Lectio Divina – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella

1.-Oración introductoria.

Señor, hay escenas en el evangelio tan emotivas, tan escalofriantes, que sólo los que tengan un corazón de piedra como aquellos paisanos tuyos de Jerusalén, pueden rechazar o quedar indiferentes. Normalmente, a los hombres nos cuesta llorar. Parece que es un signo de debilidad, propio de las mujeres. Pero Tú, el hombre cabal, el hombre perfecto, el hombre por antonomasia, has gustado el amargo sabor de las lágrimas. Así te has hecho más hermano. Gracias, Señor, por tus lágrimas.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.

3.- Qué nos dice el texto

Meditación-reflexión

Me impresionan y me emocionan estas palabras del Evangelio: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella”. Sus lágrimas son expresión de “impotencia”. Dios respeta tanto nuestra libertad que prefiere ser rechazado antes de verse obligado a realizar algo en contra de la voluntad de su pueblo. Jesús habla, dialoga, sugiere, ofrece la salvación…pero jamás tira la puerta de nuestra libertad. “Estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3,20). Llama y espera. Si se le abre, entra; si se le cierra la puerta, se va; pero con los ojos arrasados en lágrimas.  Si no le importara su pueblo, si no tuviera cariño por su pueblo, se marcharía tranquilo después de haber hecho todo lo que podía hacer. Pero Jesús ama a su pueblo, a su ciudad: “Jerusalén, Jerusalén…cuantas veces te he querido reunir como la gallina a sus polluelos, y no has querido” (Mt. 23,37). Las lágrimas de Jesús son expresión de ternura, de amor incomprendido y rechazado. Las lágrimas de Jesús nos hablan de un Dios cercano, que tiene entrañas de misericordia, que se alegra con nosotros cuando nosotros reímos y sufre con nosotros cuando nosotros lloramos.  ¡Qué finura de amor!

Palabra del Papa

“También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra  a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.

Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin» (S.S. Francisco, 11 de agosto de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito. Un rato de silencio para dar gracias a Dios porque Jesús, a través de sus lágrimas,  nos ha revelado el amor entrañable de Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración. Señor, he entrado en la oración con mi corazón emocionado y salgo de ella con mi corazón enternecido. Tus lágrimas sobre la ciudad de Jerusalén me hablan de las veces que Tú has llorado por mí cuando me he empeñado en cerrar la puerta de mi corazón a tus llamadas. He sido duro, terco, insensible a tus dulces palabras, a tu suave invitación, a tanto derroche de cariño que has tenido conmigo. Gracias, Señor, por tanto amor. Te prometo desde hoy abrirte de par en par la puerta de mi corazón. Entra, Señor, a cenar conmigo. ¡Te necesito! Y, por favor, quédate siempre a mi lado.

Comentario – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

Lc 19, 41-44

Jesús se acercaba a Jerusalén, y al verla…

El viaje hacia Jerusalén se está acabando.

Desde Jericó Jesús ha hecho ya los veinte Kilómetros de cuesta. Llegado a Betania, El mismo organizó el modesto triunfo de los ramos (Lucas, 19, 29-40).

En el marco mismo de ese acontecimiento se sitúa la escena relatada por Lucas, Marcos y Mateo.
Desde las alturas de Betania, se domina el espléndido paisaje de Jerusalén.

La magnífica ciudad está allí extendida a nuestros pies… las casas apiñadas unas contra otras sobre el rocoso espolón que limitan el valle de Cedrón y la Geena… las sólidas murallas que protegen la ciudad, dicha «inexpugnable»… El Templo del Dios viviente, en el centro de Jerusalén, resplandeciente con sus columnas de mármol, y el techo de oro fino.

Era en ese lugar de su camino donde los peregrinos llenos de entusiasmo entonaban el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén: Jerusalén, ciudad bien construida, maravilla de unidad… Haya «paz»

en tus muros y en tus palacios, días espléndidos. Por amor de mis hermanos y amigos, diré: «¡La paz contigo!». Por amor de la casa del Señor, nuestro Dios, yo os auguro la felicidad». Esto es lo que Jesús oye cantar a su alrededor.

Jesús lloró…

Le contemplo. Contemplo las lágrimas en su rostro y su apretar los labios para retenerlas, sin lograrlo.
Esas lágrimas manifiestan la impotencia de Jesús.

