¿Qué momento vivimos?

1.- Si algo necesitamos en este tiempo histórico, y estaremos todos de acuerdo en ello, es un poco de esperanza. Y, mira por donde, el ADVIENTO –bien vivido, celebrado y sensibilizado- nos incita a la espera. A levantar el ánimo y la cabeza. En definitiva, el Adviento, nos recuerda que –aun teniendo los pies en la tierra- hemos de prepararnos a la venida del Señor que viene del cielo.

2.- ¿Qué nos puede ocurrir a la hora de situarnos ante al Adviento?

Primero: que lo vivamos como una repetición y rutinariamente. Sin más trascendencia que unas fiestas, que están por venir, y que pueden resultar agobiantes, machaconas, banales y hasta estériles. Ello nos llevará, no solamente a tener unas almas a la intemperie sino, además, a la cruda realidad de unos bolsillos vacíos. ¿Queremos esta falsa esperanza? Me imagino que no. ¿Queremos una cesta de la compra llena, o un corazón colmado de Dios?

Segundo: podemos entender estas semanas de adviento, como el pregón de unos días en los que, las tradiciones o el folklore, juegan un papel importante en muchos lugares de nuestro orbe cristiano, pero sin más consecuencia u objetivo que el mantener algo que, hace tiempo, que dejó de tener vigencia. El adviento, y no lo olvidemos, tiene un gran calado: prepararnos al acontecimiento del amor de Dios en Belén.

Y tercero: adentrarnos en el Adviento es desear a voz en grito, que Dios baje a la tierra. Es querer una realidad distinta a la que nos toca vivir. Es añorar para nuestro mundo una mano que enderece lo torcido. Es mirar hacia el cielo pidiendo a Dios que se manifieste en medio de nosotros. ¡Este es el momento que tenemos que vivir!

3. Hoy, como en los tiempos de Jesús, la fe, estos tiempos “mesiánicos” en los que vivimos, necesitan gente audaz y despierta. Hay una muchedumbre atontada por el cloroformo de lo inmediato; por la anestesia de la apariencia, del “san comercio”, del “san consumo” o del “san bebercio”. ¿Dónde estamos nosotros? ¿Cómo nos vamos a preparar a la llegada del Señor?

Pronto, los Obispos y algunos medios de comunicación social (estos últimos muy interesados por cierto) nos recordarán que las Navidades están secularizadas; que la gente vive esos días con puro afán consumista; que hemos perdido el sentido más profundo y genuino de la Navidad.

¡No señor! Aún siendo en parte verdad, no seamos tan pesimistas. Hay muchísima gente; miles de familias, millones de hombres y de mujeres –en España y en el mundo entero- que son personas con esperanza. Que apetecen encontrarse a Jesús en el camino de sus vidas. Mejor dicho: el encontrarse con Cristo ha sido la mejor noticia y el mejor regalo de toda su existencia.

Por ello, aunque no nos falten preocupaciones; aunque asome el maligno en forma de tentación y de abandono; aunque la fe –en algunos hermanos nuestros haya perdido vigor- nosotros estamos llamados a vivir este momento de fe y de gracia, de espera y de oración, de vigilancia y de despertar.

4.- Estamos en Adviento, amigos, y hay que recobrar el ánimo perdido. Un cristiano sin esperanza es como una habitación sin luz; como un paisaje sin horizonte; como un cielo sin estrellas. Como una Navidad, con mucha luz, pero artificial. Y, esto, no es poesía. ¡Es que es verdad!

El presente que vivimos necesita de rostros iluminados por la alegría de creer. ¡Más vale un cristiano contento que mil indicaciones para que la gente se acerque al Señor! ¡Más vale un cristiano aventurero, entusiasta y buscador de Dios que un cúmulo de preceptos que, de entrada, serán más obstáculo que trampolín para zambullirse en el corazón de Cristo!

Bueno, y acabo. ¡Dios viene! Y, eso, es lo sustancial. Pongamos en la mesilla de nuestra casa el “despertador”. Que cuando venga, nos encuentre preparados.

5.- ¡Dios viene! Que nos encuentre, por lo menos, esperándole, evocándole y –sobre todo- dando testimonio de su presencia.

¡Ah, y se me olvidaba! Hagamos ambiente cristiano allá donde estemos. Que, me parece a mí, estamos muy dormidos para las cosas de Dios y demasiado ávidos para con las cosas del mundo.

