1.- EN MEDIO DE LA NOCHE.- Isaías habla de que en la oscuridad reinante, cuando el pueblo vivía en la sombra de las tinieblas, entonces se vio brillar una gran luz. El libro de la Sabiduría refiere que “cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente cual implacable guerrero saltó del cielo…” (Sb 18, 14s.). Sin duda que se da una relación entre ese pasaje y el nacimiento del Hijo de Dios, en la noche de su nacimiento, a la que se refiere el relato de San Lucas. Sin embargo hay una diferencia significativa, el Verbo no viene como guerrero, sino como Príncipe de la paz.
En efecto en medio del silencio de la noche, Dios nace de la Virgen María. Con inmensa ternura la madre envuelve al Niño divino en limpios pañales y lo deposita con cuidado en un pobre pesebre. Fuera la noche sigue su recorrido sideral, por la senda punteada de estrellas. En los campos de Belén todo duerme, excepto unos pastores que velan junto a su rebaño
2.- GLORIA A DIOS EN EL CIELO.-“…acostado en un pesebre…” (Lc 2, 1-14) Es una noticia insólita, no solo por la aparición, sino también por el contenido del anuncio. Por una parte la llegada del Mesías, tan ansiada y esperada durante siglos, les llena de alegría y sorpresa pues ellos, unos humildes pastores, han recibido tan asombroso mensaje. Pero por otro lado, la noticia resulta extraña pues el Hijo de David sería un príncipe que naciese en un palacio real. Pero ellos, sencillos pastores, no vacilan ni por un momento. Sólo piensan en ir a verlo y a tributarle su veneración y cariño.
Ante el anuncio divino desaparece la lógica humana, o mejor dicho, se sublima la razón, se leva y se capacita para descubrir que, detrás de las apariencias humanas, está oculta la grandeza divina… Cuando uno se fía en exceso de su propio parecer, se cierra a entender, aunque sea a medias, el misterio inefable de Dios. Es preciso reconocer nuestra limitación a la hora de juzgar o explicar algunas cosas, sobre todo cuando se trata de verdades trascendentes y sobrenaturales. Por tanto, hemos de recurrir a la ayuda. Acudir, como hacen los niños, a nuestra madre la Virgen María e implorarle con humildad y sencillez que, como los pastores, también nosotros vayamos presurosos a Belén y contemplemos con asombro y alegría a ese Niño recién nacido.
Antonio García-Moreno