Fiesta de Cristo Rey

En la 1ª lectura se nos relata cómo el reino del Norte, Israel quiere reconocer a David como rey. Ya había sido reconocido por el reino del Sur, Judá. Se abre para el rey David una etapa en la que todos quieren confiar en él como el rey justo capaz de alcanzar la unidad entre los dos reinos.

Jesús intentó construir un reinado de Dios, una sociedad donde no hubiera fronteras. Era un buen judío y la idea de eliminar las fronteras le venía de atrás. Una idea magnífica que parece que nos hemos empeñado en sofocar a lo largo de los siglos.

Jesús de Nazaret fue elevado a las alturas con rapidez. Dicha labor San Pablo la ejecutó con perfección y quizás en demasía justificando al mismo tiempo los sufrimientos de Jesús. Clara evidencia es la carta de San Pablo a los Colosenses de este Domingo. Muchos en la Iglesia parecen querer mantenerlo allí. Aunque hay teólogos y sacerdotes que explican la cercanía de Jesús en nuestras vidas, esa elevación está tan inaccesible y tan consolidada que difícilmente lo encontramos barriendo y limpiando las paredes de nuestra casa. Este domingo  celebramos la fiesta de Cristo Rey ya que al igual que nombraron a David como rey hemos querido nombrar a Jesús como rey para parecernos a los demás pueblos. Es una fiesta establecida por Pio XI en 1925. Es bastante reciente y parece que prosperó acentuando tanto la lejanía de Jesús como la de Dios. De hecho la seguimos manteniendo en el siglo XXI. ¿De quién es Rey y para quién? Un rey goza de privilegios exclusivos imposibles de compartir. ¿Esa es la figura que corona nuestro tiempo ordinario?  

Si pensamos qué relaciones tenía Jesús con Dios al que consideraba como padre, la diferencia con esa concepción de realeza es abismal y la sorpresa no puede ser mayor. ¿Qué idea podía tener Jesús de su padre Dios? Algunos profetas ya habían considerado a Dios como padre pero el trato que Jesús  tenía con él iba más allá. Veamos: El concepto que Jesús podía tener de Dios era producto de saberse hijo y haber profundizado en toda la Sagrada Escritura. En los textos del Antiguo Testamento se reflejan los premios y castigos que Dios otorga a su pueblo. ¿Cómo concebiría Jesús aquellos métodos de Dios para con el pueblo? Desde su perspectiva de misericordia, no le encontraría mucho sentido. Pero él, ya en su madurez, se los perdonaba, no los tenía en cuenta. Eran otros tiempos. Como un hijo termina olvidando los errores de su padre y de su madre y se los justifica porque eran otros tiempos quedándose con lo mejor que han podido dar. La imagen que solemos tener de nuestros progenitores es el de un padre o una madre que ha hecho muchas cosas por nosotros; la mayoría no las conocemos. Fuimos inconscientes. Incluso podríamos decir que nuestro padre o nuestra madre no han podido hacer más por nosotros. Con sus aciertos y sus errores, con alegrías y con sufrimientos pero han hecho todo lo que han podido, todo lo que han sabido hacer. Jesús descubrió otra imagen de Dios.

Y ¿qué ha pasado cuando hemos vivido la vejez de nuestro padre o de nuestra madre? Que nos han brotado sentimientos de agradecimiento y confianza pero con la certeza de que ellos, que ya lo han hecho todo, no pueden hacer más por nosotros.

Recuerdo a mi padre que con más de 90 años yo le cogía la mano y le decía: “Hola papá”. Y era suficiente para mí. No le pedía nada porque ya nada podía hacer por mí. Pienso que los sentimientos de Jesús con Dios eran similares. A sabiendas que ya Dios lo había hecho todo por Él en este mundo, era el momento de que Él actuara. Le diría a Dios: “Hola papá”. Y ya se sentiría comprendido, aliviado y entusiasmado para empezar o para seguir. Y se lo transmitiría a sus discípulos como una experiencia muy íntima y casi secreta. Me lo imagino diciéndoselo en voz muy baja. Como un descubrimiento nuevo con peligro de ser distorsionado ¡Cómo iban a poner esas palabras en boca de Jesús en la agonía de Getsemaní si Él no se lo hubiese dicho! Y ellos no le comprendieron. Algunos le tomarían por loco. Incluso le despreciarían. ¡Que Jesús se dirigiera como Papá a un Ser del que ellos ni nadie se atrevían a pronunciar siquiera su nombre! ¿Era respeto, temor, lejanía, recelo, desconfianza o quizás, un poco de todo? El término no prosperó aunque San Pablo lo retoma en sus cartas a los Romanos y a los Gálatas, asociado al término Padre. Usar solo Papá era demasiado cercano, demasiado expuesto a todo, demasiado vulnerable. Y así ha llegado hasta nosotros como Abba, Padre.

Cuando los hermanos hablan entre sí no suelen decir “padre decía” o “nuestro padre quiere”. En época de nuestros abuelos quizás eran los términos que se usaban pero no dejaban de mostrar distancia, a veces mucha, entre un padre y sus hijos. Ahora se dice mucho más papá o mamá. Son términos de más cercanía que los de padre o madre. De más confianza. Más implicados unos en otros. Ni los discípulos se atrevieron a seguir con la idea, ni la Iglesia se ha atrevido. En nuestros lenguajes de trato con Dios lo más cercano que le decimos es “Señor”, término que refleja una relación de vasallaje impropia de un hijo al que se le quiere mucho. Pero seguimos con ese lenguaje. ¿Es que acaso la ternura del término Papá nos desestabiliza, nos quita hombría, nos desarma y nos deja sin palabras? Nuestra mentalidad de orar donde desesperadamente pedimos y pedimos aunque con leves actitudes de acción de gracias nos impone distancias con Dios. Mientras que Él insiste en su cercanía a nosotros y su recordatorio de que está dentro de nosotros. Parece más bien las relaciones de una pareja que no acaba de comprenderse. ¡Qué pena! ¡Cuántos siglos de diálogos frustrados!

Es lamentable que la dulzura de las palabras de Jesús al buen ladrón nos empeñemos en dejarla allí, en la cruz. Ese paraíso del que habla se asociaba entonces al Jardín del Edén. Era como decirle al ladrón, “todas las tardes, al ir finalizando el día después de tus trabajos y de los míos, pasearemos, charlaremos, nos contaremos lo que nos apetezca, reposaremos de nuestra actividad y apreciaremos todo lo que la Naturaleza nos brinda. Nos sentiremos plenos y dispuestos a seguir o a emprender ideas nuevas”.

“Hoy estarás conmigo en el paraíso” son las palabras más hermosas de este domingo.

Amelia Hidalgo Jiménez

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Lectio Divina – Sábado XXXIII de Tiempo Ordinario

No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven

1.- Oración introductoria.

Señor, el evangelio de este día me da una imagen viva, auténtica, maravillosa de Dios. Como la mayoría de los cristianos sólo se acercan a Dios cuando se les muere alguien, tienen la idea de que Dios es un Dios de muertos. Contra esa impresión, lanza Jesús un grito: DIOS ES UN DIOS DE VIVOS. Sólo aquel que vive en Dios está realmente vivo. Fuera de Dios sólo hay noche, llanto, tiniebla, oscuridad y muerte.

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo se acercaron a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer. Jesús les dijo: Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. Algunos de los escribas le dijeron: Maestro, has hablado bien. Ya no se atrevían a preguntarle nada.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Con estas Palabras, Jesús alude al episodio de la “zarza ardiendo” cuando Moisés “pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián” (Ex.3, 1-6). Este Moisés, perdido en el desierto de la vida, con muchas preguntas y pocas respuestas; con muchos problemas y pocas soluciones; con muchas dudas y pocas certezas…somos tú y yo. Pero, precisamente ahí en el desierto tiene lugar la aparición de la zarza ardiendo. La zarza ardía y no se consumía. Imagen sugerente, evocadora, de un Dios que arde en llamaradas de vida. Arde y no puede consumirse. Un Dios que es Amor y este amor es eterno. Ante esta visión, Moisés tiene una genial actitud: “Voy a acercarme” (v. 3). Acercarse es recuperar el calor vital; alejarse es morirse de frío. Y ésta es la terrible situación de nuestro mundo secularizado: lejos de Dios se muere de frío. Hoy más que nunca este mundo necesita hombres y mujeres que quieran acercarse a esta zarza no sólo para calentarse sino para “abrasarse en esta hoguera de amor”. Sólo así se cumplirá el deseo de Jesús: “Fuego he venido a traer a la tierra y ¡cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo!” (Lc. 12,49). Jesús no es un pirómano. Jesús es ese hombre-Dios que arde en “llamaradas de amor, en llamaradas de vida” y quiere contagiar al mundo ese fuego.

