Comentario – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

(Lc 21, 5-19)

Algunos judíos, sobre todo los sacerdotes, estaban apegados al templo, a su belleza y a sus adornos. Y por estar en el templo creían que estaban cerca de Dios, cuando sus corazones quizás estaban muy lejos de él, no lo amaban, no lo adoraban sinceramente.

Jesús anunciaba que el templo sería destruido, que no quedaría piedra sobre piedra. El mayor orgullo de los habitantes de Jerusalén no iba a ser eterno, sino que su fin estaba cercano. Y a esos que contemplaban admirados el templo, les dice que finalmente todo se termina. No interesa saber cuándo. Lo importante es vivir con esa conciencia para no aferrarse a nada.

Luego Jesús anuncia a sus discípulos que a ellos los espera un desafío particular: la incomprensión, los rechazos, las burlas, los desprecios sociales. Identificarse con Cristo implica también aceptar esa incomprensión. Porque la fe es creer en algo que no responde a la mentalidad del mundo, y por eso a veces el mundo reacciona tratando de eliminar o acallar la voz de los creyentes; a veces persiguiéndolos de las maneras más sutiles, a veces ridiculizando sus convicciones.

Pero Jesús invita a los creyentes a descubrir que esas situaciones de oposición son ocasiones, son verdaderas oportunidades para anunciar la belleza de su fe, para exponer a otros lo que verdaderamente creen. Esa confesión de la propia fe en los momentos particularmente difíciles es ante todo obra de Dios; él sólo necesita un discípulo dispuesto y valiente.

En estas persecuciones, a veces hay que estar preparado para soportar burlas que no vienen de extraños, sino del propio lugar que uno ama, de la propia familia, de los amigos que uno lleva en el corazón. En esas ocasiones hay que tener claro qué es lo que le da el sentido profundo a la propia vida. Manifestarles lo que creemos aunque ellos lo rechacen será una manera de amarlos en serio, sin ocultarles la verdad de nuestro corazón.

Oración:

«Señor, Dios mío, no permitas que me aferré a las cosas del mundo como si tuvieran tu poder y como si de ellas viniera mi salvación. Quisiera que fueras tú el verdadero sentido de lo que hago y que nada ocupara tu lugar. Pero si tu poder no me auxilia yo soy débil frente a las contrariedades de la vida y mi fe parece flaquear. Fortaléceme Señor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día