Lectio Divina – Viernes XXXIII de Tiempo Ordinario

«Está escrito: Mi casa será casa de oración”

1.-Oración introductoria.

Señor, me indigna que tu Templo se convierta en “cueva de bandidos”. Me indigna que tu casa sea un mercado de gente sin escrúpulo que hace negocio con las cosas más sagradas. Yo quiero ofrecerte mi casa, mi pequeño templo, para que estés a gusto. Desde ahí quiero escuchar tu Palabra y ponerla en práctica.  

2.- Lectura sosegada del evangelio. Lucas 19, 45-48

Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!» Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Este texto debió ser muy importante en la Iglesia primitiva ya que está recogido en los cuatro evangelistas. San Lucas, pasa un poco por encima el episodio de los vendedores del Templo ya que quita lo que aparece en Marcos que “tiró las mesas” y lo de Juan que “tomó un látigo”. Le interesa más centrarse en el mensaje, que se puede reducir a estos puntos:

Recuperar el Templo como “casa de oración”. Es lo que había dicho el profeta Isaías en 56,7.

  1. El Templo no puede ser espacio de inmunidad para los maleantes y mercaderes, que se sienten seguros en él.
  2. Jesús, rodeado del pueblo, crea un nuevo espacio de encuentro del hombre con Dios. El pueblo está con Jesús y   en este pueblo se diseña el verdadero pueblo de Dios de Israel, que está pronto a aceptar el mensaje de Dios anunciado por Jesús.  Este es el pueblo que acudía junto a Pedro y Juan (Act 3,11); éstos hablan al pueblo (4,1); el pueblo tenía en gran estima a la Iglesia naciente (5,13). El Nuevo Pueblo de Dios no se edificará reconstruyendo el viejo Templo. Sí con el pueblo humilde y sencillo que escucha el mensaje de Jesús y trata de “atestiguarlo en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta en los últimos rincones de la tierra” (Hech. 1,8).

Palabra del Papa

“Los explotadores, los comerciantes en el templo, explotan también el lugar sagrado de Dios para hacer negocios: cambian las monedas, venden los animales para el sacrificio, también entre ellos se vuelven como un sindicato para defender. Esto no solo era tolerado, sino también permitido por los sacerdotes del templo. Son los que hacen de la religión un negocio. En la Biblia está la historia de los hijos de un sacerdote que empujaban a la gente a dar ofrendas y ganaban mucho, también de los pobres. Y Jesús dice: Mi casa será llamada casa de oración. Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones. De este modo, la gente que iba en peregrinación allí a pedir la bendición del Señor, a hacer un sacrificio, era explotada. Los sacerdotes allí no enseñaban a rezar, no les daban catequesis… Era una cueva de ladrones. No sé si nos hará bien pensar si con nosotros ocurre algo parecido. No lo sé. Es utilizar las cosas de Dios por el propio beneficio”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2015, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio).

5.-Propósito. Caer en la cuenta de que yo soy Templo Vivo del Espíritu Santo.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, yo quiero tomar conciencia de que soy Templo del Espíritu Santo. Y este templo es mucho mejor que el mismo templo de Jerusalén. Este templo quiero que sea para mí un lugar de encuentro contigo. Desde este templo elevaré a Ti mis primeras oraciones de la mañana y elevaré hacia Ti el incienso de la tarde como alabanza a tu Santo Nombre. Y, desde ahora, miraré a las personas como “templos vivos del Espíritu Santo”.

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Comentario – Viernes XXXIII de Tiempo Ordinario

Lc 19, 45-48

Jesús entró en el Templo…

Tal era el objetivo de esa «subida a Jerusalén».

Toda la gloria de Jerusalén se encontraba allí, en ese Templo, signo de la Presencia inefable e invisible. Contemplo a Jesús que con plena conciencia de quien es penetra en el Templo de Dios, como se entra en casa. Unos veinte años antes, cumplidos los doce años, ya había dicho a su madre que le buscaba en ese mismo templo: «¿No sabíais que Yo debía estar en los asuntos de mi Padre?» (Lucas 2, 49)

Y se puso a echar a los vendedores…

En cuanto entró en «su casa», Jesús ejerció allí su autoridad: purificó el lugar, como habían anunciado los profetas. (Malaquías 3, 1-4)

Diciéndoles: «Escrito está: Mi casa será una casa de oración…

Jesús cita a Isaías 56, 7. En el contexto Isaías reprochaba a los judíos su particularismo: Dios mismo intervenía para abrir «su casa» a todos los excluidos, los extranjeros, los eunucos: «porque mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos.»