Palabra del Papa

“La vida eterna es otra vida, es otra dimensión, en la cual entre otras cosas no existirá más el matrimonio, que está relacionado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados -dice Jesús- serán como los ángeles y vivirán en un estado diverso que ahora no podemos sentir ni imaginar. Y así lo Jesús explica. Pero después, por así decir, pasa al contraataque. Y lo hace citando la sagrada escritura, con una simplicidad y una originalidad que nos dejan llenos de amor hacia nuestro Maestro, ¡el único Maestro! La prueba de la resurrección, Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente, allí en donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está unido a los nombres de los hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir esto de la relación de Dios con nosotros. Él es nuestro Dios; Él es el Dios de cada uno de nosotros; como si Él llevara nuestro nombre, le gusta decirlo, y esta es la Alianza. He aquí por qué Jesús afirma: ‘Dios no es de los muertos, pero de los vivos, para que todos vivan en Él”. ..En Jesús, Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual. La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su misericordia”. (Ángelus de S.S. Francisco, 10 de noviembre de 2013).

4.- Qué te dice hoy a ti este texto ya meditado. (Silencio)

5.-Propósito: Poner ardor y fuego en todo lo que haga en este día.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, no puedo acabar esta oración sin darte gracias porque has iluminado mi vida y me has abierto un horizonte de esperanza. Para Ti, vivir es amar y ser amado; quemar y antes dejarse quemar. El hombre no sólo se muere de hambre sino de frío. Yo quiero abrazarte para abrasarme en tu amor y dar amor a toda persona que me encuentro por el desierto de la vida, vacilante, indecisa y aterida de frío.

Colaboremos en la construcción del Reino

1.- Jesús Predicó el Reino. En los evangelios encontramos hasta diez parábolas que hablan del Reino de Dios. ¿Qué es el Reino? Creo que la expresión más adecuada para definirlo es la de Pablo VI: la civilización del amor. Encima de la cruz había un cartel que decía «Este es el rey de los judíos». Su reino, sin embargo, no es de este mundo, pero comienza aquí en este mundo, aunque todavía no ha llegado a su plenitud. Es el «ya, pero todavía no». Jesús dejó bien claro que su Reino no es como los reinos de este mundo. El texto del evangelio de hoy nos ofrece un fuerte contraste con la primera lectura: David fue aclamado por su pueblo; el evangelio nos muestra cómo Jesús, descendiente del rey David, es insultado por los soldados romanos y por una turba sedienta de un espectáculo de sangre. Ciertamente, Jesús es rey con plenitud de derechos, pues desciende de David y porque Dios su Padre lo ha constituido como tal. Pero su reino es diferente….

2.- La salvación que ofrece Jesús. La forma como ejerció esta dignidad real rompió todos los esquemas: es un rey, pero nace en un establo; es un rey, pero su corte está constituida por unos pescadores rudos; es un rey, pero el pueblo que lo aclama está formado por enfermos, pecadores y por los indigentes de entonces; es un rey cuyo trono lo constituye la cruz, desde la cual expresa la suprema lección de obediencia al Padre, de perdón a los que le causaban tales sufrimientos y de amor sin límites para todos nosotros. Muchas veces quisieron hacer rey a Jesús, pero El lo rechazó: había venido a servir y no a ser servido. Su mesianismo no es político ni espectacular. Hubiera podido salvarse a sí mismo y los dos compañeros crucificados con él, tal como le pedía uno de ellos. Pero su salvación tiene un matiz distinto. Se ofrece a aquél que abre su corazón. Por eso el buen ladrón sí fue salvado por Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»

3.- Hemos de trabajar para construir el Reino de Dios ya en este mundo. San Agustín recuerda que los evangelios «no dicen que su Reino no está en este mundo, sino no es de este mundo. No dice que su Reino no está aquí, sino no es de aquí». El Reino de Dios sí está aquí, es decir comienza aquí. Esto significa que debemos colaborar en el establecimiento de unas condiciones de vida en las que reine la justicia, la paz y la fraternidad. Mientras esto no se consiga, no podemos estar contentos. No debemos huir de este mundo, sino implicarnos en su transformación aquí y ahora, sin esperar que llegue pasivamente el «Reino de los cielos».

4.- Jesucristo debe reinar en nuestro corazón. Debe ser el auténtico rey de nuestras vidas. En el trono de la cruz Jesús demostró que había venido a servir y a dar su vida en rescate por todos. Su cetro fue una simple y ridícula caña, su manto real una túnica de color púrpura, su corona estaba hecha de espinas. En nuestro bautismo fuimos consagrados como reyes. Sólo seremos verdaderos reyes si somos capaces de servir al estilo de Jesús, porque «servir es reinar». Colaboremos en la construcción del Reino.

José María Martín OSA

Comentario – Sábado XXXIII de Tiempo Ordinario

Lc 20, 27-40

Unos saduceos, -los que negaban la resurrección- se acercaron a Jesús.
Los saduceos formaban una especie de movimiento o asociación, de la que formaban parte las familias de la nobleza sacerdotal. Desde el punto de vista teológico eran conservadores… rechazaban toda evolución del judaísmo. Por ejemplo permanecían anclados en las viejas concepciones de los patriarcas que no creían en la resurrección… y no admitían algunos libros recientes de la Biblia, como el libro de Daniel.

«Maestro, Moisés nos dio esta Ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano… Resultó que eran siete hermanos… Pues bien, a la resurrección esa mujer ¿de quién será la esposa…?»

Para atacar la creencia en la resurrección, los Saduceos tratan de ridiculizarla ¡aportando una cuestión doctrinal que las Escuelas discutían! Quieren demostrar con ello que la resurrección no tiene ningún sentido.

Análogamente nosotros nos entretenemos también a veces en cuestiones insignificantes o insólitas que no tienen salida.

Jesús responde: En esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no se casarán porque ya no pueden morir: Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección.

Los judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular, en oposición a los Saduceos- se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre.

Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese mismo punto de vista: según El, en la resurrección hay un cambio radical. Opone «este mundo», y «el mundo futuro»… un mundo en el que la gente se muere y un mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario engendrar nuevos seres.

En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo Moisés… cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven.

Para contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más antiguos, cuya autenticidad reconocían. (Éxodo 3,6).

Es la afirmación clara y neta de la certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias.

Hay algo exultante en esa frase de Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida por El».

Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios». Efectivamente, para tener esa fe, es preciso creer en Dios. Es preciso creer que es Dios quien ha querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que Él quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y cementerios.

¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!

Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro» Porque no se atrevían a hacerle más preguntas.

Son unos doctores de la ley los que le rinden ese testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor. Quiero creerte, Señor.

Noel Quesson
Evangelios 1

¡No es un Rey cualquiera!

Llegamos al final de este ciclo litúrgico. El próximo domingo entraremos de lleno en el Adviento, tiempo de preparación a la Navidad.

1.- La Solemnidad de Cristo Rey resume, centraliza, de alguna manera, todo aquello que hemos ido compartiendo con Jesús durante estos últimos meses. Sus palabras, sus hechos, su paso entre nosotros, sus indicaciones….no nos pueden dejar indiferentes. Hoy, ponernos frente a El, conlleva el sentirlo y situarlo en el eje de todo lo que somos y realizamos. ¿Es así? ¿Está Jesús en el núcleo de nuestra existencia y de nuestras decisiones? Nuestras actitudes y nuestras obras, nuestros pensamientos y nuestros deseos ¿están orientados por la brújula de su Reino?

Seguir, a Jesús Rey, nos complica un poco la vida. El feudo del mundo es muy distinto al que Jesús nos propone, sugiere y anhela.

*En el dominio del mundo, las armas, suenan demasiado y se hacen de valer otro tanto. En el reino de Jesús, el amor vence sobre el odio y, la mayoría de las veces, no mete ruido.

*En los destinos del mundo, el poder y la ley, se imponen sobre la razón, e incluso, sobre la dignidad de las personas. En el reino de Jesús, la humildad, se ofrece como don y, el otro, es un bien sagrado.

*En el gobierno del mundo, el ser servido, se paga y se valora. En el reino de Jesús, el servir, no se recompensa. Se exige y…queda como huella impresa en la Vida Eterna.

*En la soberanía del mundo, lo externo, es esencial o decoroso. En el reino de Jesús, la sobriedad y la sencillez son sellos que llevan en su frente los amigos de Cristo.

2.- ¡Qué extraño reino y qué extraño Rey! Es el reino del mundo…pero al revés. Es un Rey que, sin empuñar el cetro, se expresa con autoridad. Es un rey que, sin ser ceñido por corona de oro alguna, su rostro brilla con el esplendor de la verdad y del amor, con los colores de la esperanza y de la paz, con el fulgor del perdón y de la confianza en Dios.

