuchen se sientan siempre con deseos de mejorar su vida, para que no nos conformemos con no ser malos o con ser simplemente buenos, sino que mantengamos siempre viva la ilusión de ser santos.

«Por lo demás, hermanos, rogad por nosotros… “(2 Ts 3, 1) Sí, vosotros rezad por nosotros, que nosotros ya lo hacemos por vosotros, los que creéis en Cristo; vosotros los que estáis bautizados y participáis en el sacerdocio común de Cristo. Rezad por quienes hemos recibido el sacramento del Orden, los que hemos tenido el atrevimiento y la generosidad de aceptar la llamada de Dios para ser sus ministros, los continuadotes de la misión santificadora y salvífica de Jesucristo.

Rezad por nosotros los sacerdotes. Nos hace tanta falta… Pedid no que triunfemos humanamente, pedid para que seamos fieles hasta el heroísmo a la misión encomendada. Pedid para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó en vosotros y para que nos libre de nuestros enemigos. El Señor que es fiel os compensará y os librará de todo mal. Si os apoyáis en Dios, estad seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor -os digo también con san Pablo- dirija vuestros corazones, para que améis a Dios y esperéis en Cristo.

4.- «En aquel tiempo, se acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección…» (Lc 20, 27) En Jesucristo se cumplió con plenitud el salmo segundo. No sólo en cuanto que él es el Rey mesiánico que se anuncia en dicho salmo, el Hijo engendrado en la eternidad que en él se canta, sino en cuanto que también en él se cumple ese amotinamiento de mucha gente contra el Señor, ese ponerse de acuerdo en contra suya de los grandes de la tierra. En efecto, en el evangelio de hoy vemos cómo los caduceos, que eran enemigos de los fariseos, se ponen de acuerdo con éstos para atacar a Jesús. Así en este pasaje intentan poner en ridículo al Maestro y defender al mismo tiempo su propia postura ante la eternidad que, en realidad, negaban al no admitir la resurrección de la carne.

El ejemplo que aducen es extraño, pero no inverosímil: una mujer que, según la Ley del Levirato, viene a ser viuda y esposa sucesivamente de siete hermanos. ¿Quién se quedará con ella al final, en la otra vida? El Maestro contesta que después de la muerte, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán, pues ya no podrán morir y serán como Ángeles, participan como hijos de Dios en la Resurrección. Es un pasaje muy adecuado para el mes de ánimas en que leemos este pasaje. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran los muertos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes seguimos queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas.

Esta actitud terrena y temporalista de los caduceos podemos decir que todavía sigue vigente en la doctrina de algunos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales. Olvidan que todo lo terreno es relativo y pasajero, que sólo se tendrá en cuenta la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.

Sí, es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es precisamente la verdad que cierra nuestro Credo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante el tribunal de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla, aunque en espera de que el cuerpo se le una para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XXXI de Tiempo Ordinario

Lc 16, 9-15

Hoy oiremos de los labios de Jesús, un comentario de la parábola de ayer «el Intendente astuto». A través de fórmulas, claras unas, bastante enigmáticas otras, Jesús expone su punto de vista sobre «el dinero».

Todos hemos notado, en otros pasajes del evangelio de qué modo Jesús nos pone en guardia contra la riqueza, como si fuera un obstáculo absoluto para la vida cristiana. «Dichosos los pobres… Ay de vosotros, los ricos… ya tenéis vuestro consuelo… es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos.» (Lucas 6, 20-24; 18, 25).

Aquí encontraremos el mismo punto de vista, pero con indicaciones muy positivas sobre el uso del dinero:

1.° Para Jesús el dinero no es «algo importante»

Quien es de fiar en «lo de nada», también es de fiar en lo importante…

Lo importante, para Jesús, es la «vida eterna», son los bienes divinos, las cosas espirituales.

Por el contrario el dinero es «poca cosa» no es algo importante. Partiendo de esa constatación, Jesús nos aconseja aquí ser un buen gerente, un buen «administrador» «de ese algo sin importancia» que es lo temporal a fin de ser también dignos de administrar asuntos de mayor importancia, de orden espiritual. Lejos de ser un consejo de tapujos y despilfarro esta primera palabra de Jesús nos invita a administrar bien los bienes de la tierra.

2.° Para Jesús, el dinero es un bien «extraño», externo.

Si no habéis sido de fiar con el dinero injusto ¿quién os va a confiar lo que «vale de veras»? Y si no habéis sido de fiar en los «bienes ajenos», lo vuestro, ¿quién os lo dará?

