Lectio Divina – 4 de enero

Maestro ¿Dónde vives?

Invocación al Espíritu Santo:

Oh, Espíritu de amor, Espíritu de verdad infunde en mi mente y en mi corazón, un rayo de tu luz para que comprenda el misterio de Dios en mi vida, que, en Jesucristo, promesa del padre, se realiza.

Lectura. Juan capítulo 1, versículos 35 al 42:

Estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?”. Ellos, le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: “Vengan a ver”.

Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir ‘el ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y este, fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, ‘roca’).

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

La palabra “Cristo” (Mesías) significa “el Ungido”. La humanidad de Jesús está insertada, mediante la unidad del Hijo con el Padre, en la comunión con el Espíritu Santo y, así, es “ungida” de una manera única, y penetrada por el Espíritu Santo. Lo que había sucedido en los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento de modo simbólico en la unción con aceite, con la que se les establecía en su ministerio, sucede en Jesús en toda su realidad: su humanidad es penetrada por la fuerza del Espíritu Santo.

Meditación:

Jesús, al ver que lo siguen algunos discípulos les pregunta: «¿Qué buscan?» (v. 38); la respuesta esperada sería «a ti»; sin embargo, le contestan con otra pregunta:»¿Dónde vives?». Para el evangelio de Juan la búsqueda de Jesús por parte de quien pretenda ser discípulo es muy importante. Quizá por eso, ésta es la primera ocasión en la que se utiliza el verbo «buscar» (l, 38); y la última, en 20, 15 cuando el Resucitado le pregunta a María Magdalena a quién busca.

Está claro que la búsqueda de Jesús por parte del discípulo no tiene que corresponder al deseo de saber principalmente quién es sino sobre todo dónde y cómo encontrarlo. Puede haber una búsqueda sin implicarse (8, 21; I l, 56) y hasta para acabar con él, como el caso de los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos junto con Judas (1 8, 4-7). Podríamos decir que no es suficiente con buscar a Jesús para ser su discípulo; es indispensable hacerlo con intenciones adecuadas y con disponibilidad y apertura para implicarse.

Por eso, a la indicación: «Vengan a ver», corresponde la afirmación: «Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él» (l, 39). No se busca a Jesús para saber sobre él; la finalidad es localizarlo, ir con él y permanecer a su lado.

Preocupémonos por ser auténticos discípulos de Jesús para seguir sus valores y compartir sus principios a partir de la vida cotidiana.

Oración final:

Gracias por permitirme encontrarte en esta oración. Ahora, Señor y Padre mío, no dejes que me encandile con las tentaciones del mundo. Realmente quiero responder a tu llamado y cumplir cabalmente tu voluntad, aunque me cueste. Permite que mi testimonio de vida sea un puente para que otros también te sepan buscar y encontrar.

Propósito:
Si yo he ha experimentado el amor de Dios en mi alma, tratar que los demás también puedan gozar de este maravilloso encuentro.

Anuncio publicitario

Homilía – 4 de enero

En el pasaje del evangelio de hoy se nos presenta la escena en que Jesús llama a sus primeros discípulos.

El apóstol San Juan, quien escribe el cuarto de los evangelios, preocupado por darnos a entender el significado profundo de las actuaciones de Jesús, se fija en detalles que a veces no nos llaman la atención. Por ejemplo, al ver que la Biblia empezaba con una presentación de la obra de Dios, distribuida en siete días, él también consideró que Jesús había venido para una nueva creación del mundo y relató esta primera semana de Jesús contando los días.

El primer día Juan Bautista afirmaba: En medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen. Y durante la semana vemos cómo Juan Bautista primero y luego el apóstol San Juan, Andrés, Simón… descubren a Jesús. El último día será el de las bodas de Caná: ese día Jesús, a su vez, les descubrirá su gloria.

Y el Señor pregunta a los nuevos discípulos: ¿Qué buscan?. Juan no olvidó nunca esta primera palabra que Jesús les dirigió. Queremos saber quién es Jesús, y él nos pregunta sobre lo que llevamos adentro; porque de nada sirve encontrarlo si estamos sin deseos.

Estos hombres han empezado a convivir con Jesús. Con el tiempo descubrirán que es el Maestro, el Mesías, el Hijo de Dios. Así nosotros, mientras vamos caminando, progresamos en el conocimiento de Jesucristo.

Juan Bautista no tenía nada de celoso: había invitado a sus discípulos a que fueran a Jesús, y después estos dos primeros trajeron a los demás. Así también nosotros encontramos a Jesús, porque alguna otra persona nos habló de él o nos comprometió en una tarea marcada por su espíritu.

Estos dos discípulos reconocieron a Jesús. Sería más exacto decir que Jesús ha reconocido a los que el Padre había puesto en su camino. Así reconoce a Natanael cuando está bajo la higuera. Entre los judíos esta expresión se refería a un maestro de la Ley ocupado en enseñar la religión, pues ordinariamente lo hacían a la sombra de un árbol. Así reconoce Jesús a Simón, a quien el Padre eligió para ser la primera Piedra de la Iglesia.

Pidamos al Señor que también nosotros sepamos reconocerlos y a María que nos ayude en nuestros propósitos de seguirlo.

Comentario – 4 de enero

1.- «El que ha nacido de Dios no comete pecado».

Si ayer nos alegrábamos de la gran afirmación de que somos hijos, hoy la carta de Juan insiste en las consecuencias de esta filiación: el que se sabe hijo de Dios no debe pecar.

Se contraponen los hijos de Dios y los hijos del diablo. Los que nacen de Dios y los que nacen del maligno. El criterio para distinguirlos está en su estilo de vida, en sus obras.

«Quien comete el pecado es del diablo», porque el pecado es la marca del maligno, ya desde el principio. Mientras que «el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él: no puede pecar porque ha nacido de Dios».

Es totalmente incompatible el pecado con la fe y la comunión con Jesús. ¿Cómo puede reinar en nosotros el pecado si hemos nacido de Dios y su semilla permanece en nosotros?

Los nacidos de Dios han de obrar justamente, como él es justo, y como Jesús es el Justo, mientras que «el que no obra la justicia no es de Dios».

Añade también el amor al hermano, que será lo que desarrollará en las páginas siguientes de su carta.

2.- El testimonio que Juan el Bautista ha dado de Jesús hace que algunos de sus discípulos pasen a seguir al Mesías. Que era lo que quería Juan: «que yo mengüe y que él crezca».

Seguimos leyendo la primera página del ministerio mesiánico de Jesús.

Andrés y el otro discípulo le siguen, le preguntan dónde vive, conviven con él ese día, y así serán luego testigos suyos y la Buena Noticia se irá difundiendo.

Andrés corre a decírselo a su hermano Simón: «hemos encontrado al Mesías», y propicia de este modo el primer encuentro de Simón con Jesús, que le mira fijamente y le anuncia ya que su verdadero nombre va a ser Cefas, Piedra. Pedro.

3.- a) La Navidad -el Dios hecho hombre- nos ha traído la gran noticia de que somos hijos en el Hijo, y hermanos los unos de los otros.

Pero también nos recuerda que los hijos deben abandonar el estilo del mundo o del diablo, renunciar al pecado y vivir como vivió Jesús. Si en días anteriores las lecturas nos invitaban con una metáfora a vivir en la luz, ahora más directamente nos dicen que desterremos el pecado de nuestra vida. El pecado no hace falta que sean fallos enormes y escandalosos. También son pecado las pequeñas infidelidades en nuestra vida de cada día, nuestra pobre generosidad, la poca claridad en nuestro estilo de vida. Navidad nos invita a un mayor amor en nuestro seguimiento de Jesús.

b) Empezamos el año con un programa ambicioso.

No quiere decir que nunca más pecaremos, sino que nuestra actitud no puede ser de conformidad con el pecado. Que debemos rechazarlo y desear vivir como Cristo, en la luz y en la santidad de Dios. Por desgracia todos tenemos la experiencia del pecado en nosotros mismos, que siempre de alguna manera es negación de Dios, ruptura con el hermano y daño contra nuestra propia persona, porque nos debilita y oscurece.

Cuando en nuestras opciones prevalece el pecado, por dejadez propia o por tentación del ambiente que nos rodea, no estamos siendo hijos de Dios.

Fallamos a su amor. La Plegaria Eucarística IV del Misal describe el pecado de nuestros primeros padres así: «cuando por desobediencia perdió tu amistad…».

Y al contrario: cuando renunciamos a nuestros intereses e instintos para seguir a Cristo, entonces sí estamos actuando como hijos, y estamos celebrando bien la Navidad.

En la bendición solemne de la Navidad el presidente nos desea esta gracia: «el Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo… aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia».

c) Como los discípulos del Bautista en el evangelio, los cristianos somos llamados, a seguir a Cristo Jesús. Seguir es ver, experimentar, estar con, convivir con Jesús, conocer su voz, imitar su género de vida, y dar así testimonio de él ante todos.

Ese «venid y veréis» ha debido ser para nosotros la experiencia de la Navidad, si la estamos celebrando bien. ¿Salimos de ella más convencidos de que vale la pena ser seguidores y apóstoles de Jesús? ¿tenemos dentro una buena noticia para comunicar? ¿la transmitiremos a otros, como Andrés a su hermano Pedro?

d) La Eucaristía la celebramos con una humilde conciencia de que somos pecadores. Al inicio de la misa decimos a veces la hermosa oración penitencial: «yo confieso… por mi culpa, por mi culpa». Reconocemos que somos débiles pero le pedimos a Dios su ayuda y su perdón.

En el Padrenuestro pedimos cada día: «mas líbranos del mal», que también puede significar «mas líbranos del maligno».

Y somos invitados a la comunión asegurándonos que el Señor que se ha querido hacer nuestro alimento es ese Jesús que vino para «quitar el pecado del mundo».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Bautismo de Jesús – Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: – Soy yo el que necesito que tu me bautices, ¿ y tú acudes a mí? Jesús le contestó: – Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo los que Dios quiere. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: – Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Explicación

Jesús fue al Jordán para ser bautizado por su primo Juan. Jesús sabía que era profeta y le respetaba y era amigo suyo. Al verlo Juan dijo: -¡Mirad, el hombre del que os hablé! y después dijo a Jesús: -Eres tú el que me tienes que bautizar, ¿y vienes para que yo te bautice? Pero Jesús le mandó que lo hiciera. El Espíritu de Dios entró en Jesús, y se oyó la voz del Padre que dijo «Este es mi hijo, el amado mi predilecto». Todos estaban pendientes de Jesús, después de oír la voz de Dios. Y Jesús, luego se retiró a orar al desierto.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Adoración de los Magos – Mateo 2, 1-12

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: – En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel». Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: – Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo reciido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino

Explicación

De muy lejos llegaron a Belén unos sabios que, cuando encontraron a Jesús, se pusieron de rodillas ante él y le ofrecieron unos regalos delicados: oro, incienso y mirra. Este día, conocido como el día de los Reyes, celebramos que Jesús es alguien importante para todos -también para los de muy lejos como los sabios de Oriente- y no sólo para algunos pocos como creían los judíos. A veces, muchos que vienen de lejos nos dan lecciones a los de cerca. Ellos sí que encontraron en Jesús al rey que buscaban. ¡Felices y afortunados!

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario el evangelio – 4 de enero

Hay cosas de las uno no puede olvidarse, si es que no tiene una enfermedad que le afecta a su memoria. Las recuerda con todo lujo de detalles y como si estuvieran pasando en este preciso momento. Cuando uno rememora estos acontecimientos, los revive y los actualiza. A ver, ¿qué matrimonio, de los que van bien y se quieren, no se acuerda de cuándo empezaron su relación, de su primer beso, de la fecha de boda, del parto de sus hijos y de cómo vivieron juntos momentos de gozo y de tristeza significativos?; ¿o que consagrado, que aún se siente ilusionado, no se acuerda de los hitos, grandes y pequeños, que marcaron su respuesta al Señor y a los hermanos? Si cada uno de nosotros escribiera sus memorias, desempolvando recuerdos, tendríamos mucho que escribir y poco espacio en blanco para hacerlo. Tendríamos que resumir y que esquematizar. Pero, sin duda, recogeríamos ciertos acontecimientos y detalles que se nos quedaron marcados y de los que fuimos únicos testigos directos.

Esto es lo que pasa en ciertos relatos vocacionales como el que se nos narra hoy en el evangelio de Juan: la vocación de dos discípulos. Ellos se acuerdan, por ejemplo, de que eran “las cuatro de la tarde” (v. 39), cuando sucedieron esos acontecimientos tan importantes para la vida de esos dos discípulos. Este detalle confiere a todo este relato el sello de un testimonio personal.

Los dos son discípulos de Juan, antes que de ningún otro. Pero su Maestro es humilde y anda en verdad. No quiere retenerlos junto a él. Por eso, al pasar Jesús, le reconoce por lo que es. Y dice, señalándolo: “Éste es el Cordero de Dios” (v. 36). Con este testimonio cualificado de Juan acerca de Jesús, a los dos discípulos se les abre la puerta de la confianza radical. Y a partir  de ahí “siguieron a Jesús” (v. 37). Pero este seguimiento habrá que profundizarlo en otros encuentros íntimos y personales: en una vida compartida, que ponga sobre el tapete los rasgos más importantes de la existencia. El texto usa tres verbos para expresar lo que han de vivir los discípulos junto a Jesús: “fueron… vieron… se quedaron con Él” (vv. 38-39). El coloquio, de un día de duración, entre Jesús y los discípulos  no sabemos qué tema abordaron. Lo que sí sabemos es que esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe: “hemos encontrado al Mesías” (v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión. 

Si algún día aciago me decidiera a escribir mis memorias, me gustaría muchísimo terminarlas, diciendo que he encontrado al Mesías.

Ciudad Redonda

Meditación – 4 de enero

Hoy es 4 de enero, miércoles II de Navidad.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 1, 35-42):

En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.

En el pasaje del evangelio de hoy se nos presenta la escena en que Jesús llama a sus primeros discípulos.

El apóstol San Juan, quien escribe el cuarto de los evangelios, preocupado por darnos a entender el significado profundo de las actuaciones de Jesús, se fija en detalles que a veces no nos llaman la atención. Por ejemplo, al ver que la Biblia empezaba con una presentación de la obra de Dios, distribuida en siete días, él también consideró que Jesús había venido para una nueva creación del mundo y relató esta primera semana de Jesús contando los días.

El primer día Juan Bautista afirmaba: En medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen. Y durante la semana vemos cómo Juan Bautista primero y luego el apóstol San Juan, Andrés, Simón… descubren a Jesús. El último día será el de las bodas de Caná: ese día Jesús, a su vez, les descubrirá su gloria.

Y el Señor pregunta a los nuevos discípulos: ¿Qué buscan?. Juan no olvidó nunca esta primera palabra que Jesús les dirigió. Queremos saber quién es Jesús, y él nos pregunta sobre lo que llevamos adentro; porque de nada sirve encontrarlo si estamos sin deseos.

Estos hombres han empezado a convivir con Jesús. Con el tiempo descubrirán que es el Maestro, el Mesías, el Hijo de Dios. Así nosotros, mientras vamos caminando, progresamos en el conocimiento de Jesucristo.

Juan Bautista no tenía nada de celoso: había invitado a sus discípulos a que fueran a Jesús, y después estos dos primeros trajeron a los demás. Así también nosotros encontramos a Jesús, porque alguna otra persona nos habló de él o nos comprometió en una tarea marcada por su espíritu.

Estos dos discípulos reconocieron a Jesús. Sería más exacto decir que Jesús ha reconocido a los que el Padre había puesto en su camino. Así reconoce a Natanael cuando está bajo la higuera. Entre los judíos esta expresión se refería a un maestro de la Ley ocupado en enseñar la religión, pues ordinariamente lo hacían a la sombra de un árbol. Así reconoce Jesús a Simón, a quien el Padre eligió para ser la primera Piedra de la Iglesia.

Pidamos al Señor que también nosotros sepamos reconocerlos y a María que nos ayude en nuestros propósitos de seguirlo.

Liturgia – 4 de enero

LUNES 4 de enero, feria del Tiempo de Navidad

Misa de feria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio de Navidad

Leccionario: Vol. II

  • 1Jn 3, 7-10. No puede pecar, porque ha nacido de Dios.
  • Sal 97.Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
  • Jn 1, 35-42. Hemos encontrado al Mesías

Antífona de entrada          Gál 4, 4-5
Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la adopción filial.

Monición de entrada y acto penitencial
“¡Venga y vean!”, dice Jesús a los dos discípulos de Juan el Bautista, que tenían curiosidad sobre el mismo Jesús. Fueron y vieron a su Salvador, y le siguieron. “¡Vengan y vean!” Ojalá pudiéramos nosotros decir lo mismo hoy a nuestros hermanos -sobre todo a los “alejados”- y mostrarles a Jesús presente en medio de nosotros. ¿Lo encontrarían entre nosotros? Y nosotros mismos ¿reconocemos a Cristo que pasa entre nosotros?

Yo confieso…

Oración colecta
DIOS todopoderoso y eterno,
que has querido manifestarte con una luz nueva
por medio de la venida de tu Unigénito,
concédenos que, así como merecimos que él participara,
por su nacimiento de la Virgen,
de nuestra existencia corporal,
nosotros merezcamos ser coherederos en su reino de gracia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
Andrés y Juan dejan al Bautista y siguen decididamente a Jesús, que les viene presentado como el «Cordero de Dios». A partir de esa fecha tan memorable, ellos van, ven dónde vive y permanecen con Él. Luego –y como consecuencia de tan afortunado encuentro– atraen a otros hacia ese tan impresionante y singular «Maestro». Y entre ellos está nada menos que Pedro. Para seguir a Jesús es preciso fiarse de Él, dejando que disponga totalmente de sus vidas. Quién no tiene esta confianza ilimitada no puede convertirlo realmente en «su» Señor.

Oración de los fieles
Como Simón y Andrés, reconocemos en Jesús al Mesías que la humanidad esperaba, y unidos a Él, presentamos confiadamente nuestras peticiones a Dios Padre.

1.- Por los que han escuchado la llamada especial de Jesús, “Ven, sígueme”, y la han seguido: sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros…, para que permanezcan siempre fieles a su vocación, roguemos al Señor.

2.- Por los que predican el evangelio de Jesús, para que su propia vida sea una constante invitación a los hermanos para vivir conforme al evangelio, roguemos al Señor.

3.- Por nuestras comunidades cristianas, para que, tanto sus líderes como sus miembros, vayamos juntos como hermanos, compañeros y amigos, por el camino del Señor, roguemos al Señor.

Oh Dios, que quisiste que los discípulos de Juan siguieran a Jesús, escucha las súplicas que te hemos dirigido y muéstranos tu bondad, tu misericordia y tu fidelidad, para que siguiendo a tu Hijo nos dejemos transformar por su amor y alcancemos por Él la gracia de la inmortalidad. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios,
autor de la piedad sincera y de la paz,
te pedimos que con esta ofrenda veneremos dignamente tu grandeza
y nuestra unión se haga más fuerte
por la participación en este sagrado misterio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antes de la solemnidad de Epifanía, prefacio de Navidad.

Antífona de comunión          Jn 1, 16
De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia.

Oración después de la comunión
QUE tu pueblo, Señor, dirigido por tu abundante ayuda,
reciba los auxilios presentes y futuros de tu amor,
para que, sostenido por el consuelo necesario de las cosas temporales,
aspire con más confianza a los bienes eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Gregorio

Noble de nacimiento, Gregorio gobernó durante cuarenta años el distrito de Autun, con el cargo de «conde» y se distinguió por su sentido de justicia.

Era ya entrado en años, cuando murió su esposa Armentaria y él decidió realizar su deseo de abandonar el mundo y entregar su vida a Dios. Elegido obispo de Langrés por el pueblo y el clero, San Gregorio fue un ejemplo de fidelidad a sus deberes pastorales.

Hacía grandes penitencias en lo referente a la bebida y la comida. Con frecuencia pasaba una parte de la noche en oración, sobre todo en el bautisterio de Dijon, donde habitaba.

San Gregorio, murió en Langrés, en 539. Según su deseo los restos fueron trasladados al santuario de San Benigno.

Aun en los milagros que realizó después de su muerte, parece haber tenido predilección por los prisioneros de la justicia humana.