Sí, amigos. ¡Jesús es Rey! Un Rey que, lejos de llamarnos vasallos, nos ha emplazado “¡amigos!”. Un Rey que, lejos de cerrarnos sus puertas, las ha abierto de par en par, para que comamos de su pan; para que seamos conocedores de sus sentimientos; para que descubramos el gran secreto de su presencia en medio de nosotros: Dios.

¿Nos atrevemos a formar parte de la milicia de este pequeño gran Rey?

Qué bueno sería que hoy, en este último domingo del ciclo litúrgico, nos comprometiésemos con El:

*El perdón, Señor, será nuestro escudo
*El amor, Señor, nuestra armadura
*La alegría, Señor, nuestra artillería
*La justicia, Señor, nuestro fuerte
*Tu Palabra, Señor, nuestro descanso
*Tu paz, Señor, nuestra avanzadilla
*La fe, Señor, la seguridad y la trinchera para llegar y alcanzar la meta.

Si, hermanos; Jesús, como Rey, espera respuestas e intrépidos cristianos que sepan enarbolar todas estas banderas que definen su peculiar Reino, y que ondean en lo más alto de su palacio.

Si, hermanos; Jesús, como Rey, observa desde lo más alto del cielo a los que, con pobreza y torpeza, ilusión y fatiga, entusiasmo y desencanto, luces y sombras….intentamos adelantar, llevar al día a día, las semillas de su Reino. 3.- Pues, bien lo sabemos, esas simientes las tenemos todos dentro.

Es entonces cuando, Cristo, se convierte en el auténtico Rey de aquellas personas que creen en El, esperan en El y dan la vida, aunque sea en insignificantes ofrendas; en pequeños detalles.

Y, si alguno de nosotros, piensa que para ser “rey” hace falta poseer un trono, que no olvide y mire a la cruz de Cristo. Ella, la cruz, es un trono con el que nos tropezaremos en momentos inciertos. Un trono del que lejos de huir, hemos de saber permanecer con el valor del que sabe que, no hay mejor cosa, que ofrecerse y entregarse por los demás como, Jesús Rey, lo hizo: hasta el final y con todas las consecuencias. ¡Viva el gran Rey!

4.- YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY

Donde quieras tu señorío,
deseo que cuentes con mis manos
Donde necesites tus caminos,
sabes que mis pies se aventurarán en ellos
Donde, tus Palabras, deban de ser escuchadas,
te ofreceré mis labios

YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
De los que trabajan sin descanso,
aun a riesgo de perderlo todo
De darlo todo, sin esperar nada a cambio
De gritar en medio de un mundo sordo,
que tu paz –por ser distinta- es posible
De brindar, a una tierra resquebrajada,
el bálsamo de tu presencia

YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
De aquellos que amen, sin contraprestación alguna
De aquellos que perdonen, sin llevar cuentas del pasado
De aquellos que ayuden, sin pregonarlo a los cuatro vientos
De aquellos que siembren justicia, sin miedo a ser derrocados

YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
Sé, Señor, que estás necesitado de vasallos:
¡Aquí tienes uno!
Sé, Señor, que –sin mí- vencerías igualmente al mundo:
¡Déjame hacerlo contigo!
Sé, Señor, que –contigo- el mundo será un pedazo de cielo:
¡Cuando, Señor!

YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
Porque, el mundo, es un paraíso de cuatro
Porque, en el mundo, no hay sitio ni voz para todos
Porque, en el mundo,
son necesarias palabras de aliento y de esperanza
Porque, en el mundo, tu REINO
es más necesario cuanto mayor es nuestro desánimo

YO QUIERO SER DE LOS TUYOS, MI REY
Y, cuando en tierra de misión, asome el trono de la cruz
que no olvide, Señor, que nunca me fallarás.
Amén.

Javier Leoz

Disfrazado de Rey

1.- “Había encima de la cruz del Señor un letrero, en escritura griega, latina y hebrea: Este es el rey de los judíos”. San Lucas, Cáp. 23. En asunto de reyes, hay que decirlo, andamos mal. Apenas quedan los del naipe y uno que otro, que ejerce como figura decorativa sin atribuciones de gobernante. Entonces decir que Cristo es Rey equivale, de entrada, a un hermoso anacronismo. Habría que explicar a muchos creyentes de hoy qué es un trono, un cetro, una corona. Habría que insistir que la Iglesia no puede reclamar poder político, militar, o económico. Lo suyo es un poder espiritual, que ha de entenderse a la luz del Evangelio.

