Lc 19, 41-44
Jesús se acercaba a Jerusalén, y al verla…
El viaje hacia Jerusalén se está acabando.
Desde Jericó Jesús ha hecho ya los veinte Kilómetros de cuesta. Llegado a Betania, El mismo organizó el modesto triunfo de los ramos (Lucas, 19, 29-40).
En el marco mismo de ese acontecimiento se sitúa la escena relatada por Lucas, Marcos y Mateo.
Desde las alturas de Betania, se domina el espléndido paisaje de Jerusalén.
La magnífica ciudad está allí extendida a nuestros pies… las casas apiñadas unas contra otras sobre el rocoso espolón que limitan el valle de Cedrón y la Geena… las sólidas murallas que protegen la ciudad, dicha «inexpugnable»… El Templo del Dios viviente, en el centro de Jerusalén, resplandeciente con sus columnas de mármol, y el techo de oro fino.
Era en ese lugar de su camino donde los peregrinos llenos de entusiasmo entonaban el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén: Jerusalén, ciudad bien construida, maravilla de unidad… Haya «paz»
en tus muros y en tus palacios, días espléndidos. Por amor de mis hermanos y amigos, diré: «¡La paz contigo!». Por amor de la casa del Señor, nuestro Dios, yo os auguro la felicidad». Esto es lo que Jesús oye cantar a su alrededor.
Jesús lloró…
Le contemplo. Contemplo las lágrimas en su rostro y su apretar los labios para retenerlas, sin lograrlo.
Esas lágrimas manifiestan la impotencia de Jesús.
Trató de «convertir» Jerusalén, pero esa ciudad, en conjunto, le resistió, y lo rechaza: dentro de unos días Jesús será juzgado, condenado, y ejecutado…
¡Si también tú, en ese día, comprendieras lo que te traería la «paz»!
Era el deseo del Salmo. Era el nombre mismo de Jerusalén: «Ciudad de la Paz».
Jesús sabe que el aporta la expansión, la alegría, la paz a los hombres.
Pero se toma en serio la libertad del hombre y respeta sus opciones: más que manifestar su Poder, llora y se contenta con gemir… «Si comprendieras…»
Pero, por desgracia, tus ojos no lo ven.
La incredulidad de Jerusalén, es símbolo de todas las otras incredulidades…
La incredulidad de aquel tiempo, símbolo de la incredulidad de todos los tiempos…
Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo.
Jerusalén crucificará, dentro de unos días, a aquél que le aportaba la paz.
No reconociste el tiempo de la visita de Dios
¡Admirable fórmula de ternura!
Era el tiempo de la «cita» de amor entre Dios y la humanidad. Esa visita única, memorable, se desarrollaba en esa ciudad única en toda la superficie de la tierra.
«Y Jerusalén, ¡tú no compareciste a la cita!»
Pero ¿estoy yo, a punto HOY para las «visitas» de Dios? De cuántas de ellas estoy ausente también por distracción, por culpa, por ceguera espiritual!… por estar muy ocupado en muchas otras cosas.
Días vendrán sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra.
Cuando Lucas escribía eso, ya había sucedido: en el 70, los ejércitos de Tito habían arrasado prácticamente la ciudad.. . esa hermosa ciudad que Jesús contemplaba aquel día con los ojos llenos de lágrimas…
Noel Quesson
Evangelios 1