Vísperas – Viernes III de Adviento

VÍSPERAS

VIERNES III de ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Éste es el tiempo en que llegas,
Esposo, tan de repente,
que invitas a los que velan
y olvidas a los que duermen.

Salen cantando a tu encuentro
doncellas con ramos verdes
y lámparas que guardaron
copioso y claro el aceite.

¡Cómo golpean las necias
las puertas de tu banquete!
¡Y cómo lloran a oscuras
los ojos que no han de verte!

Mira que estamos alerta,
Esposo, por si vinieres,
y está el corazón velando,
mientras los ojos se duermen.

Danos un puesto a tu mesa,
Amor que a la noche vienes,
antes que la noche acabe
y que la puerta se cierre. Amén.

SALMO 134: HIMNO A DIOS, REALIZADOR DE MARAVILLAS

Ant. El Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses.

Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.

Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.

Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.

Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta a los vientos de sus silos.

Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
—en medio de ti, Egipto—
contra el Faraón y sus ministros.

Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos,
a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses.

SALMO 134

Ant. Casa de Israel, bendecid al Señor; tañed para su nombre, que es amable.

Señor, tu nombre es eterno;
Señor, tu recuerdo de edad en edad.
Porque el Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de los gentiles son oro y plata,
hechura de manos humanas;
tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,

tienen orejas y no oyen,
no hay aliento en sus bocas.
Sean lo mismo los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Casa de Israel, bendice al Señor;
casa de Aarón, bendice al Señor;
casa de Leví, bendice al Señor.
fieles del Señor, bendecid al Señor.

Bendito en Sión el Señor,
que habita en Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Casa de Israel, bendecid al Señor; tañed para su nombre, que es amable.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

LECTURA: 1Co 1, 7b-9

Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él nos mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusarnos en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, ¡y él es fiel!

RESPONSORIO BREVE

R/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

R/ Que brille tu rostro y nos salve.
V/ Señor Dios de los ejércitos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh llave de David y Centro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh llave de David y Centro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte.

PRECES

Oremos, hermanos a Cristo, nuestro Señor y nuestro Redentor que vendrá con gloria al fin de los tiempos, y digámosle:

Ven, Señor Jesús

Señor y Redentor nuestro, que al nacer en la carne nos libraste del yugo de la ley,
— completa en nosotros los beneficios de tu amor.

Tú que tomaste de nuestra humanidad todo lo que no repugnaba a tu divinidad,
— danos de tu naturaleza los dones de los que la nuestra está sedienta.

Con tu presencia da cumplimiento a nuestros deseos,
— y con la fuerza de tu amor inflama nuestros corazones.

Danos la gracia de alegrarnos contigo en la gloria,
— pues ya en este mundo nuestra fe sincera te confiesa.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Derrama, Señor, el rocío de tu amor,
— sobre las almas de todos los difuntos.

Porque todos nos sabemos hermanos, hijos de un mismo Dios, confiadamente nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes III de Adviento

Juan era la lámpara que ardía y brillaba

1.- Oración introductoria.

Señor, se acerca la Navidad y yo quiero prepararme para recibirte como a ti te gusta. No necesito las grandes luces con las que se adornan las ciudades. Yo, al estilo de Juan, quiero ser una pequeña lámpara “que arda e ilumine”. Que arda por dentro e ilumine por fuera. Que arda en un amor encendido hacia ti y manifieste este amor a mis hermanos con obras concretas.

2.- Lectura reposada del evangelio: Juan 5, 33-36

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado

3.- Qué dice el texto

Reflexión

En el Evangelio de hoy, Cristo nos lanza un reto: el de ser lámparas como Juan el Bautista. Lámparas que arden y brillan. En la parábola de las vírgenes, todas fueron a esperar al Señor. Las necias  llevaban lámparas, pero “apagadas” por no llevar aceite. Lámparas apagadas somos nosotros cuando no hacemos las cosas con amor. Podemos lucir, incluso brillar, como los fuegos artificiales, pero se apagan enseguida. Y es una pena  ofrecer al Señor una lámpara apagada. Queda negra, fea. Así no nos podemos presentar al Señor. El que no arde por dentro no puede iluminar, ni menos incendiar. En cambio las vírgenes prudentes llevaban las lámparas encendidas con el aceite del verdadero amor. Éstas ponen fuego, ardor, entusiasmo, en la vida. Y éstas  siempre están preparadas para recibir al esposo. Ellas sí que entraron con el Esposo a la fiesta, al banquete de unas bodas eternas.

Palabra del Papa

«Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales». De este modo, queridos hermanos y hermanas, toda vuestra existencia debe ser, como la de san Juan Bautista, un gran reclamo vivo, que lleve a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Jesús afirmó que Juan era «una lámpara que arde y alumbra» (Jn 5, 35). También vosotros debéis ser lámparas como él. Haced que brille vuestra luz en nuestra sociedad, en la política, en el mundo de la economía, en el mundo de la cultura y de la investigación. Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales, recibe su fuerza y su esplendor de la gran Estrella de la mañana, Cristo resucitado, cuya luz brilla -quiere brillar a través de nosotros- y no tendrá nunca ocaso”. (Benedicto XVI, sábado 8 de septiembre de 2007)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Hablaré de las cosas de Dios con entusiasmo, con gozo, con cara sonriente.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.Señor, después de este encuentro contigo, siento dentro de mí aquella impresión de los discípulos de Emaús: su corazón ardía por dentro. Haz que yo nunca  hable de ti de una manera aséptica, fría, rutinaria, poco convincente. Haz que mis palabras acerca de ti, de tu Reino, de tu Proyecto, sean briosas, ardientes, apasionadas, como son siempre las palabras de los enamorados. 

Comentario – Viernes III de Adviento

Juan 5, 33-36

Al final de esta semana, enteramente dedicada a Juan Bautista, he ahí un texto donde el mismo Jesús, en un contexto de controversia con sus enemigos, hace una comparación entre sí mismo y Juan Bautista.

Jesús decía a los judíos: «Vosotros enviasteis a preguntar a Juan, y él dio testimonio a la verdad. Bien que Yo no he menester testimonio de hombre…»

Estas fórmulas incisivas nos dicen muchas cosas sobre la conciencia que Jesús tenía de su persona y de su papel. Ningún hombre, ningún profeta, ningún santo, por grande que sea no es comparable a Jesús. Jesús lo sabe. ¡El se atreve a reivindicarlo como algo que no tiene vuelta de hoja! ¿Tengo quizá yo tendencia, alguna vez, siguiendo en ello a muchos de mis contemporáneos, a reducir la talla de la personalidad y del misterio de Jesús?

Sino que digo esto para vuestra salvación.

Jesús llega a decir que no necesita a nadie… pero que todos le necesitan a El.
Sobre esta solidez quiero apoyarme, una solidez y firmeza más que humanas. ¡Sálvanos, Señor! Sí.

Juan era una antorcha que ardía e iluminaba.

Juan admirable imagen.

Dejo que vibre en mí.

Voy considerando lo que implica ser una fuente de luz y de calor, si bien modesta, para un pequeño rincón del universo. Una antorcha, no es gran cosa, no alumbra a lo lejos, ni arde mucho. Sin embargo todo cambia si se la enciende en un lugar donde sólo reinaban las tinieblas.
Haz, Señor, que sea yo también una antorcha ardiente e iluminadora.

Y vosotros, por un breve tiempo, quisisteis alegraros a la vista de su luz.

Es hermosa esta palabra. «Alegrarse» a la luz. La luz, es algo bueno, alegre. Es una señal festiva.
Jesús, no parece insinuar que debían haber sabido aprovecharse mejor, del ejemplo de Juan y alegrarse más y por más tiempo.

¿Sé aprovecharme sencillamente de las pequeñas alegrías de la vida?

Pero Yo tengo a mi favor un testimonio superior al testimonio de Juan.

Después de valorar a su precursor, Jesús pasa a otro nivel. Hasta aquí, se estaba en el plan humano.

¿Qué va a decirnos sobre el misterio de su persona? ¿’Quién es este testigo que habla por Jesús, y que le basta?

Son las obras que el Padre puso en mis manos para que las ejecutase.

Detrás de la persona de Jesús está el Padre: una relación absolutamente única con Dios, que escapa a las más altas posibilidades del hombre.

Trato de contemplar despacio esta relación de Jesús con el Padre.

Estas mismas obras que Y o hago dan testimonio en mi favor de que me ha enviado el Padre.

Esto no pertenece tampoco al orden de la demostración intelectual, teórica; sino al orden de la actitud, de la conducta, del acto.

Jesús vive con el Padre y hace las obras del Padre, tampoco para nosotros la unión con Dios, no es principalmente del orden de la sensibilidad, ni de las bellas palabras… esto se realiza en el hondón mismo de nuestras acciones habituales que están, o no están de hecho con el querer del Padre.

Ayúdanos, Señor, a hacer también nosotros las obras del Padre.

Noel Quesson
Evangelios 1

Comentario – Viernes III de Adviento

(Jn 5, 33-36)

En este texto Jesús hace notar que él no se apoya en testimonios que puedan dar de él los eres humanos; su única seguridad, su carta de presentación, está en el Padre que lo envía, de manera que el testimonio más perfecto que él tiempo para mostrar la autenticidad de su misión serán simplemente las obras que él haga con el mandato y el poder que viene del Padre amado.

Al ver cumplida la misión de Jesús, esa misión que ha recibido del Padre, los hombres deberían reconocer con fe que él es realmente el Hijo de Dios; porque todas sus palabras, todas sus obras, y el conjunto de su preciosa vida en la tierra fueron una maravillosa manifestación de gloria y de hermosura, una belleza que sólo puede entenderse si lo que él decía de sí mismo era verdadero.

En Jesús, más que en nadie, la verdad se ofrece respetuosa y delicadamente, tratando de convencernos por su propia belleza, como quien sirve un buen banquete donde nadie está obligado a participar, pero donde todos experimentan el deseo de acercarse a una mesa tan bien preparada. Porque, como suele decir Umberto Eco, aunque toda la historia de Jesús fuera falsa, un personaje de otros planetas quedaría extasiado ante los hombres de esta tierra por el solo hecho de haber creído en esa verdad tan maravillosa, por el solo hecho de haber pensado que algo tan precioso, una entrega tan grande de Dios hecho hombre, fuera realmente posible.

A veces es necesario que nos detengamos simplemente a contemplar a Jesús, a mirar su vida, su entrega, su misión; porque mirándolo con los ojos bien abiertos nos nace el deseo de estar con él, de tener su amistad; y nuestra fe se fortalece, se agranda, se plenifica.

Oración:

“Jesús, tú no dependías de la mirada ni de la aprobación de nadie, no necesitabas buscar testigos que hablaran bien de tu persona, sino que tenías tu seguridad puesta en la mirada del Padre, y hacías siempre lo que a él le agrada. Contemplando tu vida, viendo tu forma de actuar, considerando tu obra que culmina en la cruz, quiero confesar que tú eres el Hijo de Dios y mi salvador”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Comentario – Viernes III de Adviento

1.- La página del profeta comienza por una invitación a vivir según Dios, porque se acerca, «porque mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria». Dichoso aquél que prepara los caminos del Señor practicando la justicia y «guarda su mano de obrar el mal». 

Pero hay otra idea que todavía se subraya más: para Dios no hay extranjeros. Nadie se tiene que sentir excluido de su plan salvador. Todos los hombres de buena voluntad, sean de la raza que sean, serán admitidos: «No diga el extranjero: el Señor me excluirá de su pueblo». Aunque no pertenezca a Israel, toda persona dispuesta a obrar bien se salvará. El monte Sión, la nueva Jerusalén, será centro universal de salvación. Para todos «mi casa es casa de oración». Porque Dios quiere reunir a los dispersos y formar con todos la nueva comunidad.

No es cuestión de raza, sino de conducta. Por eso el salmo 66 nos ha hecho cantar: «que todos los pueblos te alaben… conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación». Porque Dios está cerca y «la tierra ha dado su fruto». Dios ama a todos. Ama libremente. Hacia el final de la Navidad celebraremos explícitamente la manifestación del Salvador a los paganos, representados en los magos que vienen de Oriente.

2.- También hoy es Juan Bautista el que nos anuncia que ya ha llegado este tiempo en que Dios se nos quería acercar definitivamente en el Mesías. Juan «ha dado testimonio a la verdad» y ha señalado claramente con su dedo al que viene a salvar a la humanidad, Jesús de Nazaret.

Juan no es la luz, pero sí «la lámpara que ardía y brillaba». No es la Palabra salvadora, pero si la voz que la proclama en el desierto.

Aunque a Jesús le avala Dios mismo, con sus obras, pero también es válido el testimonio que ante el pueblo de Israel da de él el Bautista, profeta recio, testigo creíble, hombre íntegro. Jesús quiere que crean en él también por la palabra del Bautista.

3.- a) Las lecturas se vuelven hoy y aquí preguntas interpelantes para nosotros.

Invitándonos a pensar, ante todo, si nosotros, a ejemplo de Juan, somos lámparas que dan luz, que iluminan a otros, punto de referencia creíble por el que se puedan orientar en su vida y descubrir a Cristo Jesús, el que quita el pecado del mundo. El Bautista es un admirable modelo de los que a lo largo de los siglos recibimos el encargo de ser testigos de Cristo en medio del mundo, con nuestras palabras y nuestras obras.

b) Pero con obras. El Bautista, y por tanto cada Adviento, pone en cuestión seguridades y estilos de vida. Denuncia. Despierta a los dormidos. Invita a que algo cambie en nuestras actitudes. Por ejemplo, la actitud universalista que la primera lectura nos proponía, y que Juan el Bautista practicaba, predicando a todos, pecadores o no, fariseos y publicanos, judíos o romanos, la cercanía del Salvador.

c) Para Dios no hay extranjeros. ¿Y para nosotros? Él no hace acepción de personas. ¿Y nosotros? Si Dios está preparando, de nuevo en esta Navidad, la manifestación de su amor para con todos los de buena voluntad, ¿es así de universalista también nuestra actitud ante las personas? Según el profeta, el Templo será casa de oración para todos, sin discriminación. ¿No hacemos ninguna clase de discriminación nosotros en nuestra vida, social o eclesial?

Si se viera que los cristianos «aceptamos a los extranjeros», a los de otra raza o de otros gustos, edad y cultura, o a los que la sociedad tiene marginados.

Si fuéramos de veras lámparas de luz por nuestro testimonio de apertura y esperanza: entonces seria un Adviento auténtico para nosotros y para los demás.

d) La celebración de la Eucaristía es siempre abierta, y por tanto, universalista.

Vienen personas de edad y cultura distinta. Todos nos aceptamos, de modo especial con el gesto de la paz que se nos invita a hacer. No podemos ir a comulgar con Cristo si no estamos en actitud de comunión y acogida para con los demás.

El Adviento del Señor se prepara con un adviento de cercanía y mutua aceptación entre las personas. Que es la manera como las dos direcciones tienen más sentido: nuestra aceptación de los demás queda motivada porque todos somos salvados y alimentados por el mismo Cristo, y nuestra aceptación de Cristo se concreta en la aceptación de su mejor sacramento, la persona del prójimo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

El Adviento de José y María

Ojos limpios y serenos
para otear el horizonte sin miedo
y verte en otros rostros siempre.

Brazos fuertes y extendidos
para abrazar con seguridad y mimo
a todos los débiles y perdidos.

Manos suaves y cálidas
para acariciar a ancianos y niños
y crear redes de vida.

Oídos abiertos y atentos
para escuchar los susurros y gritos
y llegar a tiempo a tu encuentro.

Olfato sensible y bien dispuesto
para percibir las fragancias y olores
que te preceden y hacen presente.

Pies firmes y ligeros
para andar por la vida
siguiendo tu brisa y tus sendas.

Corazón tierno y grande
para sentir tus latidos
en este aquí y ahora que vivimos.

Entrañas maternales
para acogerte siempre
aunque nos sorprendas y descoloques…

en las noches oscuras
y en las alboradas,
vengan con pesadillas o blanca escarcha.

Así es el Adviento de José y María,
Así queremos que sea el nuestro cada día.

F. Ulibarri

Misa del domingo

El Evangelio dirige la mirada a Aquella de cuyo seno nacerá el Reconciliador y Salvador del mundo: Santa María, la madre del Señor.

En esta Mujer se cumple aquella promesa que Dios había hecho a los primeros padres, en la escena misma de la caída original: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén 3,15). Este anuncio es conocido como el “protoevangelio”, es decir, del primer anuncio de la buena nueva del triunfo de Dios sobre el demonio, sobre el poder del mal y de la muerte. Dios enviará un reconciliador, que nacerá de una misteriosa mujer.

«Al llegar la plenitud de los tiempos —dirá San Pablo—, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gál 4,4-5). Aquel que habría de pisar la cabeza de la antigua serpiente es el Hijo mismo de Dios, y María es aquella mujer pensada desde antiguo y elegida por Dios para ser la madre de su Hijo. El Hijo de María, Jesucristo, tiene la misión de rescatar, de salvar y de elevar a la filiación divina a todo ser humano.

Faltando ya pocos días para celebrar el nacimiento de Jesucristo, la Iglesia fija su mirada en Aquella que está pronta a dar a luz, Aquella que como una bella aurora anuncia el ya cercano nacimiento del Sol de Justicia.

¿Pero cómo se hizo hombre el Verbo divino? ¿Cómo llegó a ser “linaje de mujer” Aquel que desde toda la eternidad era ya Hijo de Dios? San Mateo en su evangelio afirma que el Verbo divino se encarnó no por obra o intervención de varón, es decir, por contacto sexual alguno, sino «por obra del Espíritu Santo». San Lucas, que probablemente escuchó el relato de la milagrosa concepción de labios de la misma Virgen, describe detalladamente cómo sucedió esto (ver Lc 1,26-38). De la dificultad que María ofrece al ángel ante el anuncio de que ella concebirá y dará a luz a un Hijo a quien habrá de poner por nombre Jesús, «¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34), se deduce que María tenía el propósito de guardar su virginidad aún estando casada con José. No se entiende cómo pudiese plantear tal dificultad quien pronto pasaría a vivir con él (ver Mt 1,18). El término griego que se traduce como “no conozco varón”, abarca también el pasado y el futuro, de modo que debe entenderse así: “no he conocido, no conozco actualmente ni tampoco tengo intención de conocer a varón”, significando este “conocer a varón” el mantener relaciones conyugales.

Los primeros cristianos, que se encontraron ante el hecho milagroso de la concepción virginal del Señor Jesús, descubrieron que estaba ya anunciado desde antiguo en las Escrituras (1ª. lectura). El evento les permitió comprender que el signo ofrecido por Dios a Acaz, a través de su profeta Isaías, constituía una profecía que se realizó en María: «Miren: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». La versión de la Escritura usada por el evangelista Mateo, usada también por el Señor Jesús y los demás apóstoles, es la traducción griega llamada de los Setenta. Allí se utiliza explícitamente el término “virgen” (ver Mt 1,23). El hecho extraordinario de que una mujer conciba permaneciendo virgen es justamente el signo que confirma que Jesucristo es el Emmanuel.

El título Emmanuel coincide con el nombre que llevará el Hijo de María, nombre que expresa su ser y manifiesta su misión: Jesús significa “Dios salva” (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 430). El Emmanuel, Dios-con-nosotros, es Dios que viene en persona a salvar a su pueblo de sus pecados (ver Mt 1,21).

¿Y cuál es el papel reservado a José en los designios divinos de reconciliación? Aquel signo divino por Isaías a Acaz quería asegurarle al rey de Israel que la descendencia de David no sería exterminada, como era su temor. Más aún, Dios le promete a Acaz, y con ello a todo Israel, que de la descendencia de David nacería un gran Rey, el caudillo de Israel, el Mesías. El Cristo sería «hijo de David» (Mt 1,1). José, siendo de la descendencia de David (Mt 1,20), debía asegurar la descendencia davídica a este Niño mediante una paternidad legal.

Ante la noticia que le da María a José de que estaba encinta, dice la traducción literal del texto griego: él «resolvió repudiarla en secreto». Repudiarla es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio. A diferencia de lo que se interpreta comúnmente, que José decidió repudiar a María en secreto por dudar de su integridad, sostiene Ignace de la Potterie que José le creyó a María, y creyó que el Niño que había concebido venía de Dios. Su confusión obedecería más bien a un temor reverencial: dado que el hijo de María era el Hijo de Dios, pensaba que lo propio era hacerse a un lado, separarse de María, para no apropiarse de una descendencia sagrada que no era suya, sino de Dios. De allí que el ángel le dijese en sueños: «no temas tomar contigo a María, tu mujer, aunque [que es la traducción precisa del original griego] lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Entonces José permanece al lado de María, porque Dios mismo le pide asumir la paternidad del Niño, dándole así la descendencia davídica.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz» (S.S. Juan Pablo II, Incarnationis Mysterium, 14).

María culmina su maternidad en el Calvario a los pies de la Cruz. No quiere esto decir que allí su maternidad toca a su fin, sino que al pie de la Cruz su amor es abierto a una nueva maternidad: «cuando Jesús dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, abrió de un modo nuevo el corazón de su Madre, el Corazón Inmaculado, y le reveló la nueva dimensión y el nuevo alcance del amor al que era llamada en el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de la Cruz. (…) El corazón de María ha sido abierto por el mismo amor al hombre y al mundo, con el que Cristo amó al hombre y al mundo, ofreciéndose a Sí mismo por ellos en la Cruz» (S.S. Juan Pablo II).

Relacionando la Anunciación-Encarnación con el Calvario, el Beato Guillermo Chaminade dice: «Ella se convierte en Madre de los cristianos en el sentido de que los engendra al pie de la Cruz, aunque ya era su Madre por la Maternidad Divina… Oh, cuánta fortuna para nosotros que el golpe que hiere su alma con la espada del dolor dé nacimiento a la familia de los elegidos». Es así que María no sólo dio a luz a Jesús: el Calvario fue para Ella el tiempo de darnos a luz a cada uno de nosotros. Dentro de los amorosos designios divinos su vocación a la maternidad divina es al mismo tiempo una vocación a la maternidad espiritual: en Cristo, somos también nosotros hijos de María. María es la Madre del Cristo Total: de la Cabeza, el Señor Jesús, y del Cuerpo, su descendencia, “la descendencia de mujer”.

En obediencia a este Plan divino, los cristianos «sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia singular de la Madre de Cristo en la historia» (S.S. Juan Pablo II), así como también en nuestras propias vidas. Ella, la mujer elegida por Dios para tomar un lugar preciso dentro de su Plan de reconciliación, cooperando desde su libertad plenamente poseída, llegó a ser la Madre de Cristo y devino en Madre de todos los que somos de Cristo. Su función maternal dentro de los designios divinos sigue vigente hoy y es eminentemente dinámica. Por tanto, amar a María no es una opción, sino una necesidad para todo buen cristiano. Amar a María con el mismo amor de Jesús es un deber filial y una tarea para cada uno de nosotros, es obedecer a Dios y adherirnos con fe a su divino Plan.

¿Me esfuerzo en amar a María como Jesús mismo la amó? ¿Acudo a Ella como madre mía que es? ¿Le rezo? ¿Imploro su intercesión? ¿Me esfuerzo en conocerla cada día un poco más, para dejarme educar por ella, para aprender de su amor a Dios, de su fidelidad a prueba de todo, de su humildad, de su pureza, de su reverencia para con las necesidades de los demás, de su generosidad para darse, etc.?

Comentario al evangelio – Viernes III de Adviento

Dios de los puentes, no de los muros

«God bless America» (Dios bendiga a Estados Unidos) es una pegatina que se encuentra a menudo en las carreteras estadounidenses. Cada vez que veía una, me preguntaba: «¿Y los demás países?». Mi preocupación se disipó un día cuando vi un coche con una pegatina en el parachoques: «God bless America. Y a todas las demás naciones. Sin excepciones». Pensé que era un buen evangelio, un mensaje que captaba el corazón de Dios en la primera lectura de hoy. Yahvé declara que ningún extranjero se sentirá excluido en su Reino, y su casa será una casa de oración para todas las naciones, sin que ninguna quede exenta u olvidada. Jesús subraya lo mismo cuando dice que tiene otras ovejas que no pertenecen a su actual redil y que las reunirá para que haya un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn 10,16). Un mensaje clave que no debe olvidarse en estos tiempos en los que nos empeñamos más en construir muros que puentes entre los pueblos.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – Viernes III de Adviento

Hoy es viernes III de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 5, 33-36):

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí».

Hoy, los cristianos tenemos que aprender mucho de Juan el Bautista. Jesús lo compara con el fuego que quema y da luz: «Él era la lámpara que arde y alumbra» (Jn 5,35). Su misión, como la nuestra, fue la de preparar el camino del Maestro: allanar los corazones para que sólo Cristo se luzca, anunciar que la Vida plena es posible, si seguimos a Jesucristo con fidelidad. Juan es la voz que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mt 3,3). El Hijo de Dios viene a la tierra para descansar en nuestros corazones. —Pero… en mi corazón manda mi libertad, y Él me pide “permiso” para entrar ahí: por esto, hay que “allanarle” la difícil ruta que apunta hacia el corazón humano. «Que nuestro pensamiento se disponga para la venida de Cristo con una preparación no inferior a la que haríamos si Él todavía tuviera que venir al mundo» (San Carlos Borromeo).

Hoy se nos pide aprender de san Juan. No es fácil. La renuncia, el sacrificio, el compromiso, la Verdad… no están de moda actualmente. ¿Cuántos hay que sólo se mueven por el dinero, por los placeres, por la comodidad, por la mentira…? Hay que mantener el corazón limpio y desalojado de cosas. Si no, ahí no pueden hallar espacio ni Jesús ni las otras personas.

Pero el Evangelio es camino de Vida y de felicidad. Sólo la Verdad nos puede hacer libres, aunque esto nos comporte la persecución o la muerte. Juan el Bautista ya lo había intuido, pero acepta porque ésta es su misión. Su bautismo era liberador y sus palabras —invitando a la conversión— el camino para llegar.

Jesús encuentra el camino allanado, preparado, sazonado por la penitencia del Bautista. Sus obras dan testimonio de que Él es el enviado. Encuentra ya los corazones arrepentidos y humillados gracias al testimonio de Juan. Para él, el Maestro no encuentra más que palabras de elogio.

Ojalá sean las mismas palabras para cada uno de nosotros. Sobre todo, si hemos sido capaces de señalar al Maestro, presentándolo y, a la vez, desapareciendo nosotros mismos.

Rev. D. Rafel FELIPE i Freije