Cuatro largas semanas de espera

Empezamos cuatro largas semanas de espera. Esperar. ¿Queda alguien que sepa esperar sin desesperar? Vivimos en una sociedad de una inmediatez patológica.

Cuatro largas semanas que llamamos Adviento, del latín adventus: “llegada”. Llegar. Otro verbo al que pedimos datos concretos: día, hora, medio de transporte,  estación, terminal, datos climáticos, coordenadas GPS, equipaje… ¡Así no!

Se supone que estamos esperando a alguien que va a llegar, que se toma su tiempo  dejando que nos preparemos para que no haya confusiones y, como ya pasó hace mucho, muchísimo, tiempo… “cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Nos llegan profetas del consumo, voceros que nos hablan de la magia de este tiempo, frívolos cantamañanas, agoreros inyectando miedos, poderosos asustados de su poder disimulando para que no se les note… y caemos en este circo.

Cuatro largas semanas de Camino, paso a paso, con los pies descalzos sobre un desierto de asfalto y tecnología de la distracción, pero empeñados en estar atentos a tu Palabra.

Palabra que resuena como cada Adviento: “Estad en vela…” poniendo atención silenciosa, mirada contemplativa y expectación sin ansiedad, porque sabemos que lo que esperamos viene sin la premura acaparante del tiempo del mundo.

En estas cuatro largas semanas un suave susurro interior nos espabilará como cada Adviento: “Estad también vosotros preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

Preparémonos ahondando en el mensaje, que no es una amenaza; es una celebración de Vida, llena de aceptación y de compromiso. Habrá visitas, encuentros, sustos, sueños y alguna que otra sorpresa.

Sólo entenderán los que se preparen desde la sencillez del corazón para recibir lo inexplicable: Dios hecho Niño.

Mari Paz López Santos

El ladrón que abre un boquete en nuestra casa

Con una metáfora, Jesús lanza una invitación llena de sabiduría: ¡vive con atención para evitar que el ladrón abra un boquete en tu casa!

Ante tal aviso, lo primero que surge es preguntarnos: ¿de qué ladrón habla?, ¿quién es ese “ladrón”?

La enseñanza religiosa lo ha personificado en la figura del demonio, del que en la carta de Pedro se dice que “anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5,8). Se trata de una lectura mítica, que es necesario leer en clave simbólica. La idea de un demonio “personal” que estaría empeñado en frustrar el “plan de Dios” es solo otro mito más.

Tal vez, el modo más sencillo para identificar al ladrón del que aquí se habla pase por preguntarnos cuál es el “boquete” que puede abrir en nuestra casa (o persona).

Un boquete se abre para penetrar en la casa, ocuparla y sustraer todo lo que hay de valor en ella. Pues bien, aquello que puede robar nuestro tesoro (desconectar de nuestra identidad) y hacernos vivir alienados de nosotros mismos, en la oscuridad, la confusión y el sufrimiento no es otra cosa que la ignorancia. La ignorancia es el ladrón.

La ignorancia no tiene que ver con la falta de instrucción o de erudición -siempre ha habido personas analfabetas profundamente sabias-, sino que se refiere a una cuestión absolutamente nuclear: desconocer y vivir alejados de lo que somos.

La invitación de Jesús, así entendida, coincide plenamente con la que siempre han propuesto las personas sabias: vivir con sabiduría, vivir en la comprensión. Si la ignorancia es el desconocimiento de lo que somos -que lleva a vivir en la confusión y el sufrimiento-, la comprensión nos lleva a reconocernos en nuestra verdad profunda, es decir, nos trae a “casa”.

La ignorancia abre un boquete en nuestra persona por donde sentimos que se nos escapa la vida. La comprensión ilumina nuestra persona, posibilitando una existencia llena de paz, ecuanimidad, gusto, sentido, plenitud…

Para hacer frente al “ladrón” y favorecer la comprensión liberadora, es necesario -como señala el texto- “estar en vela”, es decir, alimentar algunos cuidados prioritarios: el amor a sí mismo/a frente a la distancia o el auto-reproche, la atención frente a la mente pensante y cavilosa, el silencio de la mente y del ego, el amor y deseo de bien para todos los seres, la aceptación profunda y la gratitud ante todo lo que la vida nos trae… Estos cuidados preparan el camino a la comprensión y mantienen a salvo la “casa”.

¿Puedo decir que vivo con atención? ¿Qué cuido prioritariamente?

Enrique Martínez Lozano

Adviento-Navidad

Las dos cumbres del calendario litúrgico son la Pascua de Resurrección y la Navidad, y cada una de ellas viene precedida de un tiempo de preparación; la cuaresma y el adviento. Pero, con independencia de lo que diga la liturgia, una celebración será importante para mí en la medida en que lo sea el hecho que se celebra, y cuanto más lo sea, más me afanaré en prepararla con primor. En este caso, me importará preparar bien la Navidad si lo que ocurre en ella es importante; y si no, no.

Pero ¿qué ocurre en Navidad?…

Por una parte, celebramos el nacimiento de Jesús, su aniversario, pero Jesús murió hace mucho tiempo y nadie celebra el cumpleaños de los muertos. Si lo seguimos celebrando es porque no está muerto, sino tan vivo en nosotros que lo consideramos parte de nuestra vida… Y si esto es así, la pregunta inicial que acabamos de plantear nos lleva a otra pregunta mucho más importante: ¿Quién es Jesús para mí?… ¿Qué importancia tiene en mi vida?

En primer lugar, Jesús es importante para mí porque me enseña a vivir con sentido. Como decía Ruiz de Galarreta: «Sus criterios y sus valores son lo mejor que he encontrado y, además, creo que si todos viviésemos según ellos la humanidad sería algo mucho mejor que lo que es ahora». Pero hay más, porque los cristianos no nos limitamos a admirarle y aceptar sus criterios de vida, sino que, ascendiendo al plano de la fe, creemos en él.

Y esto significa que para nosotros Jesús es presencia de Dios salvador en el mundo, y que, al encontrarnos con él, nos estamos encontrando con Dios mismo. Citando nuevamente a Ruiz de Galarreta: «No es que nosotros inventamos a Dios, no es que nuestra razón lo descubre, es que lo buscamos porque nuestra naturaleza lo necesita, y lo encontramos porque Él nos sale al encuentro».

Ese lugar de encuentro es Jesús. Y en Jesús hemos descubierto que la vida tiene sentido; que Dios no es el que nos amarga la vida con preceptos y amenazas, sino nuestro aliado contra el mal; que podemos librarnos del temor de Dios, del miedo a la muerte y al castigo por nuestros pecados; que podemos sacudirnos el sometimiento a esa caterva de ídolos que nos esclavizan…

Y desde esta perspectiva, la Navidad cobra toda su importancia. Estamos celebrando que “Dios está con nosotros”, que ha apostado por nosotros, es decir, que la aventura humana —la mía en particular y la de del conjunto de la humanidad en general— tiene sentido, que nuestra vida es mucho más de lo que ven los ojos, que está pensada por Dios y que nuestro destino no es morir, sino Vivir.

Y esto sí que es importante; esto sí que merece celebrarse por todo lo alto.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo I de Adviento

(Mt 24, 37-44)

Este texto es una fuerte invitación a la vigilancia, es una exhortación a vivir intensamente, a no perder inútilmente el tiempo y las posibilidades de amar que nos brinda cada día.

El ideal que se nos presenta aquí es el de dejar de sobrevivir, soportar las obligaciones y tratar de gozar algo a costa de lo que sea. Más que de sobrevivir como se pueda, se trata de vivir cada día a pleno, como si fuera el último, aun cuando tengamos que luchar. No es vivir en la superficialidad de un placer pasajero o de una costumbre, sino en la entrega libre y gozosa de nuestra vida en el servicio a Dios y a los demás. Es darle a cada día su peso y su valor.

Porque esta vida no es un tiempo que hay que pasar como se pueda, luchando para evitar los problemas y buscando sólo satisfacer las necesidades primarias; esta vida es una gran oportunidad. Y ese es en realidad el sentido fundamental del texto de hoy, ya que no se detiene a dar descripciones catastróficas, no le interesa anunciar cómo será el fin del mundo. Sólo nos recuerda que verdaderamente este día puede ser el último, porque el fin llegará en la hora menos pensada, así como en la época de Noé, cuando la gente vivía como si su vida nunca fuera a terminar.

Y de hecho este texto nos muestra que la voluntad de Dios es precisamente que no sepamos cuándo será el fin, para invitarnos así a estar atentos a cada día. ¡Cómo se simplificaría nuestra existencia, cómo nos preocuparíamos por las cosas realmente importantes si viviéramos cada día como si fuera el último! Porque es una posibilidad real; este día puede ser el final de tu vida.

Oración:

“Señor, ayúdame a descubrir el inmenso valor de este día, dame la gracia de descubrirlo como una inmensa oportunidad que me estás regalando para llegar a la profundidad de la vida, para entregarme a tu amor”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Despertar del sueño…

La liturgia no acaba nunca. Terminó el domingo pasado el año litúrgico y ya estamos hoy de nuevo comenzándolo. Y es que la liturgia de la Iglesia en la tierra es un reflejo de esa liturgia celestial que nos describe el Apocalipsis, en la que la Iglesia de los santos canta eternamente las alabanzas de Dios.

De nuevo, pues, comenzando el año litúrgico; es decir, expectación de la venida del Señor. La Iglesia se prepara. Alegría apenas contenida, y penitencia. ¡Ven, Señor! Ornamentos morados, clamor de júbilo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu Salvación” (aleluya de la misa).

Estamos entrando en uno de los períodos de más acusada personalidad en la vida orante de la Iglesia: el Adviento. Cuatro semanas que nos preparan a un acontecimiento que ya empieza a percibirse hasta en sus repercusiones, diríamos, “profanas”: publicidad, escaparates…. Ese acontecimiento es el nacimiento de Cristo: la Navidad.

“Excita potentiam tuam, et veni”: Despliega, Señor, tu poder, pon en marcha tu Omnipotencia y ven a nosotros (oración de la Misa). Con esta súplica vibrante en los labios, se acerca hoy la Iglesia a nuestro Padre Dios. Y esas palabras son como el preludio de la gran sinfonía que sonará durante todo el Adviento. El tema ya está anunciado —¡Ven, Señor!—, y los tres domingos siguientes lo repetirán con gran variedad de tonos.

Los sentimientos que cruzan esta liturgia entrecortada de Adviento son los del pueblo elegido, importunando a Yahvé para que acelere los tiempos. ¡Que rebrote por fin la raíz de Jessé (Is 11, 10)! ¡Que aparezca ya la Estrella de la mañana (Eccli 50, 6)!

Pero la Iglesia, en esta época, se siente también representante de los anhelos de la Humanidad toda, que vive ansiosa de Redención, y no sabe cómo alcanzarla ni por dónde le viene. Y hasta la creación inferior —la materia, tierra y cielo— nos dice San Pablo que gime esperando la liberación definitiva (Rom 8, 21), impaciente por verse transformada en “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Petr 3, 13).

Este inmenso panorama de Redención no se verificará sino en la medida en que los cristianos reformen su propia vida. En efecto, toda la liturgia de este primer domingo de Adviento es una fuerte sacudida para que rectifiquemos nuestra forma de vivir: es decir, para que nos dirijamos en línea recta a nuestro fin que es Cristo.

Ya se otea en el horizonte la figura del Redentor: hemos, por tanto, de prepararle un recibimiento adecuado. “Hermanos —escribe San Pablo a los fieles de Roma (Rom 13, 11)— : ¡ya es hora de despertar del sueño que padecemos!” (Epístola de la misa). La Iglesia nos pide una actitud de vigilia: que no transijamos con ese lastre que lleva “todo hombre que viene a este mundo” y que trata de pegarle a la tierra, de sumergirle en ese sueño denunciado por el Apóstol de las Gentes.

Despertarnos y extender la mirada. No deja de ser significativo que el Evangelio de hoy nos describa nuevamente la segunda venida de Cristo. Y es que nuestra suerte en aquella ocasión estará en función de nuestra actitud de ahora, cuando año tras año Jesucristo vuelve a nacer para cada cristiano.

Despertar. “Abrid vuestros ojos y alzad vuestras cabezas porque se acerca vuestra Redención (evangelio). “La noche ya ha pasado y se acerca el día” (epístola). Y concluye el Apóstol: “desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz” (Rom 13, 12). He aquí el sentido de este tiempo que comienza.

Pedro Rodríguez

Lectio Divina – Domingo I de Adviento

“Estad preparados…”

INTRODUCCIÓN

Ebeling decía: lo más real de lo real no es la realidad misma, sino sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida humana, desplegó todas las posibilidades encerradas en cada ser humano y propuso esa misma meta para todos. Creo que lo más urgente para nosotros hoy, es centrarnos en hacer nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y propuso. Partiendo de su vida y su mensaje, debemos tratar de dar sentido a la nuestra

LECTURAS DEL DÍA

1ª lectura: Is. 2, 1-5.        2ª lectura: Ro. 13,11-14.

EVANGELIO

Mateo 24,37-44

Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.  De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estad prevenidos, porque no sabéis qué día vendrá su Señor. Entendedlo bien si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Vosotros también estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

REFLEXIÓN

1.- Adviento es tiempo de despertar.  El adviento nos urge a tomar en serio la vida, la urgencia de caminar, de no quedarse dormido, de no atender a lo que no tiene valor. Un día “el sol, la luna y las estrellas temblarán”. Es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar, para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, de tener, de seguridad, deben desaparecer para siempre. Es curioso que el evangelio de hoy nos hable de Noé y del diluvio. Hubo un diluvio en donde muere una humanidad gastada, pecadora y con Noé surge una humanidad nueva, la salvada del diluvio. Jesús es ese Nuevo Noé que quiere destruir un viejo mundo de egoísmos, pasiones, avaricias, envidias… y quiere construir un Nuevo Mundo.  En el siglo IV un famoso profesor de literatura que llevaba una vida muy libertina, quería cambiar, convertirse, pero le daba miedo. Podían más en él “sus viejas amigas” es decir, sus pasiones. Un día estando en el jardín oyó una voz de un niño que le mostraba la Biblia y le decía: Toma y lee. Y leyó el texto de la carta a los romanos que nosotros también hemos proclamado en la segunda lectura: “Basta ya de comilonas y borracheras; basta ya de lujuria y desenfreno, revestíos de nuestro Señor Jesucristo”. Entró en su alma una luz que le inundó y desaparecieron las tinieblas. Se hizo cristiano, después sacerdote y llegó a ser Obispo. Fue San Agustín, obispo de Hipona.

2.- Adviento es tiempo de soñar. Los profetas son tipos geniales. Son poetas, artistas, soñadores. Saben levantar al pueblo cuando éste está hundido. ¿Qué sueñan los profetas? Sigamos a Isaías en la primera lectura de este domingo:“De las espadas se forjarán arados y de las lanzas podaderas”. Frase que está inscrita en la ONU.  Y esto quiere decir que los instrumentos de guerra se transformarán en instrumentos de paz. Esto significa que los soldados no se entrenarán ya para un servicio militar sino para un servicio social. Qué hermoso espectáculo el ver a soldados acudir a ayudar en una catástrofe llevando víveres en vez de fusiles y medicinas en vez de bombas. Un mundo de paz. Esto es lo que sueñan los profetas con la venida de Jesús.

         Todavía los sueños de los profetas son más ambiciosos: “Hacia el monte de Jerusalén confluirán pueblos numerosos” El espectáculo es impresionante: el poeta se imagina ríos de gentes subiendo hacia arriba, hacia Jerusalén. Y sabemos que los ríos van hacia abajo. Se imagina gente que lucha contra corriente siguiendo el modelo de las bienaventuranzas: no por la cuesta abajo de la riqueza y el despilfarro sino por la cuesta arriba de la austeridad; gente que no baja por la corriente del río despeñado del placer inmediato y a cualquier precio, sino que sube por la cuesta del amor sacrificado y puesta a prueba. Gente que no se engancha al carro fácil de los triunfadores sino al carro de los pobres, de los débiles, de los marginados, en definitiva, al carro de los perdedores. Y esto lo viven sin traumas, sin sobresaltos, sin violencia sino con un amor lleno de esperanza. ¡Qué bonitos sueños! Todos esos sueños pueden cumplirse con Jesús, el Mesías que esperamos.

3.- Adviento es tiempo de vigilar. Nos lo dice el evangelio:¡Estad preparados!

Velar, vigilar, es escuchar el latido de la vida, trabajar, día a día, para que la obra que Jesús comenzó llegue a su cumplimiento. Darle a conocer con nuestra vida, estando atentos a los anhelos de paz, de justicia, de solidaridad. Sabiendo siempre que en la alegría, en el dolor, en todas las circunstancias y en todos los acontecimientos, Jesús está con nosotros. La Palabra de Jesús, lejos de provocar miedo o angustia, es fuente de confianza, paz y alegría interior. Es anuncio de su presencia y de su salvación. El Dios que viene es el que esperamos, el que anhelamos, en quien confiamos, el que sale a nuestro encuentro, el que nos busca, nos comprende, nos libera, nos acoge, nos cura, nos quiere, nos llena de vida, de alegría, de luz y de paz.

Cuidar la vida.

Tu vida es demasiado preciosa para malgastarla. Vive en la solidaridad, en la justicia, y alivia el dolor del mundo, en lo que puedas. Te sentirás feliz y realizado. Los que te conozcan te bendecirán. Si eres cristiano, ahí tienes a Jesús de Nazaret, como modelo de plenitud humana, comprometido con el hombre hasta la muerte. Lo importante para Jesús es la vida digna y dichosa de las personas. Por eso si nuestro “cristianismo” no sirve para hacer vivir y crecer, estamos defraudando a Jesús que siempre tiene sueños fantásticos sobre cada uno de nosotros. ¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo?

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy tomando mi vida en serio? ¿Estoy satisfecho con lo que hago? ¿En qué me gustaría cambiar?

2.- Dios ha tenido, desde siempre, un bonito sueño sobre mí. ¿Me preocupa el defraudar a Dios?

3.- ¿Alguna vez he tenido miedo a Dios?  ¿Me creo que Dios me ama y que me creó para ser feliz?  Razona.

Este evangelio, en verso, suena así:

Hoy la «Niña del Adviento»
viste de «verde esperanza.
Con ella, jugando al corro,
nuestros corazones cantan:
Ven, Señor, ven a salvarnos.
Ven a secar nuestras lágrimas.
Ven, Señor, Divino Niño,
a nacer en nuestra casa.
Anhelamos tu venida,
como tierra seca, el agua.
Te esperamos vigilantes,
encendidas nuestras lámparas.
Ven, Señor, a nuestra tierra,
triste, herida, aburguesada.
Ha perdido la sonrisa,
porque te volvió la espalda.
Necesitamos, Señor,
el calor de tu mirada,
el apretón de tus manos,
el beso de tu Palabra.
Aparta de nuestra vida
el estruendo de las armas.
Siembra semillas de paz
en nuestras calles y plazas.
Ven, Señor, que te esperamos,
único Dios que nos salva.
Compensa nuestra pobreza
con la lluvia de tu gracia.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Relevos de final y principio de curso litúrgico

1.- En la época en que yo acabé el bachillerato, la gente adulta nos hacía una pregunta: y ahora ¿que vas a estudiar? Las respuestas eran muy variadas. Unos habían pensado en la carrera que por entonces parecía podía proporcionar mejores empleos. Otros, aquello que más les atraía. Algunos, seguirían la tradición familiar. Yo no quería contestar. Me gustaba la química y las chicas. Pero un gusanillo roía mi interior, más bien era una pregunta: ¿qué era lo que de mí esperaba Dios? ¿Qué era lo que me tenía preparado? Había ido dejando un día tras otro la decisión, pero aquel final de estudios, aquella matrícula que debía efectuar, aquel verano que se iniciaba, me exigía una elección y una renuncia. Debía optar por un camino que me hiciera feliz. La felicidad a veces no coincide con las aficiones, ni los atractivos. Aquel trimestre vacacional podía ser decisivo. Y lo fue, entré en el seminario.

2.- No será igual vuestra circunstancia, mis queridos jóvenes lectores, o ¿tal vez sí, para alguno? Todo inicio tiene algo de decisivo. Aterrizo en el campo litúrgico. Acabamos un curso y nos toca empezar otro. A aquel le llamábamos ciclo C y este recibe el nombre de A. Tal vez en este nuevo se decida un importante futuro… Tal vez sea un año de paso, pero nunca inútil. Muchos de vosotros conoceréis una canción de la encantadora película West side history. El protagonista Tony está apilando cajas de refrescos mientras piensa en el encuentro que se le avecina aquella noche, To nigh se llama precisamente la canción que entona. Sumergido en su ensueño, Maria, la bella portorriqueña, le fascina. La fiesta de aquella noche, puede decidir su porvenir. (Lo fue de otra manera, en el argumento del film, si lo recordáis). No resultó, ciertamente, una noche cualquiera. Este curso que se inicia, tampoco lo debe ser para vosotros.

Muchos quieren realizarse, como se repite hoy. Otros acumular dinero. Algunos obtener éxitos. Los más, simplemente, lo quieren pasar bien, ahora mismo. Sin preguntarse cual será su futuro. No quieren hacer planes. Lo que sea sonará, se dice. Mientras tanto ¿no es mejor olvidarse de problemáticos futuros y aprovecharse hoy de lo que puede alegrarnos? Como en tiempos de Noé. Tanta gente procuraba pasarlo bien, sin complicarse la existencia. Noé en cambio se preocupaba de escuchar a Dios. Podía ser el hazmerreír de sus contemporáneos. Ocurrió como dice el dicho: quien ría el último reirá mejor. Ahora yo os lo recuerdo a vosotros: lo importante es decir sí a Dios, cada uno a su manera. La suya era construir el arca, la vuestra ¿Cuál será?.

Está en nuestras manos proyectar nuestro futuro. Quien lo hace desde la decisión y convicción de seguir los proyectos del Señor, vivirá como una vocación sus nuevos horizontes. Descubrir el camino a seguir, será una aventura, equivocarse también puede suceder, pero, si uno ha emprendido la excursión de la vida, con el firme propósito de dirigirse hacia Dios, el error es simple, y menor la pérdida de tiempo. La cima está delante, no importa demasiado que nos hayamos desviado un poco, lo importante es proseguir. Este es o debe ser, mis queridos jóvenes lectores, vuestro planteamiento y programa.

3.- Pero el futuro es siempre una incógnita. Un accidente, un contagio, una enfermedad imprevista, pueden alterar nuestra vida. Pueden entenebrecer nuestros proyectos, pero nunca turbarnos del todo. Dios, de una manera misteriosa, dirige la escena. Debemos estar prontos a acudir a su llamada, a aceptar sus decisiones. A veces nos parece que Dios actúa arbitrariamente, otras pensamos que no es justo en su obrar. No os asustéis si pensáis así. Nuestro Dios fue hombre, conserva su humanidad, que incorporó en Nazaret y se hizo visible en Belén. Nada de lo nuestro le es extraño. Pero nos quiere preparados, desea poner a prueba nuestra fidelidad. Aunque ahora no lo entendamos, dispone Él de la eternidad para explicárnoslo. No tengáis miedo, quien se pone en manos de Dios, no se extravía.

Tal vez el curso que comienza sea para algunos el del encuentro definitivo, el de la muerte. Si estamos preparados, Él nos acogerá en su compañía. Hay amistades que se van fraguando poco a poco. Hay amores que surgen de un flechazo. La felicidad puede ser indistintamente fruto de cualquiera de estos inicios. 2007-2008 es una incógnita, pero si lo iniciamos junto a Dios, no debe darnos miedo.

Pedrojosé Ynaraja

Ser como niños: alegres y confiados

1.- No sé si os habréis dado cuenta que recitamos el mismo salmo que el domingo anterior, el de Cristo Rey, que este de hoy, que ya es el Primer Domingo de Adviento. Hemos cambiado de año litúrgico e incluso pasamos del Ciclo C al A. No hemos proclamado los mismos versos del salmo 121 hoy que el domingo anterior, pero sí su versículo responsorial: “Que alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’”. Estas cosas parecen no tener importancia y para la mayoría pasan desapercibidas. Y sin embargo, nos añaden la necesaria continuidad al relato litúrgico, al relato que nos muestran domingo a domingo las Sagradas Escrituras. El domingo pasado veíamos a Jesús reinando desde su trono: la Cruz. Y el anterior profetizaba sobre la ruina de Jerusalén. En el que hemos escuchado hoy –de San Mateo—el Maestro se refiere a la necesidad de estar preparados para su venida. La referencia más habitual es la de la Parusía: su Segunda Venida.

Y, sin embargo, el mensaje de hoy prepara el camino hacia Belén, hacia su Nacimiento, hacia su aparición en el mundo, en la historia de la humanidad. Nos pide el Señor que estemos preparados y eso es lo que debemos acometer este Adviento, prepararnos mejor para su llegada, avanzar con firmeza por las tierras de la conversión. Y hay una primera reflexión que apuntar: sería una pena que no aprovechásemos este Adviento que lo dejáramos pasar como esa colección de días mal usados, que transcurren sin pena ni gloria, que dejamos discurrir sin utilidad por culpa de nuestra indolencia de nuestra rutina.

2.- El Adviento tiene un epílogo maravilloso que el Nacimiento de Jesús en Belén. Y ello nos lleva a una situación de infancia espiritual. Por mucho que nos hayamos endurecido, por mucho que, incluso, nuestra excelsa cultura religiosa nos haya llevado a poner las cosas en su sitio –en lo histórico, en lo dogmático, en lo teológico—no podemos obviar que estamos esperando a un Niño, a un bebé. Y que nosotros hemos sido niños, y hemos visto, asimismo, nacer, en cercanía de nosotros, a algunos niños –a nuestros hijos, sobrinos, hermanos—que nos han nacido, llenando de alegrías nuestras vidas, con esa visión maravillosa de una humanidad recién estrenada, de la singular fragilidad que siempre nos comunica un recién nacido.

Hemos de asumir el Adviento como un camino hacia la infancia. Y tendremos que recordar –ahora mejor que en otras ocasiones—lo que Jesús nos ha dicho: “Si no os volvéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. Y ojalá que dentro de cinco semanas cuando el milagro de Belén vaya a producirse seamos un poco más niños, y estemos más convencidos de nuestra fragilidad y apostemos por la ayuda de Dios en todos los momentos y ocasiones, pues sin Él no podemos llegar a sitio alguno.

3.- Se nos anuncia pues un tiempo de paz, de bondad, de alejamiento del uso de la fuerza bruta, un tiempo, sin duda, muy parecido a ese que despliega un niño pequeño cuando, contento, en la cercanía de su madre juega y juega repitiendo con suavidad los mismos gestos y los mismos movimientos. Puede estar así horas sin cambiar… Y es que el Profeta Isaías –el que más belleza comunica dentro de la Escritura—nos habla de un tiempo pacífico en que de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas. Es verdad que el propio Isaías nos habla de la justicia y de la docencia que Dios, desde Sión, ejercerá en esos tiempos finales. Isaías como ningún otro profeta ha sido capaz de narrar el futuro, un mundo que esperamos para cuando el Señor Jesús vuelva por Segunda Vez.

4.- San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos habla con maestría de este tiempo de preparación, de espera, de amanecer a un nuevo día. El fragmento que leemos hoy ha sido receta de conversión súbita para muchos durante todas las épocas, y, entre ellos, a San Agustín, dentro del episodio aquel en que hoy canturrear a unos niños: Toma y lee, toma y lee”. Y acudiendo a las Escrituras abrió por casualidad el libro por aquí, por la Carta a los Romanos en esas palabras que dicen: “Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo y que el cuidado de nuestro cuerpo no fomente los malos deseos”.Yo añadiría aquí además, las primeras frases: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.” Y es verdad que, todos los años, cuando comienza el Adviento nuestra salvación está mas cerca. Se trataría pues que no dejáramos pasar la ocasión emplear este tiempo que iniciamos hoy para ser mejores, para ser niños: alegres y confiados.

Ángel Gómez Escorial

La gran esperanza

Si preguntáramos a la gente: “¿Usted qué espera?”, la mayoría de las respuestas serían muy similares: a nivel general, que termine la guerra de Ucrania, que bajen los precios, que mejore la situación económica, que termine la sequía… A nivel particular, quizá recuperarse de una enfermedad, o encontrar un trabajo… Son esperanzas muy lógicas, porque son las que sentimos que nos afectan más directamente y las que más nos preocupan y “llenan” nuestra vida. Pero como la mayoría de las veces esas esperanzas quedan frustradas, acabamos por “des-esperar” y, por eso, también dejamos de mirar más allá, y renunciamos a tener grandes esperanzas porque: “¿para qué?»

Hoy comenzamos el tiempo de Adviento, un camino de preparación que nos debe llevar a vivir la Navidad, y cuya característica principal es la esperanza. Pero la realidad hace que resulte muy difícil vivir este tiempo con y desde la esperanza.

Hemos escuchado en la 1ª lectura esa visión de Isaías: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra, pero a la vista de lo que está ocurriendo con la guerra en Ucrania, y con otras guerras, la verdad es que cuesta esperar que eso se haga realidad. Como dice el Papa Francisco en “Fratelli tutti”: “El ‘todo está mal’ es respondido con un ‘nadie puede arreglarlo’, ‘¿qué puedo hacer yo?’”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza” (75).

Pero también dice el Papa que “la esperanza no es optimismo, no es esa capacidad de mirar las cosas con buen ánimo e ir adelante, y no es tampoco sencillamente una actitud positiva. Esto es algo bueno, pero no es la esperanza” (29 octubre 13). La esperanza cristiana no es un sentimiento o un deseo de que “algo bueno ocurra”; la esperanza cristiana tiene un nombre: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que murió en la Cruz y resucitó para nuestra salvación. La esperanza cristiana es “un encuentro, es encontrarse con el Señor”; por eso “es una virtud que nunca decepciona: si esperas, nunca te decepcionará” (23 octubre 18).

La Navidad es el encuentro de Dios con el ser humano: Dios mismo se hace hombre para llegar hasta nosotros. Estamos llamados a ese encuentro, ésa es la gran esperanza que debe movernos, y por eso necesitamos el Adviento, tiempo de espera y tiempo de esperanza.

Es cierto que la realidad, personal y social, es la que es, pero el Adviento nos prepara para encontrarnos con el Señor porque nos invita a salir de lo inmediato, de lo que nos afecta más directamente, de nuestras “des-esperanzas”, abriendo nuestra mirada y nuestros horizontes porque “la fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él”. (141)

Y la invitación que Él nos hace en este primer domingo de Adviento es: Estad bien preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. El Señor nos asegura que “viene”, ésa debe ser nuestra gran esperanza, y en su Palabra nos apoyamos para prepararnos a su venida. Una preparación al alcance de todos, porque “la esperanza es concreta, es cotidiana. Y cada vez que nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, cada vez damos un paso más hacia este encuentro definitivo”. (23 octubre 18)

¿Qué espero yo, cuáles son mis esperanzas? ¿Me afecta la “des-esperanza”? ¿Tengo presente la gran esperanza que es la venida de Cristo? ¿Me preparo para dicho encuentro?

En la oración colecta hemos pedido: “Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene”. Y por eso decía San Pablo en la 2ª lectura: Comportaos reconociendo el momento en que vivís… porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. Cada Adviento nos acerca un poco más a la salvación que el Hijo de Dios, naciendo como hombre, trajo para todos, y ésta es la gran esperanza que debemos mantener y alimentar, a pesar de las otras “des-esperanzas”.

Por eso, como escribió el Papa Benedicto XVI en “Dios es amor”: “La esperanza se relaciona prácticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad. La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor. De este modo transforma nuestra impaciencia y nuestras dudas en la esperanza segura de que el mundo está en manos de Dios y que, no obstante las oscuridades, al final vencerá Él”. (39)

Comentario al evangelio – Domingo I de Adviento

EMPEZAR BIEN EL ADVIENTO


             ♠ Está muy bien, creo yo, que la Iglesia comience su calendario, el nuevo año litúrgico con este tiempo de Adviento, que nos invita a lo «nuevo», a que algo, ¡o mucho!, sea distinto de lo anterior.
Se hace necesario refrescar, renovar, reilusionarnos, despertar lo que se nos ha ido quedando dormido;  revivir o recuperar lo que se nos ha muerto. El ritmo de la vida nos va desgastando -a veces muchísimo más de lo que nos damos cuenta-, nos cansa, nos apaga, nos envejece. Y del mismo modo que nuestro cuerpo necesita vitalmente «descansar» todos los días para seguir adelante… nuestra alma, nuestras fuerzas interiores, nuestras ilusiones… ¡también necesitan ser restauradas.! Al menos una vez al año. Y mejor si es al empezar esta nueva etapa… con idea de que miremos de otro modo el tiempo que tenemos por delante.

             ♠ ¡Qué triste un cristiano «cansado», «acostumbrado», de vuelta de todo, con el corazón apagado, que no contagia esperanza, ilusión y vida! Que no contagia bienestar, sino que más bien aburre. Qué descuido y qué falta de responsabilidad el que no procura poner luz en la vida ni enciende en el fuego del amor en las lámparas de los hermanos que se van quedando sin aceite de tanto esperar lo que no llega… porque resulta que él mismo es ya apenas una mecha humeante. ¡Nadie se siente bien estando así!

No nos dejemos contagiar por el derrotismo según el cual todo sale mal: no es el pensamiento de Dios. Los tristes no son cristianos. El cristiano sufre muchas veces, pero no cae en la tristeza profunda del alma. La tristeza no es una virtud cristiana. (Papa Francisco, Noviembre ‘19)

             ♠  La Iglesia nos ofrece este tiempo de Adviento (¡apenas un mes!) a modo de «cargador», para que podamos conectarnos de nuevo a Dios… y a las personas… y también a lo mejor de uno mismo, pues no es raro que dejemos de oír esa voz interior que nos dice lo que somos, a lo que estamos llamados, lo que deseamos llegar a ser, lo que Dios espera de nosotros…

+ Acojamos el anuncio del anciano Zacarias: nos visitará el Sol que nace de lo alto. Un anciano capaz de generar esperanza.
+ En medio de nuestra esterilidad y cansancio, nos saldrá al paso la Madre de mi Señor, para hacer que brinque de alegría en mí ese profeta-testigo que llevo dentro.k
+ Nos invita el ángel del Señor a que dejemos de dormir al raso, arrimados a nuestra «hoguerita» improvisada… para dirigirnos a la ciudad de Belén, porque nos ha nacido un Salvador que será ya siempre el Dios-con-nosotros.

Yo te invito, a la luz de la Palabra de hoy, a tres sencillas cosas:

            • Primero, que intentes mirar tu vida y la vida en general con otros ojos: Con los ojos de Dios. Ya sabes que cuando el Señor miró la humillación de su esclava, María… vio en ella a la «llena de gracia», la hizo verse como «querida por Dios». Ella, una persona anónima, con una vida normalita, preparándose para casarse y hacer lo que todo el mundo, se enteró de que Dios tenía para ella un proyecto mucho mejor. Dios vio en ella a la Madre de Cristo.
No es raro que uno amanezca abatido, enroscado sobre sí mismo, vestido de gris. Aparecen en el calendario esos días en que parece que nada tiene sentido, que Dios se ha callado, que los amigos están lejos, y los que en otros momentos te ilusionaba y te daba fuerzas… ahora parece que ya no sirve. Son esos días en que no te aguantas ni a ti mismo, en que te parece que te has levantado con el pie izquierdo, y se diría que algún demonio se lo está pasando en grande desafinando todas las teclas para que tu música suene mal. Entonces una tentación es rendirse, refugiarse en una burbuja de auto-compasión, tomar distancia respecto a las personas, arrinconar la fe, que parece que ya no nos ayuda, como otras veces.
Pues en esos días… cuando parece que se nos caen demasiadas cosas… viene la Palabra de Dios, por boca de san Pablo: La salvación está más cerca que ayer, a la noche le quedan pocas horas, el día, la luz… se nos echan encima.
Vamos a nombrar ya la «palabrita» tan propia de este tiempo: la esperanza. Sácala del trastero del corazón. La esperanza no es un «engaña-bobos», no es quitar importancia a las cosas que la tienen. Es mirar la dura realidad con otros ojos.

Decía Martin Luther King:

“Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última.” 

          Así que, apoyado en Dios, te invito a que te mires de otra forma. A que confíes de nuevo en ti mismo. A que conviertas todo lo que no va bien en una fuerza transformadora. A que no permitas que las dificultades acaben con lo mejor que hay en ti. La esperanza es una virtud, y como todas las virtudes, hay que entrenarla para que adquiera suficiente musculatura. Porque la razón de nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en el que viene a enseñarnos que la última palabra la tiene Dios, la tiene la vida, la tiene la luz. Y si él está con nosotros (Emmanuel), nada ni nadie podrá contra nosotros.

            • En segundo lugar, que te despiertes. Cuando uno está dormido, no se entera de lo que ocurre alrededor, a no ser que sea muy estruendoso y nos cause algún sobresalto. Jesús nos invita a «estar en vela», despiertos. Hay muchas cosas en mí, en los otros y en la vida, a las que conviene prestar atención: a los  «brotes de esperanza». Porque hay cosas buenas en mí, en los demás, en la sociedad, en muchas personas. No son espectaculares, hay que mirarlas con atención, serenidad y capacidad de sorpresa para descubrirlas, apoyarnos en ellas y avanzar. Mucho nos ayudará el hacerlo en clave de oración personal.

             Estar despierto también significa «darnos cuenta del momento en que vivimos». Nos pasan y hacemos muchas cosas cada día… pero nos falta tiempo para «digerirlas», meditarlas, aprender de ellas, y tomar las decisiones oportunas. Os invito en este tiempo de tanto ruido, prisas, compras y desenfreno a encontrar momentos -mejor si son diarios- para rumiar las cosas, para ir más allá de la superficialidad a la que nos hemos acostumbrado, para compartir lo más nuestro con quienes lo merecen y desean. Nuestras relaciones personales tienen mucho que mejorar y profundizar ¿no?

            • Y en tercer lugar: «desnudarnos y vestirnos». Nos lo ha propuesto san Pablo. Hay ropas viejas que no nos sientan nada bien, aunque nos sintamos cómodos con ellas. Hay manías, ideas, y obsesiones, costumbres y rutinas, que son instrumentos de la noche…. Me refiero a todos esos estilos de vida que nos bloquean el acceso a Dios, o nos separan de los demás. No hablo solo de pecados, sino de la superficialidad, o la falta de silencio, o el individualismo, o la poca disponibilidad, o el guardarse todo dentro, o el rencor…
Y ponerse ropa nueva. «Revestíos de Jesucristo». En él encontraréis la mejor sección de ropa y complementos. La ropa que necesitamos no está en las tiendas, ni nos las puede ofrecer ningún Black Friday. Se trata de otra cosa: vida nueva, ilusiones nuevas, actitudes nuevas, nuevos sueños y nuevos proyectos, nuevos ojos y una esperanza para estrenar… Sólo necesito acudir al Evangelio, echar mano de la esperanza y de las otrasarmas de la luz, para que andemos con dignidad, revestidos del Señor Jesucristo.
Os deseo que algo «nuevo» ocurra en vuestra vida en Adviento y Navidad.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf