«Caer de rodillas»

1.- A los que solemos leer la Biblia con asiduidad nos pasa que hay pasajes de esos que casi te sabes de memoria, que has leído o escuchado una y mil veces. Pero de repente, un día, hay algo que te llama la atención, que nunca habías caído en la cuenta de ello y sin embargo te sorprende… y eso me ha pasado hoy en el Evangelio. Y sobre ello quisiera llamar vuestra atención en este día de la fiesta de los Reyes Magos, que litúrgicamente llamamos Epifanía, manifestación de Dios.

2.- Cuenta el Evangelio que aquellos sabios de Oriente llegaron hasta donde estaba el Niño, y “cayeron de rodillas” ante él. No dice que se arrodillaron, sino que cayeron, literalmente. Es algo que en la vida de los seres humanos pasa muy pocas veces. ¿Cuándo habéis caído vosotros de rodillas? Creo que nos pasa en pocas ocasiones. Alguna vez ante el dolor desbordante que te impide seguir en pie, pero no parece ser ésa la razón por la que caen los Magos. En otra ocasión, podemos caer de agotamiento, tras una larga caminata o después de una actividad que ha requerido mucho esfuerzo físico; quizás ésta sí que pudiera ser la razón por la que aquellos cayeron ante el niño Jesús… pero me inclino a pensar que cayeron de rodillas por otra cosa. Y ahí es donde podemos recordar situaciones de fuerte presencia de Dios en nuestra vida, casi mirándole cara a cara, sintiéndole muy próximo y, ante Él, sintiendo nuestra pequeñez. Ahí sí que caes de rodillas, sabiéndote pequeño, como el niño que se agazapa en los brazos de su padre, acurrucándote ante Él. Así cayeron los Magos ante el Niño Dios.

3.- Un viaje como aquel requería alforjas, séquito y empeñar todo lo que se poseía para salir en busca de lo desconocido; se intuía algo grande ante la aparición en el cielo de aquel signo, de aquella estrella. Pero más grande que el nacimiento de una estrella, mayor que el prodigio de que aquella luz en el firmamento les guiase, estaba la presencia de un niño ante el que reconocer a ese Dios grande que se hace pequeño.

4.- Para la Iglesia de Oriente hoy es el día de la Navidad, el día que Jesús se manifiesta como la Luz del mundo, el día que Dios eligió para manifestarse a todos los hombres a través de la pequeñez del hijo de María; eso significa Epifanía. Y hoy, a pesar de los excesos que han traído todos estos días pasados, en una jornada marcada por la ilusión infantil de los regalos, a mi se me ocurre una invitación para todos nosotros: la de caer de rodillas.

5.- ¿Y por qué hacerlo? Porque cuando aquellos hombres se levantaron ya no eran los mismos. Arrodillarse puede parecer un gesto servil, pero en ocasiones es un gesto de humildad. Implica bajarse del podio al que nos subimos constantemente, creyéndonos los mejores, los más sabios, los más hermosos, los más perfectos. De rodillas pides compasión, ayuda, clemencia, comprensión, misericordia. Y levantarse es poder de nuevo estar de pie habiendo pasado por la experiencia de la pequeñez. Además, ponerse de rodillas ante aquel niño era dejar paso en la propia vida a la ternura, a la grandeza que está no en saber más, ni ser más fuerte, sino la de ser humano, y por eso, profundamente imagen de Dios. Y arrodillarse ante aquel niño era, sin más dejarse deslumbrar. Cuando a uno le da la luz, parece que todo en su vida se vuelve más luminoso, y que esa luz se transmite. A todos nos parece que quien ha tomado el sol se muestra con un aspecto más vital, más saludable… y a eso nos invita la celebración de hoy.

6.- Escuchar “¡levántate, brilla!”, como decía la primera lectura, es una invitación para nosotros. Llevamos días adorando al Señor, proclamando en medio de tanto adorno y propaganda que es posible que todos los días sea Navidad, que Dios nazca en nuestras vidas e inunde con su luz cada uno de nuestros rincones oscuros. Hoy la Eucaristía nos grita que nos levantemos y brillemos, que iluminados por Él ahora, como tantas otras veces, seamos espejos que reflejen esa luz suya, y nos levantemos, y vayamos a iluminarlo todo.

