Lectio Divina – Lunes I de Adviento

“Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo”

1.-Oración introductoria.

         Señor, con el Centurión del Evangelio, yo también te digo: no soy digno de que entres en mi casa. Mi casa sin Ti está sola, vacía, y necesito que Tú la habites. Voy a limpiarla, a adornarla, para que Tú te encuentres a gusto en ella. Si Tú estás contento en ella, yo también. Más que tener una casa para mí, lo que me importa es tener una casa para ti. En realidad, Tú eres mi casa y mi alegría y mi felicidad. Sin ti no tengo nada; pero contigo lo tengo todo. Ésta es mi experiencia personal. Esto no se razona. No se discute, se vive y nada más.

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 8, 5-11

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En el evangelio hay muchas personas que se admiran de la actuación de Jesús. Sus palabras, su vida, sus  milagros provocaban estupor y sorpresa. Pero en este evangelio es el propio Jesús el que se admira de la fe del Centurión. Es un pagano que se fía de la palabra de Jesús y cree que puede sanar a su criado desde la distancia. Esta fe no la ha encontrado en Israel. A sus paisanos todos los días les habla, con sus paisanos todos los días hace cosas maravillosas y algunos llegan a la fe a través de sus milagros. Y el Centurión, un pagano, uno que nunca ha estado en contacto con los libros sagrados, ha logrado una fe profunda. De alguna manera Jesús nos está diciendo que el mundo “está sembrado de las semillas del Verbo”. De alguna manera Jesús nos está diciendo que “también de las piedras pueden surgir hijos de Abrahán” Y, de alguna manera, Jesús nos está echando en cara a todos los que escuchamos cada día la palabra de Dios, que no somos capaces de “sorprenderle”  de ofrecerle algo nuevo, algo distinto, algo que rompa nuestra rutina  y  aburrimiento. Dios es sorpresa y novedad. Jesús ha venido a ofrecernos un “vino nuevo”. Quiere que lo  bebamos, que nos embriaguemos con él, Y nosotros nos empeñamos en mantener los “odres viejos”.

Palabra autorizada del Papa

“El Señor, en la palabra que hemos escuchado, se maravilló de este centurión: se maravilló de la fe que él tenía. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe! Pero más allá de ser nosotros los que encontremos al Señor, es importante dejarnos encontrar por Él”. (Cf. Papa Francisco, homilía en santa Marta, 2 de diciembre de 2013)

4.- Qué me dice ahora a mí este texto que acabo de meditar. Guardo silencio y, con la ayuda del Espíritu, trato de descubrir el significado profundo que tiene para mí hoy.

5.-Propósito: Que la Misa de hoy me sepa a nueva.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, por este tiempo privilegiado para prepararnos a celebrar el acontecimiento que marcó la Historia… y mi historia. Dios mismo se encarna en su Hijo Jesús para curar nuestra herida original: esa desobediencia, esa soberbia que me  aparta del verdadero  amor. Que este Adviento sea mi  gran oportunidad para encontrarme con Cristo en la fe desnuda, sin necesidad de milagros.

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Domingo II de Adviento

1.- El anhelo de utopía (Is 11,1-10)

Para Israel fue la esperanza un continuo aprendizaje. En el fondo de la espera, la seguridad de la promesa y la confianza en el Dios fiel de su historia. A los momentos de duda suceden los de certeza. Duda en la guía de Dios, cuando se inicia la monarquía: ¿no será el rey un intruso que suplante el único cayado de Dios? Certeza de la misión del monarca: será el lugarteniente de Dios en ¡a defensa del pobre. Duda que entra en los huesos al comprobar la ineptitud de los reyes. Certeza de la llegada del rey-mediador que cumpla los anhelos de Dios y los del pueblo. Es la certeza que mantiene tensa la espera.

«Brotará un renuevo del tronco de Jesé; un vástago florecerá de su raíz». Y, desde esa certeza, la descripción de sus dotes personales y de la situación de su reino. Una descripción de lo que sería el reinado mismo de Dios a través del mediador. Entre Dios y el nuevo rey, el Espíritu del Señor, posándose y llenando al rey con sus dones. La posesión del Espíritu es la fuente de toda gracia. Sin Espíritu, la mediación se diluye y deteriora.

Con el Espíritu del Señor, habrá defensa del pobre y desamparado, y derrota del violento y del impío. Con justicia y fidelidad, el rey-mediador inaugura un mundo nuevo. Un mundo de retorno al «paraíso perdido». El mundo de la armonía expresada en la unión de los contrarios. No se trata de una paz que se quedara en lo externo; es tan honda, que procede de un «país que está lleno de la ciencia del Señor». Tan lleno «como las aguas colman el mar».

Una realidad así es la meta de los pueblos: «La buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada». Un renuevo y un vástago florecidos para todos.

2.- La utopía realizada (Rom 15,4-9)

Eso quiere Pablo que sea aquella comunidad de Roma: una sencilla expresión de la utopía realizada. Una comunidad llamada a vivir la armonía pregustada como anticipo de los tiempos del Mesías. Hacer realidad sencilla y humana el sueño del paraíso que transita por el texto de Isaías.

También lo considera Pablo como una dádiva de Dios. Una dádiva acaecida entre paciencia y consuelo-, paciencia porque la nueva comunidad no acontece de repente; consuelo, porque, una vez acaecida, se convierte en fuente inagotable de gozo.

El «acuerdo» entre cristianos que se expresa en acogida y servicio. Con un modelo y estímulo: la acogida y el servicio de Jesús. Expresión de la acogida ilimitada del Padre: a judíos y a gentiles.

Y una alabanza «unánime»: la que hace de la voz de todos la sola voz que proclama fidelidad y perdón misericordioso. Alabanza al Salvador que realiza la utopía de la comunión con Dios y de la unión gozosa entre todos.

3.- Una utopía que pide conversión (Mt 3,1-12)

Si todo lo que vale, cuesta, la utopía tampoco es barata. Cierto que es un regalo. Pero un regalo que pide la acogida.

La utopía se concentra en el Reino que es ofrecido. Un Reino que es tan de Dios que es «el Reino de los cielos». Es tan grande la promesa que su anuncio, en los labios del Bautista, pide ya la conversión: «Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos».

Juan es la voz que lo predica y lo anuncia. Pero es una voz exigente que pide «el fruto de la conversión. Y lo h contra todo tipo de espiritualismo, tentado siempre a pensar que las cosas caen hechas del cielo, provocando una indolente pasividad. ilusionismo de quien se siente
al seguro sólo por ser un hijo de Abrahán.

La conversión expresada en el bautismo de Juan. Con sencillez de Precursor, él se hace, sin embargo, referencia. Poco importa su agua, si Dios no envía su Espíritu. Y será el del Mesías, al que él hace referencia, el bautismo «con el Espíritu Santo y fuego». La referencia señala. Y el Bautista, en el adviento, se convierte en el dedo que, señalando hacia otro, apunta hacia el cumplimiento.

Retoño salvador

Del tocón de Jesé brota un renuevo,
prenda de la utopía del Paraíso,
clamor -como en el páramo el narciso
del Reino que inaugura un tiempo nuevo.

El Verbo se hace carne. Es el relevo
del hombre envanecido. A Dios sumiso,
ganó su Nombre en la obediencia: quiso
y dijo «¡aquí estoy!». Se hizo coevo
de cada Adán, gustando cada muerte…;
así cambió el sentido de la suerte
que al hombre le dictó el primer pecado…

¡Haz presente a Enmanuel en tus hermanos!
Colma de amor el cuenco de tus manos,
y en tu entrega cabal serás salvado.

Pedro Jaramillo

Comentario – Lunes I de Adviento

La primera semana de Adviento nos ofrece unas lecturas de Isaías, profeta de la esperanza en medio de una historia atormentada del pueblo de Israel, ocho siglos antes de Cristo, con la amenaza asiria.

Sus pasajes serán anuncios de esperanza, de salvación, de futuro más optimista para el resto de Israel, para los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos.

En los evangelios correspondientes se subrayará cada día que Jesús de Nazaret es el que lleva a cumplimiento esta espera, purificándola, además, y madurándola hasta los niveles más profundos de la salvación total.

1. Empezamos con una proclama misionera y universalista. El profeta, que ve la historia desde los ojos de Dios, anuncia la luz y la salvación para todos los pueblos.

Jerusalén será como el faro que ilumina a todos los pueblos. Un faro situado en una montaña alta, para que todos lo vean desde lejos. Dios quiere enseñar desde aquí sus caminos, y los pueblos se sentirán contentos y estarán dispuestos a seguir los caminos de Dios, la palabra salvadora que brotará de Jerusalén.

Tanto judíos como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo.

Otro rasgo positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados; de las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del campo. Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo entendemos todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas levantadas, más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas.

Luz. Orientación. Paz. Buena perspectiva. Empezamos con anuncios que alimentan nuestra confianza.

Podemos cantar, con más razón que los mismos judíos, amantes de Jerusalén, su capital: «qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor». Si a ellos les produce alegría dirigir su mirada a la ciudad bien construida, a nosotros esa ciudad nos recuerda la comunidad eclesial y en definitiva a la Jerusalén del cielo, que encierra ahora todos los valores que Dios ha querido dar a la humanidad por su Hijo Jesús: paz, justicia, seguridad, cobijo.

(En la lectura alternativa de Isaías 4, que se puede leer en el ciclo A, también se proclama un mensaje que abre el corazón a la confianza.

El plan de Dios, a pesar de la triste historia de su pueblo, que será desterrado por su propia culpa, es rescatar un «vástago», aludiendo inmediatamente al nacimiento del rey Ezequías, pero con una clara perspectiva mesiánica, y formar un «resto» de personas creyentes: purificarlas de sus faltas, limpiar las manchas de sangre, protegerlas de día como una nube refrescante, y de noche guiarlas como una columna de fuego, como en el desierto al pueblo que huía de Egipto. Qué hermosa imagen: Dios «refugio en el aguacero y cobijo en el chubasco» para todos).

2. Los milagros de Jesús son signos de que ya está irrumpiendo el Reino de Dios. La curación del criado -o del hijo- del centurión por parte de Jesús, es un ejemplo de unas personas paganas que reciben la luz. Lo que el profeta había anunciado, lo cumple Jesús.

Él es la verdadera Luz, el vástago que esperaba el pueblo de Israel, el Mesías que trae paz y serenidad, la Palabra eficaz y salvadora que Dios dirige a la humanidad.

El centurión era pagano. No pertenecía al pueblo elegido. Más aún, era romano y militar: o sea, pertenecía a la nación que dominaba a Israel. Pero tenía buenas cualidades humanas. Era honrado, consecuente, razonable. Se preocupaba de la salud de su criado.

En el fondo, ya tenía fe y Dios estaba actuando en él. Su formación militar y disciplinar, aunque no era exactamente la mejor clave para interpretar el estilo de Jesús, se demostró que era un buen punto de partida para la salvación: «Señor, no soy digno», buena expresión de humildad y de confianza. Jesús le alaba por su actitud y su fe: encontró en él más fe que en muchos de Israel. Jesús siempre aprovecha las disposiciones que encuentra en las personas, aunque de momento sean defectuosas. Desde ahí las ayudará a madurar y llegar a lo que él quiere transmitirles en profundidad.

3. a) Este Adviento ha empezado como un tiempo de gracia para todos, los cercanos y los alejados. Adviento y Navidad son un pregón de confianza. Dios quiere salvar a todos, sea cual sea su estado anímico, su historia personal o comunitaria. En medio del desconcierto general de la sociedad, él quiere orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarles los caminos de la verdadera salvación. El faro es -debe ser- ahora la Iglesia, la comunidad de Jesús, si en verdad sabe anunciar al mundo la Buena Noticia de su Evangelio.

b) Hoy también, muchas personas, aunque nos parezcan alejadas, muestran como el centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón.

¿Sucederá también este año que esas personas tal vez respondan mejor a la salvación de Jesús que nosotros? ¿estarán más dispuestas a pedirle la salvación, porque sienten su necesidad, mientras que nosotros no la sentimos con la misma urgencia? ¿tendrá que decir otra vez Jesús que ha encontrado más fe en esas personas de peor fama pero mejores sentimientos que entre los cristianos «buenos»? ¿Vendrán de Oriente y Occidente -o sea, de ámbitos que nosotros no esperaríamos, porque estamos un poco encerrados en nuestros círculos oficialmente buenos- personas que celebrarán mejor la Navidad que nosotros? ¿O nos creemos ya santos, merecedores de los dones de Dios?

c) Si en nuestra vida decidimos bajar la espada y no atacar a nadie, estamos dando testimonio de que los tiempos mesiánicos ya han llegado. Bienaventurados los que obran la paz. Los que trabajan para que haya más justicia en este mundo y se vayan corrigiendo las graves situaciones de injusticia, son los que mejor celebrarán el Adviento. No es que Jesús vaya a hacer milagros, sino que seremos nosotros, sus seguidores, los que trabajemos por llevar a cabo su programa de justicia y de paz.

d) Cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos

Estamos en Adviento. La Palabra de Dios de la liturgia de este domingo nos acerca a dos personajes importantes: Isaías y Juan el Bautista.

Isaías nos trae un mensaje de esperanza.

Una mirada a nuestro mundo, que sufre, nos hace pensar que más que nunca necesitamos abrir nuestro corazón a la esperanza.

En el momento que estamos viviendo actualmente, necesitamos escuchar que llegará un día en que no habrá más guerra entre los habitantes de la tierra y que brillará el entendimiento entre las naciones. Que los signos de vida serán más fuertes que los signos de muerte y desolación.

Será buena noticia que alguien nos diga que no existirán la revancha ni entre las personas ni entre los pueblos, que brotará el diálogo y la comprensión. Que nadie pasará hambre, sed o carecerá de recursos para vivir con dignidad. Que todos tendrán trabajo y se repartirán las riquezas. Que nadie tendrá que salir de su tierra para buscar una vida digna. Que reconoceremos a todos los seres humanos como verdaderos hermanos. Que a nadie se le cerrarán las fronteras y se le llamará “sin papeles”.  Que todos tendremos acceso a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Que volveremos a respirar aire puro y que se regenerará la capa de ozono y la lluvia volverá a regar la tierra para que siga brotando hierba verde en el campo y germinen a su tiempo las cosechas, que los ríos y los mares estarán llenos de vida…

Pero, ¿quién podrá dar crédito a todo esto? La historia, que se repite una y otra vez y que es testigo del sufrimiento de la humanidad, nos podría gritar que anunciar esto es crear una falsa esperanza.

Podría pensarse que se trata de un programa político, de esos que se hacen para no cumplirse.

¿Qué nuevo Isaías se podría levantar entre la gente hoy para mover los corazones a la esperanza? Y sin embrago la Iglesia, los cristianos, seguimos confiando en un futuro mejor. Un futuro que no puede poner sus cimientos solamente en la bondad natural del ser humano, sino en el Dios Padre que Jesús nos anuncia en el Evangelio. Un Dios que nos ama y que, aunque nos olvidemos de creer en Él, sigue creyendo en nosotros. Un Dios al que pedimos cada día “venga a nosotros tu Reino”.

Por eso seguimos celebrando un año más el Adviento. Tiempo de espera y esperanza. Esperanza que la Iglesia, como Isaías, se empeña en seguir sembrando, contra corriente, en el mundo y en el corazón humano. Jesús de Nazaret, el Jesús de las Bienaventuranzas y del mandato nuevo del Amor es el motivo y el centro de nuestra esperanza.

Y con el Adviento, también de la mano de Juan el Bautista, nos llega la constante llamada a la conversión. Que no es la invitación a un cambio estético, epidérmico, sino convocatoria urgente a un cambio en el corazón de cuantos nos llamamos creyentes en Jesucristo, que sigue haciéndose presente entre nosotros en la celebración del misterio de la Encarnación, en su Natividad. Acontecimiento que nos sigue hablando de la implicación y el compromiso de Dios en la vida y la historia de la humanidad y de cada uno de nosotros.

El proceso de conversión comienza cuando, a pesar de nuestras limitaciones, nos hacemos conscientes del amor incondicional de Dios, que es quien más y mejor nos conoce y quien más y mejor nos ama. Experimentar la ternura de Dios es lo que puede ablandar de verdad nuestro corazón.

Solamente desde la experiencia de la conversión, la llamada de la Iglesia en el Adviento a vivir en clave de esperanza no nos olerá a propaganda vacía, sino a buena noticia. Quienes escuchaban a Juan recibían el bautismo de agua, señal de arrepentimiento y de penitencia. Nosotros hemos recibido el bautismo de Espíritu Santo, que nos lleva a alabar gozosos a Dios con nuestra vida.

Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

Mt 3, 1-12 (Evangelio Domingo II de Adviento)

El Reinado de Dios nos pide un cambio de mentalidad

El evangelio del día nos presenta a una de las figuras más características del Adviento: Juan el Bautista, el precursor del Señor. La presentación del profeta de Galilea, Jesús, se hace en la tradición cristiana de la mano de Juan el Bautista (cf Mc 1,1ss); de aquí de otras informaciones (Fuente Q) lo han tomado Mateo y Lucas, cada uno a su manera. La presentación de Mt 3,1-12 va encaminada al bautismo de Jesús. La discusión sobre la historicidad del mismo debería plantearnos algunas cuestiones que han sido debatidas en torno al Jesús histórico. ¿Fue Jesús discípulos de Juan el Bautista? Hoy no nos podemos negar a aceptar una relación de Jesús con el movimiento de Juan el Bautista (cf Jn 1,30). Pero tampoco podemos cerrarnos a aceptar que no hubo «fascinación» por su magisterio, por su bautismo o por sus ideas apocalípticas. Jesús tenía «in mente» otras ideas y otros proyectos. El desierto, el bautismo son elementos de la vida y la ideología del Bautista. Jesús iría a las aldeas y los pueblos «para anunciar el reinado de Dios». Pero es verdad que algo ocurrió en la vida de Jesús que se acercó a Juan.

El texto de Mateo propone los elementos en el que podían coincidir: «convertíos porque ha llegado el reinado de Dios». Esta expresión es cristiana por los cuatro costados, aunque el redactor ha querido incardinar estrechamente a Juan el Bautista con el proyecto y mensaje de Jesús de Nazaret. La «conversión» ( metánoia ) sí es coincidente. Pero debemos estar atentos a no entender esta expresión simplemente como «hacer penitencia». Es algo más radical y profético: es un cambio de mentalidad de mucho alcance, que sin duda Juan proponía a sus seguidores frente al judaísmo oficial. El que no predicara en Jerusalén, ni en el templo (como tampoco hizo Jesús normalmente) muestra esa radicalidad apocalíptica que algunos han comparado con los sectarios judíos de Qumrán. No está claro que Juan perteneciera a esa secta. pero. podía haberse dado algunos contactos. Elegir el desierto y el Jordán para el bautismo era como querer vivir la experiencia de un nuevo éxodo, de una nueva entrada en la tierra prometida, de recomenzar las relaciones con Dios con una nueva vivencia de alianza. Estos símbolos no son despreciables significativamente. y por eso Jesús se acercó a Juan que tenía fama de profeta entre el pueblo sencillo.

El caso de Juan es típico del hombre que está en desierto, que anhela una historia nueva y renovada, pero que usa para ello las armas propias de los apocalípticos: el hacha que corta la raíz, que destruye para renovar ¡Eso asusta! En todo caso, sus discurso es absolutamente teológico -desde la teología de un evangelio tan característico como el de Mateo -; de nada vale ser un hijo de Abrahán, tener el privilegio de pertenecer al pueblo escogido como los fariseos y saduceos que venían a bautizarse, porque Dios puede hacer hijos de Abrahán de las piedras. Efectivamente, el que debe venir, traerá el Espíritu, y con el Espíritu, todos pueden tener el privilegio del que se habían adueñado unos pocos. Y eso vuelve a repetirse siempre en los ámbitos institucionales religiosos. Es necesaria una conversión radical para que lo santo tenga sentido. Juan no tenía, así lo confiesa, las soluciones a mano; pero él sabe que Dios sí las tiene, y así las propone por medio de Jesús. La conversión, en este caso, es lo mismo que Isaías manifestaba en torno al «conocimiento de Dios». Con Juan se cierra el Antiguo Testamento, desde la visión cristiana; con Juan acaba la historia de privilegios que el judaísmo oficial había montado en torno a lo santo y lo profano. El solamente diseña la última posibilidad de subsistir: un cambio, una nueva mentalidad, un nuevo rumbo, porque a partir de ahora Dios no va a dejarse manejar de cualquier manera.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Rom 15, 4-9 (2ª lecturas Domingo II de Adviento

Perseverancia y consuelo

Nuevamente en este domingo, en la carta a los Romanos, Pablo hace referencia a las Escrituras, en este caso al Antiguo Testamento, para que de ellas podamos sacar unas consecuencias inmediatas: perseverancia y consuelo. Son dones que proceden de Dios. Perseverancia, porque hay que tener en cuenta que Dios no falta a su alianza y a sus promesas; ha prometido un mundo mejor, nuevo, justo, (sería en este caso la promesa de la primera lectura de Isaías) y si perseveramos en fiarnos de esa promesa, la verán nuestro ojos.

Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado ideal y casi olímpico; la actitud cristiana no puede ser la desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de parte de Dios. Y el Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo, servidor de judíos y paganos, de magnitudes irreconciliables, de mentalidades opuestas. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en cualquier parte del mundo. El Adviento es un tiempo ideal, es su idiosincrasia, porque es un tiempo de promesas que adelantan un futuro de lo que un día debe ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Is 11, 1-10 (1ª lectura Domingo II de Adviento)

Recuperar el paraíso perdido

Otro maravilloso oráculo de salvación de Isaías abre las lecturas de este Segundo Domingo de Adviento. Es uno de esos tres oráculos mesiánicos (cf Is 7,1-17; 9,1-6) que caracterizan el libro del profeta de Judá y Jerusalén. Oráculos de muchos quilates que son tan propicios para levantar el alma de un pueblo en nombre de Dios y no de promesas falsas de los hombre prepotentes del este mundo. Nuestro texto es un poema que tiene dos partes, probablemente de origen distinto. Pero estas son cosas literarias que no van en perjuicio de la hermosura del poema y de su lectura unificada e incluso de que sea un poema posterior al exilio, cuando la monarquía está talada, desaparecida. El contexto anterior del mismo nos habla de un bosque destruido en el que han caído los árboles, el bosque de Judá; subsiste todavía un tocón, el de Jesé, el padre de David. De ahí, Dios hará retoñar la vida nueva para el pueblo, para Jerusalén. Hace falta verdadera iluminación profética para saber ver y prever lo que los hombres normales no sabemos contemplar o esperar. Los profetas sí, por ello los necesitamos siempre, y eso que para nuestra instalación en la cosas de siempre no pueden resultar complacientes.

Pero esa vida nueva, precisamente por ser nueva, estará fundamentada en los valores que los reyes de Israel y de Judá no habían sabido trasmitir hasta ahora. La situación que se detalla es, en cierta manera, paradisíaca y bucólica, porque se recurre a la naturaleza y a los animales. Y todo, porque se describe un país que está lejos de una cosa muy importante: «el conocimiento de Dios». Efectivamente, el » daat Elohim » es un término decisivo en la teología profética. No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de «gnosis» o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de yd’ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Por eso «conocer a Dios» es reconocerlo, reconocerlo, intimar con él de verdad, buscarlo y anhelarlo.

Porque lo que el profeta quiere refrendar es que no hay justicia, ni paz, ni felicidad para los pobres y parias, porque al mundo le falta la «experiencia de Dios». Desde luego la experiencia de ese Dios del que Isaías fue portavoz radical. Incluso se va más allá de la imagen mítica del paraíso, aunque es eso lo que se quiere recuperar también de una forma real y espiritual en el oráculo; allí faltó a la humanidad el conocimiento de Dios, la sabiduría para saber depender de Dios sin necesidad de entenderlo como esclavitud y esa es la situación que desde entonces arrastra la humanidad: Dios es el futuro del hombre, de los reyes, de los pueblos, de la pareja, de la familia, del hombre y de la mujer. Con el conocimiento de Dios (un conocimiento de amor), se nos quiere decir, buscamos sabiduría, fortaleza, valor; y trae la justicia para los más pobres. Se habla, pues, de un rey, que no necesita poder para destruir y valor para restaurar la armonía y la paz. Esa paz mesiánica que se convierte en santo y seña de los profetas y de este tiempo de Adviento.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes I de Adviento

Atreverse con la palabra

Las palabras del centurión – «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; pero sólo di la palabra, y mi siervo quedará curado»- asombraron tanto a Cristo que las hemos incorporado a nuestra celebración de la Eucaristía. ¿Qué revelan esas palabras? En primer lugar, reconocen la autoridad y el poder supremo de Cristo: la Palabra del Padre, la Palabra que creó todo en el universo. Si la Palabra puede crear, también puede recrear y revivir. En segundo lugar, las palabras del centurión reconocen su propia indignidad, provocando casi una comparación con la respuesta de Isaías (cf. Is 6,5) ante la visión de la santidad de Dios. Por último, las palabras también desafían a Cristo a pronunciar la palabra y efectuar la curación, a pesar de la indignidad del peticionario. Sólo un alma con profunda fe y confianza en la bondad y el amor de Dios puede pronunciar tales palabras a Cristo. Al rezar estas palabras en el Rito de la Comunión, ¿qué significados pretendemos?

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Lunes I de Adviento

Hoy es lunes I de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 8, 5-11):

En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

Cristo Jesús, llegó hasta nosotros para que depositáramos en él nuestra confianza, al asegurarnos que además de ser hombre era el Hijo de Dios. “Creed en Dios y creed también mí”. Nos dio motivos más que sobrados para que pusiéramos en él, nuestro amor y nuestra confianza y, rendidos, le hemos dicho: “Te seguiré donde quiera que vayas”. Sabiendo que siempre nos llevará por los caminos que nos harán disfrutar de “vida y vida en abundancia”.

La buena fama de Jesús, de estar siempre a favor de todo hombre, curando las heridas del cuerpo y del alma, se extendió por los lugares que recorrió. Incluso esta buena fama llegó a los que no eran sus seguidores, como es el caso del centurión romano del que nos habla el evangelio de hoy. Apoyándose en la fama de Jesús, y desde su amor por uno de sus criados “que está en cama paralítico y sufre mucho”, le pide que le cure. Y cuando Jesús está dispuesto a ir a su casa para curarlo, el centurión confiando en el poder de Jesús le dice: “Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”. Jesús quedó admirado de la enorme fe del centurión y curó a su criado.

Nosotros sabemos que Jesús, que sigue con el poder de curar nuestras enfermedades corporales, está más dispuesto a curar nuestras enfermedades del alma, ofreciéndonos siempre su luz y su amor, para que logremos llevar una vida con sentido y esperanza. Ya sabemos lo que tenemos que hacer: acudir constantemente a él.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

Liturgia – Lunes I de Adviento

LUNES DE LA I SEMANA DE ADVIENTO, feria

Misa de feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias, Prefacio I o III Adviento

Leccionario: Vol. II

  • Is 2, 1-5.El Señor congrega a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios.
  • Sal 121.Vamos alegres a la casa del Señor.
  • Mt 8, 5-11.Vendrán muchos de oriente y occidente al reino de los cielos.

Antífona de entrada Cfr Jr 31, 10; Is 35, 4
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor; anunciadla en los confines de la tierra: he aquí nuestro Salvador que viene, no temáis.

Monición de entrada y acto penitencial
Acabamos de comenzar el tiempo de Adviento, un tiempo que nos transmite un mensaje de esperanza, pues Dios sale al encuentro de su pueblo. Pero este encuentro con Dios no puede realizarse sin la conversión del pueblo, sin nuestra conversión. Por eso ahora, al comenzar la celebración de la Eucaristía, pedimos perdón humildemente a Dios por todos nuestros pecados.

• Hijo de David, luz de las naciones. Señor, ten piedad.
• Enviado del Padre, fuente de vida y de esperanza. Cristo, ten piedad.
• Dios con nosotros, amor sin fin. Señor, ten piedad.

Oración colecta
CONCEDENOS, Señor Dios nuestro,
esperar vigilantes la venida de Cristo,
tu Hijo, para que, cuando llegue,
y llame a la puerta, nos encuentre velando en oración
y cantando con alegría sus alabanzas.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, que cura todas nuestras enfermedades.

1.- Para que a través de la predicación y del testimonio de la Iglesia, todos puedan ver la salvación que Cristo nos viene a traer con su nuevo nacimiento. Oremos.

2.- Para que reine en el mundo una paz estable y duradera. Oremos.

3.- Para que los que sufren sean fortalecidos en la esperanza por la próxima venida del Salvador. Oremos.

4.- Para que todos nosotros vivamos vigilantes en la espera del Señor. Oremos.

Ayuda, Señor, nuestra incredulidad, aviva nuestra esperanza, fortalece nuestra caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor, los dones que te ofrecemos,
escogidos de los bienes que hemos recibido de ti,
y lo que nos concedes celebrar con devoción
durante nuestra vida mortal
sea para nosotros premio de tu redención eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I o III de Adviento

Antífona de comunión Cfr Sal 106, 4-5; Is 38, 3
Ven, Señor, a visitarnos con tu paz para que nos alegremos delante de ti con un corazón íntegro.

Oración después de la comunión
FRUCTIFIQUE en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos,
con los que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal,
a descubrir el valor de los bienes eternos
y a poner en ellos nuestro corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.