María meditaba y saboreaba en su corazón

“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre.” Lc 2, 16

Con el cuerpo muy dolorido después del parto, María meditaba todo lo que se le había comunicado y lo guardaba dentro para saborearlo profundamente en su corazón. Su gozo era inmenso en medio de un hecho tan cotidiano como dar a luz aunque las circunstancias fueran más que difíciles, contradictorias. En su corazón guardaba ese misterio que iría descubriendo a lo largo de su vida.

Ella abrió las puertas de su casa para acoger a la Palabra. Ya la había acogido cuando recibió el anuncio del ángel y la fue acogiendo siempre, aunque no la entendiera, como verdadera discípula, incluso cuando le producía un dolor casi insoportable: ver el rechazo hacia su hijo hasta llegar a ser testigo de su muerte.

Acoger la Palabra y vivir su mensaje liberador no es tarea fácil para nadie. Hay mucha gente que la acoge con alegría al principio pero luego la va abandonando no de una manera drástica sino con una cierta indiferencia, mediocridad que hace que la luz que un día entró en su vida se vaya apagando hasta dejarla apagar del todo.

Por eso hoy, primer día del año celebramos la presencia de María en medio de nosotrxs como compañera de camino; como madre de quien nos muestra el camino de irnos haciendo hijos e hijas de Dios.

El Antiguo Testamento nos presenta mediadores, como Moisés, que se comunican con Dios para que ellos después se comuniquen con el pueblo. Los israelitas no pensaban que era posible un “cara a cara con Dios” a pesar de la cercanía de sus palabras, de la ternura expresada una y otra vez a través de los profetas. Dios, Padre-Madre, sólo busca la felicidad de sus hijos e hijas.

Esa bendición que hemos oído: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti…el Señor se fije en ti y te conceda la paz suena todavía lejano…viene a través de un mediador.

Jesús, nacido de mujer es hijo, Hijo de Dios, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

¡Despertad!, parece que nos dice San Pablo en la carta a los Gálatas. Se os ha regalado el Espíritu de Jesús porque sois hijos para que paséis de ser esclavas a ser hijas, para que disfrutéis de la herencia que se os regala, no por vuestros méritos sino por ser quienes sois.

Cuando nos mantenemos en una relación infantil con Dios, en el nivel básico de buscar que mis necesidades queden cubiertas, que cumpla con mis deseos de salud, de bienestar económico…estoy todavía en ese nivel de niño-niña que ni intuye lo que supone ser hijo-a.

Irse haciendo hijo es ir tomando responsabilidad de mi propia vida, sin culpar a las circunstancias ni a los demás de mi destino. Es saberme rodeada de un amor sin límites, mirada, protegida, respetada, sostenida. Pero sobre todo es saber cuál es mi ADN, dónde están mis raíces y a qué familia pertenezco.

A los hijos solo nos nace bendecirles -“decir bien”- de ellos y ellas, porque sí,  son nuestros, pero no nos pertenecen, de eso nos damos cuenta enseguida; les creemos capaces de lograr mucho más de lo que hemos logrado nosotros; sólo buscamos su  bienestar, su máxima realización. Y cuando “bien decimos” de ellos vemos cómo la palabra crea, hace posible, transforma la realidad, cambia la mirada…y por eso no nos cansamos de recordarles de qué son capaces y a qué están llamadas.

 No celebramos estos días únicamente el nacimiento de Jesús, celebramos que ese niño es hijo, y que aquellos que le acogemos nos vamos haciendo hijos por la adhesión a su persona: hijos e hijas como Jesús, libres y con capacidad de liberar a muchos del yugo de la Ley que esclaviza.

Cada año celebramos la venida de Jesús, la llamada a descubrir nuestra condición, a entrar en otro nivel de conciencia. Para ello hace falta silencio, soledad, desprendernos de muchas cosas para llegar a lo esencial, para llegar a la libertad plena.

Cuando de veras nos sentimos, no solo nos sabemos, hijos e hijas el gozo es inmenso: hemos dado con el tesoro. El tesoro que viene en forma de pobreza de pequeñez, de anonimato…

Ese tesoro que guardamos en el corazón y que nos impulsa a compartir después con tantos hermanos y hermanas de muy diversas maneras.

Estrenamos un nuevo año y tenemos motivos para dejarnos llevar por el pesimismo ante tanto dolor y muerte, ante tanto sufrimiento sin sentido; también tenemos motivos para la esperanza. Dios camina con nosotros y nos bendice.

Carmen Notario, SFCC

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En María descubrimos a Dios como madre

MARÍA MADRE (A) (año nuevo)

Lc 2,16-21

Es una fecha cargada de connotaciones profundamente humanas: la circuncisión e imposición del nombre a Jesús, la maternidad de María, el comienzo del año, el día de la paz. No me gusta tratar más de un tema en la homilía, pero hoy haremos una excepción. La fiesta quedaría incompleta si omitiéramos alguno de estos aspectos. De todas formas, desde el punto de vista litúrgico, la más importante es la de María Madre.

María madre de Dios. Es la fiesta más antigua de María que se conoce. Pablo VI la recuperó y la colocó en este día de la octava de Navidad. La maternidad de María es un dogma. Esto no nos tiene que asustar, porque lo que de verdad importa es la manera de entender hoy esa verdad. Fue definido en Éfeso en el 431. No es de un dogma mariológico, sino cristológico. Los evangelios y los primeros escritos cristianos no se preocuparon de María.