Segunda nota de Jesús: el dinero no es el «verdadero bien» -lo que vale de veras del hombre, lo que hace que un hombre sea un hombre. La riqueza material no hace que un hombre sea bueno, ni inteligente, ni dichoso, ni humanamente grande. El verdadero valor está en otra parte.

Lo que cuenta, no es «el Tener», sino «el Ser»…

Se puede «Tener» mucho y ser un infeliz, malo, desgraciado. Pero, tampoco Jesús deduce una condenación radical de esa constatación. Por el contrario, nos dice que «administrar ese bien «extraño» al hombre, puede ser un buen aprendizaje para llegar a ser capaz de «administrar nuestro verdadero bien».

3.° Para Jesús, el dinero es a menudo «injusto», un «mammón de iniquidad».
Jesús decía a sus discípulos: «Ganaos amigos con el dinero «injusto»… El que es injusto en un asunto pequeño, es «injusto» también en uno mayor… Si no sois de fiar con el dinero «injusto»…
Jesús coincide aquí con el buen sentido popular: el dinero que es tan difícil de ganar y tan útil, el que es el fruto del trabajo… es a menudo, desgraciadamente el fruto de la opresión y de la avaricia. La injusticia es, aquí, especialmente grave porque frustra a los otros de aquello a lo que tendrían derecho.

4.° Para Jesús el dinero puede «servir» y llegar así a ser un símbolo del amor.

Ganaos amigos con el dinero injusto.

En el fondo, éste era el sentido profundo de la parábola del «intendente astuto». Con un humor sorprendente, la parábola acumulaba las cuatro «apreciaciones» desarrolladas aquí: un «no importante», «un bien ajeno», un «bien mal adquirido», «con el cual se puede servir». Al límite Jesús parece decir: ¡tanto mejor si vuestro cofre se llena con tal que se vacíe a medida que se llena!

Noel Quesson
Evangelios 1

A otro nivel distinto

1.- “Unos saduceos, que niegan la resurrección, dijeron a Jesús: Había una vez siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos. Entonces el segundo se casó con la viuda”. San Lucas, Cáp. 20. “Es fuerza que ahora calle tu voz y que la paz baje a tu alma, como el toque del Ángelus al valle. Y no contestaré”… Rafael Maya envuelve en un suave poema la dura realidad de la muerte. Sobre la cual tenemos, no solamente sospechas, sino crueles certezas: El veloz paso de los años, la ausencia progresiva de amigos y parientes, la fragilidad de nuestro cuerpo.

Sólo en el siglo segundo antes de Cristo, afloró entre los judíos una fe expresa en la futura resurrección. Era lógico entonces que algunos continuaran viviendo al margen de esta creencia. Entre ellos los saduceos, un grupo condescendiente ante el poder romano, lo cual les permitía controlar políticamente el sanedrín, como consta en los relatos de la pasión del Señor.

2.- Un día éstos le presentaron al Maestro una historia que revelaba, más su inquietud ante la muerte, que un suceso real. Había siete hermanos. El primero de ellos tomó esposa, pero luego murió sin dejar descendencia. Entonces, como estaba ordenado por la ley, su hermano, se casó con la viuda. Así el patrimonio familiar no pasaría a manos extrañas. También murieron el segundo, y así todos, sin dejar herederos. Vino luego la pregunta final para el Señor: “Cuando llegue la resurrección, ¿De cuál de ellos será la mujer? Porque todos siete han estado casados con ella”.

Por esos días Jesús les habló a sus discípulos sobre temas cercanos a la muerte. Subía hacia Jerusalén, asegurando que allí lo matarían. Pero el novelesco relato escondía también una trampa contra el profeta, que había prometido vida eterna a quienes comieran de un misterioso pan.

3.- Jesús responde, señalando la ignorancia de quienes le acechan: No han entendido la Escritura. Porque en la vida perdurable los hombres no se casarán, ni las mujeres se darán en matrimonio. No niega el Maestro los valores del amor conyugal, ni la felicidad de quienes luego de amarse aquí, compartirán más allá de la muerte. Y añade el Señor otro argumento en favor de la resurrección, que no imaginaron los rabinos: Yahvé se define ante Moisés como “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Es decir, como el dueño de la historia. El que a todos reparte vida, amor, felicidad.

La fe cristiana le da un toque sin igual a todo lo nuestro. Nos encamina a un nivel distinto de existencia, donde el amor, la alegría, el progreso, la paz serán de otra especie. El Señor reviste todo lo nuestro de una solidez a toda prueba. De una belleza inmarcesible.