Los judíos acusaron a Jesús ante el procurador romano, de levantar al pueblo contra el César, proclamándose rey. Aunque el Señor tuvo oportunidad de aclarar: “Mi reino no es de este mundo”. Si así lo fuera, “mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos”. Sin embargo su sentencia de muerte, escrita en una tablilla sobre la cruz, declaraba en tres idiomas a toda Jerusalén: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”.

2.- Después del próspero reinado de Salomón, el pueblo escogido vivió en la nostalgia de un Mesías, que reviviera esos tiempos felices. Luego, los primeros cristianos miraron a su profeta crucificado como el Señor, superior al César de Roma. Y hacia el siglo cuarto, el arte bizantino nos presentó al Maestro, revestido de características reales, más cercano en verdad a Constantino que a Jesús de Nazaret. Todo esto produjo una teología sobre Cristo, Rey del Universo. Algo que ha de entenderse dentro de sus justas medidas.

No es Jesucristo émulo de Clodoveo, de Carlo Magno, de aquellos reyes de la Edad Media o del Renacimiento. Simplemente es el Hijo de Dios. Segunda Persona de la Santísima Trinidad, dijeron los padres de la Iglesia en los primeros concilios. De otra parte si el amor pudiera medirse, y los reyes se eligieran por concurso de amor, Jesús tiene las de ganar en todo tiempo. Sin embargo, conviene no olvidar la respuesta del Señor a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo”.

3.- Uno de los condenados junto al Maestro, allá en el Gólgota, comprendió su condición de rey. Leyó quizás, con sus ojos nublados de agonía, la tablilla que habían puesto sobre la cruz del Señor. Pero su corazón fue más allá, e intuyó quién era su vecino moribundo. Por esto le suplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Rey éste disfrazado de extraña manera: Cubierto de sangre, clavado de pies y manos, coronado de espinas. Pero ese crucificado poseía las llaves del Cielo. Por lo cual no duda en prometer al buen ladrón: “Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

4.- Los cristianos de hoy afirmamos entonces que Él es rey. Y lo hacemos no sólo desde esquemas teológicos, sino con el lenguaje de la vida: Jesús es rey de nuestros amores y pensares. A quien referimos cada día nuestro hacer y nuestro acontecer. A quien reconocemos como dueño de la historia. A quien comprendemos como vencedor del pecado y de la muerte. A quien rogamos nos recuerde, con aquella humildad del buen ladrón. Seguros de su poder, que nos invita a compartir el paraíso.

Gustavo Vélez, mxy

«¡Viva Cristo Rey»!

1.- Es un amanecer desapacible. El sol no se atreve a aparecer entre las nubes. En el patio de la cárcel un hombre con los ojos vendados y los brazos en cruz, después de haber perdonado a sus perseguidores grita un “¡Viva, Cristo Rey!” que se confunde con los disparos del pelotón. No ha sido un grito de combate. Tras unos momentos de silencio se oye un nuevo disparo. El tiro de gracia. Era el 23 de noviembre de 1927. El hombre que ofrendaba su vida a Cristo era el Padre Pro. El sitio, la ciudad de México. Años después, unos nueve o Dios, en España, y en muchos lugares, otros hombres morían ante los pelotones de fusilamiento gritando: “¡Viva, Cristo Rey”! Y perdonaban a los que les mataban. Muchos años después, unos setenta, esos hombres eran convertidos en beatos como ejemplo pacífico para las generaciones futuras.

2.- La realeza de Cristo, lo mismo en su persona que en sus seguidores se patentiza, recibe, el marchamo de autenticidad en momentos de Pasión y Muerte

–Cristo no quiso que la multitud saciada por la multiplicación del pan y de los peces, le nombraran Rey, y por eso se escondió

–Cristo recrimina a sus discípulos que se disputen los primeros puestos diciéndoles que ellos no pueden ser como los Reyes de la tierra, que el quiera ser mayor sea siervo de todos.

–Pero Cristo maniatado, coronado de espinas, cubierto con una vieja capa de algún soldado romano, acepta él título de Rey ante Pilato: “Tu eres Rey”. “Sí, tú lo dices, yo soy Rey.

