Lectio Divina – Viernes II de Adviento

¿Pero, con quién compararé a esta generación?

1.- Introducción.

Señor, quiero amarte y ser generoso en mi entrega diaria, pero muchas veces el miedo, las dudas, las inseguridades e incertidumbres, me cercan y me acosan.  Por eso, actúo como esos niños caprichosos que no se satisfacen con nada. Jesús, cuántas veces Tú, en persona, has venido en mis prójimos y yo te he rechazado, por no reconocerte. Haz que, en vez de jugar a caprichos, sea capaz de entrar en el juego que tú me ofreces.

2.- Lectura reposada del evangelio:  Mateo 11, 16-19

¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: «Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado cantos fúnebres, y no os habéis lamentado.» Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene.» Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Y la Sabiduría se ha hecho prestigiosa por sus obras.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Juan ni comía ni bebía. Era un verdadero asceta. Vivía en el desierto y hacia grandes sacrificios. Jesús podía haber aceptado ese género de vida y ponerla como modelo para todos sus seguidores. Pero no lo hizo. El Hijo del Hombre come y bebe. Vive una vida normal y participa de los acontecimientos del pueblo. Llora con los que lloran porque han perdido un ser querido y se alegra y participa de las alegrías de una boda. Jesús es un místico. No pone la esencia de la religión en lo que el hombre hace y ofrece a Dios sino en el encuentro vivo con Dios su Padre en una íntima relación de amor y en el encuentro de amistad con los hombres, sus hermanos. No se cansa nunca de hablar de un Dios Padre que es maravilloso y que nos ama siempre, independientemente de lo que nosotros seamos. Podemos pecar una y mil veces y Él siempre está dispuesto a perdonarnos.  El sentirnos amados y perdonados por Dios, debe ser como una fiesta permanente entre nosotros. Pero hay algunos que no se deciden por nada. No quieren la ascética de Juan ni la mística de Jesús. Y así malogran su via.

Palabra autorizada del Papa.

“Pero yo no les entiendo, son como aquellos niños: hemos sonado la flauta y no han bailado; hemos cantado un lamento y no han llorado ¿Pero ¿qué quieren? ¡Queremos salvarnos como nos gusta! Es siempre este el cierre al mundo de Dios […] No confundamos ‘libertad’ con ‘autonomía’, elegir la salvación que consideramos sea aquella ‘justa’. ¿Creo que Jesús sea el Maestro que nos enseña la salvación? ¿O por el contrario voy por todas partes para alquilar a un gurú que me enseñe otra? ¿Un camino más seguro o me refugio bajo el techo de las prescripciones y de tantos mandamientos confeccionados por los hombres? Y así me siento seguro y con esta ‘seguridad’ -es un poco duro decirlo- seguridad con la que compro mi salvación, y que Jesús da gratuitamente con la gratitud de Dios. Hoy nos hará bien ponernos estas preguntas. Y la última: ¿yo me resisto a la salvación de Jesús?” (Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de octubre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice a mí este texto ahora que he reflexionado sobre él. (Guardo silencio).  

5.-Propósito. Hoy me propongo ser decidido y valiente para tomar mi vida en serio.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero agradecerte todos los beneficios que tu inefable bondad me da cada día y en cada momento. Me siento abrumado por tanto derroche de amor. Yo quiero repartir con mis hermanos tu vida exuberante, tus detalles que tienes conmigo. Que yo sea detallista también con las personas con quienes convivo. Que mi vida sea sencilla, normal, sin milagros. ¿Puede existir milagro mayor que el milagro del amor?

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Jesús viene a su manera

1.- Había expectación por el que tenía que llegar y del cual tanto se había hablado. Pero muchos lo esperaban desde una dirección equivocada: lo soñaban en carruajes y venía en pesebre. Lo veían rodeado de oropeles, pompas, sedas y huestes pero vino arropado por la sencillez de una madre y agasajado por la soledad de la noche.

¿Hoy existe interés, nerviosismo y expectación por Aquel que ha dado razón a nuestras navidades cristianas?

Aún hoy, desde las cárceles en las que viven muchas personas, (intereses, egoísmos, dudas, decepciones, depresiones, soledades, incomprensiones, etc.,) se siguen escuchando lamentos y gritos detrás de esos barrotes: “¡Cuándo vendrás Señor!”

Juan se jugó el tipo por Jesús. Se quedó de piedra cuando, como uno más en la fila, pidió el Bautismo entre uno de tantos. Juan era así: estaba convencido de lo que hacía y de lo que decía. El presidio, para él, no fue sino la confirmación de que estaba en la línea adecuada: merecía la pena sufrir todo aquello por señalizar al que tenía que venir.

2.- También nosotros ahora, como entonces el Bautista, podemos tener muchos interrogantes sobre la forma de intervenir Dios en nuestra historia. Su reino no es de violencia como muchos creyeron entonces ni puede ser de imposición como muchos pretenderían ahora. Su reino no es de “estos sí y de aquellos no” con el que muchos se hubieran alegrado entonces y otros más aplaudirían ahora. Su reino, por el contrario, es un reino que aglutina el antes y el después de cada persona que es capaz de hacer un hueco en el corazón a Dios esperándole y alegrándose por su venida.

Jesús, siempre desconcertante, entra por la puerta más imprevisible y la que menos nos puede gustar a los que nos decimos sus seguidores: la humildad y sin meter demasiado ruido.

¿Eres tú el que ha de venir? Preguntó, y lo seguimos haciendo muchos de los que queremos profundamente a Jesús pero que, a veces, sentimos que nos prueba demasiado, que tensa hasta el límite la cuerda de nuestra paciencia, perseverancia, seguimiento o constancia.

3.- Es cuestión de abrir bien los ojos; de ver que, hoy como ayer, Dios sigue haciendo de las suyas y de ¡órdago a la grande!; que hay sanos pero recuperados gracias a su mano providente, que hay personas alegres que regresaron del túnel de la tristeza porque se toparon frente a frente con Jesús, que hay otros miles que han dejado todo (hasta la fama) porque Jesús les decía mucho y les llenaba más que lo puramente material.

Hoy, no puede ser de otra manera, Jesús nos sigue enviando mensajes a través de su Iglesia y de sus sacramentos, de acontecimientos (buenos y malos) y de momentos puntuales que El sigue estando ahí; que sigue viniendo y viviendo; que su Palabra lejos de defraudar se convertirá en un motivo de alegría y de gozo para esta tierra paralizada y enferma, coja y hambrienta de justicia.

Hoy, como ayer, Jesús nos invita a abrir los ojos para que nos asombremos de que realmente El es el único que nos puede ofrecer auténticas razones para vivir y esperarle en la próxima Navidad. ¿Y tú esperas de verdad a que Jesús venga en Navidad o esperas algo distinto?

Javier Leoz

Comentario – Viernes II de Adviento

1.- Jesús echará en cara a su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús mismo. 

Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho. 

Y así le fue. Si hubiera sido fiel a Dios, hubiera gozado de bienes abundantes, que el profeta describe con un lenguaje cósmico lleno de poesía: la paz sería como un río, la justicia rebosante como las olas del mar, los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido los caminos de Dios, no habría tenido que experimentar las calamidades del destierro. 

El tono de lamento se convierte en el salmo en una reflexión sapiencial: «el que te sigue, Señor, tendrá la vida de la vida». «Dichoso el hombre para el que su gozo es la ley del Señor. Será como árbol plantado al borde de la acequia», lleno de frutos. «Porque el camino de los impíos acaba mal». 

2.- Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el Enviado de Dios. 

«Vino al mundo y los suyos no le recibieron».

Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez. 

La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste. 

3.- a) ¿Cuál será la excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento Y a vivir la Navidad? 

El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases dirigentes de Israel, al no aceptar a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y seguramente también infantilismo e inmadurez. 

Hay personas insatisfechas crónicas, que se refugian en su crítica, o ven sólo lo malo en la historia y en las personas, y siempre se están quejando. Esta actitud les resulta, tal vez sin pensarlo explícitamente, la mejor excusa para su voluntad de no cambiar. Este papa no les convence porque es polaco. El anterior, porque era italiano. A aquél porque dudaba, a éste porque no duda. 

Y así con muchas otras personas o campañas o tareas. Nos cuesta comprometernos. Y es que si tomamos en serio a Cristo, y a su Iglesia, y los dones de su gracia, eso cambia nuestra vida, y se ponen en juicio nuestros criterios, y se nos coloca ante la alternativa del seguimiento del Evangelio de Cristo o del de este mundo. 

b) ¿Cuántos Advientos hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene? Cada año se nos invita a una opción: dejar entrar a Dios en nuestra vida, con todas las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el tiempo. 

En vez de decir o cantar tantas veces el «ven, Señor Jesús», podríamos decir con sinceridad este año: «voy, Señor Jesús».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

Frente a la tristeza y el abatimiento, la alegría

1.- La liturgia de este domingo, –todas las oraciones, las lecturas y antífonas– está llena de alegría. No se trata de una alegría barata. No se puede comprar por unas horas, por un puñado de dinero. No tiene que ver con la diversión, el entretenimiento o el placer. Se trata de prepararnos para la llegada de Alguien que nos ama, que nos liberará de todo lo que nos oprime: El dolor, la enfermedad, el pecado, la injusticia y la muerte.

Contra todos esos profetas de desgracias que oímos todos los días a través de los medios de comunicación, Isaías declara, en nombre de Dios, que si el Señor viene es a llenarnos de alegría, a hacer florecer todo lo desierto, a fortalecer cuanto es débil, a devolver la vida a todo lo muerto. La razón secreta de toda esta liberación está en que “Dios viene en persona”.

Todo lo que María canta en el “magníficat”, y que será programa en la vida y misión de Jesús, aparece aquí anunciado por Isaías como el desquite que Dios trae con su presencia plena. Lo que Isaías anunciaba como señales de la presencia del Mesías, Jesús dice que sucede en sus oraciones y palabras.

2.- La segunda lectura está tomada de la carta del apóstol Santiago. Nos dice dos cosas bien importantes: Tened paciencia hasta la venida del Señor. El, el Señor, viene a poner remedio a cuanto nos aflige. Y añade: La venida del Señor está cerca. ¿Lo creemos? ¿Vivimos como quien espera para de un momento a otro un cambio tan decisivo? Como quien espera un cambio en el que los criterios de valor acostumbrados –el poder del dinero, la fuerza del poder, etc. – van a ser desechados y sólo tendrán vigencia los criterios de Dios –el amor como valor absoluto y decisivo, la justicia y la paz como fruto del amor– ¿Cuando hablamos de la segunda «venida», lo hacemos para consolar y animar a nuestro pueblo o para asustarlo? ¿Anunciamos el Reino de Dios o nuestra vida es una confesión de fe en el valor del dinero, del poder, de la comodidad? ¿Deseamos, siquiera, que reine Dios, o sea el amor?, ¿o preferimos que siga reinando el dinero porque eso nos da seguridad?

3.- Entre los que escuchaban a Jesús en ese momento había algunos esenios, que eran los israelitas que se habían retirado a vivir en la región de Qumram y que nosotros sabemos que escribieron los rollos del Mar Muerto. Ellos debían haberse sentido aludidos directamente por Jesús y ofendidos. Jesús incluye entre las señales, como beneficiarios de su “buena noticia”, a todos los que los esenios segregaban de su comunidad y añade, como la más importante el que se les anuncia la “buena noticia” a los pobres. «¡Y dichosos el que no se sienta defraudado por mí”!. Ser pobre era, para la gente de la época de Jesús, una manifestación clara de que sobre ellos, los pobres, pesaba una maldición de Dios. La pobreza era vista como una manifestación exterior del pecado interior y, por ello, de estar lejos de Dios.

Jesús dice exactamente lo contrario; lo contrario de lo que pensaba la mentalidad popular farisaica y lo contrario de lo que decían y pensaban los esenios. El, dice Jesús, es el Mesías porque hace todo eso que se esperaba que hiciera el Mesías, pero no es el Mesías que esperaban los fariseos o los esenios, por eso agrega lo de los pobres-pecadores. La frase de Jesús debe haber tenido un sentido bien especial para el Juan Bautista que parece haber sido seguidor de los esenios por lo menos por algún tiempo, y que es tan duro con los fariseos.

4.- Jesús declara bienaventurado a Juan y dirá inmediatamente después cosas todavía mucho más elogiosas. Según Jesús, y esto es palabra de Dios, entre los nacidos de mujer no hay ninguno más importante que Juan Bautista, pero los que pertenecen al Reino de Dios, por ser carne de la carne de Jesús, son mayores que Juan. Es la importancia de la pertenencia al Reino, cuerpo de Jesús, la que se recalca.

El que forma parte del Reino de Dios es profeta y más que profeta, puesto que es más que Juan Bautista. Desde luego, el Evangelio no escribe ni una sola palabra para hablarnos expresamente de Juan Bautista, sino para hablarnos de la “buena nueva” del Reino, que se ha realizado y proclamado en Jesucristo.

Cristo responde de modo semita con una precisa referencia a los oráculos de Isaías. “Mirad a vuestro Dios”. El desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El anunciado ya ha llegado, viene a decir; pero añade algo más: hay que reconocerle por sus obras más que por sus palabras. Y las obras que Cristo enumera ante los discípulos de Juan son obras de liberación salvadora: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”. El hombre es ciego, sordo, cojo y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Los ídolos que adoraban en lugar del Dios vivo eran, tal y como nos los describen los salmos y los libros sapienciales, ciegos, sordos, cojos y mudos, y sus adoradores eran semejantes a ellos. Pero ahora “vuelven los rescatados del Señor”. Son liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera vida.

Juan, el hombre más grande de los nacidos de mujer, aprendió bien la lección. Algo que también nosotros debemos aprender: Cuáles son los caminos de Dios y las presencias de Dios.

Preguntémonos: ¿Nos sentimos felices de formar parte del Reino o de haber sido llamados a formar parte de él? ¿Hacemos lo posible para que el amor reine entre nosotros y, por lo mismo, Dios reine entre nosotros? ¿Deseamos, siquiera, que llegue la plenitud del Reino de Dios? ¿Vivimos como si de un momento para otro fuera a darse el cambio decisivo que implica que sea el amor el valor supremo y no el dinero o el poder?

Antonio Díaz Tortajada

También a nosotros nos decepciona Dios

¡Dichoso quién no se siente defraudado por mi! ¿Sentía Juan la angustia por la decepción que se abría paso en su corazón? Motivos tenía Juan para sentirse decepcionado por Jesús. Juan sen sentía contento con disminuir con tal que Jesús creciera, pero las noticias que se filtraban a través de los gruesos muros de su prisión del Aqueronte eran que Jesús no tenía el menor deseo de crecer. Huía de los que le proclamaban Rey. Se decía siervo de los demás. Aconsejaba no ser como los Reyes y Señora de este mundo. Aquello, no era para creer. Era solo para disminuir.

* Juan había puesto en las manos de Jesús la hoz para la siega y Jesús hablaba de sementera. Le preocupaba la pequeña semilla que un día daría su fruto. La siega sería de otros.

* Juan le había profetizado con el bieldo con el bieldo en la mano separando el trigo y la paja. Y Jesús ni siquiera quería separar la cizaña del trigo. No quiere dividir a los hombres en buenos y malos. Come y vive con los etiquetados como pecadores. Se hacen discípulas suyas las públicas pecadoras.

* Juan ha prestado a Jesús un hacha para que corte de raíz los árboles podridos. Y Jesús dice que no quiere acabar de chascar la caña quebrada que ya se inclina casi sin vida al suelo.

* Juan, que se siente seguro del tiempo del Mesías, no sabe que pensar del modo con que el Mesías, Jesús, se presenta. Juan pregunta.

* Y Juan muere decapitado en la cárcel sin haber visto crecer a Jesús, pero confortado con sus palabras “dichoso el que no se decepciona de mi”.

2.- También a nosotros nos decepciona Dios.

— Nos decepciona porque no castiga ante nuestros ojos a los que llamamos malos. Nos decepciona porque no participa en nuestra ira.

— Nos decepciona cuando le pedimos un milagrito y no nos lo concede

— Nos decepciona cuando vemos a los que llamamos buenos oprimidos por los malos. Nos decepciona porque no participa en nuestros resentimientos.

— Nos decepciona cuando parece hacerse sordo a nuestras oraciones.

— Cuantas veces sentimos ganas de enmendarle la plana, aunque no nos atrevamos a formularlo en palabras. Cuantas veces sentimos que Dios hubiera cometido menos errores si nos hubiera consultado a nosotros.

–Nos decepciona Dios porque nos hemos fabricado un Dios con nuestros mismos gustos, sentimientos, y aseveraciones. Y de esa manera Dios no sabe ser Dios, porque cuando nos hacemos un Dios demasiado semejante a nosotros, protector de nuestros gustos e intereses y amparador de nuestros colores políticos, hacemos de Dios una caricatura y fomentamos el ateismo de los demás, que se avergüenzan de admitir, no un Dios verdadero, sino ese Dios que nosotros adoramos.

–Dios lleva muchos años opositando ante nuestro tribunal para conseguir una plaza de Dios… y no se la concedemos.

3.- “Mis planes no son vuestros planes, y mis caminos no son vuestros caminos”, nos dice el Dios verdadero.

–Vine a salvar al mundo y nací niño indefenso

–No nací en Roma sino en la desconocida Belén

— Viví escondido 30 años en Nazaret, de donde nada bueno puede salir. Me gané el odio de los representantes del Dios verdadero y fui ejecutado como un malhechor.

“Mis caminos no son vuestros caminos

* Feliz el que no se decepciona de un dios distinto al que pensamos-

* Feliz el que apuesta por un dios que es amor

* Feliz el que a pesar de todo sigue confiando en un Dios Padre de todos que hace llover sobre justos y pecadores.

* Feliz el que no se decepciona de un Dios que ama a nuestros enemigos.

* Feliz el que con terror se lo juega todo a la carta de un Dios al que no entendemos.

Dejémosle a Dios ser Dios y no nos decepcionemos de lo que sea.

José María Maruri, SJ

Misa del domingo

El Bautista proclama en el desierto de Judea: «ha llegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,2). Prepararse para este gran acontecimiento requería una conversión, arrepentirse del mal cometido y enmendar toda conducta inicua. El signo visible de ese arrepentimiento y deseo de llevar una vida nueva era el bautismo que él ofrecía en las aguas del río Jordán. El bautismo de Juan simbolizaba sepultar la vida antigua de pecado para renacer a una vida de justicia. Muchos, movidos por la prédica ardorosa de Juan y llevados por un deseo sincero de conversión, acudían a él para recibir este “bautismo de conversión”.

En su prédica Juan no dudaba en denunciar abiertamente el pecado y el mal que veía en el pueblo de Israel. De esta denuncia no se libró ni siquiera Herodes Antipas, hijo de Herodes “el Grande”. Su padre había mandado construir el fastuoso templo de Jerusalén, cuyas piedras y exvotos admirarán los discípulos de Jesús. Era también su padre quien había mandado matar a todos los niños de Belén, menores de dos años, a fin de eliminar al Niño Jesús. Tenía por hermano a Arquelao, y por medio hermano a Herodes Filipo. Al morir su padre, el emperador Augusto le otorgó la tetrarquía de Galilea y Perea.

El tetrarca Herodes, para escándalo público, repudiando a su esposa legítima había tomado por mujer a Herodías, la mujer de su medio hermano Herodes Filipo. Juan no calló. Le decía: «No te es lícito tenerla» (Mt 14,4; ver Mc 6,18, Lc 3,19). Por instigación de Herodías (ver Mt 14,3) y para acallar su incómoda voz, Herodes mandó prenderlo. Y aunque él hubiese preferido matarlo, no lo hacía por temor a la sublevación de la gente que lo tenía por profeta (ver Mt 14,15). Herodías, que también quería verlo muerto por el odio que le tenía, no podía cumplir su inicuo deseo. Imaginamos que de muchos modos y maneras le habría insistido a Herodes para que lo mate, pero a él le bastaba tenerlo encarcelado (ver Mc 6,20).

Es durante este encarcelamiento que Juan, al oír hablar «de las obras del Mesías», «mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”».

Llama la atención que quien manda a sus discípulos a hacer esta pregunta es el mismo que poco antes, cuando bautizaba en el Jordán, había dicho de Él: «Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel». Es de Él de quien había dado incluso testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él» (Jn 1,30-32; Mt 3,16-17; Mc 1,9-11) y también: «Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios» (Jn 1,34). ¿Por qué entonces manda a preguntar ahora a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”».

Conviene entender que para ese momento Juan tenía muchos discípulos y ejercía una fuerte influencia sobre multitudes, y «como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Mesías» (Lc 3,15). Juan, no cabe duda, era un personaje muy importante. Pero, ¿era él el enviado de Dios? Juan sabía perfectamente que Jesús era el Mesías, ¿pero cómo hacer para que sus discípulos y seguidores entendiesen que el Señor Jesús, y no él, era en realidad el Cristo? ¿Cómo “disminuir” él para que Jesús creciese? (ver Jn 3,30)

Coinciden los Padres de la Iglesia en afirmar que si Juan envía a sus discípulos con esta pregunta no es porque él dude, sino para que sus discípulos crean que Jesús es el Mesías esperado por Israel. ¿Y qué mejor que el testimonio de las mismas obras? Por ello el Señor Jesús responde: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio». En Él se cumple lo que Isaías había anunciado: «Miren a su Dios… viene en persona a salvarlos. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará». Él es el Mesías, es Dios mismo que viene a salvar a su pueblo, y con Él ha llegado el tiempo de una nueva creación caracterizada por el reflorecimiento exuberante de todo aquello que se encontraba muerto, seco y estéril.

«¡Dichoso el que no se escandalice de mí!», dirá el Señor. Dichoso el que acepta que Él es verdaderamente el Mesías, el Cristo, el único Salvador del mundo, y que fuera de Él no hay otro salvador.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

En el tercer Domingo de Adviento la Iglesia, tomando las palabras del Apóstol Pablo, nos invita a llenarnos de gozo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres… El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). ¿No es propia la alegría en el corazón de aquellos que experimentan esa cercanía y presencia del Señor?

A un cristiano que por lo común anda triste o incluso amargado, le falta Cristo. Está terriblemente vacío, porque el Señor está ausente de su vida. Sin Cristo su vida se va consumiendo y marchitando poco a poco (ver Jn 15,4-5) hasta que la tristeza, el vacío, la desolación e incluso la desesperanza se apoderan de su corazón. En cambio, la presencia del Señor Jesús en el corazón humano es siempre fuente de vida, de reconciliación, de paz, de amor auténtico y en consecuencia de una alegría profunda, serena, desbordante. En efecto, la alegría que los creyentes estamos llamados a experimentar, la alegría de saber que el Señor está cerca, de tenerlo con nosotros y en nosotros, es una alegría que no se puede contener, una alegría que por sí misma se difunde e irradia a los demás.

Y aunque el cristiano en algunos momentos experimente también la natural tristeza por los problemas, las pruebas o sufrimientos que forman parte de esta vida, la confianza en el Señor, la serena alegría de saber que está cumpliendo el Plan de Dios y la paz interior no lo abandonan (ver 2Cor 7,4).

Habría que preguntarnos y cuestionarnos si al vernos sin esta alegría que brota de andar en la presencia del Señor muchos se hacen la idea de que la vida del cristiano es una vida triste, aburrida, y que el cristianismo sólo produce personas amargadas. No son pocos los que por otro lado se sorprenden tanto cuando se encuentran con un cristiano feliz. Se impresionan profundamente ante tanta alegría que una persona o una comunidad de creyentes irradia y se cuestionan profundamente al no encontrar en otro lado una alegría tan auténtica y profunda. Al toparse con esta alegría se dicen a sí mismos: “¡yo también quiero esa alegría para mí!”. El encuentro con un cristiano que irradia la alegría que encuentra en el Señor es no pocas veces el inicio de una conversión, pues es una alegría que cuestiona a quienes en el mundo buscan tanto y no hallan esa verdadera alegría que colme sus anhelos más profundos. ¡Sí! ¡La alegría cristiana es la manera más convincente de atraer a otros al encuentro con el Señor, es el anuncio más eficaz de la Buena Nueva que el Señor Jesús nos ha traído!

Consciente de esta verdad, procura mostrarte siempre alegre (ver 1Tes 5,16, 2Cor 6,10). Cuanto hagas, hazlo por el Señor y por amor a Él (ver Col 3,23), hazlo con alegría y no con disgusto, ni a regañadientes, quejándote y murmurando de todo. ¡Aparta todo eso de ti! A veces tendrás que hacerte un poco de violencia, porque no estás con el mejor de los ánimos. Pero si haces ese esfuerzo y se lo pides al Señor, tu disposición interior irá cambiando y verás que incluso lo que te molesta e impacienta, lo que se te hace pesado, se te hará más ligero y llevadero. Claro que no se trata de fingir la alegría. Pero tampoco podemos consentir estados de ánimo que se reflejen en actitudes cansinas, tristes, desesperanzadas, amargadas. Así, pues, el empeño será doble, tanto externo como interno: mientras procuro mostrarme siempre alegre he de procurar también que el Señor esté en mí para que esa alegría brote de mi corazón con naturalidad. Para ello una vida espiritual intensa, por la que aspiramos a estar en continua presencia de Dios, se hace necesaria para quien de verdad quiere experimentar e irradiar ininterrumpidamente la alegría y el gozo de tener al Señor muy dentro.

Brisa y rocío

Brisa que mueve y mece,
que acaricia y besa,
que refresca y da vida;
brisa gratuita que nos alcanza,
que nos despierta y empuja,
que nos abre el horizonte
y nos invita a ir más aprisa…
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.

Rocío mañanero que se hace presente
en el amplio campo del mundo
y en nuestras huertas y rincones
más queridos y secretos;
rocío que nos empapa suavemente,
acariciando y besando
nuestro cuerpo, entrañas y espíritu…
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.

Brisa y rocío, rocío y brisa
que fecundan nuestras zonas yemas
y miman nuestros oasis y huertas predilectas
cada día a cualquier hora;
brisa y rocío, rocío y brisa
que nos trae tu Navidad
con paz, gozo y alegría…
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.

Brisa y rocío, rocío y brisa
en las calles y plazas,
en las casas y en las entrañas
de los que buscan y preguntan,
de los que salen y miran,
de los que andan por los márgenes
buscando la fraternidad perdida.
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes II de Adviento

Sesgo de confirmación

¿Por qué las personas se niegan a cambiar sus perspectivas, incluso cuando se les presentan hechos contundentes en contra de sus creencias? Los psicólogos citan el fenómeno del «sesgo de confirmación», que se refiere a la tendencia humana a percibir, acoger, interpretar y recordar sólo la información que confirma sus creencias y valores actuales. Cualquier prueba contraria cae en el «punto ciego» de nuestra mente y nos negamos a considerarla. Juan el Bautista vino ayunando, y los que no le querían sólo podían ver en él a un poseso. Cuando Jesús vino festejando, ¡sólo vieron a un glotón! ¿No ocurre ese sesgo de confirmación también en nuestras relaciones: con nuestros cónyuges, con los miembros de nuestra comunidad, etc.? ¿Cómo podemos evitarlo? Cultivando deliberadamente una actitud de humildad y apertura hacia el otro como misterio, una actitud de receptividad a las revelaciones diarias; una disposición a aceptar que hay muchos matices entre el blanco y el negro.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes II de Adviento

Hoy es viernes II de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 16-19):

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Hoy reparamos en que muy frecuentemente hemos de ir a entierros. Pero… pocas veces pensamos en nuestro propio funeral. Viene a ser como una jugada del subconsciente que pospone sine die la propia muerte.

La misma contemplación del ritmo de la naturaleza que nos rodea nos recuerda también este hecho. Deducimos que —en cierto modo— no estamos tan distantes de una planta, de un ser vivo… Estamos sometidos, tanto si nos gusta como si no, a la misma ley natural de las criaturas que nos rodean. Con la diferencia, ¡importante!, del origen de nuestra vida, de la vida a imagen y semejanza de Dios, con proyección de eternidad.

Todo el Adviento está informado por esta idea. El Señor llega con gran esplendor a visitar a su pueblo, con la paz, comunicándole la vida eterna. Es un toque de alerta: «La Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19). ¡Tengamos una actitud receptiva ante el Señor!

«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mc 1,3), se nos anuncia en la dominica II de Adviento (ciclo B). ¡Vigilad con las conductas sociales!, nos viene a decir hoy. Es como si dijera: «No pongáis trabas a la comunicación amorosa de Dios».

Hemos de pulir nuestro carácter. Hemos de reconstruir nuestra manera de hacer. Todo aquello que, en definitiva, falsea nuestra responsabilidad: el orgullo, la ambición, la venganza, la dureza de corazón, etc. Aquellas actitudes que nos hacen como dioses del poder en el mundo, sin querer reconocer que no somos los amos del mundo. Somos una pequeñez dentro de la extensa historia de la Humanidad.

Los discípulos de Juan experimentaban la purificación de sus errores. Nosotros, los discípulos de Jesús, nuestro Amigo, podemos vivir la insuperable experiencia de la purificación de todo aquello que es pecado, con esperanza de vida eterna: ¡otra Navidad!

Renovemos nuestro diálogo con Él. Hagamos nuestra oración de esperanza y amor, sin hacer caso del ruido mundanal que nos envuelve.

+ Rev. D. Pere GRAU i Andreu