¡Qué momento! ¡Pero que momento nos espera por vivir! ¡Dios viene…y además pequeño! ¿Queremos vivirlo así?

6.- QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra
Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar
Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro
Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos
Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las definitivas

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte
Para que, cuando vengas, salga a recibirte
Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Para que, la violencia, de lugar a la paz
Para que los enemigos se den la mano
Para que la oscuridad sea vencida por la luz
Para que el cielo se abra sobre la tierra

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza
Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío
Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza
Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas
Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas
Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y encontrarte
Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tú me das

QUIERO ESTAR, EN VELA, SEÑOR
Entre otras cosas porque, tu Nacimiento,
será la mejor noticia de la Noche Santa
que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.
¡VEN, SEÑOR!

Javier Leoz

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Lectio Divina – Sábado XXXIV de Tiempo Ordinario

Estad en vela, pues, orando en todo tiempo

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy vengo a la oración y lo primero que quiero pedirte es que me enseñes a orar. Los judíos rezan mirando a Jerusalén; los musulmanes, mirando a la Meca. Y nosotros, los cristianos, ¿hacia dónde tenemos que mirar? Tú, Señor, mirabas al cielo, donde estaba tu Padre Dios. El Padre era tu comida, tu bebida, tu obsesión. No le llamabas Yavé  sino Abbá-Papá. El día en que nos enseñaste a orar de esa manera fue el día más bonito de nuestra historia humana. Se acabó para siempre el Dios del miedo y apareció entre nosotros el Dios de la ternura.    

2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 21, 34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Dos cosas nos piden el Señor en este evangelio: “Tened cuidado» y “orad en todo tiempo”. ¿Qué debemos cuidar? En primer lugar la Naturaleza que Él nos ha regalado. Cuidar la tierra, los ríos, los montes, los mares… Cuidar los animales… y sobre todo, cuidar a las personas.  Cuidar significa “mimar”, mirar todo con ojos de admiración. Jesús se queda extasiado ante un atardecer “cuando el cielo se arrebola” (Mt. 16,2). “Y ante la belleza y hermosura de los lirios en primavera” (Mt. 6,28). “Y ante el vuelo de los pajaritos a quienes su Padre les alimenta” (Mt. 6,26). Pero la auténtica mirada de Jesús es ante las personas: “Llora al ver llorar a María, hermana de Lázaro” (Juan 11,33);  mira  con  mirada  de  cariño  a  un joven ( Mc. 10,21); mira con infinita  ternura a una  mujer pecadora que le ha besado sus pies, se los ha perfumado y los ha secado con sus cabellos” (Lc. 7,44-46). Y queda horrorizado porque unos viejos verdes quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio. Yo no te condeno. “Vete en paz y no peques más” (Jn.8,11).  También Jesús nos pide que recemos. Pero que lo hagamos como Él, sin muchas palabras. Que lo hagamos diciendo sólo una palabra Abbá-Papá. Y que nos quedemos estremecidos, sobrecogidos, al sentirnos como niños pequeños, queridos tiernamente por Él. 

Palabra del Papa

“Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Simplemente porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre. Por eso en el Año Santo tiene que mantener vivo el deseo de saber descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos”. (Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Tener en este día un cuidado especial con las personas con quienes me voy a relacionar.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy te doy gracias porque tienes una mirada penetrante, que contempla, cuida, mima, acaricia. Dame la fuerza de esa mirada para que sepa contemplar la naturaleza, los animales y, sobre todo a  las personas, como las miras Tú. Que todo lo que voy a realizar en este día quede envuelto con el calor de una mirada.  ¡Gracias, Señor!

El retablo del Adviento

1.- “Dijo Jesús: Estad en vela. También vosotros estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. San Mateo, Cáp. 24. Algún pintor famoso podría dibujarnos el retablo del Adviento, para mostrarnos el nacimiento de Dios en Belén, su venida continua a nuestra vida y su llegada al final de los tiempos. La escena ha de ser en tonos suaves, que nos hablen de ternura y de confianza. Sin mucha luz, que pueda herir a los desalumbrados. Pero el artista destacará, mediante alguna imagen o algún símbolo, la actitud central de los cristianos en este tiempo: Velar, estar preparados. Adviento es la ocasión para reconocer que Dios puso su tienda entre nosotros. En otras palabras, estrenó un nuevo estilo de relacionarse con los hombres. Un hecho que marca el año cero de la historia en occidente, y es garantía de una continua presencia del Señor entre sus discípulos.

En cada pliegue de nuestra conciencia, en cada recodo del camino, en cada circunstancia, podemos descubrir la cercanía salvadora de Dios. Pero el Evangelio nos advierte que hemos de permanecer vigilantes. Vigilancia significa evitar que los negocios temporales nos asfixien. Vigilancia equivale a vivir la fe de una manera consciente y contagiosa.

2.- Frente a la población actual del mundo los cristianos no somos ninguna mayoría. Pequeña grey apenas, levadura en la masa. De otro lado, la Iglesia como institución, ha perdido significado en muchos ambientes. De ahí la urgencia de ser testigos del Señor Jesús, mediante un anuncio fraterno, transparente y entusiasta. Pero ¿qué hemos de atestiguar aquí y ahora? ¿Observancias tradicionales o devociones? Muchas de ellas hoy aparecen como contaminaciones históricas, de importancia accidental. Hemos de ser testigos del Evangelio, ante el hombre de hoy, “objeto de mil presiones, ansioso de comunidad, decepcionado de tantas promesas incumplidas, escéptico ante toda palabra demasiado solemne. Un hombre, que ya no pretende construir ninguna torre para subir al cielo, sino tan sólo hacer de la tierra un cielo más o menos habitable”.

3.- Para algunos el gran mérito de la Iglesia es haber conservado durante tantos siglos “el deposito de la revelación”. Otros desearíamos que la comunidad creyente se calificara, descubriendo modos más eficaces de anunciar a Jesucristo. Pocos nos piden hoy un esquema teológico que contenga verdades inconmovibles. Tampoco un código de conducta, que ennoblezca la especie y obviamente nos libre de la “condenación eterna”. El hombre actual desea signos, donde se adivine una razón profunda para seguir luchando. Señales donde el amor enseñado por Jesús, se trasluzca de forma generosa e irrefutable.

4.- Entonces recordamos que hubo en Belén unos pastores que vigilaban en la noche. Permanecían despiertos. Fueron luego al portal, encontraron a Dios hecho niño y salieron a contar enseguida todo lo que habían visto. Así hemos de hacer nosotros, mientras algunos anuncian mil catástrofes y otros pregonan que el mundo actual ya no tiene remedio.

San Pablo un día escribió a Tito, su discípulo: “Ha aparecido la bondad de Dios que trae salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y los deseos mundanos y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: La aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo”.

Gustavo Vélez, mxy

Comentario – Sábado XXXIV de Tiempo Ordinario

Lc 24, 34-36

Jesús acaba de anunciar la «venida del Hijo del hombre» sobre las nubes del cielo… Acaba de decir que el «Reino de Dios está cerca», como lo está el verano cuando los árboles han brotado…

Para esta espera, continúa dando consejos a sus amigos.

Andaos con cuidado que no se os embote la mente ni el corazón…

Después de los consejos de esperanza y de confianza, hay ahí uno de vigilancia.

No dejarse sorprender, por esas «venidas» de Jesús… sobre todo por la última.

Permanecer «ágil», no embotarse. Permanecer siempre dispuestos a partir.

Que no os entorpezcan la comida, ni la bebida, ni los agobios de la vida.

Sabemos que un excesivo apego a los placeres, ¡entorpece la mente y el corazón!

Cuando buscamos disfrutar con exceso de esta vida, nos olvidamos de «aquel día».

Y venga aquel día de improviso sobre nosotros como un lazo. Porque caerá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. El «día» del juicio viene de improviso.

Cada segundo muere alguien… sobre toda la tierra mueren decenas de millares. No sé cuantos segundos me quedan.

El juicio que cayó sobre Jerusalén debe servirnos de advertencia. Es el símbolo del juicio que caerá sobre la tierra

entera.

Velad pues, y orad… en todo momento.

Sí, Jesús, Tú aconsejabas a tus amigos que no cesasen jamás de «orar».

Y san Pablo lo repetía a sus fieles (2. Tesaloniceses 1, 11; Filipenses 1, 4; Romanos 1, 10; Filemón 4) «Pedimos continuamente… En la oración que le dirigimos… Continuamente te menciono en mis oraciones…»
Hay que repetirse a sí mismo esos consejos apremiantes de Jesús: esperanza… confianza… certeza… sobriedad… disponibilidad… oración… puede sabe la hora.

Para tener fuerza para escapar de todo lo que va a venir… Esta es la señal de que hay, de todos modos, algo temible, en «aquel día».

La confianza, el gozo, la esperanza… no son sinónimo de seguridad engañosa. Hay que estar alerta, un peligro amenaza, hay que estar a punto de escapar.

Y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre…

He aquí la última frase del último discurso de Jesús antes de su Pasión. «¡Velad y orad, para presentaros con seguridad delante del Hijo del hombre!»

Jesús va a llegar pronto a su «fin» por el sufrimiento. Pero El se ve, Hijo del Hombre, glorioso viniendo de nuevo «sentado a la diestra de Dios», como lo dirá dentro de unos días delante del Gran Consejo (Lucas 22, 69)

Será el Hijo del Hombre quien tendrá la última palabra. Y, si velamos y oramos…

podremos presentamos delante de El con seguridad. ¡Ven, Señor!

Noel Quesson
Evangelios 1

La venida del Hijo de Dios

1. Jesús es nuestro camino.- Como todos los años, al comenzar el ciclo litúrgico, la Iglesia nuestra Madre nos recuerda que este mundo ha de tener un final. Con ello nos va preparando a rememorar la venida a la tierra del Hijo de Dios hecho hombre, su nacimiento en Belén que inicia la Redención. A primera vista pudiera parecer que son dos hechos, el del fin del mundo y el de la Navidad, que no tienen conexión alguna entre sí. Y, sin embargo, sí que la tienen, pues se trata en ambos casos de la venida del Señor. En efecto, cuando todo termine vendrá de nuevo Jesús hasta nosotros, para juzgar a vivos y muertos. En el tiempo precedente a la venida de Cristo es preciso prepararse con penitencias y ayunos, con la enmienda de la vida, avivando el deseo de su llegada. El profeta Isaías nos dice hoy que al final se alzará firme el monte Sión y los hombres se dirán: Venid, subamos al monte del Señor. Sí, subamos por la escarpada senda de las dificultades cotidianas, ascendamos entre peñas y rocas hasta la cima serena del monte de Dios.

En ocasiones conocemos cuál es el término de nuestro viaje, pero ignoramos cuál es el camino adecuado para llegar pronto y seguros. Todos estamos persuadidos que el fin de nuestra existencia es la eterna felicidad. Es cierto que muchos no son plenamente conscientes de ello, y que otros lo olvidamos con frecuencia, pero en el fondo lo que todos anhelamos es ser felices, dichosos para siempre. Esa dicha es, por tanto, el término del viaje que iniciamos al nacer. Sin embargo, es difícil saber bien el camino, y una vez sabido, también cuesta recorrerlo. Ante esta situación el Señor se nos brinda como guía experto y seguro, buen conocedor del corazón humano, experimentado en los mil sufrimientos y pesares del hombre, sabedor de los deseos más íntimos de los hijos de Adán, ya que somos hechura de sus manos.

Jesús nos ha dicho que Él es el camino. Lo cual quiere decir que sólo si procuramos ser como Él fue, lograremos llegar a nuestra meta. Y Él fue primordialmente amor, pasó por la vida haciendo el bien. Ahí está el secreto. Por esto el profeta, aludiendo a los tiempos mesiánicos dice que de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas. Es decir, si queremos llegar a nuestro feliz destino, hemos de convertir el odio y la guerra en amor y paz.

2. Como en tiempos de Noé El tema del fin del mundo ha preocupado siempre al hombre. Y siempre se han hecho cálculos, por cierto que fallidos hasta ahora, acerca de ese terrible momento. Cuando los Apóstoles preguntan al Señor sobre ese día, reciben una respuesta evasiva. Sobre dicho acontecimiento, sólo el Padre sabe cuándo será. Es cierto que Jesús, por ser Dios, también sabía el momento. Pero, según los planes divinos, no debía ser revelado, y por eso puede decir que ni Él mismo lo sabe, para revelarlo. De ahí que lo único que podemos afirmar es que ocurrirá un día, aunque no sabemos cuándo.

Quizás antes de la invención de las armas atómicas había que pensar en una intervención particular de Dios, algo que provocara tal cataclismo de magnitudes universales. Y en realidad, de una forma o de otra, Dios intervendrá. Sin embargo, es una cuestión que cada día se nos hace menos difícil de entender, menos inverosímil. Bastaría un simple accidente, una transmisión equivocada, para que se desencadenase todo el montaje bélico de índole atómica, capaz de destruir diez mundos como el nuestro. Dicho así, de modo tan simple, como quien no dice nada, nos puede dejar casi insensibles. No obstante, un poco sí que deberíamos preocuparnos. Al menos, para pedir a Dios que tenga entonces misericordia de nosotros, y para vivir una vida más acorde con su Ley.

Quizá para esto ha querido el Señor que sea un suceso imprevisible. Por eso las señales que se nos dan en los Evangelios son, en cierto modo, ambiguas. Circunstancias que de alguna manera se han dado y se están dando ahora. Sobre todo en lo referente a las guerras y a las revoluciones. De todas formas, esas señales podríamos decir que son más bien inmediatas, ya que según el texto evangélico ocurrirá como en tiempos de Noé, cuando nadie se creía lo que iba a ocurrir, a pesar de que veían al patriarca y a sus hijos preparar una barcaza de magnitudes colosales. Será tan repentino que cuando uno quiera guarecerse, ya habrán llegado las aguas, o el fuego, a niveles insalvables.

Por tanto, la enseñanza inmediata que de todo esto se desprende es la necesidad de estar siempre en vela. Es preciso vivir preparados para recibir al Señor, para rendir cuentas de nuestras acciones ante Él. Hay que convertir la vida en un perenne Adviento, estar siempre con la guardia levantada, para que nunca el enemigo nos aseste un golpe imprevisto. Hay que estar de modo habitual en gracia de Dios, hemos de vivir como quien en cualquier momento pudiera morir. Lo cual, por otra parte, es algo real y no una mera suposición, inventada para tener a todos metidos en un puño. Entre otras cosas, porque Dios no quiere que vivamos angustiados de continuo. Al contrario, se trata de vivir seremos y alegres, muy cerca siempre de Dios, dispuestos a recibirle con los brazos abiertos, en cualquier instante.

Antonio García Moreno

La esperanza activa del Adviento

1.- Siempre hemos dicho que el adviento es tiempo de esperanza. Así lo indica la misma palabra: adviento es esperar al que viene. Pero no debemos confundir la esperanza con la espera. Esperar puede ser un acto pasivo, como el que espera, sentado en la estación, a que llegue el tren que él desea coger. La esperanza del adviento ha de ser una esperanza activa: no esperamos sentados a que llegue el que ha de venir, salimos a su encuentro, nos preparamos y nos ponemos el traje de fiesta para poder recibir con la mayor dignidad posible al Señor que ya está viniendo a nuestro encuentro. Un buen ejemplo para entender el sentido activo de la esperanza del adviento es fijarnos en la esperanza que tiene el labrador, cuando siembra, en el otoño, el grano de trigo. Lo hace esperando recoger, en el verano, la espiga granada. Pero no se queda sentado, frente a la lumbre del hogar, a que llegue el verano. Labra la tierra, la abona, echa el herbicida que corresponde. Es evidente que será la tierra la que produzca y haga crecer la semilla, pero el trabajo del labrador es también necesario e imprescindible. Así ha de ser nuestra esperanza del adviento: tenemos que labrar con esmero nuestra tierra del alma, debemos abonarla con oraciones y buenas obras, debemos arrancar cada día las malas hierbas que crecen en nuestro interior. Es el Señor el que viene, pero debe encontrarnos preparados, caminando a su encuentro, para que, cuando llegue, pueda alojarse en nuestra casa con alegría y con amor.

2.- Venid, subamos al monte del Señor. Subiremos con alegría y al mismo tiempo con humildad. No subiremos con la espada enfrentada, ni con la lanza en ristre; de las espadas habremos hecho arados, de las lanzas habremos hecho podaderas. Subiremos al monte del Señor con el corazón en paz, ofreciendo perdón a nuestros enemigos; subiremos al monte del Señor con alegría, con la alegría del que sabe que camina seguro por sus sendas, porque es la luz del Señor la que ilumina sus pasos. Le diremos al Señor que sea él el que nos instruya en sus caminos, le pediremos que sea él el árbitro que dirija el juego de todas las naciones, el que juzgue a todos los pueblos. Queremos y esperamos que sea el mismo Dios, el mismo Señor, el que ilumine a todos los gobernantes, el que venga al corazón de todas las personas. Con esta esperanza comenzamos el adviento: con una esperanza humilde, alegre y activa, porque sabemos, como el profeta Isaías, que es el mismo Dios el que viene a nuestro encuentro para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.

3.- Ya es hora de despertaros del sueño. El sueño suele anidar en la oscuridad de la noche, mientras que la luz ilumina el día. En este sentido nos dice el apóstol que dejemos las actividades de las tinieblas y nos pertrechemos con las armas de la luz. En las religiones antiguas la oscuridad y las tinieblas eran símbolo y signo de tristeza, ignorancia y dolor, mientras que la luz era el símbolo de la pureza, de la felicidad y de la sabiduría. Así lo representó ya el mismo Platón en su famoso mito de la caverna, así lo enseñaron, entre otras, las antiguas religiones dualistas, mazdeístas, maniqueístas y la misma religión judía. Sabemos que este texto revolucionó el alma de San Agustín, cuando se debatía en el huerto de Milán, en una lucha interior tremenda, entre adherirse a la luz de Cristo o seguir agarrado y enfangado en la lujuria y el desenfreno que le ofrecían los placeres mundanos. El adviento es un buen tiempo para despertarse del sueño de una vida lánguida y rutinaria, porque nuestra salvación está más cerca, porque ya viene, ya llega hasta nosotros el Señor Jesús.

4.- Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Estar en vela significa vivir atentos, no dejarse vencer por la modorra, por el cansancio o por la desesperanza. Aquí, en el evangelio, se nos dice que debemos vivir siempre en vela, esperando al Señor que llega. Es difícil vivir siempre en vela, es difícil mantener siempre viva y activa la esperanza en la venida del Señor. La sociedad actual nos cerca y nos atonta, entretiene y atiborra nuestra atención con la promesa de bienes superfluos y banales, intenta distraernos con juguetes de usar y tirar, quiere que nos distraigamos con espectáculos y celebridades mediocres y sin luz verdadera y salvadora. Nuestra obligación, como cristianos, es no dejarnos engañar, no perder de vista lo esencial, mantener vivo el fuego de nuestra fe, la luz de nuestra esperanza. No sabemos cuando llegará el Señor, pero es seguro que llegará. Vivamos siempre en vela, bien despiertos, para que, cuando llegue, nos encuentre preparados.

Gabriel González del Estal

La revolución de Jesús

1.- He echado de menos en el mundo una revolución que inició Cristo y que los cristianos no han sabido continuar. No es una frase sospechosa de un defensor de la Teología de la Liberación. Es una queja de un espectador que mira al mundo cristiano desde fuera. Es de Rabindranath Tagore.

Comenzamos el Adviento, tal vez reducido hoy en la Iglesia a un mero tiempo litúrgico, cuando en los primeros tiempos de la Iglesia fue una actitud que llenaba toda la vida de los cristianos. Esperaban la segunda venida de Jesús como algo cercano e inmediato, malinterpretando las palabras del Señor y vivían en tensión de espera, haciendo buenas obras, muy unidos unos con otros, repartiendo lo que tenían con los que no tenían. Y algunos, menos dados al trabajo, cruzándose de brazos sin hacer nada, porque… ¿para qué si todo iba a acabar pronto?

2.- Han pasado los siglos, y aquel primer vino chispeante que llenaba de energía a los cristianos perdió su fuerza. Nos hemos arrellanando cómodamente en este mundo. Y comemos, bebemos, dormimos y nos divertimos como en tiempo de Noé… y aún en nuestra vida cristiana ha entrado la rutina, misa los domingos, confesión de tarde en tarde, algún rezo en casa, vino sin chispeo, champán sin energía, peces muertos que se mueven en los ríos empujados por la corriente.

¿Hay entusiasmo en nuestra vida cristiana? ¿Hay creatividad? ¿Tenemos en la vida cristiana el entusiasmo que se pone en un nuevo hogar? ¿En el trabajo de cada día? ¿En salir adelante con los estudios? ¿En divertirnos, aunque sea santamente?

3.- ¿Y qué nos dice San Pablo? Ya es hora de despabilarse, de abrir los ojos cargados de sueño. ¿Y el evangelio? Estad en vela, es decir estad despiertos, salir, en definitiva, de la rutina.

Sí, ya es hora de que cada uno de nosotros tomemos en serio esa revolución que vino a hacer Jesús al mundo y que dio con Él en la cruz. Esa que Tagore echa de menos. La revolución del amor entre hermanos.

En esta sociedad en que impera el sectarismo y los intereses económicos o políticos, en que el único lenguaje que se impone es el de las metralletas y el odio, nosotros tenemos que tomar en serio aquello a lo que vino Cristo a la Tierra, que bien claro nos lo dejó cuando nos dijo: “Sabrán que sois discípulos míos si os amáis unos a otros”…“Seréis cristianos cuando os preocupéis unos por otros”

Ya es hora que cada uno de nosotros nos examinemos con sinceridad y veamos hasta que punto se nota que yo soy cristiano, si los demás que viven junto a mí pueden darse cuenta de que me preocupo por ellos, o lo único que ven es que vivo centrado en mí mismo, que no me molesto por los demás, y que me molesta cuando me piden ayuda o un favor.

No nos gusta que abusen de nosotros, que nos tomen por tontos, que acudan a nosotros sólo cuando nos necesitan. Pues dichoso aquel al que todos acuden a pedirle favores, señal que los hace y que vive preocupado por los demás.

4.- Vosotros y yo trabajamos mucho. Posiblemente vosotros trabajáis mucho más que yo. Pero el trabajo por el trabajo no es cristiano. El trabajo empieza a hacerse cuando se convierte en servicio a los demás. Cualquier trabajo es servicio, el del ama de casa, el del administrativo, el del profesor, el del médico o la enfermera, el del que está detrás de un mostrador, todos, porque en todos tenemos que atender a personas que vienen a nosotros, y a las que con nuestro trabajo o conocimientos podemos y debemos ayudar y tratar como son… hermanos nuestros.

Debemos llenar ese trabajo nuestro de cada día con la preocupación por los que nos rodean, por los que acuden a nosotros. Que en ese trabajo haya siempre bondad para los demás, el chispeo de la alegría y del buen humor. Y entre todos convertiremos esta sociedad en algo “vivible”, en algo humano, en una sociedad de hermanos como Cristo quiso y Tagore echo de menos.

José María Maruri, SJ

Profetas de la esperanza

1.- Comenzamos un nuevo Año Litúrgico con el tiempo de Adviento. Hay dos mensajes fundamentales en la Palabra de Dios de este domingo: vivir la esperanza y estar preparados. Es tiempo de esperanza, porque a pesar de los pesares es posible un mundo nuevo. Para que hagamos posible la esperanza se nos pide una actitud de vigilancia y de atención. No debemos permitir que se embote nuestra mente con las realidades mundanas. Hoy suena el despertador en nuestra vida para sacarnos del adormecimiento. Se nos hace una llamada a estar preparados. Pasamos casi un tercio de nuestra vida durmiendo, añádase a esto el tiempo en que vivimos adormilados y obnubilados. Nuestra mente está embotada por la rutina, la dispersión, el cansancio, el vacío…Debemos levantar la cabeza para poder observar la liberación que se nos ofrece. Los signos del pasado que nos presenta el evangelio de Mateo pueden asustarnos, porque a la hora que menos pensamos llega el Hijo del Hombre. Pero El no viene para condenarnos, sino para salvarnos. Algunos interpretan estos signos negativamente y anuncian catástrofes sin fin por nuestros pecados. Dios, en cambio, nos ofrece la liberación, quiere que tengamos la misma alegría que tenían los deportados de Israel cuando volvieron a su patria: ¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”!.

2.- Nuestro mundo necesita una buena dosis de esperanza. Contamos con la providencia de Dios que vela por nosotros, pero espera nuestra colaboración. Hagamos posible la esperanza a los que viven desesperanzados. Hay muchos cristianos desanimados porque no ven a los jóvenes en nuestras eucaristías, otros se sienten desconcertados ante la falta de valores y la desintegración de muchas familias, hay quien está decepcionado porque ve una Iglesia demasiado instalada o lejos del ideal evangélico. Entonces optan por la pasividad o la resignación y niegan cualquier posibilidad de cambio. Hoy la Palabra nos alerta para que nos demos cuenta de que Jesús, el Hijo del Hombre, viene a liberarnos de todas nuestras esclavitudes e incertidumbres. El es nuestra justicia y nuestra salvación. San Pablo en la Carta a los Romanos se nos dice que la salvación está cerca. El juicio es para la salvación, no para la condenación. Pero tenemos que espabilarnos y conducirnos como en pleno día, con dignidad. Debemos despojarnos de las obras de las tinieblas: comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, pendencias, riñas….Podemos añadir otras cosas de nuestro tiempo que nos alejan de la luz. San Agustín comenzó a llorar cuando leyó este texto y decidió dar un cambio radical a su vida, revistiéndose de Cristo.

3.- El libro de Isaías nos habla de un nuevo orden mundial en el que «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas». ¿Pero cuándo sucederá esto? A veces nos cansamos de esperar, nos derriba la impaciencia. Jesús nos pide en este domingo que estemos preparados en vela, para «el día del Señor». No se trata de la destrucción, el día del Señor significará la inauguración de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos en el que reinará «la paz», el don de todos los dones (salmo 121). Tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza va a pasar por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Seamos también nosotros portadores de esperanza, esperanzados y esperanzadores. Así podemos conseguir que todos los que viajamos en el mismo tren de la vida podamos construir la nueva humanidad que viaja hacia la Jerusalén celestial. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento. Estamos cansados de agoreros y necesitamos hombres y mujeres colmados de esperanza.

José María Martín OSA

Reaccionar

Los ensayos que conozco sobre el momento actual insisten mucho en las contradicciones de la sociedad contemporánea, en la gravedad de la crisis sociocultural y económica, y en el carácter decadente de estos tiempos.

Sin duda, también hablan de fragmentos de bondad y de belleza, y de gestos de nobleza y generosidad, pero todo ello parece quedar como ocultado por la fuerza del mal, el deterioro de la vida y la injusticia. Al final todo son «profecías de desventuras».

Se olvida, por lo general, un dato enormemente esperanzador. Está creciendo en la conciencia de muchas personas un sentimiento de indignación ante tanta injusticia, degradación y sufrimiento. Son muchos los hombres y mujeres que no se resignan ya a aceptar una sociedad tan poco humana. De su corazón brota un «no» firme a lo inhumano.

Esta resistencia al mal es común a cristianos y agnósticos. Como decía el teólogo holandés E. Schillebeeckx, puede hablarse dentro de la sociedad moderna de «un frente común, de creyentes y no creyentes, de cara a un mundo mejor, de aspecto más humano».

En el fondo de esta reacción hay una búsqueda de algo diferente, un reducto de esperanza, un anhelo de algo que en esta sociedad no se ve cumplido. Es el sentimiento de que podríamos ser más humanos, más felices y más buenos en una sociedad más justa, aunque siempre limitada y precaria.

En este contexto cobra una actualidad particular la llamada de Jesús: «Estad en vela». Son palabras que invitan a despertar y a vivir con más lucidez, sin dejarnos arrastrar y modelar pasivamente por cuanto se impone en esta sociedad.

Tal vez esto es lo primero. Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevernos a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No identificarnos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con tanta mediocridad y falta de sensatez. Iniciar la reacción.

Nos han de animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más humano y de organizar una sociedad más digna. Por otra parte, el Espíritu de Dios sigue actuando en la historia y en el corazón de cada persona.

Es posible cambiar el rumbo equivocado que lleva esta sociedad. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el interior de tanto pragmatismo sin corazón.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXXIV de Tiempo Ordinario

Maranâ Thâ

El actual año litúrgico termina hoy; mañana comienza un nuevo año. Los mensajes finales son muy significativos en cualquier comunicación. En las lecturas de hoy, tenemos palabras de precaución y de esperanza. «Estad atentos… Vigilad en todo momento y rezad» son las palabras de advertencia. Nos piden que estemos atentos a los signos de los tiempos y permanezcamos fieles. Para los que permanecen atentos, las palabras de Cristo – «pronto vendré»- son deliciosas y bienvenidas; porque, cuando venga, se encontrarán como ciudadanos de los «cielos nuevos y la tierra nueva», donde la luz de Dios los envolverá siempre. Beberán de los ríos de la vida y comerán del árbol de la vida. Por eso, con Juan, responderán con entusiasmo a las palabras de Jesús, diciendo: «Amén». Ven, Señor Jesús» – Maranâ thâ. (Ap. 22:20).

Paulson Veliyannoor, CMF