Celebremos con alegría santa la noche santa

1.- En esta noche santa debemos vestir el alma con traje de inocencia, de ilusión confiada, de fe sencilla y niña, de alegría santa. La alegría es una nota distintiva de estas fiestas, alegría individual, alegría familiar, alegría comunitaria, alegría interior y religiosa y alegría también social y pública. Las fiestas de Navidad sustituyeron, en su origen, a unas fiestas bulliciosas y desmadradas, llenas de crápula y desenfreno. Eran las fiestas que la sociedad celebraba en honor al sol invicto. Como se creía que el 25 de diciembre comenzaba el solsticio de invierno, es decir, que ese día el sol comenzaba a crecer, pues ese día comenzaban unas fiestas ruidosas y bullangueras, desmadradas, como hemos dicho, fiestas que duraban hasta el fin del año y el comienzo del año nuevo. Los cristianos participaban, como ciudadanos que eran, de la alegría de esas fiestas y también se podían ver envueltos en el clima de juergas y atropellos que se cometían en esos días. Contra estas fiestas quiso luchar la Iglesia y buscó un motivo religioso que pudiera cambiar estas celebraciones paganas por una celebración religiosa. Estamos a finales del siglo III y comienzos del siglo IV y la Iglesia dice a los cristianos que nuestro sol invicto es realmente Cristo Jesús y que debemos celebrar su nacimiento con más alegría aún que la que demostraban los paganos en memoria del nacimiento del sol. En ese momento y de esa manera comienza a celebrarse la Navidad cristiana. Frente a la alegría ruidosa y desmadrada de las fiestas paganas, los cristianos deberían manifestar en estos días una alegría igualmente grande, pero no una alegría pagana y externa, sino una alegría interior y religiosa. Siguiendo este deseo de la Iglesia, también ahora nosotros, los cristianos, debemos celebrar, estas fiestas con una gran alegría humana, interior y exterior.

2.- El principal motivo de nuestra alegría navideña no puede ser otro que la esperanza y la certeza de la venida de un Dios que, por amor, ha venido a salvarnos. Ha venido a salvarme a mí y, por eso, mi alegría es, en primer lugar, una alegría personal e íntima. Sé que, por mí mismo, no voy a merecer la salvación, pero también sé que, por los méritos de Cristo, Dios me va a salvar. Esto es motivo de profunda e íntima alegría religiosa y espiritual; la Navidad es tiempo propicio para experimentar y saborear esta alegría. La alegría navideña debe ser también una alegría familiar, celebrando familiarmente estas fiestas con una especial alegría. De hecho, en estos días de Navidad las familias se acogen y se reúnen con especial alegría. Estas reuniones alegres son un fruto bueno que debemos colgar del árbol de la Navidad. También los cristianos debemos expresar nuestra alegría navideña comunitariamente, como Iglesia de Cristo. Nos reunimos en la iglesia y expresamos nuestra alegría navideña contemplando el belén, cantando villancicos, y, sobre todo, participando espiritualmente en el misterio litúrgico de la eucaristía. En fin, que nuestra alegría debe ser humana, es decir, interior y exterior, íntima y privada, también exterior y pública. Una alegría llena de paz, de fraternidad, de compromiso con los miembros más necesitados del cuerpo de Cristo. Una alegría sin crisis, o a pesar de la crisis, humanamente cristiana y espiritualmente contagiosa.

Gabriel González del Estal

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Lectio Divina – 24 de diciembre

Nos visitará el Sol que nace de lo alto

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra.

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Lectura. Lucas capítulo 1, versículos 67 al 79:

Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo:

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo. Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su santa alianza.

El Señor juró a nuestro padre Abraham concedernos que, libres ya de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los días de nuestra vida.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos y a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de los pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El anuncio de Dios a Zacarías se realiza en un clima de alegría, signo de que los tiempos del cumplimiento han llegado. Zacarías recita un salmo, llamado, Benedictus, cuyo tema es la acción de gracias por la salvación que aparece en la historia de los hombres, y en el que se alude también a la misión específica de Juan, como precursor de Jesús.

Meditación:

Hemos llegado a la hora cero, la noche santa, la Nochebuena. ¡Qué nombre tan bello se le ha puesto! Noche en la que todos nos hacemos niños, y dejamos que hable el corazón, qu e se haga villancico, luz, ternura, amor familiar, bondad e ingenuidad. Noche en la que sale fuera el niño que somos por dentro, y hablan el Niño del pesebre, la mula y el buey, los ángeles y los pastores…. narraciones simbólicas que revelan lo más hondo de nosotros mismos y del sentido de nuestra existencia.

Vivamos con intensidad estos días. Detengámonos ¡como sea! para encontrar un tiempo de paz, de sabor, de oración ante el misterio: el misterio de Dios, el de Jesús, el de los seres humanos, el mío.

El tiempo de Navidad es un tiempo de amnesia. Se nos invita a olvidar todo aquello que nos disminuye y enferma. En toda comunidad hay roces y malos entendidos todos pasamos por muy malos ratos, con reacciones tan injustas como crueles hacia los demás. Todos somos heridos y heridores. Todos necesitamos olvidar. No solo perdonar desde lo alto de nuestra dignidad herida, cuando alimentamos con el recuerdo de nuestro perdón el recuerdo de la ofensa. Hagamos en este tiempo un esfuerzo definido y sistemático para expulsar de nuestra memoria la convicción de que somos víctimas.

Todos nos regocijamos hoy por el nacimiento de Jesucristo en la tierra. “¡Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” -canta alegremente la Iglesia en la misa de Nochebuena, con las palabras del profeta Isaías. Sí, Jesús ha nacido, y en Él “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” -nos dice san Pablo en la lectura de la carta a Tito-. Y en el Evangelio escuchamos el mensaje jubiloso que el ángel anuncia a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: ¡el Mesías, el Señor! Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

¡Dios se ha hecho hombre! ¡El Verbo eterno del Padre se ha hecho carne para redimirnos del pecado, para abrirnos las puertas del cielo y darnos la salvación! Es un misterio insondable, incapaz de ser abarcado ni comprendido suficientemente por nuestra pobre y oscura razón humana. El Dios infinito se hace un ser pequeñísimo; el Dios eterno se hace hombre temporal y mortal; el Dios omnipotente se hace un niño frágil, impotente e indefenso; el Dios creador de todo cuanto existe y a quien no puede contener el universo entero, se hace una creatura capaz de ser contenida en el vientre de María y luego envuelta en pañales… ¡Sí, este Niño es Dios! Y nace en la más absoluta pobreza, en la más profunda humildad, silencio, desprendimiento, obediencia al Padre… ¿Por qué? Por amor a cada uno de nosotros. ¿Para qué? Para darnos la vida eterna. Como bellamente nos dice san Ireneo, “el Hijo de Dios se hizo hijo del Hombre para que el hombre llegara a ser hijo de Dios”.

Ojalá que en esta Navidad meditemos hondamente en el significado y en el sentido profundo de lo que estamos celebrando.

Oración:

Te agradecemos Señor por dejarnos cantar nuestras alabanzas, porque nos hablas por medio de tu naturaleza, del prójimo que nos comunica su alegría, tristeza, el canto de un pájaro, gracias Señor, ya que nos pides, fidelidad, confianza, humildad, te pedimos nos ayudes para poderlas lograr.

Contemplación:

Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada. La gracia es una participación en la divinidad de Dios. La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica.

Oración final:

Hoy es 24 de diciembre, me he preocupado para que esté lista y preparada la fiesta de convivencia familiar, pero ¿me he preparado espiritualmente para recibirte en la intimidad de mi corazón? Señor, esta Nochebuena quiero humildemente darte el regalo de mi libertad, no te merezco pero no puedo vivir sin tu amor, sin tu gracia, ven, Señor Jesús.

Propósito:

Celebrar con un espíritu auténticamente cristiano esta Noche Buena y que meditemos hondamente en el significado y en el sentido profundo de lo que estamos celebrando.

La riqueza se hace pobreza

Por fin, antes de que cante el gallo, anteponiéndose y adelantándose al saludo del sol… en esta misteriosa noche, Dios, sin demasiado ruido, casi de puntillas…aparece, nace y comparte nuestra condición humana.

1.- Nunca, la altura estuvo tan arras del suelo y, jamás el camino del hombre, estuvo tan encumbrado en las alturas: ¡Dios se hace hombre y, el hombre, alcanza al mismo Dios! ¿En dónde? En un simple pesebre.

Bendita sea esta Navidad. Esta noche en la que, en el silencio, Dios nos hace escuchar y comprender la grandeza y el secreto de estos días: su inmenso amor.

Dios sale a nuestro paso, Dios se hace fiador, Dios pone toda su omnipotencia al servicio de la humanidad.

Parece como si, antes de que el gallo cantara, el Señor se arrodillase ante el hombre para decirle: ¡qué más quieres que haga por ti!

-Soy Dios y me hago como tú, hombre

-Estoy en los cielos, y desciendo vertiginosamente a la tierra

-Soy Divino y…toco en todo, menos en el pecado, todas vuestras entrañas. ¿Todavía queréis más?

2.- En esta noche, los ángeles, interrumpen nuestro sueño. En adviento estábamos en vela, ahora, los ángeles nos instan a ponernos en camino para adorar al Dios que ha bajado a la tierra. Un gran acontecimiento nos sigue sorprendiendo a una gran parte del mundo: Dios se hace hombre.

Algunos, como los contemporáneos del Niño Jesús, no se percatarán de su nacimiento

3.- Otros, cerrando sus corazones, serán reflejo de aquellas otras posadas que dijeron ¡no! al paso de la Familia Sagrada

Y, otros más, entretenidos en sus cosas, en su mundo y mirando a otra parte…serán incapaces de descubrir, ver y seguir el destello de una estrella que conduce hasta el Dios Humanado. ¡Gracias, Señor!

–Puede que, como los pastores, también nosotros veamos unos simples pañales, un austero portal.

–Puede que, como los pastores, nuestros ojos no descubran nada extraordinario. Pero, es que en esa aparente invisibilidad del señorío de Dios, está la dignidad de su pobreza y la pobreza en su grandeza. Sólo, con un corazón sobrecogido por el misterio, podremos ver el prodigio que está contenido en un mísero establo. Nunca, tanta riqueza, se hizo tan gran mendigo para solicitar del hombre eso: cariño, amor, ternura, asombro, respeto, adoración y fe.

¿POR QUÉ, SEÑOR
Aprovechas la orfandad de la noche
sin más cortejo, que el amor de una Virgen
al amparo del cayado de un anciano,
para nacer pobre siendo inmensamente rico?

¿POR QUÉ, SEÑOR
Pudiendo ser agasajado por cortejos reales
prefieres la bondad y las sencillez de unos pastores
y el calor de una mula y un buey?

¿POR QUÉ, SEÑOR
Comunicándote como siempre lo has hecho
a través de profetas y reyes
signos, milagros y portentos
te sirves tan sólo de unos ángeles
que van pregonando tu gloria y tu nacimiento
de valle en valle?

¿POR QUÉ, SEÑOR
Siendo Dios, como Tú lo eres,
te humillas tanto a favor de aquellos
que, siendo hombres, a veces nos sentimos “dioses”
Dinos, Señor;
¿Por qué te haces tan pequeño?
¿Por qué quieres llorar y sufrir como el hombre?
¿Acaso no sabes que, por ser hombre,
te espera una cruz, levantada por hombres,
allá en un sangriento horizonte?

¿POR QUÉ, SEÑOR
Rompes las fronteras del cielo
y te adentras, sin ruido ni aspavientos,
en la débil humanidad que espera tu salvación?

¿POR QUÉ, SEÑOR?
Sólo hay una respuesta,
tan grande como Tú mismo
y tan corta la palabra que te define:

¡TODO POR AMOR!
Por amor naces y por amor bajas
Por amor lloras y por amor redimes
Por amor te dejas adorar
y por amor, un día también,
en otro trono, de madera también,
demostrarás lo mucho que nos amas.
¡POR AMOR, SEÑOR, VIENES AL MUNDO!

Javier Leoz

Comentario – 24 de diciembre

24 DE DICIEMBRE

La promesa a David de una dinastía eterna, y el cántico del Benedictus en labios de Zacarías, nos preparan a celebrar esta noche el nacimiento del Mesías, Cristo Jesús.

1.- El rey David, una vez consolidada la situación militar y política del pueblo, lleno de buena intención religiosa, quiere construir un Templo para el Arca de la Alianza, o sea, una casa para Dios, dando por finalizada la etapa de la inestabilidad y de las peregrinaciones.

Natán le anuncia de parte de Dios que no será él, David, quien regale una casa a Dios, sino Dios quien le asegura a David una casa y una descendencia duradera, que en primer término es su hijo Salomón, pero que se entendió siempre como un anuncio del rey mesiánico futuro. Dios, que le ha ayudado hasta ahora en sus empresas, le seguirá ayudando a él y a sus sucesores. La palabra «casa» juega así con su doble sentido de edificio material y de dinastía familiar. Son los planes de Dios, y no los nuestros, los que van conduciendo la marcha de la historia.

El salmo nos hace cantar nuestro agradecimiento a la fidelidad de Dios: «cantaré eternamente las misericordias del Señor». Y recuerda expresamente: «sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: te fundaré un linaje perpetuo. Le mantendré eternamente mi favor y mi alianza con él será estable».

2.- Nosotros leemos estas expresiones con la convicción de que se han cumplido en Cristo a la perfección. Jesús es llamado muchas veces en el evangelio «hijo de David», o sea, que pertenece, incluso literalmente, a la casa de David, aunque política y socialmente muy venida a menos.

Ayer el cántico del Magnificat, en boca de María, resumía la historia de salvación conducida por Dios. Hoy es el cántico del Benedictus, que probablemente era también de la comunidad, pero que Lucas pone en labios de Zacarías, el que nos ayuda a comprender el sentido que tiene la venida del Mesías. Los nombres de la familia del Precursor son todo un programa: Isabel significa «Dios juró», Zacarías, «Dios se ha acordado», y Juan, «Dios hace misericordia». En el Benedictus cantamos que todo lo anunciado por los profetas se ha cumplido «en la casa de David, su siervo», con la llegada de Jesús. Que Dios, acordándose de sus promesas y su alianza, «ha visitado y redimido a su pueblo», nos libera de nuestros enemigos y de todo temor, y que por su entrañable misericordia «nos visitará el sol que nace de lo alto».

En el nacimiento de Jesús es cuando definitivamente se ha mostrado la fidelidad y el amor de Dios.

3.- a) Es un hermoso cántico que la comunidad eclesial ha hecho suyo desde hace dos mil años, y lo canta con más motivos aún que Zacarías.

Cada día se reza en la oración matutina de Laudes, y ciertamente con coherencia, recordando «el sol que nace de lo alto», que para nosotros es Cristo Jesús, que quiere iluminar a todos los que caminamos en la tiniebla o en la penumbra, y comprometiéndonos a servirle «en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días», y «guiar nuestros pasos en el camino de la paz» a lo largo de la jornada.

Pero hoy, víspera de la Navidad, tras la preparación de las cuatro semanas de Adviento, este himno nos llena particularmente de alegría, pregustando ya la celebración del nacimiento del Señor esta próxima noche.

b) Como David, tenemos que recordar que no somos nosotros los que le hacemos un favor o un homenaje a Dios celebrando la Navidad, sino que es él quien nos envuelve en su amor, quien nos visita y nos redime, haciéndonos objeto de sus promesas y su fidelidad. Es Dios quien en primer lugar piensa en nosotros, y no nosotros en él. Todo lo que se nos anunciaba a lo largo del Adviento se cumple sacramentalmente en la Navidad que está a punto de iniciarse.

c) Vale la pena que aprendamos de Zacarías a entonar cantos de alabanza a Dios, porque continuamente estamos recibiendo sus dones, y a vivir nuestros días, nuestros años, en su presencia, llenos de confianza y fidelidad también por nuestra parte.

En torno al año 2000, cuando celebramos el Jubileo de los dos mil años del nacimiento de Jesús, todavía se hace más entrañable cada año la fiesta de la Navidad. Y nos debe llenar cada vez más de alegría y de consciente optimismo. Hace dos mil años que el Hijo de Dios ha querido encarnarse en nuestra familia y en nuestra historia.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

La Palabra de Dios habita entre nosotros

1. – No es fácil despejar la emoción personal de cada uno en estas fiestas de la Navidad del Señor. Y, sobre todo, este año en el que el calendario nos ha traído muchas coincidencias. Así, ayer, celebrábamos el Cuarto Domingo de Adviento y el final de ese tiempo. Por la noche, en ese mismo día, en la Misa de Medianoche, hemos iniciado el tiempo de Navidad. Y, en fin, ha sido en que entrañablemente llamamos Misa del Gallo, donde se ha leído el relato maravilloso de Lucas sobre lo acontecido en Belén, con las idas y venidas de los ángeles y la adoración sencilla de los pastores. No hay mejor momento para escuchar a San Lucas. Pero, luego, ya en la misa del día, cuando el nacimiento del Mesías es un hecho, resulta de enorme altura la recitación del principio del Evangelio de San Juan donde se refleja la acción del Verbo de Dios, de la palabra de Dios. Y no hay en la totalidad de las Sagradas Escrituras un texto de superior altura, en donde se define la gran aportación del paso de Cristo por la Tierra y es el conocimiento fehaciente de la Trinidad Beatísima, que el Antiguo Testamento solo se vislumbraba.

En estos primeros años del Tercer Milenio es donde parece que hay como una ventana a la eternidad, parece lógico hacer especial mención de todos los aspectos trinitarios que se nos presenten. Ello nos acerca a esa «visión» trinitaria. El prólogo del Evangelio de San Juan, que acabamos de escuchar contiene todo lo necesario para entender esa interrelación entre las divinas personas. Visto, además en el contexto histórico en que se hizo, solo puede entenderse en función de que se escribió gracias a una fehaciente revelación divina, cercana y plena. La definición creadora de la Palabra, del Verbo, supera la capacidad humana de intuición. Hay que reiterar, pues, la importancia del texto del mencionado prólogo del Evangelio de San Juan.

2. – Sea como fuere, este texto sobrecoge y es muy propio para ser meditado en estos días en los que nuestra espera ya ha terminado. Y el continuo grito de «¡Ven Señor Jesús!» se ha cumplido. Pero es fundamental que se nos defina de manera total a quien esperábamos y dicha definición expresada de manera exacta está en los citados primeros versos del Evangelio de Juan. Por otro lado, el comienzo de la Epístola a los Hebreos va a marcar, asimismo, el punto de traslación entre el Antiguo y Nuevo Testamento y enlaza con lo afirmado por Juan al decir el autor de la Carta a los hebreos que «sostiene el universo con palabra poderosa.

Escribe Isaías en su capitulo 52 un párrafo de indudable belleza plástica que define la labor del mensajero, del portador de noticias, del periodista de entonces. Dice el profeta: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey!» De hecho está coincidiendo en la definición de Hijo de Dios que de tanto el autor de la Carta a los Hebreos como San Juan en la introducción a su Evangelio hace. Isaías con su sentido plástico se fija en los pies de quien trae la Buena Nueva. Pero va a insistir. Añade: «Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.» Ver cara a cara al Señor es participar en su llegada, o en su vuelta. Es la presencia inmediata, absolutamente, cercana del Dios que acaba de llegar. Sobre este aspecto inciden los tres textos proclamados.

3. – Había que decir, además que esa especie de explosión doctrinal y teológica del principio del Evangelio de Juan está en perfecta correspondencia con la sublime emotividad del relato de Lucas sobre el nacimiento de Cristo. Si hace falta que sepamos como se manifestó Dios y sus ángeles en la prodigiosa noche de Belén, hemos de saber igualmente cual es, exactamente, la naturaleza y misión del Hijo de Dios que acaba de nacer. Hay que tener en cuenta las dos cosas. Y ambas se nos ofrecido en la Palabra de Dios que hemos escuchado hoy.

El calendario nos obliga a reflexionar sobre como va ser este Milenio, del que iniciamos –ya dentro de unos días—su quinto año. Y ojalá que coincidiera con una extensión significativa de la Palabra del Dios y del Reino de Cristo. Y nosotros tenemos la obligación de convertirnos en portavoces de la Buena Nueva y de la Alegría –con mayúsculas—del Nacimiento de Jesús. Es lo que debemos hacer nada más salir del Templo. Es nuestra obligación gozosa. Pero también hemos de mostrar nuestra alegría. Sabernos inmersos en la Navidad y gozar de la alegría que trae siempre el nacimiento de un niño, entendiendo que el Niño que nos ha nacido es Dios y que viene a cambiar el mundo y los corazones de los hombres.

Ángel Gómez Escorial

Dios continúa amando a los hombres

1. Las tres lecturas de este día tan bello nos hablan de una presencia entre nosotros: la presencia de Dios que ha querido vivir con nosotros. Isaías un pasaje jubiloso nos trae el saludo del mensajero de la paz, del portador de la buena noticia de que Dios reina. Gritan jubilosos los centinelas porque Dios se nos ha dejado ver cara a cara. Sus pies son hermosos y pequeñitos, ya se harán grandes para ir delante del rebaño y para ser clavados en la cruz. Vemos a Dios, al Inmenso, en una carita de Niño diminuta que nos sonríe y conquista y enamora. La humanidad estaba sumida en las tinieblas del mal y del pecado, igual que Jerusalén estaba destruida, el pueblo de Israel desterrado y humillado, y Sión abandonada. Pero viene Dios en la humildad de este niño y nos trae el anuncio de que Dios reina en quienes le quieran recibir, y realizará con su vida la gran victoria de Dios sobre todos los enemigos de la humanidad: el odio, la guerra y los pecados que deshumanizan a los hijos de Dios. Por eso «los ángeles cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor que vuelve a Sión» «Gloria a Dios en la tierra y a los hombres a quienes Dios ama».

2. Esta Noche hemos leído el relato del nacimiento de Jesús narrado por san Lucas. En la misa de la Aurora hemos leído que los pastores fueron a Belén y encontraron al niño como les habían dicho: junto a su madre, una humilde doncella que guardaba en el corazón las cosas tan grandes que Dios iba manifestando. Junto a José, un humilde carpintero que debía velar por ambos. Un niño un pesebre como los más pobres de los pobres y el más humilde de los humildes. Dios se nos muestra sin la prepotencia de los conquistadores y sin la violencia de los poderosos. Sin armas y sin ejércitos. Sin provocar gritos de terror ni llantos de angustia. Ante su presencia amorosa los ángeles y los pastores cantan de alegría.

3. El prólogo del evangelio de san Juan nos dice lacónicamente que la Palabra de Dios, por la cual Él hizo los mundos, ha puesto su morada entre nosotros, como si hubiera plantado su tienda de pastor entre las ovejas del rebaño, para iluminarlas con la luz de su presencia que aleja las tinieblas. Esta Palabra eterna y creadora se hace carne humana para que por ella todos los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios. Nuestro corazón debe hoy desbordar de alegría y gratitud. Por la cercanía amorosa de Dios, por la salvación y por el perdón que nos ofrece. Porque nos revela que quiere nuestra felicidad. Y que Él quiere ser para nosotros un Padre amoroso que siempre nos espera y nos acoge. Los cristianos, al celebrar el nacimiento de nuestro salvador, tenemos que comprometernos a compartir con todos esta alegría, haciendo de nuestras vidas un testimonio del amor de Dios, que se nos ha manifestado de forma tan espléndida. Un amor que da vida y trae paz, que cura y consuela, que perdona y acoge.

4. El comienzo de la carta a los Hebreos, nos habla de lo que Dios ha hecho por nosotros, por todos los seres de este mundo: nos ha dirigido su Palabra, en el pasado, en distintas ocasiones y de muchas maneras por medio de los profetas. Pero ahora ha querido hablarnos cara a cara. No desde el esplendor de su gloria y su potencia, sino en la humilde existencia de este niño, su Hijo, su heredero universal. El contraste es muy grande. La manifestación de Dios no se nos impone con fuerza arrolladora, pues los ángeles nos anuncian que nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor envuelto entre pañales, acostado en un pesebre, un niño indefenso en brazos de su madre. Por eso cantan la gloria de Dios en los cielos y la paz en la tierra para todos los seres humanos, los seres que Dios ama.

5. Si en las misas de medianoche y de la aurora hemos contemplado el acontecimiento del nacimiento de Jesús, en la Misa del día leemos textos que nos acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios que manifiesta y vela a la vez aquella historia. La profecía y el salmo responsorial proclaman la finalidad universal de la Encarnación, cuyos beneficios son para todos los pueblos. En el mismo tono elevado, los prólogos de la carta a los Hebreos y del Evangelio de san Juan anuncian solemnemente las etapas de la salvación, que llegan hasta el misterio del Verbo divino que «se encarnó, y acampó entre nosotros».

6. La “fides quaerens intellectum”, la fe que busca razones, ha ido indagando desde la filosofía y la teología el motivo profundo de “Cur Deus homo”, ¿Por qué Dios se ha hecho hombre?, que es el título de una obra de San Anselmo. La justicia vindicativa, dirá San Anselmo, influenciado por Aristóteles. Y Duns Scoto, dirá la gloria de Dios, para recibir la gloria no sólo del seno de la Trinidad, sino de un hombre que le pueda glorificar y amar dándole gloria y amor infinitos. La Revelación de Dios marca una diferencia esencial en la justicia de Dios invocada, con reminiscencias aristotélicas, por San Anselmo como vindicativa, pues esta justicia justifica, hace justos, hace santos. Dios no perdona porque se expía el pecado, sino que salva y justifica porque perdona. Y perdona porque ama. Dios se encarna no para que el hombre le ame sino para amar él al hombre con la medida suya que es la de amar sin medida, amar hasta la muerte. Jesús, hecho hombre en la carne pecadora, sufriendo todas las limitaciones humanas, con una obediencia humana de una manera distinta a como obedecía y obedece en el seno de la Trinidad hasta morir en la cruz, nos ofrece la inmensidad del amor de Dios, misterio insondable, garantizado por la Palabra revelada transmitida por San Juan 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Al que así nos ha amado, ¿quién no le amará?

8. Cuando nos acerquemos a comer el fruto del vientre de María en la eucaristía, pidámosle a Ella que al mostrárnoslo como a los pastores: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre», llena de plenitud de gozo, nos enamore de quien tanto nos ama. Y que sepamos encontrarlo y amarlo en nuestros hermanos, sobre todo en los más pequeños y desprotegidos. Amén.

Jesús Martí Ballester

Navidad: ¡El Dios a la vista!

1.- La promesa esperada por profetas, hombres y mujeres de buena voluntad se cumplió: Dios se encarnó en Cristo voluntariamente. Es el gran intento de llegarse hasta el hombre y, Aquel que habitaba en el cielo, lo consiguió aunque una mayoría entonces (y también hoy) no se percatasen de su llegada: habló y no escucharon, vino y miraron en dirección equivocada.

La Navidad es, saber y vivir, que Dios es amor. Pero, ese amor, no se ofrece cómodamente desde la distancia o disimulado por el más allá de las nubes o de las estrellas. Dios, entre el delirio y la locura, se rebaja para ponerse al mismo nivel que nosotros: se hace niño como nosotros, será joven como nosotros y, en la madurez, morirá como nosotros.

2- .La Navidad caer en la cuenta que, si Dios se hizo hombre, algo bueno debemos de tener cuando, Dios mismo, quiso ponerse en nuestra propia piel para sentir y sufrir nuestras mismas circunstancias, darnos una palabra de aliento o indicarnos esos caminos que se convierten en sentimientos de paz y de sosiego, de felicidad y de hermandad entre todos.

¿Qué tienen estos días de Navidad que restañan heridas y acercan pueblos? ¿Qué encierra, este día, que sopla y hace fluir lo mejor de nosotros mismos? ¿Qué esconde este tiempo en el que hasta nos atrevemos hacer tan buenos propósitos? ¿Será el secreto de que por fin, la Palabra, se revela en un rostro llamado Jesús?

3.- ¡Dios baja voluntariamente pobre a la tierra! La Navidad es el salto gigantesco que Dios hizo desde la orilla del cielo hasta nuestra tierra, de su ser divino hasta la realidad humana. ¡Se puede pedir más a un Dios anonadado! El nacimiento de Cristo es la razón suprema de la Navidad.

Sin necesidad de exigencias, sin ruegos ni súplicas, Dios – en un supremo acto de ternura hacia nosotros- vino, viene y vendrá. Nació en un pesebre cuando muchos lo esperaban en palacio y flanqueado por alabarderos y de oros finos. Fue arropado por simples pañales en la soledad de la noche cuando otros lo soñaban entre mantos y en olor de multitudes. Ese, ni más ni menos, es el Dios de la Navidad: un Dios desconcertante y pobre. No hay otro camino, es la puerta obligada y la condición de todo auténtico adorador del Niño: pobreza y humildad.

4.- ¡Dios baja voluntariamente pacífico a la tierra! La Navidad, cuando apunta y alumbra a Dios, se convierte en una espoleta de paz y de fraternidad. Entrar en el Portal en este día es ser conscientes de que la humanidad, más que nunca en nuestros días, necesita de Alguien que acalle el ruido de las armas, que ponga unión en las familias, serenidad en las mentes retorcidas, perdón y reconciliación entre las naciones, gratuidad y amor frente tanto egoísmo suelto.

La Navidad, es el nuevo orden que Dios quiere proponer en nuestra tierra. Muchos, como entonces, tampoco se darán cuenta. Seguirán creyendo que Dios hace tiempo que enmudeció o que dejó de interesarse por el hombre. Que Dios se olvidó de nuestra realidad sufriente. ¿Cómo la vivimos nosotros?

En medio, de tanto colorido desvirtuado cuando no de tanto contrasentido navideño, Dios, por encima de todo, nace. Esa es la gran verdad: ¡nace de nuevo en cada corazón y en cada hombre que quiera y este dispuesto a acogerle!

Entre otras cosas, porque a Dios humanado, se le recibe libremente y nunca a la fuerza. Al fin y al cabo, también El, llegó hasta nosotros espontáneamente y sin ningún tipo de contraprestación que no fuera la Fe.

¡Qué paradoja la de Navidad! Dios, que había sido siempre Palabra, se hace presente y embajador celestial a un Niño que no sabe hablar. Pero, cuando se mira a ese Niño, y se escucha nítidamente, se aprende una gran lección en el secreto que nos trae: DIOS ES AMOR. ¿Seremos capaces de percibir y atender este mensaje? Para ir a Belén no hay más camino que el del amor ni mayor milagro que el de la Fe. ¡Feliz Navidad! ¡Dios ha nacido!

Y termino mi homilía con este diálogo con el Señor Jesús

**Señor Jesucristo, te damos gracias porque eres nuestro hermano. Porque siendo Dios, quisiste hacerte uno como nosotros, igual en todo, menos en el pecado.

**Porque viviendo eternamente con el Padre, viniste al mundo, a experimentar la vida humana con todas sus consecuencias. Y entre nosotros sentiste la vida, la alegría, el dolor, la compasión, y el amor.

**Te hiciste humano como nosotros, para que nosotros nos acercáramos a Ti. ¡Qué grande y qué pequeño eres a la vez Jesús! Por ello, te damos gracias y te pedimos que nos ayudes a asemejarnos a Tí, buen Jesús. A imitarte a Ti, en la bondad, en la paciencia, en la alegría, en el optimismo. En la lucha decidida contra el pecado, personal y social.

**Ayúdanos Señor Jesucristo, a vivir la unidad en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Ayúdanos Señor, a construir la paz ahí donde hace tanta falta, ahí donde reina la discordia; danos tu paz para hacerla presente.

**Danos tu gracia, Cristo, para que seamos tus testigos, y los hombres crean en Ti.

**Gracias Jesús por tu presencia en medio de nosotros, gracias por tu amor que nos salva, Amen

Javier Leoz

La venida de Jesucristo no deja indiferentes

«La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.» Así se anuncia en forma solemne en el grandioso prólogo del evangelio de san Juan el gran misterio que celebramos hoy en la fiesta de Navidad.

Jesucristo, la palabra de Dios que se hizo carne para estar con nosotros, es el único que puede invitarnos con fuerza a entrar en una vida nueva, que Él mismo nos prometió darnos en abundancia.

En los últimos siglos el hombre comenzó un retorno a la era precristiana, al mismo tiempo que parecía convencido de estar avanzando en la historia. Desde mediados del siglo XIX hasta los años sesenta del pasado siglo, una verdadera embriaguez de ciencia y técnica fue el caldo de cultivo de un pensamiento sobre el hombre que tuvo como denominador común el decir del hombre lo que conviene únicamente a Dios. Al ser humano se le concedieron atributos que lo absolutizaron. El hombre fue endiosado en utopías, en ideologías, en diversos sistemas de pensamiento. No importa que lo fuera individualmente, como especie, o socialmente.

El gran drama de estos últimos tiempos ha sido poner a los hombres y a los pueblos ante el dilema de optar por Dios o por el hombre. A este período de la historia se ha convenido en llamarle modernidad. Y al período que le ha sucedido, y en el cual parece que vivimos hoy, se le da el nombre de posmodernidad. En la modernidad Dios sobraba, en esta época presente, en este nuevo siglo, falta Dios.

Hemos asistido a este cambio con admiración y sorpresa; la nueva generación con desconcierto, porque las etapas no se suceden unas a otras con fechas fijas; más bien se superponen, se gestan con simultaneidad a las corrientes dominantes de pensamiento. Y así, ni la Edad Media fue tan creyente, ni el período moderno ha sido tan ateo; porque el hombre permanece siempre el mismo y se hace casi siempre las mismas preguntas y sufre y necesita amar y que lo amen y busca seguridades y reclama consuelo en su desvalimiento. Cuando pasa el frenesí de una época todos vuelven a darse cuenta de que somos barro, hechura de la mano de un Dios que nos ha modelado y, al decir del profeta: “Puede una vasija volverse hacia su hacedor para decirle; ¿por qué me has hecho así?” Llega entonces el momento de dejarse encontrar por Dios.

2. El primer movimiento será la búsqueda de Dios y esto es bueno. Buscaban los magos del Oriente una estrella y encontraron a “un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.” En la búsqueda está la posibilidad del extravío y también de topar con la verdad que nos sale al paso. Pocos filósofos antiguos fueron tan contrarios al cristianismo como Porfirio. Pero san Agustín, a través de él, del vacío que ese pensador experimentó en su alma, descubrió que la única verdad que salva es Jesucristo.

Y a Jesucristo lo podemos encontrar en cualquier momento, en cualquier sitio. Para todas las preguntas que el hombre antiguo, moderno, o posmoderno puede hacerse, Jesucristo es la palabra definitiva que Dios ha dicho a los hombres, una Palabra hecha carne que acampó entre nosotros. Acampar es plantar una tienda en cualquier sitio. Dios se ha hecho encontradizo en Cristo.

Es esto lo que celebramos en la fe los cristianos en este nuevo siglo: que el hombre puede encontrase con Dios porque Dios nos envió su Palabra eterna hecha carne, que ha puesto su tienda en medio de nosotros. Lo terrible del pecado está dramáticamente presentado en el relato bíblico de la creación. Antes del pecado del hombre, Dios se paseaba por el jardín del paraíso al atardecer y el hombre se encontraba naturalmente con él. Después del pecado el hombre fue sacado del paraíso, de aquel jardín donde se encontraba con Dios y ya no pudo más compartir habitualmente con Él. Una nostalgia de Dios quedaría para siempre en el corazón del hombre.

3. Varios pensadores de la modernidad, llevados por esa nostalgia, que extrañamente nos asalta a todos, trataron de llegar hasta Dios sólo con sus propias fuerzas, con sus propios razonamientos. Esto no es más que otro tipo de pretensión del hombre: la de hacerse Dios, la de ascender por sus propias fuerzas hasta el Creador. Lo que no pudieron ellos, ni muchos otros llamados modernos, fue concebir el camino descendente de Dios: “La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.”

La venida de Jesucristo al mundo no deja indiferentes a hombres y pueblos, sean cristianos o no, creyentes o no creyentes. Quien no cree puede celebrar a Jesús de Nazaret como el hombre que más ha marcado la historia de la humanidad; como el hombre puro, amante de la sencillez, sublime en sus palabras, cercano al débil y al pobre, con una doctrina sobre el amor inigualada por ningún otro. Pero nosotros, cristianos, porque creemos en su nombre, porque sabemos que es el Emmanuel (el Dios-con-nosotros) y hemos recibido el poder para ser hijos de Dios. Jesucristo es el mensajero que anuncia la paz, que nos trae una buena noticia. Dios nos había hablado muchas veces y de distintos modos por sus profetas, pero ahora nos ha hablado por medio de su Hijo.

Como nos dice san León Magno en su sermón de Navidad, “alegrémonos, hoy ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida.” Esta invitación a vivir la alegría es una llamada para todos: al intelectual y al trabajador manual, a los artistas, educadores, hombres de ciencia, personas con responsabilidades públicas y simples ciudadanos, a los que sufren por la enfermedad, la soledad o las carencias de amor o de bienes indispensables para la vida, a los presos y a las personas que viven separadas de sus seres queridos, a quienes no viven en su patria y la añoran, especialmente en estos días.

Alegrémonos, hoy la salvación, ha venido por Jesucristo al mundo y algo ha cambiado definitivamente desde entonces, y algo puede y debe cambiar en nuestra vida desde al calor de nuestra mirada, al conjuro de nuestra palabra comprometedora que nos deja siempre ante la alternativa de ser mejores. Ha acampado para siempre entre nosotros Jesucristo. Creyentes y no creyentes podemos redescubrir en Él valores perdidos, despertar sentimientos positivos, recuperar la alegría de vivir.

Antonio Díaz Tortajada

Una noche diferente

La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.

Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta frustración? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de nuestro ser estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba un silencio impenetrable.

En la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. No nos ha hablado para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Dios no ofrece palabras. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.

Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.

Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. No estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no somos solitarios, sino solidarios» (Leonardo Boff). Dios comparte nuestra existencia.

Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida, y con él podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.

Recordemos las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 24 de diciembre

El canto de la misericordia

Las palabras de Zacarías son poderosas, porque surgen de una incubación de nueve meses de una experiencia de Dios en el silencio y la oración. Hay una cosa en común en los cantos de Zacarías y María: un sentimiento de absoluta gratitud a la misericordia de Dios que reina por encima de todo. «Esta es la obra de la misericordia de nuestro Dios», declara Zacarías. Tal es la conclusión de cualquiera que haya tenido una experiencia de Dios. El asceta Silouan el Athonite, un santo ortodoxo oriental, llegó a una gran humildad después de largos años de pruebas espirituales, y a partir de entonces rezó y lloró por todo el mundo como por sí mismo. Uno de sus dichos dice así «Entiende dos pensamientos, y témelos. Uno dice: ‘Eres un santo’, y el otro: ‘No te salvarás’. Ambos pensamientos son del enemigo, y no hay verdad en ellos. Pero piensa de esta manera: Soy un gran pecador, pero el Señor es misericordioso». Pronto cantaremos, como Zacarías, celebrando esta Misericordia hecha carne.

Paulson Veliyannoor, CMF