Al estilo de un mensaje

Mis queridos jóvenes lectores, la homilía no la escribiré al estilo de un mensaje, ni de un sermonazo. Espero os guste y os sea provechosa, algún otro día os la daré de manera semejante.

MARÍA SOÑABA…

José la miró y lo entendió de inmediato…

Le daba miedo coger al Niño, pero ella se lo suplicaba con la vista. Tenía miedo de que se le cayera, que tal vez se hiciese daño aquella criaturita inocente y delicada. Las manos de un artesano no son las más aptas para estos menesteres. María venía preparada para el momento y él lo sabía. Se acercó pues él al envoltorio que hasta entonces había ido a lomos del borrico y sacó ropa limpia, delicadamente doblada. Asintió ella con la mirada. José no sabía qué hacer, miró a su alrededor, solo vio en el muro un pesebre, dudó, le daba vergüenza recurrir a algo tan vulgar, de reojo se dio cuenta de que ella seguía sus movimientos y asentía. Arreglo como pudo la paja, depositó encima una pieza de tela. El miedo le embargaba, debía vencerlo, colocó con tanta delicadeza como pudo al Niño encima y lo tapó con ropa de abrigo. Suspiró satisfecho. No entendía de niños, pero le pareció que no lo había hecho mal, que descansaba, que tal vez dormía.

María también.

SUEÑO DE JOSÉ.

Se asomó a la puerta y miró a lo alto, le pareció ver que una estrella resplandecía más que las demás, se acordó de lo que un día contaba el rabino. El profeta Balaam iba con su burra, vio una estrella y se lo dijo al rey sinceramente, en aquel brillante astro estaba implicado el Mesías esperado. Miró José entonces a su pollino sonriendo, pensó para sí: en algo me parezco, gozo yo de semejante compañía. Volvió a mirar fijamente al cielo, se le cerraron los ojos… Al amanecer no se acordaba de nada más. Y es que rendido del camino, de la emoción, de los ajetreos y del parto de su esposa, no le quedaban fuerzas ni para soñar, por eso no pudo aguantar y ahora se daba cuenta de que se había dormido sin saber como ni cuando.

SUEÑO DE MARÍA

Ella en cambio, sí soñó. Vio a su vera un ángel, se fijó detenidamente y se dio cuenta de que era el mismo que le había hablado en Nazaret. Entonces no se había atrevido a mirarle, embargada de vergüenza. Nunca había imaginado tener junto a sí a un personaje de tal talla, aumentaba su estupor, el misterio que se le comunicaba. Asombrada y temerosa no sabía que desear más, si una aclaración que le detallara el futuro que la esperaba, o que se acabase la entrevista de una vez… Ahora sí, en Belén se atrevió a fijarse en él. No fue una mirada altiva, orgullosa, de prepotencia. Continuaba convencida de su pequeñez, de la gratuidad de su elección. Pero le sorprendía que pudiera mirarle sin incomodarse. Tal vez fuera porque estaba convencida de que se había cumplido lo que le anunció aquel día y ella había colaborado dócilmente a las indicaciones que le llegaban de lo alto. Atónita descubrió que Gabriel sonreía y gracias a este gesto se vio inundada de paz. Seguramente se trataba de la sombra del Espíritu Santo que la protegía y ella a su vez, también sonrió.

A fuer de veraces, hay que decir que le entraron ganas de reír, pero se dominó, José dormía y el descanso lo tenía muy merecido. Se dominó, pero por dentro, muy adentro, sus entrañas reían a carcajadas, de la felicidad suprema de la que gozaba.

Recordó que el Señor-Dios acabada su labor de creación había descansado. En su sueño miró a lo alto y lo contempló sonriendo también. Pudo entonces después de este ensueño dormir plácidamente, sin ninguna vacilación

EL NIÑO TAMBIÉN SOÑABA

Sí, los niños también sueñan, pero no lo cuentan, no saben contarlo, ni siquiera saben hablar. Como los demás, sabía llorar. Sí, el llanto no era pena, era una manera de decir que estaba vivo, que no lo olvidaran, que le tuvieran en cuenta, era su única manera de expresarse…

Pero corrijo, este Niño sabía otra lengua desconocida de los hombres y en este idioma ahora se comunicaba con su Padre, no eran precisas las palabras, o, más bien, Él mismo era la Palabra.

En los arcanos se había cumplido un momento muy esperado. Había Dios entrado en la historia humana, de esto hacía nueve meses, ahora algunos hombres ya lo habían contemplado. Primero fue su padre el elegido y aceptado. Era padre por voluntad, por aceptación de los deseos singulares de su Padre-Dios. Su paternidad obedecía totalmente a la docilidad, no tenía ningún otro componente. Se había sentido desde el primer momento su protector, su tutor, así que la Criatura, era totalmente aceptada, totalmente amada, totalmente suya. Aquello casi parecía el Cielo. Abbá-Dios le amaba plenamente, pero no pudo sonreírle, no era su estilo.

