Hoy la Iglesia celebra la Fiesta del Bautismo del Señor. El tiempo litúrgico de Navidad termina con esta fiesta, que ocupa el primer domingo después de la Epifanía de Reyes.
La fiesta de hoy completa en cierta forma la del 6 de enero, porque vuelve a contemplar el mismo misterio desde otra perspectiva.
El 6 de Enero celebramos la manifestación de Dios a los magos que representaban a los paganos, y hoy celebramos la manifestación de Dios cuando proclama a Jesús como su Hijo amado.
Como Jesús, todos los cristianos son llamados por Dios y consagrados por Él para evangelizar y colaborar en la construcción del Reino. Así el Reino llega a todos y con la colaboración de todos.
En la primera lectura de la misa de hoy Isaías anuncia la llegada del Mesías como Siervo de Dios, lleno del Espíritu y trayendo la justicia y la liberación. El profeta habla de un Siervo, una personificación del pueblo israelita, oprimido y maltratado por los babilonios.
Pero el Señor lo ha llenado del espíritu-fortaleza, para que implante el derecho y la justicia de Dios, convocando a los hermanos dispersos para la liberación de toda esclavitud.
Este pueblo-siervo, debe aceptar su misión sin lamentarse ni vacilar, para ser el modelo de otros israelitas dispersos en otras regiones.
Estos conceptos son aplicados por la comunidad cristiana a Jesús, siervo obediente de Dios, que redime por los dolores de su pasión.
En el Evangelio se narra el bautismo de Jesús. Poco antes de que comenzara la actividad de Jesús, había algunos grupos religiosos judíos en la zona cercana al río Jordán, vivían con exaltación la esperanza de la venida del Mesías.
Juan el Bautista, estaba en aquella región predicando la inminente llegada del Señor, y hacía un bautismo que consistía en un lavado con agua, al que acompañaba la confesión de los pecados.
Así como el pueblo se presentaba a hacer estos lavados, se presentó Jesús para sumergirse en las aguas del Jordán como todos los demás.
La insistencia de Jesús en hacer la voluntad de Dios, obligo a Dios a pronunciarse en público reconociendo en un hombre, y en apariencia pecador, a su amado hijo. Y es que Dios siente cierta debilidad ante quienes, como Jesús, se comprometen públicamente a hacer «todo lo que Él quiera», a los que obedecen a Dios, los declara hijos predilectos; a los que quieren hacer su querer, Dios los quiere como a hijos amados; Dios encuentra a sus preferidos entre quienes viven prefiriendo su voluntad
La suerte de Jesús, ser hijo amado de Dios, está a nuestro alcance, si nos decidimos a cumplir todo lo que Él quiere de nosotros. Como Jesús, nosotros hemos sido bautizados y desde ese día, Dios nos aceptó como sus hijos, pero sólo cuando nos decidamos a hacer la voluntad de Dios, seremos sus hijos preferidos.
En su bautismo en el río Jordán, Jesús fue elegido por Dios como su enviado; allí fue llenado con la fuerza del Espíritu para que comience su predicación del Reino y para que realice los signos del Reino, aún con dificultades y a riesgo de su vida.
Y eso es precisamente lo que significa ser cristianos.
Los cristianos somos llamados por Dios, somos elegidos por Dios, para nuestra vocación cristiana.
El cristiano es alguien que, tras ser elegido por Dios para ser su hijo y mensajero, acepta esa elección y se entrega o consagra a Dios de por vida.
Esta elección y esta consagración se realiza en el Bautismo, un acto que en la antigüedad sólo se hacía con adultos y después de una larga preparación.
En un mundo pagano por mayoría, ser cristiano era una elección que tenía sus riesgos. Quien elegía la fe, sabía a ciencia cierta a qué se comprometía y qué misión tenía ya qué riesgos, incluso de muerte se sometía.
El bautismo transforma al ser humano en otro Cristo.
En Belén Jesús nació como hombre; pero en su bautismo nació como elegido de Dios y consagrado a Dios. Allí nació como anunciador del Reino de Dios.
Por eso la liturgia entronca el bautismo de Jesús con la Navidad, porque ambos hechos se refieren a la elección y consagración de Jesús a la misión que el Padre le encomienda.
Y este es el sentido de nuestro bautismo. El bautismo es nuestro nacimiento a la realidad de la fe, de nuestra vocación divina, de nuestra misión de mensajeros del Reino de Dios.
Como fuimos bautizados de pequeños, por la fe de nuestros padres, hoy tenemos la oportunidad de reafirmar esa elección de Dios y esa respuesta libre que le damos. Hoy se nos pide que asumamos nuestro bautismo con todos sus riesgos y con su misión, como lo hizo Jesús cuando fue bautizado, para poder ser hijos preferidos de Dios.
Como cristianos no nos diferenciamos culturalmente de las demás personas; tenemos que trabajar, estudiar, ganar dinero, sostener una familia, actuar profesionalmente, divertirnos.
Los cristianos no somos un núcleo cerrado, el círculo de los perfectos o de los únicos que se salvan. Y eso lo sabemos. Los cristianos somos como la semilla que lentamente testimonia la presencia del reinado de Dios.
La diferencia entre los cristianos y los no cristianos, es que los cristianos, hemos tomado conciencia del llamado y hemos asumido libre y responsablemente la tarea de construir un mundo armónico desde la perspectiva de Cristo, con sus criterios y su propuesta.
Hoy Dios nos asocia a su proyecto, nos da su Espíritu de fortaleza, nos une a Cristo, nos reconoce como sus hijos y nos invita a una espléndida tarea: trabajar por su reinado de amor, de justicia y de paz.
En este año, vamos a decirle al Señor: Señor, hoy al celebrar el Bautismo de Jesús, celebramos también nuestro bautismo en el Espíritu, y nos sentimos hijos tuyos, amados y predilectos, participando de tu vida divina.
Hoy comprendemos mucho mejor todo lo que significa estar bautizados, no como un rito tradicional de nuestro pueblo, sino como un sentirnos llamados personalmente para formar parte de tu pueblo y para ser mensajeros de tu Evangelio.
Señor que siempre tengamos presente nuestra misión.