La prueba de que en la definición de Éfeso no querían decir lo que se entendió, es que tuvo que ser aclarada veinte años después por el concilio de Calcedonia (451), afirmando que María era madre de Dios, «en cuanto a su humanidad». ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la humanidad de Dios? Efectivamente, llamar a María “madre de Dios”, porque fue la madre de Jesús, es violentar los conceptos. Jesús fue un ser humano que comenzó a existir en un momento determinado de la historia. El niño que lloraba y que mamaba, se meaba y se cagaba, no puede ser identificado sin más con Dios, que está fuera del tiempo.

Para entender el dogma de la «Theotokos» (la que pare a Dios), debemos tener en cuenta el contexto. Fue un intento de afirmar que el fruto del parto de María era una única persona, contra Nestório que afirmaba dos personas en Jesús, una humana que era Jesús y una divina, la segunda de la trinidad. No debemos olvidar que el concilio de Éfeso lo promovió el mismo Nestório para condenar a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo. Faltó el canto de un duro para que condenaran como herejía lo que se definió como dogma.

Aunque no fue la intención del concilio, lo que se entendió del dogma, no deja de tener su importancia a la hora de pensar la realidad de Dios. Que nos hayamos atrevido a dar una madre a Dios tiene unas connotaciones psicológicas incalculables. Manifiesta la necesidad de comprender a Dios desde nuestra realidad humana. Somos hijos de Dios y Él es a la vez Hijo de una mujer… Dios entrando en la dinámica humana y el hombre entrando en la dinámica divina. Llamar a María Madre es manifestar la presencia de Dios en Jesús.

La circuncisión se hacía a los ocho días y era el rito religioso fundamental para el pueblo judío. Mucho más que el bautismo para nosotros. Implicaba ponerle un nombre, que en aquella época era muy importante y que en este caso, según el relato, no lo eligen ellos, sino que viene impuesto. Lo que significa el nombre “Jesús” (Dios salva) resume toda su vida. La circuncisión era el signo de adhesión al pueblo de Israel. Si era primogénito, como en este caso, había que rescatarlo de la obligación de ofrecer al Señor todo primogénito.

El comienzo del año supone traspasar una frontera. En el NT encontramos dos palabras que traducimos por “tiempo”, pero tienen significado diferenciado. “Chronos” es el tiempo astronómico. Se refiere al paso de las horas, días y años… es lo que estamos celebrando hoy. “Kairos” sería el tiempo humano. Es el tiempo oportuno para hacer algo importante que atañe a la condición humana. Éste es mucho más importante desde el punto de vista religioso. Es el tiempo que se me da como oportunidad de crecer en el ser. No debía traspasar la frontera del año sin hacer una reflexión sobre mí mismo, y valorar como estoy haciendo uso de algo tan importante y tan efímero como el tiempo cronológico.

Sabemos que Dios es amor, don total y absoluto. Siempre será lo que es para nosotros. Pero ese don no se impone desde fuera. Si el hombre no lo descubre y lo acepta, no significará nada para él. La aceptación de ese don, que es Dios, tenemos que hacerla desde la más profunda humanidad. No es suficiente una vida animal y racional plena. Es necesaria una perspectiva humana que solo se da más allá de lo biológico y lo racional. Para que Dios llegue a nosotros, como humanos, debemos tomar conciencia de ello y aceptarlo.

Día mundial de la paz. Tal vez sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la ausencia de paz es la prueba de una falta de humanidad a todos los niveles. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos y quejas sobre lo mal que está el mundo. No descubriremos lo que significa la paz, hablando de guerras y conflictos, quedándonos en una crítica externa sin mover un dedo para cambiar las cosas.

No son las contiendas internacionales, por muy dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y pendencias individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo, que lucho a brazo partido por imponer mis criterio o caprichos egoístas a los que están a mi alrededor. El egoísmo que impide la armonía en nuestras relaciones personales es el causante de las más feroces guerras a todos los niveles.

La paz no es una realidad que podamos buscar con un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas relaciones humanas entre nosotros. Es muy deprimente que nos sigamos rigiendo por el proverbio latino: “si vis pacem parat vellum”. Si te preparas para la guerra, es que estás pensando en quedar por encima del otro. Si no existe una calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre las naciones.

El primer paso hacia la paz, tengo que darlo yo entrando dentro de mí. Si no he conseguido una armonía interior, si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también lo más difícil porque exige la superación de todo egoísmo. Una auténtica paz interior se reflejaría en nuestras relaciones, comenzando por las familiares y terminando por las internacionales.

¡Recuperemos el shalom judío! En esa palabra se encuentra resumido todo lo que intento deciros. Nuestra palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas: ausencia de guerra, ausencia de conflictos, etc. Pero el shalom se refiere a realidades positivas. Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas para ser tú.

El ser humano auténtico es el que ha dejado de pretender que todo giren en torno a él. Aprender a amar, preocuparse de los demás, entrar en armonía, no sólo con los demás sino con toda la creación, es la única preparación para la paz. El que ama no pelea por nada ni pretende nada, sino que está encantado de que todos saquen provecho de él.

Fray Marcos

Navidad: estar naciendo a lo que ya somos

Para la tradición cristiana, Navidad evoca el nacimiento de Jesús, a quien se recibe como “el Hijo único de Dios”. Sin embargo, la comprensión profunda de lo que somos invita a dar un paso más, reconociendo que lo que es Jesús lo somos todos.

