Confianza ilimitada en Dios

1.- Auténticos creyentes. Hay una gran diferencia entre la persona que se dirige a Dios para «exigirle» pruebas de su existencia cuando se encuentra en apuros, y la persona que sabe reconocer a través de la fe el paso del Señor por su vida. La primera es una persona que utiliza la religión como un producto más del supermercado, sólo se dirige a Dios cuando lo necesita. La segunda es una persona creyente que sabe identificar la presencia de Dios y es agradecida a su acción salvadora. José y María pertenecen a este segundo grupo, el de los auténticos creyentes, porque confían plenamente en Dios.

2. – Lectura creyente de la realidad. El Vaticano II nos enseño a saber identificar «los signos de los tiempos», interpretando lo que pasa en nuestro mundo desde la óptica de la fe. María y José supieron identificar la «señal» anunciada por el profeta: «la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros». Ante el más mínimo contratiempo nuestra fe vacila. Sin embargo, María y José, pusieron su confianza en Dios, a pesar de que, humanamente hablando, todo pareciera absurdo. José y María eran conscientes de que no van a ser comprendidos, de que su fama va a ser puesta en entredicho. María no comprendía, pero dijo «sí» a Dios por medio del ángel. A José le costaba entender lo que estaba sucediendo con María, es verdad que vaciló al principio, pero después «hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a casa a su mujer». Los dos nos dan ejemplo de fe, de lectura creyente de lo que pasaba por sus vidas. ¿Dónde me sitúo yo?, ¿cómo estoy viviendo actualmente mi relación con Dios?, ¿cómo es mi fe, confiada o interesada?

3.– Dios está con nosotros. Hoy podemos celebrar a Santa María de la Esperanza y a San José de la Esperanza. Sin esperanza la vida es una noche en la que no amanece nunca. San Agustín decía que «la esperanza hace tolerable nuestra vida». María y José vivieron con esperanza y lo demostraron, porque movidos por ella superaron todas las dificultades de la vida. La capacidad de escucha, de confianza en Dios y de aceptación de su voluntad que tuvieron María y José debe ser para nosotros un ejemplo que nos anime a superar todos nuestros problemas. Cuando no hay esperanza vacilan el amor y la fe. No hay nada más triste que vivir en la desesperanza, sin ilusión por el futuro. El seguidor de Jesucristo tiene que ser un hombre o mujer, esperanzados y esperanzadores. La razón de nuestra esperanza es que Dios cumple su promesa, es «Dios con nosotros». Con El a nuestro lado todo se llena de luz, de sentido, de razón. Ya no caben las dudas, los pesimismos, los sentimientos negativos. ¿Cómo puede ser que se diga que los cristianos somos «gente tenebrosa»?, ¿Te has dado cuenta de lo que significa esta gran noticia: «Dios está con nosotros», está contigo, te quiere, se preocupa por ti, te ayuda y te sostiene? ¿No es algo maravilloso? Pues vívelo.

José María Martín, OSA

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Lectio Divina – 17 de diciembre

Lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo

1.-Oración introductoria.

Señor, me impresionan estas palabras del Ángel acerca de María: “Lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo”.  ¿Qué pasa entre María y el Espíritu? María, por ser siempre fiel al Espíritu, se ha topado con el Misterio. No ha intentado abrirlo, descubrirlo, sino que ha cargado con él y se ha fiado plenamente de Dios. Dame, Señor, la gracia de aceptar de Ti aquello que me rebasa, me trasciende y no acabo de entender. Más que entenderte, Dios mío, quiero creerte y fiarme de Ti.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

3.- Qué dice el texto.

          Meditación-reflexión.

Resulta difícil aceptar la postura de José, el hombre justo, dispuesto a repudiar en secreto a María. Él no quería denunciarla porque también a la mujer “desposada” que se le sorprendía en adulterio, se le mandaba apedrear.  Y había decidido “repudiarla en secreto”, es decir, darle el divorcio. ¿En qué situación hubiera quedado la Virgen? La Virgen necesitaba a José más que nunca. Unas relaciones dentro de los “desposorios” no era ningún escándalo. Hay autores que van por otro camino mucho más convincente: Cuando María da señales de embarazo, José percibe que María está tocada por el misterio de Dios. Y, ante la cercanía de Dios, todo hombre religioso tiende a huir. Y piensa: María está llena de Dios. María es demasiado para mí. ¡No la merezco! Lo mismo que hizo Pedro ante la pesca milagrosa: “Apártate de mí, no merezco estar contigo”. Y Jesús le dijo: “No tengas miedo” (Lc. 5,8-10). Es lo que el Ángel le dice a San José: “No temas tomar contigo a María”. Aquí se descubre la gran humildad de José, el hombre que quiere vivir en el anonimato, sin ningún protagonismo de nada. ¿Qué vio Dios en María para ser elegida como madre suya? “Ha mirado la pequeñez de su esclava” (Lc. 1,48). ¿Y qué ha visto Dios en San José para ser el que asuma el oficio de padre de Jesús? Su gran humildad. Notemos que José asume este oficio en calidad de “igualdad” con su esposa. Pensemos en la queja cariñosa de la madre a Jesús: “Por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo angustiados te buscábamos” (Lc. 2,48). Tu padre y yo siempre juntos: juntos caminamos, juntos te buscamos, juntos sufrimos por Ti. En este matrimonio nadie es más que nadie.

Palabra del Papa

“También san José tuvo la tentación de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada; pero intervino el ángel del Señor que le reveló el diseño de Dios y su misión de padre putativo; y José, hombre justo, “tomó consigo a su esposa” y se convirtió en el padre de la familia de Nazaret. Toda familia necesita al padre. Hoy nos detenemos sobre el valor de este rol, y quisiera iniciar por algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo y dice así: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón: mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud”. No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que cuenta de verdad en la vida, o sea, un corazón sabio…. Ahora, continúa el padre, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me conmuevo. Soy feliz de ser tu padre”. Y así, es lo que dice un padre sabio, un padre maduro”.  (Audiencia S.S. Francisco, 4 de febrero de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Como San José, hoy voy a pasar totalmente desapercibido.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración

Señor, quiero que Tú me mires con la mirada con que miraste a María y a José. Para eso necesito ser humilde. Tus ojos se inclinan siempre hacia lo pequeño, lo pobre, lo sencillo, lo insignificante. Haz, Señor, que evite toda vanagloria, orgullo, soberbia. Que me sienta feliz, plenamente feliz, sencillamente porque Tú te has fijado en mí y, a pesar de mis pecados, me has amado y me sigues amando.

José, el justo

1.- Siempre me ha impresionado este texto de Mateo: José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Es decir, que no quería denunciarla y decidió repudiarla en secreto, porque era justo. Pero José sabía muy bien que, si denunciaba a su esposa por adulterio, la Ley judía condenaba a la esposa infiel a ser apedreada públicamente por los hombres del pueblo hasta que muriera (Deut. 22). Para cualquier judío practicante y devoto, la Ley era la principal norma de toda justicia. ¿Cómo entendió en este caso y practicó José la justicia? Por lo que acabamos de leer, José entendió la justicia como la entendieron los grandes profetas del Antiguo Testamento y como la entendió el mismo Jesús de Nazaret: no en un sentido exclusivamente legal, sino sobre todo en sentido moral. Simplificando mucho, se puede y se debe afirmar que en la Biblia la palabra “justicia” significa casi siempre “justicia misericordiosa”, es decir, una justicia interpretada y realizada siempre según el mandamiento supremo del amor. Buscad lo justo, dice el profeta Isaías, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda (Capítulo 1. 17). Y más claro está esto aún en el capítulo 25 del evangelio de Mateo, cuando el Señor, en el juicio final, al repartir justicia a buenos y malos, en lo único en que se fija es en si han practicado o no la justicia misericordiosa: venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer… apartaos de mí, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer. Bien, pues yo creo que, en este último domingo de adviento es bueno que hagamos el propósito de imitar siempre a José, practicando no sólo la justicia legal, sino, sobre todo, la justicia moral o misericordiosa, que es la que de verdad salva, haciéndonos benditos del Padre y poniéndonos a su derecha. Así nos prepararemos debidamente para recibir bien la Navidad, el nacimiento del Dios Amor, que ya está ahí, a la puerta, llamándonos.

2.- Le pondrá por nombre Emmanuel que significa: «Dios con nosotros». No nos importa saber ahora a quién se refería el profeta Isaías cuando se dirigió, en nombre de Dios, al rey de Judá, Acaz. Lo importante, en este momento, es saber que el evangelista Mateo piensa que en esta profecía estaba anunciado el nacimiento de Jesús de Nazaret y que con Jesús de Nazaret Dios vino a nosotros. Lo importante, en estos días de Navidad, es saber que Dios quiere estar con nosotros, vivir en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra sociedad. Si queremos que el mensaje de esta profecía se cumpla en nosotros debemos eliminar todo lo que, en nuestra vida, se opone a la presencia de Dios entre nosotros: la injusticia, el egoísmo, el desamor, la maldad… Prepararse bien para la Navidad es limpiar bien nuestro corazón, para que Dios pueda estar con nosotros. ¿Lo vamos a intentar, de verdad?

3.- A todos os deseo la gracia y la paz de Dios. San Pablo se dirige a los primeros cristianos de la ciudad de Roma, entre los que había muchos cristianos procedentes del paganismo. Nosotros, en este domingo, víspera ya de la nochebuena, deseamos esto mismo a todas las personas del mundo. Pablo fue elegido para anunciar la Buena Nueva a los gentiles, a los paganos. Hoy, de hecho, también nosotros vivimos entre paganos. ¿Cómo les estamos anunciando la Buena Nueva? Hoy quizá las palabras valgan poco, porque están muy devaluadas; debemos predicar la Buena Nueva, sobre todo, con el ejemplo. Con una vida sobria y austera, anticonsumista, con una vida comprometida con la causa de los más desfavorecidos, con el ejemplo diario de bondad y de amor.

4.- Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. A un Dios salvador, es al que debemos anunciar nosotros, los cristianos, en estas vísperas de la Navidad. Un Dios que quiere que todos se salven, que busca siempre a la oveja perdida, que llama y perdona a los pecadores, que nos regaló a su Hijo para que nos diera a todos vida abundante. El Dios de la Navidad es un Dios salvador, porque, desde la fragilidad y desde la ternura, nos mostró a nosotros, pecadores, el rostro de un Padre perdonador, compasivo y misericordioso. A este Dios sí podemos y debemos nosotros imitarle, porque también nosotros, desde nuestra fragilidad y nuestra pobreza, podemos anunciar con nuestra vida la fuerza contagiosa e irresistible del amor.

Gabriel González del Estal

Comentario – 17 de diciembre

1.- La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús. 

La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás. 

El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías. 

La línea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá. 

Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas. 

El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Y además, la universalidad: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra. 

2.- Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro). 

Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados. 

Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar. 

El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana. 

Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos. 

En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano. 

En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro. 

Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María. 

Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús. 

Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino. 

3.- a) También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos. 

Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios. 

b)  La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a… y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos. 

La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables. 

O Sapientia 

«Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, 
abarcando del uno al otro confín 
y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: 
ven y muéstranos el camino de la salvación» 

Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios. 

Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

La venida del Señor está muy cerca

1.- El Cuarto Domingo de Adviento es siempre el preámbulo necesario para mejor entender litúrgicamente el Nacimiento del Señor. Nos lo dice el Salmo. «Va a entrar el Señor: El es el Rey de la Gloria». El Señor va a llegar y nosotros debemos tener al corazón abierto a su llegada y el espíritu limpio para mejor recibirle. Isaías, una vez más va a aproximar su acción profética, afirmando que la gran señal de Dios –la que no quiere pedir Acaz– será precisamente «que la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel». El Nacimiento de Belén estaba anunciado por los profetas y conviene que lo tengamos en cuenta. El Antiguo Testamento es una preparación para los tiempos plenos del Nuevo y nexo de unión entre las Alianzas entre Dios y los hombres. La vigencia, no obstante, de los grandes profetas termina en Juan el Bautista.

El inicio de la Carta de San Pablo a los Romanos aparece entre las lecturas por, precisamente, esa alusión profética veterotestamentaria al futuro nacimiento del Salvador. También en esas palabras de Pablo se da noticia de la nueva época, de la Nueva Alianza, del Nuevo Testamento. Son la confirmación de los anuncios de lo que vamos a celebrar días después.

2.- El Evangelio de Mateo cuenta «la anunciación a José». En efecto, José tenía un cierto nivel de escrúpulos ante el misterioso embarazo de su esposa, María. Pero iba a recibir de Dios, mediante el mensaje del ángel, un encargo muy importante dentro de la sociedad judía: el de poner nombre al Niño. Podría decirse -sin comparaciones de tipo físico- que si dar a luz era muy importante, lo era en igual medida el hecho de imponer el nombre al recién nacido. Y la comunicación angélica hecha a José da cumplimiento a la profecía de Isaías.

Todo está ya previsto para que el Hijo de Dios venga al mundo. José será su padre legal y el custodio de la seguridad de Madre e Hijo durante muchos años. Será, también, el educador de su Hijo primogénito al que enseñará su oficio de artesano. Y con ese talante de espera jubilosa deberemos salir el domingo del templo, tras la celebración de la Eucaristía, preparados en cuerpo y en alma para recibir a Jesús, el Niño Dios.

Ángel Gómez Escorial

Señal salvadora escogida por Dios

1.- Con este domingo se cierra el ciclo litúrgico de Adviento. Tiempo que la Iglesia nos pone para despertar en nosotros, todos los años, nuestro deseo de la segunda «venida» del Señor, de la llegada de la plenitud del Reino de Dios.

El que en Jesús se cumpla, según el evangelio de Mateo de esta celebración dominical, lo que Isaías anunciaba muchos siglos antes, es lo que ha llevado a la primera lectura ese trozo del profeta. Aquí se recoge un anuncio que es “anunciación”, una señal salvadora escogida por Dios mismo. El gran anuncio que se dijo ocho siglos antes de Cristo tuvo una realización sorprendente. “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo… Dios-con-nosotros”. No podía sospechar Isaías cuánta verdad encerraban sus palabras.

Así son las señales de Dios: Sencillas, vivas, palpitantes. No son grandiosas, asombrosas. Dios nos ofrece como señal una joven embarazada y después un niño en la cuna.

La señal, desde luego, no es María o su virginidad, sino Jesús. Ahora celebramos el misterio de un Dios que se ha quedado con nosotros. Jesús es señal segura de que Dios ya ha empezado a reinar entre nosotros y de que, por lo mismo, nada ni nadie puede impedir definitivamente que algún día Dios reine plenamente en la realidad de nuestro mundo y universo.

La Navidad es, cada año, una forma de recordarnos estas verdades de nuestra fe. ¿A qué le damos nosotros importancia en diciembre? ¿A los adornos convencionales de la época? ¿A los convencionalismos comerciales que nos ha impuesto la sociedad de consumo? ¿A los regalos de valor económico?, ¿o a Cristo? ¿Si Cristo se presentara repentinamente en nuestra casa en estas fechas, nos reconocería como a aquellos que han cambiado su vida gracias a El, inspirados por El?

2.- San Pablo, en la segunda lectura, sacada de su carta a los cristianos de la ciudad de Roma, nos habla de Jesús como el “evangelio”, la “buena noticia” de parte de Dios. Jesús mismo es el Evangelio, la “buena nueva”. Es a Él al que debemos anunciar. Somos apóstoles si hablamos de Jesucristo, si lo anunciamos de tal manera que resulte “buena noticia” ¿Qué hemos hecho de la predicación del Evangelio? ¿Quién de verdad se alegra porque se le anuncia a Cristo? ¿Cómo tendríamos que hablar de Él para que vuelva a ser considerado “buena noticia”?

Según los que sólo ven lo que entra por los ojos, dice Pablo, Jesús es un descendiente de la familia de David. Según los que están llenos de la luz de Dios, el Espíritu Santo, Jesús es Hijo de Dios, resucitado, colocado por Dios mismo como Señor del universo. ¿Cómo hablamos nosotros de Jesucristo? ¿Con el entusiasmo de san Pablo? ¿Como quien está enamorado, lleno de amor, o en una forma rutinaria y aburrida que no entusiasma a nadie?

3.- En la Sagrada Escritura no se escribe ni una sola palabra para revelar algo acerca de san José, el hombre justo, sino sobre Jesús. Pero la Sagrada Escritura nos habla de José para hablarnos de Jesús, y lo que nos dice acerca de José es verdaderamente espléndido.

Se nota enseguida que era un hombre bueno, que era un santo. Tiene perfume de humildad; se define siempre por la relación con su esposa y con su hijo. No le gusta el protagonismo, sino el trabajo sencillo y el servicio oculto.

José tenía la luz de la fe. Se fía de las personas y se fía de la palabra de Dios, aunque no la entienda. Esta fe le lleva, como a María, a una obediencia difícil y comprometida. El problema de José, dice el Evangelio, no era el que por ser justo no quería hacer nada contra María, a pesar de que sabía perfectamente que no era él quien la hubiera embarazado; su problema, más bien, era que siendo justo, o sea: A pesar de serlo, no quería hacer lo que la Ley de Moisés le mandaba hacer contra ella. Los rabinos mandaban que él fuera el primero que la denunciara y el primero que arrojara las piedras necesarias para lapidarla por adúltera. Los compromisos de María como comprometida en matrimonio con José, eran exactamente los mismos que los de un matrimonio.

Indirectamente, el relato evangélico nos dice que José prefirió que creyeran que él era el padre de ese niño y que se había negado a asumir sus responsabilidades, que denunciar a María, como le mandaba la Ley. José amaba de verdad a esa mujer. Este amor por encima de la Ley hace que José pertenezca plenamente al Nuevo Testamento; es ya un justo según la mentalidad de Jesucristo.

La redacción de este trozo evangélico corresponde al deseo expreso de revelar desde cuándo la fuerza de Dios, el amor, el Espíritu Santo, llena a Jesús. El relato nos revela que Jesús está lleno de la fuerza de Dios desde el nacimiento, desde la concepción, nos revela que El había sido concebido por el Espíritu Santo en el seno de María. Y este signo es protección y victoria.

Antonio Díaz Tortajada

San José y santa María de la Esperanza

1.- Hay una gran diferencia entre la persona que se dirige a Dios para «exigirle» pruebas de su existencia cuando se encuentra en apuros, y la persona que sabe reconocer a través de la fe el paso del Señor por su vida. La primera es una persona que utiliza la religión como un producto más del supermercado, sólo se dirige a Dios cuando lo necesita. La segunda es una persona creyente que sabe identificar la presencia de Dios y es agradecida a su acción salvadora. José y María pertenecen a este segundo grupo, el de los auténticos creyentes, porque confían plenamente en Dios.

2. – El Vaticano II nos enseño a saber identificar «los signos de los tiempos», interpretando lo que pasa en nuestro mundo desde la óptica de la fe. María y José supieron identificar la «señal» anunciada por el profeta: «la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros». Ante el más mínimo contratiempo nuestra fe vacila. Sin embargo, María y José, pusieron su confianza en Dios, a pesar de que, humanamente hablando, todo pareciera absurdo. José y María eran conscientes de que no van a ser comprendidos, de que su fama va a ser puesta en entredicho. María no comprendía, pero dijo «sí» a Dios por medio del ángel. A José le costaba entender lo que estaba sucediendo con María, es verdad que vaciló al principio, pero después «hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a casa a su mujer». Los dos nos dan ejemplo de fe, de lectura creyente de lo que pasaba por sus vidas. ¿Dónde me sitúo yo?, ¿cómo estoy viviendo actualmente mi relación con Dios?, ¿cómo es mi fe, confiada o interesada?

3.– Hoy podemos celebrar a Santa María de la Esperanza y a San José de la Esperanza. Sin esperanza la vida es una noche en la que no amanece nunca. San Agustín decía que «la esperanza hace tolerable nuestra vida». María y José vivieron con esperanza y lo demostraron, porque movidos por ella superaron todas las dificultades de la vida. La capacidad de escucha, de confianza en Dios y de aceptación de su voluntad que tuvieron María y José debe ser para nosotros un ejemplo que nos anime a superar todos nuestros problemas. Cuando no hay esperanza vacilan el amor y la fe. No hay nada más triste que vivir en la desesperanza, sin ilusión por el futuro. El seguidor de Jesucristo tiene que ser un hombre o mujer, esperanzados y esperanzadores. La razón de nuestra esperanza es que Dios cumple su promesa, es «Dios con nosotros». Con El a nuestro lado todo se llena de luz, de sentido, de razón. Ya no caben las dudas, los pesimismos, los sentimientos negativos. ¿Cómo puede ser que se diga que los cristianos somos «gente tenebrosa»?, ¿Te has dado cuenta de lo que significa esta gran noticia: «Dios está con nosotros», está contigo, te quiere, se preocupa por ti, te ayuda y te sostiene? ¿No es algo maravilloso? Pues vívelo.

José María Alonso, OSA

¡Jesús nacerá de María!

1.- ¡Jesús nacerá de María! Ese será el gran pregón de los próximos días de Navidad. Malo será, y así ocurrirá con algunos, que se nos esfume sin descubrir el auténtico regalo de la Navidad. Inútil será que todo el añadido y fiesta, luces y estrellas se queden en eso: artificio y exterior pero sin vida y resonancia interior.

Hace tiempo que muchas de nuestras calles y los grandes locales comerciales presentan destellos y colorido. ¿En honor a quién? ¿Como reclamo de qué y para qué? Esta es la pregunta que se nos hace y a la que podemos responder en los próximos días que se acercan.

Nosotros, como cristianos, hacemos que brote hacia fuera la luz que llevamos dentro. Sabemos que se corre el riesgo de banalizar y superficializar (con variados intereses) unas navidades en las que, por encima de todo y de los poderes mediáticos de turno, recordamos el gran acontecimiento que cambió y dio color a la humanidad: el nacimiento de Cristo en Belén.

¿Seremos capaces de mantener vivo este espíritu o nos lo dejaremos arrebatar por una navidad más de Herodes (asesino de esperanzas) que de Jesús (Dios de vida)?

2.- Llega la Navidad, y al acercarnos a las lecturas de este último domingo de adviento, nos exige no tanto mirar hacia fuera, hacia el cómo sienten los demás estas próximas fechas, cuanto a interpelarnos si en nuestras familias, amigos, hijos, barrio, parroquia, comunidad, etc., vivimos con hondura y con verdad que el Señor viene y nace. La gran sorpresa de la Navidad estriba precisamente en el cómo Dios actúa. Nos desconcierta haciéndose niño y naciendo en la pobreza. A muchos les descoloca o no les dice nada precisamente por ello; porque llega proponiéndose y no imponiéndose. Y, una de dos, o estamos despiertos o pasará sin percatarnos de su presencia.

–Dios nació, y es necesario, que vuelva a nacer en los corazones que le acogieron pero que luego el frío de los nuevos tiempos los llevó a una hibernación permanente.

–Dios vino, aún en medio de las dudas de José, y lo seguirá haciendo aquí y ahora en la medida que encuentre hombres y mujeres dispuestos a sacrificarse por El. A creer aún sin entender el por qué de sus cosas y de sus misterios.

–Dios se hizo pequeño a pesar de que algunos lo esperaban grande.

3.- Tres estrellas tiene la navidad que nada ni nadie las puede ocultar: Jesús, María y José. Falta otra no menos importante y que destella en el firmamento del corazón de cada uno de nosotros; la que luce con fuerza en medio de la oscuridad; la que tiene respuesta en los momentos de turbación; la que ve más allá del horizonte y de la pura simpleza de las cosas: la Estrella de la Fe

Con esa estrella hemos de encarar e iluminar los próximos días que se acercan. Muchos intentarán ensombrecerla con los destellos de los kilowatios que mucho consumen y hasta hieren el sentido común de la vista; otros harán lo indecible por neutralizarla apagando el sonido de los villancicos tradicionales; otros más, incluso, dirán que las navidades son familia, reunión, cava, disfraz y no sé cuántas cosas más.

En medio de todo ello, como los pastores y los reyes, seguimos creyendo el anuncio del ángel; contemplando y siguiendo los destellos humildes pero certeros de una estrella que la llevamos en lo más hondo del corazón: en la ciudad de Belén dios se hará pequeño. Dios nos dará otra oportunidad. Hagamos como José, sin pedir nada para sí, tuvo siempre la puerta abierta para Dios. ¿Vamos a dejar pasar esta gran oportunidad de ver, adorar y celebrar la presencia de Dios humanado en el mundo?

Javier Leoz

Dios está con nosotros

La Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.

Las grandes experiencias de la vida son un regalo, pero, de ordinario, solo las viven quienes están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia del Hijo de Dios hecho hombre hay que prepararse por dentro. El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, el niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad «Emmanuel», que significa «Dios con nosotros». Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Cómo puedes tú «saber» que Dios está contigo?

Ten valor para quedarte a solas. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.

Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás arraigado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de «aguantar» un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.

Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero, si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.

Según Karl Rahner, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». Ya nunca estarás solo. Nadie está solo. Dios está con nosotros. Ahora sabes «algo» de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes. Dios está contigo.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 17 de diciembre

El deseo de las naciones

Entramos ahora en la segunda mitad del Adviento. Nuestra alegría por recibir al Señor se intensifica y se plasma en una serie de antífonas O que marcan las oraciones de la tarde en la Liturgia de las Horas. Estas siete antífonas O del himno Ven, ven, Emmanuel reflejan los diversos atributos del Salvador que viene. ¿A quién pertenece este Emmanuel, la sabiduría hecha carne? Al ser «el deseo de todas las naciones» (cf. Hag 2,7), pertenece a todos, como se desprende de la genealogía de Cristo en el evangelio de hoy. En su genealogía, encontramos personas de la raza elegida, paganos, hombres, mujeres, adúlteros, asesinos, reyes, esclavos, gente corriente; en definitiva, todos los santos, todas las almas y toda clase. Nadie está excluido, a menos que uno quiera excluirse a sí mismo. Y esa es la buena noticia. Oh, vamos, ¡lleguemos a todos para compartir esta buena noticia!

Paulson Veliyannoor, CMF