Efectivamente ésta era la vocación universal de Israel, que Jesús venía a reafirmar.
¡Y una casa de «oración»!

…Y vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos.»

Jesús cita &Jeremías 7, 11. En el contexto Jeremías reprochaba a los judíos su formalismo. Dios no quería más gestos de culto si éstos no correspondían al talante de la vida ordinaria. La opresión de los débiles, el robo, la mentira, eran cosas que Dios ya no podía soportar más.

Y Jesús venía a restaurar el culto de Dios en lugar del culto al dinero que poco a poco se había instalado.

Ha habido épocas en las que algunos textos de ese género -anuncio de la destrucción de Jerusalén, condenas violentas mantuvieron un cierto antisemitismo en numerosos cristianos; si bien el horror de los campos de exterminio nazis contribuyó a cambiar la opinión. En todo caso queda claro que Jesús nunca ha tenido en cuenta de modo particular, a una raza, la suya. La incomprensión que Jesús encontró en muchos de sus conciudadanos es un fenómeno universal.

En ese sentido, también nosotros en el DÍA de HOY, merecemos los reproches de Jesús: ¿es nuestra Iglesia una casa de oración? ¿No tiene también algunos compromisos con el dinero?

Todos los días enseñaba en el Templo.

El culto litúrgico cristiano tiene en gran estima la Palabra. Toda la primera parte de la misa es una «enseñanza» de Jesús. El fue quien inauguró ese culto nuevo en el que la Palabra es prioritaria a los ritos, y lo hizo en el lugar mismo en que los ritos tenían la primacía.

Jesús, en el Templo, no ejercía un sacerdocio levítico: enseñaba.

Y todo el pueblo lo escuchaba, pendiente de sus labios.

Antes de que el Templo fuera destruido, Jesús conoce su fin: ¡el Mesías toma allí la Palabra! Jesús termina en ese lugar privilegiado su ministerio de enseñanza del evangelio. Repitámoslo, el verdadero culto que Dios espera de nosotros es la obediencia a su Palabra: «Escuchad mi voz, entonces yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.» (Jeremías 7, 23). Y ese culto se cumple no en un santuario, sino en la vida de cada día.

Los sumos sacerdotes y los escribas intentaban matarlo, y lo mismo los notables del pueblo, pero no encontraban una oportunidad…

Purificando el Templo e inaugurando un nuevo estilo de culto, Jesús se ganó enemigos entre todos los que defendían sus puestos allí.

Noel Quesson
Evangelios 1

Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino

Otro modo de reinar

Los reyes del mundo van rodeados de séquito, de armas, de tronos. Hemos copiado este modelo, pero los Evangelios nos presentan un Rey cuyo trono es la cruz y cuyo cetro es un clavo que atraviesa sus manos. Si hay algo diferente de lo que es ser rey, según el sentir humano, es Jesús en la cruz; si hay algo aparentemente imposible de juntar es que Jesús sea Dios y Rey en la cruz. Aquello de Pablo: «Hablamos de un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura». ¿Es posible aceptar a Jesús crucificado como el único capaz de llevarnos a la felicidad, a la vida…? Ante un hombre que está siendo ejecutado como un malhechor, el cristiano proclama que ese y no otro es el Salvador, nuestro Dios.

Reacciones ante este Rey crucificado

El pueblo presencia la escena esperando a ver en qué acaba todo. La gente siempre lo reduce todo a espectáculo; así elude el compromiso. Le cuesta pensar y decide lo que piensan y hacen los demás, sin tener nunca una opinión propia. ¡A ver qué pasa!
Las autoridades hacen comentarios irónicos sobre Jesús: «A otros ha salvado, que se salve a sí mismo». Saben que lo que dicen está lleno de lógica; y porque están convencidos de que Dios es como dice su lógica, solo aceptarían a un Dios a su medida.
Los soldados se burlan de aquel hombre que muere bajo el título de Rey de los judíos. Ellos saben bien lo que es el emperador; no hay ninguna duda: aquello es un disparate.
De los malhechores uno lo insulta: «Sálvate a ti mismo y a nosotros». Serás rey para mí, si solucionas mis problemas. Solo la intervención del otro ajusticiado es favorable a Jesús: «Lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada». De los dos ladrones, solamente uno reconoce a Jesús.
Solo la fe da sentido a un Dios-Rey crucificado. «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»; eso sería el mundo si tuviéramos la fe de este hombre.

¿Cuál es nuestra actitud ante este Rey crucificado?

¿Espectadores? A ver qué pasa. ¿Aprovechados de un Dios tan débil? ¿Creadores de un Dios a nuestra medida, el Dios que bendice todas nuestras incongruencias? ¿Asustados y asombrados por un Dios que nos saca de nuestras casillas, que es desconcertante? ¿Arrodillados porque «verdaderamente este es el Hijo de Dios», «acuérdate de mí cuando estés en tu Reino»?

Aceptar a este Rey crucificado supone escoger como norma de vida la cruz. La cruz como camino de resurrección y de salvación. Para un cristiano no hay otro camino.

Isidro Lozano

La misa del domingo

El pasaje del Evangelio nos sitúa en el momento de la crucifixión del Señor Jesús. En este marco dramático el Crucificado es objeto de burla de los magistrados judíos, quienes le invitan a demostrar que Él es quien dice ser, el Mesías enviado de Dios, salvándose a sí mismo. También los soldados romanos se burlan de aquel “Rey de los judíos” que carece de ejércitos o huestes que luchen por Él. Asimismo uno de los dos malhechores crucificados con Él le increpa diciéndole: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

¿Pero era o no era Rey el Señor Jesús? Y si lo era, ¿en qué sentido?

Israel a lo largo de su historia fue gobernado por numerosos reyes. El primero de ellos fue Saúl. A él le sucedió David, considerado en la historia de Israel como el más importante de todos los reyes. La primera lectura relata el momento en el que los ancianos de Israel se dirigieron al Hebrón para ungir a David como rey de Israel.

El rey era considerado en Israel como un elegido de Dios. Signo de esa elección y consagración era la unción, mediante la cual el profeta echaba con un cuerno abundante aceite sobre la cabeza del elegido. El rey por tanto era un ungido, que equivale a decir mesías en hebreo y cristo en griego. Estos tres términos son, pues, sinónimos.

Junto con la unción se consideraba que el Espíritu de Dios venía sobre el elegido. Lleno del Espíritu divino el rey participaba de la santidad de Dios y se convertía en una persona sagrada, intocable y asimismo habilitada para ciertos actos religiosos. En su calidad de ungido y elegido de Dios para el gobierno de su pueblo el rey era considerado también un salvador, pues de él dependía la prosperidad y salud de todo su pueblo. Esos elementos se combinarán en la expectativa de un Salvador futuro, que será el Rey-Mesías por excelencia, prometido por Dios y esperado por Israel durante siglos. Él sería aquél que finalmente habría de restablecer el Reino de Israel (ver Hech 1,6).

¿Era Jesús ese Rey-Mesías, el Ungido o Cristo que Dios había prometido por medio de sus profetas? Ni los magistrados judíos ni los soldados romanos creían que Él fuese rey y se burlaban de su pretensión. Por otro lado, en diversas ocasiones, las multitudes habían querido aclamarlo como el Rey-Salvador prometido a Israel al ver los signos que hacía. El Señor Jesús rechazó siempre aquellos propósitos populares, dado que su reinado no era de orden político. Solamente aceptaría ser aclamado como Mesías y Rey prometido por Dios y esperado por Israel cuando estaba ya cerca la hora de su Pasión. Entonces, para dar cumplimiento a las antiguas profecías que hablaban del Mesías prometido, hizo su entrada triunfal en Jerusalén montado sobre un pollino, permitiendo ser aclamado sin restricción alguna con aquel jubiloso «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel!» (Jn 12,13; ver también Lc19,38; Mt 21,5; Zac 9,9). En efecto, sólo en vísperas de su muerte en Cruz se proclama a sí mismo Rey, aunque aclare también que su Reino que no es de este mundo (ver Jn 18,36-37).

De este reino puede participar todo aquel que acoge el anuncio del Evangelio y se abre al don de la Reconciliación. Todo el que es librado del poder de las tinieblas por la redención y el perdón de los pecados es trasladado «al Reino del Hijo» (2ª. lectura). El Apóstol permite entender de qué orden es el “reinado” de Jesucristo: «Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él». Ante una semejante descripción ciertamente la imagen de un rey temporal se queda muy corta. Jesucristo es mucho más que rey, es SEÑOR de todo (ver Flp 2,11).

De entre todos aquellos personajes que en el momento del tormento someten al Señor a las burlas hay otro que, crucificado con Él, logra reconocer su verdadera naturaleza y ruega al Señor Jesús que se acuerde de él cuando esté en su Reino (ver Lc 23,42). En la Cruz, oculta bajo este desecho humano, resplandece su misteriosa realeza a los ojos de quien sabe ver las cosas con una mirada de fe.

La gloria del Señor Jesús, Rey del Universo, se manifestará plenamente el día de su gloriosa venida (ver 2Tim 4,1).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, es una fiesta litúrgica instituida por el Papa Pío XI, el año 1925. Eran los tiempos posteriores a la llamada primera guerra mundial(1914-1918).

En su encíclica Quas primas, en la que decretó la celebración de esta fiesta, el Sumo Pontífice juzgaba que el rechazo del señorío de Cristo y de su Evangelio en la propia vida y costumbres, en la vida familiar y social, era la causa última de tantas calamidades que afligían al género humano. Siguiendo la línea de su predecesor el Papa San Pío X, cuyo lema pontificio era “instaurarlo todo en Cristo”, el deseo del Papa Pío XI era que el Señor Jesús volviese a tener la primacía en los corazones, familias y sociedades de todo el mundo. La institución de esta fiesta buscaba ser un recordatorio para todos los cristianos, un llamado y estímulo a trabajar comprometidamente en alcanzar ese objetivo.

Pasado ya casi un siglo podemos preguntarnos: ¿Está Cristo en el centro de más personas? ¿Están nuestras sociedades y nuestras familias más cristianizadas que cuando se instituyó aquella fiesta? Con tristeza debemos decir que el Señor Jesús no sólo se ha hecho más presente en los corazones, familias y sociedades modernas, sino que ha sido cada vez más relegado y rechazado, incluso en las naciones de antiguo cuño católico.

Ante esta dolorosa realidad la fiesta de “Cristo Rey” sigue llamándonos hoy como ayer a trabajar por poner al Señor Jesús en el centro de nuestras vidas, familias y sociedades.

Y dado que todo cambio en la familia o sociedad necesariamente pasa por el tema de mi propia conversión, debo preguntarme: ¿Reina Cristo verdaderamente en mí? ¿Es Él el centro de mi vida? ¿Se refleja su señorío en mi vida, en mi modo de pensar y de actuar? ¿Me esfuerzo por ser un hombre o mujer de oración, medito continuamente las enseñanzas del Señor, busco en Él las fuerzas necesarias a través de los sacramentos de su Iglesia y pongo todo empeño en poner en práctica mi fe? ¿Hago del Domingo verdaderamente el “Día del Señor”, dándole la centralidad a la Misa? ¿Quiero dar la vida por Cristo y por la proclamación de su Evangelio? ¿Procuro dar un valiente testimonio del Señor aun cuando sólo encuentre burla y oposición?

Consideremos las palabras del Señor, que afirma de sí mismo: «Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37). Si en eso consiste su reinado, preguntémonos sinceramente: ¿Soy yo “de la Verdad”, es decir, escucho las palabras de Cristo, las atesoro y guardo en mi memoria y corazón y vivo de acuerdo a la Verdad que Él me enseña? ¿Procuro obrar de acuerdo a lo que Él me enseña en el Evangelio? ¿Obedezco a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, conforme a lo que Él mismo dijo: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza» (Lc 10,16)? ¿O escucho antes las seducciones del mal, haciéndome eco de las consignas anticatólicas y anticristianas de un mundo cada día más descristianizado y enemigo de la Cruz (ver Flp 3,18)? ¿Quién ‘reina’ en mi corazón en el día a día?

Recordemos las palabras del Apóstol Pablo: «¡No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias!» (Rom6,12). ¡Que en cambio reine el Señor en nuestros corazones! ¡Vivamos según la verdad que Cristo nos ha revelado! ¡Pongamos por obra sus palabras! ¡Hagamos lo que Él nos dice! Y así, perteneciéndole totalmente a Él, con la fuerza de su gracia y de su amor, luchemos y trabajemos infatigablemente por instaurarlo todo en Cristo, bajo la guía de Santa María.

Anunciaremos tu Reino, Señor

Los judíos ungían a sus reyes en nombre del Señor; así fue ungido David, antecedente de la realeza de Cristo (2 Sm 5,3). Con palabras tan repetidas como cargadas de belleza, Pablo, nos introduce en el Reino del Hijo querido de Dios (Col 1,13). Y Lucas, en el fragmento en que se narra la crucifixión del Señor, nos señala que la cruz es el auténtico trono de Cristo, “El Rey de los judíos”, a quien invoca el buen ladrón pidiendo asilo en su Reino (Lc 23,36.43).

LLAMADOS A ANUNCIAR TU REINO,
QUEREMOS REINAR CONTIGO, SEÑOR.

Más allá de los triunfos fáciles
conseguidos con golpes de suerte o de fortuna,
o con el trabajo y esfuerzo de cada mañana;
más allá de la belleza de tu mensaje que nos cautiva
con dulces o exigentes palabras…,
queremos anunciar y proclamar con la propia vida,
desde el altar de la cruz,
tu reino eterno y universal:
el reino de la verdad y la vida…

LLAMADOS A ANUNCIAR TU REINO,
QUEREMOS REINAR CONTIGO, SEÑOR.

Abrazados, con humildad y esperanza,
a nuestra cruz de cada día;
sabiendo que seguirte será fuente de incomprensiones,
sabiendo que, como discípulos, no hay otro camino que el del Señor,
unidos a nuestros hermanos de comunidad…,
queremos anunciar y proclamar con nuestra propia vida,
desde el altar de la cruz,
tu reino eterno y universal:
el reino de la verdad y de vida,
el reino de la santidad y de gracia…

LLAMADOS A ANUNCIAR TU REINO,
QUEREMOS REINAR CONTIGO, SEÑOR.

Con el evangelio por bandera,
sin más fuerza que la confianza en nuestro Dios,
sin más armas que el amor que nos has dejado en tu mandamiento…,
queremos anunciar y proclamar con nuestra propia vida,
desde el altar de la cruz,
tu reino eterno y universal:
el reino de la verdad y la vida,
el reino de la santidad y la gracia,
el reino de la justicia, el amor y la paz.
… PORQUE TÚ ERES NUESTRO ÚNICO DIOS Y SEÑOR.

Isidro Lozano

Comentario al evangelio – Viernes XXXIII de Tiempo Ordinario

Indagación apreciativa

Parece que todo el mundo necesita aprecio y afirmación, ¡incluso el Hijo de Dios! Es alentador darse cuenta de que Jesús se preocupaba por lo que sus propios amigos/hermanos/discípulos pensaban de él. También encontramos a Dios, el Padre, afirmando al Hijo en momentos cruciales de su vida. Ahora tenemos a Pedro, en nombre de sus discípulos (y de la Iglesia) respondiendo con la misma afirmación, que Jesús reconoce como procedente de su propio Padre. Jesús necesitaba esta afirmación, tanto para sí mismo como para los discípulos, antes de revelar el destino del Misterio Pascual que le esperaba. Un método de intervención actualmente popular entre las empresas y organizaciones es la «indagación apreciativa», que busca afirmar lo que es bueno, positivo y constructivo en las personas y tratar de aprovecharlas. ¡Qué maravilloso y sanador sería, si pudiéramos aplicar una dinámica similar a nuestra vida cotidiana, para afirmar y apreciar a aquellos con los que compartimos nuestra vida, a los que normalmente tendemos a dar por sentados!

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes XXXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XXXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 19, 45-48):

En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

Con toda veracidad se puede decir que Jesús fue escuchado con agrado por grupos de gentes y que otros tantos le siguieron, pero no fue lo suyo una predicación preparada, muy medida y convenientemente pronunciada, donde fácilmente se introduce la censura del inconsciente para prohibir “franquezas” cuyas consecuencias pueden ser motivo de desdicha e infortunio. De ahí que lo suyo no fueron sermones de campanillas. Para muestra, el evangelio de Lucas, cuyo texto también recogen los otros sinópticos: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis hecha una “cueva de bandidos”» (19,46) Frente a esta soflama la respuesta no se hace esperar: «Los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él» (v.47) Nótese quiénes son los personajes que buscan liquidar al Maestro: la máxima expresión del poder religioso, cultural  y político de Israel. Y esto se sigue perpetuando en el tiempo. Quien molesta es blanco de ser eliminado.

Se confirma lo dicho al principio de esta reflexión: el agridulce está servido. No se nos ahorran acideces de toda calaña, pero no es menos cierto que no entrar por caminos de discipulado del Maestro sea camino de rositas. Esto último a lo largo de todas las épocas históricas ha vendido y sigue vendiendo pócimas de dicha y contento, pero es verdad a medias: dura lo que dura y de no darnos cuenta nos metemos en una espiral de sinsabores que no hay sal de frutas que la calme.

El salmista nos da el secreto:

«¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en mi boca!

Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (Sal 118, 103.111)

Sor Mª Ángeles Calleja O.P.

Liturgia – Viernes XXXIII de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XXXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde).

Misal: Cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-par

  • Ap 10, 8-11. Tomé el librito y lo devoré.
  • Sal 118. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
  • Lc 19, 45-48. Habéis hecho de la casa de Dios una “cueva de bandidos”.

Antífona de entrada          Sal 83, 10-11
Fíjate, oh, Dios, escudo nuestro; mira el rostro de tu Ungido, porque vale más un día en tus atrios que mil en mi casa.

Monición de entrada y acto penitencial
Hoy celebraremos la Misa votiva de la Preciosísima Sangre de Cristo; la cual, derramada en la cruz por nosotros, ha sido el precio que Dios ha pagado por amor a nosotros para rescatarnos de nuestra antigua condición de esclavos del pecado.

Conscientes de que con nuestra forma de vida no correspondemos a ese amor que Él ha demostrado que nos tiene, comencemos la Eucaristía pidiendo perdón por nuestros pecados.

• Tú que extendiste tus brazos en la cruz para reconciliarnos a todos. Señor, ten piedad.
• Tú que te entregaste a la muerte por nosotros. Cristo, ten piedad.
• Tú que nos has justificado al precio de tu sangre. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios, que has preparado bienes invisibles
para los que te aman,
infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones,
para que, amándote en todo
y sobre todas las cosas,
consigamos alcanzar tus promesas,
que superan todo deseo.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Dirijamos, hermanos, nuestras preces suplicantes a Dios Padre, que nos ha reunido en esta casa de oración.

1.- Por la Iglesia: el Papa, los Obispos y los fieles cristianos; para que unidos por el amor demos testimonio de Jesucristo ante el mundo. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones; para que los jóvenes se dejen fascinar por Jesucristo y no teman consagrarse a Él en la vida sacerdotal y religiosa. Roguemos al Señor.

3.- Por los países que sufren falta de libertad; para que confíen en la fuerza salvadora de Dios que les promete su Reino de justicia y paz. Roguemos al Señor.

4.- Por los que no tienen casa, pan ni escuela; para que encuentren en los cristianos ayuda, cercanía y amistad. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros; para que seamos en nuestro pensar y actuar testigos de la fe, la esperanza y el amor que Cristo nos enseñó. Roguemos al Señor.

Padre lleno de amor y ternura, escucha las oraciones que te hemos dirigido, y concédenos estar siempre pendientes de toda palabra que sale de tus labios. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA Señor, nuestras ofrendas
en las que vas a realizar un admirable intercambio,
para que, al ofrecerte lo que tú nos diste,
merezcamos recibirte a ti mismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 129, 7
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Oración después de la comunión
DESPUÉS de haber participado de Cristo
por estos sacramentos,
imploramos humildemente tu misericordia, Señor,
para que, configurados en la tierra a su imagen,
merezcamos participar de su gloria en el cielo.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.