1ª) ¡El nacimiento de Jesús en medio de la historia: Dios realmente entre los hombres, entre los pobres!
Salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero…. Historia y proyecto de Dios. La Escritura nos invita a contemplar siempre el proyecto de Dios inmerso en la historia de los hombres. No permite la huida de esta historia, aunque parezca desconcertante. Esta es la característica de la fe cristiana que es histórica, es decir, que contempla a un Dios transcendente y poderoso acomodándose pedagógicamente al desarrollo de la historia para realizar su proyecto salvador en favor de los hombres. Y el acontecimiento central de esta historia de la salvación, como no podía ser de otro modo, se realiza también en un marco histórico concreto y desconcertante. Por mandato de un emperador, usurpador e invasor del país del pueblo de Dios, el Mesías va a nacer en Belén. Dios actúa así. La grave tentación de nuestro mundo es la huída a no sabe dónde. El hombre intenta huir, alejarse de la historia real, porque sospecha, intuye o experimente que en el marco de la historia todo es paradójico y desconcertante. Y el creyente está asaltado por esa misma tentación. La realidad y el mensaje de esta Noche santa le invita con urgencia a tomar en serio el marco histórico en que le ha tocado vivir. Pablo nos invita a redimir el tiempo y el espacio. Esa es nuestra tarea: hacer de esta desconcertante y escandalosa historia una historia de la salvación en todos los ámbitos en que se desenvuelven nuestras vidas.
2ª) ¡Desconcertante y esperanzador mensaje: os traigo una gran alegría para todo el pueblo!
No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Son un relato de anunciación, una revelación. Cuando se hace presente Dios por medio de sus mensajeros, los receptores siempre sienten temor y espanto ante lo inesperado y lo divino. Pero lo importante es el mensaje que se quiere revelar. Es necesario saborear todo el sentido que el Espíritu Santo nos ofrece a través del evangelista. Estos títulos aplicados a Jesús los reveló el Espíritu a la Iglesia después de la Pascua. Pero ahora se anticipan a la Infancia para revelarnos la hondura de la presencia de Dios en aquel marco tan sumamente austero y simple. ¡Dios es así! estamos saboreando la Navidad desde la Pascua y el don del Espíritu. Y esto es la gran Buena Noticia que el mundo necesita. Debemos prestar hoy especial cuidado al actualizar este acontecimiento. Lo estamos reviviendo desde el misterio pascual. Eso significa para el creyente un compromiso serio frente a la historia que vive. En la Pascua se produjo la gran liberación, para que en la Navidad celebrada hoy se realice de nuevo. No celebraremos bien la Navidad si no se rompe a nuestro alrededor algún lazo esclavizador que imposibilita la verdadera comunión en la familia, en el trabajo, en nuestros compromisos sociales.
3ª) ¡Gloria y paz!
Una legión del ejército celestial alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama. En el lenguaje de la Biblia la «gloria» designa la automanifestación gloriosa de Dios. La gloria se manifiesta en la creación, pero sobre todo en la historia de la salvación (grandes gestas de Dios). Al fin de los tiempos se espera una manifestación definitiva de la «gloria» mediante la salvación de Israel. Esta Noche, como la de Pascua, son apropiadas para recordar, experimentar, proclamar, y recibir la gloria de Dios. Gloria y paz. La paz es el bienestar en el más amplio sentido de la palabra, la dicha, la salud corporal, la tranquilidad, el entendimiento pacífico entre los pueblos y los hombres, la salvación entendida como una realidad estable. Se participa a la vez en la paz y en los dones salvíficos. La Escritura testimonia que en estrecha relación con la paz se encuentra la justicia sin la cual aquella es imposible. La gloria y la paz están estrechamente vinculadas entre sí y con el plan salvador de Dios, de tal manera que la paz es la síntesis y la suma de todos los bienes salvíficos que Dios ofrece gratuitamente al hombre y en cuya recepción y proclamación se manifiesta la gloria de Dios. El profeta Isaías proclamaba: Convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra (Is 2,4). Esta palabra nos urge hoy a educarnos para la paz y no para la guerra. Los acontecimientos que se agolpan parecen desmentir este proyecto amoroso de Dios. Las naciones se preparan cada vez más para la guerra. Pero la verdadera paz no se construye sólo desde arriba. El edificio de la paz se comienza a construir desde abajo: nuestra propia intimidad y nuestra comunión con el Príncipe de la paz hasta alcanzar a las múltiples relaciones sociales y humanas. La paz es muy frágil y muy necesaria para los hombres. ¡Así se celebra bien el Nacimiento del Príncipe de la paz! Los creyentes debemos, esta Noche, asumir gozosamente la misión de hacer sensible y tangible al mundo la gloria de Dios respondiendo a su proyecto salvador y asumiendo el compromiso de llevarlo a los demás mediante la construcción de la paz. Dichosos los que promueven la paz porque ellos son hijos de Dios (Mt 5,9). Es el resultado del misterio pascual de Cristo: Por medio de él quiso reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz (Cl 1,20).