Enmanuel: Dios «en» nosotr@s

Avanza el Adviento y en este IV domingo, la liturgia nos regala un relato interesante para comprender el sentido del cristianismo y su arraigo en un Dios profundamente encarnado en nuestra humanidad.

Pero antes de adentrarnos en el mensaje, conviene recordar algunos acentos del Evangelio de Mateo para conocer el contexto de lo que hoy se narra. Este Evangelio fue escrito, aproximadamente, ocho décadas después de los acontecimientos que relata, por tanto, la lectura literal y escrupulosamente histórica, no sólo nos puede despistar, sino desviarnos de su verdadero significado.

Fue escrito para cristianos provenientes del judaísmo de la segunda mitad del siglo I y su intención más importante consistía en demostrar que, efectivamente, Jesús era el Mesías esperado. Se zanjaría así toda esperanza mesiánica para vivir el cristianismo independientemente del judaísmo. Estamos ante una gran obra que irradia muchas referencias al profetismo israelita que anunciaba la llegada definitiva del Mesías.

Por otro lado, tengamos en cuenta que los dos primeros capítulos de Mateo retoman géneros propios del Antiguo Testamento y otras tradiciones, como la “Anunciación”, o la revelación divina a través del “sueño”, que es la que nos ocupa en el fragmento del evangelio que estamos comentando. Por tanto, mi invitación sincera es a entrar dentro de este texto de hoy conscientes del lenguaje metafórico y religioso, más allá de la historicidad de éste, aunque se necesite para comprender el papel de María y José.

En este texto hay 4 protagonistas que tienen una función esencial no sólo en el relato sino en su significado: María, José, Dios y tú, lector(a) que entras en contacto con este texto.

Por un lado, María, mujer que vive en un contexto de reduccionismo de la feminidad a una función de maternidad fecunda para que el pueblo de Israel siga creciendo, siempre sometida a la voluntad del marido y de su familia. Mujeres hebreas fácilmente repudiadas por razones ilógicas, mujeres sin palabra, sin espacio, sin independencia, sin valor social o religioso. Desde esta clave, sólo el sentido común nos lleva a percibir a María como desafiante de esta tradición y con una misión clarísima de liberar a la mujer de esta carga discriminatoria que las dejaba fuera del sistema social y religioso. María lidera, de alguna manera, una visión de la mujer que no necesita la tutela de un varón para tener dignidad, valor y sentido de la vida; no necesita de una autoridad religiosa o política, para vivir su misión y para colaborar con el proyecto de Dios desde su identidad sin mediaciones y sin mediadores. ¿Realmente esto ya no ocurre en nuestro mundo o en nuestra Iglesia de hoy?

El segundo protagonista es José, un buen hombre de la Casa de David, “hombre justo” como es definido en el texto y que se ve sometido a un desafío muy importante en su vida. El problema en este momento no es de María sino de José. Tiene que tomar una decisión de mucho calado porque la que va a ser su esposa espera un hijo. José debe discernir diferentes opciones, ninguna de ellas fácil, según el contexto socio-religioso judío: podría denunciarla para anular el desposorio, celebrar el matrimonio y llevarla a su casa, repudiarla en público o en privado, o irse de Nazaret dejando que las cosas se olvidasen y a María también. Pero su elección también es desafiante. No es una decisión tomada desde la ley, desde la posición y rol del varón en aquella sociedad regida por una religión patriarcal, sino desde la luz de Dios en su conciencia que le hace ver la mejor decisión en esta compleja situación.  José asume la paternidad legal de Jesús para vivir en el tiempo histórico y colabora con María para hacer posible el tiempo de Dios en nuestra humanidad.

El tercer protagonista es Dios representado en el ángel a través del sueño de José. Un Dios que se revela en lo más profundo del ser humano para hacerle consciente de que no es un Dios lejano, fuera de la historia sino un Dios que forma parte de la misma entraña humana; Enmanuel, es más que un Dios con nosotros, es un Dios en nosotros. Se cumple así el final del evangelio de Mateo que confirma el inicio de su relato: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).

Y ahora tú, lector(a), cuarto protagonista de esta historia, ¿no te sitúa de inmediato frente a tu dignidad y tu responsabilidad como creyente? ¿Realmente la historia de la humanidad es una realidad separada de este Dios de Jesús? ¿Puedes mirar de una manera nueva a esta humanidad que necesita un arraigo en la fuerza y la luz del Enmanuel?

Como hoy también celebramos la fiesta de la esperanza de María, hagamos nuestra la ESPERANZA de que la PAZ sea la fuerza que cambie el rumbo y la energía de nuestro mundo de hoy.

¡Feliz domingo! ¡Feliz día a todas las Esperanzas!

Rosario Ramos

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El mito de la madre virgen

El relato evangélico que habla de la virginidad de María no tiene nada de original. El mito de la “madre virgen” recorre toda la antigüedad, desde Egipto hasta la India. Horus, en Egipto, nace de la virgen Isis (tras el anuncio que le hace Thaw); Attis, en Frigia, de la virgen Nama; Krishna, en la India, de la virgen Devaki; Dionisos, en Grecia, y Mitra, en Persia, de vírgenes innominadas… Por cierto, de prácticamente todos ellos se dice que nacieron un 25 de diciembre, en el solsticio de invierno –en el hemisferio Norte-, justo cuando el Sol vuelve a “nacer”, venciendo a la noche.

El mito reclama una lectura simbólica. Entendido literalmente, produce confusión o provoca rechazo en una cultura que, como la nuestra, ha superado la etapa mítica. Se comprende que la consciencia moderna vea irrisoria la afirmación de que una mujer puede ser madre sin dejar de ser virgen.

Trascendida la literalidad, la lectura simbólica orienta en una doble dirección: ¿qué puede significar el arquetipo de la “madre virgen”?

Por una parte, habla de una disponibilidad total. La “virginidad” es la desapropiación del yo (del ego), que permite que Dios (la Vida, el Misterio) pase a través de nosotros, de nuestra “forma” individual, como cauce o canal por el que se expresa. La virginidad tiene poco que ver con lo biológico; es, más bien, sinónimo de disponibilidad.

Por otra parte, la “maternidad virginal” es un recurso para afirmar que el ser humano está naciendo en permanencia de la divinidad. Para entenderlo mejor, es necesario recordar que, en la antigüedad, pensaban que el hijo nacía exclusivamente de la “semilla” que el padre depositaba en el seno de la madre, el cual servía únicamente de receptáculo. En tal contexto, afirmar que en el embarazo no había existido intervención del hombre, equivalía a decir que el padre de la criatura era únicamente Dios mismo (o el Espíritu).

De ese modo, el símbolo de la “madre virgen” habla -no puede ser de otro modo- de cada ser humano. Crecemos en comprensión cuando reconocemos que en cada instante -en permanencia- estamos “naciendo” del Fondo que nos constituye y cuando nos vamos liberando de la falsa identificación con el yo.

¿Cómo leo los mitos?

Enrique Martínez Lozano

El mejor regalo de Navidad

Este año 2022, lo que más preocupará a muchos el 18 de diciembre no será el 4º domingo de Adviento sino quién ganará la copa del mundo de fútbol. Quienes tengan más amplitud de miras, esperarán que les toque la lotería de Navidad, dentro de unos días. Todos ellos, y también nosotros, debemos recordar que ya nos ha tocado la auténtica lotería, la que tocó y sigue tocando todos los días y en todas partes del mundo.

El premio

No son millones de euros. Es un premio mucho mayor: una persona. Al principio puede resultar decepcionante. Con este premio no se puede comprar un gran chalé, ni un coche de último modelo. No podemos permitirnos un crucero de lujo ni costear una operación en el mejor hospital del mundo. Pero es un premio personal, que redime nuestro pasado y garantiza nuestro futuro. Las lecturas dedican pocas frases a describir a esa persona: desciende del rey David, nace de una muchacha virgen. Pero, cosa extraña, recibe dos nombres, y cada uno de ellos expresa un regalo de Dios.

El primer premio: la cercanía de Dios (Emmanuel) (1ª lectura)

¿Está Dios con nosotros, o estamos dejados de la mano de Dios? Esta pregunta no es moderna ni fruto de gente escéptica, casi atea. La formularon algunos israelitas ya hace muchos siglos. La respuesta la dio el profeta Isaías. En el año 734 a.C. los reyes de Siria y Efraím se coaligaron para conquistar Judá y deponer al rey Acaz de Jerusalén. Cuando llegó la noticia, «se agitó el corazón del rey y del pueblo como se agitan las hojas de los árboles con el viento». El profeta se presenta ante el rey y le ofrece una señal, un signo portentoso realizado por Dios, para mantener la calma. Acaz, que ha pedido ayuda a Asiria, confía en este imperio (los EE. UU de la época) más que en Dios, y responde que no quiere pedir señal alguna. Pero Isaías se la da: «la muchacha está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros». El nacimiento del niño garantizará la salvación de Judá y de Jerusalén. Dios, aunque sea de forma misteriosa, aparentemente débil, está con nosotros.

El segundo premio: la salvación (evangelio)

En tiempos de Isaías, algunos pensaron que la muchacha encinta era la esposa del rey, y Emmanuel el hijo que nacería dentro de poco: Ezequías. Este niño fue un buen rey, pero no cumplió las grandes esperanzas depositadas en él. Pasaron los siglos y Emmanuel no llegaba. Hasta que los cristianos ven cumplida la promesa en el nacimiento de Jesús. Este viene del Espíritu Santo y José le pondrá ese nombre «porque él salvará a su pueblo de los pecados». No salvará de los asirios, ni de los romanos, ni de Putin, sino de nuestros pecados, muriendo por nosotros. Y Mateo añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta». Ya no hay que seguir esperando. Ha salido el segundo premio, tan importante como el primero.

Los afortunados (2ª lectura)

El regalo no se limita a unos pocos, todos lo reciben. Es lo que dice Pablo a los romanos. El regalo no es solo para los judíos, también para los paganos. Lo reciben no solo en Jerusalén o Belén, también en Roma. Allí, entre los paganos, se ha difundido el evangelio y se sienten «amados por Dios y llamados a formar parte de su pueblo santo». Igual que nosotros, al cabo de veintiún siglos, debemos sentir la alegría de haber sido beneficiados por Dios. El evangelio del domingo pasado hablaba del desconcierto de Juan Bautista, y nos obligaba a pensar en el desconcierto y escándalo que podemos sentir ante la conducta y el mensaje de Jesús. El evangelio del cuarto domingo da un paso adelante. El desconcierto y el escándalo se pueden superar. El asombro se da ante el misterio y no acaba nunca, dura toda la vida.

Lo anterior es un sencillo esquema que ayuda a entender el mensaje del cuarto domingo y a prepararnos para la Navidad. Para comprender mejor el evangelio entresaco algunos datos de mi comentario El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino, Estella 2019, pp. 52-56.

Mateo da un título a lo que va a contar: El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Sin embargo, no es eso lo que cuenta, se limita a ofrecer una serie de datos sobre ese misterio.

El relato consta de los elementos típicos: planteamiento, nudo y desenlace. Como en cualquier novela policíaca. Pero existe una diferencia. Mientras Agatha Christie dedica la mayor parte al nudo, a las peripecias de Hércules Poirot en busca del asesino, Mateo es brevísimo en las dos primeras partes y pasa enseguida al desenlace. No se trata de un relato dramático, sino didáctico.

Planteamiento

Parte de unos personajes que da por conocidos para el lector, María y José, y de una costumbre que también da por conocida entre judíos: después de los desposorios (la petición de mano), los novios son considerados como esposos, con el compromiso de fidelidad mutua, pero siguen viviendo por separado. De repente, resulta que María espera un hijo del Espíritu Santo. Mt no deja al lector ni un segundo de duda. Con perdón del Espíritu Santo, y siguiendo el símil policiaco, el lector sabe desde el principio quién es el asesino.

Nudo

La duda es para José, hombre bueno. Según el Deuteronomio, si un hombre se casa con una mujer y resulta que no es virgen, si la denuncia, “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). José prefiere interpretar la ley en la forma más benévola. La ley permite denunciar, pero no obliga a hacerlo. Por eso, decide repudiar a María en secreto para no infamarla. Mt escribe con enorme sobriedad, no detalla las dudas y angustias de José. Como mejor se advierte esto es comparando el relato con un fragmento del Génesis Apócrifo encontrado en Qumrán, en el que leemos algo parecido a propósito del patriarca Lamec: advierte que su mujer, Bitenós, está encinta, y duda de que ese hijo sea suyo (el estado fragmentario del texto no permite saber por qué duda). La angustia del personaje la refleja el autor de forma casi patética:

“Entonces pensé que la concepción era obra de los Vigilantes, y la preñez de los Santos, y pertenecía a los Gigantes […] y mi corazón se trastornó en mi interior por causa de este niño. Entonces yo, Lamec, me asusté y acudí a Bitenós, mi mujer, y dije […]: júrame por el Altísimo, por el Gran Señor, por el Rey del Universo […] que de veras me harás saber todo, me harás saber de veras y sin mentiras si esto […]. Júrame por el Rey de todo el Universo que me estás hablando sinceramente y sin mentiras […]Entonces Bitenós, mi esposa, me habló muy reciamente, lloró y dijo: ¡Oh, mi hermano y señor! Recuerda mi placer, el tiempo del amor, el jadear de mi aliento en mi pecho […] Yo te juro por el Gran Santo, por el Rey de los cielos, que de ti viene esta semilla, de ti viene este embarazo, de ti viene la siembra de este fruto, y no de ningún extranjero, ni vigilante, ni hijo del cielo. ¿Por qué está la expresión de tu rostro tan alterada y deformada, y tu espíritu tan deprimido?” (1QapGn Col. II, 1-17). Ni siquiera con estas palabras de su esposa queda tranquilo Lamec; acude a su padre, Matusalén, para que le pregunte a Henoc y se informe de todo con certeza. Es una pena que la columna esté tan estropeada en algunos momentos capitales para la interpretación del argumento. El relato de Mt parece en muchos detalles como la antítesis del Génesis Apócrifo.

Desenlace

En cuanto José toma la decisión, se aparece el ángel que resuelve el problema. José obedece, y María da a luz un hijo al que José pone por nombre Jesús. En esta sección final, entre las palabras del ángel y la obediencia de José introduce Mt unas palabras para explicar el misterio: se trata de cumplir la profecía de Is 7,14 (que se lee hoy como 1ª lectura).

Mensaje

Este análisis literario demuestra que Mt no ha intentado poner en tensión al lector. Sabe desde el comienzo a qué se debe el misterio. Entonces, ¿qué pretende decirnos con este episodio? Tres cosas fundamentales a propósito del protagonista de su obra.

¿Quién es Jesús? Al comienzo del evangelio, en la genealogía, Mt acaba de indicarnos que es verdadero israelita y descendiente de David. ¿Significa que sea el Mesías? Para eso hace falta algo más según la tradición de ciertos grupos judíos. El Mesías debe nacer de una virgen, según está anunciado en Is 7,14. Este episodio demuestra que Jesús cumple ese requisito. Pero hay otro dato que no contiene el texto de Isaías: Jesús viene del Espíritu Santo, con lo cual se quiere expresar su estrecha relación con Dios.

¿Qué hará Jesús? Lo indica su nombre: salvar a su pueblo de los pecados. Salvar de los pecados no es lo mismo que perdonar los pecados. Perdonar los pecados se puede hacer de forma cómoda, sentado en el confesionario, o incluso paseando o tomando un café. Salvar de los pecados sólo se puede hacer ofreciendo la propia vida. Sabemos desde niños que Jesús, para salvarnos de nuestros pecados, dio su vida por nosotros. Pero no debe dejar de asombrarnos. Porque la actitud normal de un judío piadoso ante el pecado no es comprenderlo ni justificarlo, mucho menos morir por el pecador. Es condenarlo.

¿Qué repercusiones tiene su aparición? Mt, al escribir su evangelio, parte de la experiencia de su comunidad, perseguida y rechazada por aceptar a Jesús como Mesías. Mt le indica desde el comienzo que las dificultades son normales. Incluso las personas más ligadas al Mesías, sus propios padres, sufren problemas desde que es concebido. El cristiano debe ver en José un modelo que le ayuda y anima. No debe tener miedo a aceptar a Jesús y seguirlo, porque “viene del Espíritu Santo” y “salvará a su pueblo de los pecados”.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo IV de Adviento

(Mt 1, 18-24)

Este texto nos habla de la concepción virginal de Jesús, pero a través de la figura de José. Es interesante advertir que en esta descripción José es presentado como un hombre “justo”, que en términos bíblicos es como decir “santo”.

Pero lo que caracteriza a esa “justicia” de José no es la venganza, no es el castigo de los pecadores. Si así fuera, José habría optado por descubrir y apedrear a una mujer que lo había engañado con otro hombre. Al contrario, la justicia de José era misericordia, y por eso, creyendo que María lo había engañado, prefiere abandonarla en secreto para salvarle la vida.

José todavía no sabía que el niño había sido concebido por obra del Espíritu Santo, y por lo tanto sólo le cabía pensar que María había tenido relaciones con otro hombre. Pero por ser un hombre “justo”, prefiere perjudicarse él antes que dañar a la mujer amada.

Sin embargo, la finalidad principal de este texto no es destacar esta misericordia de José, ni su docilidad ante la voz de Dios. José, igual que Juan el Bautista, desaparece y se oculta para que brille la gloria de Dios. Por eso, la finalidad de este texto es presentar a la Mujer virgen que concibe un hijo sin perder la virginidad, ya que esa virginidad era un signo de que ese niño era el Mesías, porque así se cumplía el antiguo anuncio del profeta Isaías: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7, 14).

El nombre “Emmanuel” que aparece en el anuncio de Isaías significa “Dios con nosotros”, para mostrar que el niño será la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el nombre Jesús expresa mejor todavía el sentido del nacimiento de ese niño, porque significa “Dios salva”. El niño será la presencia de Dios en medio de su pueblo, pero para traerle la salvación esperada.

Oración:

“Jesús, tú eres también Dios en medio de mi vida. Dios salvando mi vida. Tú también respondes a todo lo que puede esperar el deseo más profundo de mi corazón humano. Tómame como instrumento Señor, para hacerte presente en medio de tu pueblo a través de mi vida”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Obra del Espíritu Santo

«La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo»

Es notable el número de fecundaciones divinas que pueblan los mitos, por lo que añadir el nombre de María a esa lista (reduciendo la acción del Espíritu a lo biológico) es perder el sentido profundo del relato. Todos “venimos” del Espíritu Santo; todo es obra suya, pero sin duda Jesús es su obra más acabada y no hay forma de entender su vida y su legado de otro modo.

En un principio, ese Espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un huracán en Jesús de Nazaret. Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el que ha mantenido su memoria hasta nuestros días a pesar de las innumerables barbaridades que hemos cometido sus seguidores, y albergamos la esperanza de que seguirá actuando hasta que la humanidad alcance su plenitud.

El capítulo segundo del Génesis concibe al ser humano como una combinación de arcilla y aliento de Dios; de barro y espíritu de Dios: «Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le sopló en el rostro aliento de vida». Y esta definición formulada en el Génesis hace más de tres mil años sigue siendo hoy válida para muchos de nosotros. El cronista no tiene ni idea de genética ni de evolución biológica, y aunque la hubiese tenido, le habrían parecido totalmente irrelevantes frente el mensaje central que nos quiere enviar: “El mundo es obra de Dios, y en el ser humano alienta su Espíritu”.

En todo ser humano sopla el viento de Dios, su espíritu, aunque en algunos este soplo sea apenas perceptible y en la mayoría de nosotros no pase de ser una brisa que solo en ocasiones pone de relieve nuestra humanidad.

Pero a lo largo de la historia, ese soplo, ese aliento, esa acción de Dios, en definitiva, se ha manifestado de forma poderosa en muchos hombres y mujeres de cualquier tiempo, lugar o condición. Sin apenas remontarnos en la historia, podemos recordar a Pedro Arrupe, Vicente Ferrer, Mohandas Gandhi, Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Oscar Arnulfo Romero… y tantos otros que decidieron “negarse a sí mismos” para entregar su vida a los demás.

Pero tampoco es preciso acudir a la biografía de estos personajes para sentir el soplo de Dios en los seres humanos; basta que miremos a nuestro alrededor para que lo veamos en ese pariente, o ese amigo, o aquel compañero de trabajo… Es muy difícil sustraerse a una realidad tan evidente si uno va un poco atento por la vida.

Ahora bien, por encima de todos, hubo un hombre en quien el soplo de Dios se manifestó de una forma tan extraordinaria que somos incapaces de entenderla o formularla. Según su amigo Pedro, pasó por el mundo haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él… y es que, como dijo el Ángel: «No dudes José, porque la criatura que hay en su seno es obra del Espíritu Santo».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Lectio Divina – Domingo IV de Adviento

Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo

INTRODUCCIÓN

El nombre, para aquella mentalidad judía, expresa el ser, su destino y su misión. Es como el A.D.N. más profundo. Los nombres que el Ángel da al Mesías no pueden ser más significativos: EMMANUEL Y JESUS. Emmanuel significa “Dios con nosotros”. YJesús “Dios salva”. Dios es para mí “presencia y salvación”. No se trata de una presencia meramente externa, sino íntima, profunda. Él es mi mejor yo. La salvación significa “solución”.No da soluciones baratas y pasajeras. Da solución auténtica y definitiva al problema de la vida y de la muerte

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Is. 7,10-14.      2ª lectura: Romanos 1,1-7.

EVANGELIO

Mateo 1,18-24.

El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

REFLEXIÓN

1.- Dios con nosotros.  Desde el momento que Dios se ha hecho “hombre” Dios ha dejado definitivamente de ser sólo “Dios en sí” para ser también “Dios-con-nosotros”. El evangelio de Mateo que comienza hablándonos del EMMANUEL, termina con estas consoladoras palabras: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. Desde este momento ya nadie podrá decir que está solo.  Éste es el gran misterio de la Encarnación. Un misterio que debemos “contemplar” en Navidad, en cualquier rincón del mundo donde se represente un belén.  Pasemos deprisa la mirada sobre tantas luces, ríos, montañas, animales, figuras, personajes, -aunque sean reyes-, y concentremos nuestra mirada en ese Dios Inmenso que se hace pequeño y vulnerable en la fragilidad de un niño que llora.  Caigamos de rodillas “estremecidos” ante ese enorme misterio. Es lo que hicieron los Magos: “Y cayendo de rodillas, le adoraron” (Mt. 2,11).

2.- Dios salva. ¿De qué nos salva?

  1. Nos salva de la oscuridad. Nos salva de nuestras dudas, de nuestros miedos, de nuestras angustias, de nuestra perplejidad. Así sucedió con José, “el hombre justo”. El Ángel del Señor le cierra una puerta a un mundo de oscuridad y zozobra y le abre otra a un mundo de luz y de paz.  Nos salva de lo peor que hay en nosotros: nuestro egoísmo, nuestra violencia, nuestra mirada miope y materialista.
  • Nos salva de la esclavitud. Decía Jesús: “El que hace el pecado se hace esclavo del pecado” (Jn.8,34).  Nuestro pecado son las tendencias, los apetitos, la concupiscencia que nos impulsa a apetecer lo que no nos conviene, y nos hace daño.  Preferimos un placer inmediato y pasajero a una felicidad plena y duradera. Ser libres es quedar fascinados por Dios, vivir enamorados de Dios y de su Reino hasta el punto de perder el gusto y el atractivo por las cosas del mundo que nos esclavizan. ¿Cómo puede ser esto? “Dame un corazón que ame y entenderá lo que digo”. (S. Agustín)
  • Nos salva del falso concepto de Dios. Hay todavía cristianos que no comprenden a un Dios enamorado de la vida, un Dios que sufre más que nosotros cuando nosotros lloramos y goza más que nosotros cuando nosotros reímos. Un Dios que, si pudiera dormir, despertaría sin cosas, pero no sin sueños. Nosotros somos el sueño de Dios. “Su delicia es estar con los hijos de los hombres” (Pro. 8,3)

PREGUNTAS

1.– Cuando me he sentido solo, ¿he dudado de Dios? ¿Le he rezado? ¿He experimentado de cerca su presencia?

2.– Todos queremos ser libres. Pero ¿lo somos?  ¿He experimentado el gozo de no estar atado a nada ni a nadie?

3.- ¿De verdad me creo que Dios es mi Padre, el del hijo pródigo:  el que me besa, ¿me abraza y me empuja a la fiesta?

Este evangelio, en verso, suena así:

Dios quiso «salvar al mundo»
y tomó la iniciativa
de «encarnarse» y formar parte
de nuestra misma familia.
Para cumplir sus deseos
buscó dos protagonistas:
a MARÍA y a JOSÉ,
las personas más sencillas.
María dijo que «SÍ»
a la Palabra divina.
El «milagro» floreció
en sus entrañas de niña.
José se fio del ángel
Y acogió a su «prometida».
Después puso nombre al hijo,
según las leyes judías.
Sin la bondad de José
y sin la fe de María,
jamás hubiera nacido
el Salvador, el Mesías…
Para nacer en nosotros
espera nuestra acogida.
Nos llenará el corazón
de paz, amor y alegría.
¡Ven Jesús! Necesitamos
tu amistad, tu compañía.
Tú serás para nosotros
Camino, Verdad y Vida.

(Compuso estos versos: José Javier Pérez Benedí)

La cercanía de nuestro Dios

1.- Todo alrededor un suelo pétreo cuarteado por los grandes cambios de temperatura. Y en un extremo del campamento una gran tienda hecha de pieles de cabra y cayendo sobe ella y como inundándola de luz y misterio una nube .Es la tienda del Encuentro en la que Dios mora en el campamento israelita. Esa presencia simbólica de Dios entre su pueblo es lo que a los israelitas les hace exclamar: “Ningún pueblo tiene tan cerca a su Dios, como el pueblo de Israel”.

La liturgia de hoy nos habla de la cercanía de nuestro Dios, prometida ya en Isaías y anunciada por el ángel a José. Le pondrá por nombre Jesús, para que se cumpla la profecía de que le llamarán Dios con nosotros. Tal vez José se echa atrás para aceptar a María como esposa, no por dudar de ella, sino porque ve sobre ella la nube, la sombra de Dios que la cubre misteriosamente, y no se atreve a acercarse a ella, como Moisés no se atrevía a acercarse a la tienda de la Reunión cuando la nube cubría la tienda. Porque era justo no se atrevía a acercarse a la santidad infinita de ese Dios con nosotros concebido en María.

2.- Nadie tiene a su Dios tan cercano como nosotros. Dios con nosotros, tan con nosotros que se hace hombre, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carene. Hermano nuestro. Pondrá su tienda de campaña entre las nuestras. Se hace nuestro vecino. Hoy diríamos que se ha metido en el piso enfrente al nuestro.

–Dios se hace hombre. Si Dios se hace hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser.

–Dios con nosotros, Dios uno de nosotros.

Pero a nuestro Dios eso aún le parece poco, y ese Dios con nosotros y se hace Dios en nosotros. Vendremos a él y haremos en él nuestra morada. No es ya nuestro vecino, es algo totalmente nuestro, mío, mi propia vida, por la comunicación de su Espíritu, que es la vida de Dios.

Dios y yo vivimos de una misma vida, eso que llamamos gracia, Espíritu Santo, eso que nos hace dignos del título de Hijos de Dios, no por un título notarial, no por una piadosa consideración sino por esa maravillosa realidad de que es una la vida de Dios y la nuestra. “nos llamamos hijos de Dios y en la realidad lo somos.

3.- Dios con nosotros, Dios en nosotros, con una consecuencia que si todos vivimos una misma vida de Dios, todos estamos unidos con un lazo íntimo, profundísimo de ser todos uno en Dios, hermanos y más que hermanos por vivir una misma vida. Y por eso ese hijo de Dios, que es Dios con nosotros, da un salto en su enseñanza u nos va a decir categóricamente “Dios en ti y Dios en todos los que te rodean”.

–El que recibe a uno de estos pequeños a mi recibe
–Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mi me lo hicisteis.
–Si tienes un anciano o una anciana en tu casa, en él, Dios está contigo.
–Si tienes un enfermo que reclama tosas tus atenciones en él Dios está contigo.
–Si tienes un deficiente psíquico o un niño mogólico, en el, Dios está contigo.
–El que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve se miente a sí mismo.

–¿Cerca de ti vive una persona sola, sin familia, sin amigos? Dios está en él y te espera.

–¿Conoces una familia pobre que va a pasar hambre estas Navidades? También allí está Dios sentado esperando tu ayuda.

–¿Sabes de una persona desesperada para la que la alegría de la Navidad es un insulto? ¿Dios en el espera tus palabras de ayuda y de consuelo?

**Jesús es el hambriento que debe ser saciado.
**Jesús es el desnudo que debe ser vestido.
**Jesús es el enfermo que debe ser asistido.
**Jesús es el hombre despreciado, que debe ser acogido.
**Jesús es el borracho, que debe ser escuchado.
**Jesús es el enfermo psíquico que debe ser protegido.
**Jesús es la prostituta que merece una gran comprensión.
**Jesús es el anciano, que requiere nuestros oídos.

Esta es la oración de la Madre Teresa de Calcuta, una mujer que ha sabido buscar a Dios con nosotros donde se le puede encontrar.

José María Maruri, SJ

Sobre líneas torcidas

1.- “La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo”. San Mateo, Cáp.1. De ciertos mártires se ha escrito que avanzaban con alegría hacia los tormentos. De otros santos que, ante una grave dificultad, entraban de inmediato en éxtasis. De otros más, que buscaban a toda costa los dolores y las contradicciones. Tales hagiógrafos tal vez emborronaban cuartillas para lectura de la corte celestial, pues al común de los mortales historias de esa laya poco nos motivan. Aunque seguimos creyendo que Dios nos acompaña en toda circunstancia.

2.- Pero a la vez nos preguntamos: ¿Por qué el Señor no facilita las cosas a quienes se empeñan en servirle? ¿No pudo evitarle, por ejemplo, al padre legal de Jesús, su perplejidad frente al embarazo de María? Nos dice san Mateo que, “estando desposada la Madre de Jesús con José, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo”.

Amarga problemática para un hombre justo: Confiaba absolutamente en su prometida. ¿Pero alguien la habría forzado? ¿Quizás durante aquel viaje a Ainkarim para ver a su prima? ¿Por qué él no se animó a acompañarla? En el relato de la visitación que trae san Lucas no aparece José. Además la ley judía ordenaba apedrear a las adúlteras. Lo cual hacía cavilar de modo cruel a este joven, que tendría entonces unos dieciocho años. La imagen de un José ya viejo y casi inútil no concuerda con su delicada misión. ¿Pero qué aportaba al plan de Dios la angustia de este buen israelita?

3.- Desde nuestra orilla sólo alcanzamos a creer que Dios escribe derecho sobre líneas torcidas. Aunque entendemos que cuando Dios se encarnó, no transformó a su favor todas las circunstancias humanas. Sencillamente se hizo hombre. Y un viejo aforismo teológico añadía: “No hay que multiplicar los milagros sin necesidad”. El desconcierto de José es del todo explicable. ¿Debía delatar a su prometida? Pero él no podía imaginar mancha alguna en aquella joven, a quien las futuras generaciones llamarían bienaventurada. Entonces decide huir. Buscaría asilo donde algunos parientes o amigos lejanos. El cambio de paisaje podría sanar su corazón.

4.- En tal momento, el Señor viene en ayuda de aquel atribulado esposo. Como pedimos y esperamos que lo haga también con nosotros. Un enviado de Dios le habla entre sueños. De este modo los judíos, por respeto a Yahvé, señalaban los mensajes de lo alto. “José hijo de David, le dice un ángel, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay ella viene del Espíritu Santo”. Y el evangelista nos tranquiliza al término de su relato: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a María a su casa”.

Los creyentes nos esforzamos a diario en descifrar, sobre los sesgados renglones de la historia, qué nos dice el Señor. Con una condición: A veces leeremos y no comprenderemos. Porque en la fe ocurre igual que en la mayoría de las ciencias: No es obvia la temática. Entonces es necesario volver sobre el mismo párrafo, orar mucho y aún pedir ayuda a otros de mayor experiencia. Pero todo al final saldrá bien, porque procede del corazón de Dios.

Gustavo Vélez, mxy

¿No lo vemos?

A veces, cuando alguien nos propone hacer algo, no lo hacemos porque “no lo vemos”. Aunque se nos diga que es algo bueno descubrimos inconvenientes y dificultades que nos echan atrás: necesitamos “verlo” nosotros mismos. Estamos a las puertas de la Navidad, y son muchas las personas que, por diferentes motivos, “no ven” la razón de celebrar estos días y todo lo que conllevan. Unas veces porque la Navidad se ve como una “imposición” del cristianismo sobre otras religiones. Otras veces, porque no tiene sentido atiborrarnos de dulces de todo tipo cuando nos pasamos el resto del año cuidando la línea. Tampoco se ve sentido a una celebración meramente “familiar”, si nos estamos viendo el resto del año o hay tensiones y rupturas que no podemos dejar de lado. Y ¿por qué hay que gastar un dineral en regalos, cuando la crisis nos afecta tan duramente? Todo esto (y también razones de tipo más personal, como enfermedades, el recuerdo de quienes han fallecido…) hace que muchas personas, ante la Navidad, “no la vean”.

La Navidad es la celebración del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, un acontecimiento que forma parte del plan de salvación que Dios tiene para la humanidad. Pero tanto la 1ª lectura como el Evangelio nos muestran dos ejemplos de quienes “no ven” ese plan de Dios.

En la 1ª lectura, el rey Acaz no había querido formar parte con otros reyes de una colación contra Asiria, porque “no ve” que Asiria pueda ser derrotada, a pesar de que Dios se lo había prometido por boca del profeta. Por eso, cuando el profeta le dice que pida una señal, Acaz sigue sin “ver” el plan de Dios y disfraza su desconfianza con una respuesta aparentemente piadosa: no la pido, no quiero tentar al Señor.

Y en el Evangelio hemos escuchado que: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. Es muy probable que María hubiera puesto a José al corriente de la visita del Ángel y del plan de Dios, y por eso la duda de José no sería acerca de la culpabilidad o inocencia de María en una aparente infidelidad; la duda vendría porque José “no ve” ese plan ni el papel que él tendría que desempeñar en el mismo, y se siente sobrepasado por las circunstancias. Pero, aunque él “no lo vea”, como tampoco quiere que María sea considerada una adúltera, como era bueno… decidió repudiarla en secreto.

Pero aunque José “no vea” ese plan que el Ángel ha anunciado, él no se cierra en banda sino que permanece abierto a Dios. Y por ello se le apareció en sueños un ángel del señor que le dijo: … no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

El ángel le confirma que eso ha sucedido para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta. José, entonces, “vio” por sí mismo el plan de Dios y la necesidad de participación en Él, como descendiente de la Casa de David, y por eso cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer, para que el plan de Dios siguiese adelante

¿En qué ocasiones digo de algo que “no lo veo”? ¿Qué aspectos referentes a la fe cristiana “no veo”? ¿Reacciono con incredulidad, me desentiendo, o dejo abierta la posibilidad de “verlo”? ¿Me siento llamado, como José, a colaborar en el Plan de Dios, o como esto “no lo veo”, me cierro en banda y decido repudiar esa llamada?

En el camino de fe hay momentos y circunstancias que superan nuestra lógica, y como “no lo vemos”, nos entra la duda y el rechazo. Estamos a punto de celebrar la Navidad y es muy normal que “no veamos” muchas de las cosas con que la hemos rodeado y que se hacen estos días

Pero la Navidad es la actualización, hoy, aquí, del plan de salvación de Dios, que se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación. El nacimiento del Hijo de Dios es un misterio, pero no por eso es un imposible. Porque lo que es “imposible” desde el punto de vista humano es real por obra del Espíritu Santo, aunque nosotros “no lo veamos”, y eso es lo que nos disponemos a celebrar.

Estemos abiertos a lo imposible, como José, y no tengamos reparo en acoger este misterio. Abrámonos a la acción del Espíritu Santo como María, y preparémonos “con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza” (Prefacio II de Adviento).

Comentario al evangelio – Domingo IV de Adviento

SAN JOSÉ DEL SILENCIO.
EL SILENCIO DE JOSÉ


Pues aquí me tenéis. Soy José. El mismo de vuestros altares y vuestros belenes, y de vuestras cariñosas devociones. El mismo. Pero os hablo desde el «año cero» de nuestra era. Sin el «san» todavía, quiero decir, oliendo a madera, cola y serrín.

¿Que cómo fue todo aquello de Belén? ¿Que qué sentí? ¿Qué que pienso ahora de todo aquello? ¿Que… que…? Yo también estaba lleno de preguntas.
Porque… imagínate los sentimientos que te brotan cuando las cosas normales de la vida, se alteran por sorpresa, ocurren «al margen», sin consultarte, sin decirte una palabra, sin contar contigo…
Imagínate cuando un día despiertas y te empiezas a dar cuenta de que están ocurriendo cosas «extrañas» a tu lado, en tu propia vida… y tú sin saber a qué atenerte. Porque esa fue mi experiencia: me vi metido en un proyecto divino del que no tenía ni idea, y del que no me habían consultado previamente.
Al menos a María, mi esposa, se le pidió permiso, se le pidió un sí.
Pero a mí no me prousieron nada, no me informaron. Fui enterándome cuanto todo estaba ya en marcha, cumpliéndose.
Dios contó conmigo para su proyecto… sin pedir mi consentimiento.
¡Son muy desconcertantes las maneras de Dios!

¡Pues sólo os puedo decir que lo mío fue… callar!
Decidí quedarme en silencio, sin hacer preguntas, y hacerme cargo de todo.
¿No sabéis que nada completa, resalta y resguarda tanto la PALABRA como el SILENCIO?
Acepté colaborar en un proyecto que no era mío, sino de Dios.
Confié en que Él sabría lo que estaba haciendo, y en las razones que pudiera tener para elegirme.
Entonces yo abrí mis ojos sorprendidos ante el acontecimiento, y acepté.
Yo no me explicaba cómo había podido pasar todo aquello.
Y tomé la decisión que me parecía más lógica y coherente: echarme a un lado y abandonar a María en secreto. ¿Pues cómo iba yo a hacerme cargo de una criatura que no era mía, que venía directamente de Dios? No habría sido «justo». Y nunca me habría atrevido a meterme donde no me llaman. Y menos a estorbar a Dios.

Pero… fue Él quien me llamó y me metió en el «lío».
Mi papel, mi tarea, iba a consistir «sólo» en guardar, defender, proteger y acompañar LA PALABRA.
Yo no entendí el porqué me había tocado precisamente a mí ser amado por aquel encanto de mujer llamada María. (La verdad es que el amor responde a pocas explicaciones y justificaciones: el amor es porque sí). Ni entendí cómo en el vientre de la mujer más pura que uno puede soñar, había brotado una nueva vida. Como tampoco entendía cómo podía mandarme a mí la Ley denunciar y apedrear al ser más bondadoso que uno pudiera encontrarse. No me correspondía a mí hacer juicios.
Ni entendí nada del porqué los posaderos y parientes de Belén nos daban uno tras otro con la puerta en las narices, cuando tan sólo pedíamos algo tan imprescindible como un poco de cobijo para una mujer parturienta.

Y cuando tampoco entendí absolutamente nada fue cuando en medio de la noche todo se inundó de luz en aquel pobre establo, y de buenas a primeras, me vi con aquel niño entre mis brazos. El Rey de los Reyes y Señor de los Señores nacía tan poquita cosa, y en tan miserable cuna como aquélla. ¿Cómo iba a comprender que el Dios Omnipotente viniese de semejante manera?
Pero claro,¿por qué tenía yo que entenderlo todo? Los hombres tenemos la manía de querer saberlo todo, razonarlo todo, preguntarlo todo.  Y no sólo las cosas humanas, sino también las cosas divinas. Queremos meter a Dios en nuestra cabeza, tenerlo agarrado, controlarlo, comprobar…
¡Pero después de ver las ocurrencias de Dios… tuve que dejar más hueco a la sorpresa, a la contemplación, al silencio y a la confianza!
Claro que yo tenía una ventaja con respecto a vosotros: A mí me bastaba con mirarla a ella. A María. ¡Qué paz, qué ternura, qué naturalidad, qué sonrisa siempre a flor de labios! Pero sobre todo, ¡QUÉ FE LA SUYA! ¿Cómo no iba yo a ser feliz -hasta en los  superincómodos y desconcertantes apurados momentos que íbamos pasando-, viéndola a ella confiada y feliz?
Por eso puedo afirmar que NO EXISTE LA FE FÁCIL, la fe sin dudas, la fe sin oscuridades, la fe sin poder comprender tantas cosas.
Ser creyente es dejarse llevar por Dios. Ser creyente es romper planes personales y acoger los planes de Dios.
Él ya sabe a quién llama y para qué. Se presenta en medio de tu vida cotidiana, trayendo otros proyectos, mucho mejores que los nuestros, por supuesto.

Muchas, muchísimas veces tuve miedo de no saber interpretar bien el papel que Dios me había encomendado. ¡Cuántas veces temí estropear la mejor obra de arte que Dios intentaba hacer en la tierra, al ponerse en mis manos, y al ponerme en las mías a María y a Jesús!
Lo cierto es que, igual que contó conmigo, lo ha seguido haciendo muchas veces, con muchas otras personas. Se puso en manos de los discípulos en aquella Cena Santa. A pesar de que tenían tantos miedos, tantas faltas de comprensión, tanta inseguridad, tantas dudas.
Y lo sigue haciendo con vosotros cada Navidad, en cada Eucaristía, en cada pobre que busca acogida y posada. Vuestra tarea es la misma que la mía: guardar, defender, proteger, acompañar LA PALABRA. La Palabra que es el Emmanuel, y la Palabra hecha carne en cada ser humano frágil y necesitado.
No dejéis de mirar en silencio a María, como a mí me gustaba hacer a todas horas. Ella acogió con sumo cuidado al Niño, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Haced vosotros lo mismo. No olvidéis que Dios siempre se acerca a nosotros «muy pequeño», muy débil, por sorpresa. Que el «trocito» que tenemos de Dios (como el de la Eucaristía) es -casi siempre- bien poquita cosa cuando se pone en nuestras manos. ¡Y tan necesitado de tantos cuidados!

Y ¿que qué podéis aprender de mí? A callar, hijos, a callar... Empezando por estos días de tantos ruidos, prisas y jaleos… A Dios sólo se le recibe en silencio, callando, contemplando y asombrándonos de los caminos de Dios… Y como María y como yo mismo… dando nuestro humilde y tembloroso «sí».

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf  a partir de un texto de la Revista Orar (Monte Carmelo)
Imagen Superior «The Fisherman».
Imagen inferior de Philippe de Champaigne (El sueño de José)