La suavidad del Hijo de Dios

1 – Merece la pena pronunciar despacio las dos siguientes frases que hemos escuchado en las lecturas de hoy. La primera procede de la profecía de Isaías: «La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». La segunda, del Libro de los Hechos de los Apóstoles: «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con el Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Ambas narran la forma de ser y actuar de Cristo, porque, no quebrar la caña cascada, ni apagar el rescoldo débil, curar a los oprimidos… todo ello contiene un mensaje de paz, con suavidad física y espiritual y mucho consuelo. Pueden éstas ser, sin duda, las frases más hermosas del Nuevo Testamento y que reflejan bien la actividad de Jesús. Hay mucha paz, suavidad, humildad y servicio a los demás en el cristianismo y ello debería ser reflejado más por todos y, sobre todo en este tiempo de violencias.

2.- Se nos ocurre decir que la liturgia de la Misa tiene una enorme fuerza descriptiva que afianza aun más los textos que leemos. El relato de Isaías en este día del bautismo del Señor contiene uno de los párrafos –tal como ya hemos citado– más hermosos de toda la Escritura dedicada al Señor Jesús: «La caña cascada no la quebrará, el pábilo (el rescoldo) vacilante no lo apagará». Y también: «No gritará, no clamará, no voceará por las calles». Es, como decíamos, la imagen de la suavidad de Cristo, de su mansedumbre, de su talante siempre afable. Luego, San Pedro va a decir en los Hechos que «pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él». Pedro con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza. Es, por supuesto, otro texto magnífico.

3. – Cristo se va a bautizar como uno más, pero entonces se oye la voz poderosa del Padre que lo declara desde el cielo «su hijo amado, su predilecto.» Es el mismo Padre quien no quiere en ese momento el anonimato producido por la modestia de Jesús. Es necesario conocer que la fuerza de Dios también está en el Señor. Lo dice Mateo en su texto. Hace unos días, al celebrar la Epifanía, se mostraba lo mismo: la presencia pública y jubilosa del Niño Dios al mundo, representado por los Reyes Sabios de Oriente. El Dios omnipotente presenta a su Hijo con dimensión humana, con la “medida” que todos los hombres deberíamos tener: la de la paz y la suavidad.

4.- Hay muchas ocasiones en la vida del cristiano en que pretendemos tomar el megáfono y a cristazo limpio –como dijo Miguel de Unamuno– imponer creencias a gritos, con el máximo ruido posible. Pero, no es lógico; ni adecuado, si somos coherentes con la verdadera condición de cristianos, porque enseguida “nos enfrentamos” a un Señor Jesús afable, silencioso, sonriente, que no rompe la caña quebrada, ni su ímpetu apaga la poca lumbre que todavía queda en la vieja hoguera. Y es que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos. Hizo de la quietud y serenidad la demostración del enorme amor que sentía por los hermanos que le rodeaban. En su Bautismo el Espíritu Santo unge a Jesús para la misión redentora, pero la magnificencia de Dios queda –en ese momento—en lo alto. Abajo en la tierra comienza el Reinado de la paz y del amor. En ese equilibrio entre fuerza y suavidad está lo mejor que podemos aprender nosotros de nuestro Dios.

5. – Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. La escena del Jordán es el principio de la vida pública del Salvador. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, de camino corriente, tras la maravilla que hemos celebrado en Navidad. Pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará en el Miércoles de Ceniza y con ella se inicia la Cuaresma, el ascenso hasta la Pascua gloriosa. Todos los tiempos y los momentos sirven para nuestra conversión. Y una característica de nuestro cambio –de la búsqueda del hombre nuevo—ha de ser el de la paz y la afabilidad. Jesús es afable y pacifico. Y así debemos ser nosotros. Recomendamos muy sinceramente, leer y releer esta semana los textos de la Misa. Y meditarlos en el silencio de nuestros cuartos y en la –deseable– paz de nuestras almas.

Ángel Gómez Escorial

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Lectio Divina – 7 de enero

“Perfume que anticipa la Pascua”

Invocación al Espíritu Santo:

Tú que llenas de fuego el corazón de los que buscan a Jesús. Tú que iluminas la mente de los pobres que escuchan la Palabra, buscando la voluntad del Padre. Tú que reúnes en tu amor a quienes se esfuerzan por amar. Reafirma en nuestros corazones la certeza del amor del Padre, y la seguridad de ser hijos suyos. Confírmanos en tu luz y tu amor, infunde en nosotros tu aliento. Amén.

Lectura. Juan capítulo 2, versículos 1 al 11:

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”. Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Hemos regresado al Evangelista Juan, esta perícopa en el evangelio de Juan va antes de la entrada triunfal en Jerusalén. Jesús es ungido como Rey para poder entrar como Rey. Jesús de nuevo visita a Lázaro ahora resucitado gracias a él y convive antes de entrar a Jerusalén para celebra la Pascua.

Meditación:

Los cristianos estamos convencidos de que la encarnación del Hijo de Dios abre horizontes infinitos de transformación en la vida de las personas y de su entorno; así lo expresa Juan en su relato en varias ocasiones: vino al mundo para que las personas tuvieran vida en abundancia (cfr. Jn 10, 10; 20, 31; 3, 17). En este contexto pueden ubicarse las bodas de Caná (Jn 2, 1-11).

Es importante señalar que el mismo autor del evangelio nos da la clave de comprensión al expresar que lo que sucedió en aquella boda es el comienzo de los “signos” que tendrán como finalidad principal creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, de tal manera que se tenga vida (20, 31).

Esta vida en abundancia podría estarse manifestando, en el pasaje de las bodas de Caná, en primer lugar, en la transformación del contenido de las tinajas. Aquellos recipientes que contenían agua para la purificación ritual, ahora contendrán el mejor vino para la prolongación de la fiesta, del sentido de la vida. Con Jesucristo llega un tiempo nuevo; su presencia hace más felices a las personas, no más desgraciadas. De ahí que, en segundo lugar, se presente la boda, signo de la alianza, como el marco para la prolongación del sentido de la vida (cfr. Is 62, 1-5). Por último, el evangelio presenta a la Madre de Jesús, no sólo como intercesora, sino también como ejemplo de alguien que sabe identificar una necesidad, que prevé sus consecuencias, pero que también se abre a la esperanza.

La presencia amorosa de Jesucristo en nuestra vida nos abre a la búsqueda de sentido; valoremos nuestra existencia prolongando a cada momento y espacio en los que vivimos, el sentido, el gusto de vivir. Asumamos la alianza con el Dios de Jesús como el mejor modo de darle sentido a nuestra vida, sabiendo que lo contrario nos conduce a extravíos grandes y desgracias graves. Y que, a ejemplo de la Madre de Jesús, nuestra Madre, sepamos abrirnos a la esperanza que genera la presencia de Jesús en la vida de cada uno de nosotros y en nuestra comunidad.

Oración:

Te bendecimos Padre, porque Cristo es el grano de trigo que muere en el surco en siembra fecunda que da mucho fruto para ti; porque él estableció tu Reino no por la fuerza sino por la humillación, la afrenta y la cruz. Todo ello anticipa la primavera de la pascua y nos evoca la fragancia pascual de nuestro bautismo. Por todo ello, gracias Señor. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1293 […]: La unción es el símbolo bíblico y antiguo que posee numerosas significaciones: El aceite es signo de la abundancia y de la alegría, purifica y da agilidad, es signo de curación y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza, Todas estas significaciones de la unción se encuentran en la vida sacramental.

Oración final:

Jesús, esta Semana Santa es una excelente oportunidad para dedicar más tiempo a fijarme en los demás, como ha propuesto el Papa. Dame tu luz para emprender una labor de fermento en mi propia familia, en mi propio ambiente, para vivir un cristianismo más dinámico, más apasionado, que no mida el esfuerzo o sacrificio. Dame la generosidad de María, que supo escoger siempre la mejor parte.

Propósito:

Revive el signo de la unción de tu bautismo y recuerda que has sido sepultado al pecado e insertado a la vida plena en Cristo. Ve y ayuda a los pobres, en ellos está Cristo de una manera muy especial.

La carta de presentación

Llegó el final de la Navidad pero, lo importante, comienza ahora. Con el bautismo del Señor se inicia también su ministerio, su misión. ¡Qué carta de presentación por parte de Dios hacia su Hijo! “Mi predilecto…escuchadle”

1.- Hoy, al celebrar el bautismo de Jesús, vemos como Dios –nuevamente- se manifiesta poderosamente sobre El. Qué buena ocasión, por otro lado, para refrescar nuestras promesas del bautismo. Para dar gracias a Dios por aquellos padres que –acercándonos al “río Jordán” de la pila bautismal, quisieron que Dios se manifestara, se hiciera presente por la fuerza del Espíritu Santo en nuestras almas para que fuésemos gente de bien y para hacer el bien.

2.- Hoy, de nuevo, podemos decir: ¡Feliz Navidad! Dios, en el bautismo de Cristo, vuelve a derramar su gracia, a llenar con su poder toda la persona de Jesús. Con el bautismo expresamos nuestra fe y, como Jesús, nuestra íntima comunión con Dios. ¿Seremos capaces de reavivar, actualizar y revivir todo esto?

El Bautismo del Señor es su “carta de presentación”. En Belén, escasamente unos pastores, los magos, José y María, se percataron de un gran misterio: Dios hecho hombre. Ahora, Jesús, desciende con el resto de los hombres, por obediencia, cumpliendo la voluntad del Padre, y venciendo la resistencia de Juan Bautista, al bautismo de penitencia.

A partir de este momento, Jesús, todo lo que haga y diga lo realizará y lo proclamará como Hijo de Dios: la Palabra del Padre lo ha acreditado.

3.- En cuántos momentos quisiéramos que, alguien, certificara y defendiera nuestra sabiduría, o nuestras capacidades para un determinado puesto profesional o para mil intereses nobles o personales.

En el Bautismo del Señor contemplamos el testimonio que da el Padre sobre su Hijo cuando descendiendo al río Jordán, sin necesidad y sin pecado, humildemente cumple con el rito marcado.

¿Cómo puede ser que Jesús, el hombre sin mancha se mezcle entre los pecadores? ¿Quién es ese que, hasta el mismo precursor, lo señala como Cordero definitivo que extermina todo pecado de la humanidad? ¿Quién es?

¡Es Cristo! Quiso compartir con nosotros, desde el pesebre, nuestra fragilidad, lo hace ahora con el Bautismo, continuará repitiéndolo con enfermos pecadores, tristes, hambrientos y afligidos y…..con otro bautismo de sangre nos redimirá y nos salvará. ¿Y todavía nos preguntamos “quién es ese”?

4.- Queridos hermanos; sigamos a Jesús. Le acompañemos en su causa, en la promoción de la justicia, la verdad; en su intento de llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a descubrir el rostro del Dios vivo.

Renovemos nuestro propio bautismo “somos otros cristos” y no olvidemos que, también nosotros, hemos sido ungidos por el Espíritu Santo. Nunca nos faltará su auxilio.

Ojala que, esta fiesta del bautismo de Jesús nos ayude a sentirnos más hijos de Dios, mejores hijos de Dios y a dar lo mejor de nosotros mismos.

5.- ¡GRACIAS, DIOS Y PADRE!

Porque, en el bautismo de Jesús,
de nuevo te revelas y hablas.
Te expresas, oh Dios, como siempre lo haces:
con autoridad y, a la vez, con amor.
Lo haces porque, sabes que el hombre,
necesita del soplo de Jesús para vivir
de su mano, para levantarse
de su amor, para llegarnos hasta Ti
de tu mirada, para sentirnos amados
¡GRACIAS, DIOS Y PADRE!
Porque, sorprendentemente,
las nubes se abren y, lejos de desprender agua,
derraman palabras divinas,
consuelo para una humanidad resquebrajada
esperanza para un mundo perdido.
¡GRACIAS, DIOS Y PADRE!
Porque al bajar Jesús al río Jordán
tienes sed de nosotros,
de nuestro amor y de nuestra generosidad
de nuestra conversión y de nuestro corazón
Porque no dejas de buscarnos:
Lo hiciste en Belén
Lo hiciste con ángeles pregonando la Navidad
Lo hiciste con una estrella buscando a los Magos
Lo harás, dejando a tu Hijo, clavado en una cruz
Lo harás siempre que sea necesario, Señor
Por el hombre…todo
Eres así, Dios y Padre
Siempre ofreciendo amor al hombre
¡GRACIAS, DIOS Y PADRE!

Javier Leoz

Comentario – 7 de enero

Durante las ferias que pueda haber desde la Epifanía del día 6 hasta el domingo siguiente, la fiesta del Bautismo del Señor (que puede caer desde el día 7 hasta el 13), la primera lectura seguirá siendo la de la carta de Juan, que da unidad a todo el Tiempo de Navidad. 

Los evangelios serán una selección de pasajes de los cuatro evangelistas, en que leemos unas manifestaciones de Jesús Mesías, como la multiplicación de los panes y la calma de la tempestad, a modo de prolongación de la epifanía a los magos de Oriente y de preparación a la fiesta del Bautismo. El milagro de las bodas de Caná, tan propio de este tiempo, se ha guardado para el domingo segundo del Tiempo Ordinario.

1.- En la página de hoy, Juan insiste en varias de las direcciones de su carta que ya hemos escuchado los últimos días.

Ante todo, la doble dirección del mandamiento de Dios: la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor fraterno. Creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda esos mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado.

Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y de la vigilancia contra los falsos profetas, los anticristos, que no aceptaban a Cristo venido como hombre, encarnado seriamente en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir los maestros buenos y los malos.

Finalmente insiste en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, entre la luz y la tiniebla. Los cristianos estamos destinados a vencer al mundo en cuanto contrario a Cristo Jesús. Y como Dios es más fuerte que el anticristo, nuestra victoria está asegurada si nos apoyamos en él.

2.- Jesús inicia su ministerio mesiánico en Cafarnaúm. El que ha sido revelado a los magos con una intención universalista, en efecto empieza a actuar como Mesías en una población de Galilea muy cercana a los paganos.

Desde el principio de su predicación se empiezan a cumplir los anuncios proféticos que tantas veces oímos durante el Adviento: «el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande». Jesús anuncia la cercanía del Reino de los cielos, los tiempos mesiánicos que Dios preparaba a su pueblo y a toda la humanidad.

El Niño de Belén, adorado por los magos de Oriente, ahora ya se manifiesta como el Mesías y el Maestro enviado por Dios. Enseña, proclama el Reino, cura a los enfermos, libera a los posesos. Y, de momento. el éxito le acompaña: una gran multitud cree en él y le sigue.

3.- a) Algunos dan mayor importancia a la ortodoxia de la doctrina, por ejemplo, sobre la persona de Cristo. Otros, a la ortopraxis de la caridad fraterna. La carta de Juan nos ha dicho claramente que los dos mandamientos van unidos y son inseparables.

Por una parte, debemos discernir las muchas voces que escuchamos, guiados por el Espíritu de Dios, sabiéndonos defender de la seducción de otros espíritus, que pueden obedecer al egoísmo, la facilidad o el materialismo ambiente

Por otra debemos fortalecer en nuestra vida la actitud de caridad fraterna. Es la lección que también nos da ese Jesús que empieza su vida misionera y andariega por los caminos de Palestina, totalmente dedicado a los demás. Sus destinatarios primeros y preferidos son los pobres, los marginados, los enfermos, los que sufren las mil dolencias que la vida nos depara.

b) Imitando el estilo de actuación de Cristo Jesús es como mejor permanecemos en la recta doctrina y como mejor cumplimos su mandamiento del amor a los hermanos. Ojalá al final de este año que ahora estamos empezando se pueda decir que lo hemos vivido «haciendo el bien», como se pudo resumir de Cristo Jesús: ayudando, curando heridas, liberando de angustias y miedos, anunciando la buena noticia del amor de Dios.

Se trata de ver a Dios en los demás, sobre todo en los pobres y los débiles, en los marginados de cerca y de lejos. Se trata de que este amor que aprendemos de Cristo lo traduzcamos en obras concretas de comprensión y ayuda. El Bautista daba como consigna de la preparación al tiempo mesiánico una muy concreta: el que tenga dos túnicas, que dé una. El amor no es decir palabras solemnes, sino imitar los mil detalles diarios de un Cristo entregado por los demás.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día

Nuestro compromiso bautismal

1.- Hoy se acaba el tiempo litúrgico de Navidad; Jesús tiene ya treinta años. Hasta ahora ha vivido una vida socialmente humilde, callada y anónima, como un judío observante y fiel a la Ley de Moisés. Ha sido circuncidado, pero no bautizado. Para los hombres judíos la circuncisión era un rito imprescindible para entrar a formar parte del pueblo de Israel, del pueblo elegido por Dios. De que el niño fuera circuncidado se encargaban los padres del niño, cuando este era aún muy pequeño. La circuncisión era para los hombres judíos un rito muy parecido a lo que es hoy para nosotros el sacramento del bautismo, tal como hoy lo practicamos. El bautismo, en cambio, suponía una decisión personal de consagrarse a Dios y de renunciar al pecado. El que decidía bautizarse, decidía cambiar de vida, empezar a vivir para Dios, cumpliendo fielmente la Ley de Dios. Así era el bautismo de Juan: un bautismo de arrepentimiento de los pecados y de conversión a Dios. A este bautismo es al que se presentó Jesús, poniéndose en la fila de los que querían ser bautizados, como un judío más. Bien, lo que sucedió ya lo sabemos; nos lo cuenta hoy San Mateo, en su evangelio. Yo quiero ahora hacer una reflexión, más pastoral que teológica, sobre el tema del bautismo, para nuestro tiempo de hoy. Nosotros fuimos bautizados a los pocos días de nacer. Nos bautizaron en el bautismo de Jesús, no en el de Juan Bautista, y lo decidieron nuestros padres, siendo fieles a su fe y a su tradición cristiana. Pero resulta que muchos de nuestros jóvenes hoy no tienen ya la fe de sus padres y no quieren vivir en ella. ¿Qué debemos hacer los padres, catequistas y sacerdotes en estos casos? Yo creo que debemos acentuar la importancia y el significado personal y cristiano de la renovación de las promesas del bautismo. Cada joven debe decidir y expresar libre y conscientemente ante la Iglesia de Cristo si quiere vivir como bautizado, en la fe de la Iglesia. Tiene que aceptar su bautismo como un compromiso personal y como una decisión definitiva de vivir como cristiano. Los que no quieran aceptar su bautismo, viviendo como auténticos cristianos, merecen todo nuestro respeto, pero no los podemos considerar como cristianos. No queremos llamar cristiano a un joven por el simple hecho de haber sido bautizado por la decisión de sus padres, sino al que decide libre y personalmente vivir su compromiso bautismal.

2.- Sobre él he puesto mi espíritu. Jesús de Nazaret fue “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, y pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Cuando fue bautizado por Juan, Dios le llamó su “Hijo amado, su predilecto”. Cuando nosotros somos bautizados, somos bautizados en el Espíritu de Jesús y Dios nos considera sus hijos. ¿Cómo debe manifestarse en nosotros el Espíritu de Jesús? Evidentemente haciendo el bien e intentando curar, en la medida de nuestras posibilidades, a las personas que se hallen esclavizadas por algún mal. En la primera lectura, el profeta Isaías nos dice que “el siervo de Yahvé” traerá el derecho y la justicia a los pueblos, abrirá los ojos de los ciegos, liberará a los cautivos y a los que habitan en las tinieblas. Todo esto lo hará con mansedumbre y con fortaleza. Este debe ser nuestro programa, como personas que hemos sido bautizados en el Espíritu de Cristo: ayudar siempre a los demás, empezando por los más desfavorecidos, actuando siempre con amor y fortaleza cristiana. Pues para esto fuimos bautizados en el Espíritu de Cristo.

Gabriel González del Estal

El Señor inaugura una nueva era

1.- DIOS SABE ESPERAR.-«La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará» (Is 42, 3) La caña cascada ya no sirve para nada, le falta consistencia. Mejor es tirarla, terminar de quebrarla, hacerla astillas para el fuego. Y el pabilo vacilante da poca luz, apenas si alumbra. También dan ganas de apagarlo de una vez y encender otra luz más fuerte y segura. Así piensan los hombres. Tienen poca paciencia los unos con los otros. Se aguantan con dificultad, se echan en cara sus defectos, prescinden rápidamente de los que estorban, eliminan a los que no rinden.

Dios no, Dios sabe esperar, Dios tiene una gran paciencia. Y al débil le anima para que siga caminando, al que está triste le infunde la esperanza de una eterna alegría, y al que lucha y se afana inútilmente le promete una victoria final, una victoria definitiva.

«Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas» (Is 42, 4) Cristo sigue promoviendo el derecho sobre la tierra, despertando en los hombres la inquietud por una justicia auténtica. Su voz sigue resonando en las conciencias, reclamando el derecho de los oprimidos. La Iglesia es la continuación de Jesús, es el signo sensible de su persona, su voz clara y valiente. Lo dijo Él: Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a vosotros escucha, a mí me escucha.

Señor, da fortaleza a tu Iglesia para que siga levantando la voz en defensa de la justicia, para que siga recordando a los hombres el mensaje de amor que tú has traído a la tierra. Y concede a cada uno de nosotros una sensibilidad exquisita para todo lo que sea justo, una fidelidad heroica a las leyes divinas, a las normas del Evangelio, al Derecho de la Iglesia. Hacer justicia sin vacilaciones, vivir el Derecho, eclesiástico o civil, sin quebrantos ni claudicación alguna.

2.- DIOS SOBRE LAS AGUAS.-«La voz del Señor sobre las aguas» (Sal 28, 3) Se describe en este salmo el terrible espectáculo de una tempestad que, como impresionante azote, descarga sobre la tierra su flagelo de lluvias torrenciales y lanza, rasgando las nubes plomizas, el dardo encendido de sus rayos. Los truenos que hacen temblar los valles y las montañas son para el salmista la voz del Señor, que retumba sobre las aguas de forma grandiosa y potente.

Los vientos desencadenados y las aguas en cataratas sirven de símbolo para hacernos comprender, aunque sea de modo aproximado, el poderío y la majestad de Dios. En esos momentos en que la tempestad es más intensa y los truenos resuenan al unísono con el resplandor rutilante del relámpago, el hombre se ve pequeño e impotente, indefenso y frágil. Entonces es capaz de intuir la trascendencia y la majestad excelsa del Señor de los cielos y tierras. Es entonces también cuando la plegaria brota espontánea del alma, como un suspiro que se escapa o como un clamor desesperado.

«El Dios de la gloria ha tronado» (Sal 28, 4) Ante la grandeza divina reflejada en el fragor de una tormenta el salmista nos exhorta a que aclamemos al Señor, postrados en honda adoración, ante Dios, Creador y Redentor nuestro. En su templo sagrado ha de resonar un cántico unánime que glorifique el poder del Altísimo. Poder que aquí se destaca en relación con las aguas, sobre las cuales su voz se hace sentir como un mandato que las suelta en aguaceros que caen a mares. El Señor, dice el canto sagrado, se sienta encima de las aguas como si estuviera sobre un trono. Y por esa soberanía sobre esas aguas les confiere el poder de purificar hasta la mancha más profunda del hombre, la del pecado original. Así ocurre, efectivamente, en la celebración del santo Bautismo cuando el agua derramada sobre el neófito en el nombre de Dios, uno y trino, lo lava de toda culpa y pecado. Pero el poder divino va más allá, pues el agua del Bautismo no sólo lava, sino que además fecunda el alma del nuevo cristiano, infundiéndole una nueva vida, la vida divina y transformándolo en hijo de Dios.

3.-LA OTRA JUSTICIA.-«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia…» (Hch 10, 34) Dios es distinto, totalmente distinto. Por eso su justicia es también diversa, diferente de la justicia de los hombres. Ésta consiste en dar a cada uno lo suyo, según la conocida definición de la justicia retributiva. La justicia de Dios va mucho más allá. Da a cada uno lo que le corresponde y mucho más. Por eso la justificación del hombre es totalmente gratuita, se debe no a los méritos del ser humano, sino a la infinita misericordia de Dios.

No, Dios no es deudor de nadie; ni nadie tiene derecho alguno ante Dios. Su justicia equivale a su santidad, es decir, a su trascendencia, o más claro aún, a su inmenso amor, esa esencia inefable y misteriosa que rebasa infinitamente nuestra chata capacidad de entender y de amar… Conviene que cumplamos toda la justicia, dice el Señor al Bautista, que se resiste a bautizarlo según los designios de Dios. Claramente se refiere esa justicia a los planes divinos de la salvación, a la respuesta fiel del hombre a las exigencias divinas. A lo mismo se refiere Jesús cuando afirma que lo primero es buscar el Reino de Dios y su justicia. La justicia de Dios, no la de los hombres, tan raquítica y tan meticulosa.

«Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien…» (Hch 10, 38) Jesús de Nazaret practicó siempre la justicia; pero no la humana, sino la de Dios. Es esa justicia la que le hace clamar «injustamente» en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. O lo que le dijo al buen ladrón: En verdad te digo que esta tarde estarás conmigo en el paraíso… Así es la justicia de Dios: perfectamente combinada con la misericordia, con el perdón, con la benevolencia…

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, sed misericordiosos como Él lo es, justos con la justicia de Dios. Lo demás es cuento, demagogia barata, conformismo, estrechez de miras, ramplonería… Entonces, sí habrá paz, comprensión, perdón, alegría, amor. La justicia, sí; pero la de Dios. Esta es la justicia que Cristo ha predicado y esa la que la Iglesia proclama, esa la que los hombres de Dios han de predicar, esa la que todos hemos de practicar. Sin dejarnos engañar con argumentos falaces que hablan a gritos -porque no tienen razón- de una justicia que no es la de Dios.

4.- BAUTISMO DE CRISTO.- «… y se presentó a Juan para que lo bautizara» (Mt 3, 13) Después de treinta años de vida oculta, ignorada de todos en una de las más recónditas y olvidadas aldeas de Palestina, Jesús desciende hacia el Jordán para iniciar su ministerio público. Hasta entonces su enseñanza había sido sin palabras, aunque desde luego una enseñanza muy elocuente e importante. En ese tiempo, en efecto, nos hizo comprender el valor de una vida sencilla, de una existencia ordinaria vivida en sus mil pequeñas cosas con un grande y profundo amor, que sabía dar relieve y altura a lo más corriente. Lección fundamental para la inmensa mayoría de los hombres cuya existencia también transcurre, día tras día, en un entramado de pequeños deberes. Un ejemplo que nos ha de llevar a dar valor a lo más pequeño y ordinario, que al vivirlo con amor y esmero por hacerlo bien puede alcanzar la bendición y la sonrisa de Dios.

Cuando Jesús llegó al Jordán para bautizarse, el Bautista se resistió a hacerlo. No entiende cómo ha de bautizar a quien está tan por encima de él. Tampoco comprende de qué se habría de purificar quien era la pureza misma. Pero el Señor vence su resistencia pues así lo disponían los planes del Padre. Ante todo para enseñarnos la primera lección que ha de aprender quien quiera entrar en el Reino de los cielos, la lección de la humildad. Luego lo repetirá de muchas formas y en repetidas ocasiones. Nos enseña, en efecto, que es preciso hacerse como niños y que quien se humilla será exaltado, o que quien quiera ser el primero que sea el último. También alabará la humildad de la mujer cananea, o el valor de la pequeña limosna que echó una pobre viuda en el gazofilacio del Templo. También se alegrará y alabará al Padre porque ha ocultado los misterios más altos a los sabios y a los orgullosos, y se los ha revelado a los sencillos y pequeños. También nos dirá que aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón.

Por otra parte, se bautiza porque ha venido a cargar con los pecados de la Humanidad y redimir así al hombre de la servidumbre a que estaba sometido desde la caída de Adán. Jesús, como vaticinó el profeta Isaías, es el Cordero de Dios que carga con los pecados del mundo para expiarlos con su mismo sacrificio. Así pues, en su Bautismo comienza el Señor su misión redentora, inaugura una nueva era al dar a las aguas el poder de purificar a cuantos creyendo en Él se bautizarían, una vez consumada la redención en la cruz.

El Bautismo de Cristo es así un modelo de lo que es el nuestro. También nosotros, al ser bautizados, además de ser purificados del pecado original, hemos sido objeto del amor del Padre, hemos recibido al Espíritu Santo que ha morado, y mora si estamos en gracia de Dios, en nuestro cuerpo y en nuestra alma como en su propio templo.

Antonio García Moreno

Renovemos nuestro compromiso bautismal

1.- Jesús se solidariza con nosotros. Más de una vez nos ha tocado “hacer cola”: en la taquilla del tren, en el hospital, en el cine…. Cuando la espera es muy larga se acaba nuestra paciencia, sobre todo si alguien se quiere colar. Entre la multitud penitente que, “hace cola” ante Juan el Bautista para recibir el bautismo, está también Jesús. La promesa está a punto de cumplirse y se abre una nueva era para toda la humanidad. Este hombre, que aparentemente no es diferente de todos los demás, en realidad es Dios. Espera como uno más su turno. Y la cola en la que espera Jesús es la cola de los pecadores, que aguardan a que Juan los bautice, para iniciar una vida nueva aligerados del peso de su culpa. Así se mostró Jesús al mundo por primera vez, en “un bautismo general” de Juan. Llegado Jesús al Jordán, se mezcla entre tantos hombres que piden el bautismo mientras expresan el dolor por sus pecados. Jesús no conoce el pecado y no necesita ningún bautismo de penitencia, pero quiere participar de la suerte de sus hermanos pecadores. Precisamente para arrancar de ellos la culpa que los mancha, se solidariza con todos, y se pone a disposición del Padre, que le va a exigir el sacrificio de su vida.

2.- Vino a este mundo a hacer la voluntad del Padre. El evangelista San Mateo nos dice a propósito de esta escena que Juan trató de impedir que Jesús fuese bautizado. Nosotros muchas veces también nos resistimos a un Dios así. Y esto es un profundo misterio. Puede entenderse que nos resistamos a hacer un gran esfuerzo o a privarnos de algo apetitoso. Pero ¿por qué resistirnos a ser amados? No tiene ningún sentido, y sin embargo, nos sucede. Abrimos la puerta del Reino cuando acogemos sencillamente el amor que viene de Dios. “Permítelo por ahora”, dice Jesús y convence a Juan. En otro lugar le dirá a Pedro, que no quería que le lavara los pies: “Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después” (Jn 13,7). Basta un “permitir por ahora”, un consentimiento provisional, un sí por frágil que sea. Jesús aclara a Juan la razón de su presencia en el Jordán: “está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Es decir, nos anticipa lo que va a ser la justificación de toda su misión: hacer la voluntad del Padre. En el momento decisivo del Huerto de los Olivos y de la Cruz también aceptó la voluntad del Padre. Jesús es también uno de los nuestros, el Hijo del Hombre. Cristo hace posible que todo ser humano sin excepción pueda también ocupar su mismo lugar en esta escena del Bautismo.

3.- Manifestación de la misión de Jesús. El cielo se abre, como signo de la posibilidad de comunicación entre lo humano y la divinidad; el Espíritu desciende como una paloma, y se escucha la voz del Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido”. Jesús sale de dudas sobre su persona y su misión cuando deja las aguas del río A partir de ahora, empieza el cumplimiento de la misión de Jesús, con el anuncio del Reino de Dios que se instala en el mundo. Jesús cumple las palabras del profeta Isaías: está preparado para abrir los ojos al ciego, sacar a los cautivos de la misión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Su destino será ser luz de las naciones. Y recordamos esto el día en que abandonamos ese tiempo lleno de lucecitas, que es la Navidad, y nos adentramos en ese otro con menos encanto –Tiempo Ordinario, lo llama la liturgia–, de la cuesta de enero, las rebajas y las rutinas del trabajo.

4.- Nuestro compromiso bautismal. El bautismo de Juan era de penitencia, de preparación. Por eso dice San Agustín que «valía tanto como valía Juan. Era un bautismo santo, porque era conferido por un santo, pero siempre hombre. El bautismo del Señor, en cambio, valía tanto cuanto el señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es Dios». Nosotros hemos recibido el auténtico bautismo «en el Espíritu Santo». ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es aspirar a la santidad –somos sacerdotes todos–, luchar por un mundo donde reine la justicia –nuestra misión profética– y servir a los más necesitados con los dones recibidos –somos ungidos como reyes–. Renovemos nuestro compromiso bautismal en este día porque en nuestra vida de fe no debe haber «rebajas».

José María Martín OSA

El Bautismo del Señor

1.- Hace no muchos años de la muerte de Juan el Bautista, y de la muerte y resurrección de Jesús. Ambos han hecho un gran impacto en el pueblo, y no pocos de los judeo-cristianos de las primeras comunidades cristianas habían recibido el bautismo de Juan.

Era necesario aclarar ante estos judeo-cristianos las figuras de Juan y de Jesús. Y por ello los evangelistas narran estos recuerdos de los comienzos de la predicación de Jesús.

La figura señera de Juan, como el mayor entre los nacidos de mujer queda reconocida, pero al tiempo supeditada a la de Jesús. Juan es el que a su pesar bautiza a Jesús. ¿Tú vienes a que te bautice yo? Yo soy el que debe ser bautizado por ti”. Pero es el Padre el que envía su Espíritu sobre Jesús y le reconoce como hijo muy amado y elegido, a la manera del Mesías elegido y profetizado por Isaías. “Sobre él he puesto mi espíritu”.

2.- ¿Para qué misión ha enviado el padre al Espíritu sobre Jesús? Nos contesta Padre “paso haciendo el bien” y nos dice Isaías: para declarar el derecho, lo que es justo, recto y honrado a todo el mundo”.

Pero no con la espada en la mano, castigando al que se aparta del derecho, no viene a apagar la mecha que aún humea ni a pisar con furia la caña ya casi quebrada.

Viene con tal sencillez a anunciar la Buena Nueva, que al comienzo de esa predicación la llama Pedro sencillamente “la cosa” “la cosa comenzó en Galilea”, con la sencillez de los hechos humanos que no deslumbran, pero que al fin marcan un sendero de luz para los que tienen ojo para ver.

Ser hombre de bien, recto, justo y honrado, ser misericordioso con los que yerran, pasar por el mundo sin hacer ruido pero siendo luz pasando haciendo el bien.

Todo un programa para el Mesías y para cada uno de nosotros. Hemos sido bautizados, hemos recibido el espíritu de Dios en el bautismo y la confirmación, y hemos sido elegidos por Dios ¿para qué? ¿Para hacer grandes cosas? ¿para ser hombres de empresa? ¿grandes políticos? ¿conocidas celebridades? NO

.Sea nuestro campo el que sea a donde nos empuja el Espíritu es a pasar haciendo el bien en la pequeñez monótona de la vida de cada día.

3.- Y “hacer el bien” tiene un objeto de ese bien que se hace, ese objeto sin duda es el hombre, todo hombre, porque para Dios no hay acepción de personas.

Un mandamiento nuevo os doy que os améis como Yo os he amado. Mandamiento viejísimo como la misma humanidad, pero nos lo dio Jesús una vez más, por última vez en estos últimos tiempos y con el condicionamiento de que tiene que ser un amor como el suyo, es decir hasta la muerte.

Leed el evangelio de atrás para adelante o de adelante para atrás, y no vais a sacar otra conclusión que lo que Jesús vino a hacer al mundo movido por el Espíritu que el Padre derramó sobre El, es crear un pueblo, el pueblo de Dios, que debía ser un pueblo de hermanos.

4.- Van a conocer que sois mis discípulos si os amáis unos a otros, si os preocupáis unos por otros, Os señalarán con el dedo diciendo Ese es discípulo de Jesús, mira como se ocupa de los demás.

¿Lo hacen así conmigo? O más bien me señalan porque no pienso más que en vivir bien, en que no me molesten, en ganar siempre más. Que bonitas palabras para una esquela, para la piedra de una tumba, sin nombre siquiera solo “un hombre o una mujer que pasó haciendo el bien”

Qué luz dejaríamos en este mundo como la dejó Pedro Claver el apóstol de los esclavos, el Padre Damián apóstol de los leprosos, la Madre Teresa de Calcuta, o una luz, una estrella mucho más sencilla y humilde, como la madre de familia, estrella que se pierde en el cielo profundo y oscuro, pero añade su resplandor y hermosura a millones de otras estrellas que han pasado haciendo el bien por el mundo.

José María Maruri, SJ

Escuchar la propia vocación

Los relatos evangélicos no se detienen demasiado en la descripción del bautismo de Jesús. Dan más importancia a la experiencia vivida por él en aquella hora, y que es, sin duda, determinante para su actuación futura.

Jesús no volverá ya a su casa de Nazaret. Tampoco se quedará entre los discípulos del Bautista. Animado por el Espíritu, comenzará una vida nueva, totalmente entregada al servicio de su misión evangelizadora.

Podemos decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación profética: ha sido consciente de vivir poseído por el Espíritu del Padre, y ha escuchado la llamada a anunciar a sus hijos e hijas un mensaje de salvación.

Escuchar la propia vocación no es asunto de un grupo de hombres y mujeres, llamados a vivir una misión privilegiada. Tarde o temprano, todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer. No se trata de descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra pequeña vida puede tener un sentido para los demás, y que nuestro vivir diario puede ser vida para alguien.

No se trata tampoco de escuchar un día una llamada definitiva. El sentido de la vida hay que descubrirlo a lo largo de los días, mañana tras mañana. En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.

Solo en la medida en que una persona va respondiendo con fidelidad a su misión va descubriendo, precisamente desde esa respuesta, todo el horizonte de exigencias y promesas que se encierra en su quehacer diario.

Vivimos con frecuencia un ritmo de vida, trabajo y ocupaciones que nos aturde, distrae y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo largo de la vida, pero ¿sabemos exactamente por qué y para qué? Nos movemos constantemente de un lado para otro, pero ¿sabemos hacia dónde caminar? Escuchamos muchas voces, consignas y llamadas, pero ¿somos capaces de escuchar la voz del Espíritu, que nos invita a vivir con fidelidad nuestra misión de cada día?

