El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos recuerda que la esperanza no está exenta de preguntas ni incertidumbre, sino que se apoya también en signos. Pero estos no tienen nada que ver con los niveles de productividad, el cálculo estadístico, ni la previsión de resultados eficaces o pragmáticos, sino con la desmesura de Amor que se encarna y se compromete en hacer histórica la liberación de los y las descartables.
La lectura de Isaías que antecede al Evangelio de este domingo recoge también esta idea: Dios viene en persona y nos salva. Se aprojima. la esperanza del Adviento es inseparable de esta aprojimación. Orígenes se refiere a ello con el termino synkatábasis. Con esta categoría expresa que Dios en Jesús se familiariza con la humanidad: se aprojima. En consecuencia, también nosotros nos familiarizamos con Dios y comulgamos con Él en la medida en que vivimos dejándonos afectar y comulgando con las vidas de los y las más vulneradas. De manera que la plenitud de lo humano no acontece nunca en la negación, la indiferencia del otro/a, o el olvido de la interdependencia y la relación, sino en el cuidado y el encuentro con la alteridad y la diversidad que nos constituye.
Esa es la Buena nueva del Evangelio y quizás la novedad de cristianismo frente a otras religiones. Los signos del Reino no remiten a actitudes abstractas o meramente intencionales, sino a la liberación del sufrimiento y la humanización de la vida. No conocen tampoco las fronteras entre lo sagrado y lo profano, sino que acontecen en escenarios donde lo humano y la casa común está más amenazados, porque la profecía del Evangelio encuentra un humus más adecuado en las periferias y sus riesgos que en la seguridad de las zonas de confort.
Traduciéndolo a nuestra vida cotidiana y a nuestro contexto mundial de crisis civilizatoria y eco-social esto significa que allá donde se antepone el cuidado de la vida y su sostenibilidad, en lugar del dinero, el consumo y el lucro; allá donde se genera cultura del encuentro y lo comunitario frente al cada uno a lo suyo; allá donde se practica la hospitalidad y se ensancha la mesa del compartir los bienes; allá donde se enfrenta la injusticia y la violencia que nos quiebra como seres humanos, allá se nos revelan los signos del reino y el Evangelio se hace seminalmente presente.
El Evangelio de este domingo nos invita preguntarnos hoy por el nivel de nuestra sensibilidad para captar hoy estos signos, y comprometernos con su cuidado y aliento. La esperanza del Adviento no es una esperanza cómoda, sino inquietante, cargada de preguntas, como las de Juan Bautista a Jesús y las de Jesús a sus interlocutores. Abrámonos con profundidad a ellas y quizás desde ahí, podamos experimentar, como diría la gran mística y activista cristiana Dorothy Day, que el Evangelio es verdad, el Evangelio es ahora.
Como otras muchas veces, nos encontramos hoy con un texto evangélico muy conocido, un texto que hemos oído explicar muchas veces referido exclusivamente a María. Es verdad, el texto nos habla de esta mujer, toda de Dios, que bajo la acción del Espíritu Santo consiente, da su SÍ incondicional al Creador y, así, por su medio, el hijo de Dios se hace hombre, persona humana como nosotros. Esta reflexión nos ha ayudado, sin duda, a conocer y admirar a María, la Inmaculada. A considerarla realmente la madre de Jesús por obra del Espíritu Santo.
Pero este evangelio, no habla solo de María. No está escrito solo para que la conozcamos, o conozcamos su historia. Estamos ante una catequesis que busca ayudarnos a crecer en la fe. La palabra catequesis significa “resonar, hacer eco”, es decir, una catequesis es la resonancia de una palabra ya dicha. En este caso la resonancia de la Palabra de Dios en nosotros.
¿Cuál es el mensaje o el propósito de escribir este texto, esta catequesis, que forma parte de los que llamamos evangelios de la infancia de Jesús y que solo Lucas nos narra?
Para las primeras comunidades cristiana es desvelar o explicar de algún modo los orígenes de Jesús. Este Jesús que ha vivido entre ellos, al que han visto morir a manos de los romanos y del que tienen la “experiencia” de que está vivo y camina a su lado, aunque de otra forma, ¿quién es realmente? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su origen? Y Lucas contesta inequívocamente: viene de Dios, es obra de su Espíritu; pero a la vez su gestación y nacimiento se realizan a través de una mujer, como el de cada uno de vosotros.
Por eso Jesús es hijo de Dios e hijo de María, una mujer sencilla del pueblo, totalmente disponible ante Dios. María, la esposa de José, por quien Jesús entra a formar parte del pueblo judío, en la tribu de David, y de la humanidad entera (Lc. 3, 23)
Pero podemos dar un paso más y preguntarnos también: ¿Qué resuena en mí al escuchar esta Palabra de Dios, hoy, en este Adviento de 2022 en las circunstancias que estamos viviendo? ¿Qué dice de mí y que me dice este evangelio?
Porque este texto habla también de nosotros. Nos dice a qué estamos llamados los seguidores y seguidoras de Jesús, nos habla de nuestra común vocación a “encarnar”, hacer tangible en nuestro mundo al Hijo de Dios, poniéndonos como referente a María.
