María conserva estas cosas, meditándolas en su corazón

Desde el punto de vista litúrgico de los varios aspectos que tiene la celebración de este día, es el de María, Madre de Dios. Es la fiesta más antigua de María en occidente. Como dogma fue definido en el Concilio de Éfeso en el 431. No es precisamente un dogma mariológico, sino cristológico. Pablo VI la recuperó la fiesta y la colocó en este día de la octava de Navidad y primero del año.

En la segunda lectura que hemos proclamado, dirigida a los Gálatas, San Pablo les dice muy claramente, que llegado” la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley”. Indica con toda claridad que Jesús, el hijo de María, nació como todo ser humano que llega a este mundo. El medio para ello es a través de una mujer. Es así verdadero hombre que se identifica con el pueblo de la Promesa al nacer “bajo la Ley”.

El plan salvífico de Dios se hace realidad mediante un hombre, judío, que entra de lleno en la historia humana. Llega para rescatar a todos los que viven de una u otra forma sin libertad. Lo primero que hace es rescatar, redimir, dar la libertad. De este modo nos concede a todo ser humano una nueva dimensión: “la adopción filial”. El hombre ya tiene un nuevo modo de relacionarse con Dios. La fe cristiana no se dirige a Dios como el ser todopoderoso y temible, lo vivimos como “Padre”. Esto se nos concede por el don del Espíritu que se nos ha dado, que es el que ora y confiesa por medio de nuestros labios. Podemos afirmar que si somos hijos, somos también herederos. La gran dignidad del hombre es ser “hijo de Dios”. María es Madre de Dios y Madre nuestra. Y es el mismo Pablo VI quien declaró a María “Madre de la Iglesia”. Madre de la Cabeza, Jesucristo, y Madre de los miembros, todos los bautizados.

San Pablo no cita a María, pero en el evangelio de Lucas hemos leído que los pastores “fueron corriendo” a Belén, y encontraron “a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. En los planes de Dios los primeros en descubrir su obra salvadora es la gente sencilla, los que saben entender la acción liberadora de Dios, lo que había esperado con ansiedad el pueblo de la Promesa. Los pastores se acercan a Jesús alabando y dando gloria a Dios.

En el relato de Lucas que hemos proclamado hoy en esta celebración, no sólo habla de los pastores. El evangelista deja caer una frase muy expresiva: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y él es el que mejor nos presenta a María, la Madre de Jesús, en su papel de colabora de Dios en la obra de la salvación. Ha dejado llenarse de la Palabra, el Hijo de Dios, hecha carne y ha escuchado con ternura lo que dicen los pastores.

María la Madre de Dios y nuestra, con la mirada puesta en Dios y en los seres humanos, irá tejiendo junto a José, un estilo de vida, que su hijo, Jesús, irá captando y asimilando en su crecimiento ante Dios y los hombres. Así, todos los seguidores de Jesús, formamos la gran familia humana que trabaja por la construcción del Reino en este mundo. Un Reino de Paz. Nuestro lenguaje tendría que ser siempre un lenguaje de paz. Este es el deseo de la lectura de los Números que hemos proclamado en primer lugar:

“El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

¿Podemos hablar de paz en una casa donde domina la desconfianza, la falta de diálogo, donde hay peleas? ¿Podemos decir que hay paz en una tierra en la que domina la especulación, la ambición la injusticia, el despilfarro…? Si somos hijos de un mismo Padre, ¿tiene sentido que nos sentemos en la mesa Eucarística, invitados por Jesús, y seguir diciendo que somos hermanos, si no somos constructores de paz, base para que se dé la verdadera unidad fraterna?

Que el Señor nos bendiga, nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros a lo largo de este año que hoy iniciamos.

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera