Salir con lo puesto

“Vino la guardia civil y nos dijo que no podíamos esperar más y que en media hora teníamos que salir de nuestra casa porque la lava del volcán estaba ya cerca. Así que metimos en un par de bolsas lo que pudimos y nos marchamos dejándolo todo atrás, sin saber si podríamos volver o no…”

Todavía tenemos grabados en la memoria relatos como este de gente de La Palma cuando, al verles salir de sus casas con lo puesto, despertaron en muchos de nosotros la pregunta: -¿Qué me llevaría yo si tuviera que abandonar todo lo mío con urgencia?

Algo de esa experiencia está resonando en las imágenes truculentas del texto evangélico de este domingo que comienza con una sentencia demoledora: “No quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” (Lc 21,6). ¿Qué hacer con este lenguaje amenazador?

De entrada recordar, aunque nos resulte incómoda, la evidencia de que hemos llegado a la existencia con “marca de caducidad” y eso es algo incuestionable. Muchas imágenes bíblicas lo repiten para que no lo olvidemos: la vida humana es una sombra que se alarga, una flor del campo rozada por el viento, un correo veloz, una nave que atraviesa las aguas sin que su quilla deje estela en las olas; un pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; una flecha disparada al blanco que cicatriza al momento el aire hendido, escarcha menuda que el vendaval arrastra, el recuerdo del huésped de una noche (Sab 5,8-14). No poseemos aquí una ciudad permanente, somos extranjeros y viajeros (Cf He 11,13; 13,14) y es inútil tratar de esquivar esa realidad y vivir enredados para distraernos en pantallas que solo pueden ofrecernos bits y píxeles.

Ir aprendiendo también a ser, en expresión de Josep Maria Esquirol en La penúltima bondad, “sujetos de admisión”: “Ad-mitir y per-mitir son variaciones del dejar llegar. Ad-mitir es dejar venir, dejar entrar a lo que viene, no cerrarse al advenimiento”. Y eso quiere decir que cada uno de nosotros tiene que gestionar cómo incorpora a su respiración vital ese suspiro final del Apocalipsis: “Marana tha. Ven Señor Jesús”.

Permitirnos, finalmente, leer “los bordes del texto” porque son luminosos y consoladores: antes de la afirmación “No quedará piedra sobre piedra”, está la escena en que Jesús ha visto a una pobre viuda echar sus dos únicas moneditas en el tesoro del templo y por eso, cuando luego le señalan la magnificencia de los edificios, le parecen una minucia en comparación con el gesto de la mujer que es lo que a él le parece extraordinario, sólido y consistente.

Sigue hablando J.M. Esquirol, como si acabara de leer la insólita afirmación final de Jesús: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”.

“Todo se perderá”: así reza la sabiduría vinculada al paso del tiempo. Sin embargo, ¿qué posee más “realidad”: las cosas materiales del mundo, que por muy consistentes que parezcan también quedarán inexorablemente engullidas en la noche del tiempo, o la vida sentida con intensidad por cada uno de nosotros? Todo se perderá, pero casi seguro que el grosor invisible de un acto de generosidad supera al del manto de la Tierra. Todo se perderá, pero hay más “realidad” en un encuentro amistoso y franco que el rascacielos más alto del mundo. Todo se perderá, pero de algún modo cuenta más que una persona ayude a otro que mil galaxias desaparezcan del firmamento”.

Dolores Aleixandre

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Un mundo nuevo

El género apocalíptico, al que pertenece el relato que leemos hoy, se refiere a la gestación de un “mundo nuevo” -de un nuevo y definitivo estado de cosas-, a través de imágenes que más tarde se han designado precisamente como “apocalípticas”: guerras, epidemias, hambre, terremotos y movimientos estelares, que siembran confusión, desolación, pánico y muerte. Todo ello venía a significar que estaba derrumbándose el “viejo orden” -de injusticia-, que daría lugar al nacimiento de un mundo nuevo (leído a tenor de las propias creencias del grupo que elaboraba el relato apocalíptico).

En medio de esa descripción de calamidades de todo tipo, se alza firme la invitación a la confianza por parte de Jesús: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”.  

La confianza se enraíza -una vez más- en la comprensión de lo que somos. Por lo que las palabras de Jesús podrían traducirse de este modo: “lo que realmente somos se halla siempre a salvo”.

En cierto modo, toda nuestra existencia es un camino de pérdidas, y empezamos a hacerlo más consciente en la medida en que vamos cumpliendo años: progresivamente, vamos a ir perdiendo todo aquello que valorábamos o a lo que nos habíamos apegado…, hasta la muerte, el último “soltar” todo.

Pues bien, en ese inexorable camino de pérdidas, hay algo que permanece: lo que somos en profundidad. El texto lo llama “alma”, pero tal vez ese término esté tan gastado que no evoca para nosotros aquella realidad a la que me refiero. Porque no se trata del “yo particular”, en cualquier forma que se lo conciba, sino de la consciencia o la vida que somos, más allá de esta forma impermanente.

Superada la identificación con el yo y el consiguiente apego a su mundo de deseos, expectativas y sueños, la comprensión nos permite descansar confiadamente, más allá de él, en la verdad de lo que somos, verdad que trasciende todos nuestros pensamientos y nos conduce al silencio de la mente o silencio del yo. Y cuando el yo se ha silenciado, toda nuestra visión se transforma por completo.

¿Dónde se apoya mi confianza?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

(Lc 21, 5-19)

Algunos judíos, sobre todo los sacerdotes, estaban apegados al templo, a su belleza y a sus adornos. Y por estar en el templo creían que estaban cerca de Dios, cuando sus corazones quizás estaban muy lejos de él, no lo amaban, no lo adoraban sinceramente.

Jesús anunciaba que el templo sería destruido, que no quedaría piedra sobre piedra. El mayor orgullo de los habitantes de Jerusalén no iba a ser eterno, sino que su fin estaba cercano. Y a esos que contemplaban admirados el templo, les dice que finalmente todo se termina. No interesa saber cuándo. Lo importante es vivir con esa conciencia para no aferrarse a nada.

Luego Jesús anuncia a sus discípulos que a ellos los espera un desafío particular: la incomprensión, los rechazos, las burlas, los desprecios sociales. Identificarse con Cristo implica también aceptar esa incomprensión. Porque la fe es creer en algo que no responde a la mentalidad del mundo, y por eso a veces el mundo reacciona tratando de eliminar o acallar la voz de los creyentes; a veces persiguiéndolos de las maneras más sutiles, a veces ridiculizando sus convicciones.

Pero Jesús invita a los creyentes a descubrir que esas situaciones de oposición son ocasiones, son verdaderas oportunidades para anunciar la belleza de su fe, para exponer a otros lo que verdaderamente creen. Esa confesión de la propia fe en los momentos particularmente difíciles es ante todo obra de Dios; él sólo necesita un discípulo dispuesto y valiente.

En estas persecuciones, a veces hay que estar preparado para soportar burlas que no vienen de extraños, sino del propio lugar que uno ama, de la propia familia, de los amigos que uno lleva en el corazón. En esas ocasiones hay que tener claro qué es lo que le da el sentido profundo a la propia vida. Manifestarles lo que creemos aunque ellos lo rechacen será una manera de amarlos en serio, sin ocultarles la verdad de nuestro corazón.

Oración:

«Señor, Dios mío, no permitas que me aferré a las cosas del mundo como si tuvieran tu poder y como si de ellas viniera mi salvación. Quisiera que fueras tú el verdadero sentido de lo que hago y que nada ocupara tu lugar. Pero si tu poder no me auxilia yo soy débil frente a las contrariedades de la vida y mi fe parece flaquear. Fortaléceme Señor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

“Mirad que nadie os engañe…”

INTRODUCCIÓN

“La curiosidad humana quisiera una información precisa sobre los plazos y las fechas del futuro. Son muchos los que se acercan a la Biblia buscando una información “científica” sobre los orígenes del mundo y del ser humano. No la encuentran. Pero son muchos también los que abren la Biblia buscando información sobre el fin del mundo y de la historia. No van a encontrarla. El lenguaje revelado no tiene esa finalidad. Nos expone el diálogo entre Dios y el hombre. ¡Nada más! Y ¡Nada menos! Las gentes piden “señales”. Pero las señales que ofrece Jesús no informan de cómo irá el mundo, sino que invitan a leer los acontecimientos de la historia de forma que nos ayuden a descubrir el propósito de Dios. Sólo el amor es la señal de Dios”. (José-Román Flecha)

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Malaquías 3,19-20ª.       2ª lectura: 2Tesalonicenses 3,7-12.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-19)

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.

Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”. Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Palabra del Señor

REFLEXIÓN

1.- ¡Qué pronto se hizo tarde! En tiempo en que se escribe este evangelio todos creen que el fin del mundo está cerca. Cuando se escribe este evangelio ha ocurrido algo trágico para el pueblo de Israel: la caída del Templo de Jerusalén, lugar donde todo judío tenía puesta su seguridad. Tan grave es este acontecimiento que lo interpretan como un aviso, una señal de que el fin del mundo ya estaba cerca. Esta convicción no sólo se hizo presente en el mundo judío, sino que los mismos cristianos estaban convencidos de ello. En la carta a los tesalonicenses que hemos leído en la segunda lectura, San Pablo interviene enérgicamente contra esos cristianos que, ante la llegada del fin del mundo, han dejado de trabajar. “El que no trabaja que no coma”. (2ª lectura). Aquí no se trata del que no tiene trabajo, sino del que no quiere trabajar. Y entonces, ¿en qué emplea su tiempo? “En no hacer nada”. Hay gente que no da golpe y se pasa el día criticando a los demás. A esas personas también hay que decirles: Y tú, además de no hacer nada, ¿qué haces? Uno de los más grandes crímenes de la vida es “matar el tiempo”.

2.- Precisamente el evangelista San Lucas abre una nueva brecha entre los cristianos. El mismo texto del evangelio de hoy nos dice: “no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”. San Lucas escribe dos libros complementarios: El Evangelio y los Hechos de los apóstoles. En el evangelio se nos dice todo lo que Jesús dijo e hizo.  Pero esa preciosa vida no podía quedar enterrada en una tumba. Jesús resucitó y así el Padre dejó bien claro que su Hijo tenía razón. Una vida tan bella, tan sencilla, tan ejemplar, debería prolongarse en este mundo. Por eso, si el Evangelio es el “tiempo de Jesús”, los Hechos de los apóstoles son “el tiempo de la Iglesia”. La vida de Jesús hay que encarnarla en la vida de cada cristiano. No es tiempo de pensar en el “fin del mundo”, ni tampoco es tiempo de “quedarse mirando al cielo” contemplando a Jesús subir entre las nubes. Es tiempo de trabajar, de extender el reino de Dios, de hacer un mundo nuevo, es decir, de hombres y mujeres que “sigan el camino de Jesús”. Este mundo tiene que cambiar; pero no lo van a cambiar ni los sabios, ni los políticos. Lo cambiarán aquellos que tomen en serio el testamento de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mundo cambiará con una revolución: la revolución del corazón, la revolución del amor.

3.- Los tiempos de crisis pueden ser los mejores para la fe. Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto. Durante tres primeros siglos, la Iglesia fue perseguida. A esa época se le denomina la época de los mártires. Y de ella dijo Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. El Papa Francisco insiste en que la época que nos toca vivir está dando a la Iglesia más mártires que nunca. El Padre no abandona a esta Iglesia perseguida. El evangelio de hoy termina con esta promesa: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.  A los cristianos de hoy se nos pide “perseverar”. Un verbo que no está de moda. Esta época nuestra está marcada por el “cansancio”. Hay muchos matrimonios cansados; hay demasiados religiosos y sacerdotes cansados. El Papa del futuro no va a necesitar milagros para hacer santos. Bastará una pregunta: En esta Iglesia nuestra ¿Quién no se ha cansado? ¿Quién ha vivido su vocación con gozo e ilusión hasta el final? ¿Quién no ha perdido el amor primero? Ya esto bastará para hacerlo santo.

Después del Corona-virus, las cosas no pueden seguir igual. Es verdad que ha habido mucho sufrimiento y muchos han desaparecido en una terrible soledad. Pero ha habido mucha ternura, mucha solidaridad, mucha heroicidad, mucha santidad. Todas esas semillas tienen que dar fruto. Es cuestión de esperar y confiar.

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy convencido de que Jesús no metió miedo a nadie y se pasó la vida animando, apoyando, transmitiendo ilusión y esperanza a todos? Entonces, ¿Por qué yo tengo miedo?

2.- ¿He pensado alguna vez en que la tarea del Espíritu Santo es conseguir de cada cristiano o cristiana un nuevo Cristo? Y esto, ¿a qué me compromete?

3.- ¿Me estoy cansando de ser cristiano? ¿Considero mi cristianismo como un peso, una carga heredada, un callejón sin salida? ¿Cómo salir de esta preocupante situación?

Este evangelio, en verso, suena así

Cuando llegue el fin del mundo,
Dios será el «Juez de la historia».
Reserva para sus hijos
una preciosa corona.
Es nuestra vida presente
una barca entre las olas.
Jesús anima a los suyos,
sentado, alegre, en la popa.
Tendrán que «dar testimonio»
con una fe fuerte y sólida.
Los perseguirán a muerte:
reyes, padres, Sinagoga.
Pero no pasarán miedo
ni sufrirán la derrota.
«El Señor lleva en sus alas
la salvación, la victoria».
Hoy, los creyentes, Señor,
lo tenemos «todo en contra».
Pasar de fe y religión,
ser ateo, está de moda.
Insaciables gavilanes
acechan a las palomas,
pero no tenemos miedo.
«Nuestra suerte está en tu copa».
Eres, Señor, nuestro alcázar,
nuestro apoyo, nuestra roca.
Contigo estamos salvados.
«A Ti, todo honor y gloria».

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Encarando la muerte

Lc 21, 5-19

«Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá»

Es evidente que Lucas (y el resto de evangelistas) está describiendo unos hechos que ya han ocurrido: la destrucción del Templo, las persecuciones, los falsos profetas… y los mezclan con expresiones de Jesús para ofrecernos un discurso escatológico de muy difícil interpretación. Pero, dentro su complejidad, hay en él un mensaje en el que queremos incidir: el fin de los tiempos.

A nosotros no nos interesa nada el fin del mundo porque dudamos que estemos aquí para verlo, pero sí nos interesa, y mucho, el fin de nuestro propio tiempo. Sabemos que nuestro destino inmediato es la muerte, y siendo coherentes, debemos aprender a vivir con esa perspectiva, aunque la sintamos como un trance terrible y absurdo por el que todos vamos a pasar.

Tradicionalmente, la mejor defensa ante este hecho ha sido la esperanza de más vida después de la muerte. Nietzsche llamaba ruin y miserable a quien se refugiaba en el más allá para huir de la realidad de la vida, pero el deseo de evadirse es algo propio de la condición humana, y el hombre moderno lo sigue sintiendo como una necesidad acuciante. La diferencia es que, a falta de esperanza, ahora se evade a través de la infinidad de mecanismos que la sociedad de consumo ha puesto a su disposición precisamente con ese fin.

Heidegger, ateo destacado, llama inauténtica a esta manera de vivir, y propone una forma de afrontar la finitud de la vida sin menoscabo de su sentido. En su obra “El ser para la muerte” nos invita a vivir con autenticidad asumiendo como algo natural el hecho de la muerte. «Debemos aceptar que somos finitos, asumir la angustia de caminar hacia la nada, no renunciar a disfrutar de todas las posibilidades que se abren ante nosotros, correr el riesgo de equivocarnos y arrepentirnos, vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir»

Juan Antonio Estrada S.J., desde su posición de creyente, hace unas consideraciones en torno a la forma de encarar nuestra finitud que nos parecen muy interesantes y que queremos compartir. Dice que «es muy saludable actuar sabiendo que esta vida se acaba y que no sabemos cuándo se va a acabar, porque esta actitud nos urge a vivir con más intensidad, a no darnos tanta importancia, a ser menos egoístas y tratar de mejorar nuestra relación con los demás».

Añade que cuando alguien interioriza de verdad que la vida en este mundo es efímera, se da cuenta de que el apego a las cosas es una gran necedad que le hace daño y no le lleva a ninguna parte. Entonces combate sus apegos y comprueba que se pueden vencer, y con ellos, el dolor que le provocan. Y de esta forma gana en compasión, en alegría, en amor, en bondad, en sabiduría… porque su corazón se ha librado del temor que le atenazaba…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Final del curso litúrgico

1.- No olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, que la distribución, los periodos a los que sometemos nuestra vida, se hace con diferentes parámetros. El año cronológico empieza el primero de enero. El uno de enero gregoriano, que no corresponde a la misma jornada del juliano. El escolar se rige por otras normas, el judicial es diferente y el fiscal tampoco es el mismo. Para unos se está acabando el año, para otros estáis en el primer trimestre escolar. La liturgia se centra en la Pascua y en Navidad, todo lo demás son sus secuelas. El próximo domingo celebramos, permitidme que os lo adelante, la fiesta de Cristo Rey y con esta traca final, abandonamos curso.

La imagen plástica del episodio final del mundo obsesiona siempre. Piensan unos que será consecuencia de una catástrofe cósmica, a semejanza de la que ocasionó la desaparición de los dinosaurios. Creen otros que Dios nos puso en este mundo bien hecho y, en todo caso, será el hombre con sus armas nucleares el que lo destruirá. Dicen otros que lo hizo «a prueba de bomba» y no permitirá que se lo destruyan. Afirman los científicos que, de una manera u otra, el fin de la existencia viva, llegará un día como consecuencia del reposo sin desequilibrios, de la materia-energía, la entropía llaman a esto. Vaya por delante que, sin tratarse de una perspectiva egoísta, lo que nos debe importar, es el fin de nuestra propia vida. Y digo que esto no es egoísmo, porque quien quiere y hace el bien, enriquece el mundo, cada día que en él pasa.

2.- Del fin del mundo se habla en el evangelio del presente domingo con motivo de la visión asombrosa que gozaban los discípulos, del Templo de Jerusalén. Del templo aquel «no queda piedra sobre piedra» según el dicho de Jesús, y en sentido metafórico. Quedan muchas «piedras sobre piedra» en sentido real, las que formaban las paredes que sustentaban la enorme explanada en la que se asentaba el Templo. Son unos bloques, algunos de más de diez metros de anchura, por más de un metro de altura. Los he contemplado muchas veces e impresionan. Si tales eran los muros que aguantaban la superficie, lo que en ella se encontraba, debía ser mucho más admirable todavía. Un historiador antiguo, judío y romano, como queráis considerarlo, Flavio Josefo, describe en uno de sus libros la ruina de aquella maravilla y en el arco de Tito, junto al Foro en Roma, se nos presenta en un relieve, la alegría con que las milicias imperiales saquearon aquel portento y se llevaron como botín el candelabro de los siete brazos. Se destruyó aquel edificio y se arruinó la ciudad, llegando incluso a cambiarle el nombre. Este suceso debió ser impresionante. A Jesús, empero, no le interesan demasiado las piedras y aprovecha la ocasión para hablar del futuro de las personas, de las que le escuchaban en aquel momento y de las que leemos hoy el fragmento.

No afirma que la vida será un camino fácil. No promete una existencia histórica dichosa. Habla de dificultades y persecuciones, pero no lo hace para meter miedo, sino para que estemos prevenidos y entrenados. Ser cristiano es el deporte más apasionante que uno pueda imaginar. Exige sacrificios, vencer dificultades mientras se practica pero nos asegura que Él, el Maestro y Señor, estará a nuestro lado para darnos aliento. Si se dice del público que contempla a su equipo de fútbol, que es el doceavo jugador y el más efectivo, ¿cuanto más favorable será la ayuda de Jesús a nuestro lado, en el momento de la prueba? nos dice hoy Jesús, que no fallará en aquel momento.

4.- Os estoy escribiendo, mis queridos jóvenes lectores, al volver de una misa que hemos celebrado para agradecer a Dios el don de 24 mártires de nuestra diócesis, que hace pocos días han proclamado beatos. Os explico de paso, por si no entendíais, que eso de beatificaciones, en el terreno cristiano, es algo semejante a la homologación de vehículos, cascos, chalecos etc. en otros terrenos. No cambia para nada la calidad de lo que hicieron, solo la certifica. Añado ahora que, cuando acababa de escribir la frase anterior, me han comunicado la muerte de un buen hombre, él, después de pasar años trabajando y estudiando una carrera, en el momento en que podía estrenar con sus planos el título conseguido, se le ha manifestado una enfermedad hereditaria, que rápidamente le ha conducido a la muerte. ¿Por qué ellos, los mártires, fueron capaces de resistir y no abdicar de su Fe cristiana? ¿De donde sacó mi amigo la fuerza para aceptar la enfermedad en el momento aparentemente, más inoportuno de su vida? Ellos y él confesaban sus pecados y comulgaban con frecuencia, os digo yo. Buscaban en su vida la compañía de Jesús y, en el momento de la prueba, este Amigo, se puso entonces, y se ha puesto hoy, al lado de ellos y les ha dado coraje y paz.

Tal vez tengáis en algún momento, la sensación de que el cristianismo va de capa caída. Tal vez el miedo os aprisione y estéis a punto de perder la Esperanza. No temáis. Una planta que florece es señal de que tiene vida y de que dará semilla. Una Iglesia que posee mártires, goza de buena salud espiritual. Alguno de estos, hace pocos días reconocidos, nació muy cerca de donde os estoy escribiendo, otros, pasaron por las mismas calles que yo paso. Si a ellos les ayudó el Señor, a nosotros también nos ayudará. Su martirio es señal de que estamos rodeados de campeones. Podemos seguir sus pasos, sea ante un pelotón de ejecución o de gozar de valentía y paz, ante una enfermedad adversa, como la que ha sufrido mi amigo.

5.- Empezaba diciéndoos que se acaba el curso litúrgico. Os decía también, que no temierais el fin del mundo. Os recuerdo ahora que, cada noche al irnos a dormir, es el fin de una jornada. Desearía que reflexionarais y os propusierais morir cada día en paz y que vuestra despedida del día, fuera siempre una oración.

Pedrojosé Ynaraja

Ocasión para dar testimonio

Desde que comenzó el siglo XXI, parece que no levantamos cabeza y las cosas van de mal en peor. Aparte de los males que ya aquejaban a nuestro mundo, ocurrieron los ataques terroristas en Estados Unidos y Madrid, la guerra de Irak, la crisis económica que se inició en 2008, la pandemia del coronavirus, la guerra en Ucrania, el cambio climático y sus múltiples repercusiones, la crisis energética, el aumento de las migraciones y refugiados… En esta situación, va creciendo el número de quienes están convencidos de que el colapso final está cerca y es inevitable.

En el Evangelio de hoy, Jesús tampoco nos ha presentado un panorama muy alentador: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Os echarán mano, os perseguirán… hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros… Jesús está utilizando el género literario apocalíptico, con imágenes y expresiones propias de ese género y que no hay que tomar al pie de la letra, pero como no podemos evitar ver reflejados muchos acontecimientos actuales, muchos visionarios utilizan estas palabras de Jesús para afirmar que “llega el fin del mundo”. Pero por eso mismo ha dicho Jesús: Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. No tengáis pánico.

Por el contrario, Jesús nos llama a afrontar estos hechos, esta situación, con y desde la fe: Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. La postura cristiana ante la realidad no es el miedo ni el fatalismo. Las circunstancias actuales, aunque son muy duras, nos ofrecen una ocasión oportuna para dar testimonio de fe. La fe en Cristo Resucitado es Evangelio, es la Buena Noticia. Y, como discípulos y apóstoles, somos llamados y enviados a dar testimonio de Cristo Resucitado a quienes, inmersos en tantas malas noticias, tanta desesperanza y tanta incertidumbre, necesitan escuchar el anuncio de la Buena Noticia. Sobre todo, a los pobres.

Por eso, un año más, el Papa Francisco nos propone celebrar la Jornada Mundial de los Pobres, con el lema: “Jesucristo se hizo pobre por vosotros”. Ante los sucesos que están ocurriendo, y que nos recuerdan la fragilidad de lo que ahora conocemos, y que puede desaparecer en cualquier momento por cualquier circunstancia, “la Jornada Mundial de los Pobres se presenta como una sana provocación para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente, y a tener la mirada fija en Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza»” (2Cor 8, 9).

Es verdad que la situación de crisis generalizada hace que a las personas “les resulta cada vez más difícil dar continuidad a la ayuda, y las familias y las comunidades empiezan a sentir el peso de una situación que va más allá de la emergencia”. No se ve una mejora ni a corto, ni siquiera a medio plazo.

Pero el testimonio de fe lo daremos si compartimos “lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra”. Porque “frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe”.

Si queremos responder al Señor, que nos llama a dar testimonio de fe, “éste es el momento de no ceder y de renovar la motivación inicial”. Y “la generosidad hacia los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios que quiso hacerse pobre Él mismo”. La referencia a Jesús es lo que marca la diferencia: “no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano”.

¿Qué sentimientos despiertan en mí las circunstancias actuales? ¿Me dejo llevar por visionarios, pienso que “está llegando el fin del mundo”? ¿La fe me ayuda a afrontar la dureza de la realidad? ¿Me siento llamado a dar testimonio con obras y palabras? ¿Cómo atiendo a los pobres?

“La experiencia de debilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años, y ahora la tragedia de una guerra con repercusiones globales, nos debe enseñar algo decisivo: no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz.

La palabra de Jesús es clara. Si queremos que la vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la injusticia, el camino es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza”.

Comentario al evangelio – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

ESPERANDO EL ÚLTIMO DÍA


       

         Nos encontramos en el penúltimo domingo del año litúrgico, y los textos bíblicos nos hablan del “final de la historia”, del final de los tiempos, de juicio, de cosecha, de fuegos y hornos, de separar, de castigo y premio… 
       En tiempos no muy lejanos estos temas estaban muy presentes en las predicaciones, y se utilizaban relatos como los de hoy para amenazar, meter miedo y lanzar condenas contra esto y lo de más allá. Tal vez hoy nos hemos ido al otro extremo, y este tema se silencia, se evita. Entre las creencias de muchos cristianos han dejado de estar presentes palabras como Juicio Final, condena, salvación, infierno y hasta la resurrección de los muertos, que en algunos casos ha sido substituida por cosas tan exóticas y ajenas a nuestra fe como la reencarnación, la transmigración de las almas, la liberación del espíritu/karma o la “fusión con la energía natural”…  Y no faltan algunos grupos -sectas-, abordando a la gente, por lo general poco formada en cuestiones bíblicas y de fe, con “el fin del mundo”, que está ahí, a la vuelta de la esquina del año «X», y ven por todas partes signos de ese final amenazador y terrible…

Las lecturas de este domingo nos ofrecen algunas claves para situar este tema en su justo lugar.

            •  En primer lugar la del profeta Malaquías. Los israelitas de su tiempo se cuestionaban qué sentido tenían sus buenas acciones, de qué valía cumplir los mandamientos de Dios… cuando se daban cuenta de que a los malvados les iba muy bien en este mundo, y a los justos, a los buenos les rodeaban los sufrimientos y las dificultades,  y con frecuencia el fracaso más absoluto. Pregunta que es lógico formularse también hoy, pues el mal está muy presente en nuestro mundo, a pesar del esfuerzo a menudo inútil de «los buenos». 

      El profeta empieza asegurando que Dios es fiel y nunca abandona al que le teme y sirve… y anuncia que habrá un día, el Día de Yahveh, el día del Juicio, para colocar a cada uno en su sitio, de hacer el balance de la vida de cada cual, y hacer justicia a quienes han sido objeto de injusticias… Afirmar que Dios hará justicia no implica rechazar la afirmación de que “Dios es bueno”, que perdona siempre, y que quiere salvar a todos… Porque no podemos olvidar que el hombre ha sido creado con libertad, y en ella queda incluida la posibilidad de la autodestrucción, de la opción por el mal, de la traición a los hermanos, etc… ante lo cual a Dios no le queda otro remedio que asumirlo y sufrir sus consecuencias, porque al crearnos decidió respetar absolutamente nuestra libertad y responsabilidad personal.  
     En un mundo agrícola como el de aquel tiempo, fue lógico echar mano de imágenes del campo para explicar este hecho: la recolección, donde se aparta el grano de la paja, para quemar ésta y guardar aquélla. Tal vez hoy se habría hablado de arrojar a los contenedores para ser “reciclados”… La imagen es sólo una imagen, un símbolo.
         Pero anuncio del Juicio no se vivía con temor por parte del pueblo fiel: no era una amenaza para ellos, sino un acontecimiento que les llenaba de esperanza y de fuerza para su vivir de aquí. Ellos serían rodeados de luz, les envolvería la paz, disfrutarían del Banquete del Reino, verían a Dios cara a cara, etc: «a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra» (primera lectura).

            •  En tiempos de Jesús muchos daban por hecho que la llegada de ese Día anunciado por los profetas era inminente, y estaban a la espera de una intervención espectacular de Dios, que algunos aprovechaban para sus predicaciones amenazadoras y sus intereses personales (económicos y de todo tipo: como también hoy). Y Jesús aclara unas cuantas cosas que nos valen para todos los tiempos:

– Que vendrán muchos “en nombre de Dios”, o dándoselas de tener las «claves mágicas y secretas» de lo que los demás -normalmente ellos ya están a salvo- tenemos que hacer ante la difícil situación y la catástrofe que se avecina. Pueden ser economistas, organismo internacionales, políticos, incluso líderes religiosos… Pues no les deis ciegamente vuestro consentimiento, no os conforméis con la realidad, no agachéis la cabeza pensando que no hay nada que hacer, o que sólo cabe hacer lo que nos digan ellos…
– Cuando veáis (y las vemos hoy) guerras y revoluciones, terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo… Cuando veáis que los mercados se tambalean, que el paro se dispara, que el número de personas en riesgo de exclusión crece, que faltan recursos naturales y económicos… ¡no tengáis pánico! Eso son cosas propias de nuestro mundo. Todos los sistemas e instituciones, y todas las seguridades, y todos los mecanismos económicos… son pasajeros, se terminan tarde o temprano, a veces con gran estrépito. La historia está plagada de ejemplos. Pero entonces: «Será la ocasión de que deis testimonio«…
– Y reorientando la preocupación de sus oyente en otra dirección, les avisa: A vosotros, a mis discípulos, a los que os toméis en serio mi mensaje, «os echarán mano, os perseguirán, os entregarán a los tribunales y a la cárcel y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por ser de los míos». Y os traicionarán incluso vuestros propios familiares, y matarán a algunos de vosotros, y os odiarán por mi nombre…

            Esto último sí que nos tiene que preocupar, pues nos afecta directamente. Es señal de que estamos en el buen camino. Jesús no puso paños calientes a su mensaje, ni disimuló su radicalidad. Y por eso afirma: ser de los míos os tiene que suponer dificultades. Y en esos casos nos toca ser testigos, demostrar en dónde tenemos puesta nuestra confianza, por qué valores y estilo de vida hemos optado… Jesús, con su anuncio del Evangelio fue dando claves para poder alumbrar un nuevo mundo:

– Hacer que las personas sean más importantes que las cosas
– Cuidar de la naturaleza como un don de Dios, contando con las próximas generaciones, y no sólo con nuestras necesidades egoístas. No seamos depredadores ni destructores de la misma.
– Aprender a vivir con menos… para que al menos podamos (todos) vivir. ¡Cuánto derroche de recursos!
– Que no falte la solidaridad entre todos los hombres, no sólo con los cercanos o los nuestros
– Poner las bases de la justicia, la verdad y la paz en las relaciones personales y sociales
– No «divinizar» ni absolutizar nada ni a nadie y exigir siempre responsabilidades a nuestros líderes políticos, económicos y religiosos
– No dejarnos vencer por la desesperanza y el catastrofismo. Y ser «perseverantes» y testigos en lo importante, en lo necesario, en lo innegociable
– Buscar lo que nos acerca, lo que nos hermana, lo que nos une y no lo que nos enfrenta

            •  Y aquí llega San Pablo con la segunda lectura : “Me he enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo”. Es decir: cuando vemos a nuestro lado hambres y guerras, gente que vive sola, niños sin familias, jóvenes atrapados por las drogas, manipulaciones, bulos y vulgaridad, cuando percibimos que tantos hombres hoy no conocen ni experimentan a Dios, cuando el consumo/individualismo/comodidad se han convertido en los nuevos ejes de nuestras sociedades occidentales, cuando falta poner tanto corazón y comprensión a nuestro lado, ¿tú qué haces? ¿Te has visto ya en dificultades por ser de los de Jesús? ¿Te has tomado en serio las Bienaventuranzas y el resto del Evangelio? ¿Te has encontrado problemas con los de tu propia familia por ir contracorriente? ¿Se te han presentado dificultades en tu trabajo por hacer las cosas “como Dios manda”? ¿O tal vez eres de los que andan “muy ocupados” en no hacer nada? ¿Nada? Nada que merezca la pena, nada que cuente en el Banco Interplanetario Celestial donde estamos llamados a tener «un tesoro» en palabras del mismo Jesús? Así salvaremos nuestras almas/vidas.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Meditación – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 21, 5-19):

En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».

Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Hoy, los síntomas del desencanto son variados, pero quizás el más claro sea el de los “encantamientos a medida”: el encantamiento de la técnica que promete siempre cosas mejores, el encantamiento de una economía que ofrece posibilidades casi ilimitadas en todos los aspectos de la vida que logran estar incluidos en el sistema, el encantamiento de las propuestas religiosas menores, a medida de cada necesidad.

El desencanto tiene una dimensión escatológica. Ataca indirectamente, poniendo entre paréntesis toda actitud definitiva y, en su lugar, propone esos pequeños encantamientos que hace de “islas” o de “tregua” frente a la falta de esperanza ante la marcha del mundo en general. 

—De ahí que la única actitud humana para romper encantamientos y desencantos es situarnos ante las cosas últimas y preguntarnos: en esperanza, ¿vamos de bien en mejor subiendo o de mal en peor bajando? Y surge entonces la duda: ¿podemos responder? ¿Tenemos, como cristianos, la palabra y los gestos que marquen el rumbo de la esperanza para nuestro mundo?

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

XXXIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Misa del Domingo (verde)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria, Credo. Prefacio dominical.

Leccionario: Vol. I (C)

  • Is 66, 18-21. De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos.
  • Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
  • Heb 12, 5-7. 11-13. El Señor reprende a los que ama.
  • Lc 13, 22-30. Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Antífona de entrada          Cf. Jer 29, 11-12.14
Dice el Señor: «Tengo designios de paz y no de aflicción, me invocaréis y yo os escucharé; os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé».

Monición de entrada
Nos estamos acercando al final del año cristiano; en la eucaristía de este domingo el Señor Jesús nos llama a estar preparados para el final de la historia y el encuentro definitivo con él. No nos infunde miedo sino valentía ante lo que vendrá, pues él mismo será nuestro socorro. Hasta ese momento nos fortalecemos y preparamos con el alimento del pan de su Palabra y de la eucaristía.

Acto penitencial
Dispongámonos pues, a vivir con alegría este encuentro, y en silencio, pidámosle a Dios que perdone nuestros pecados y renueve nuestros corazones con su gracia, para poder celebrar dignamente esta Eucaristía.

  • Tú tienes palabras de vida eterna. Señor, ten piedad.
  • Tú, nuestro único Señor. Cristo, ten piedad.
  • Tú, que permaneces para siempre. Señor, ten piedad.

Gloria

Oración colecta
CONCÉDENOS, Señor, Dios nuestro,
alegrarnos siempre en tu servicio,
porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes,
consiste la felicidad completa y verdadera.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Credo
Como miembros que somos de la Iglesia peregrina, confesemos ahora nuestra fe.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios.

1.- Por la Iglesia, para que sea en medio del mundo como una luz anuncia al que ha de renovar todas las cosas. Roguemos al Señor.
2.- Por todos los que trabajan por la construcción de un mundo más humano, más justo, según el proyecto de Dios, para que no se desalienten y perseveren en su empeño. Roguemos al Señor.
3.- Por los jóvenes, dueños del futuro inmediato, para que encuentren orientación, guía y apoyo en la proyección de sus ideales nobles y no vean defraudadas sus esperanzas. Roguemos al Señor.
4.- Por los pobres, los que están en desempleo, los enfermos, los que carecen de cultura y formación, los que viven solos, los que no tienen alimentos o agua potable, los que no tienen un hogar digno, los que
han tenido que migrar, para que encuentren en nosotros comprensión, consuelo y ayuda. Roguemos al Señor.
5.- Por nosotros, aquí reunidos, para que, conviviendo y desviviéndonos, afrontemos la vida con optimismo cristiano. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, que pone su confianza en tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
CONCÉDENOS, Señor,
que estos dones, ofrecidos
ante la mirada de tu majestad,
nos consigan la gracia de servirte
y nos obtengan el fruto de una eternidad dichosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 72, 28
Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor Dios mi refugio.

     O bien:          Cf. Mc 11, 23. 24
En verdad os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis, dice el Señor.

Oración después de la comunión
SEÑOR, después de recibir el don sagrado del sacramento,
te pedimos humildemente
que nos haga crecer en el amor
lo que tu Hijo nos mandó realizar
en memoria suya.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Bendición solemne
El Dios de la paz,
que resucitó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas,
nuestro Señor Jesús,
os haga perfectos en todo bien,
en virtud de la sangre de la alianza eterna,
para que cumpláis su voluntad,
realizando en vosotros lo que es de su agrado.
R./ Amén.