Trató de «convertir» Jerusalén, pero esa ciudad, en conjunto, le resistió, y lo rechaza: dentro de unos días Jesús será juzgado, condenado, y ejecutado…

¡Si también tú, en ese día, comprendieras lo que te traería la «paz»!

Era el deseo del Salmo. Era el nombre mismo de Jerusalén: «Ciudad de la Paz».

Jesús sabe que el aporta la expansión, la alegría, la paz a los hombres.

Pero se toma en serio la libertad del hombre y respeta sus opciones: más que manifestar su Poder, llora y se contenta con gemir… «Si comprendieras…»

Pero, por desgracia, tus ojos no lo ven.

La incredulidad de Jerusalén, es símbolo de todas las otras incredulidades…

La incredulidad de aquel tiempo, símbolo de la incredulidad de todos los tiempos…

Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo.

Jerusalén crucificará, dentro de unos días, a aquél que le aportaba la paz.

No reconociste el tiempo de la visita de Dios

¡Admirable fórmula de ternura!

Era el tiempo de la «cita» de amor entre Dios y la humanidad. Esa visita única, memorable, se desarrollaba en esa ciudad única en toda la superficie de la tierra.

«Y Jerusalén, ¡tú no compareciste a la cita!»

Pero ¿estoy yo, a punto HOY para las «visitas» de Dios? De cuántas de ellas estoy ausente también por distracción, por culpa, por ceguera espiritual!… por estar muy ocupado en muchas otras cosas.

Días vendrán sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra.

Cuando Lucas escribía eso, ya había sucedido: en el 70, los ejércitos de Tito habían arrasado prácticamente la ciudad.. . esa hermosa ciudad que Jesús contemplaba aquel día con los ojos llenos de lágrimas…

Noel Quesson
Evangelios 1

Reino de amor y de paz

1.- «En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: hueso y carne tuya somos…» (2 S 5, 1) A la muerte del rey Saúl la guerra se enciende en los campos de las tribus de Jacob. Unos se inclinan por David, otros por Isbaal, el hijo de Saúl. Pero la suerte estaba echada desde hacía tiempo. Dios había ungido a David por medio de Samuel. Entonces era un chiquillo, pero ahora es un guerrero con experiencia, un hombre curtido por la lucha, prudente y temeroso de Yahvé. Después de algunas escaramuzas, triunfa la causa de David. Y todas las tribus vinieron a Hebrón para proclamar al nuevo rey del pueblo escogido. Aclamación unánime y entrega sin condiciones.

Aquel rey valiente y sensible como un poeta será el prototipo del gran Rey que vendría al fin de los tiempos, Cristo Señor nuestro. Ante él todas las tribus de la tierra, todas las naciones, todos los pueblos inclinarán un día la cabeza en acatamiento total. Y nosotros, los que creemos en él, ya desde ahora lo proclamamos Rey de nuestros amores, Rey de nuestro pueblo.

2.- «Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel; tú serás el jefe de Israel» (2 S 5, 2) Muchas veces en la Biblia se habla del pueblo como un rebaño: Hoy quizá esa comparación nos resulte inadecuada, pero en aquel tiempo no lo era. Ellos también eran pastores y sabían de amores por el rebaño. Por eso muchas veces Dios se ha llamado a sí mismo pastor de su pueblo, el que lo lleva a verdes praderas, el que lo conduce a través del desierto, el que lo defiende de los ataques enemigos, el que cura a la oveja herida, el que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida.

Cristo encarnará de forma viva esa figura del Rey pastor. Y cuando contempla a su pueblo siente una profunda pena por él, porque es un rebaño cansino y descarriado, sin pastor. Nos dice también que dejará a las noventa y nueve del rebaño, para buscar la que se perdió. Y se llenará de alegría cuando la encuentre… Este es nuestro Rey, este nuestro Pastor. Hoy nos mira con amor, y al sentirnos mirados por él volvemos nuestros ojos hacia los suyos y prometemos ser dóciles a su llamada.

2.- «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor…» (Sal 121, 1) Es este uno de los salmos graduales que el pueblo de Israel cantaba mientras subía las gradas hacia la altiplanicie el monte Sión, en donde se levantaba majestuoso el templo de Jerusalén. Por ello es un canto de gozo profundo, un bello himno que expresa la alegría espiritual que los israelitas, venidos de los más remotos lugares, sentían en sus corazones al aproximarse al lugar sagrado por excelencia.

Los profetas vaticinaron que muchos en Israel rechazarían el dominio de Dios sobre su pueblo. Hablaron, sin embargo, de un Resto de Israel que permanecería fiel. Aquellas profecías se cumplen en tiempos de Jesús, cuando sólo una pequeña parte de judíos le acepta y creen en él. “Pusillus grex”, pequeño rebaño, les llama el Señor. Tras la muerte y resurrección aquellos ciento veinte que formaban la primitiva iglesia que, sin dejar de ser el Pueblo de Dios, abre sus puertas a todos los que reconocieron a Jesús como el Mesías, en especial a los judíos que como raza siguen siendo elegidos de Dios.

Así el Nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia de Cristo, formada no sólo por los judíos sino por todos los creyentes en Jesucristo. Como continuación de aquel pueblo elegido, recoge con sagrado respeto los cantos del antiguo pueblo y los entona hoy con renovado entusiasmo, con encendida esperanza. En efecto, también hoy resuenan estas palabra en los amplios o reducidos templos de toda la cristiandad, despertando en los creyentes antiguas resonancias, ecos multiseculares que iluminan otra vez la mirada de quienes se acercan, entre temerosos y alegres, hasta el misterio divino que se encierra en el Templo nuevo, hasta la sublime intimidad con este Jesús, Señor nuestro, que se hace Pan para que podamos comerlo y entrar así en la más entrañable comunión con él.

«Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén…» (Sal 121, 2) Para aquellos judíos perdidos en la diáspora, diseminados en los lugares más recónditos del orbe, alejados de la patria, la vuelta a la Ciudad Santa, el pisar los atrios del templo les producía una honda emoción e inmenso gozo interior. Sus anhelos quedaban así cumplidos.

Esa ciudad, gloriosa por sus tradiciones y su historia, ha pasado a ser símbolo y figura de la Ciudad celestial. Así lo vemos en el Apocalipsis, donde san Juan nos describe las maravillosas visiones que tuvo en la isla de Patmos. Y vi la Ciudad Santa -nos dice-, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo… Su brillo era semejante al del jaspe pulimentado. Los materiales de sus muros son el oro puro y transparente, el zafiro, la calcedonia, la esmeralda, la sardónica, el crisolito, el topacio, la crisoprasa, el jacinto, la amatista, la cornalina.

Palabras e imágenes con las que intenta el Señor hacernos comprender la grandeza y maravilla sin nombre de la Ciudad Eterna. Con ello el autor inspirado quiere despertar y acrecentar nuestra esperanza, avivar el anhelo de llegar un día a poseer y gozar tanta belleza y bienestar.

3.- «Hermanos: demos gracias a Dios Padre…» (Col 1,12) Nosotros también tenemos muchos motivos para dar gracias a nuestro Padre del cielo. También a nosotros nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. También a nosotros nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos adquirido la redención, el perdón de nuestros pecados.

Somos por naturaleza hijos de las tinieblas y Dios nos ha transformado en hijos de la luz. Nuestro reino, desde que fuimos concebidos en el seno materno, es el reino del pecado. Nacemos ya marcados con el pecado original, destinados a la muerte. Pero si el pecado de Adán nos trajo la condena, la entrega de Cristo nos ha traído la redención y la salvación. Nos ha liberado, nos ha comprado a un alto precio, afirma san Pedro, el de su propia sangre derramada en la cruz. Por su pasión y muerte, Cristo nos hace partícipes de su Reino eterno, nos traslada de los valles de las sombras a las regiones de la luz. En efecto, desde el día de nuestro bautismo entramos a gozar de la condición de súbditos de este gran Rey nuestro.

«Él es imagen de Dios invisible…» (Col 1, 15) Para retratar a este gran Rey son insuficientes las palabras. Por mucho que digamos, siempre nos quedaremos cortos. De todos modos, escuchemos con atención las palabras de Pablo, llevemos hasta lo más íntimo de nuestro corazón su mensaje, esperemos y pidamos luz al Espíritu Santo para intuir, un poco al menos, la grandeza sin nombre de Cristo Rey, para adorarle rendidos de amor. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: las celestiales y las terrestres, las visibles y las invisibles. Tronos, dominaciones, principados, potestades, todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: la Iglesia.

El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero de todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo a todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz… Rey del universo, clavado por los clavos del amor, ante tu misteriosa grandeza sólo nos queda callar, rezar, esperar, amar.

4.- «Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: Este es el Rey de los judíos» (Lc 23, 38) La crueldad del hombre llega en ocasiones a límites inauditos. Cuando Jesús agonizaba en la cruz, los que estaban alrededor mostraron sentimientos más de fieras que de hombres. No se contentaron con vencerlo y clavarlo vivo en una cruz como un vulgar malhechor, a él que es la misma inocencia, que sólo bien hizo a los que se cruzaron en su camino, a él que habló sobre todo de amor y de comprensión, de generosidad y de servicio. No tenían bastante, por lo visto, con tenerlo allí colgado, desangrándose poco a poco.

Se plantan delante de él y le insultan, le escarnecen, le recuerdan su antiguo poder de taumaturgo, sus palabras de Maestro único. No sólo eran los soldados, acostumbrados quizá a aquellos dramáticos trances. También se reían con sarcasmo los sacerdotes, al frente de la multitud que corea y ríe sus ocurrencias. Cómo dolería a Jesús todo aquello, cómo le recordaría los momentos en los que se compadeció hasta la ternura de la muchedumbre, de sus necesidades. Sí, le dolería y lastimaría la ingratitud del pueblo, que tanto recibió de su bondad y de su poder.

Sin embargo, en el palo vertical de la cruz se podía leer con claridad la causa de la condena: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Todos aquellos que deambulaban por Jerusalén y sus alrededores pudieron enterarse de lo ocurrido. Todos pudieron contemplar el patíbulo, colocado precisamente en un promontorio cercano a la ciudad. Los de habla aramea, así como los peregrinos llegados de los más remotos lugares para celebrar la Pascua, todos pudieron leer aquel «titlon», aquella especie de pancarta en donde se expresaba con brevedad la causa de la condena. En ella se proclamaba en arameo, griego y latín el delito de Jesús de Nazaret.

A los gerifaltes de Israel les molestó que Pilato lo escribiera en esos términos. Debería haber puesto que se hacía pasar por Rey de Israel, y no que era el Rey de Israel. Pero el Pretor, que tanto había cedido, no quiso ceder más y allí quedó para siempre la proclama de la verdadera condición del hijo de José, el carpintero de Nazaret. Sí, él era el Rey de Israel, es decir, el Mesías profetizado desde antiguo, el Redentor del mundo, el Salvador, el Hijo de Dios.

Los Apóstoles habían huido. Sólo estaba cerca Juan. También estaba la Virgen y las otras mujeres. Pero todos ellos callan y lloran. Es indudable que con su presencia reconocían y aceptaban la grandeza del Señor, aun en medio de su presente derrota y tremenda humillación. Sin embargo, no se atreven a decir nada. Quizás miraban con devoción y amor al Amigo, al Hijo, al Maestro, a Dios que se ahoga en su propia sangre…

Pero de improviso resuena una voz discordante. Alguien se pone abiertamente de parte de aquel ajusticiado. Es uno de los crucificados junto a Jesús. Primero recrimina al otro ladrón que también está en el suplicio, luego se vuelve al Nazareno y lo reconoce como Rey, suplicándole que se acuerde de él cuando esté en su Reino. La voz del Señor no tarda en oírse: «Esta misma tarde estarás conmigo en al Paraíso»… Comenzaba su reinado de perdón y de misericordia.

Antonio García Moreno

Afirmación de fe, hoy y cuando vengas

Creemos en Jesús,
presente en la alegría y esperanza del pueblo
marcado por una historia de sufrimiento y pobreza.

Creemos en Jesús,
presente en las personas que atraviesan
situaciones críticas
a causas de las decisiones de otras personas.

Creemos en Jesús,
presente en los refugiados que huyen y no son acogidos
porque los sentimos como un estorbo y nos dan miedo.

Creemos en Jesús,
presente en el pobre que sufre,
en el triste y sin futuro,
en el perseguido y encarcelado,
en los emigrantes y exiliados,
en los niños explotados y abandonados,
en las mujeres humilladas y ninguneadas,
en las personas sin dignidad y sin salario…

Creemos en Jesús,
presente en los ciudadanos sin derechos,
en los creyentes perseguidos
por la sociedad y su Iglesia,
en las persona que luchan por un mundo nuevo,
en sus seguidores y mártires, aún sin reconocimiento.

Creemos en Jesús,
presente en todos los calvarios y cruces
que hemos levantado a lo largo del camino
por defender nuestras conquistas e intereses.

Creemos en Jesús,
y reafirmamos nuestra esperanza en Él,
y en la fuerza sanadora y liberadora
de su amor derramado en nosotros y nosotras.

Creemos en Jesús, vivo y presente
en nuestro mundo e historia,
en nuestra sociedad e Iglesia,
y en nuestra vida, cada día.

Florentino Ulibarri

Notas sobre el texto, contexto y pretexto

● Con Jesús, llegamos al final del camino. Y acabamos el año litúrgico.

● El año litúrgico acaba con el domingo denominado de Jesucristo “Rey del universo-todo el mundo”, éste en el que hoy estamos. Y, el próximo domingo, empieza con el primer domingo de Adviento.

● La palabra “rey” (37-38) aplicada a Jesús viene de los mismos Evangelios (otros lugares del Evangelio de Lucas, además del texto de hoy, son: 19,27.38; 23,2-3). Y, en todo caso, hace referencia al mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios (Lc 4,23; 6,20;…). En este mismo texto de hoy sale el término (42).

— Esto no quita que ha habido épocas de la Historia de la Iglesia en qué se ha dado mucho relieve a esta terminología, por razones de poder o legitimación del mismo. Por otra parte, la monarquía es una institución hoy en día anacrónica, lo cual nos obliga a hacer un salto histórico para poder asumir estos términos cuando los leemos en el Evangelio y poder hacer una interpretación adecuada.

● Nombres a parte, este último domingo del año litúrgico quiere tener un tono especial poniendo a Jesús en el centro de nuestra vida: Él ofrece el Reino de Dios y se ofrece a si mismo como referente, como Aquel a quien seguir para formar parte, con toda la humanidad, de ese “Reino” (42).

● Los últimos capítulos de Lucas narran, como los demás Evangelios, los acontecimientos finales de la vida de Jesús: su Pasión y Muerte, la tumba vacía y las apariciones del Resucitado. Lucas introduce sus propios retoques: Jesús aparece como el Siervo sufriente del que habla Isaías (Is 53). Su camino hacia la cruz conduce a la gloria, y discurre por los caminos que Dios ha trazado en el plan de salvación, que había anunciado en las profecías del Antiguo Testamento. La Pascua de Jesús es, al mismo tiempo, el final del Evangelio y el comienzo del libro de los Hechos.

● En el relato de la crucifixión contiene citas y alusiones a los salmos (Sal 22.8.19; 69,22), de modo que se nos presenta la Pasión de Jesús como el cumplimiento de las Escrituras (Lc 24,25-27).

● Las palabras de Jesús en la cruz manifiestan de nuevo su misericordia que aquí llega incluso a los que le han condenado (Lc23, 34) y que es el rasgo propio del Evangelio de Lucas. El amor a los enemigos (Lucas insiste en el sermón de la llanura Lc 6,27-35) se hace aquí ejemplar para el creyente.

Comentario al evangelio – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

De las lágrimas a la esperanza

Las lecturas de hoy están llenas de lágrimas. Juan llora al darse cuenta de que ningún ser humano es digno de abrir los rollos y romper los sellos. Tras su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén, Jesús se detiene un momento y llora por el destino de la ciudad, provocado por su incapacidad de discernir los caminos de Dios. Cuando uno mira alrededor del mundo y ve las muchas atrocidades humanas que ocurren, sólo puede derramar lágrimas por la dureza de corazón de la humanidad. Uno se pregunta si es posible una transformación. Sin embargo, los que tienen fe nunca pueden perder la esperanza. Como Juan comprendió pronto, había, en efecto, alguien digno de abrir el Libro: El Cordero que fue sacrificado, pero que está vivo y en pie. Jesús, habiendo derramado lágrimas, pronto abriría las puertas de la salvación no sólo para Jerusalén, sino para todo el mundo: para cualquier persona dispuesta a creer en él. Esta es la esperanza que debe mantenernos en pie incluso cuando luchamos contra la oscuridad.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XXXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 19, 41-44):

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Jesús lamenta la cerrazón de los jefes que dirigen la vida de los judíos al rechazar su mensaje concretado en el rechazo de su persona. Es curioso que este breve pasaje sea la continuación del relato de su entrada triunfal en Jerusalén, en medio del júbilo y la aclamación de la gente. El contraste es estremecedor. De la alegría y la exaltación pasamos a una escena donde Jesús llora al contemplar a la “ciudad santa”. En esa contemplación de la ciudad, donde él sabía que iba a morir, Jesús expresa su profunda tristeza ante la cerrazón de sus paisanos. Llora ante el final que le espera y llora por lo que sufrirá ese pueblo al que él ama. Él ha venido como príncipe de la paz y ellos no han sido capaces de reconocer en su venida el gesto amoroso de Dios.

Las palabras de este evangelio parecen evocar una actitud dolorosa de ese pueblo, tal como nos lo narra el mismo san Lucas en el capítulo 13,34. En ambos textos destaca la actitud de entrega de Jesús, que llega en son de paz, y la dureza de los dirigentes del pueblo que lo rechazan y persiguen.

Sus palabras siguen resonando a lo largo del tiempo. Son muchos los que siguen rechazando el mensaje de paz que él nos trae. No solo las grandes guerras, como la que vemos en Ucrania y en otros países, sino las pequeñas batallas que se dan en nuestra vida cuando el odio, el desamor, o el rencor, manifiestan no haber acogido su mensaje con generosidad. El evangelio siempre es una llamada a depurar nuestro seguimiento desde dentro de nosotros mismos donde surgen todo aquello que rompe la paz.

Orígenes tiene unas palabras que son una llamada a la reflexión: “Si, una vez instruidos sobre los misterios de la verdad, después de haber recibido la palabra del evangelio y la doctrina de la Iglesia…, alguien de entre nosotros peca, provocará lamentos y llantos, porque no se llora sobre los paganos, sino sobre aquel que después de haber formado parte de Jerusalén se ha separado de ella”.

Que la Palabra de Dios ilumine hoy todo cuanto llevemos a cabo y su fuerza nos conforte para mantener viva nuestra fe.

Fray Salustiano Mateos Gómara O.P.

Liturgia – Santa Isabel de Hungría

MARTES. SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, religiosa, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: 1ª oración propia y el resto del común de santos (para santos que practicaron obras de misericordia) o de un domingo del Tiempo Ordinario; Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-par

  • Ap 5, 1-10. El Cordero fue degollado, y con su sangre nos adquirió de toda nación.
  • Sal 149. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
  • Lc 19, 41-44. ¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!

Antífona de entrada    Mt 25, 34. 36. 40
Venid, benditos de mi Padre -dice el Señor-; estuve enfermo y me visitasteis. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Monición de entrada y acto penitencial
Hija del rey Andrés II de Hungría, tuvo hijos y enviudó joven. Fue muy cercana a los franciscanos y su vida fue austera, de caridad y de renuncia, en contraste con el fasto de la corte. Se dedicó asiduamente a la oración y a las obras de caridad, abrazó voluntariamente la pobreza, y fundó un hospital en el que servía personalmente a los enfermos.

Yo confieso…

Oración colecta
RECIBE, Señor, los dones de tu pueblo
y concédenos
que, al recordar las maravillas
que el amor de tu Hijo realizó con nosotros,
nos reafirmemos, a ejemplo de los santos,
en el amor a ti y al prójimo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, por todo el pueblo santo de Dios.

1.- Para que introduzca en la plenitud de su santa Iglesia a los no cristianos y a los no creyentes. Roguemos al Señor.

2.- Para que inspire a los gobernantes pensamientos de servicio y entrega al bien común. Roguemos al Señor.

3.- Para que libre al mundo del hambre, del paro y de la guerra. Roguemos al Señor.

4.- Para que conceda a nuestra ciudad (nuestro pueblo) la paz, la justicia, la libertad y el bienestar. Roguemos al Señor.

5.- Para que acoja siempre nuestra oración. Roguemos al Señor.

Oh, Dios, que sabes que la vida del hombre está sujeta a tanta necesidad: escucha las preces de los que te suplican y cumple los anhelos de los que ponen en ti toda su esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
SEÑOR,
que los dones que te presentamos en la fiesta de santa Inés
sean tan agradables a tu bondad
como lo fue para ti el combate de su martirio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de la comunión          Jn 13, 35
La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros -dice el Señor.

Oración después de la comunión
ALIMENTADOS con estos sagrados misterios,
te pedimos, Señor,
nos ayudes a seguir los ejemplos de santa Isabel de Hungría,
que te rindió culto con devoción constante,
y se entregó a tu pueblo
en un continuo servicio de amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.