José Antonio Pagola

Homilía – 7 de enero

Caná estaba situada a poco más de una hora de camino de Nazaret. Allí se encontraba María. El interés que la Virgen muestra y su actividad en la boda señalan que no es una simple invitada. Es muy posible que los novios fueran parientes o al menos, amigos íntimos. San Juan la llama en el evangelio la madre de Jesús, nombre con que la veneraban los primeros cristianos. No se nombra a San José, lo que nos hace suponer que ya había muerto.

Era costumbre que las mujeres amigas de la familia preparasen todo lo necesario. Y la Virgen, mientras colaboraba en los preparativos, recordaría su propia boda hacía ya unos buenos años atrás.

Llevaba meses sin ver a Jesús. Ahora lo encuentra allí, en Caná. El Señor acababa de llegar de Judea con sus discípulos y María los conoció en la Boda. Es el primer encuentro de María con Juan, con Pedro. No sabemos qué impresión les produjeron a la Virgen. Juan estaba muy lejos de saber que aquella mujer sería también, unos años más tarde, su Madre, y que Jesús le encargaría cuidar de ella.

Al final de la fiesta comenzó a faltar el vino. Esta bebida era uno de los ingredientes indispensables en el banquete de bodas. En las bodas judías una alegría desbordante. Los judíos, especialmente la gente sencilla, de ordinario no bebían vino, pero lo reservaban para las fiestas, sobre todo para las bodas.

La Virgen se dio cuenta enseguida de lo que pasaba. Los jarros ya no volvían llenos de la pequeña bodega. Pero estaba Jesús, su Hijo. Acababa de inaugurase públicamente la predicación y el ministerio del Mesías. Ella lo sabe mejor que nadie. Con motivo del problema de la falta del vino surge el diálogo que escuchamos en el evangelio de hoy, que está lleno de interés. La madre de Jesús le dijo: no tienen vino. Pide, sin pedir. Expone una necesidad: no tienen vino.

Jesús le respondió con unas palabras algo misteriosas: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». La llama Mujer, que encierra un gran respeto y cierta solemnidad y puede traducirse por Señora. La volverá a emplear Jesús en la cruz. Y a continuación utiliza un giro idiomático que es preciso interpretar en su propio contexto. Por debajo de las palabras existe un lenguaje oculto, de mutuo entendimiento, entre María y su Hijo, que nosotros apenas podemos descubrir a través del texto.

Y a continuación añade Jesús: Mi hora no ha llegado todavía. Jesús quiere indicar que aún no había llegado el momento de manifestar su poder divino al mundo mediante los milagros. María sabía, sin embargo, que, a pesar de todo, lo iba a mostrar; y de hecho lo muestra. Unos momentos antes no había llegado el momento, pero luego de la intervención de María, el momento llega…

En medio de una fiesta de Bodas, María pide a Jesús que haga un milagro de carácter casi familiar y doméstico. Y así llegó la hora.

En Nazaret no habían abundado los milagros. Los días habían transcurrido llenos de normalidad; los parientes que habían vivido a su lado no tenían la menor idea del poder de Jesús y les costó mucho convencerse de que no era un hombre como todos. En Nazaret, pocos creyeron en El. Ahora, la petición de su Madre, movida por el Espíritu Santo, pudo ser el comienzo de la hora de su Hijo. Ella nunca le había pedido nada extraordinario, por muy grande que fuera la necesidad: ni alimentos, ni ropa, ni salud. Si ahora se dirige a Él debe ser porque se siente impulsada por el Espíritu Santo a hacerlo.

María conocía bien el corazón de su Hijo. Por eso, actuó como si hubiera accedido a su petición inmediatamente: «Hagan todo lo que Él les diga», les dice a los sirvientes.

San Juan, testigo del milagro, escribe que había allí seis tinajas de piedra cada una con capacidad de dos o tres metretas. No eran vasijas para vino sino para agua, para las purificaciones.

La metreta correspondía a algo menos de 40 litros. Por lo tanto, cada uno de estos cántaros podrían contener entre 80 y 120 litros, y en total 480 a 720 litros entre las seis. El evangelio tiene interés en señalar el número y la capacidad de las vasijas para poner de manifiesto la generosidad del Señor, como hará también cuando narre el milagro de la multiplicación de los panes, pues una de las señales de la llegada del Mesías era la abundancia de bienes.

Estas vasijas habían quedado en gran parte vacías, pues las abluciones lugar al comienzo de los banquetes. Jesús mandó que las llenaran. Y San Juan nos dice que los sirvientes las llenaron hasta arriba.

Jesús se dirigió a ellos y les dijo: «Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete».

Cuando el encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».

Hubiera bastado un vino normal, o incluso peor al que se había ya servido, y muy probablemente hubiera sido suficiente una cantidad mucho menor. Pero el Señor siempre da con generosidad.

Aquellos primeros discípulos, entre los que se encuentra San Juan, quedaron asombrados. El milagro sirvió para que dieran un paso adelante en su fe, que recién comenzaba. Jesús los confirmó en su entrega, como hace siempre con los que le siguen.

«Hagan todo lo que Él les diga». Estas son las últimas palabras de Nuestra Señora en el evangelio. No podían haber sido mejores. Después de contemplar este primer milagro de Jesús, pidamos a María que seamos siempre fieles en el cumplimiento del mensaje que ella nos deja: «Hagan todo lo que Él les diga».