7.- El deseo para esta noche mágica es que, individualmente y como Iglesia, seamos luz del mundo, y no nos cansemos de proclamar a todos que nuestro Dios se manifiesta en las cosas sencillas, pequeñas, cercanas, a veces tan concretas como un niño que nace, como un gesto infantil de nerviosismo y sorpresa ante unos regalos, como una pequeña luz en el cielo o como cada uno de los gestos que podemos y debemos hacer para meter a Dios en nuestra vida y en la del que tenemos al lado.

Pedro Juan Díaz

Anuncio publicitario

Lectio Divina

“Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle

INTRODUCCIÓN

“Es Navidad. De Oriente llegan unos magos, porque les espera un recién nacido, porque ha nacido el Rey. Buscan al que los ha llamado, van al que los ha atraído, preguntan por el que los ha guiado, llevan regalos al que se ha hecho para ellos regalo del cielo, encuentran al que ha bajado del cielo para buscarlos. Si te fijas en la estrella que los guía, reconocerás en ella la luz de la fe que a ti te ilumina y te lleva adonde está Jesús. Si te fijas en los magos, hoy entras con ellos en la casa, hoy contigo ellos caen de rodillas en adoración y ofrecen al Niño sus regalos, tu regalo: tu pan y tu vino”. (Fray Santiago Agrelo).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª lectura: Is. 60,1-6.          2ª lectura: Ef. 3,2-3ª.5-6

EVANGELIO

Mateo 2, 1-12

Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.» AL oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

REFLEXIÓN

El camino de los Magos es el auténtico camino de la fe. Siempre hay “una luz” que viene de lo alto, “un camino” nada fácil de recorrer y “una meta”: La adoración.

1.- Vimos la estrella en Oriente. Confucio, célebre pensador chino que vivió en el siglo VI antes de Cristo, nos dejó este proverbio: “Cuando el sabio apunta con el dedo la luna, sólo el necio se queda mirando el dedo”. Desde que se escribieron los evangelios  ha habido muchos necios que, ante la estrella de los magos, se han quedado mirando el dedo de las apariencias externas y no han descubierto el significado profundo de los hechos.

Sabemos que los evangelios de la infancia se escribieron al final y están coloreados por la experiencia de Pascua. Esa estrella maravillosa que alumbra en el cielo es Cristo Resucitado, que no puede ser patrimonio de un solo pueblo, el pueblo judío, sino de todos los pueblos. Hoy es la fiesta de todos los que creemos en Jesús, aunque no seamos judíos. Fiesta grande, fiesta universal, fiesta de la Humanidad. Pero hay que “mirar al cielo” y descubrir la estrella “para llenarnos de alegría”.

2.- Y venimos. Los Magos se pusieron de camino. Y en el camino de la fe hay que dejar las comodidades materiales y entrar a formar parte en la caravana de los “buscadores de Dios”. Es verdad que la “estrella de Dios” brilla, seduce, fascina y te lanza a una búsqueda apasionante. Pero no es menos verdad que, cuando menos lo esperas, esa estrella “desaparece”. Y corres el riesgo de desanimarte, tirar la toalla y desandar el camino. Lo expresaba bellamente Ortega y Gasset: “En la órbita de la Tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al sol y un tiempo de máximo alejamiento. Algo parecido ocurre con la mente respecto a Dios. Hay épocas de “odium Dei”, de gran fuga de lo divino, en que esa enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge el acantilado de la divinidad. Y se grita ¡DIOS A LA VISTA!”. (El espectador)

Dios es presencia y ausencia. Y una ausencia “sentida” es un modo de presencia. Tal vez uno de los males de nuestro tiempo es que “no siente” la ausencia de Dios. “Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo peor es que no sabemos para qué sirve la sed” (A.Machado).

3.- A adorarle. “El hombre ha nacido para adorar a Dios”. Es el principio y fundamento de los ejercicios de San Ignacio. Si unimos esta frase con la de San Juan de la Cruz: “El hombre ha nacido para la unión con Dios”, debemos concluir que a máxima unión con Dios, máxima realización de la persona. Cuando, como los magos de Oriente, caemos de rodillas ante Dios y le adoramos, nos vaciamos de nuestro egoísmo personal, nos descentramos de nosotros mismos, y nos llenamos de Dios poniéndolo en el centro de nuestra existencia, ahí  se acaba el orgullo y la soberbia de querer ser “como Dios”. En eso consiste el pecado.  Adorar es aceptar con gozo nuestra situación de criaturas y, bien orientadas hacia Dios, nuestro Creador,  disfrutar de Dios y de toda su creación, obra de su amor. Y queremos traer aquí unas palabras del Papa Francisco con motivo de la fiesta de la Epifanía: «Para adorar al Señor es necesario ver más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso»,  El Santo Padre subrayó que este modo de “ver” que trasciende lo visible, «hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz». (6-Enero-2021).

PREGUNTAS

1.- ¿Soy capaz de descubrir “estrellas”, es decir, señales, guiños, que Dios me hace para que yo le siga?

2.- ¿Me siento llamado a esa maravillosa aventura de buscar a Dios? ¿Me desanimo en esa búsqueda?

3.- ¿Alguna vez me he quedado asombrado ante una bonita puesta de sol, ante la inmensidad  de los mares, ante una noche con un cielo sereno, tachonado de estrellas? En esos momentos, ¿no me han dado ganas de ponerme de rodillas?

Este evangelio, en verso, suena así:

Ésta es la preciosa «historia»
de unos «Magos soñadores»
que, al descubrir una «estrella»,
siguieron sus resplandores.
Después de un largo camino,
cruzando valles y montes,
la «estrella» vino a pararse
sobre una casa muy pobre.
De rodillas, ante un «NIÑO»,
abrieron sus ricos cofres
de oro, de incienso y de mirra
y le ofrecieron sus dones …
Hoy, con pena no es el «NIÑO»,
REY de nuestros corazones.
Lo hemos cambiado por «viejos
barbudos y barrigones».
Es verdad que sus regalos
no caben en los salones,
pero están tristes las casas,
«sin flores en los balcones».
Al olvidar a Jesús
matamos las ilusiones.
Perdieron su luz los ojos
de niños y de mayores.
Perdona, Señor, y escucha
nuestras puras oraciones:
Devuélvenos la «ILUSIÓN»,
que robaron los ladrones.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

La estrella es la fe

1.- Hoy es la fiesta de la luz. Jesús luz de todos los hombres. También de los gentiles, esos que quedaban excluidos de la comunidad judía. Este es el mensaje que Mateo quiere hacer llegar a su comunidad judeo-cristiana con la preciosa escena de la estrella conduciendo a unos magos extranjeros hasta la cuna del Niño Dios. Luz que llena de inmensa alegría a los Magos cuando ilumina sus corazones con la presencia de Jesús en los brazos de María.

Todos nosotros recordamos esta fiesta como un día de inmensa e inocente alegría al recibir los regalos que los Magos nos traían. Y esa alegría sencilla, humana, inocente es el anverso de esa otra alegría más honda que debería llenar siempre nuestro corazón por haber encontrado la luz de Dios, la luz de la Fe.

2.- La historia de estos Magos es nuestra historia, los llama una estrella emprenden un camino por tierras desiertas, pierden la estrella cuando buscan en lo humano de poderosos y sabios de Jerusalén lo que estos no pueden dar, y vuelven a encontrarla con gozo inmenso al salir de la ciudad y encontrar a su luz esa otra luz de Dios en el Niño hijo de María. Y siendo ellos luz para los demás.

A) Nuestra fe, es una luz una llamada personal a Dios a cada uno. Mi presencia a la Iglesia no la pertenencia a un club, con carnet con cuotas que pagará, con actos a que asistir.

Es una llamada, una atracción hacia la búsqueda de Dios. La llamada que problematiza mi vida entera, que sacude la escala de valores de mi vida, porque exige que ponga como valor supremo mi adhesión a Dios, y luego todo lo demás. Los Magos dejaron su patria y se embarcaron en un gran viaje. ¿Me siento llamado personalmente? ¿O tengo fe de número de carnet?

B) También nosotros todos tenemos la experiencia de que cuando nos apoyamos con exceso en la humano, cuando nos dejamos involucrar en los problema diarios, perdiendo el norte de la estrella, cuando buscamos en la sabiduría humano la solución de nuestros problemas, o en el poder o en el dinero, la estrella de la fe se esconde, nos sentimos abandonados, sin fuerzas. Y aunque pretendemos ocultar nuestra falta de paz con una falsa alegría, nos falta lo esencial.

C) Y solo cuando volvemos a acercarnos al Señor, con sinceridad, con sencillez, reconociendo nuestros errores, encontramos la inmensa alegría de los Magos al encontrar al Niño Dios en brazos de María.

D) Y cuando esa paz y alegría de la fe vivida, nos invade, entonces somos capaces de andar por caminos nuevos y llenos de la luz de Dios somos luz para los demás. Vosotros sois la luz del mundo, como nos dijo Jesús.

–Luz que transforma todo lo que hay a nuestro alrededor. Luz mágica como de Reyes Magos. Que convierta el odio en amor, la ofensa en perdón, la discordia en armonía, que transforme el error en verdad, la duda en fe, la desesperación en esperanza.

–Luz que nos haga olvidarnos de nosotros como el humilde San Francisco de forma que no nos empeñemos en ser consolados sino en consolar, en ser comprendidos sino en comprender, en ser amados sino en amar, recordando siempre que dando se recibe, olvidando se encuentra y perdonando se es perdonado. El Señor nos conceda estos mágicos poderes contenidos en nuestra fe, en esa fe que ilumina nuestro camino como una estrella.

José María Maruri, SJ

Comentario – Epifanía del Señor

(Mt 2, 1-12)

Los magos de Oriente eran astrólogos, poseedores de una ciencia que enorgullecía a los habitantes de la zona del río Eufrates. Dios ha hablado su lenguaje y a través de un signo celestial les ha anunciado el nacimiento de un nuevo rey, un gran soberano que debía ser homenajeado.

Mientras Herodes era un rey ilegítimo, Jesús aparecía así como el verdadero rey de Israel, descendiente de David.

Pero la figura de los magos de Oriente en realidad simboliza a los pueblos paganos que acercan su homenaje al Mesías, y por eso en ellos estamos representados todos los creyentes, de todos los pueblos de la tierra, que conocimos a Jesús y lo adoramos.

Cuando el texto nos dice que los magos “se llenaron de inmenso gozo”, nos invita a preguntarnos si estamos viviendo con alegría nuestro encuentro personal y cotidiano con el Señor Jesús.

De ahí la importancia de esta fiesta, donde cada uno de nosotros celebra que Cristo se ha manifestado a su propia vida. Él podría haberme salvado sin que yo lo conociera, sin que yo disfrutara de su amistad, pero además de eso ha querido revelarme su hermosura, ha querido regalarme su amistad, ha querido manifestarse a mi vida y ofrecerme un trato íntimo y personal.

Celebremos íntimamente nuestro propio encuentro con él, descubramos una vez más que es bueno haberlo conocido; pero pidámosle también que nuestra vida sea una luz para los demás, de manera que otros puedan encontrarse con él.

Oración:

“Te doy gracias Jesús, porque no solamente me das tu fuerza en mi interior y me ayudas en el camino de la vida, sino que también me has regalado el honor de poder conocerte, de adorarte, de contemplar tu misterio. Gracias por esa mirada de predilección de la cual no puedo ser digno. Y doy gloria a tu nombre porque te has manifestado a todos los pueblos de la tiera”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Epifanía del Señor

Epifanía quiere decir manifestación. En la solemnidad de hoy, la Iglesia conmemora la primera manifestación del Hijo de Dios hecho Hombre al mundo pagano, que tuvo lugar con la adoración de los Magos. La fiesta proclama el alcance universal de la misión de Cristo, que viene al mundo para cumplir las promesas hechas a Israel y llevar a cabo la salvación de todos los hombres.

La fiesta de Epifanía nació en los primeros siglos del Cristianismo.

En el evangelio de hoy, se relata que llegaron estos magos a Jerusalén; tal vez pensaban que aquél era el término de su viaje, pero allí, en la gran ciudad, no encuentran al recién nacido rey de los judíos. Quizá, -parece humanamente lo más lógico si se trata de buscar a un rey,- fueron directamente al palacio de Herodes; pero los caminos de los hombres no son, frecuentemente, los caminos de Dios. Indagan, ponen los medios a su alcance: ¿Dónde está?, preguntan. Y Dios, cuando de verdad se lo quiere encontrar, sale al paso, nos señala la ruta, incluso a través de los medios que podrían parecer menos aptos.

¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?

Y nosotros, que como los Magos nos hemos puesto en camino muchas veces en busca del Señor, nos damos cuenta que Jesús no puede estar en la soberbia que no separa de Dios, ni en la falta de caridad que nos aísla.

Debemos encontrar las verdaderas señales que llevan hasta el Niño-Dios. En estos Magos llamados a adorar a Jesús, nos reconocemos a nosotros mismos, que nos encaminamos a Cristo a través de nuestros quehaceres familiares, sociales y de nuestro trabajo, de la fidelidad de lo pequeño de cada día.

San Buenaventura nos dice sobre este pasaje que la estrella que nos guía es triple: la Sagrada Escritura, especialmente el Evangelio, que debemos conocer bien. Una estrella que está siempre arriba para que la miremos y encontremos la justa dirección, que es María, nuestra Madre. Y una estrella interior, personal, que son las gracias del Espíritu Santo. Con estas ayudas encontraremos en todo momento el camino que conduce a Belén, hasta Jesús.

Pidamos a María que busquemos siempre a su Hijo, como lo hicieron los Magos vendidos de Oriente, y no reparemos en las dificultades ni en los sacrificios que debamos hacer hasta encontrarlo.

Y pidámosle también que encontremos siempre y adoremos al Niño Dios, en la humildad del Pesebre.

El rastro luminoso de la estrella sigue brillando

1.-LA BRILLANTE LUZ DIVINA.«¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60, 1) Uno de los elementos naturales que sirven en el lenguaje bíblico para hablar de la grandeza divina es el de la luz. Así dice San Pablo que Dios habita en una luz inmarcesible. San Juan por su parte al referirse al Verbo dice que era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. También al hablar de los santos en el Cielo se dice de ellos que son luceros que brillan en la noche como las chispas de un cañaveral. Para quienes hemos dedicado nuestra vida a la enseñanza es consolador saber que, –como dice Dn 12, 3–, brillarán con esplendor en el Cielo quienes enseñaron la justicia a otros.

En el sermón de la montaña Jesús dice que somos la luz del mundo y hemos de estar sobre el candelero para alumbrar a los de la casa. De tal manera ha de lucir nuestra luz ante los hombres que, al ver nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos… Esa luz divina de la que participamos no podemos apagarla, sino que hemos de reflejarla e iluminar a otros.

2.- EL DON COMPARTIDO. «Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro» (Ef 3, 2). San Pablo reconoce que cuanto tiene le ha sido otorgado por la liberalidad divina. Nunca estima que tenga algo por mérito propio. Reconocerá sí que ha procurado responder a las gracias recibidas, e incluso dirá que no las ha recibido en vano. Pero nunca presume de cosa alguna como propia. El se reconoce débil e incapaz de superar por sí sólo las dificultades. Sin embargo, afirma convencido que todo lo puede en Aquel que le conforta.

Y al mismo tiempo comprende que cuanto ha recibido no es para su bien personal, algo para su propio provecho, sino unos dones que ha de comunicar a los demás, haciéndoles partícipes de ese cúmulo de gracias divinas… En definitiva, todo don nos viene de Dios y no sólo para nuestro provecho. Así, al ser dadivoso con los demás, seremos como Cristo mismo, una epifanía, una manifestación, del amor del Padre.

3.- TRAS EL RASTRO DE UNA ESTRELLA.«Jesús nació en Belén de Judá en tiempo del rey Herodes…» (Mt 2, 1) Cuando nace el Niño Jesús, a Herodes sólo le quedaban unos cuatro años de vida. Ante esas circunstancias las intrigas palaciegas se multiplicaban. Su mismo hijo Arquelao forma parte de una conspiración que, descubierta por su padre, le costó no sólo el trono sino también la vida. Por eso la presencia de unos extranjeros preguntando por el rey de los judíos que acababa de nacer, produce una gran consternación en la corte real.

Por qué temes Herodes, no te arrebatará un reinado terreno el que viene a dar el Reino de los cielos. Así dice un himno de la liturgia del día… Trató de engañar a los ilustres visitantes. Pero su astucia y su maldad no sirvió de nada. Y los Reyes Magos se volvieron por otro camino, llenos de gozo por haber visto al Rey del mundo, recostado en el regazo de una joven madre llamada María. El rastro luminoso de la estrella sigue brillando. Mas sólo los humildes y sencillos pueden verlo y seguirlo.

Antonio García-Moreno

Adoración

Cuando una persona quiere expresar que algo le gusta mucho, o que una actividad le satisface, o que quiere mucho a otra persona, se dice a veces que “adora” eso, o que “siente adoración por” lo que sea. Porque “adorar” significa en primer lugar “reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina”, pero también “amar con extremo, gustar de algo extremadamente”. El modo en que se “adora” esa actividad o a esa persona se nota en gestos, palabras, en priorizarla sobre otros intereses, en dedicarle el tiempo que haga falta…

Estamos en el tiempo de Navidad, y desde la Nochebuena hemos ido profundizando en el Misterio del Dios hecho hombre. Pero la profundización de este Misterio, necesita verse complementada por la actitud de la adoración, porque estamos ante el mismo Dios.

Hoy, día de la Epifanía, de la manifestación del Señor a todos los pueblos, hemos escuchado en el Evangelio un ejemplo de adoración: unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Incluso el rey Herodes, aunque con mala intención, indica que desea ir también a adorarlo.

Y ese deseo de los Magos se cumple cuando entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron. Su acto de fe al seguir la estrella, su disponibilidad para ponerse en camino y su constante actitud de búsqueda les lleva a encontrarse con el Misterio; y la primera actitud que surge ante el Misterio es la adoración: se dan cuenta de que se hallan frente a Dios, y brota en ellos el amor y el respeto.

Hoy nosotros estamos también llamados, como los Magos, a contemplar y adorar el Misterio del Dios hecho hombre. La Palabra se ha hecho carne, “ha venido a los suyos” y la hemos recibido por la fe, y nuestra primera respuesta debe ser, como los Magos, la adoración.

Porque, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 2096 y 2097, “adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso… La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo”. La adoración es nuestra respuesta a la revelación de Dios que descubrimos en Jesús, es una expresión de fe.

Y esta adoración interior la necesitamos expresar con gestos exteriores: con un beso, haciendo una reverencia, una genuflexión, o arrodillándonos… no por miedo ni por servilismo sino por respeto y reconocimiento. Un respeto amoroso porque, aun siendo conscientes de la grandeza de Dios y de nuestra propia pequeñez, sabemos que Él nos ama infinitamente, hasta el punto de nacer como uno de nosotros para salvar a la humanidad desde dentro, haciéndose el Dios-con-nosotros.

Contemplando a los Magos en adoración ante el Niño Dios, podemos preguntarnos: Durante estos días de fiesta, ¿he buscado encontrarme con el Dios que nace para adorarlo, o me han absorbido otras actividades? ¿Cuál es mi actitud interior ante el Misterio que estamos celebrando: frialdad, indiferencia, miedo, o amor respetuoso? ¿Qué tiempo estoy dispuesto a dedicar a la oración de adoración? ¿Me creo que adorar a Dios me libera de adorar a otros “dioses” que me esclavizan?

Como indica el Catecismo; “Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño”. (2096) Y del mismo modo que los Magos, tras adorar al Niño, se retiraron a su tierra por otro camino, esa adoración al Dios hecho hombre se nos tiene que notar en nuestra vida cotidiana, del mismo modo que se nos nota aquello que decimos que “adoramos”. No podemos seguir como si no hubiéramos adorado a Dios.

Hoy, imitando a los Magos, terminaremos la celebración realizando un gesto de adoración ante la imagen del Niño. Pero eso es sólo una imagen: para que podamos adorarle de verdad, sabiéndonos ante Él, el Señor se ha quedado en la Eucaristía. Que la adoración a Jesús sacramentado pase a ser algo habitual en nuestra vida de fe, que sea un diálogo de amor con quien tanto nos ama para que, reconociéndole como nuestro Señor y Salvador, nos veamos libres “de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” en nuestro caminar diario siguiendo los pasos del Señor.

Andar por la vida cada día

Andar por la vida
portando tu mensaje y buena noticia;
andar erguido y feliz
a pesar de las inclemencias del camino,
de las tormentas y contratiempos;
andar a plena luz
sin miedo a ser reconocido
como testigo tuyo aquí y ahora.

Detener el paso
y descansar de cargas y agobios;
dialogar y compartir
cada día con quienes van y vienen;
volver a salir
y agradecer el camino y sus historias;
reiniciar la marcha
y vivir las costumbres y las sorpresas…

Ser consciente
de lo que has puesto a nuestro lado;
mirar atentamente
en todas las direcciones
sin olvidar el horizonte,
y contemplar el cielo abierto,
ya para siempre,
con sus luces, silencios y voces…

Hoy y cada día,
protegido por tu manto y sombra,
me siento más hijo,
más bautizado,
más ligero,
más lleno de alegría,
más encontrado…
más enviado y amado…

Florentino Ulibarri

Misa de la Epifanía del Señor

Epifanía se traduce literalmente por “manifestación”.

En el griego antiguo epifaneia y los términos afines significaban, en su sentido religioso, la aparición visible o manifestación de una divinidad que traía la salud para el pueblo. Los cristianos aplicaron este término a la manifestación salvadora del Hijo de Dios.

En Jesucristo Dios se ha manifestado al mundo para salvar a su pueblo y a la humanidad entera. Su venida había sido anunciada desde antiguo en las Sagradas Escrituras. Su nacimiento sería “proclamado” por una estrella, y Él sería Rey de Israel: «de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Núm 24, 17).

La luz que brillaría sobre Israel alcanzaría con su resplandor al orbe entero (1ª. lectura: Is60, 1-6): al tiempo que reunirá a los hijos de Israel, atraerá también a quienes no pertenecen a este pueblo: «sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora». Este Rey traerá la salvación no sólo al pueblo de Israel, sino también al orbe entero, a toda la humanidad sumergida en tinieblas. La salvación que traerá será universal.

Isaías anuncia también que los pueblos le traerán riquezas y tesoros, tributándole honor y gloria: «vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor».

También en el Salmo responsorial encontramos el anuncio de aquél gran día de la manifestación salvadora de Dios, día en que florecerá la justicia y la paz, día en que Él ejercerá el dominio sobre toda la tierra. Entonces «los reyes de Tarsis y de las islas» le pagarán tributo, «los reyes de Saba y de Arabia» le ofrecerán sus dones, se postrarán «ante Él todos los reyes» y «todos los pueblos» le servirán. Entonces Dios librará al afligido, se apiadará del indigente, y salvará la vida de los pobres.

El lugar de su nacimiento estaba también profetizado: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”» (Evangelio).

Los antiguos oráculos encontraron su realización en Jesús, nacido de María en Belén. Él es la epifanía de Dios, su manifestación visible, salvadora.

Una brillante estrella anunció y señaló el lugar del nacimiento del Rey-Salvador. Entonces «unos magos de oriente», al ver su brillo intenso, se pusieron en marcha cargados de riquezas para ofrecerlos a este Rey. Ellos representan a los pueblos del orbe entero, son los que “inundan” la ciudad santa con «una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor» (Primera lectura).

La palabra griega “magoi” parece derivarse de la forma persa “maga”. «Los magos fueron originariamente una tribu de la Media, que en la religión persa estaba revestida de funciones sacerdotales; de allí que se aplicara el nombre de magos a los que poseían o ejercían una ciencia o un poder secreto. El origen y etimología de la palabra son inciertos. Como los sacerdotes persas se ocupaban de astronomía y astrología y eran considerados como poseedores de una ciencia oculta, en la literatura astrológica de los griegos el nombre de mago se vino a identificar con hechicero. En este sentido emplea la palabra mago Hech 8, 9-11; 13, 6-8. En Mateo se llaman magoi los sabios venidos de oriente para adorar a Jesús niño» (Haag, Diccionario de la Biblia).

En una primera época los magos, considerados sabios y doctores, aparecen como una casta sacerdotal de Media y Persia. Es sólo en una época posterior a la conquista de Babilonia cuando el término “mago” pasa a designar a nigromantes y astrólogos, en sentido peyorativo.

Los magos que presenta el Evangelio aparecen como personajes importantes, hombres sabios, dedicados al estudio de los astros, y no según «la costumbre y lenguaje popular [que] toma los magos por gente maléfica» (San Jerónimo). Para estos sabios de su tiempo la gran estrella era signo inequívoco del nacimiento «del Rey de los judíos». Pero para ellos no se trata de un rey cualquiera. En el antiguo oriente la estrella anunciaba el nacimiento de un rey divinizado, y por ello dicen a Herodes y a su cohorte: «venimos a adorarlo».

Los cristianos han representado a los magos de oriente como reyes, probablemente por influencia de la profecía de Isaías. Que sean “tres reyes magos” se debe al mismo número de regalos que le ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra. Muchos Padres de la Iglesia han querido descubrir un valor simbólico en los regalos. En el ofrecimiento del oro se suele ver el reconocimiento a la dignidad de su realeza; en el incienso, por su carácter sutil, un reconocimiento de la divinidad de Jesús; y en el ofrecimiento de la mirra un reconocimiento de la humanidad de Cristo. Los nombres atribuidos a los tres Reyes-Magos, de Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen recién en el siglo VIII.

Es por medio de los apóstoles que la reconciliación y salvación anunciada por el brillo de aquella singular estrella y traída por el Niño Jesús será llevada hasta los confines de la tierra. San Pablo comprende esta gran novedad: que también los gentiles, es decir, todos aquellos que no participan de la Alianza primera sellada por Dios con Abraham, «comparten la misma heren­cia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio» (2ª. lectura). Los Magos de Oriente representan a los pueblos de toda la tierra que, al adorar a Jesús, acogen el don de la salvación traído por el Hijo de Dios.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Creemos firmemente con la fe de la Iglesia que Santa María, por ser la madre de Cristo-Cabeza, lo es también de cada uno de los miembros de Su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Por tanto, María en el orden espiritual es madre de todos los que por la fe se acercan a Cristo, es Madre nuestra.

Esta maternidad espiritual, cuyo principio se remonta al momento de la concepción virginal, fue hecha explícita por Cristo mismo al pronunciar su testamento espiritual desde la Cruz, en el momento en que refiriéndose a Juan dijo a su Madre: “Mujer, he allí a tu hijo”. Y a Juan: “he allí a tu madre” (ver Jn 19, 25-27). La Iglesia ha afirmado siempre que las palabras de Cristo trascienden a la persona misma de Juan, y que en él estábamos representados todos los discípulos.

Esta maternidad espiritual la ejerce ya María cuando presenta a Cristo a unos humildes pastores, quienes avisados por un ángel se acercan con prontitud al portal a adorar al Niño que ha nacido. Posteriormente la ejerce también con la llegada de unos misteriosos personajes que atraídos por una singular estrella vienen desde muy lejos a adorar al Rey de Israel que ha nacido. Con la sorpresiva aparición de estos sabios de Oriente la reflexiva María, considerando todo a la luz de los designios divinos, comprende que su maternidad espiritual no se limita a los hijos e hijas de Israel, sino que se abre a todos los hombres y mujeres que con fe se acercan a su Hijo, así como a toda la humanidad se abre el Don de la Salvación que el Hijo de Dios ha venido a traer al mundo: es universal.

Hoy como ayer, María sigue ejerciendo activamente su maternidad espiritual sobre todos los que nos acercamos a su Hijo con fe. Madre que da a luz al Niño-Dios, Ella nos lo presenta y hace cercano también a nosotros, procurando por su intercesión y cuidado maternal que en nosotros la vida divina que hemos recibido el día de nuestro Bautismo crezca y se fortalezca cada vez más, hasta que también nosotros, cooperando activamente con el don y la gracia recibidas, alcancemos “la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13; ver Gál 2, 20).

Por ello acudamos confiadamente a nuestra Madre. Miremos sin cesar el brillo de esta Estrella y poniéndonos en marcha cada día dejémonos guiar por Ella al encuentro pleno con su Hijo, el Señor Jesús, para adorarlo también nosotros y entregarle toda nuestra vida y corazón.