3.- Tan verdadera es su realeza como Hijo de Dios Eterno, como punto Omega a donde toda la creación converge y tiende y en la que se diviniza, como Primogénito de todos los hombres, como Cabeza de la Iglesia, del Pueblo de Dios, que no necesita de coronas, de cetros, de banderas, de ejércitos, de himnos…

El Señor será siempre el Señor, aún en medio de las tinieblas del Viernes Santo, colgado del patíbulo. Más aún es ahí precisamente donde su señorío en sufrir y aceptar la voluntad de Dios hace que un centurión romano le reconozca por Hijo de Dios y un ladrón le pida suplicante que le admita en su Reino. Cuando las cosas son verdaderas quedan patentes, se autentican en los momentos más paradójicas de la vida.

4.- El Reino de Cristo no es de este mundo, está dentro de nosotros. Y en esa interioridad de los corazones es donde se muestra auténtica la fuerza, el señorío de esa realeza de Cristo.

Tal vez hayáis tenido ocasión de asistir a un acto de perdón: un corazón profundamente herido lucha entre el odio y el perdón, entre el resquemor y el olvidar por entero, y que al fin perdona de corazón y da un abrazo al que él ha considerado objeto de repulsión. Ahí vence Cristo perdonador, que ha dicho. “Amar a vuestros enemigos”. Ahí reina y domina Cristo un corazón que luchó por ser Rey.

–Una persona que lucha por aceptar la pérdida de un ser muy querido, o una enfermedad dolorosa e irreversible, y que al fin puede decir: “Hágase tu voluntad”. O como me dijo aquella enferma de cáncer: “Padre, el mejor regalo que Dios me ha hecho en mi vida ha sido esta enfermedad…” Ahí reina Cristo por entero.

–Una confesión sincera, hecha después de muchos años de separación de Dios, que acaba con apretón de manos al confesor porque no encuentra allí la mano de Cristo que hubiera querido apretar en la alegría del perdón…Ahí reina Cristo.

–En una vida familiar entregada a cuidar a los propios hijos, a los padres ancianos, a hermanos o hermanas mayores, todo hecho con amor y alegría, cediendo su propia felicidad a la atención de todo el que la necesita. Ahí reina Cristo.

–Ahí muestra Cristo su señorío y hace participar a esas personas en su mismo señorío.

No hay trompetas ni tambores, ni banderas ni estandartes. Nadie es testigo del Señorío de Cristo, pero ahí reina Él en plenitud.

Pidamos en esta Eucaristía que también reine Cristo en nosotros, en esa sencillez y silencio de su Reino.

José María Maruri, SJ

Venga a nosotros tu Reino, Señor

1.- Es el último domingo del tiempo ordinario. El Papa Pío XI, en 1925, instituyó una fiesta y quiso que se llamara Fiesta de Cristo Rey. Se celebraba el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos. En la mente y en la intención de Pío XI se podía entrever un último sueño de cristiandad. En la encíclica Quas primas se decía que ante el avance del ateismo y de la secularización de la sociedad todos los hombres deberían reconocer la soberana autoridad de Cristo. En la oración rezábamos para que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado se sometan al suavísimo imperio del reino de Cristo. Quería el papa que todos los pueblos reconocieran a Cristo como rey y le prestaran la obediencia que, tal como entonces se entendía, se debía prestar al rey de cualquier país o nación. El Papa, con la mejor de las intenciones y con no poco optimismo, abogaba por gobiernos confesionales y católicos, en los que la autoridad de Cristo y del evangelio no fuera discutida. En 1970, el Papa Pablo VI cambió el título de la fiesta, que comenzó a llamarse fiesta de Jesucristo, rey del universo y se debía celebrar el último domingo del año litúrgico. Se cambió parte de la oración, en que ahora se dice: que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Ahora, en 2007, nuestros reyes no tienen la autoridad y el poder que tenían hace un siglo y la mayor parte de los ciudadanos preferimos que el rey reine, pero que no gobierne. Hoy, en esta fiesta, los cristianos queremos, y así se lo pedimos a Dios, que Cristo reine en el universo, es decir, en los corazones y en las vidas de todas las personas, sin olvidar que somos nosotros, las personas, las que debemos gobernar este mundo social y político en el que nos ha tocado vivir. Creemos que esta es la voluntad de Cristo, nuestro modelo, que no quiso hacer de este mundo su reino. En este sentido, le pedimos todos los días a Dios, en el Padrenuestro, que venga a nosotros su reino.

2. Nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al REINO de su Hijo querido. Nos ha sacado de las tinieblas, es decir, de la ignorancia, del pecado, del mal, para trasladarnos a un reino de luz, de redención, de perdón. Todo esto lo ha hecho por su sangre, es decir, desde la aceptación de la cruz, del dolor, del fracaso humano. Lo ha hecho con amor y por amor, con amor al Padre y por amor de los hermanos, por amor a nosotros, pecadores. Por este Cristo, que muere crucificado por amor, Dios nos introduce en un reino donde podamos vivir reconciliados todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz. Un bello mensaje para todos los hombres de buena voluntad: que podamos vivir reconciliados todos los seres, las personas y los animales, el agua y las plantas, el aire y la luz, las playas y las fábricas.

3.- Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Son palabras que leemos en el prefacio de este domingo. Es difícil encontrar palabras más justas y certeras para describir el reino que quiere poner en marcha nuestro Rey. De acuerdo con estos objetivos que nos marca nuestro Rey, cada uno de nosotros deberemos gobernar nuestra casa y, todos juntos, gobernar nuestra nación y nuestro mundo. Un reino así puede ser un reino eterno y universal, porque vale para los hombres de cualquier tiempo y país, para todas las personas que defiendan la vida, la justicia, el amor y la paz, es decir, la verdad, la santidad y la gracia. ¡Que los cristianos seamos los primeros en anunciar este reino y en ponerlo en práctica con nuestro comportamiento de cada día!

4.- A otros ha salvado, que se salve a sí mismo. Ni los judíos, ni los soldados romanos estaban entendiendo el lenguaje que desde la cruz estaba hablando nuestro rey. Él no trataba de salvar su vida corporal, sino que estaba dispuesto a entregarla para salvar así la vida espiritual de todos los demás. Él siempre había estado dispuesto a salvar vidas, a curar a los enfermos, a acoger a los pecadores, a defender y a dar dignidad a los marginados, pero sabía muy bien que él era ahora el grano de trigo que necesita morir para poder alimentarnos a todos con su pan. Desde el trono de su cruz Cristo nos ha prometido a todos nosotros, pecadores, que si sabemos confesarle y seguirle estaremos después con él y para siempre en el paraíso. Ese es el objetivo y el deseo supremo de nuestro rey. Este es el reinado que todos los días pedimos que venga a cada uno de nosotros.

Gabriel González del Estal

Mártir fiel

Los cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: «redentor», «salvador», «rey», «liberador». Podemos acercarnos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazarnos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.

Entre los primeros cristianos se le llamaba también «mártir», es decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis, redactado hacia el año 95, ve en el Crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel». Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel del amor de Dios y también de una existencia identificada con los últimos. No hemos de olvidarlo.

Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Había ido demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia. Ni el Imperio ni el templo lo podían consentir. Había que eliminarlo. Tal vez, antes de que Pablo comenzara a elaborar su teología de la cruz, entre los pobres de Galilea se vivía esta convicción: «Ha muerto por nosotros», «por defendernos hasta el final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de los últimos».

Al mirar al Crucificado deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento que no sea el nuestro.

El crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Los podemos ver todos los días en cualquier telediario. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo, sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.

Confesar al Crucificado no es solo hacer grandes profesiones de fe. La mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor es imitarle viviendo identificados con quienes sufren injustamente.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXXIII de Tiempo Ordinario

¡Carpe Diem!

El beato Carlo Acutis, el niño prodigio de la informática que se convirtió en el beato de la generación del milenio, comentaba así «Nacemos originales, pero muchos viven como fotocopias». ¡Cuánta verdad! Si los jóvenes hicieran del «¡Carpe Diem!» ¡(=aprovechar el día) su lema y buscaran realizar el destino soñado para el que habían sido creados, única y amorosamente, por Dios! Esto es lo que el Eclesiastés aconseja a los jóvenes: realiza tus sueños, pero teniendo en cuenta a Dios y tu deber de dar cuenta de tu vida. No serán los años de la vida lo que importe, sino la calidad de la vida vivida. Dicha calidad sólo puede alcanzarse cuando uno se compromete audazmente con la vida, hace preguntas de exploración no sólo a las personas que le rodean, sino también a Dios, a diferencia de los tímidos discípulos del evangelio de hoy, que tenían miedo de preguntar a Jesús el significado de sus palabras. Si se hubieran atrevido a preguntar, habrían recibido respuestas que habrían iluminado su camino.

Paulson Veliyannoor, CMF