(Su Madre era diferente, íntimamente unidos Madre e Hijo durante aquel tiempo, comunicados por sencillos movimientos de Él y abrazos de Ella en su vientre, ahora ya estaba a la vista de quien quisiera recibirles. Supo que en sus brazos le parecía pequeño, ¡qué importaba! A los ojos de los íntimos siempre lo debía ser, para que aprendieran ellos mismos a no aspirar a grandezas).

Hijo y Padre se contemplaban y dialogaban en monóloga conversación. Introducido el Hijo en la historia, venía a salvarla, para eso había sido enviado. El Padre complacido de que ya empezaba la hazaña, también se sentía esperanzado y sus carcajadas eran espectaculares auroras boreales, visibles para algunos privilegiados.

Pedrojosé Ynaraja

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En el silencio total de una noche

1.- Hay un dicho popular que dice, tras producirse un momento de gran silencio en una conversación ruidosa y muy animada entre varias personas, “que ha pasado un ángel”. No sé si en el origen de esa frase está el momento, único y cósmico, de silencio que experimentó la Tierra y toda la creación –aquí en este planeta y en todos los mundos– momentos antes del Nacimiento de Jesús en Belén. La propia liturgia de la Navidad recoge ese hecho. Y creo que, cuando el Dios creador de todo, iba a incorporarse a la existencia histórica de sus criaturas, la naturaleza tuvo que asumir tal cambio con, casi, un silencio de estupor.

Pienso, asimismo, que también tuvo que acontecer un gran silencio, o una quietud de personas, animales y elementos, en aquellos segundos que mediaron entre el ofrecimiento a María del arcángel Gabriel y su sí, libre, de aceptación. Y es que en todas las transiciones de los elementos naturales, que, sin duda, tienen mucho de cósmico, de afirmación de todo el universo, hay una quietud que es preludio del cambio. No sé si habréis notado, en la orilla, cuando el mar se queda quieto, casi inmóvil, con olas mínimas, en los instantes anteriores a un gran levante u otro tipo de tempestad.

Los evangelios y escritos apócrifos, que florecieron en el cristianismo de los primerísimos años, hay muchas narraciones maravillosas sobre aquellos momentos, tanto en el Nacimiento del Salvador, como en su Anunciación: las florecillas crecían abundantemente de manera inmediata y el Niño Dios, todavía un bebé, ya jugaba a construir crucecitas en el taller de su padre. La verdad es que –nos lo dice el Antiguo Testamento—Dios se nos acerca en medio de un leve susurro de viento y el Ungido aparecerá tan suavemente que ni siquiera tronchará la caña ya casi rota. Por eso las manifestaciones de Dios serán así: grandiosas por su sencillez. Y es que, nosotros mismo en nuestro tiempo, acostumbrados al ruido permanente, a la música de alto volumen, aplicada a la intimidad de nuestros oídos, por unos inmisericordes auriculares, si llegáramos a notar un silencio total y armónico, escoltado por el brillo de los astros más lejanos, también nos quedaríamos perplejos, aunque no nos asustaríamos, nos extrañaríamos…

2.- No seré yo quien os pida silencio en esta noche de alegría, pero pienso que todos, hoy también, habremos apreciado el silencio grande preludio de las grandes cosas. Ha sido –¿a qué si?—un momento antes del inicio de esta Misa del Gallo. Ya la mayoría estábamos colocados esperando el comienzo. Todo ha quedado en silencio durante unos instantes. Y yo he recordado el silencio cósmico de Belén… Os decía que no os iba a pedir silencio en esta Noche que celebramos el Nacimiento del Dios hecho Hombre para nuestra salvación. Y, sin embargo, si os querría decir que deberíamos buscar, con más frecuencia, ese silencio que nos acerca, que nos funde con Dios. Y que siempre llega como preludio de una comunicación importante con el Creador. Y es que –yo creo—si guardamos silencio y nos tranquilizamos totalmente desde dentro hacia fuera, Dios aparece. Podemos escucharle. Por que, ya os decía, Dios llega en el silencio, en el susurro del viento, en la serenidad de un corazón bien abierto a la paz y la concordia.

3.- Junto con la especial belleza del templo, hoy, aquí y ahora, con los adornos, los manteles, los ornamentos de gran fiesta, han brillado como nunca las lecturas que acabamos de escuchar. Isaías nos ha dicho que “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”… Y esa luz, el Dios vivo que ha bajado a la tierra, ilumina todo lo oscuro que puebla nuestro mundo, el de ahora y el de antes. La carta de Pablo a su discípulo querido, Tito, anuncia que la Gracia de Dios ha aparecido para toda la humanidad. Y esa Gracia está presente desde esta noche entre todos nosotros. San Lucas describe el viaje a Belén y el Nacimiento del Salvador fuera de la posada. Es un relato que nos emociona porque está presente en nosotros desde nuestra niñez. Y las imágenes didácticas de los nacimientos están basadas, fundamentalmente, en ese relato de Lucas. Luego, cuando termine nuestra celebración, si nos acercamos al Belén que la parroquia ha montado y le miramos con atención veremos que es una representación en figuras de lo que Lucas nos viene contando desde hace siglos y siglos. Yo, además, he apreciado un especial silencio mientras escuchábamos absortos y el silencio se podía tocar con las manos en las pausas que hacían lectores y ministros…

4.- Revindiquemos el silencio profundo y positivo con el que Dios se manifiesta. No es el silencio de los amordazados y el silencio de los mudos de miedo. Es el silencio de la espera tranquila pero mejor escuchar a Dios. Qué desde hoy, ya que nos ha nacido un Salvador, sepamos interpretar los silencios de Dios. Son anticipo de algo grande. Estad seguros. Y ahora recibir mi más fuerte abrazo de hermano que se siente feliz… ¡Feliz Noche Santa! ¡Feliz Navidad!

Ángel Gómez Escorial

Contemplemos con asombro y alegría al niño

1.- EN MEDIO DE LA NOCHE.- Isaías habla de que en la oscuridad reinante, cuando el pueblo vivía en la sombra de las tinieblas, entonces se vio brillar una gran luz. El libro de la Sabiduría refiere que “cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente cual implacable guerrero saltó del cielo…” (Sb 18, 14s.). Sin duda que se da una relación entre ese pasaje y el nacimiento del Hijo de Dios, en la noche de su nacimiento, a la que se refiere el relato de San Lucas. Sin embargo hay una diferencia significativa, el Verbo no viene como guerrero, sino como Príncipe de la paz.

En efecto en medio del silencio de la noche, Dios nace de la Virgen María. Con inmensa ternura la madre envuelve al Niño divino en limpios pañales y lo deposita con cuidado en un pobre pesebre. Fuera la noche sigue su recorrido sideral, por la senda punteada de estrellas. En los campos de Belén todo duerme, excepto unos pastores que velan junto a su rebaño

2.- GLORIA A DIOS EN EL CIELO.-“…acostado en un pesebre…” (Lc 2, 1-14) Es una noticia insólita, no solo por la aparición, sino también por el contenido del anuncio. Por una parte la llegada del Mesías, tan ansiada y esperada durante siglos, les llena de alegría y sorpresa pues ellos, unos humildes pastores, han recibido tan asombroso mensaje. Pero por otro lado, la noticia resulta extraña pues el Hijo de David sería un príncipe que naciese en un palacio real. Pero ellos, sencillos pastores, no vacilan ni por un momento. Sólo piensan en ir a verlo y a tributarle su veneración y cariño.

Ante el anuncio divino desaparece la lógica humana, o mejor dicho, se sublima la razón, se leva y se capacita para descubrir que, detrás de las apariencias humanas, está oculta la grandeza divina… Cuando uno se fía en exceso de su propio parecer, se cierra a entender, aunque sea a medias, el misterio inefable de Dios. Es preciso reconocer nuestra limitación a la hora de juzgar o explicar algunas cosas, sobre todo cuando se trata de verdades trascendentes y sobrenaturales. Por tanto, hemos de recurrir a la ayuda. Acudir, como hacen los niños, a nuestra madre la Virgen María e implorarle con humildad y sencillez que, como los pastores, también nosotros vayamos presurosos a Belén y contemplemos con asombro y alegría a ese Niño recién nacido.

Antonio García-Moreno

Misterio de amor

1.- ¡Feliz Noche!, ¡Feliz Navidad! Son las palabras más repetidas hoy. Para muchos no es la Navidad, sino las «Navidades». Su celebración va unida a las cenas de empresa, la lotería, la cesta, Papá Noel -la esencia de la Navidad según un spot publicitario-, el abeto, las bolas y el espumillón, el aguinaldo, las panderetas y zambombas, el pavo, el champán, el turrón, los mazapanes… El gasto inútil y el desenfreno alcanza cotas inimaginables. ¿Es esto la Navidad? Olvidamos con frecuencia el origen de lo que estamos celebrando. Sólo cuando nuestra mirada se desvía hacia el Belén y vemos al niño sonriendo en su cuna de paja nos damos cuenta de la razón de todo esto.

2.- La clave está en cómo recibimos nosotros la llegada en toda su humildad del Niño-Dios. Toma nuestra condición, «se hace hombre para divinizarnos a nosotros», según San Agustín. Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María. Este es el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, quienes, según Joaquín Jeremías, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!

3.- Hoy María y José siguen llamando a nuestra puerta. He aquí un relato, un cuento que puede ser realidad:

«Estando tranquilamente descansando en mi confortable casa después de un duro día de trabajo, llamó a mi puerta un inmigrante pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:

— ¡Largo de aquí; no me molestes! Aquí no hay sitio para ti. Que te den de comer en tu país.

Más tarde llamó a mi puerta un mendigo pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:

— ¡Largo de aquí; no me molestes! Trabaja para ganarte el pan, como hacemos todos y no vivas del cuento.

Luego llamaron a mi puerta un drogadicto y un alcohólico, pero les dije lo que muchas veces se dice:

— ¡Largo de aquí; no me molestéis! Si estáis así es porque vosotros lo habéis querido. ¡Allá vosotros!

Poco tiempo después llamó a mi puerta un parado pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:

— ¡Largo de aquí; no me molestes! Si no trabajas es porque no quieres.

Finalmente llamó a mi puerta la injusticia, y entró arrolladoramente en mi casa sin yo quererlo, dejándome sin trabajo, sin dinero, sin casa y sin amigos. Desesperado, fui llamando de puerta en puerta pidiendo ayuda, pero siempre recibí la misma respuesta:

–¡Largo de aquí; no me molestes!

Me vi obligado a marchar de mi tierra, y fui vagando de un sitio a otro, recibiendo siempre la misma respuesta:

–¡Largo de aquí; no me molestes!

Descubrí lo hostil que puede llegar a ser el mundo cuando se es un pobre excluido…., alguien que ya no cuenta para nadie. Refugiado en el alcohol, lloré amargamente tirado en un rincón de la calle, y allí quedé dormido sobre unos cartones. Al despertar, para sorpresa mía, me encontré de nuevo bajo el techo de mi confortable casa, acostado sobre mi cama y con mi pijama de siempre, teniendo todo lo que creía haber perdido desde que entró la injusticia en mi casa. ¿Qué había ocurrido? Después de serenarme un poco y recapacitar, me di cuenta de que todo resultó ser una terrible pesadilla, tan real como la vida misma.

De pronto llamó a mi puerta un hambriento pidiendo ayuda, y sin dudarlo, abrí mi puerta para que aquel hombre se sentara en mi mesa y comiera conmigo. Desde ese día decidí no seguir siendo culpable con mi indiferencia, y mi puerta quedó siempre abierta para poder hacer justicia a mis hermanos”.

4.- Dios se acerca al hombre hasta el punto de hacerse uno de ellos. Pero sólo los humildes, los pastores, fueron capaces de descubrirlo. El misterio de la Encarnación, es el misterio del Amor de Dios al hombre. Demos gracias a Dios en este día de Navidad por el Niño-Dios hecho hombre por nosotros.

José María Martín OSA

Natividad del Señor

A partir del año 70 d.C., la situación de los cristianos que vivían en Palestina cambió enormemente. La comunidad a la que se dirige Juan no solo está sufriendo hostilidad por parte de los fariseos que acabaron expulsándolos de las sinagogas, y rechazo social en los ambientes judíos, sino también una división interna debido a cierto espiritualismo que negaba la plena humanidad de Jesucristo. En ese contexto surge el cuarto evangelio alrededor del misterioso “discípulo amado”. Aquellos cristianos aprenden a ver la encarnación y la muerte de Jesús como signo y camino del amor divino hacia la humanidad. El Jesús terreno se identifica plenamente con el Hijo amado del Padre.

Por otra parte, el texto de Lucas (2,1-14) que leemos en la Nochebuena nos narra el mismo misterio con palabras diferentes. Ambos relatos tratan de decir a Dios a través de Jesús.

El prólogo de Juan comienza: “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1-18). Son las dos caras del misterio de Jesús: su existencia desde siempre junto a Dios, su igualdad con Él (una unión íntima de relación) (Jn 10,30) pero no se confunde con Dios. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios a la humanidad. Misterio que no abarcamos del todo.

Destacan dos afirmaciones que nos lleva a revisar la forma de vivir la fe, hoy: “La Palabra se hizo carne”, comienza su andadura en el tiempo. Sin embargo, se nos contó como acontecimiento del pasado en el cual no tomo parte, y no nos damos cuenta que está sucediendo constantemente. Y: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que  es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”. Cuando toda persona, tras un período de opacidad, reconoce en sí misma lo divino de su naturaleza esencial, acontece su verdadero nacimiento, el cual no viene por vía de generación humana, sino “de la gracia y la verdad que viene de Cristo Jesús”.

La Palabra de Dios se encarna en la vida íntima de Jesús para que pueda ser entendida por todos. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios, cuánto nos quiere, a través de imágenes y palabras que nada tienen que ver con leyes, doctrinas o dogmas elevados, sino fruto de la enseñanza de sus padres, María y José, y del movimiento profético de Israel que él asume hasta sus últimas consecuencias: anuncio y denuncia de todo aquello que provoca vida o muerte.

Es una Palabra que implica hacerla “carne de nuestra carne”. Juan proclama, “de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”. Nace en mí, debo alimentarla y asumir su propuesta de salvación: ser cauce de amor, de justicia, de paz y de perdón. Solo la actitud que cada uno/a adopte en su vida, de lo que quiera hacer con ella, arriesgándonos incluso al fracaso, nos da la medida entre vivir amando siendo bendición para otros o vivir odiando siendo maldición.

“Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir”. Presencia que va más allá del tiempo y del espacio, que lo llena todo. ¿Sabemos traducir y hacer comprensible esta expresión a nuestros jóvenes, en nuestras comunidades cristianas? ¿A qué experiencia mística, de diálogo interior, remite?

La Palabra que es Vida y Luz, penetra y sostiene todas las cosas, lo que somos, pues todo depende del Amor Supremo. La Palabra es el “Yo soy” que se esconde en la intimidad de cada ser, cuando descubrimos la luz del “sí mismo”, o el “ser en Dios”. Es la luz verdadera que con su venida al mundo, ilumina a todo ser humano.

Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron”. Ocurre cuando nos dispersamos, cuando ponemos nuestra identidad en el “ego”, en nuestras ambiciones, soberbia, miedos, mentiras, desvaríos… ¿Quién puede sentirse hoy atraído y cautivado por este acontecimiento íntimo, vital, silencioso, humilde, necesario? ¿O nos enredamos en el despilfarro, el consumismo, ruidos, gentío…? Decíamos al comienzo, que el pueblo judío no fue capaz de ver en Jesús la vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. ¿Damos, hoy, los cristianos testimonio de su luz, de su vida?

¿Qué decir de la Iglesia, Pueblo de Dios, incapaz de concretar procesos de cambio estructural, inclusión, equidad y conversión realmente evangélicos?

A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos/as de Dios. Estos son… los que nacen de Dios. Creer en sentido bíblico, es decir, aquellos que confían y viven lo que significa Jesús, no una serie de verdades inmutables, sino la aceptación de su persona, que es Buena Noticia.

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Hoy, planta su tienda en esta humanidad itinerante y peregrina. Culminación de todo lo anterior. Isaías canta al Señor por la restauración de Jerusalén: “los confines de la tierra contemplan la victoria de nuestro Dios”.Y Lucas escribe: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor” (2,14). Nosotros cantamos por la restauración de nuestro mundo y experimentarnos “Ser en Dios”, al abrirnos el camino para vivirlo como hijos/as suyos/as.

Dice Joan Chittister[1], que “la falta de fe en la presencia de un Dios invisible en un momento difícil tiene sentido. No tener confianza en la fuerza que se me ha dado es mucho más grave que dudar de lo que creo, pero no puedo ver. Negar las capacidades que se me han otorgado: el pensamiento, la reflexión, la sabiduría, el discernimiento, la compasión…, es prácticamente un pecado contra la creación. Priva a la comunidad humana de los dones que se me han dado para el bien de ésta y convertirlos en verdaderos”. De nada sirven si no los ponemos al servicio de nuestros hermanos/as.

¡Todos los días nace Abbá-Dios!

¡Shalom!

Mª Luisa Paret García


[1]Cf. Joan Chittister, OSB, Hermanas Benedictinas de Erie, Pensilvania, USA “El momento es ahora”, en el que recurre a  la sabiduría de los/as profetas de todos los tiempos, Sal Terrae, 2021.

Lectio Divina – Natividad del Señor

La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros

Invocación al Espíritu Santo:

Espíritu de amor, ven e ilumina mi entendimiento y abre mi corazón para comprender el mensaje de Dios que por medio de la Palabra encarnada me quiere transmitir. Para así saber vivir el Evangelio y ser un auténtico cristiano.

Lectura. Juan capítulo 1, versículos 1 al 18.

En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Ya en el principio Él estaba con Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por Él y sin Él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron.

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz.

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por Él y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios.

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan el Bautista dio testimonio de Él, clamando: “A éste me refería cuando dije: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’ “.

De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Lo que comúnmente es conocido como el prólogo del cuarto evangelio es, en realidad, un antiguo himno cristiano, a modo de villancico navideño, que expresaba y celebraba la fe de la comunidad joánica en Cristo como Palabra eterna de Dios, su origen intemporal, su categoría divina, su influencia en el mundo y en la historia. El evangelista lo adoptó, pero al mismo tiempo introdujo en él una serie de modificaciones que matizan y completan la profunda teología de dicho himno.

Meditación:

Hoy la Iglesia presenta a todo el mundo su grande y único tesoro: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, como un niño indefenso. Todos tenemos urgencia de encontrarnos con Él. Las generaciones lo esperaban con ansia. Grandes signos acompañaban su venida. En torno a su cuna se dan cita las virtudes de la humildad, de la sencillez y de la pureza. La riqueza y la pompa del mundo, sin embargo, no lo descubrieron. Por eso, su nacimiento es una fiesta vivida entre contradicciones.

Al hacerse hombre, el Hijo de Dios manifiesta su inmenso amor hacia nosotros, ¡verdaderamente sus planes son grandiosos! Esa grandiosidad no la puede descubrir el mundo con sus criterios de placeres fáciles, sus sueños de honra y de poder.

Porque todo parece suceder en contra de los cálculos humanos: La virginidad de María, en vez de condenarla a una vida estéril, la hace fecunda. Los auxilios especiales de Dios salvan a José de sus dudas al respecto. Imprevisiblemente María y José se tienen que ir a Belén, ciudad natal de José. A pesar de estas circunstancias tan desagradables, que además no les permiten encontrar lugar en el mesón, se va cumpliendo el plan de Dios – como si nada lo pudiera detener: el Hijo de Dios quiere nacer entre la paja y las bestias del campo; su comité de ingreso lo forman algunos pastores.

Todo ello es una señal inequívoca de que nuestro Dios ama de un modo muy especial a los más desamparados y olvidados, a aquellos cuya única riqueza es Dios. Quería darles la seguridad de su cercanía.

Al hacerse niño, Jesucristo se jugó el todo por el todo. No vino para que otros le sirvieran, sino para enseñarnos desde el primer momento de su vida, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se perdona. Así nos redimió.

Oración:

Señor que no sea siego a tu Palabra, al conocimiento de Cristo quien nos ha mostrado tu imagen al venir al mundo para darnos la salvación.

Contemplación:

El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la Persona de su Hijo hecho hombre para la Redención universal y definitiva de los pecados. Él es el nombre divino, el único que trae la salvación y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación de tal forma que no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvarnos (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 432).

Oración final:

Jesús, contemplar el misterio de la Navidad me confirma el gran amor que tienes por cada uno de nosotros. Me doy cuenta de que Tú viniste al mundo para amar y para enseñarme a amar. Ayúdame a vivir como Tú en la entrega generosa y delicada a los demás, que mi actitud sea como la de los pastores, que corra presuroso a procurar el bien en todos y en cada uno de los miembros de mi familia.

Propósito:

Trataré de dar testimonio de la venida de Cristo, por medio de mis obras y de mi amor al prójimo.

Dios se hizo hombre en Jesús y se hace hombre en todos los seres humanos

Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos hablan del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Solo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”, como decía Agustín. Pero está ahí, y solo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él y hacer que los demás también lo vean.

La encarnación solo tiene realidad dentro de ti, como solo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Solamente dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz… Si no descubro lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús. Esto debe hacernos pensar.

Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “caí Theos en o Lagos” y en latín: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse  por  “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase, “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés. Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra, manifestada en un hombre. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado y en ese error hemos vivido toda nuestra vida.

Seguimos creyendo y diciendo que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios; ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre… Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no me afecta a mí. Hallarme has en ti, hallarte has en mí.

Fray Marcos

Vivir en la luz de la comprensión

Fuera de la comprensión, todo es oscuridad y, en consecuencia, confusión y sufrimiento. Por el contrario, la comprensión es luz, claridad y liberación. Por lo que no resulta exagerado afirmar que todo se ventila en ella, y que solo ella aporta plenitud de vida.

Pero “comprender” no se reduce a “entender”.  No es, por tanto, una actividad exclusivamente mental. La mente se mueve en el mundo de los objetos –“objeto” es todo aquello que puede ser observado- y trata de entenderlos por medio del análisis y la reflexión. Es una tarea imprescindible. Sin embargo, si nos reducimos a ella, quedamos encerrados en la peor ignorancia.

Comprender equivale a “ver”. Y así lo recoge la raíz sánscrita “vid”, de donde viene el verbo latino “video” = “yo veo”. “Vid” significa, a la vez, “conocer” y “ver”. Esta es la comprensión de la que hablamos. Y no llegamos a ella a través de la mente, sino más bien al contrario, en el silencio de la mente, en una atención desnuda que transciende el plano de las formas u objetos.

Comprender significa saber de manera experiencial qué somos; permanecemos en la ignorancia mientras lo desconocemos, tomándonos por lo que no somos. Dicho brevemente: si el autoconocimiento es el principio de la sabiduría, la identificación con el yo es el principio de la ignorancia.

Ahora bien, la comprensión no se halla al alcance de la mente, porque esta nunca podrá conducirnos más allá de ella misma. La comprensión no se conquista; se recibe. Lo que cabe hacer es desarrollar aquellas actitudes y capacidades que puedan “disponernos” a recibirla.

¿Qué hacer? Podría resumirlo en cuatro palabras: atender, indagar, experimentar y silenciarse. En concreto, se trata de desarrollar la capacidad de atender; indagar a partir de la primera pregunta “¿Qué soy yo?”, abriéndome a descubrir qué soy más allá de lo que pienso ser; experimentar en nuestra vida cotidiana qué ocurre cuando vivo las circunstancias creyendo que soy un yo particular o cuando las vivo desde la “hipótesis” de que mi identidad profunda es la consciencia una, la vida misma, la totalidad; practicar y saborear el silencio de la mente, permaneciendo en quietud, más allá de las formas.

¿Me conformo con “entender” (pensar) o estoy abierto/a a “comprender”?

Enrique Martínez Lozano

¿Sabe usted qué es la Navidad?

A veces, cuando alguien nos propone hacer algo, no lo hacemos porque “no lo vemos”. Aunque se nos diga que es algo bueno descubrimos inconvenientes y dificultades que nos echan atrás: necesitamos “verlo” nosotros mismos. Estamos a las puertas de la Navidad, y son muchas las personas que, por diferentes motivos, “no ven” la razón de celebrar estos días y todo lo que conllevan. Unas veces porque la Navidad se ve como una “imposición” del cristianismo sobre otras religiones. Otras veces, porque no tiene sentido atiborrarnos de dulces de todo tipo cuando nos pasamos el resto del año cuidando la línea. Tampoco se ve sentido a una celebración meramente “familiar”, si nos estamos viendo el resto del año o hay tensiones y rupturas que no podemos dejar de lado. Y ¿por qué hay que gastar un dineral en regalos, cuando la crisis nos afecta tan duramente? Todo esto (y también razones de tipo más personal, como enfermedades, el recuerdo de quienes han fallecido…) hace que muchas personas, ante la Navidad, “no la vean”.

La Navidad es la celebración del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, un acontecimiento que forma parte del plan de salvación que Dios tiene para la humanidad. Pero tanto la 1ª lectura como el Evangelio nos muestran dos ejemplos de quienes “no ven” ese plan de Dios.

En la 1ª lectura, el rey Acaz no había querido formar parte con otros reyes de una colación contra Asiria, porque “no ve” que Asiria pueda ser derrotada, a pesar de que Dios se lo había prometido por boca del profeta. Por eso, cuando el profeta le dice que pida una señal, Acaz sigue sin “ver” el plan de Dios y disfraza su desconfianza con una respuesta aparentemente piadosa: no la pido, no quiero tentar al Señor.

Y en el Evangelio hemos escuchado que: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. Es muy probable que María hubiera puesto a José al corriente de la visita del Ángel y del plan de Dios, y por eso la duda de José no sería acerca de la culpabilidad o inocencia de María en una aparente infidelidad; la duda vendría porque José “no ve” ese plan ni el papel que él tendría que desempeñar en el mismo, y se siente sobrepasado por las circunstancias. Pero, aunque él “no lo vea”, como tampoco quiere que María sea considerada una adúltera, como era bueno… decidió repudiarla en secreto.

Pero aunque José “no vea” ese plan que el Ángel ha anunciado, él no se cierra en banda sino que permanece abierto a Dios. Y por ello se le apareció en sueños un ángel del señor que le dijo: … no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

El ángel le confirma que eso ha sucedido para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta. José, entonces, “vio” por sí mismo el plan de Dios y la necesidad de participación en Él, como descendiente de la Casa de David, y por eso cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer, para que el plan de Dios siguiese adelante.

¿En qué ocasiones digo de algo que “no lo veo”? ¿Qué aspectos referentes a la fe cristiana “no veo”? ¿Reacciono con incredulidad, me desentiendo, o dejo abierta la posibilidad de “verlo”? ¿Me siento llamado, como José, a colaborar en el Plan de Dios, o como esto “no lo veo”, me cierro en banda y decido repudiar esa llamada?

En el camino de fe hay momentos y circunstancias que superan nuestra lógica, y como “no lo vemos”, nos entra la duda y el rechazo. Estamos a punto de celebrar la Navidad y es muy normal que “no veamos” muchas de las cosas con que la hemos rodeado y que se hacen estos días.

Pero la Navidad es la actualización, hoy, aquí, del plan de salvación de Dios, que se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación. El nacimiento del Hijo de Dios es un misterio, pero no por eso es un imposible. Porque lo que es “imposible” desde el punto de vista humano es real por obra del Espíritu Santo, aunque nosotros “no lo veamos”, y eso es lo que nos disponemos a celebrar.

Estemos abiertos a lo imposible, como José, y no tengamos reparo en acoger este misterio. Abrámonos a la acción del Espíritu Santo como María, y preparémonos “con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza” (Prefacio II de Adviento).

Comentario al evangelio – Natividad del Señor

La Palabra se hizo carne

Proclamar que es Navidad significa afirmar que Dios, a través del Verbo hecho carne, ha dicho su última palabra, la más profunda y la más bella de todas. La ha introducido en el mundo, y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo. Y he aquí lo que dice esta palabra: «Mundo, ¡te amo! Hombre, ¡te amo! (K. Rahner)

Vivimos en la era de las comunicaciones: – boletines de noticias, noticias casi al instante en las webs de prensa y redes sociales. Tantas, que se amontonan, y se tapan unas otras, sin tiempo para digerirlas. Se habla de «infodemia» que la OMS define así: «Se trata de una cantidad excesiva de información -en algunos casos correcta, en otros no- que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna cuando las necesitan»

– Nos «comunican» falsas informaciones, o «titulares» que tratan de desviar la atención de otras realmente más importantes. O nos distraen con la vida de los actores, deportistas y famosillos con sus amores, desamores y traiciones… que en realidad no debieran importarnos para nada… pero favorecen eso que tanto nos gusta: el chismorreo. A mí me sorprende que «ciertos» concursos tengan tanta audiencia.

– Cualquiera puede darse da cuenta de la invasión de «ofertas» del siglo «durante muy pocos días» (y no sólo en estos días navideños). Nos insisten hasta la saciedad en los «regalos» para los demás o para ti mismo… como si «todos» pudieran permitírselos. Pero a los que «no pueden» no se los ve, «no existen».

– Cuando uno atiende a nuestras Instituciones Democráticas y representantes políticos… se asombra (por decirlo en suave), pues lo que debiera ser una escuela de diálogo entre «distintos» criterios y pareceres se llena de agresividad, insultos, verborrea, ataques personales hacia el honor de los contrarios, descalificaciones… sin olvidar los bulos y manipulaciones de lo que debieran ser datos objetivos y demostrables, o propuestas, etc. Y las palabras dichas (promesas, compromisos, objetivos, proyectos)… se dejan a un lado o se contradicen con los hechos… sin ninguna vergüenza. Ufff

– Las palabras describen la vida, y son su eco y correa de transmisión. Estos días se «elige» la palabra del año. Entre las candidatas están:  apocalipsis, criptomoneda, diversidad, ecocidio, gasoducto, gigafactoría, gripalizar, inflación, inteligencia artificial, sexdopaje, topar, ucraniano, bloqueo,  inflación, guerra…

Pues en medio de toda esta maraña de palabras (no necesariamente negativas, afortunadamente), el Evangelio de la Navidad nos habla de «la» Palabra». Escribe Saverio Corradino:

La palabra es vida y da la vida. Cuando una madre alumbra al hijo, le hace un don grandísimo, pero cuando le enseña a decir las primeras palabras, le confiere una segunda vida, tan importante como la primera y, tal vez, aún más asombrosa. La madre ayuda a que nazca el pensamiento en el niño, a desarrollar su inteligencia y creatividad, a que surjan en él los primeros signos de la afectividad: amándolo le enseña a amar. La palabra hace del niño una persona capaz de comunicarse y de relacionarse con los demás.

            Por eso Dios ha querido hacerse Palabra encarnada en nuestra historia. Como una madre, pretende enseñarnos a «hablar» de otra manera. En definitiva a SER DE OTRA MANERA.
Los autores sagrados, los ángeles, los sacerdotes y profetas se han desgañitado por hacernos oír una palabra distinta, una Palabra que viene de Dios, una Palabra que es luz en medio de la oscuridad de tantas palabras, y que requiere un poco de silencio para ser escuchada. Queremos escucharla y no podemos. ¿Qué habrá que hacer para conseguir ese silencio donde pueda resonar, hablarnos, lhabitar la Palabra?

           § En primer lugar tendremos que desintoxicarnos de tantas palabras que tenemos metidas en la cabeza y en el corazón, y que nos vienen del campo de la publicidad y del consumo: usa, gasta, compra, tira, esto es mejor, esto es nuevo, esto es ecológico, biodegradable o sin conservantes, llama ahora a este teléfono y lo tendrá en casa en muy pocos días… Con todas estas palabras retumbando en la cabeza y condicionando nuestra vida… Dios difícilmente se dejar oír.

           § Luego tendremos que desprendernos de tantas palabras superficiales o innecesarias, que se nos escapan de la boca y del corazón. No puede ser que personas que forman parte de una misma familia hablen de tantas tonterías, discutan de cosas bastante secundarias, y no se puedan (¿o no quieran o no sepan, o no se propongan?) hablar de sus preocupaciones, sus ilusiones, sus sueños, sus sentimientos, lo que les llena o deja vacío el corazón? ¿Las heridas que llevamos y que están sin curar, mal disimuladas con alguna tirita, cuando lo que necesitan es aire puro, oxígeno, diálogo, perdón, etc?

           § Lo mismo habría que decir de los amigos/as: Además de hablar de lo de siempre, ¿hablaremos alguna vez de cómo podemos ayudarnos a ser un poco más felices? ¿compartiremos nuestros problemas? ¿sabremos escuchar los problemas de los demás intentando comprenderlos y actuar en consecuencia? ¿seremos capaces de dejar de aparentar? ¿podremos alguna vez dejar de tener que esconder tantas cosas de nosotros mismos, por el miedo a quedarnos solos? (¿no estamos solos ya?). Y en nuestras comunidades religiosas y parroquiales, ¿dejaremos de lado  tantos chismorreos y minucias, y aprenderemos a compartir más nuestra fe, nuestra oración y los retos evangelizadores que tenemos delante de las narices?

           § Y por fin habrá que desprenderse de tantas otras palabras que se nos van pegando con la marcha de la vida: los recelos, las sospechas, las apariencias, los prejuicios, las caretas, el sabérselas todas, el «ya nos conocemos», el «qué se puede esperar de una persona así», las palabras utilizadas como dardos envenenados…

Esta tarea no es nada sencilla. Más que nada todo porque ni nos lo proponemos. Y el mismísimo Dios, cansado de tanta «confusión lingüística», apenado por esa Torre de Babel que nos hemos construido para subir a no se sabe dónde… decidió poner las cosas claras, y la Palabra se hizo carne, y agarró su Tienda y se puso en medio de nosotros (Jn 1, 14).
Vino a decirnos palabras nuevas: Amor (ésta sobre todo), misericordia, acogida, encuentro, fraternidad, perdón, escucha, solidaridad, comunión…  Nos propone un vocabulario que nos haga más personas, a su imagen y semejanza. Y a los que son capaces de acoger y hacer suya esa Palabra que nos visita, «los hizo capaces de ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Ya sabéis cuáles son las palabras de Dios… para ser escuchadas y para ser pronunciadas por todos y cada de nosotros. Es significativo que María, después de acoger la Palabra del Ángel… pronunciara la primera Palabra del Padre en la Escritura: «Hágase». Pues lo mismo nosotros.

¡Ah! Y Feliz Natividad del Señor

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf