1.- No sé si os habréis dado cuenta que recitamos el mismo salmo que el domingo anterior, el de Cristo Rey, que este de hoy, que ya es el Primer Domingo de Adviento. Hemos cambiado de año litúrgico e incluso pasamos del Ciclo C al A. No hemos proclamado los mismos versos del salmo 121 hoy que el domingo anterior, pero sí su versículo responsorial: “Que alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’”. Estas cosas parecen no tener importancia y para la mayoría pasan desapercibidas. Y sin embargo, nos añaden la necesaria continuidad al relato litúrgico, al relato que nos muestran domingo a domingo las Sagradas Escrituras. El domingo pasado veíamos a Jesús reinando desde su trono: la Cruz. Y el anterior profetizaba sobre la ruina de Jerusalén. En el que hemos escuchado hoy –de San Mateo—el Maestro se refiere a la necesidad de estar preparados para su venida. La referencia más habitual es la de la Parusía: su Segunda Venida.
Y, sin embargo, el mensaje de hoy prepara el camino hacia Belén, hacia su Nacimiento, hacia su aparición en el mundo, en la historia de la humanidad. Nos pide el Señor que estemos preparados y eso es lo que debemos acometer este Adviento, prepararnos mejor para su llegada, avanzar con firmeza por las tierras de la conversión. Y hay una primera reflexión que apuntar: sería una pena que no aprovechásemos este Adviento que lo dejáramos pasar como esa colección de días mal usados, que transcurren sin pena ni gloria, que dejamos discurrir sin utilidad por culpa de nuestra indolencia de nuestra rutina.
2.- El Adviento tiene un epílogo maravilloso que el Nacimiento de Jesús en Belén. Y ello nos lleva a una situación de infancia espiritual. Por mucho que nos hayamos endurecido, por mucho que, incluso, nuestra excelsa cultura religiosa nos haya llevado a poner las cosas en su sitio –en lo histórico, en lo dogmático, en lo teológico—no podemos obviar que estamos esperando a un Niño, a un bebé. Y que nosotros hemos sido niños, y hemos visto, asimismo, nacer, en cercanía de nosotros, a algunos niños –a nuestros hijos, sobrinos, hermanos—que nos han nacido, llenando de alegrías nuestras vidas, con esa visión maravillosa de una humanidad recién estrenada, de la singular fragilidad que siempre nos comunica un recién nacido.
Hemos de asumir el Adviento como un camino hacia la infancia. Y tendremos que recordar –ahora mejor que en otras ocasiones—lo que Jesús nos ha dicho: “Si no os volvéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. Y ojalá que dentro de cinco semanas cuando el milagro de Belén vaya a producirse seamos un poco más niños, y estemos más convencidos de nuestra fragilidad y apostemos por la ayuda de Dios en todos los momentos y ocasiones, pues sin Él no podemos llegar a sitio alguno.
3.- Se nos anuncia pues un tiempo de paz, de bondad, de alejamiento del uso de la fuerza bruta, un tiempo, sin duda, muy parecido a ese que despliega un niño pequeño cuando, contento, en la cercanía de su madre juega y juega repitiendo con suavidad los mismos gestos y los mismos movimientos. Puede estar así horas sin cambiar… Y es que el Profeta Isaías –el que más belleza comunica dentro de la Escritura—nos habla de un tiempo pacífico en que de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas. Es verdad que el propio Isaías nos habla de la justicia y de la docencia que Dios, desde Sión, ejercerá en esos tiempos finales. Isaías como ningún otro profeta ha sido capaz de narrar el futuro, un mundo que esperamos para cuando el Señor Jesús vuelva por Segunda Vez.
4.- San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos habla con maestría de este tiempo de preparación, de espera, de amanecer a un nuevo día. El fragmento que leemos hoy ha sido receta de conversión súbita para muchos durante todas las épocas, y, entre ellos, a San Agustín, dentro del episodio aquel en que hoy canturrear a unos niños: Toma y lee, toma y lee”. Y acudiendo a las Escrituras abrió por casualidad el libro por aquí, por la Carta a los Romanos en esas palabras que dicen: “Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo y que el cuidado de nuestro cuerpo no fomente los malos deseos”.Yo añadiría aquí además, las primeras frases: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.” Y es verdad que, todos los años, cuando comienza el Adviento nuestra salvación está mas cerca. Se trataría pues que no dejáramos pasar la ocasión emplear este tiempo que iniciamos hoy para ser mejores, para ser niños: alegres y confiados.
Ángel Gómez Escorial