Lectio Divina – Viernes I de Adviento

¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy necesito que me enseñes a saber “gritar en mi oración”. Y no es que crea que estás sordo, ni que estás tan lejos que no me puedas oír. Necesito poner delante de tus ojos “mi vida desgarrada, mi corazón lacerado, mi alma dolorida”. A veces, la vida pesa demasiado, nos duele el alma; y cuando duele el alma es que duele todo. Quisiera en esos momentos duros de la vida, que vinieras a mí como médico y tocaras mis heridas sangrantes.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 9, 27-31

Cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les preguntó: «¿Creen que puedo hacerlo?» Ellos le contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Que se haga en vosotros conforme a vuestra fe.». Y se les abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Que nadie lo sepa!» Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella región.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Siempre me han impresionado los gritos en la oración. Aparecen con frecuencia en los salmos. También Jesús gritó en la Cruz. Es verdad que Dios Padre no necesita ni de gritos ni siquiera de palabras. “Él sabe lo que necesitamos antes incluso de que lo pidamos”. (Mt. 6,8). Pero el grito es la mejor expresión de un corazón dolorido que, en medio del dolor, busca la cercanía de “una presencia”. Estos dos ciegos tenían necesidad de acercarse y encontrarse con Jesús. El Señor “les tocó los ojos”. Tenían suficiente fe como para que Jesús, como hizo con el Centurión, hiciera el milagro desde la distancia. Pero quiso “tocar sus ojos enfermos”. Es Jesús ese médico maravilloso que quiere acercarse, ver, tocar la enfermedad y curarla. Así queda bien manifiesto que Jesús “curaba con la cercanía de su amor”. En realidad, podemos estar cojos, ciegos, sordos, mudos… pero nuestra  enfermedad más profunda es la “lejanía de Dios”. Esos ciegos no tenían vista, pero tenían fe. Y Jesús los curó “conforme a su fe”. Y les dio una extraña recomendación: ¡Que nadie lo sepa! Pero ellos no hicieron caso y lo divulgaron por toda la región. Probablemente nosotros hubiéramos hecho lo mismo. ¿Cómo podemos ocultar las maravillas que Dios hace en nosotros? ¿Acaso no nos ha mandado el mismo Señor que publiquemos desde las azoteas lo que nos ha dicho en lo oculto? (Mt. 10,27). Con todo, hoy me parece  también bonita la frase: ¡que nadie lo sepa!… Hay muchas cosas maravillosas en nuestra vida que deben permanecer  ocultas para que las disfrutemos en soledad, sin testigos, sólo  ¡entre Él y nosotros! Es estupendo conservar en nuestro solitario corazón experiencias que han sucedido en nuestra vida “sin saber cómo”(Mc. 4,27).

Palabra del Papa

“Al final el ciego curado llega a la fe, y ésta es la gracia más grande que le viene dada por Jesús: no sólo poder ver, sino conocerle a Él, ver a Él, como ‘la luz del mundo’”. Este es un relato del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de tanta gente: también nuestra gente ¿eh?, -también nosotros- porque nosotros tenemos, algunas veces, momentos de ceguera interior”. Nuestra vida es parecida a aquella del ciego que se ha abierto a la luz, que se ha abierto a Dios y a la gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como aquella de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, y ¡hasta al Señor! “Y debemos  caminar decididamente sobre el camino de la santidad, que tiene su inicio en el Bautismo, y en el Bautismo hemos sido iluminados, para que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como ‘hijos de la luz’, con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia”. (Papa Francisco. Angelus.30-marzo-2014)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio).

5.- Propósito. Me acercaré a la Eucaristía como un ciego que necesita ser curado por Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi silencio.

Al acabar esta oración quiero darte las gracias por la riqueza de tus palabras. Nos podemos acercar a ti con nuestras palabras y con nuestros gritos; y podemos agradarte unas veces “divulgando” lo que haces con nosotros y otras veces “silenciándolo” y rumiándolo a solas contigo. Tú eres “presencia y ausencia”, “palabra y silencio”, “prosa y poesía”. “viento y brisa”. ¡Qué grande eres, Dios mío! ¡Envuélvenos en un misterio de amor!

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Comentario – Viernes I de Adviento

1.- Qué hermoso el panorama que nos presenta el profeta. Dios quiere salvar a su pueblo, y lo hará pronto. Los sordos oirán. Lo que estaba seco se convertirá en un jardín. 

Los que se sentían oprimidos se verán liberados, mientras que los violentos recibirán su castigo. Ya no tendremos que avergonzarnos de ser buenos y seguir al Señor. ¡Qué buena noticia para los pobres de todos los tiempos! 

Los ciegos verán y la oscuridad dejará paso a la luz. 

Es una página muy optimista la que hoy leemos. Nos puede parecer increíble y utópica. 

Pero los planes de Dios son así, y no sólo hace dos mil quinientos años, para el pueblo de Israel, sino para nosotros, que también sabemos lo que es sequedad, oscuridad y opresión. 

Cuando leemos los anuncios de Isaías los leemos desde nuestra historia, y nos dejamos interpelar por él, o sea, por el Dios que nos quiere salvar en este año concreto que vivimos ahora. El programa se inició en los tiempos mesiánicos, con Cristo Jesús, pero sigue en pie. Sigue queriendo cumplirse. 

Hoy podemos proclamar las páginas del profeta al menos con igual motivo que en la época de su primer anuncio. Porque seguimos necesitando esa salvación de Dios. También nosotros, con las palabras del salmo, decimos con confianza: «el Señor es mi luz y mi salvación», y eso es lo que nos da ánimos y mantiene nuestra esperanza. 

2.- Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David». 

Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación. 

Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús. 

Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas. 

Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».

3.- a) El Adviento lo estamos viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y calamidades, no otros mundos posibles. 

Que Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos.

Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar. 

b) Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda? 

El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. 

La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús». 

c) Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz. 

En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

En ese tiempo fronterizo de Juan el Bautista

1.- La imagen de Juan el Bautista es muy especial, atractiva en su austeridad y dureza, pero también inquietante. Es –el mismo Jesús lo sugiere—el último profeta del Antiguo Testamento y en él, en Juan, se juntan dos épocas importantísimas de la historia de la humanidad. Jesús, el Hijo de Dios, se hace hombre llegada la plenitud de los tiempos. Esta frase de plenitud de los tiempos se ha devaluado, tal vez, por su uso a lo largo del tiempo. Y es más que probable que para muchos de nosotros no tenga mucho sentido. Y, sin embargo, Dios Padre envía a su Hijo en un momento dado. Se hace hombre en unas fechas concretas y no en otras. Y, en fin, lo inquietante viene de esa increíble austeridad, alejada –hoy más que nunca—de ese mundo de lujo y derroche que nos hemos creado. Pero también ocurría lo mismo en los tiempos en que Juan comenzó a predicar.

La explicación puede ser un poco fronteriza como lo fue también el tiempo en que nació Jesús en Belén. Y es que se tiene la idea cuando se profundiza históricamente en ese momento que el primer impulso que Dios dio a su pueblo en el Sinaí se había agotado. Israel no es un pueblo libre, pero además sus dirigentes religiosos han asumido que hay que vivir con, y como, el invasor. Y, además, a fuerza de querer ser ortodoxos en la interpretación de la religión mosaica han creado un conjunto enorme de reglas de obligado y difícil cumplimiento que restan felicidad y alegría a quienes pretenden seguir el camino anterior de la Ley y los profetas. No hay síntomas de recuperación. No aparecen, otra vez, los macabeos. Y los zelotes –según parece—fueron más políticos que religiosos. Por eso, además, la idea que tiene el pueblo judío de tiempos de Jesús, sobre el esperado Mesías es de poder político, de grandeza en el dominio y de instrumento de venganza contra quienes han abatido y dividido al pueblo elegido.

Pero, también, en el mundo se ha iniciado un imperio sin aparente marcha atrás. Y ese imperio funciona como una sociedad muy bien organizada para su tiempo, con un importante entramado de leyes y creencias que le hacen poderoso. Pero el imperio romano no creaba riqueza y la repartía, simplemente la consumía y la dilapidaba. Era un imperio de esclavitud y de uso enloquecido de los bienes y de las riquezas. La perfección de las leyes romanas –hoy todavía muy presentes en nuestra cultura—ordenaban la relación entre los propios romanos, pero no –para nada—como un vehiculo de cambio, transformación y mejora para el resto de la humanidad. Por eso podían “aguantar” las particularidades nacionales de cada pueblo, pues Roma no ofrecía a cambio sus leyes. Esas eran solo para los romanos. Se abría pues una época de explotación total.

2.- Jesús, pues, llega al mundo para cambiarlo. Para que, en principio, el pueblo elegido –su pueblo—vuelva a mirar al Dios que le sacó de Egipto como un Padre preocupado –yo diría en expresión muy humana: obsesionado—por la felicidad permanente de sus hijos con la sola condición de que le reconozcan como Padre amante y Señor Misericordioso. Es obvio que el mundo religioso de los tiempos de Jesús nada tenía que ver con eso. Y de ahí las enseñanzas contrarias y muy diferenciadas de Jesús respecto a lo que podría ser la religión oficial. Ahí está el Sermón del Monte con las bienaventuranzas o las ampliaciones, hacia el amor y la justicia, sobre la Ley de Moisés. Y, en fin, parece que marcar las diferencias el “primer movimiento” que realiza ese Padre amante es poner en marcha una acción “propagandística” muy especial, muy drástica. Juan el Bautista no frecuenta las ciudades, no va a buscar a las gentes en las encrucijadas de los caminos con más tránsito. Está en el desierto. Y en sus aledaños. Y ahí, en un mundo inquietante, desértico, lejos de cualquier referencia creada por la mano del hombre, anuncia la llegada de quien ha de cambiarlo todo.

3.- Mateo expresa perfectamente esa acción del Bautista en el relato evangélico que acabamos de escuchar. Pide la conversión porque el Reino está cerca. Pero además ataque con una enorme violencia verbal a los causantes del alejamiento de idea auténtica y precisa de quien es y como es el Dios de Jacob, de Isaac, de Moisés. “Raza de víboras” llama a los saduceos y fariseos que acudían a verle. El juicio contra esa sociedad que había usurpado la verdadera imagen de Dios está claro y diáfano. Había que cambiar. Había que allanar los caminos, como se hacía entonces, para preparar el itinerario por donde llegaría de un rey o un gran personaje. Es, pues, el texto de Mateo un punto de partida total. La necesidad de cambio está ahí. Y la frontera entre lo anterior adulterado y lo próximo completamente puro está a punto de llegar.

El profeta Isaías describe –proféticamente—el guión de una película de futuro, de un tiempo futuro de paz, donde ni la humanidad, ni los animales, ni los elementos de la Tierra sufrirán de la violencia. Eso es lo que define, sin duda, el Reino de Cristo, un reino de paz, el cual –y ello es más que obvio—no ha llegado todavía y, desde luego, parece que tarda. La violencia, la explotación, la ausencia de amor son, también y como en aquellos tiempos, el fruto más visible de nuestros tiempos. Por eso, en cada Adviento nosotros hemos de esforzarnos por escuchar a Juan el Bautista en la espera –esperanzada pero tensa—de la llegada del Príncipe de la Paz.

4.- Hemos de leer – de releer—con mucha atención el fragmento que nos propone hoy San Pablo dentro de su Carta a los Romanos. Hay asimismo una referencia interesante al tiempo fronterizo al que aludíamos antes. Pablo de Tarso dice que las antiguas Escrituras se escribieron para nuestra enseñanza y salvación. Las promesas hechas a los Patriarcas se cumplieron y, por eso Cristo vino para salvarnos a todos. Juan el Bautista venía desde la realidad más auténtica y verdadera del Antiguo Testamento para preparar el nuevo tiempo, tiempo éste que todavía no ha llegado en su plenitud y que ha de llegar. Por eso muchos de nosotros esperamos el Reino, que aunque parece que tarda ya está ahí.

El Adviento no es otra cosa que preparación, que ejercicio de conversión. Lo hemos dicho otras veces, pero no es posible dejar pasar esta nueva oportunidad que nos da el Adviento de 2007 para cambiar, porque, no nos engañemos, si Juan Bautista apareciera hoy también nos podría tildar como a saduceos y fariseos de “raza de víboras”. Mucho están –estamos—usurpando, con nuestro egoísmo y ausencia de amor auténtico a los hermanos, el verdadero mensaje de Jesús. Nuestra sociedad es cada vez más injusta e insolidaria. Y, en una parte, o un todo, ¿quiénes son los responsables…?

Ángel Gómez Escorial

En Adviento, aventar

En Adviento, aventar
para que el aire penetre en las entrañas,
para limpiar nuestros rincones y zonas oscuras,
para separar el grano de la paja,
y recoger la cosecha anunciada.

Aventar para mullir la tierra,
para clarear el horizonte y las sendas,
para que el viento nos lleve a la otra orilla,
para adelgazar nuestras querencias,
y acrisolar nuestras pertenencias.

Aventar para descubrir lo vacuo y lo que pesa,
para purificar nuestra historia,
para que la semilla caiga en tierra buena,
para que la esperanza florezca,
y colaborar en tu empresa.

En Adviento, aventar
dejando que el viento sople como quiera,
para que despunten las promesas,
y el que viene se sienta como en su casa
aunque sea emigrante y de tierra extraña.

En Adviento, aventar
para preparar tu Navidad
y disfrutar de la buena nueva.

Florentino Ulibarri

La misa del domingo

San Juan Bautista es el personaje central en el Evangelio de este Domingo. El profeta que aparece en el desierto proclamando el ya próximo advenimiento del Reino de Dios e invitando a todos a recibir un bautismo para el perdón de los pecados era el hijo de Isabel, parienta de Santa María. Él es aquel que en el seno materno saltó de gozo en el encuentro de las dos madres (ver Lc 1,44).

Este niño milagrosamente concebido (ver Lc 1,5-7) estaba llamado a cumplir una singular misión: «a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1,15-17). Zacarías, su padre, inspirado por el Espíritu Santo anunció: «serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Lc 1,76).

Con el tiempo «el niño crecía y su espíritu se fortalecía». Vivió en el desierto hasta que llegó «el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). «En el año quince del imperio de Tiberio César… fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Lc 3,1ss). Es así como lo vemos en el Evangelio de este Domingo, proclamando a viva voz: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos».

Del mismo modo que se nivelaban los caminos cuando llegaba el rey a visitar una ciudad, hay que nivelar y preparar ahora el camino al Señor que viene. Es abandonando toda senda torcida y enmendando las conductas equivocadas como se hace transitable el camino del Señor al corazón del hombre. El Bautista llama a la conversión, a un cambio de vida radical, a abandonar el mal y asumir la Ley divina como norma última de la propia conducta.

Para hacer este fuerte llamado a la conversión, el Bautista usa algunas imágenes familiares en el lenguaje sapiencial del Antiguo Testamento. Primero compara al hombre que obra el mal con el árbol que da fruto malo. Usando esta figura Juan exhorta y advierte: «Den los frutos que pide una sincera conversión». Da buen fruto el hombre que se aparta del mal y se vuelve a Dios, se “arraiga” en Él, hace de sus mandamientos la luz de sus pasos. Todo aquel que confía en Dios y vive de acuerdo a sus enseñanzas es como «un árbol plantado junto a las aguas y que extiende sus raíces a la corriente… no temerá cuando venga el calor, sus hojas se mantendrán verdes. En el año de sequía no se inquietará, ni dejará de dar fruto» (Jer 17,8). Quien en cambio se separa de Dios por sus malas obras se condena él mismo a la esterilidad, a la sequedad y a la muerte (ver Jn 15,1ss).

Una segunda imagen la toma el Bautista de la habitual tarea campesina de separar el trigo de la paja: «Él tiene la horquilla en la mano: separará el trigo de la paja, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga», dice el precursor.

Esta imagen es también muy usada en la Escritura. Cuando llegaba la recolección de las mieses, segado el trigo se llevaba en gavillas a una explanada donde se la trituraba para desgranar el trigo. Una vez trillado el trigo el labrador tomaba la horquilla y lanzaba al aire la paja revuelta con el trigo. El viento suave se llevaba la paja junto con una nube de polvo mientras el grano, por su peso, caía a los pies del labrador formando poco a poco un cúmulo de trigo limpio. La paja en la Escritura viene a ser símbolo de inconsistencia, de sequedad y esterilidad. No sirve más que para ser arrojada al fuego. El grano en cambio es símbolo de consistencia y de fecundidad.

El hombre que sigue el camino del mal y del pecado se asemeja a la paja: su vida se vuelve inconsistente, se seca, se marchita, se vuelve estéril. Finalmente, el que obstinadamente sigue el mal camino se condena a sí mismo a una muerte eterna. Pero quien humildemente toma conciencia que va rumbo al abismo, está a tiempo de evitar el dramático desenlace de su vida dando frutos de conversión, preparando el camino al Señor.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Adviento es un tiempo en el que la Iglesia nos invita a una mayor conversión. A través de aquel que es la “voz que clama en el desierto” nos urge a preparar el camino del Señor, enderezar las sendas y permitir así que Él venga y permanezca en nosotros.

El Señor no viene ni permanece en un corazón que se aferra al pecado. ¿Cuántas veces nos quejamos porque “no sentimos la presencia del Señor”? Lo experimentamos tan lejano, distante, ausente, que llegamos a dudar de su cercanía, de su preocupación y amor por nosotros, o de su existencia incluso. ¿Dónde está Dios? El Señor no está lejos, Él se ha hecho uno como nosotros y ha habitado en nuestro suelo. Él viene cada día a nosotros en su Iglesia, en los sacramentos. Él nos ha dicho: «yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). No es Dios quien está lejos, sino que somos nosotros quienes le cerramos el corazón, quienes huimos de su presencia y lo mantenemos a la distancia. No es el Señor quien no nos escucha o no nos habla, somos nosotros quienes no escuchamos al Señor cuando nos habla, quienes somos sordos a sus constantes llamadas, ciegos e insensibles a las continuas manifestaciones de su amor para con nosotros. Él no deja de estar allí, tocando y tocando insistentemente a la puerta de tu corazón para que le abras, para poder entrar en tu casa y permanecer contigo (ver Ap 3,20).

No te sorprendas, pues, si no experimentas la presencia suave del Señor en tu interior, si te sientes lejos de Él, insensible a sus llamadas. Tu corazón se ha endurecido. Por ello, antes de acusar al Señor por su aparente ausencia, pregúntate humildemente: ¿Qué obstáculo le pongo yo en el camino? ¿A qué pecado o vicio me aferro?

Una vez descubierto el obstáculo, trabaja seriamente por quitarlo de en medio. ¡Endereza el mal camino! ¡Renuncia al pecado! ¡Rechaza con firmeza toda tentación! Si implorando continuamente la gracia del Señor te esfuerzas en purificar tu corazón, si te esfuerzas en amar más al Señor que a tu propio pecado, ten la certeza de que el Señor no tardará en visitar tu humilde morada con su amorosa presencia: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

Comentario al evangelio – Viernes I de Adviento

Regalo de perseverancia

Imagina a dos ciegos siguiendo a Jesús y «alcanzándolo». Definitivamente, hay que hacer algo para que un ciego siga a una persona que va delante, probablemente flanqueada por mucha gente, y consiga alcanzarla. En otras palabras, se requiere la virtud de la perseverancia, que San Agustín llama «un don de Dios». En un mundo de atajos y gratificación instantánea, abrazar la perseverancia puede ser un acto difícil. La gente se rinde fácilmente ante sus proyectos, ante los demás e incluso ante Dios. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para ver con qué facilidad la gente abandona sus sueños, lamentablemente. El tipo de mundo nuevo del que habla Isaías en la primera lectura no se produce de forma automática; hace falta mucha perseverancia para soñar esos sueños de Dios y seguir trabajando sin descanso para realizarlos. Ya sea en la vida en el mundo o en la vida en el espíritu, la perseverancia vale la pena.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes I de Adviento

Hoy es viernes I de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 9, 27-31):

Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

Ten compasión de nosotros. Como los dos ciegos del evangelio que leemos hoy nosotros vamos caminando en busca de algo que nos ayude, que nos permita ver. Dios está entre nosotros, nos tiende la mano, nos abraza amoroso, pero nosotros no le vemos. Nuestros ojos no son capaces de ver la cara amable del Padre que se muestra ante nosotros en cualquier signo de la vida, de nuestra propia vida; que se despliega ante nuestro espíritu.

Puede que, como los dos ciegos, seamos capaces de alcanzar a Jesús y pedirle que abra nuestros ojos, que nuestra fe en él sea suficiente para que pueda decirnos “que os suceda conforme a vuestra fe” y esta sea tan firme y tan verdadera que la luz se abra camino entre la oscuridad que nos rodea y podamos comenzar a ver.

“Espera en el Señor, se valiente”. No otra cosa nos pide Jesús, con el salmista. Él nos invita a confiar ciegamente en un Padre misericordioso que nos está tendiendo la mano siempre, aunque nosotros seamos tan ciegos que la rechacemos, que no queramos su guía; que prefiramos ir tropezando con los hoyos y las piedras del camino porque desconfiamos de la bondad de Dios para con nosotros.

Y será necesario que nuestra alma, que todo nuestro ser, grite que queremos ver, que estamos convencidos de que es la mano de Dios la que se nos tiende en medio de nuestras tinieblas, permitamos que su mano llegue a asir las nuestras y nos ayude a salir del terrible pozo donde no llega la luz, donde nuestra desconfianza, nuestra falta de fe, nos tiene encerrados y sujetos.

¿Seremos capaces de fiarnos del Hermano mayor, del primogénito, que quiere que veamos?

¿Podremos llegar a ver en la creación que nos rodea la mirada amorosa de Dios que se acerca, abre nuestros ojos, y nos invita a seguirle?

D. Félix García O.P.

Liturgia – Viernes I de Adviento

VIERNES DE LA I SEMANA DE ADVIENTO, feria

Misa de feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio I o III de Adviento

Leccionario: Vol. II

  • Is 29, 17-24. Aquel día verán los ojos de los ciegos.
  • Sal 26.El Señor es mi luz y mi salvación.
  • Mt 9, 27-31.Jesús cura a dos ciegos que creen en él.

Antífona de entrada
El Señor vendrá con esplendor a visitar a su pueblo con la paz y comunicarle la vida eterna.

Monición de entrada y acto penitencial
En este tiempo de espera, el Adviento, la Palabra de Dios nos da una visión de esperanza. Los poderosos que confían en su propio poder político y en sus alianzas se derrumbarán y serán aplastados, pero los pobres, sordos, ciegos, o sea, los que todavía creen en la presencia y en la acción de Dios en el mundo, verán la salvación. Así lo promete Isaías en nombre de Dios.

Cuando celebramos la eucaristía, profesamos nuestra fe de que Dios, de hecho, comienza, en Jesús, el cumplimiento de su promesa. Él restaura la visión de los ciegos, porque creen. Dios mismo se ha entregado a sí mimo al mundo por medio de Cristo Jesús.

• Jesús, luz de todos los pueblos. Señor, ten piedad.
• Jesús, paz y alegría en los corazones. Cristo, ten piedad.
• Jesús, Dios con nosotros. Señor, ten piedad.

Oración colecta
DESPIERTA tu poder, Señor,
para que merezcamos ser protegidos por ti
y nos veamos libres de los peligros que nos acechan
a causa de nuestros pecados.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles

Pidamos al Señor que seamos siempre alegres y llenos de esperanza, viviendo siempre en el amor de Dios.

1.- Para que aprendamos a ver, más allá de los males de nuestro tiempo, los numerosos signos de bondad, solidaridad y compasión entre los hombres, roguemos al Señor.

2.- Para que sepamos admirar y apreciar todo lo bueno, bello y verdadero en el mundo que nos rodea, roguemos al Señor. 

3.- Para que seamos sensibles y sepamos percibir las necesidades de los otros, aun las silenciadas y escondidas, roguemos al Señor.

Señor Dios nuestro, que eres nuestra luz y nuestra salvación, y en quien tenemos puesta toda nuestra confianza; ten compasión de nosotros, atiende nuestras súplicas e ilumina nuestros corazones, para que no deseemos otra cosa que poder habitar en tu casa por todos los días de nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
QUE los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan,
Señor, y al vernos desvalidos y sin méritos propios,
acude, compasivo, en nuestra ayuda.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I o III de Adviento

Antífona de comunión Flp 3, 20-21
Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Oración después de la comunión
SACIADOS con el alimento espiritual te pedimos, Señor,
que, por la participación en este sacramento,
nos enseñes a sopesar con sabiduría los bienes de la tierra
y amar intensamente los del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.