Como a ella, también a cada uno de nosotros nos llega la palabra de Dios, que “entrando donde estamos” allí, en nuestra vida habitual, en nuestras familias y tareas… irrumpe con un saludo que nos paraliza y nos choca. Y como ella nos preguntamos, ¿qué saludo es este? ¿De qué nos hablas, Señor? ¿Yo, “agraciado/a” lleno/a de tus dones? ¿Qué estás conmigo? Todo eso nos suena, pero nuestra vida, como la de María ya está organizada y planificada ahora que parece salimos de la pandemia, en plena crisis económica… Ya somos cristianos, medianamente buenos, vamos a misa, rezamos, ayudamos a los pobres… ¿Qué quieres de nosotros ahora?
Y también nosotros nos llenamos de temor, nos da miedo… Porque intuimos que la llamada de Dios, todas sus llamadas, nos sacan de lo habitual, de lo de todos, de lo que pensábamos… pero con infinito amor y comprensión. En vez de regañar nuestra falta de fe (motivos tendría) nos dice: NO TENGAS MIEDO. No temas María, no temas José, no temas Inmaculada, Carmen, Antonio… “Has encontrado gracia ante mí” Te miro con amor, te he elegido… para que tu vida sea fecunda, y sea una vida que viene de Dios, para que hagas presente, des a luz, a mi hijo en la tierra.
Y nos toca contestar. Arriesgar desde la fe, decir que sí y dejar que sea la fuerza del Espíritu la que nos cubra con su sombra y que lo que nazca de nosotros sea “hijo de Dios, vida de Dios” o… callarnos, o decir que no, o darnos la vuelta y seguir con lo de siempre, con los cumplimientos que controlamos y nos hacen sentirnos seguros/as. Quizá hasta justificándonos, “Yo no conozco varón, yo no tengo fuerza, yo soy mayor, yo vivo en una sociedad que…” y no como pregunta, sino como barrera infranqueable.
Ojalá, aun en medio de pequeños o grandes temores, descubramos que el protagonismo, la fuerza es del Espíritu, no nuestra. Como en tantas otras ocasiones que sin duda hemos experimentado. Entonces encontraremos la confianza y el amor suficiente, aunque sea para balbucir tan solo: “Si, hágase en mí” El resto es cosa del Espíritu.
Y es este mismo Espíritu el que quiere hacerse presente, nacer en el mundo, por puro amor a la humanidad, gratuitamente. Hoy, mirando a María, y como ella, solo nos queda admirar, agradecer y dejar que este amor que nos llena rebose y se derrame sobre los que nos rodean.
“¿Eres tú el que ha de venir…?”. O cómo saber si un “camino espiritual” es acertado.
Todas las religiones han conocido el peligro de la absolutización. Con facilidad olvidan que son solo un camino y caen en la tentación de considerarse la meta (el absoluto), identificando su mensaje con “la verdad” y arrogándose la pretensión de dictar las normas adecuadas que todos deberían cumplir. En una palabra, colocan el “principio religioso” por encima del “principio ético”.
En el evangelio de Marcos (3,1-6) encontramos la descripción de esa trampa, que explica también el creciente conflicto entre Jesús y los representantes oficiales de la religión judía. Un sábado, en la sinagoga, los fariseos están al acecho para ver si Jesús cura a un enfermo, violando la ley. Y cuando eso ocurre, se confabulan con los herodianos para matarlo.
Los fariseos otorgan la primacía al “principio religioso”: lo que hay que salvar siempre, por encima de cualquier otra consideración, es la ley religiosa. Frente a esta exigencia, ayudar o sanar a un hombre enfermo carece de importancia. Impera el legalismo religioso.
Por el contrario, Jesús relativiza ese principio religioso para dar la primacía al “principio ético”. Consciente de la trampa religiosa y “apenado por la dureza de sus corazones”, plantea esta cuestión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?”. Y es en esa clave desde donde proclama uno de sus principios más subversivos: “El sábado [la ley, la norma, la religión…] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.
Pero no es esa la única ocasión en que Jesús se manifiesta de ese modo. De hecho, la primacía del “principio ético” -no está la religión por encima de la ética, sino la ética por encima de la religión- recorre absolutamente todo el evangelio. Recordaré simplemente tres escenas.
Frente a quienes podían presumir de ser seguidores suyos (“Profetizamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre hicimos muchos milagros”), Jesús es tajante: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).
En el camino de Jerusalén a Jericó, quienes se encuentran con Dios no son el sacerdote ni el levita -fieles cumplidores de la ley religiosa-, sino el samaritano “hereje” que jamás pisaría el Templo. Y dirigiéndose al doctor de la ley que le había planteado la cuestión sobre qué hacer, Jesús, tras narrar esa parábola, le contesta tajante: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,25-37).
En la parábola conocida como “juicio de las naciones”, el criterio decisivo -lo que se pregunta a las personas- no es en qué han creído ni qué religión han tenido, sino qué han hecho en favor de los demás: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,31-46).
En todos estos casos, se pone de manifiesto lo que constituyó probablemente uno de los rasgos más característicos y a la vez más provocativos de Jesús, el que terminó provocando su ejecución: afirmar que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo ni por la religión. El camino de la autorrealización o plenitud de vida se verifica en la acción a favor de los demás.
¿Qué prima en mi vida: el principio religioso o el principio ético?
Juan el Bautista está en la cárcel y se entera de los prodigios que Jesús hacía. Y esa imagen de Jesús curando enfermos no parece responder a la que Juan se había hecho del Mesías. Si leemos Mt 3, 10-12 podemos constatar que Juan esperaba un Mesías vengador, que apareciera triunfante y dominador. En realidad, Juan tenía en su mente la figura del Mesías en su llegada al fin de los tiempos, un Mesías de la primera venida se hizo presente más bien en la humildad, limitado y pobre, y finalmente cayó en manos de los pecadores y murió crucificado. En todo caso, él manifestaba su poder haciendo el bien a los pobres, llevándoles la buena noticia de que eran amados por Dios. Ese Mesías desconcierta a Juan, y por eso manda a preguntar si él es realmente el Mesías o si hay que esperar a otro. El signo que Jesús da a Juan es precisamente lo que Juan había escuchado: el Mesías anda por las calles haciendo el bien a la gente, especialmente a los pobres.
Jesús acude aquí al anuncio de Is 29, 18-19 que presentaba la llegada del que haría oír a los sordos, traería la vista a los ciegos y la alegría a los más pobres.
Finalmente Jesús hace un elogio de Juan el Bautista, de los valores de ascesis y pobreza que eran muy apreciados y admirados por la gente; además Jesús muestra que Juan supera a todos los profetas porque su misión es la preparación inmediata para la llegada del Mesías. Sin embargo, Jesús también quiere relativizar el valor de Juan. Porque Juan no trae a la humanidad el Reino de los Cielos, él no es el Salvador, sino que necesita del Mesías para poder entrar en el Reino de los Cielos, y por eso dice Jesús que el menor en el Reino de los Cielos es superior a él.
Oración:
“Señor mío, dame la gracia de reconocerte cada día como el Mesías que pasó su vida terrena haciendo el bien y sigue haciendo el bien a los pobres. Me reconozco necesitado ante ti Señor, porque tú eres el Salvador”.
Eso diría la mayoría de los cristianos. Esperamos un Mesías salvador. Sin embargo, Juan Bautista, como vimos el domingo pasado, esperaba las dos cosas: un Mesías que respetara los árboles buenos y guardara el trigo en el granero, pero también que talara los árboles improductivos y quemara la paja. Un Mesías con el hacha y el bieldo. Y estaba convencido de que ese Mesías era Jesús.
Sin embargo, cuando Herodes mete a Juan en la cárcel, las noticias que le llegan lo desconciertan. Jesús no está actuando como el Mesías justiciero. Pase que no vaya vestido, como él, con una piel de camello, ni se alimente de saltamontes y miel silvestre, pero no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.
La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profetas. A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres.
A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.
El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, los evangelios de Mt y Lc añaden en este contexto unas palabras de Jesús sobre él, muy importantes para los cristianos del siglo I, teniendo en cuenta las posibles tensiones entre los discípulos de Jesús y los de Juan sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio. Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».
Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.
Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora (Is 35)
Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro, primero a Asiria, luego a Babilonia.
La respuesta del profeta a los judíos desterrados en Babilonia es muy poética y de tremendo optimismo. El camino de miles de kilómetros hasta Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada en cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Pero el desierto se transformará en un vergel. Lo importante es que los viajeros se animen, convencidos de que Dios les ayudará a terminar felizmente su viaje.
Hoy día hay millones de desplazados a causa de las guerras, del hambre, de las persecuciones de cualquier tipo. Pero el camino no se convierte para ellos en un vergel; generalmente tropiezan con una frontera cerrada y los detienen en campos de refugiados (más bien de concentración). La lectura de Isaías puede provocar en nosotros un rechazo por su ingenuo optimismo. O el deseo de comprometernos con esas personas y con la solución del problema.
Paciencia (Santiago 5,7-10)
Los primeros cristianos también se vieron obligados a pasar del ingenuo optimismo (Jesús volverá pronto) a la realidad de su retraso. En esta circunstancia el autor de la carta de Santiago exhorta a la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. «La venida del Señor está cerca», «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.
Reflexión final
El evangelio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe. Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas. El Adviento es un buen momento para pedir esa fe y no escandalizarnos de él.
He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino
INTRODUCCIÓN
“Seria monstruoso pensar en un Dios que se acerca a los hombres precisamente para agravar nuestra situación e impedir nuestra felicidad. Cuando Jesús se presenta al bautista lo hace como alguien que ayuda a ver, que ofrece apoyo para caminar, que limpia nuestra existencia, que pone vida y Buena Noticia en nuestras vidas. Pero el Dios de la ternura y de la vida también puede defraudar: Hay personas que se han hecho un Dios a su imagen y semejanza, y por nada del mundo quieren desprenderse. El Dios encarnado rompe sus parámetros. De ahí que el mismo Jesús dijera: ¡Dichoso el que no se escandalice de mí! Dios siempre es el mismo: perdón sin límite, comprensión en la debilidad, consuelo en la mediocridad, esperanza en la oscuridad, amistad en la soledad, ternura en la lucha, vida siempre. Dichosos los que descubren que ser creyente no es odiar la vida sino amarla; no es bloquear o mutilar nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades”. (F. Ulibarri)
LECTURAS DEL DÍA
Primera lectura: Is 35, 1-6.8.10. Segunda lectura: Sant 5, 7-10
EVANGELIO
San Mateo 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”.
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: “¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”.
REFLEXIÓN
Todos los textos de este tercer Domingo de Adviento nos hablan de la alegría. Una alegría desbordante que incluso adquiere proporciones cósmicas: “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”. (1ª lectura). ¿Cuál es el motivo de la alegría?
1.- Alegraos porque el Señor está cerca. Es curioso descubrir cómo todos los acontecimientos que tienen una relación con el Nacimiento de Jesús están llenos de alegría.
– Alegría rezuman las palabras del Ángel a María en la Anunciación. “Alégrate, María, la llena de gracia”.
– Alegría las palabras de su prima Isabel cuando ésta sale al encuentro de María: ¿De dónde a mí la dicha que venga a visitarme la Madre de mi Señor? “Feliz tú, María, porque has creído”…
– Alegría del niño Juan que, en el vientre de su madre, da un salto de júbilo…
– Alegría del ángel que anuncia al salvador en Belén: “Os anuncio un gran gozo: os ha nacido un Salvador”.
– Y alegría del anciano Simeón que cuando tiene en sus brazos al Salvador dice que ya no le tiene ningún miedo a la muerte. El Mesías que aquí aparece es un Mesías que viene al mundo a traernos la alegría.
Hoy, a más de 20 siglos de distancia de los hechos, nos preguntamos: ¿Se nota que el Mesías está con nosotros? ¿Vivimos los cristianos una alegría especial? ¿Se nota que somos una raza distinta? ¿De verdad que salta de gozo nuestro corazón por dentro, como saltó de gozo Juan en el seno de su madre? La alegría, la verdadera alegría capaz de convertir el páramo y la estepa de nuestro corazón en “flor de narciso” es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Ni los filósofos ni los sabios; ni los políticos ni los técnicos son capaces de traernos “salvación”, es decir, “solución” a nuestros problemas vitales. Sólo Jesús es nuestro Salvador. Sólo Él es capaz de darnos una “paz paradisíaca”. En Él podemos encontrar el paraíso perdido y esperar la caricia de Dios que se acerca a pasear con nosotros “a la brisa de la tarde”.
2.- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? A la cárcel de Maqueronte donde está preso Juan Bautista, le llegan noticias de Jesús que a Juan le dejan desconcertado. Jesús no habla de ira, de venganza, de desquite por parte de Dios. En los labios de Jesús afloran palabras de bondad, de dulzura, de cercanía, de perdón y de misericordia. A Juan Bautista le viene una duda existencial: ¿Será o no será el Mesías? Juan es el último de los profetas, siempre con resabios de una mentalidad que esperaba a un Mesías “bueno para los buenos” pero “vengativo para los malos”. Con Jesús comienza “El Reino de Dios”. Coincidiendo con lo mejor de los profetas, Jesús apela a las obras. Es curioso que Jesús, a la pregunta de Juan, no contesta con palabras, sino que apela a los hechos concretos: Decidle lo que estáis viendo: “Los ciegos ven, los sordos oyen, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y los pobres reciben buenas noticias”. Jesús viene a desplegar en nosotros todas nuestras capacidades:
– De ver más allá de lo que ven los ojos materiales…
– De oir los lamentos de la gente que sufre…
– De sanar a los infectados de la tierra…
– De hacer caminar a pie a los que necesitan muletas…
– De resucitar lo que está muerto o a punto de morir…
Más aún: los pobres reciben buenas noticias…
“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones”. (Papa Francisco).
3.– Dichoso del que no se escandalice de mí: Jesús con sus gestos y palabras era un provocador. La gente religiosa de entonces no estaba acostumbrada a ese lenguaje ni a ese modo de comportarse. Jesús es un escándalo. Pero “un bonito escándalo de amor”. Él ha sido enviado para hacer la vida más digna y dichosa para todos hasta alcanzar su plenitud en la gran fiesta final del Padre. Que nadie espere otro Mesías. ¿A qué Mesías seguimos hoy los cristianos? ¿Qué ve la gente en nuestras vidas? ¿Les convence lo que estamos haciendo?
PREGUNTAS
1.- ¿He descubierto a Jesús como Alguien que me ayuda a crecer, a realizarme, a disfrutar de la vida? ¿Brillan mis ojos como alguien que acaba de descubrir un tesoro?
2.– Como cristiano ¿convenzo a la gente con mi vida? ¿O les mando a esperar a otro? Jesús ha hecho todo muy bien. ¿Cuándo lo imitaremos nosotros?
3.– De escándalos de gente corrupta. ¡ya estamos hartos! ¿Por qué no me apunto con Jesús al escándalo del amor, al escándalo de las buenas obras, al escándalo de desvivirme por la gente pobre y necesitada?
ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ
«Id y le contáis a Juan
lo que estáis viendo y oyendo», respondió con claridad, Jesús a sus mensajeros. Yo voy sembrando alegría: regalo luz a los ciegos, afirmo los pies del cojo y resucito a los muertos. Abro el oído del sordo, del leproso curo el cuerpo. A los pobres les anuncio el gozo de mi Evangelio. Así es Jesús Salvador, el Señor, nuestro Maestro. Dichosos todos nosotros, si seguimos sus ejemplos … Siempre estarán con nosotros los pobres, hermanos nuestros: sin trabajo, sin vestido, sin salud, sin pan, sin techo. Señor, que les ofrezcamos las «señales de tu Reino». Que nosotros convirtamos «en jardines su desierto». Que celebremos con gozo y con fe tu Nacimiento siendo «CASA DE ACOGIDA» de los pobres de tu Pueblo.
Juan pide una señal porque teme por su vida y quiere dejar a buen recaudo a sus seguidores. Manda una delegación, y Jesús les contesta citando a Isaías: «Los ciegos ven … y a los pobres se les anuncia la buena Noticia» …
La gran revolución de Jesús es mostrarnos que Dios es de todos. Que lo suyo no va de templos magníficos, vestiduras ostentosas o gente sagrada y poderosa, sino de todo lo contrario. Los sabios, los sacerdotes o los puros no tienen ninguna preferencia ante Él; es más, si nos guiamos por lo que vemos en Jesús, Su corazón se inclina hacia los marginados, los impuros, los desafortunados. Podríamos decir que el Dios de Jesús no es justo, sino descaradamente parcial en favor de los más necesitados.
El evangelio nos presenta a Jesús rodeado siempre de enfermos, lisiados, pobres y pecadores. Gente despreciada por los poderosos, los privilegiados, los predilectos de un dios que premia a los justos con bienes y castiga a los pecadores, como ellos, con miserias. Jesús en cambio se compadece de ellos, les cura de la enfermedad, les enseña y les devuelve la esperanza que habían perdido. Y a aquellos desarrapados, míseros, a veces cojos, o ciegos, casi siempre impuros, les dice que poseen la dignidad de hijos de Dios; que son herederos de su Reino; que no son unos pobres desgraciados, sino los más importantes a Sus ojos.
Ellos por su parte le siguen fascinados. Son como ovejas sin pastor que tienen la necesidad perentoria de que alguien les escuche y les dedique su atención; alguien que no los considere unos malditos empecatados aborrecidos de Dios… Y eso es lo que les ofrece Jesús. Para ellos aquello es el reino de Dios en la Tierra; ya no tienen que esperar más; está allí, a su lado.
Los sabios, los puros y los poderosos no sienten necesidad de él, no le siguen, y se quedan a las puertas del Reino sin ninguna oportunidad de entrar en él. Y es que la primera condición para entrar es sentirse necesitado: «Si no os hacéis como niños —los seres más necesitados— no entraréis en el reino de los cielos».
Y aquí viene la aplicación a nuestra propia vida, porque nosotros —gente sabia y acomodada— creemos tener cubiertas todas nuestras necesidades materiales y espirituales, y cada vez sentimos menos necesidad de los criterios de aquel carpintero que, hace veinte siglos, recorría los polvorientos caminos de Galilea y hablaba de Dios contando cuentos sencillos a gente sencilla.
Mateo, el pequeño recaudador de Cafarnaúm, no se sintió necesitado hasta que se vio llamado por Jesús; lo mismo que Zaqueo, el odiado jefe de recaudadores de Jericó. Pero Jesús sabía que, aunque ellos lo ignorasen, eran gente necesitada de ayuda, los llamó y cambió su vida. Quizás algún día caigamos en la cuenta de lo necesitados que somos a pesar de acumular tanto conocimiento y bienestar, y cambie también la nuestra.
1.- Como es mi costumbre, y para aportar a estas páginas algo que sé y que tal vez mis ilustres compañeros desconocen, voy a daros para empezar, mis queridos jóvenes lectores, algunos detalles de los lugares geográficos que aparecen en las lecturas del presente domingo.
Las montañas del Líbano sólo las he observado de lejos. He estado a pocos metros de la nación que lleva su nombre, pero nunca atravesé su frontera. Viajando por el norte de Israel, he visto casi siempre cerca de las cúspides de la cordillera, nieve en forma de heleros. Debo advertir que me he desplazado, casi siempre, en pleno verano. A los pies de la sierra, en el Antilíbano, junto a Cesarea de Felipe o Tel Dan, me he paseado por senderos maravillosos, de una frondosidad y abundancia de corrientes de agua, nunca vistos. No extraña que el profeta se sirva de estos paisajes para expresar la esperanza que se le avecina al Pueblo escogido.
2.- El Carmelo es una larga loma de unos 20 Km. La punta que se levanta sobre Haifa, al lado del mar, está densamente poblada. Hoteles de las mejores cadenas mundiales allí se levantan. Múltiples carreteras la cruzan. No obstante, el clima no ha cambiado y he disfrutado, en una ocasión, durmiendo al raso en jardines de los buenos frailes carmelitas, bajo algún espléndido algarrobo. Hacer vivac en Tierra Santa es cosa insólita, a mí se me ha concedido. En la otra punta de la sierra, al Este, las edificaciones no abundan, el paisaje que uno divisa se extiende por la llanura de Esdrelón, hasta Nazaret. Carmelo significa jardín en palestino o viñedos de Dios, en hebreo. En la Biblia esta montaña es una referencia poética. El Sarón es una fértil llanura al Sur del Carmelo. Abundan los frutales y he visto grandes plantaciones de algodón que, evidentemente, en tiempos bíblicos no existían.
3.- En cuanto al lugar donde estaba prisionero el Bautista, el texto no lo menciona pero Flavio Josefo sitúa su muerte en la fortaleza de Maqueronte. Seguramente, pues, es donde Herodes lo tendría prisionero con antelación. Hoy en día son ruinas arqueológicas situadas en Jordania, entre la capital, Amán, y la famosa Petra. La distancia que le separaba de Jesús era por tanto muy superior a 100 Km. Juan se había dado a conocer en la ribera del Jordán, a la altura de Jericó. En sus orillas ahora crecen sauces y cañaverales en abundancia, seguramente que en aquellos tiempos también.
4.- Os he contado esto, mis queridos jóvenes lectores, para que nunca escuchéis la narración, como si ocurriera en un lugar de fantasía, algo así como la tierra de jauja. Nuestra cultura está enferma de esperanza. Uno piensa a veces que es una pandemia incurable. Lo piensa, cuando observa y sufre el panorama espiritual que contempla. Pero como siempre ocurre cuando uno mira a través del anteojo de la Revelación, lo que ve es diferente. Habla el texto de Isaías de gozo pleno, de satisfacción total. Santiago, en la segunda lectura que la liturgia nos ofrece hoy, nos dice que no debemos ser impacientes. Yo sé que esta recomendación os es difícil de aceptar, que esperáis resultados inmediatos, acostumbrados como estáis a operaciones y cálculo de velocidad increíble, que efectúan nuestros cacharritos informáticos. Pero la realidad mas profunda es otra. Hay que recordar que Dios no tiene prisa, dispone de la eternidad para otorgarnos su amor
5.- Se nos ofrece la ilusión de la Navidad eterna y no debemos olvidar la nuestra temporal que se avecina. Ya sabéis que para algunos son días de nostalgia, añoran seres queridos que ya han muerto. Para otros, no creyentes, días de engaño. Para muchos, temporada de consumo excesivo. ¿Por qué la Iglesia, pues, nos estimula a que esperemos con ilusión la Navidad? Porque también se atreve a enseñarnos con sinceridad radical lo que en realidad es. Vaya por delante que el sabor de la Navidad no lo encontraréis en bebidas, ni en comidas selectas, ni en golosinas. Que nadie por allí lo busque. El sabor de la Navidad es la Eucaristía. Los medios nos invitan a que llenemos nuestras despensas de exquisitos manjares y hasta se han atrevido a predecir el dinero que gastaremos durante estas fiestas. Os aseguro que en mi caso, se han equivocado totalmente. La Iglesia, con el ejemplo de Juan Bautista, nos invita a que acumulemos virtud. Dejadme, mis queridos jóvenes lectores, que me detenga un momento y os hable de los aspectos en los que se fijan hoy los textos.
6.- En primer lugar, Juan, que había tenido notoriedad, no se acongoja por su situación de prisionero. Es un hombre humilde, no presume de saberes, ni simpatías. Tampoco se exhibe como joven atractivo. Desconfiad de los que vienen a vosotros satisfechos de sus cualidades, tratando de conquistaros con ellas. Sólo Jesús tiene total atractivo. Juan lo sabe bien, él, que está en la cárcel, no les dice que se queden, haciéndole compañía. Conviene que Él crezca y yo disminuya, les dijo a sus amigos. Aunque deban caminar largas distancias les manda ir para que conozcan a Jesús. Es consciente de la importancia que esto tiene. Para nosotros también este encargo sirve. Pero, lamentablemente, se viaja a lejanos países para aprender su lengua, se permanece en ellos mucho tiempo y se vuelve hablándola con fluidez, pero desconociendo al Salvador que se nos da a conocer gratuitamente. No lo olvidéis, al entrar en el Cielo, os examinarán de Amor y de Fe, no de lengua inglesa. Es preciso, pues, también, que nos examinemos de humildad. En segundo lugar fijémonos en el proceder del Maestro. Tampoco es vanidoso. Hace el bien. Esta es la prueba de su realidad mesiánica. Es tan evidente el texto que excuso más comentarios al respecto.
7.- Os he dicho que en las orillas del Jordán, allí donde el Bautista había predicado, crecían cañas. Contrastan con la robustez de las acacias del desierto, que por allí también hay. Juan no tiene la volubilidad de una caña. Hay gente que se sitúa siempre ante el sol que más calienta, él no. Su vida, como la de Jesús, es consecuente con lo que proclama. En Maqueronte, no tuvo un escenario para pasearse cantando, gritando y recibiendo aplausos. Fue honrado y honesto hasta el final. Cuando voy a Sebastiye, a once kilómetros de Nablus, donde dicen que está su tumba, medito estas enseñanzas y le pido su intercesión.
Quisiera para acabar, que comparaseis estos procederes con los de los ídolos de las gentes de hoy. Y vosotros mismos sacarais conclusiones. Preguntad a vuestros mayores quienes eran los de su época, para vosotros son ahora carrozas. Consultad revistas de hace unos años, las fotos de sus portadas os resultarán propias de anticuario. Los discos microsurco, los cassettes que apreciasteis, ahora ya no sabéis qué hacer con ellos. Pero el Evangelio continúa sin perder actualidad.
Cuando alguien conocido tiene un comportamiento o reacción que nos sorprende negativamente, solemos pensar o decir: “No esperaba eso de ti”. Y, sobre todo si nos afecta directamente y nos decepciona, nos sentimos defraudados porque esa persona, con ese comportamiento o reacción, ha echado por tierra la confianza que habíamos depositado en ella.
El tercer domingo de Adviento es conocido como el “Domingo de Gaudete”, el domingo del regocijo o la alegría, por la proximidad de la Navidad. Pero el tema que nos plantea es muy serio, y lo ha expresado Jesús en el Evangelio: ¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí!
Jesús dice estas palabras porque Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Juan el Bautista, que había dicho de Jesús: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… Éste es el Hijo de Dios (cfr. Jn 1, 29.34)
Juan el Bautista esperaba al Mesías, y en su predicación lo había descrito muy expresivamente como un Juez que purificará a su pueblo, como escuchábamos el domingo pasado: ¡Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego! Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga. Pero Jesús ha iniciado su misión pública con un estilo distinto, y Juan no entiende el actuar de Jesús, no esperaba eso de Él, y quiere saber si verdaderamente es Jesús el Mesías o tienen que seguir esperando a otro.
Esta experiencia de Juan el Bautista podemos sentirla también nosotros. Hemos escuchado en la 1ª lectura la profecía de Isaías: ¡He aquí vuestro Dios!… Viene en persona y os salvará… Quedan atrás la pena y la aflicción. Y la mayoría de nosotros, desde pequeños, creemos que Jesús cumple esa profecía, que Él es el Hijo de Dios que se encarnó en nuestra realidad, y que después de su pasión, muerte y resurrección continúa a nuestro lado para ir haciendo realidad su Reinado, y durante años hemos procurado llevar una vida acorde con nuestra fe, a menudo con esfuerzo y sacrificio, esperando con paciencia, como recomendaba el Apóstol Santiago en la 2ª lectura.
Pero la paciencia se nos puede acabar, porque la evolución negativa de la realidad social, política, económica, medioambiental, eclesial… unida al crecimiento de problemas personales, familiares, de trabajo, de salud… nos hace dudar, como a Juan el Bautista, de que Jesús realmente actúe, y podemos llegar a sentirnos escandalizados o defraudados de Él, porque esperábamos otra cosa.
Este tercer domingo de Adviento nos invita a plantearnos con seriedad qué idea tenemos nosotros de Jesús y si nos sentimos escandalizados de Él porque no cumple lo que esperábamos. Hemos de preguntar al Señor en la oración, como esos discípulos de Juan: ¿Eres tú el que ha de venir? Y preguntárselo ante hechos, situaciones y experiencias concretas ante las cuales nos sentimos desalentados, sin encontrar una orientación o una luz desde la fe que nos ayude a vivirlas.
Y, si somos sinceros en nuestra oración, descubriremos que, si nos escandalizamos, es porque tenemos una idea equivocada de Jesús, como aquéllos que esperaban de Él un guerrero, un vengador todopoderoso que arregle todos nuestros problemas.
O quizá nos escandalizamos porque no sabemos o queremos “ver y oír” los signos de su actuación, porque no se ajusta a lo que nosotros consideramos lógico y oportuno, porque nos falta esa paciencia del labrador que aguarda el fruto precioso de la tierra.
La alegría de la Navidad, de la que este “Domingo de Gaudete” es como un anticipo, surge cuando creemos de verdad que Jesús es el que ha de venir, que no tenemos que esperar a otro. La alegría surge cuando no nos sentimos defraudados, cuando no nos escandalizamos de Él aunque no entendamos muchas cosas.
Necesitamos buscar el encuentro con Jesús en la oración para aprender a “ver y oír” los signos de su presencia, porque de lo contrario podemos pasar nuestra vida como cristianos cumplidores pero en el fondo defraudados y escandalizados porque, como Juan, esperábamos otra cosa de Jesús, esperábamos un Mesías vengador y todopoderoso que arregle todos nuestros problemas.
§ Es oportuno el mensaje que nos encontramos en este tercer domingo de Adviento. El Adviento nos recuerda que el Señor ya vino, hace mucho tiempo, en las periferias de Belén. Tenemos la esperanza de que regresepara hacer definitivamente el Reino que comenzó con su predicación, muerte y resurrección. Pero hasta ese día desconocido, el Señor está continuamente viniendo, saliéndonos al paso, presente en nuestra realidad histórica y personal concreta: y nos preparamos para acoger esa continua visita. Hemos sido llamados a despertar y espabilarnos, y a preparar el camino al Señor, y a convertirnos… Pero puede ocurrirnos como al último de los profetas (Juan): que no seamos capaces de reconocerlo. Por eso es necesario que nos detengamos en este Evangelio de hoy.
§ Lo primero es que no es fácil reconocer al Mesías de Dios.
Guiado por los profetas, Israel lo estuvo esperando durante siglos, sin embargo cuando llegó, hasta a las personas espiritualmente más preparadas y mejor dispuestas les costó entenderlo, acogerlo y aceptarlo. Bastantes no lo consiguieron, y el mismo Juan Bautista fue presa del desconcierto. Si el Mesías de Dios no sorprendiera ni provocara interrogantes, dudas e incluso incredulidad, probablemente no vendría de Dios… Toda la Historia de la Salvación es una cadena de sorpresas e imprevistos comportamientos de Dios. Como decía Dios por medio de otro de los profetas: «Mis caminos no son vuestros caminos».
§ Mateo nos presenta la duda que surge en la mente del precursor, y que, por medio de algunos discípulos, plantea directamente a Jesús, y recoge la respuesta que Jesús le dio.
Juan se encuentra en prisión por haber denunciado el comportamiento inmoral del rey Herodes, que se quedó con la mujer de su hermano. Allí le tratan con cierto respeto, le permiten estar en contacto con sus discípulos, y se mantiene informado de la actuación de ese Jesús al que él mismo había anunciado como el Mesías cercano… § Y en esas circunstancias, su fe comienza a vacilar. Envía entonces a sus discípulos a preguntar: “¿Eres tu el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (v. 3).
Para entender su perplejidad, hay que tener presente la imagen del Mesías que desde pequeño le habían transmitido los líderes espirituales de su pueblo. Desde prisión, en su cabeza da vueltas el repetido anuncio de los profetas, que esperan un “libertador” (Is 61,1), que restablezca en el mundo la justicia y la verdad. Pues entonces: ¿por qué Jesús no interviene en su favor? El Bautista aguardaba y había anunciado un Mesías-juez riguroso, que arremetería contra los malvados. Y de ahí su sorpresa: Jesús no sólo no condena a los pecadores, sino que come con ellos y se jacta de ser su amigo (Lc 7,34). No quiere apagar la llama que aún humea, ni romper la “caña cascada” (Mateo12:18-20) No destruye ni amenaza a los pecadores, antes bien, tiene para ellos palabras de salvación y de vida.
§ A los enviados del Bautista, Jesús no les da explicaciones, ni entra en razonamientos ni discusiones: se presenta como el Mesías, enumerando seis signos que también se encuentran en los profetas: la curación de los ciegos, de los sordos, de los leprosos, de los tullidos, la resurrección de los muertos y el anuncio del Evangelio a los pobres. Todos ellos signos de salvación, ninguno es de condena. Está surgiendo, pues, un mundo nuevo. § Jesús concluye su respuesta con una bienaventuranza, la décima que se encuentra en el evangelio de Mateo: “bienaventurado quien no se escandaliza de mí”, invitando así, discretamente al Bautista para que reconsidere sus convicciones teológicas (a que se convierta).
Un Dios bueno y misericordioso para con todos no entraba en los esquemas de Juan. Se imaginaba un Dios duro y exigente, pero se encuentra con un Dios discreto y débil; esperaba intervenciones llamativas, y sin embargo los acontecimientos se suceden como si el Mesías no hubiera venido (su injusta prisión, por ejemplo): es un Mesías discreto y respetuoso. § El tiempo de Adviento y Navidad es, por tanto, una invitación para revisar nuestras ideas, convicciones y esperanzas sobre cómo es Dios y cómo actúa. Puede ser que, hoy como entonces, las ideas que hemos recibido de la tradición, esas «intocables» afirmaciones y condenas que algunos hoy defienden a capa y espada sobre cómo actuar con los pecadores y excluidos, apoyándose en las Escrituras y en los Dogmas… pueden estar totalmente equivocadas. Ya nos ha dicho Jesús: El Mesías llega con misericordia. Llega curando, acogiendo, sanando, buscando con ternura a la oveja perdida, recibiendo de nuevo en casa al hijo impresentable que se alejó y derrochó todo lo que había recibido. Un Mesías que se encuentra en un discreto establo, naciendo con la belleza y el sigilo, con la fragilidad con la que nacen todos los niños. Un Mesías que pide permiso y ayuda a una doncella desconocida de Nazareth… y así sucesivamente. § Por eso, la fe en el Dios que se revela en Jesús va siempre acompañada de dudas, incertidumbres y de dificultad en creer. El Bautista representa al verdadero creyente, que se debate entre muchas perplejidades y dudas, que se cuestiona continuamente… pero no reniega del Mesías aunque no encaje con sus ideas o con las tradiciones que ha recibido, y que se atreve a poner en duda sus propias convicciones. No tiene que sentirse preocupado quien encuentra dificultades para creer, quien se siente perdido frente al misterio y los enigmas de la existencia, quien dice no entender los pensamientos y el proceder de Dios. Sí debe preocuparse, en cambio, quien confunde sus propias certezas con la verdad de Dios, quien tiene respuesta inmediata para todas las preguntas, quien tiene siempre a mano algún dogma que imponer, quien no se deja nunca cuestionar…
En definitiva: recuperar la capacidad de asombro y sorpresa… y «reconocer al Mesías» en estos hechos: «los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados». Cuando «quedan atrás la duda y la aflicción», cuando «el desierto florece», «se fortalecen las manos débiles», cuando las gentes pueden retornar en paz a su tierra. Es decir: cuando se lucha, defiende y acompaña la dignidad del hombre y la vida. Porque entonces, hoy y siempre el Señor viene en persona a salvar. No es tan difícil reconocerlo ¿no? ¿o sí?