Lectio Divina – Sábado II de Adviento

Elías ya ha venido…

1.- Ambientación.

Señor, te pido que me envíes tu Santo Espíritu que me prepare interiormente para tu venida en la próxima Navidad. Concédeme dejar de lado todos los caprichos,  las distracciones que me hacen sordo a tu voz. Abre mi corazón y dame un espíritu dócil y generoso para hacer vida el Evangelio de este día en mis pensamientos, palabras y acciones.

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 17, 10-13

Los discípulos le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».3Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista. 

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Pero no lo reconocieron. Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros. Podemos perdernos cantidad de “presencias de Dios” que tenemos a nuestro lado y no las vemos. Necesitamos “los ojos de la fe”.

San Pablo, antes de convertirse, estaba ciego. Odiaba a todos los cristianos. Pero cuando se bautiza y  “caen las escamas de sus ojos” ve a los cristianos como hermanos. Él comprendió que en cada persona está Dios “debajo de la tienda de su cuerpo”.

Palabra autorizada del Papa.

“El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, que en el siglo IX antes de Cristo defendió valerosamente contra la contaminación de los cultos idólatras la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. […] María, fue la primera que creyó y experimentó, de modo insuperable, que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente su Palabra, «llegó felizmente al santo monte», y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo encomendar hoy a todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo y, de modo especial, a las de la Orden del Carmen, entre las cuales recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejos de aquí, que he visitado en estos días. Que María ayude a todos los cristianos a encontrar a Dios en el silencio de la oración”. Benedicto XVI, 16 de julio de 2006.


4.- Qué me dice a mí este texto que acabo de meditar
. (Guardo silencio).

5.-Propósito.

Hoy voy a intentar descubrir a Jesús en el encuentro que tenga con alguno de mis hermanos.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración

Como bautizado soy como un nuevo Elías o Juan el Bautista, un instrumento para preparar y abrir los corazones de los demás para la venida de su Hijo. María, en este sábado, dedicado a tu memoria, enséñame a reconocer a tu Hijo Jesucristo por medio de la oración. Intercede ante tu Hijo para que aumente mi fe y tenga la confianza que tú siempre tuviste y, sobre todo, la humildad que caracterizó tu vida, para cumplir así con todo lo que me pidas.

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Un Adviento para convertirse

1.- La enseñanza del Evangelio de Mateo, dentro de este tercer domingo de Adviento, tiene una dirección muy directa con los hitos o pasos que llevan a la conversión. Y de conversión merece la pena hablar mucho en Adviento. La meta es que lleguemos al día en que aparece el Niño Dios más hechos, más convertidos, más cristianos, más seguros de nuestra fe, incluso admitiendo la proverbial fragilidad que tiene todo ser humano.

Juan había recibido desde muy dentro de sí, impulsado, sin duda, por el Espíritu Santo, la “noticia” de que el Mesías, el Ungido de Dios, estaba ahí y se manifestaría para la salvación del pueblo. Confirmó su llamada interior con la impresionante teofanía acontecida a orillas del Jordán. La voz del Padre expresaba que aquel que acaba de bautizar era su preferido y el Espíritu, en forma de paloma, se posó sobre Él. Ya habríamos deseado muchos –ahora y antes—que nuestra fe se tradujera en una confirmación semejante. Pero hay que ser humildes –antes y ahora—y esperar la voluntad de Dios, se manifieste como se manifieste. Pero, en fin, Juan llevaba ya mucho tiempo en la cárcel. Hay que hacerse idea como eran las prisiones de entonces, en la mayoría de los casos, las celdas no eran otra cosa que un agujero en el suelo, sin más. Eso puede con el ánimo de cualquiera. Además, siempre hubo una rivalidad de los antiguos discípulos de Juan con los seguidores de Jesús. Y no solo porque algunos “se hubieran pasado de bando”. Es que muchos de esos discípulos de Juan coincidían con el mismo Precursor sobre una ortodoxia rigurosa y era, sin embargo, esa ortodoxia lo que llevaba a Juan a llamar a fariseos y saduceos “raza de víboras”.

