La naturaleza no perdona nunca

1.- Hace unos años, en un día bochornoso y muy feo del verano mediterráneo, don Vicente Sánchez Gómez, hoy párroco emérito de San Francisco de Asís, en El Altet, Alicante, España, me dijo: “Dios perdona siempre, el hombre de vez en cuando, la naturaleza, nunca”. Y la frase, que no sé si es conocida y habitual, quedó en mi memoria grabada indeleblemente. Este año, en esa misma costa alicantina, a la que viajo frecuentemente desde Madrid, para buscar paz y descanso, unas enloquecidas lluvias habían dejado la playa llena de cañas, de cañizos que habían arrancado de raíz. La visión tenía algo de final, de apocalíptico. Y es que los cauces de los ríos y el curso de los barrancos no habían sido limpiados y las abundantes plantaciones de cañas silvestres habían servido, empujadas por el agua torrencial como un agente destructor de extraordinaria violencia. Es frecuente que se construya en los cauces de los ríos y, entonces, cualquier crecida convierte en tragedia una cuestión que no debería serlo. Es posible, pues, que la naturaleza no perdone nunca.

El fin del mundo es para muchos “su” fin del mundo. Estamos acostumbrados a asistir impasibles, gracias a la televisión, a imágenes tremendas de la naturaleza desatada. Todavía pueden recordarse los efectos del huracán Katrina sobre la ciudad –todo un referente—norteamericana de Nueva Orleáns. Ni el poderío de Estados Unidos pudo paliar los efectos terribles de la naturaleza que no perdona y sus efectos quedaron visibles muchos años, tal vez para siempre. Es obvio que para muchos de los testigos –de los que sobrevivieron—los efectos del Katrina les parecerían como el fin del mundo…

2.- Jesús de Nazaret habla en el evangelio de hoy de un fin del mundo. Pero deberíamos hacer una salvedad. Habla del fin del mundo para hablar del inicio de un nuevo mundo. Igual que cuando Él habla de muerte hace referencia inmediata a la resurrección. No se dedica a hacer unas profecías siniestras que solo traen miedo. Advierte de que las cosas pueden ser extraordinariamente difíciles en algún momento, pero que no durarán siempre así. El epílogo, el final de los finales, traerá un tiempo mejor, una felicidad que ya no cesará nunca. Pero es obvio que, por ejemplo, el planeta Tierra como entidad finita un día morirá, igual que en otro día nació y poco a poco fue desarrollándose para convertirse en la casa telúrica de la humanidad. Y como no sabemos si, cuando eso vaya a suceder, el género humano habrá sido capaz de asentarse en otros planetas, pues ese sería un fin del mundo, pero, probablemente, el no definitivo. También lo que hoy nosotros llamamos universo pues terminará algún día…Tanto da. Jesús de lo que habla es de dificultades ante un tiempo fronterizo que después traerá la eternidad. Y eso se parece, por ejemplo, a nuestra muerte. El tránsito no es fácil, pero al otro lado están los brazos amorosos del Padre que nos esperan para abrazarnos por toda la Eternidad. Eso es lo que importa.

3.- Jesús busca que reflexionemos. Estamos acabando un ciclo. Y es cierto que en nuestra vida, además de los litúrgicos, se acaban muchos ciclos y, entre ellos, el de la vida. Pero se abre ante nosotros otro. En este caso es el Adviento. Otro tiempo fuerte de nuestra liturgia que nos lleva a la Natividad. Y es que el nacimiento de Jesús en la Tierra abrió una nueva época y una nueva realidad. El Reino del Amor substituyó al reino de las tinieblas que una muy mala deriva del género humano había provocado. Era la plenitud de los tiempos y el amor divino nos ofrecía el cambio. Por ello, un año más debemos prepararnos para ese cambio y no perder la oportunidad de modificar nuestras vidas, de dejar los viejos modos –casi siempre tenebrosos—y abrirnos a la Buena Nueva que nos trae paz, amor, esperanza y sabiduría divina.

De todos modos tampoco es mal enseñanza para estos días de espera que no “ofendamos” a la naturaleza, que no contribuyamos con nuestra ignorancia y brutalidad a la destrucción de nuestra casa terrena. Ahí está el previsible cambio climático creado por el mal uso humano y por el egoísmo permanente y reconcentrado. La mayor parte de los desmanes ecológicos se producen por avaricia, por sacar a la Tierra más de lo que puede dar. Y, en fin, ya se sabe: la naturaleza no perdona nunca.

4.- Pablo de Tarso, en su carta a los Tesalonicenses pronuncia una frase definitiva: “el que no trabaja, que no coma”. Y es que la espera de la Segunda Venida de Jesús convirtió en haraganes a algunos de los miembros de la naciente iglesia de Tesalónica. Los “excesos de los creyentes” se han dado en todas las épocas. Y hay muchos, pero que muchos, que confían en que Dios les arregle todo y mientras tanto no dan ni un palo al agua. De ahí viene el excelente refrán castellano de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Y hay un consejo de Jesús mucho más fuerte, aún, que ese refrán. Lo dice claramente. “Cada día tiene su afán” El trabajo, sobre todo si tiene su trasfondo de ayuda a los demás, a la familia, a la sociedad, es el mejor modo de pasar las horas esperando lo que sea, incluso el fin del mundo. Pero es que resulta cierto que en torno a muchas cuestiones “espirituales” o esotéricas hay mucho vago que se mal gana la vida sin dar un palo al agua y engañando permanentemente a los demás.

Ángel Gómez Escorial

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Lectio Divina – Sábado XXXII de Tiempo Ordinario

Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?

1.- Oración introductoria.

Señor, Tú quieres que yo ore, que no me canse de orar, que no me canse de pedir aquello que más necesito. Pero ¿qué es aquello de lo que tengo mayor necesidad? Lo que más necesito es tu presencia, el saber que me escuchas, el tenerte cerca, el que yo sienta necesidad de Ti.

2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos que era preciso orar siempre sin desfallecer, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: “¡Hazme justicia contra mi adversario!” Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme.” Dijo, pues, el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En este evangelio está claro que Jesús nos insiste machaconamente en que debemos rezar y no cansarnos. Pero sacaríamos una mala conclusión de este texto, si Dios, por el hecho de que nosotros le pidamos insistentemente una cosa, se viera en la necesidad de concederla. La verdadera oración de petición siempre pasa por la oración de Cristo al Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Una oración de petición bien situada es la que nos ha llegado a nosotros a través del salmo 16. “Yo digo al Señor: Tú eres mi bien”. Lo primero que debemos dejar bien claro es esto: Dios es nuestro bien, el Absoluto, Aquel que más necesitamos. Pedimos, pues, que siga siendo nuestro bien, que le sintamos cercano, que le busquemos a Él de todo corazón. Una vez que tenemos esto claro podemos pedir lo que queramos, pero sabiendo que todo lo que pidamos ya es relativo. Si no me da lo que pido, no importa. Siempre me quedaré con lo esencial: que Él es mi Dios, el Dios de mi vida, el que da sentido a mi existencia, el que me quiere como el mejor de los padres.

Palabra del Papa

“Todo itinerario de formación religiosa auténtica acompaña a la persona, desde su más tierna edad, a conocer a Dios, a amarlo y hacer su voluntad. Dios es amor, es justo y pacífico, y quien quiere honrarlo debe sobre todo comportarse como un hijo que sigue el ejemplo del padre. Un salmo afirma: “El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos… El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. Como Jesús nos ha demostrado con el testimonio de su vida, justicia y misericordia conviven en Dios perfectamente. En Jesús “misericordia y fidelidad” se encuentran, “la justicia y la paz” se besan. En estos días la Iglesia celebra el gran misterio de la encarnación: la verdad de Dios ha brotado de la tierra y la justicia mira desde el cielo, la tierra ha dado su fruto. Dios nos ha hablado en su Hijo Jesús”. Benedicto XVI, 1 de enero de 2012.

4.Qué me dice ahora a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito: Iré a la oración porque a Dios le encanta que yo vaya.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, cuando Tú insistes tanto en la oración es porque Tú antes la has experimentado. Tú, antes de salir el sol, ya estabas en el monte, orando a tu Padre (Mc. 1,35). Era la primera obra del día y la más importante. Haz que yo también sienta la necesidad de estar contigo aun antes de amanecer. Que la primera brisa de la mañana me hable de tu ternura, y los primeros rayos del sol me bañen de tu presencia joven y gozosa de recién resucitado.

¡Un nuevo día nos espera!

Amigos; las lecturas de este domingo tienen un sabor a fin y a brote de algo nuevo. Dentro de no muchos días saldrá a nuestro encuentro el Adviento.

1.- Acabará un ciclo litúrgico, y con el que saludemos –el Señor- nos dará la posibilidad de intentarlo de nuevo. De reengancharnos a El. De no conformarnos con cumplir cuatro o cinco puntos de nuestra religión cristiana.

Los templos donde nosotros celebramos nuestra fe deben ser exponente de la gran riqueza espiritual que llevamos dentro. Porque ¿Para qué los santuarios de piedra si, luego, somos fríos como hogares del Espíritu, si a continuación no hacemos de nuestro interior una digna morada, cálida y cercana para Dios?

El final siempre nos trae un principio. Y, también la última etapa de los tiempos que nos anuncia la Palabra de este día, dará paso a algo totalmente distinto.

*De la misma forma que, la noche da paso al día

*El otoño a la primavera

*La evaporación a la nube y, ésta a su vez a la lluvia

*Lo mismo que, de la chispa surge el fuego….y mil ejemplos más, también, Jesús, nos habla de un final que dará lugar algo totalmente novedoso. No sabemos cuando ni tampoco nos debe de preocupar demasiado. Lo primordial es que nos mantengamos unidos y cosidos a sus ideales. Sin olvidarlos. Practicándolos. Reavivándolos y, sobre todo, renovándolos a la luz de la fe. En definitiva, con la veleta de nuestra existencia, apuntando hacia lo que en Jesús fue motor decisivo: Dios y sólo Dios.

2.- Nuestra vida aun con ocaso, tiene su horizonte puesto en Dios. Mientras tanto, San Pablo, nos anima a no quedarnos de brazos cruzados por el camino y, por supuesto, a no arrinconar la vivencia de nuestra fe en la comodidad del interior de las cuatro paredes de un templo o de una serie de ritos realizados mecánicamente. Hay que mirar hacia delante. Cumpliendo cada uno con nuestras propias obligaciones. No atrincherándonos en los castillos que nos hemos construido y abriendo las ventanas de nuestra vida, de nuestra conciencia y de nuestro ser para que Jesús venga todos los días hasta nosotros.

¿Qué nos esperan contrariedades y zancadillas? ¡Por supuesto! Llamará la enfermedad a nuestra puerta; las cosas no nos saldrán como nosotros quisiéramos; a veces –Dios- no se nos revelará con la fuerza que quisiéramos. Porque los “pequeños cataclismos” no se dan sólo en la corteza de la tierra. También, en el corazón del hombre, en la felicidad, en su bienestar, en su mente, en su pensamiento….ocurren pequeños accidentes que, a veces, nos hacen tirar la toalla y concluir que Dios hace tiempo que se desentendió del mundo.

¿Qué hacer frente a ello? Cargar las pilas en lo que somos y tenemos con la fuerza de la fe, la esperanza y la confianza en Jesús. Un día vendrá. En el momento que menos pensemos. Pero, mientras llega, no dejemos de salir al camino. No nos cansemos de mirar al cielo. No consintamos que, las persecuciones de guante blanco (porque también nosotros somos perseguidos por nuestra forma de entender la vida) sean más fuertes que nuestros ideales. Que no sean más decisivos que nuestro propósito de ser, unos amigos de Jesús, que saben dar la cara por El, con El y desde El.

3.- No olvidemos el presente, aun cuando estamos pensando en el futuro; ni olvidemos el futuro aun cuando estemos volcados en el presente.

Cuentan que había un hombre que quiso realizar, junto a su mujer, una peregrinación a un santuario ubicado en la orilla de un lago. Durante la travesía, en el bote, el peregrino perdió la moneda que le servía para el viaje. La mujer empezó a refunfuñar, pero el marido le decía que confiara en Dios. Llegada la hora de comer, pidieron a la gente que les ofrecieran un pescado. Y un pescador obsequió a la mujer un gran pescado para que lo cocinara y comieran. Y he aquí que, mientras la mujer preparaba el pescado, al abrirlo, encontró en el mismo, no solamente la moneda perdida por el marido, sino también una hermosa perla de gran valor.

Que el Señor, en este domingo, haga que la confianza sea en nuestra vida cristiana un distintivo para seguir viviendo y creyendo.

4.- ¡QUE LLEGUE ESE DIA, SEÑOR!

Donde mi vieja vida, sea recompensada con otra, buena y definitiva
Donde Tú, y sólo Tú, seas el centro de toda mi historia
Donde vea, y sólo piense, que Tú eres lo más valioso
¡QUE LLEGUE ESE DIA, SEÑOR!
Porque siento que, mis días, me producen cansancio
Porque veo que, mis días, están demasiado vacíos de cosas trascendentes
Porque intuyo que, mis días, están excesivamente llenos de trastos inservibles
¡QUE LLEGUE TU DIA, SEÑOR!
Y, cuando llegue, que por lo menos me encuentres con fe
Y, cuando llegue, que por lo menos me tropieces con esperanza
Y, cuando llegue, que por lo menos me halles esperando tu llegada
Y, cuando llegue, me sorprendas vestido con traje de fiesta
¡QUE LLEGUE TU DIA, SEÑOR!
Y, si tardas en llegar, que no me aleje de Ti
Y, si tardas en llegar, que no me limite a cumplir tus preceptos
Y, si tardas en llegar, que no finja quererte
Y, si tardas en llegar, cuando lo hagas, salga corriendo a tu encuentro
¡QUE LLEGUE TU DIA, SEÑOR!
Porque, así entenderé, que la historia tiene su curso
Que la historia tiene un feliz término
Que la historia, cuando estás Tú dentro, es horizonte cierto
Que la historia, si le faltas Tú, está abocada al fracaso
Por eso, y por mucho más,
¡QUE LLEGUE TU DIA, SEÑOR!

Comentario – Sábado XXXII de Tiempo Ordinario

Lc 18, 1-8

Oímos ayer que se nos invitaba a tomar en serio nuestro «fin» Las imágenes usadas fueron «el fuego, el agua», «el buitre» que se precipita sobre su presa.

Todo esto podría generar angustia.

Entonces les propuso esta parábola, para explicar a sus discípulos que tenían que orar siempre y no desanimarse. Jesús quiere que despertemos de nuestras torpezas y de nuestras indiferencias, pero no quiere angustiarnos.

Su llegada tarda, se hace esperar, pero no hay que «desanimarse»: hay que rezar.
En verdad una pregunta nos acucia: «Esperar, ¿hasta cuándo?» (Apocalipsis 6, 10), y otra más acuciante todavía: ¿Perseveraré hasta el fin? ¿Sería yo capaz de apostasía, o de un abandono lento y progresivo? ¿Podría mi Fe desmoronarse bajo los golpes de la duda o de la desgracia… quién sabe?

Uno de los objetivos de la plegaria -no el único, evidentemente-, es el de mantener en nosotros la fe, la relación personal con Dios: es como la cita entre personas que se quieren para mantener ese amor y estimación.

La oración tiene un aspecto anti-angustia: nos apoyamos en alguien, nos confiamos a él, salimos de nosotros mismos y nos abandonamos a Otro.

Erase una vez un juez que no temía a Dios y se burlaba de los hombres. En la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: «Hazme justicia» …Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: «Yo no temo a Dios, ni respeto a los hombres; pero esa viuda me está amargando la vida: Le voy a hacer justicia para que no venga sin parar a importunarme…»

¡Fijaos en lo que dice ese juez injusto! Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que están clamando a El día y noche?

Esto se llama una parábola «a contraste» en la que la lección a sacar de ella es lo «contrario» del ejemplo expuesto.

El juez es «sin Dios» y «sin misericordia» y acaba haciendo justicia… ¡Con cuánta mayor razón, Dios que es padre y ama a los hombres, hará justicia a los que ama y la hará prontamente!
La lección esencial de la parábola no es la perseverancia en la oración, sino más bien en la certidumbre de ser atendida: si un hombre impío y sin escrúpulos acaba atendiendo a una pobretona, ¡cuánto más sensible será Dios a los clamores de los que, en su pobreza, se dirigen a Él!

Sus elegidos claman a El noche y día…

Hay que rogar siempre, sin desanimarse…

Vuelvo a escuchar esas palabras.

Si nos pides esto, Señor Jesús, es porque Tú mismo lo has hecho también: Orabas sin cesar noche y día.
Procuro contemplar esa continua plegaria. En las calles de los pueblos de Palestina. Rodeado por el gentío de las orillas del lago. Por la mañana, al amanecer.

No nos pides nada imposible ¿Cómo trataré hoy de hacer algo mejor una plegaria continua? No, forzosamente, recitando fórmulas de plegarias… sino por una unión constante contigo.

Pero, cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará Fe en la tierra?

Interrogación dolorosa, que escucho seriamente.

La tentación de abandonar la Fe no es exclusiva de nuestra época: Los mismos «elegidos» están también amenazados. No hay que mantenerse en ninguna seguridad engañosa. Una oración repetida, constante, continua, obstinada, es nuestra única seguridad: Dios no puede abandonarnos, si nosotros no le abandonamos a Él.

¿Qué voy a hacer HOY para alimentar mi fe?

Noel Quesson
Evangelios 1

«A pesar de las dificultades, Dios no nos falla»

1.- Justicia de Dios y confianza en El. El próximo será el último domingo del Año Litúrgico, fiesta de Cristo Rey del Universo. Las Lecturas nos presentan en este penúltimo domingo, con rasgos apocalípticos, ese tiempo tremendo al cual todos tenemos que enfrentarnos. San Agustín decía “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. El profeta Malaquías dibuja un cuadro que no es ajeno a nuestras experiencias actuales. El Profeta escucha por dondequiera que los judíos de su época se quejan de que los malvados progresan cada día en sus empresas, mientras quienes sirven al señor fielmente no ven la recompensa prometida. ¿De qué sirve observar los mandamientos? Con la visión de un mundo que no trasciende, sino que termina aquí, como es la del Antiguo Testamento, casi en su totalidad, esta pregunta es muy seria ¡Cuántas veces nos hemos preguntado, sin hallar respuesta, de la misma manera, ante las injusticias que se cometen a nuestro entorno o, con frecuencia contra nosotros mismos! ¡Y cuántas veces habremos dicho como los contemporáneos de Malaquías: no hemos sacado ningún provecho en observar sus mandamientos y en hacer penitencia ante el Señor Todopoderoso! (Mal 3, 14). Dios, sin embargo, asegura que llegará un día en que se pondrá en claro quiénes son de Dios y quienes no. Dios también cumple su promesa de justicia: el fuego consumará a los malvados, la luz iluminará y protegerá a los fieles, los que perseveran.

2.- ¿Por qué el sufrimiento del justo? El texto del evangelio de San Lucas que nos trae la liturgia de hoy difícil de comprender. Está escrito en un lenguaje apocalíptico, cargado de imágenes violentas; el texto nos habla de guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, hambre. Tales imágenes nos remiten al final de los tiempos. Tal vez hable no sólo del final de los tiempos sino que se refiera al mismo tiempo a la inminente destrucción de Jerusalén, catástrofe que sufrió por segunda vez en el año 70 de nuestra era. Pero por lo que a nosotros toca, como Palabra de Dios, es una advertencia de Jesús sobre la situación por la que hemos de pasar siendo discípulos fieles y observantes. Con mucha frecuencia, mis hermanos, pensamos, y lo deseamos profundamente, que por ser buenos no nos va a pasar nada. Cuántas veces nos portamos bien sólo para que nos vaya bien; más aún, para que Dios nos ame y nos salve. Pero, como hemos podido deducir del mensaje de la primera lectura, esto no es posible. Y Jesús nos advierte algo, tal vez, más desconcertante: que precisamente por ser de los suyos, discípulos y servidores del Evangelio, vamos a tener que sufrir mucho, hasta de quienes menos esperaríamos. Así tendremos ocasión de ser testigos de Jesús y su ayuda no nos faltará, “pues hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados y no perecerán”

3.- No nos dejemos engañar por los vendedores de falsas felicidades. Hoy se nos asegura, una vez más, que la fidelidad de Dios está segura. En medio del estruendo de los acontecimientos, se escuchan frases de confianza y estímulo: “que nada os engañe; no vayáis tras ellos; no tengáis pánico; yo os daré palabras y sabiduría; ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Él nos protege hasta el final. Su justicia se hará sentir en el día que Él tiene previsto. Esta certeza nos mantiene en paz aún en medio de las persecuciones, humillaciones y aparentes fracasos. Esto se llama esperanza, una virtud teologal que nace de Dios y se nos da como un regalo que nos mantiene firmes en la vigilancia y en la perseverancia. Todo se pasa; nada es para siempre, excepto el amor de Dios y su fidelidad para nosotros. ¡Sólo Dios Basta! En esto se funda la fe del discípulo de Cristo. En el mundo de hoy se levantan voces engañosas que ofrecen falsas respuestas a los grandes enigmas de la existencia y nos proponen caminos extraños para alcanzar la felicidad. Aprovechando el vacío religioso que existe, han organizando un gran negocio vendiendo libros esotéricos que carecen de todo fundamento filosófico, teológico y científico, y que ofrecen recetas «light» de espiritualidad y de realización personal. Hay todo un mercado persa de amuletos, inciensos, cristales de cuarzo, bebidas, etc., que pretenden devolver la paz a tantos corazones angustiados. Explotando el inmenso dolor que nos produce la muerte de nuestros seres queridos, estos comerciantes de ilusiones ofrecen los servicios de “médium” que dicen servir de intermediarios para comunicarse con los que ya marcharon… Esta cultura de la Nueva Era es pródiga en recetas de una falsa espiritualidad. Jesús nos pone en guardia frente a las ofertas de estos charlatanes: “Cuidado con que nadie os engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre”. Busquemos las respuestas a nuestras inquietudes existenciales, no a través de los “médium” ni mediante cuarzos e inciensos, sino en el consejo de personas sabias, en la lectura de obras de autores serios, meditando la Biblia. Allí sí encontraremos la luz en medio de la noche.

4.- Perseverancia en medio de las dificultades. Quizá en algún momento de la vida hayamos sentido o vayamos a sentir amenazas graves que nos desestabilizan en nuestro modo de vida: problemas de salud, crisis familiares, conflictos sociales, pobreza, etc. Antes estas situaciones personales amenazantes, tengamos presentes las palabras que pronuncia Jesús en el evangelio de hoy: “No tengáis pánico”.En el evangelio de hoy se afirma que “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Esta promesa nos hace reflexionar sobre la acción de la Providencia en nuestras vidas. Providencia es la incesante actividad del Creador, que dirige todos los acontecimientos y orienta la historia humana hacia su plenitud al final de los tiempos. El reconocimiento de esta presencia actuante de Dios no anula nuestra libertad. Dios da el impulso inicial a este mundo, Dios nos acompaña, Dios nos ofrece su gracia, Dios invita pero no impone. No somos marionetas en manos de una fuerza ciega sino que somos hijos de un Padre amoroso que nos invita incansablemente. Pidamos a Dios que consolide nuestra confianza en Él, pues las crisis que nos golpean, semejantes a los terremotos, nos hacen entrar en pánico. El Dios que nos creó por amor y que nos ha enviado a su Hijo para que sea nuestro compañero de camino no nos dejará abandonados en la mitad de la noche. Sólo pide nuestra perseverancia, a pesar de las dificultades…

José María Martín, OSA

Vivir siempre alegres

1.- En todos los tiempos ha habido la tentación de predecir la fecha del fin del mundo. Hasta san Pablo se pasó un poquito y como resultado aparecieron esos vagos que no trabajaban y vivían a costa de otros porque consideraban que ya no merecía la pena esforzarse por nada.

Los de la Tercer Edad, que estamos aquí, que estamos aquí, recordamos que en nuestros días jóvenes se profetizó el fin inmediato del mundo y no debió suceder porque estamos aquí nosotros.

Ahora mismo, echando una mirada a nuestro alrededor podríamos ver la proximidad las señales de esa proximidad en la guerra de Iraq o en la de Afganistán o en el mar bravo que ha destrozado las recientemente costas valencianas y alicantinas. E igual pasó años atrás con los terremotos, como el de San Francisco o en las persecuciones de ahora o siempre, como cuando en noviembre de 1989 asesinaron a unos jesuitas en el Salvador por su dedicación a los pobres. Y que decir, también, de toda energía atómica esparcida, aún, por arsenales de bombas o, incluso, en las centrales eléctricas, que pueden acabar con todo en un pequeño descuido.

Sólo Jesús nos dice que: “El final no vendrá enseguida” y en otra parte acalla la curiosidad de sus discípulos el cuándo diciéndoles que eso ni el Hijo del Hombre lo sabe. Las celebres profecías de Malaquías sobre los Papas nos dan como término solamente el reinado del Papa anterior, Juan Pablo II y el siguiente, Pedro II, el último. Pero ahí Benedicto XVI quien, que yo sepa, no se llama Pedro.

2.- Y ante la posibilidad de algo que no sabemos que va a ser, ni como va a ser, ¿tendremos que vivir con caras largas como imágenes del Greco? Es notable que un domingo como este la oración de la misa pide “vivir siempre alegres”, que es un eco de las palabras del Pablo: “alegraos siempre en el Señor, y os lo vuelvo a decir alegraos, porque el Señor está cerca.

Esas convulsiones de la sociedad y de la naturaleza no anuncian más que la venida gloriosa del Señor ante todos nosotros, la Parusía. Es el traqueteo del tren, el acoplamiento del convoy al dar a luz un mundo nuevo, un orden nuevo, una sociedad nueva, donde no habrá muerte ni dolor.

–como de las ruinas de Nagasaki y Hiroshima nacieron dos ciudades modernas, flamantes, modernas nuevas.

–como del grano de trigo podrido en el surco nace la espiga.

-como del gusano de seda nace la mariposa

-como de la bola de fuego que fue la Tierra nacieron ríos, montes y valles

–un nuevo mundo en que el odio se convierte en amor. La duda en verdad. La discordia en paz. El dolor en placer. La desesperanza en esperanza cumplida. La tristeza en alegría.

3.- “Alegraos, el Señor esta cerca”. Esta cerca el momento del encuentro definitivo de cada uno de nosotros con el Señor. Cuántos de esos seres queridos que convivieron con nosotros ya han llegado con el encuentro del Señor.

–El momento está cerca, el glorioso momento de conocer al Señor cara a cara, de ver la luz en su rostro. Es decir la sonrisa cariñosa del Señor sobre nosotros.

–El momento está cerca de que esa luz del Señor saque a flote lo que ya llevamos dentro de nuestro corazón, que se manifieste lo que somos: hijos verdaderos del Señor. Que nos invada esa vida eterna que llevamos dentro de nuestro corazón. Que se manifieste lo que somos, hijos verdaderos del Señor, que nos invada esa vida eterna que llevamos contenida en nosotros, vida eterna que nos da la Fe y la Eucaristía: “El que cree en Mí tiene vida eterna”. “El que come mi carne tiene vida eterna.

Vivamos alegres nuestra vida ordinaria. Perseverad porque el Señor esta cerca, muy cerca de cada uno de nosotros.

José María Maruri, SJ

Las piedras del Templo

1.- “Mirad que llega el día, ardiente como un horno; malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir» (Mal 4, 1) Dios avisa de cuando en cuando a sus hijos los hombres, nos recuerda que todo esto ha de terminar, nos hace caer en la cuenta de que todo pasa, de que vendrá un día en el que caerá el telón de la comedia de esta vida. Día terrible, día de la ira, día de lágrimas, día de fuego vivo.

A veces el corazón se nos encoge, nos asustamos ante el recuerdo de que este mundo puede derrumbarse estrepitosamente, al saber el potencial de armas atómicas y químicas que hay almacenado, al conocer que pueden volver los días tristes de una guerra, que nuevamente podemos vivir huyendo, temiendo que un día nos maten como a ratas.

No, Dios no quiere asustarnos. Y mucho menos trata de tenernos a raya con terribles cuentos de miedo, o con narraciones terroríficas de ciencia ficción. Dios nos habla con lealtad y, como alguien que nos ama entrañablemente, nos avisa del riesgo que corremos si continuamos metidos en el pecado. Sí, los perversos, los empecinados en vivir de espaldas a Dios, los malvados serán la paja seca que devorará el gran incendio del día final.

«Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas…» (Mal 4, 2) No, no se trata de vivir amedrentados, de estar siempre asustados, como alguien que espera de un momento a otro el estallido pavoroso de un artefacto atómico. No, Dios nos quiere serenos, felices, optimistas, llenos de esperanza.

Pero esa serenidad, esa paz tiene un precio. El precio de nuestra respuesta generosa y permanente al grande y divino amor. Así los que aman a Dios esperarán el día final con tranquilidad, con calma, con alegría. Con los mismos sentimientos que embargan al hijo que espera la vuelta del padre, con el mismo deseo que la amada espera al amado.

Para los que han luchado por amar limpiamente, el fuego final no abrasará, no aniquilará. Ese fuego será calor suave y vivificante, resplandor que ilumine hasta borrar todas las sombras, hasta vencer el miedo de la noche con el alegre fulgor de un día eterno.

2.- «Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas…» (Sal 97, 5-6) Una de las formas que el hombre tiene para expresar sus más íntimos sentimientos es la música. Hasta los pueblos más primitivos, hasta las civilizaciones más remotas en el tiempo han tenido sus instrumentos sonoros para verter en ritmo y melodías sus penas y sus gozos, sus odios y sus amores. En el campo de lo religioso la música ha constituido un cauce peculiar de expresión y ocupa una parte importante del culto divino.

En realidad todos los salmos son oraciones y plegarias para cantarlas con acompañamiento de instrumentos musicales. Muchos de los títulos que preceden a estos cantos religiosos conservan aún alusiones al maestro de coro, indicando cuál había de ser el instrumento que acompañara, según fuera una canción de guerra, un canto de amor, o una plegaria ardiente.

Rezar y cantar, dos palabras que expresan el mejor modo de dirigirse al Señor. A este respecto decía san Agustín que quien ora cantando, ora dos veces. La Iglesia canta en muchas ocasiones cuando se dirige a Dios. Podemos afirmar también que todos los grandes músicos de la Historia han compuesto alguna partitura que sirviera de acompañamiento a una oración. En este sentido son celebérrimas las Misas que para diversas ocasiones compusieron los más grandes genios de la música.

«Retumbe el mar y cuantos lo habitan, aplaudan los ríos, aclamen los montes…» (Sal 97, 7-8) Los temas relacionados con la Eucaristía han sido los más frecuentes motivos de inspiración para los músicos. En esa realidad entrañable del Sacrificio de Cristo, y de su presencia real en el Santísimo Sacramento, hallaron los artistas una fuente inagotable de inspiración que les inspiró esas páginas musicales, que todavía resuenan no sólo en las iglesias, sino también en las salas de conciertos.

No obstante, la más grande y bella sinfonía es la que interpreta sin cesar la creación entera. Es una música distinta pero maravillosa, integrada por hondos silencios y sencillas o encrespadas melodías de las aguas y los vientos. El mar y la tierra, los valles y las montañas, los ríos, las nubes, los árboles. Todo canta, de la noche a la mañana, al Señor Todopoderoso.

Ante esta realidad que nos circunda, no podemos permanecer mudos. También nosotros hemos de cantar, unir nuestras voces a la masa coral de todas las cosas. Un canto de amor y de gratitud ha de ser el nuestro. Un canto que se trenza con el silencio quizá, compuesto tal vez de sacrificios y de renuncias, de afirmaciones gozosas, de lucha y de esfuerzo, de servicio alegre y sencillo, de esperanza y de fe, de risas y de lágrimas.

3.- «Hermanos: ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo…» (2 Ts 2, 7) Ojalá que todos pudiéramos decir que imitaran nuestro ejemplo. La mayoría nos tenemos que conformar con seguir el ejemplo de los demás, o por lo menos intentarlo. Hoy nos vamos a fijar en el ejemplo de ese gran hombre que fue Pablo de Tarso. Les dice a los de Tesalónica que no vivió entre ellos sin trabajar, y que nadie le dio de balde el pan que se comió, que trabajó y que se cansó de día y de noche a fin de no ser una carga para nadie.

Un cristiano que no trabaje es una burda caricatura de cristiano; uno que viva a costa de los demás pudiendo trabajar es un pobre desgraciado, un zángano, un vago, un parásito de la sociedad, un ladrón que se aprovecha del trabajo ajeno. A todos nos repugna de forma instintiva la figura del señoriíto -o de la señorita- que vive de las rentas sin hacer otra cosa que divertirse. Vamos a escuchar la palabra de Dios que hoy nos urge a trabajar, a tener siempre una tarea entre manos, a sentir la inquietud y la quemazón ante la posible inutilidad de nuestra propia vida.

«Cuando viví entre vosotros os lo dije: quien no trabaje que no coma» (2 Ts 3, 10) El Apóstol no disimula, no habla con tapujos, no se anda con rodeos. No hay otra alternativa, el que no trabaja no tiene derecho a comer. Y sin embargo, algunos viven sin trabajar, muy «ocupados» en no hacer nada, víctimas de su propio ocio. Sin querer comprender aquel viejo refrán de que la ociosidad es madre de todos los vicios, sin entender que el demonio está esperando que estemos desocupados para tentarnos al mal.

Pues a esos les digo y les recomiendo -afirma san Pablo- que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan. Trabajar es por tanto una obligación grave para un cristiano. Ya el libro del Génesis dice con claridad que el hombre fue creado para que trabajara. Y eso antes del pecado original. De ahí que el trabajo no sea un castigo derivado de ese pecado, sino algo que brota como una exigencia de la misma naturaleza humana. Por esto el no hacer nada es algo no sólo anticristiano, sino también antinatural. Por el contrario, el trabajo bien hecho dignifica al hombre, lo ennoblece, lo eleva a la categoría de colaborador de Dios.

4.- «El contestó: cuidado con que nadie os engañe…» (Lc 21, 8) Algunos ponderaban, y con razón, la belleza y suntuosidad de las construcciones del templo. Herodes quiso congraciarse con los judíos que le odiaban abierta e intensamente. Por eso no escatimó en gastos ni en tiempo. Quería demostrar lo indemostrable: que él era también un piadoso creyente en Yahvé, aun cuando no era hebreo sino idumeo. Los judíos nunca se lo creyeron aunque si reconocían la magnificencia de este hombre, el afán de asentarse en el trono sin olvidar que para ello era preciso hacer de la religión un recurso político más.

Grandes piedras de corte herodiano, propio de la época de Augusto emperador, preparadas para su colocación. Los apóstoles se quedan asombrados y así lo expresan con toda sencillez delante del Maestro. Pero sus palabras no encontraron eco en el Señor. El sabe en qué quedará todo aquello dentro de no mucho tiempo. Sólo un montón de ruinas y un tramo de muro descarnado, donde los judíos se lamentarán por siglos. Todavía hoy se escuchan sus letanías dolientes en esos grupos de hebreos que llegan de todos los rincones del mundo, a llorar y verter allí tanto y tanto dolor como ha afligido a su pueblo a lo largo de la Historia.

El Señor entrevé la caída de Jerusalén, y también recuerda por unos momentos el fin del mundo. Esos momentos finales en los que surgirán falsos profetas y Mesías, proclamando ser los portadores de la salvación eterna. Jesús nos pone en guardia a todos. No vayáis tras de ellos, nos dice. No les creáis cuando afirmen que el fin está ya cerca. Habrá guerras y revoluciones, pero todavía no ha llegado el momento. Por eso hay que permanecer serenos, no dejarse llevar por el pánico, tener la confianza puesta en Dios que no nos abandonará en esos terribles momentos.

De todos modos serán circunstancias terribles, situación que si se prolongase demasiado acabaría con todos. Pero por amor de los elegidos, dijo el Señor, aquellos días se acortarán. Por eso hay que guardar la calma y saber esperar. Es cierto que a veces la persecución puede desanimarnos. Sobre todo esa de que habla hoy el Señor, la persecución de nuestros propios seres queridos, la persecución de los nuestros, de esos que creen también en Jesús y predican como nosotros el amor y la comprensión para todos, incluso para los enemigos. Por una causa inconcebible, se volverán contra nosotros, nos mirarán con desprecio disimulado o abierto, nos excluirán, nos silenciarán, nos arrinconarán.

Hay que reaccionar con serenidad, pensar que Jesucristo ya lo había predicho antes de que ocurriera. Precisamente para que cuando ocurriese permaneciéramos tranquilos, sin responder con la misma moneda de odio y desprecio. El Señor nos defenderá, él nos protegerá y nos librará. Dios no nos olvida. Tan presente nos tiene, que ni un solo cabello de la cabeza caerá sin su beneplácito. Permanezcamos siempre fieles, convencidos de que mediante la paciencia ganaremos nuestras almas.

Antonio García Moreno

¿Qué pasará mañana?

1.- “Dijo Jesús: Habrá grandes terremotos y en diversos países, epidemias y hambre. Pero no tengáis miedo. Porque ni uno solo de vuestros cabellos perecerá. San Lucas, Cáp. 21. En el fondo, ha dicho un escritor, nuestra vida no es sino un cuarto de hora, más o menos prorrogable. Sin embargo, a los mortales nos preocupa no tanto la brevedad del tiempo, sino qué pueda suceder mañana.

Los autores bíblicos tocaron el tema en repetidas ocasiones, cada uno desde sus propias circunstancias. También los rabinos lo explicaron al pueblo, según los esquemas científicos y religiosos de entonces. Y los evangelistas, hacia el final de su relato, incluyen una página donde recogen varios discursos del Señor sobre el asunto. Pero tratándose de algo misterioso y temible, se valen de un lenguaje, donde abundan pavorosas imágenes. “El sol se oscurecerá, la luna ya no dará su brillo. Las estrellas caerán del cielo”. “Dios enviará a sus ángeles con sonoras trompetas y vendrá el Hijo del hombre sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad”. “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino. Habrá grandes terremotos y en diversos países, epidemias y hambre”.

2.- Los autores sagrados ponen en boca del Maestro estos anuncios, luego que algunos señalaran ante él la belleza del templo. Reconstruido por Herodes el Grande, este suntuoso monumento figuró, y con razón, entre las siete maravillas del mundo. Era además el símbolo privilegiado de todo el judaísmo.

Pero el Señor pone una nota de moderación a ese entusiasmo: “De esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra”. En tales presagios se mezclan variados elementos: El final de este mundo visible, que según algunos sería un hecho próximo. El juicio de Dios a los hombres, cuando daría a cada cual su merecido. Pero además la venida gloriosa del Señor, a inaugurar un tiempo nuevo. San Lucas escribe su evangelio, luego de la destrucción de Jerusalén por Tito y Vespasiano, el año 70 de nuestra era y mientras las autoridades judías y romanas perseguían a muerte a los cristianos. Lo cual le da un estilo peculiar a su texto.

3.- Con el correr del tiempo estas amenazas bíblicas contaminaron nuestra fe, haciéndola consistir para muchos en una actitud de miedo, que ayudaría eficazmente a alejar el pecado y a conseguir la salvación. Pero cada página del evangelio ha de entenderse desde la persona de Jesús, el cual en sus parábolas colma toda la historia cristiana de misericordia y esperanza. No olvidaron esto los evangelistas cuando en medio de sus narraciones terroríficas, añadieron una línea para fortalecer nuestra confianza: “No tengáis miedo. Ni uno solo de los cabellos de vuestra cabeza perecerá”.

Mientras los noticieros señalan cada día, un panorama tan oscuro como aquel dibujado por los evangelistas, noviembre avanza. El año se termina. Todo es fugaz, in substancial y deleznable. Entonces muchos preguntamos: ¿Vale de algo la vida? Sin embargo nuestra fe en el Señor resplandece, como una veta luminosa en el más profundo socavón. Dios sigue siendo el dueño de la historia. Y cuanto ocurre sobre el universo, querido o permitido por él, no se escapa a su bondadoso corazón. Por lo cual su palabra nos susurra: “No temáis. Ni uno solo de los cabellos de vuestra cabeza perecerá”.

Gustavo Vélez, mxy

Sin perder la paciencia

Lucas recoge las palabras de Jesús sobre las persecuciones y la tribulación futuras subrayando de manera especial la necesidad de enfrentarnos a la crisis con paciencia. El término empleado por el evangelista significa entereza, aguante, perseverancia, capacidad de mantenerse firme ante las dificultades, paciencia activa.

Apenas se habla de la paciencia en nuestros días, y sin embargo pocas veces habrá sido tan necesaria como en estos momentos de grave crisis generalizada, incertidumbre y frustración.

Son muchos los que viven hoy a la intemperie y, al no poder encontrar cobijo en nada que les ofrezca sentido, seguridad y esperanza, caen en el desaliento, la crispación o la depresión.

La paciencia de la que se habla en el evangelio no es una virtud propia de hombres fuertes y aguerridos. Es más bien la actitud serena de quien cree en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia, a veces tan incomprensible para nosotros, con ternura y amor compasivo.

La persona animada por esta paciencia no se deja perturbar por las tribulaciones y crisis de los tiempos. Mantiene el ánimo sereno y confiado. Su secreto es la paciencia fiel de Dios, que, a pesar de tanta injusticia absurda y tanta contradicción, sigue su obra hasta cumplir sus promesas.

Al impaciente, la espera se le hace larga. Por eso se crispa y se vuelve intolerante. Aunque parece firme y fuerte, en realidad es débil y sin raíces. Se agita mucho, pero construye poco; critica constantemente, pero apenas siembra; condena, pero no libera. El impaciente puede terminar en el desaliento, el cansancio o la resignación amarga. Ya no espera nada. Nunca infunde esperanza.

La persona paciente, por el contrario, no se irrita ni se deja deprimir por la tristeza. Contempla la vida con respeto y hasta con simpatía. Deja ser a los demás, no anticipa el juicio de Dios, no pretende imponer su propia justicia.

No por eso cae en la apatía, el escepticismo o la dejación. La persona paciente lucha y combate día a día, precisamente porque vive animada por la esperanza. «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo» (1 Timoteo 4,10).

La paciencia del creyente se arraiga en el Dios «amigo de la vida». A pesar de las injusticias que encontramos en nuestro camino y de los golpes que da la vida, a pesar de tanto sufrimiento absurdo o inútil, Dios sigue su obra. En él ponemos los creyentes nuestra esperanza.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXXII de Tiempo Ordinario

Sobre la oración

La oración es tan esencial como el aliento para el alma. Al reflexionar sobre el camino espiritual, la mística del siglo XIII Santa Ángela de Foligno subraya la necesidad de la oración sostenida:

«Nadie puede salvarse sin la luz divina. La luz divina nos hace comenzar y progresar, y nos lleva a la cumbre de la perfección. Por lo tanto, si quieres comenzar y recibir esta luz divina, reza. Si has comenzado a progresar, reza. Y si has llegado a la cima de la perfección, y quieres ser superiluminado para permanecer en ese estado, reza. Si quieres fe, reza. Si quieres esperanza, reza. Si quieres caridad, reza. Si quieres pobreza, reza. Si quieres obediencia, reza. Si quieres castidad, reza. Si quieres humildad, reza. Si quieres mansedumbre, reza. Si quieres fortaleza, reza. Si quieres cualquier virtud, reza».

Paulson Veliyannoor, CMF