4.- Se cuenta de un pichón de águila que, fatigado en su primer vuelo, cayó en el corral de un granjero. Allí aprendió a convivir con los pollos. Se comportaba igual que ellos, alimentándose de grano. Pero un naturalista que pasó por la aldea, tuvo compasión de él y se propuso enseñarle a volar. No fue tarea fácil. El aguilucho miraba siempre alrededor y tenía miedo a las alturas. Sin embargo, cuando el científico lo hizo mirar de frente al sol, iluminado de felicidad, se perdió entre las nubes.

Gustavo Vélez, mxy

La risa de los entendidos

1.- Los saduceos del evangelio y los torturadores del libro de los Macabeos se reían de Jesús de Nazaret y de los siete niños macabeos, porque estos creían en la resurrección de los muertos. La sociedad en la que vivimos hoy nosotros es mayoritariamente saducea. La mayoría de la gente anda hoy tan preocupada por vivir bien en esta vida, que no tiene tiempo, o no quiere tenerlo, para pensar en otra vida, después de la muerte. No sólo esta mayoría de la gente vive sin pensar para nada en la otra vida, sino que actúan a la defensiva y como enfadados cuando alguien les dice que para él esta vida tiene un valor sólo relativo, en relación con la vida eterna que les espera. Y hasta se mofan y se ríen de los que hablamos y predicamos sobre el valor supremo de la vida eterna. Dentro de la Iglesia, naturalmente, no encontramos este tipo de reacción, pero si salimos a la calle o entramos en el gran bullicio del mundo, comprobaremos que el hablar de la vida eterna produce en la mayoría de la gente una especie de desprecio arrogante y descalificador. Nos miran, o nos apartan, como el que se aparta de una persona perturbada o peligrosa. Son los “entendidos” de la sociedad: para ellos lo único que vale es lo que produce dinero o placer material e inmediato; lo demás son monsergas o discursos de gente atrasada y conservadora. Los discípulos de Jesús de Nazaret no debemos dejarnos amedrentar por esta gente tan “entendida y progresista”. Nosotros sí creemos en la resurrección de los muertos.

2.- Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Es cierto que el motivo que movía a los niños macabeos a dejarse matar nos parece hoy a nosotros, los cristianos, un motivo insuficiente y hasta ridículo. El comer o no comer carne de cerdo, diría Jesús de Nazaret, no puede manchar al hombre por dentro; lo que mancha al hombre por dentro son los malos pensamientos y las malas acciones. Pero el tema no es ese; el tema es que los siete niños mártires prefirieron morir, antes que hacer lo que creían que no se debía ni podía legalmente hacerse, sin renunciar a la vida eterna. Ellos sí creían en la resurrección y sabían que el Dios de sus padres les resucitaría a una vida plenamente feliz, si, en esta vida, actuaban de acuerdo con su ley y con su conciencia. Los niños mártires macabeos son un ejemplo de coherencia y fidelidad a una fe que les abría las puertas de una resurrección a la vida eterna.

3.- La fe no es de todos. No dice aquí el autor de esta carta a los tesalonicenses que la fe no sea un don que Dios regala a todos; lo que dice es que, de hecho, entre los tesalonicenses muchos no tenían la fe que él les había predicado. El autor califica a estas personas que no tenían fe, como a personas perversas y malvadas, porque, de hecho, estas personas están persiguiendo a los discípulos de Señor y están actuando en nombre del Maligno. Tampoco entre nosotros la fe es de todos, sin que esto quiera decir que nosotros nos atrevamos a calificar de perversas y malvadas a todas las personas que no piensan y no creen como nosotros. Nos limitamos a pedir al Señor que les abra los ojos del corazón y de la inteligencia para que reconozcan y crean que nuestro Dios, el Dios Padre de Jesús de Nazaret, es el Dios de todos.

4.- No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos. La vida en la que creemos los cristianos comienza, pero no termina; es vida inmortal. La misión más claramente reseñada y ensalzada que Jesús de Nazaret realizó mientras estuvo en este mundo fue la de dar vida. Dio vida a los enfermos, a los pecadores, a las personas marginadas, a todos los que sufrían y tenían hambre y sed de pan y de justicia. Vivió y murió luchando contra los enemigos de la vida, contra los que explotaban al huérfano y a la viuda, contra los que lapidaban a las mujeres pecadoras, contra los que despreciaban al pobre y al marginado. Jesús de Nazaret fue siempre amigo de la vida, dador de vida, como su padre, Dios. Los cristianos debemos ser siempre y en todas partes amigos y defensores de la vida, de toda vida, desde el momento mismo en que esta es concebida. Amigos de esta vida, en la tierra, y de la otra vida, en el más allá. Porque creemos en la resurrección de los muertos. Aunque se rían los “entendidos” de nuestra sociedad.

Gabriel González del Estal

Recuperar la esperanza

1.- La revelación de Dios sobre la resurrección. Los saduceos eran un grupo religioso del tiempo de Jesús. No creían en la resurrección y quieren ridiculizar esta creencia. La fe en la resurrección de los muertos fue arraigándose poco a poco en el pueblo de Israel. En un principio creían que los muertos iban al sheol, un lugar de reposo, pero sin vida. Es en el siglo II a.C., en el Libro II de los Macabeos, cuando se afianza esta creencia. Anteriormente ya el profeta Ezequiel había apuntado la posibilidad de la vida después de la muerte con la metáfora de los huesos secos que vuelven a revivir. También el Libro de Job afirma que Dios no premia en esta vida si no en la otra. Encuentra así una explicación al problema de la remuneración por nuestras obras. Posteriormente, el Libro de la Sabiduría, en el siglo I a. C. es un canto a la vida después de la muerte terrena. Dios es un gran pedagogo, por eso su revelación va adaptándose al comprender del hombre. Sin embargo, como ocurre en nuestra tiempo, no todos los hombres y mujeres se abren a la posibilidad de otra vida. Otros simplemente dicen «que algo tiene que haber»….., pero que es imposible llegar a conocerlo.

2- Ser «testigos de nuestra fe». El libro de los Macabeos, o de «los mártires judíos» afirma en boca del cuarto hijo «vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará». Los 7 hermanos, alentados por la madre, dan la vida en defensa de su fe y la ley de sus padres. No les importa perder la vida en este mundo, pues esperan que Dios les premie con la vida eterna. La fidelidad a Dios es fundamental. Ya en la Carta II a los Tesalonicenses Pablo confía en el Señor, que es fiel y nos da las fuerzas para luchar. La seguridad que nos da Cristo es la base de la constancia en medio de las dificultades y las persecuciones. Hoy nosotros también pasamos por pruebas e impedimentos en la vivencia de nuestra fe. El principal obstáculo es la sociedad materializada y superficial en la que vivimos y cuy ambiente nos arrastra. Mártir significa testigo, ¿cómo podemos ser hoy testigos convincentes de nuestra fe?

3. – Semillas de esperanza. La vida que nos espera se sitúa en otra dimensión. Por eso Jesús dice que allí no importa el estar casado o no. No sabemos cómo será, pero sí tenemos la seguridad de que se trata de una Vida Plena. Estaremos en presencia del Padre y gozaremos de su Amor para siempre. Es el destino de nuestra vida. Siempre nos asusta lo desconocido. Cualquier cambio supone una ruptura con lo conocido y por eso nos resistimos a abandonar nuestras seguridades. Pero el cristiano no debe temer a la muerte, «la hermana muerte», en expresión de San Francisco. Es nuestra meta, es una puerta que se abre a una vida sin fin. Cuando llega la hora de nuestra muerte dejamos a un lado lo viejo para abrirnos a una vida nueva. San Agustín expresó muy bien el sentido de nuestro peregrinar por este mundo y el deseo inmenso que tiene el hombre de plenitud con esta frase: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón están inquieto hasta que descanse en Ti». Debemos ser hombres colmados de esperanza, una de las tres virtudes teologales, quizá la más olvidada. La esperanza no defrauda, nos dice San Pablo, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestras corazones». El garante de nuestra esperanza es el propio Cristo. La esperanza produce sosiego, tranquilidad y alegría. ¿Es nuestra esperanza verdaderamente alegre? El mundo espera de nosotros que le aportemos el sentido de la vida, la felicidad de vivir, la alegría de Dios. Nuestro mundo necesita la esperanza. ¿Somos nosotros con nuestra vida semillas de esperanza?

José María Martín OSA

Tomando café con el Señor

1.- Dos mil años después de esta escena con los saduceos podría desarrollarse esta otra de un grupo de amigos tomando un café con el Seños Jesús en algún sitio decente. Y allí, sin la menor mala intención, sino con la fina ironía antirreligiosa, que todos llevamos dentro, comentaríamos el lío que va a traer eso de la resurrección de los muertos, sobre todo en esta era de los transplantes: que si ese riñón es mío o tuyo, ese corazón me pertenece, dame a mi peroné… que no quiero estar toda la eternidad cojeando. Vamos que lo de la mujer con pluriempleo de viuda se queda tamañito.

Y el Señor no se enfadaría. Nos diría lo de los saduceos: ¿qué entendéis vosotros de los ángeles?, pues los hombres y mujeres serán como ángeles y ahí queda eso tan oscuro como antes.

Y es que el Señor no quiere para nada tratar de explicar el modo de la resurrección, porque somos incapaces de entenderlo, porque lo que nos estorba es la imaginación, con la que nos empeñamos en traducir todo.

Al Padre Eterno le hemos puesto barbas por su edad, al Espíritu Santo lo hemos metido en una jaula como Paloma y el mejor librado es el Hijo que al fin de cuentas es como nosotros.

Y esto lo hacemos en todo y con todo, fantaseamos de extraterrestres y les ponemos cabeza, cuerpo, piernas y brazos, como les hemos puesto cabezas y alitas a los ángeles. No le concedemos a Dios (por así decir) una imaginación mayor que la nuestra. ¿Es posible que a una inteligencia infinita se le acabase toda imaginación en aquel monigote de barro que hizo en el Paraíso?, pues diría yo que no tiene demasiada imaginación que digamos.

Y porque todo lo vestimos con nuestra imaginación y la tenemos tan pequeña es por lo que el Señor nos viene a decir en este evangelio que nos dejemos de imaginar el COMO y nos quedemos con el hecho de que un día los que hoy estamos aquí nos encontraremos y reconoceremos en eso que el mundo de los resucitados.

2.- Y esta verdad está refrendada por la fidelidad de Dios a su palabra. Dios dio su palabra de estar siempre con Abrahán, con Isaac y con Jacob y sería una irrisoria promesa si estos señores fueran hoy unas momias muertas y enterradas. Dios no se compromete para siempre con muertos sino con vivos.

Y recordáis sin duda que Jesús, a lo largo de su vida, ha prometido resucitar a los que comen su carne. Y ha prometido vida eterna a los que creen en su Padre que le ha enviado y dice que ya tiene vida eterna todo el que cree en Él.

Y en la consagración de cada misa repetimos aquellas palabras: “esta es la Sangre del nuevo y eterno testamento”, del eterno pacto de Jesús con nosotros.

Y por ser la palabra del Hijo de Dios vuelve a ser la fidelidad de Dios, su veracidad, que no nos puede mentir, que no está acostumbrado a hacer promesas electorales, lo que refrenda la verdad y realidad de la resurrección. Por eso nuestra seguridad tiene que ser absoluta.

Pues demos más crédito a la veracidad de Dios que no miente que a nuestra loca imaginación y así podremos acabar nuestro café con el Señor diciéndole que aunque no lo podamos imaginar que lo creemos es lo que Él nos dice.

José María Maruri, SJ

¿Es ridículo esperar en Dios?

Los saduceos no gozaban de popularidad entre las gentes de las aldeas. Era un sector compuesto por familias ricas pertenecientes a la élite de Jerusalén, de tendencia conservadora, tanto en su manera de vivir la religión como en su política de buscar un entendimiento con el poder de Roma. No sabemos mucho más.

Lo que podemos decir es que «negaban la resurrección». La consideraban una «novedad» propia de gente ingenua. No les preocupaba la vida más allá de la muerte. A ellos les iba bien en esta vida. ¿Para qué preocuparse de más?

Un día se acercan a Jesús para ridiculizar la fe en la resurrección. Le presentan un caso absolutamente irreal, fruto de su fantasía. Le hablan de siete hermanos que se han ido casando sucesivamente con la misma mujer, para asegurar la continuidad del nombre, el honor y la herencia a la rama masculina de aquellas poderosas familias saduceas de Jerusalén. Es de lo único que entienden.

Jesús critica su visión de la resurrección: es ridículo pensar que la vida definitiva junto a Dios vaya a consistir en reproducir y prolongar la situación de esta vida, y en concreto de esas estructuras patriarcales de las que se benefician los varones ricos.

La fe de Jesús en la otra vida no consiste en algo tan irrisorio: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob no es un Dios de muertos, sino de vivos». Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo sus hijos; Dios no vive por toda la eternidad rodeado de muertos. Tampoco puede imaginar que la vida junto a Dios consista en perpetuar las desigualdades, injusticias y abusos de este mundo.

Cuando se vive de manera frívola y satisfecha, disfrutando del propio bienestar y olvidando a quienes viven sufriendo, es fácil pensar solo en esta vida. Puede parecer hasta ridículo alimentar otra esperanza.

Cuando se comparte un poco el sufrimiento de las mayorías pobres, las cosas cambian: ¿qué decir de los que mueren sin haber conocido el pan, la salud o el amor?, ¿qué decir de tantas vidas malogradas o sacrificadas injustamente? ¿Es ridículo alimentar la esperanza en Dios?

José Antonio Pagola