Pero es verdad que Jesús de Nazaret no adoptaba ninguna de las posiciones soñadas que tendría que asumir el Mesías según la idea del pueblo de Israel de entonces. Era sencillo, cordial, hablaba con todo el mundo, incluidos los pecadores y las pecadoras. Comía con ellos en un gesto que jamás un judío típico podría aceptar. Sus mensajes eran de paz y de amor. “Corregía” incluso algunas de las condiciones que la Ley de Moisés incluía. Y, entonces, Juan sujeto a la fuerte depresión que produce la cárcel, quiso preguntar al Maestro, si era Él el Mesías o habría que esperar a otro. Jesús le respondió con lo que estaba haciendo que era, sobre todo, atender a los más débiles y enfermos. E hizo, además, un gran elogio público de Juan, probablemente el más alto que jamás habría pronunciado respecto a un hombre. No sabemos que le contestó Juan y si esos argumentos fueron suficientes para tranquilizarle. Poco después moriría ejecutado por la extraña promesa de un loco, de un loco poderoso que, sin embargo, le tuvo, alguna vez, un cierto respeto: el rey Herodes.

2.- Es obvio que el comportamiento de Jesús, su misma doctrina resultaba extraña y paradójica para sus coetáneos. Hoy mismo, el amar a los enemigos, poner la otra mejilla y regalarle el abrigo a uno que demanda solo una chaqueta, no es admitido, ni seguido por casi nadie. Ni siquiera por los que nos llamamos seguidores de Él, y tenemos siempre su nombre llenando nuestra boca, aunque luego no seamos sus imitadores. A veces parece que los cristianos aceptan sólo en parte la doctrina de Jesús o asumen solamente aquello que les es cómodo y concuerda con su forma de vida o con sus compromisos adquiridos en la sociedad en que viven. Pero, ¿poner la otra mejilla…? ¡No, hombre, no! ¡Eso no! Y es que resulta más que probable que no hayamos entendido o aceptado ese principio fundamental en el que Jesús –“corregía”—ampliaba el alcance del primer mandamiento dado a Moisés en el Sinaí: “Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos. El amor a Dios ha de estar personificado en el amor a los hermanos. Y hemos de ver el rostro de Dios en el rostro de los hermanos y hermanas que más sufren. Pero eso no nos gusta mucho. Por que si Dios nos ama –pensamos—tendrá que darnos todo a nosotros, antes que otros. En fin estamos muchos perfectamente prediseñados en el hermano envidioso de la parábola del Hijo Pródigo. Y no puede ser así.

3.- El Adviento nos lleva a la Navidad y en esos días ampliamos nuestra solidaridad e intentamos ayudar a los que menos tienen. Sería formidable que a partir de este Adviento todos los días fueran Navidad. Tuviéramos siempre la alegría visible porque celebramos la venida y la presencia de Dios y, asimismo, practicáramos a diario esa cercanía y ayuda para todos, comenzando por los que menos tienen. Nuestra conversión estará colmada el día que admitamos eso de “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”. Que no se nos pase este adviento sin acercarnos más y más a Dios y a los hermanos por amor.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado II de Adviento

1.- De nuevo la persona de Juan el Bautista, del que Jesús hablará en el evangelio, es prefigurada por el profeta Elías, uno de los personajes más importantes del A.T. 

El libro del Eclesiástico le describe como «un fuego». Su temperamento era vivo, enérgico. Sus palabras, «un horno encendido». Anunció sequías como castigo de Dios, luchó incansablemente contra la idolatría de su pueblo, fue insobornable en su denuncia de los atropellos de las autoridades, hizo bajar fuego sobre las ofrendas de Yahvé en su reto con los dioses falsos, y al final desapareció misteriosamente en un carro de fuego, arrebatado por un torbellino que le llevó a la altura.

Pero en el fondo Elías, que vivió nueve siglos antes de Cristo, fue el profeta de la esperanza escatológica, el que por tradición popular iba a volver para preparar inmediatamente el día del Señor. Su misión entonces seria «aplacar la ira» de Dios, «reconciliar a padres con hijos» y «restablecer las tribus de Israel». Por eso en el salmo hemos cantado: «Oh Dios, restáuranos».

2.- Jesús, al bajar del monte de la Transfiguración, donde los discípulos le han visto acompañado de Elías y de Moisés, les dice que Elías ya ha venido «a renovarlo todo», aunque muchos no le han sabido reconocer.

Los discípulos entienden que habla de Juan Bautista. Y en efecto, Juan es el Precursor, el predicador de la justicia y la conversión, el que prepara con su ejemplo y su voz recia la inmediata venida y luego señala la presencia del Mesías en medio de su pueblo, el que denuncia la situación irregular del rey Herodes y muere mártir por su entereza y coherencia.

Pero muchos no le aceptan, como hicieron con Elías y como harán con el mismo Jesús, «que padecerá a manos de ellos». La dureza del pueblo es grande. No saben leer los signos de los tiempos. Son «lentos y tardos de corazón», como tuvo que reprochar Jesús a los discípulos de Emaús. O como oró en la cruz, «no saben lo que hacen». Tanto Elías como el Bautista y Jesús son incómodos en su testimonio personal y en su mensaje: aceptarles es aceptar los planes de Dios en la propia existencia, y eso es comprometedor.

3.- a) Las lecturas de hoy nos sitúan a todos ante una alternativa. ¿Sabemos leer los signos de los tiempos, sabemos distinguir la presencia de los profetas y de Jesús mismo en nuestra vida? ¿y la aceptamos?

A nuestro alrededor hay muchos testigos de Dios, hombres y mujeres que nos dan testimonio de Cristo y de su Evangelio, personas fieles que sin actitudes espectaculares nos están demostrando que sí es posible vivir según las bienaventuranzas de Cristo. Lo que pasa es que tal vez no queremos verlas.

Como los apóstoles no querían entender el mesianismo de Jesús, que era distinto del que ellos esperaban. Como los fariseos y autoridades de Israel no querían reconocer en Jesús de Nazaret al esperado de tantos siglos, porque no encajaba en sus esperanzas.

b) Está terminando la segunda semana de este Adviento. Si todo iba a consistir sólo en introducir cantos propios de este tiempo en nuestro repertorio, o en cambiar el color de los vestidos de la liturgia, o en colocar coronas y velas junto al libro de la Palabra, entonces sí que es fácil celebrar el Adviento. Pero si se trataba de que hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado.

Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida.

c) Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

¡Que no cunda el desánimo!

1.- A muy pocos días de la Navidad, la liturgia de este día, nos empuja y nos invita a que nos abramos a la alegría más grande: Jesús. Hoy es un día de júbilo por muchas razones:

-Viene, Dios, a salvarnos. ¿Quién no se alegra cuando, en el incierto o negro horizonte, aparece una voz amiga o un rostro dispuesto a echar una mano?

-Viene, Dios, y nuestras tristezas y llantos, tendrán un final. ¿Cómo no vamos alegrarnos cuando, ante nosotros, se levanta todo un muro de incertidumbres, problemas, impaciencia o dificultades?

Viene el Señor, y como canta un Himno litúrgico “Mas entonces me miras…y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche”.

Domingo del regocijo. En el mundo, desgraciadamente, no abundan las buenas noticias. Para una que viene envuelta en alegría, surgen otras tantas que nos sobresaltan y nos hacen morder el polvo de nuestra realidad: queremos pero no podemos ser totalmente felices. Lo intentamos, pero con todo lo que tenemos ¡y mira que tenemos! nos cuesta labrar y conquistar un campo donde pueda convivir el hombre; vivir el pobre o superarse a mejor el ser humano.

Por ello mismo, la cercanía de Jesús, nos infunde optimismo e ilusión. Todo queda empapado, si no permitimos que otros aspectos se impongan al sentido navideño, por el gusto del aniversario que se avecina: la aparición de Jesús en la tierra.

2.- ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor- cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros, haga más profunda y sincera nuestra oración.

Este Domingo de la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre.

Porque el Señor se revela, y su llanto ya se escucha al fondo de las calles de Belén, ya no tenemos derecho al desaliento ni al pesimismo. ¡Nos queda mucho por hacer! Y, teniendo tanto por hacer, Dios se hace hombre para compartir con nosotros todo intento de que el mundo pueda recuperar la alegría de vivir; la justicia con los más necesitados o la fe para todo aquel que la ha perdido.

3.- Amigos: ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales. ¿Seremos capaces de ofrecerle a un Dios humillado y humanado, el regalo de nuestra alegría por tenerle entre nosotros? ¿No canta un viejo adagio aquello de “a un amigo agasájale sobre todo con la alegría de tu corazón”? ¿No es Jesús un amigo dispuesto a compartirlo todo con nosotros?

4.- Un padre, contento y dichoso, convocó a sus hijos para comer alrededor de una mesa vacía. Los hijos, asombrados, le preguntaron: “padre; ¿por qué estás tan alegre si, en la mesa, no hay ningún alimento todavía y faltan más de 4 horas para comer? A lo que el padre les contestó: “quiero, que conmigo, disfrutéis anticipadamente el gran manjar que nos aguarda”. Padre e hijos, disfrutaron –mientras llegaba la comida- hablando, soñando y rumiando…con el gusto que tendría el gran banquete que les iba a ser servido.

Que nosotros, ya desde ahora, celebremos, gocemos, saboreemos y nos alegremos del gran banquete del amor que, en tosca madera y por el Padre Dios, va a ser servido en un humilde portal.

Desde ahora, amigos, disfrutemos y gocemos con nuestra salvación. Y, como Juan, ojala que a esa gran alegría, por ser los amigos de Jesús, respondamos –más que con palabras- con nuestras obras. Es decir, con nuestra vida.

5.- ¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Decimos que eres el esperado
pero… ¡esperamos a tantos y tantas cosas!
Decimos que haces ver a los ciegos,
pero nos cuesta tanto mirar por tus ojos
Decimos que haces andar a los paralíticos,
pero se nos hace tan difícil caminar por tus senderos¡

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Vienes a limpiar nuestras conciencias,
y nos preferimos caminar en el fango
Sales a nuestro encuentro para darnos vida,
y abrazamos las cuerdas que nos llevan a la muerte
Te adelantas para enseñarnos el camino de la paz,
y somos pregoneros de malos augurios.

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Porque tenemos miedo a cansarnos
Porque, a nuestro paso, sale el desánimo
Porque, en la soledad, otros dioses vencen y se imponen
Porque, las falsas promesas, se hacen grandes cuando Tú no estás

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Como Juan, queremos saberlo, Señor
Como Juan, quisiéramos preparar tu llegada, Señor
Como Juan, aún en la cárcel en la que a veces se convierte el mundo
levantamos nuestra cabeza porque queremos que Tú nos liberes

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Si eres la alegría, infunde a nuestros corazones júbilo
Si eres salud, inyéctanos tu fuerza y tu salvación
Si eres fe, aumenta nuestro deseo de seguirte
Si eres amor, derrámalo en nuestras manos
para, luego, poder ofrecerlo a nuestros hermanos.

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Quien quiera que seas…sólo sé que el mundo te necesita
Que el mundo requiere de un Niño que le devuelva la alegría
Que la tierra, con tu Nacimiento, recobrará la paz y la esperanza
Por eso, Señor, porque sabemos quién eres Tú…
¡Ven y no tardes en llegar…Señor!

Javier Leoz

La vida como camino

1.- Eso es el adviento; eso es la vida toda. No un camino de barro o de asfalto, quieto e inamovible, sino un caminar activo, a través del barro o del asfalto, haciendo nosotros nuestro propio camino. El que no anda, el que no hace camino, no va a ninguna parte, permanece estéril, no camina al encuentro del Señor. El adviento es un caminar al encuentro del Señor que ya llega. Está viniendo hacia nosotros desde el momento mismo en que nacimos, está queriendo encontrarse con nosotros todos los días. Pero frecuentemente somos nosotros los que no vamos hacia él, los que nos tapamos la cara o desviamos los pasos para no encontrarle. Él viene como mensajero del amor, de la justicia, de la paz, de la vida. Y nosotros nos empeñamos en seguir odiándonos, en seguir matándonos, en no oír los gritos del pobre, de tantos millones de personas que se mueren de hambre, de injusticia y de dolor. No vamos al encuentro del Señor, caminamos en dirección equivocada. Pero, afortunadamente, también hay en nuestro mundo profetas de la esperanza, mensajeros del amor y de la paz, muchas mujeres y muchos hombres que nos demuestran con su ejemplo que sí es posible hacer de nuestra vida un verdadero camino, un adviento que nos conduzca al encuentro del Señor. Esto es lo que pidieron a los hombres de su tiempo los grandes profetas, como Isaías y como Juan el Bautista. Esto es lo que siguen pidiéndonos hoy a nosotros los verdaderos profetas de nuestro tiempo, esto es lo que nos pide hoy y ahora el mismísimo Jesús de Nazaret.

2.- Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes. El apóstol Santiago escribe a los primeros cristianos, pidiéndoles paciencia, porque la venida gloriosa del Señor no acababa de llegar. Nosotros no esperamos ahora que el Señor vaya a venir de un momento a otro para instaurar pública y gloriosamente un Reino de santidad y de gracia, de verdad y de vida, de justicia, de amor y de paz. Sabemos que, mientras vivimos, somos nosotros los que debemos intentar, con la ayuda y en nombre del Señor, construir un reino, una sociedad en la que Dios pueda nacer y sentirse a gusto. Pero, cuando miramos a nuestro alrededor, vemos que aún hemos conseguido muy poco. Y también a nosotros puede entrarnos el desánimo, también nosotros podemos perder la paciencia un día sí y otro también. Por eso, nos viene muy bien a nosotros tener en cuenta las palabras del apóstol Santiago. También Santa Teresa nos decía que la paciencia todo lo alcanza. Vamos a hacer, una vez más, un acto de fe en el cumplimiento de la palabra del Señor, vamos a mantenernos firmes luchando cada día contra el mal, para que la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz puedan nacer y quedarse a vivir definitivamente entre nosotros.

3.- Sed fuertes, no temáis; mirad a vuestro Dios que viene en persona a salvaros. Y pone el ejemplo del labrador que espera pacientemente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. El buen labrador no se echa a dormir, despreocupado, durante los duros meses del invierno. Sigue cuidando la tierra, abonándola, librándola de las malas hierbas. Todo lo hace con la esperanza de que esa misma tierra le devolverá agradecida, en la sementera, el ciento por uno de los granos que sembró. Cuenta con la lluvia temprana y tardía que el Señor de la tierra le enviará, como gracia generosa, a su debido tiempo. La esperanza en la tierra y en el Señor de la tierra es la que mueve sus brazos y sus pies, la que le permite mantenerse firme y fuerte en la dura labor de cada día. ¡Que no nos falte nunca a nosotros la fe y la esperanza en el Señor que viene; que no dejemos de caminar cada día en dirección hacia él!

4.- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo. La mejor prueba de la verdad de Jesús de Nazaret no fueron sus palabras, fueron sus obras. Él está haciendo lo que el Dios del profeta Isaías vendría a hacer a su pueblo: está despegando los ojos del ciego, abriendo los oídos del sordo, limpiando a los leprosos, resucitando a los muertos, anunciando el evangelio a los pobres. También entre nosotros las palabras han perdido, en gran parte, su fuerza original. La gente nos pide obras, nos dice que a las palabras se las lleva el viento, que obras son amores. Sí, obras de verdadero amor es lo que pide la sociedad actual a los cristianos y a todas las personas que decimos hablar y actuar en nombre de Dios. En la tarde última de nuestra vida, nuestro Dios nos preguntará antes que por nuestras palabras, por nuestras obras de amor. Porque también en nuestra sociedad existen muchas personas necesitadas, a las que nosotros podemos ayudar. Vivamos de tal manera que los que no son cristianos puedan creer en nosotros y en nuestro Dios, más por lo que en nosotros ven que por lo que de nosotros oyen.

Gabriel González del Estal

La prueba reina

1.- “Por aquel tiempo, Juan que estaba en la cárcel, envió dos discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. San Mateo, Cáp.11. ¿Jesús y su pariente el Precursor, tendrían algún encuentro previo para planear estrategias? No consta en los evangelios. Sólo se dice que el carpintero de Nazaret bajó en busca de Juan, para hacerse bautizar, como muchos de sus paisanos. Un acontecimiento que los evangelistas presentaron luego, desde la fe, como una teofanía. Es decir, una solemne manifestación de Dios: Se abre el cielo, desciende una paloma, y una voz de lo alto anuncia que Jesús es el hijo predilecto del Señor.

Pero ha corrido el tiempo. Se ha realizado aquel deseo del Bautista: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya”. Ahora el Precursor está preso en Maqueronte, la fortaleza reconstruida por Herodes Antipas en las orillas del mar Muerto, como cárcel y palacio de invierno. No es fácil comprender el estado de ánimo de este hombre rudo, que le entregó su vida a la causa del Maestro y ahora siente que su fin está próximo.

2.- Los discípulos que lo visitan, cuentan sobre las obras que realiza el nuevo profeta que vino de Galilea. ¿Entonces qué? ¿Si es el Mesías no podría liberarlo? ¿Dudaba de Jesús el Bautista, o más bien sus discípulos? De otra parte, el estilo de vida que mostraba Jesús no correspondía del todo con aquel anunciado por el hijo de Zacarías. Nada de cortar de una vez los árboles estériles, ni separar de inmediato el trigo de la paja. Por el contrario, Jesús acostumbraba juntarse con publicanos y pecadoras.

Entonces Juan manda preguntar a Señor con algunos de sus allegados: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. No explica ningún evangelista dónde encontraron a Jesús aquellos mensajeros. ¿Los recibiría pausadamente? ¿Les preguntaría con detalles sobre la situación de su precursor? San Mateo se atiene a lo esencial. El Maestro responde sobre un texto, donde Isaías explica la misión del futuro Mesías: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios…A los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.

3.- Esta es la prueba reina que acredita al Señor como Mesías. Alguien que no trabaja entre las nubes, sino sobre circunstancias concretas. Su respuesta colocaba, según la tradición bíblica, a los pobres, a los humildes, a los necesitados, como los preferidos en su programa. Ellos nos garantizan que Jesús es el Hijo de Dios. Y dan fe de nuestra condición de discípulos.

Cuando llega diciembre, una nueva alegría nos inunda, pero además muchas perplejidades nos asedian. Conviene entonces preguntarnos si para nosotros Jesús es de veras el Salvador. A lo cual no respondemos de forma suficiente con bonitos pesebres, ruidosas celebraciones, emoción compartida en estas fechas. Jesús es el Mesías, y nosotros sus discípulos, de acuerdo a lo que hacemos a favor de los necesitados. Si proyectamos transparencia en nuestro entorno. Si somos responsables en la familia y en la empresa. Si con nuestro esfuerzo hemos logrado que alguien camine, que alguien vea, que alguien quede limpio de su lastimoso pasado. Que alguien se sane de su pobreza y de su soledad.

Gustavo Vélez, mxy

Misterio reservado solo a los sencillos

1.- Jesús responde con las obras. Sorprende la pregunta de Juan Bautista: «¿eres tú el que debe venir o tenemos que esperar a otro?». En el momento del bautismo de Jesús la voz que venía de lo alto dijo: “Este es mi Hijo muy amado”. Es la manifestación de la misión de Jesús. ¿Por qué necesita Juan confirmar quién es Jesús? Quizá lo que quería es que sus discípulos descubrieran por sí mismos a Jesús. La respuesta de Jesús son sus obras. Cristo puede ser encontrado y definido sólo de una manera: Él es la liberación de los pobres, la evangelización de los sencillos, es la transformación de la humanidad enferma, marginada y sufriente, es la verdad que nos permite ver que el Mesías ha venido y está en medio de nosotros. Jesús, respondiendo al Bautista y a sus enviados, hace referencia explícitamente a un fragmento que pertenece al llamado «Apocalipsis Menor» de Isaías (capítulos 34-35). Esta perícopa, obra de un profeta anónimo del exilio en Babilonia (VI siglo AC), canta el feliz retorno del Israel perseguido, de los campos de concentración y de cárceles de Babilonia, hacia el hogar nacional en Palestina. La marcha de liberación se transforma en una procesión coral, semejante a aquel peregrinar tan deseado, que transportaba por un tiempo a los hebreos desde las tierras en donde se encontraban dispersos, a su inolvidable Jerusalén. Al llegar este anuncio de libertad el desierto de la existencia humana es recorrido por una corriente de vida y de alegría casi contagiosa. Las expresiones de felicidad se atropellan en los labios del profeta: «gozad, alegraos, floreced, sed fuertes, no temáis, venid a Sión con cantos, con gozo indestructible sobre el rostro, gloria y alegría se reúnen.» Hoy a nosotros nos vienen bien estas palabras para que recuperemos la esperanza y, con ella, la alegría. Hoy precisamente es el domingo “laetare”, de la alegría

2.- La esperanza da vida. Necesitamos la fe para dar sentido a nuestra vida, pero sólo la esperanza puede darnos ánimo para seguir el camino. Sin ella nos falta la fuerza para mantener viva la ilusión. Somos salvados por la esperanza ha dicho el Papa Benedicto XVI en su segunda encíclica, una esperanza que es confianza en la salvación que llega. Vivir con esperanza no es ninguna utopía, nuestra esperanza está fundada en la fidelidad de Dios, que no puede fallarnos, porque es amor. Los cuerpos débiles, mutilados y dolientes son atravesados por la transformación radical de la esperanza. Pena y aflicción se alejarán para siempre, dice el profeta Isaías. El profeta anuncia la vuelta del exilio y el comienzo de los tiempos mesiánicos. Lo primero se produjo a partir del siglo VI a. C. con el rey Ciro de Persia, considerado el “Ungido” para muchos, que permitió el regreso de los repatriados y la reconstrucción de la religión judaica. Lo segundo sólo llegará con Jesús: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Es lo mismo que leyó Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Pero El añadió: “Hoy se cumple la Escritura que acabáis de oír”.

3.- Esperar con paciencia .Juan es el mayor y el último de los profetas del Antiguo Testamento, no ha nacido de mujer uno más grande que El. Sin embargo, “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”. Dios prefiere a los pequeños, a los sencillos. Para penetrar y comprender esta lógica de Dios es necesario quitar tantos esquemas mentales adquiridos hasta hoy, aún por los hombres de Iglesia y por los creyentes más fervorosos. Cristo en el evangelio de este tercer domingo de adviento reserva especialmente una bienaventuranza al «que no se escandaliza de él» y de su estilo de vida y de opción. Los más cercanos a él por parentela o conocimiento «se escandalizaban por su causa», anota Mateo durante la visita de Jesús a Nazaret (Mt. 13, 57). Sin embargo, los pobres y humildes le reconocen y alcanzan la felicidad.

¿Por qué estará tan relacionada la sencillez con la alegría? El misterio de este Mesías que viene al mundo en un nacimiento tan pobre, junto a figuras que ocupaban el último peldaño de la escala social, es necesario acogerlo con la intuición típica del «profeta». En efecto la pareja verbal «oír y ver» que Jesús recuerda a los discípulos del Bautista, evoca la capacidad de lectura profunda de la realidad característica del profeta que, bajo la superficie de las cosas, sabían intuir el dinamismo profundo y misterioso del actual salvador de Dios. También Santiago en su carta «pastoral» reclama esta misma claridad de visión. Es la «paciencia» de los profetas, que aun viviendo en los modos contradictorios de los sucesos humanos, han comprendido y sentido que «la venida del Señor está cercana». A pesar de estar viviendo en el panorama sofocante de las injusticias de las opresiones y de la violencia, han visto en los pobres el signo de que «el juez está a la puerta» (5,9). Como el simple campesino que «espera pacientemente el precioso fruto de la tierra», que espera las «lluvias de otoño y de primavera», el creyente-profeta, sabe esperar con paciencia la llegada del Salvador. Es un misterio que sólo pueden comprender los sencillos.

José María Martín OSA

Amor a la vida

Frente a las diferentes tendencias destructivas que se pueden detectar en la sociedad contemporánea (necrofilia), Erich Fromm ha hecho una llamada vigorosa a desarrollar todo lo que sea amor a la vida (biofilia), si no queremos caer en lo que el célebre científico llama «síndrome de decadencia».

Sin duda, hemos de estar muy atentos a las diversas formas de agresividad, violencia y destrucción que se generan en la sociedad moderna. Más de un sociólogo habla de auténtica «cultura de la violencia». Pero hay otras formas más sutiles y, por ello mismo, más eficaces de destruir el crecimiento y la vida de las personas.

La mecanización del trabajo, la masificación del estilo de vida, la burocratización de la sociedad, la cosificación de las relaciones, son otros tantos factores que están llevando a muchas personas a sentirse no seres vivos, sino piezas de un engranaje social.

Millones de individuos viven hoy en Occidente unas vidas cómodas, pero monótonas, donde la falta de sentido y de proyecto puede ahogar todo crecimiento verdaderamente humano.

Entonces, algunas personas terminan por perder el contacto con todo lo que es vivo. Su vida se llena de cosas. Solo parecen vibrar adquiriendo nuevos artículos. Funcionan según el programa que les dicta la sociedad.

Otras buscan toda clase de estímulos. Necesitan trabajar, producir, agitarse o divertirse. Han de experimentar siempre nuevas emociones. Algo excitante que les permita sentirse todavía vivas.

Si algo caracteriza la personalidad de Jesús es su amor apasionado a la vida, su biofilia. Los relatos evangélicos lo presentan luchando contra todo lo que bloquea la vida, la mutila o empequeñece. Siempre atento a lo que puede hacer crecer a las personas. Siempre sembrando vida, salud, sentido.

Él mismo nos traza su tarea con expresiones tomadas de Isaías: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí».

Dichosos en verdad los que descubren que ser creyente no es odiar la vida, sino amarla, no es bloquear o mutilar nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades. Muchas personas abandonan hoy la fe en Jesucristo antes de haber experimentado la verdad de estas palabras suyas: «Yo he venido para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10).

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado II de Adviento

El fuego de Elías y Juan

Lo que caracterizó al profeta Elías fue su celo por Yahvé. Ardía de pasión por defender a Yahvé y hacer que los corazones del rey y del pueblo volvieran a Yahvé. Por su celo, desafió al rey, a los profetas de Baal y a toda la población a una contienda en el monte Carmelo e hizo bajar fuego del cielo. Es el mismo celo, pasión y singularidad de propósito que vemos en la vida de Juan el Bautista. El único objetivo de Juan era preparar el camino del Señor, y una vez que el Señor llegaba, se retiraba felizmente, habiendo cumplido su misión. Tal vez nos ayude estar cerca de ellos para contagiarnos también un poco de su fuego en nuestras almas. Lo que la Iglesia necesita hoy son cristianos con una pasión singular por Dios y su pueblo. Pueden ser una minoría, pero como la levadura en la harina, transforman el mundo entero.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Sábado II de Adviento

Hoy es sábado II de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 17, 10-13):

Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.

Después de la escena de la transfiguración, en la que aparecía Elías al lado de Jesús, los tres apóstoles que contemplaron la visión preguntan al Maestro qué hay de ese profeta que dicen los letrados que va a volver. Jesús les confirma que, efectivamente, Elías tenía que venir, pero añade que ya ha venido y ha iniciado una renovación radical. Y tras él también el Hijo del hombre –es decir, Jesús mismo- viene con un propósito renovador de todo. Pero ni uno ni otro han sido reconocidos ni aceptados, sino que han sido desoídos y maltratados.

Los discípulos comprendieron que, al hablarles de Elías, les estaba hablando de Juan Bautista: identificaron sin gran dificultad al precursor con aquel gran profeta. En cambio, no fueron capaces  –todavía no- de reconocer a Jesús en la figura del Hijo del hombre que tenía que padecer. También la gente había dicho de él que era un profeta, y el mismo Pedro lo había confesado como el Mesías (Mt 16, 14.16); pero de ahí a admitir que tenía que morir precisamente por serlo había un abismo.

Los profetas hablaron en nombre de Dios y tuvieron que sufrir por hacer oír la palabra de Dios a sus contemporáneos. Jesús hablaba en nombre de Dios y eso le costó la vida. Él mismo les anticipó varias veces a sus discípulos que ése iba a ser su destino, pero éstos no fueron capaces de creerlo. Sólo la  resurrección les hizo comprender que la muerte es el camino necesario para alcanzar el don de la vida verdadera.

Y nosotros, que vivimos después de la resurrección de Jesús, ¿hemos comprendido ese vínculo entre la muerte y la vida? ¿Cómo lo asumimos en nuestra experiencia personal y en nuestro testimonio cristiano?

Fray Emilio García Álvarez O.P.