Tal comprensión constituye la clave fundamental de lectura de todos los llamados “misterios” cristianos. Todos ellos hablan de lo que somos. En concreto, Navidad es, a la vez, celebracióny cuestionamiento. Celebración de nuestra verdadera identidad: somos lo no nacido. Y cuestionamiento sobre nuestro recorrido existencial: ¿vivo en coherencia con lo que soy?

En el nivel de la personalidad, somos como una persona que hubiera perdido u olvidado el mayor tesoro -nuestra verdadera identidad-, aquel capaz de liberarla de todas sus estrecheces. Ante ese hecho, puede sencillamente resignarse y seguir apenas sobreviviendo o puede ponerse en camino e iniciar la búsqueda, teniendo el anhelo como guía.

Caminar y buscar son modos concretos y operativos de “estar naciendo”, que -tal como enseñan todas las tradiciones sapienciales- no es otra cosa sino “recordar” o “despertar” a lo que ya somos (y habíamos “olvidado”).

Tal “olvido” -que alguna tradición ha nombrado como “pecado original”- se halla íntimamente relacionado con la naturaleza apropiadora de la mente. Es justamente la apropiación la que hace que, haciéndonos decir “mío” a todo lo que se halla a nuestro alcance, nuestra mente nos identifique con el yo particular -en el que nos estamos experimentando- y nos lleve a ignorar nuestra identidad real, la consciencia ilimitada.

Desde esta perspectiva, Navidad es una invitación a ponernos en camino, a iniciar la búsqueda, a dejarnos sorprender por la Totalidad que se hace manifiesta en un bebé “acostado en un pesebre”.

El bebé (el yo) es nuestra forma particular; lo que vive en él (la consciencia) es nuestra identidad.

¿Echo de menos el tesoro olvidado? ¿Estoy en actitud de búsqueda?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Santa María, Madre de Dios

-Buenas noticias para empezar.

Empezamos bien el año, hermanos. Con buenas noticias, que no han aparecido en los telediarios ni en la prensa, pero que acabamos de escuchar, en la fiesta de Santa María Madre de Dios.

Todavía estamos en Navidad. Celebramos el Nacimiento de Cristo. Nuestra atención está centrada en él, también hoy que recordamos a su Madre. El se llama Jesús, que significa: Dios-salva. Y es él el que ilumina nuestra existencia entera y nos ofrece la salvación de Dios.

Según la primera lectura los sacerdotes del antiguo Israel invocaban en la liturgia, sobre todo en año nuevo, la bendición y la paz de Dios sobre todo el pueblo.

Pero nosotros los cristianos tenemos motivos mucho más plenos para alegrarnos y esperar que Dios bendiga nuestro nuevo año, haciendo prosperar la paz en torno nuestro. La razón es la misma que hemos ido escuchando en todo este tiempo. Y hoy nos la ha dicho Pablo: «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción».

-Somos hijos.

O sea, el Hijo de Dios se ha hecho hombre, en el seno de la Virgen María, para que nosotros, los hombres, seamos hijos adoptivos de Dios. Por eso podemos decir con confianza, o mejor aún, es el Espíritu de Dios el que puede gritar dentro de nosotros: Abbá, Padre.

Somos hijos, no esclavos.

Esa es la mejor perspectiva del año que empieza. A lo largo de sus doce meses podremos encontrarnos con dificultades de todo tipo. Podremos caer enfermos, sufrir las mil vicisitudes de la vida. Pero no estamos solos. ¡Somos hijos! Pertenecemos a la familia de Dios. No podemos dejarnos dominar por el pesimismo o la angustia. Nos ha nacido Jesús, el-Dios-que-salva. Y él nos ha enseñado quién es Dios para nosotros: a veces le llamamos Creador, Todopoderoso, Ser Supremo, Dios, Señor… Pero Jesús nos ha dicho que le podemos llamar Padre.

Con buen augurio y felicitación empezamos el 19..

-Santa María Madre.

El recuerdo de la Virgen María hace aún más agradable esta buena noticia. Ella, María de Nazaret, una humilde muchacha de pueblo, fue elegida de Dios para traer a este mundo al Salvador. Y hoy, primero de enero, los cristianos le dedicamos una de las fiestas más solemnes del año, recordando y celebrando su Maternidad: Santa María, Madre de Dios.

Ciertamente es un recuerdo que a todos nos llena de alegría y de esperanza. Y que está plenamente centrado en el espíritu de estas fiestas navideñas: ella, nuestra mejor maestra en la celebración de la navidad.

María, la Madre, la que dio a luz a Jesús. La que se alegró íntimamente de la presencia de los pastores y de las palabras que decían. La que le llevó al templo. La que junto con José su esposo, y siguiendo la indicación del ángel, le puso el nombre de Jesús. La que «meditaba todas estas cosas» que pasaban a su Hijo, «guardándolas en su corazón»…

Más tarde ella será también la perfecta discípula de su Hijo, la primera cristiana, miembro de la comunidad apostólica de Jerusalén.

Por eso no nos extrañamos que, junto a su entrañable título de Madre de Dios, sea invocada hoy gozosamente por los cristianos como Madre de la Iglesia, Madre de todos los que creen en Cristo Jesús.

Así empezamos el año con una fe renovada en Jesús, como Dios Salvador. Y a la vez con un recuerdo filial hacia su Madre y nuestra Madre.

-La eucaristía.

Y lo empezamos celebrando la Eucaristía. Precisamente la Virgen es el mejor modelo de cómo tenemos que celebrar esta Eucaristía. Ella, la discípula de Cristo, guardaba estas cosas, las meditaba: y así nos enseñó la actitud de escucha de la Palabra.

También fue ella la que mejor supo alabar a Dios, dándole gracias en su canto del Magnificat, por lo que había hecho en favor de todos. Y finalmente estuvo al pie de la Cruz, en comunión perfecta con su Hijo en el momento de la muerte, como lo había estado en el de su nacimiento.

¿No son estas tres actitudes las fundamentales en nuestra Eucaristía? Escucha de la palabra, acción de gracias, comunión con el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Cristo Jesús…

Que la Virgen María, Madre, nos haga celebrar con fe esta Eucaristía y nos dé ánimos para empezar con optimismo cristiano el nuevo año.

J. Aldazabal

Los pastores

Para los ricos, los poderosos, los sagrados, los sabios y los santos, aquella noche fue una noche más; no se enteraron de nada de lo que había ocurrido en Belén. Solo los pastores analfabetos y marginados recibieron la buena noticia. «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

No es casual la permanente alusión a los humildes como destinatarios de la Palabra, lo que nos lleva a recordar aquella invocación de Jesús que nunca jamás tomamos en serio porque es una malísima noticia para nosotros: «Te doy gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a la gente sencilla»

Y es que nosotros somos muy sabios. Sabemos mucho más del evangelio que lo que nadie ha sabido en ninguna otra época de la historia. Somos capaces de conocer de manera fidedigna la fe de las primeras comunidades y, a través de los Testigos, el mensaje genuino de Jesús. Pero eso no es todo, sino que además sabemos filosofía clásica y filosofía oriental, y nos encanta elaborar teorías metafísicas respecto a la esencia de Dios y del ser humano y darles el rango de verdades incuestionables.

Somos tan sabios, que corremos el riesgo de creernos más listos que los cristianos de las primeras comunidades en cuyo seno surgieron los evangelios, y elaborar una fe a nuestra medida; mucho más erudita, mucho más propia de gente iniciada, y mucho menos interpelante; una fe a la medida de los sabios y prudentes e inasequible a la gente sencilla. Corremos el riesgo de supeditar la Palabra a la gnosis; de aceptarla solo en la medida en que nos parezca razonable y acorde a los principios metafísicos que mejor cuadren a nuestra condición ilustrada.

Corremos el riesgo de olvidar que el cristiano no es el que escucha la Palabra, sino el que la escucha y responde a ella; que lo que puede dar sentido a nuestra vida no es el mero conocimiento, sino la respuesta; y que, sin respuesta, acabaremos siendo muy sabios, pero nos estaremos perdiendo la buena Noticia… Que, para un cristiano, responder es aceptar la misión de crear humanidad; es decir, la misión de colaborar en el proyecto de Dios: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».

Corremos el riesgo de no sentirnos concernidos; de sustituir la compasión por la elucubración estéril y el servicio por la crítica (a los demás, claro). Corremos el riesgo de no acercarnos al evangelio desde la fe, sino desde la razón y la prepotencia; en definitiva, de quedarnos mirando al dedo que nos señala la luna, y perdernos el espectáculo fascinante de la luna brillando en la noche rodeada de un cortejo de miles de estrellas.

«Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Lectio Divina – Santa María, Madre de Dios

Jesús es la esperanza de los pobres

Invocación al Espíritu Santo:

Oh, Espíritu de amor, Espíritu de verdad infunde en mi mente y en mi corazón, un rayo de tu luz para que comprenda el misterio de Dios en mi vida, que, en Jesucristo, promesa del padre, se realiza.

Lectura. Lucas capítulo 2 versículos 16 al 21:

Los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.

Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.

Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Los primeros a los que se anuncia esta buena noticia son unos pastores, representantes de los pobres y sencillos, que serán también los primeros en recibir la palabra de Jesús.

Meditación:

El evangelio de Lucas presenta a la Virgen María como un ejemplo indiscutible de disponibilidad acogedora de la Palabra, al afirmar que ella «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). «Guardar» tiene el alcance de «preservar», «proteger», «conservar en la memoria», reflejando siempre cuidado y responsabilidad. Pero la Virgen María además de »guardar» estas cosas, las meditaba en su corazón; es decir, buscaba captar el verdadero sentido de lo que sucedía (véase: 14, 31). Esto no era tan fácil; el mismo evangelio se esfuerza en presentar que José y María se quedaban admirados de lo que iban descubriendo (v. 33) y desconcertados por lo que no comprendían (v. 50).

María guardaba y meditaba en su corazón, por una parte, la sencillez del signo: que el Hijo del Altísimo (1, 32.35) era aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (2, 12. 16). Por otra, guardaba en su interior la sorpresa de que todo esto, Dios se lo manifestara a la gente más sencilla, pobre e insignificante, representada en aquellos pastores. Todo esto hacía que el nacimiento de aquel niño fuera una gran alegría para todo el pueblo, pues era el Salvador, Cristo el Señor.

Nuestra vida tendrá más sentido si nos habituamos a interiorizar que Dios se manifiesta en lo más sencillo y también a las personas más sencillas. Quizá porque lo sencillo casi siempre es significativo.

Oración:

Señor, así como el ángel anunció a los pastores el nacimiento de tu Hijo, por ser pobres y sencillos, permite que mi corazón acoja tu Palabra, que sea sencillo lleno de amor para el prójimo.

Contemplación:

¡Una escena que merece una contemplación interminable! Con María, me maravillo frente al admirable niño, Hijo de Dios, a través del cual todas las cosas llegaron a ser, y que es encontrado en el lugar donde comen los animales.

Los pastores eran los más pobres de los pobres, y sin embargo fueron los primeros en divulgar las buenas nuevas del nacimiento del Salvador. ¿Cómo puedo yo difundir las buenas nuevas del Evangelio? Se pone nombre al niño. “Cada lengua debe confesar que Jesucristo es el Señor” (Filipenses capítulo 1, versículo 9).

Oración final:

Gracias, Señor, porque hoy me muestras la fe de la Virgen, que meditaba todos los acontecimientos en su corazón. Y los pastores, qué gran lección de humildad y de amor. No preguntan, no cuestionan, con sencillez aceptan el anuncio y salen maravillados después de contemplar a Jesús. Permite, Señor, que en este nuevo año sepa cultivar la unión contigo en la oración, para que pueda verte en todos los acontecimientos. Para ello sé que se necesita más que el deseo o la buena intención, tengo que hacer una opción radical por la oración, que me lleve a dedicarte lo mejor de mi tiempo.

Propósito

Si queremos salir de estas Navidades “glorificando y alabando a Dios por todo lo que hemos visto y oído” y de habernos encontrado con Cristo niño, hace falta desprendimiento de nosotros mismos, humildad y oración. Y así, todos los que nos escuchen se maravillarán de las cosas que les decimos.

Santa María, Madre de Dios

Hoy vamos a pedirle a María en esta solemnidad de Santa María Madre de Dios, que en este año que hoy comienza reine en nuestra comunidad y en nuestros hogares la unidad y la paz de Cristo. Que en esta Jornada Mundial de oración por la paz el Señor nos conceda alegría, hermandad y paz.

El evangelio de la misa nos habla de los pastores, a los que ángel había anunciado el nacimiento de Jesús.

En esa época, los pastores eran gente alejada de los pueblos, sin cultura ni práctica religiosa porque el cuidado del rebaño se lo impedía.

El rey David de niño también era pastor en Belén, cuando fue llamado por Dios. Abraham y los patriarcas también eran pastores cuando escucharon la voz de Dios.

Por eso no es casual que el anuncio del ángel se hiciera a pastores.

Estos pastores, eran gente simple a la que Dios les dio el privilegio de ser los primeros en ver al Mesías.

Los pastores, rápidamente y sin explicaciones confían en el ángel, creen en su anuncio y glorifican a Dios.

Y «los pastores» son hoy todas esas personas que están dispuestas a escuchar la voz de Dios.

Hoy nosotros deberíamos restar importancia a la parte romántica de imaginarnos a los pastores corriendo hacia Belén, y en cambio concentrar nuestra atención en reparar en la actitud de los pastores, en su disponibilidad para ponerse en camino y preguntarnos si es esa la actitud que nosotros tenemos ante Dios.

Hoy la Iglesia celebra la Maternidad de María. Es esa maternidad, es el ser la Madre de Jesús, la causa y el fundamento del culto y la devoción que los católicos profesamos a María.

Por eso hoy queremos rendirle homenaje a una Madre, con todo lo que significa humanamente esa palabra, porque María fue Madre, María engendró, dio a luz, amamantó y educó a Jesús, el Salvador.

Y como el pueblo católico venera a María, entonces es bueno que hoy pongamos especial atención en la dignidad de la mujer. En los evangelios, la mujer tiene un lugar importante, no sólo María, sino también las mujeres que acompañan a Jesús hasta el pie de la cruz y que son las primeras en reconocerlo como resucitado.

Por eso si hoy ensalzamos a María, también debemos dar valor a la mujer, que no sólo tiene la capacidad de ser madre sino que tiene además una gran capacidad creadora, que muchas veces se desperdicia.

Hoy debe quedar en nosotros la inquietud y la preocupación de asignarle a la mujer la función que le concierne en la construcción de nuestra sociedad y en la vida de la Iglesia.

Por eso, decimos: Señor. Te alabamos porque la fuerza de tu creación se manifiesta en el seno de cada mujer que engendra a un hijo y lo da a luz.

Te alabamos por haber redimido a la mujer de la humillación y de la servidumbre, devolviéndole toda la dignidad que le pertenece por haber sido creada a tu imagen y semejanza y por haber sido elegida como dadora de la vida y del amor.

Y mientras celebramos la maternidad de María, te pedimos que sepamos descubrir y valorar el papel que le tienes asignado a cada mujer, cuya dignidad es igual a la del hombre.

Y te pedimos que el misterio de la maternidad sea justamente apreciado entre nosotros, ya que es el camino a través del cual das la vida a cada nuevo ser humano.

En este año que se inicia pedimos la protección de Dios con una antigua fórmula que se lee en la primera lectura de la misa de hoy

«Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz.»

Feliz año Nuevo para todos.

Santa María, Madre de Dios

1.- El ambiente que impregna hoy a la comunidad cristiana es todavía navideño. Ahora bien, el acento cada fecha, se pone en algún detalle de los hechos que celebramos. Ocurre también que al ser el primer día del calendario civil, este detalle se manifieste en el estado de ánimo, máxime si en la población se celebra la que acostumbra llamarse Nochevieja, se escuchan campanadas de relojes míticos y hasta se comen uvas, detalle este de origen reciente y comercial pero que para algunos se ha convertido en una obligación tan importante como la declaración de renta. El cristiano correcto manifestará sus buenos deseos para el año que comienza.

2.- Brevemente os comentaré algunos detalles. Los calendarios antiguos se limitaban a poner: circuncisión del Señor. Y es que este rito lo practicaban los judíos precisamente a los ocho días del nacimiento del varón. No era, ni es, un acto exclusivo del pueblo judío, los musulmanes también lo practican e incluso culturas no semitas. Pero en Israel, desde los tiempos de Abraham tiene un significado religioso, es el momento de la incorporación del varón al pueblo escogido. Perdonadme, mis queridos jóvenes lectores que os cuente una anécdota, sin ánimo morboso, para remachar el clavo. Cuando cambió la situación política en las tierras de la antigua Unión Soviética, se les permitió a los judíos el retorno a la tierra de Israel. Emigraron muchos, en el medio de trasporte que podían y a veces en situaciones más o menos precarias. Murió uno de ellos en el viaje marítimo y al llegar y pretender enterrarlo como buen judío, observaron con horror, que no estaba circuncidad. Ante la situación inesperada decidieron circuncidar el cadáver y entonces sí, enterrarlo según sus ritos. (Dicho sea de paso, las acciones y oraciones de un entierro, la principal pronunciada por el hijo mayor del difunto, van dirigidas a Dios en tono de acción de gracias y alabanza, son impresionantes por su contenido religioso. Pienso yo cuando lo observo, en Jesús, allí en Nazaret, cuando las diría con motivo de la muerte de su padre). Continuo con el tema de este párrafo, imagino, es solo una opinión con algún fundamento, que el contenido de algún libro tendencioso y una serie de rumores sobre el culto a ciertas reliquias, fue el motivo del olvido de este título. Hay que tener en cuenta que era en este rito en el que se le imponía el nombre al niño. Al nuestro, según indicaciones divinas a María y José, le empezaron a llamar Jesús, es decir: el salvador, el socorrista. El final de la lectura evangélica de este día lo recuerda.

3.- Cuando acontecieron los hechos de los que os venía hablando, en quien se fijaría las gentes sería en la joven madre, a la que felicitarían y darían la enhorabuena, de aquí que hoy nosotros celebremos la fiesta de la Virgen, como la madre de Jesús, al que al reconocerlo como Hijo Unigénito de Dios, nos digamos pues es correcto que a Santa María la llamemos Madre de Dios. (Os advierto que ni significa esto que sea madre del dios, al estilo de la mitología clásica, ni diosa madre, como en tantos mitos existen).

4.- Nosotros felicitamos a nuestros héroes, Dios bendice a sus predilectos. Damos la enhorabuena muchas veces como un puro acto de cortesía. El Señor bendice, dice-bien, como un deseo que es portador de gracia. De aquí que en la lectura se nos diga como, en su nombre, debemos bendecir nosotros. Nos sorprende a los sacerdotes de la Península, cuando al encontrarnos o despedirnos de algún fiel, este nos pide la bendición. Cuando me ocurre me acuerdo siempre de la lectura del Libro de los Números que la liturgia nos ofrece hoy.

Circuncisión, imposición del nombre, reconocimiento de quien biológicamente le engendró, son detalles que refuerzan lo que el evangelio de Juan dice en su prólogo. Planto su tienda entre nosotros. Vino a ser hermano mayor nuestro, cumplió y cumple como tal y hoy debemos sentirnos muy agradecidos.

Pedrojose Ynaraja

La bendición de Dios

A menudo circulan por internet mensajes e imágenes en las que se expresan deseos de recibir o de dar una “bendición”: a veces se nombra a Dios, pero otras veces no, sólo se habla de “bendiciones”. En el mundo secularizado en que vivimos, se ha perdido en su mayor parte el sentido de los signos de la presencia de Dios, y uno de esos signos es la bendición. Es verdad que muchas veces se confunde la bendición con una especie de acción mágica y con supersticiones, como si la bendición fuera un escudo protector contra el mal, pero por eso precisamente es una llamada a redescubrir y recuperar el verdadero sentido, el sentido cristiano, de la bendición.

La palabra “bendición” procede del latín benedicere, “decir bien”. Y en este primer día del año, lo primero que la Palabra de Dios nos ofrece en la primera lectura es una bendición: ésta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

La bendición en la Biblia no es algo abstracto, como un simple buen deseo, sino que es una invocación dirigida a Dios para que socorra a alguien o al pueblo entero en las dificultades. Y, puesto que se dirige a Dios, la bendición tampoco son “palabras mágicas” que actúan por sí solas, sino que su eficacia depende de la fe en Dios, tanto de quien la pide como de quien la recibe.

El libro litúrgico del “Bendicional” nos recuerda que la fuente y origen de toda bendición es Dios quien, aunque el ser humano se haya apartado de Él, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial, como hemos escuchado en la 2ª lectura.

El Hijo de Dios hecho hombre y nacido de mujer, como nosotros, es la máxima bendición que el Padre puede darnos, porque por Él ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Éste es el Misterio de amor que estamos contemplando durante el tiempo de Navidad. Y nosotros hemos recibido la bendición que es Cristo por medio de la Iglesia, que de diversas formas nos lo da a conocer, y una de esas formas son las bendiciones.

Como las bendiciones se apoyan en la Palabra de Dios y requieren la fe, bien entendidas ayudan a crecer en la vida nueva que Cristo nos trae: ofrecen la ocasión de alabar a Dios por Cristo en el Espíritu Santo, de invocarlo y darle gracias, en las diversas circunstancias y actividades de la vida.

Y en ese primer día del año, la bendición que hemos escuchado termina con un deseo de paz. Hoy se celebra la Jornada Mundial de la Paz, con el lema “Nadie puede salvarse solo”, y que este año cobra un carácter particular debido a la guerra en Ucrania, porque “se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada hacia todo el mundo”.

A partir de ese lema, el Papa nos recuerda que “es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de la fraternidad humana”, y nos invita “a volver a poner la palabra ‘juntos’ en el centro. Es juntos, en la fraternidad y la solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos”, porque “sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales”.

La paz, como la bendición, no puede quedarse en un simple deseo. “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales”. Y, puesto que “Nadie puede salvarse solo”, “debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, como un ‘nosotros’ abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico. Estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión”.

Como María, que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, a nosotros la contemplación de la bendición de Dios que es su Hijo hecho hombre nos debe llevar desear la bendición de Dios sobre este mundo y a orar por la paz, porque orar por la paz es anunciar a Cristo, el Príncipe de la Paz, y sólo desde el amor infinito manifestado en Cristo “podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz”.

Comentario al evangelio – Santa María, Madre de Dios

PARA QUE SEA UN AÑO NUEVO


JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ: Nadie puede salvarse solo.
Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz

         ¿Llevas la cuenta de las veces que has dicho estos días lo de «feliz año nuevo»? Quizá sea un simple estribillo, una frase hecha sin mayor contenido, un saludo de cortesía, o también (¡ojalá!) un buen y sincero deseo… Pero creo que el Señor, por medio del Misterio de la Navidad (un nacimiento siempre supone novedad), y de las lecturas de este día, quiere que de verdad sea para nosotros un año «nuevo-nuevo».
¿Qué hace que un año sea de veras nuevo? No lo va a ser porque hayamos tomado «religiosamente» las doce uvas y haya corrido el cava. No lo será por haber arrancado la última hoja del calendario, y haber colocado uno para estrenarlo (si es que he tenido tiempo de buscar uno nuevo). No será nuevo porque empecemos a acostumbrarnos a cambiar el «22» del final por un «23». Ahí no está la novedad, y sabemos por la experiencia acumulada al paso de los años, que luego viene la misma cuesta de Enero, las mismas caras, los mismos horarios, las mismas manías…

Escribía León Felipe (Autorretrato):

Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas!
¡Qué pena si esta vida tuviera
-esta vida nuestra- mil años de existencia!
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y los mismos poetas!
¡Qué pena, que sea así todo siempre,
siempre de la misma manera!

           Sí, qué pena si todo sigue igual: las mismas cosas, con distintas fechas. Las mismas manías, las mismas guerras que tenemos montadas contra fulanito/a, las mismas ideas fijas, los mismos políticos de siempre, los mismos programas de la tele, los mismos «famosos» que nos debieran importar tres pepinos, las mismas heridas abiertas en las que no dejamos de hurgar, el peso de los recuerdos y añoranzas que nos atascan y no nos dejan vivir el presente con sus novedades y posibilidades… Y también esas otras guerras enquistadas y que parecen irresolubles. Y la crisis económica y la inflación, y los virus y, los problemas sanitarios, y…

RENOVAR EL ROSTRO DE DIOS

            La novedad no nos viene de lo que pasa o deja de pasar, ni de probar cosas nuevas. La novedad no está en que cambiemos de ropa, de vajilla, de casa o de coche, de lugar de veraneo, o de bar donde tomar el aperitivo, o incluso de «pareja», de trabajo, de jefe, de partido político…
       La novedad nos viene de un Dios que nos dice su palabra de bendición

. Y su palabra es capaz de hacer todas las cosas nuevas. Como allá en la Creación, cuando Dios se dedicó a «decir»… y se apartaron las tinieblas, se separaron las aguas que todo lo inundaban, y fue la luz, lo seco, la vida… ¡y todo era muy bueno!

   ♠  Podríamos empezar este nuevo año, renovando el rostro de Dios. Hace más de dos mil años, hubo una serie de personajes que tenían un rostro de Dios ¡tan viejo!, ¡tan gris!, ¡tan lleno de polvo, de normas, de prohibiciones…!, ¡se lo tenían tan sabido!… que no fueron capaces de reconocerlo cuando este Dios se vino de acampada a nuestra tierra, a una cueva perdida en un rincón del Imperio Romano.

Si nuestro Dios está ahí arriba, allá lejos, alejado fuera de nuestra vida cotidiana, sin que apenas tenga nada que ver con nuestra vida familiar, laboral, política, monetaria, etc. Si lo tenemos  «subido» en las alturas, haciéndole de vez en cuando algún un hueco para decirle las mismas oraciones de siempre… sin que nos hayamos enterado de que es un «Dios-con-nosotros» que se ha venido a nuestra tierra para que lo encontremos en las cosas que nos pasan y hacemos, que no tiene inconveniente en poner su cuna en cualquier pesebre que encuentre libre, para llenarlo todo de luz y de gloria, de sentido… ¿Te animas a hacerle más sitio en tu tiempo, en tu vida, en tu corazón?

– Si nuestro Dios vive todavía de las rentas de nuestros años de catequesis, y de lo que podemos «cazar» en alguna homilía, sin preocuparnos apenas de abordar las preguntas pendientes, de adaptar nuestra fe a las nuevas circunstancias sociales, históricas, eclesiales, teológicas… En definitiva: empezar a ponernos realmente al día, arrinconando lo que es evidente que ya no nos sirve.

– Si todavía se nos caen los palos del sombrajo de la fe cuando se presenta una epidemia, o una guerra, o cuando se nos muere alguien, o nos visitan desgracias encadenadas, y no sabemos qué pinta nuestro Dios en todo ese berenjenal…

– Si todavía nos sentimos incómodos cuando nos ponemos a orar, y nos parece que este Dios debe estar muy enfadado con nosotros por «lo que hemos hecho», y todavía nos da miedo, y le vemos llevando la cuenta de nuestros pecados (¿cuántas veces? ¿y por qué?). Si todavía andamos con «cumplimientos» en nuestra vida cristiana… (pero ¿me vale la misa? ¿pero es obligatorio?…)

– Si todavía nuestro Dios es un conjunto de ideas y de prácticas, pero no es un Tú que nos calienta el corazón en nuestros encuentros con él por medio de la oración… Y le regateamos nuestro tiempo, y nuestra dedicación…

          Quiere decirse que necesitamos sorprendernos del rostro de Dios. Como se sorprendieron los pastores en la Nochebuena, como se sorprendieron José y María, que guardaban todas esas cosas en su corazón. Hace falta que le digamos muchas veces, con el Salmo: «ILUMINA TU ROSTRO SOBRE NOSOTROS». Que descubramos al Dios que tirita y tiene hambre porque necesita del calor humano (sí, un Dios que nos y me necesita). Que descubramos al Dios que habla nuestro idioma, que le encanta mirarnos y sonreírnos en medio de la oscuridad de nuestras noches, de nuestras dudas, de nuestras búsquedas, de nuestros pecados.

   ♠  El Señor se fije en ti y te conceda la PAZ. Cuando miramos el rostro de Dios, cuando nos dejamos iluminar por él, nos descubrimos «hijos», capaces de perdonar y amar con la energía y la potencia del Espíritu que Dios envió a nuestros corazones, y además una voz interior que nos llama a la libertad. El Espíritu no hace más que repetirme: ¡eres libre!
Pero nos dejamos atar por miles de cadenas. Nos cuesta ser libres. Renunciamos a serlo, y a menudo nos atan las opiniones de los demás, las leyes de la sociedad de consumo, nuestras debilidades y pasiones… Por eso, este es también un año para buscar la paz personal, y redescubrir el sacramento del perdón, y para derrochar a tope la ternura por doquier, para repartir misericordia a manos llenas.
Cuando me dejo llenar por la paz (shalom) de Dios, me convierto en «instrumento de paz». Nos avisan de que continuarán este año los conflictos internacionales, pequeñas y grandes guerras (Ucrania, Siria, Afganistán, Yemen, Etiopía, Libia…  Y focos de violencia en tantas partes del mundo.  No sé lo que cada uno podrá hacer al respecto (lo que sea, menos acostumbrarse o quedarnos «indiferentes»). Empecemos por esas inacabables «guerras personales» y batallas privadas que nos traemos cada uno contra parientes, vecinos, personas de otras ideologías… ¡compañeros de Eucaristía!
La aportación más preciosa a la novedad que Dios ha venido a traernos (en la tierra paz a los hombres que ama el Señor) puede estar en que firmemos ya mismo la paz, y renunciemos a ir por ahí armados de envidia, chismes, rencores miserables, resentimientos, antipatías, prejuicios y competencias de todo tipo. Nos escandalizan las enormes cifras invertidas en armas por las pequeñas y grandes potencias mundiales. Pero no caemos en la cuenta del derroche de energías y recursos que empleamos nosotros mismos en sostener nuestras batallas personales, nuestras «guerras santas» para defender a nuestro todopoderoso y omnipotente «YO». Estas energías son capaces de ir apagando la luz del rostro de Dios, dejándonos a oscuras. Como dice la Primera carta de San Juan: Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Si no acogemos la luz, la Paz que Dios nos ofrece, este nuevo año sería viejo, viejísimo, tanto como Adán y Caín. Y las cosas serán «siempre de la misma manera». Es tarea de cada uno ver en qué se ha quedado viejo, cuánto trasto inútil hay que quitar de en medio. Dónde hay que sembrar paz. Y cuáles van a ser sus verdaderas fuentes de«novedad».

Por eso te deseo de corazón que hagas de este 2023 un año realmente NUEVO.
¡Ah! Yo creo que si deseamos de veras a alguien un «feliz año nuevo» es porque estamos dispuestos a poner de nuestra parte para que el otro tenga también un año que sea de veras nuevo. Vivir más pendientes de la felicidad de los otros es un estupendo propósito (¡el mejor?).  Por eso, quien mejor y con más verdad puede desearte un Año Nuevo es Dios. Que El te bendiga, te descubra tu rostro de Hijo, ilumine tus pasos y te dé la paz con los hermanos y contigo mismo. Amén

PARA TERMINAR… EXTRAIGO ALGUNOS PÁRRAFOS DEL MENSAJE DEL PAPA PARA ESTA JORNADA DE LA PAZ:

Hoy estamos llamados a preguntarnos: ¿qué hemos aprendidode esta situación pandémica? ¿Qué nuevos caminos debemos emprender para liberarnos de las cadenas de nuestros viejos hábitos, para estar mejor preparados, para atrevernos con lo nuevo? ¿Qué señales de vida y esperanza podemos aprovechar para seguir adelante e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor?

La mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana.

En nuestro acelerado mundo, muy a menudo los problemas generalizados de desequilibrio, injusticia, pobreza y marginación alimentan el malestar y los conflictos, y generan violencia e incluso guerras. Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales.

Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades. Sólo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf