Homilía – Bautismo del Señor

Hoy la Iglesia celebra la Fiesta del Bautismo del Señor. El tiempo litúrgico de Navidad termina con esta fiesta, que ocupa el primer domingo después de la Epifanía de Reyes.

La fiesta de hoy completa en cierta forma la del 6 de enero, porque vuelve a contemplar el mismo misterio desde otra perspectiva.

El 6 de Enero celebramos la manifestación de Dios a los magos que representaban a los paganos, y hoy celebramos la manifestación de Dios cuando proclama a Jesús como su Hijo amado.

Como Jesús, todos los cristianos son llamados por Dios y consagrados por Él para evangelizar y colaborar en la construcción del Reino. Así el Reino llega a todos y con la colaboración de todos.

En la primera lectura de la misa de hoy Isaías anuncia la llegada del Mesías como Siervo de Dios, lleno del Espíritu y trayendo la justicia y la liberación. El profeta habla de un Siervo, una personificación del pueblo israelita, oprimido y maltratado por los babilonios.

Pero el Señor lo ha llenado del espíritu-fortaleza, para que implante el derecho y la justicia de Dios, convocando a los hermanos dispersos para la liberación de toda esclavitud.

Este pueblo-siervo, debe aceptar su misión sin lamentarse ni vacilar, para ser el modelo de otros israelitas dispersos en otras regiones.

Estos conceptos son aplicados por la comunidad cristiana a Jesús, siervo obediente de Dios, que redime por los dolores de su pasión.

En el Evangelio se narra el bautismo de Jesús. Poco antes de que comenzara la actividad de Jesús, había algunos grupos religiosos judíos en la zona cercana al río Jordán, vivían con exaltación la esperanza de la venida del Mesías.

Juan el Bautista, estaba en aquella región predicando la inminente llegada del Señor, y hacía un bautismo que consistía en un lavado con agua, al que acompañaba la confesión de los pecados.

Así como el pueblo se presentaba a hacer estos lavados, se presentó Jesús para sumergirse en las aguas del Jordán como todos los demás.

La insistencia de Jesús en hacer la voluntad de Dios, obligo a Dios a pronunciarse en público reconociendo en un hombre, y en apariencia pecador, a su amado hijo. Y es que Dios siente cierta debilidad ante quienes, como Jesús, se comprometen públicamente a hacer «todo lo que Él quiera», a los que obedecen a Dios, los declara hijos predilectos; a los que quieren hacer su querer, Dios los quiere como a hijos amados; Dios encuentra a sus preferidos entre quienes viven prefiriendo su voluntad

La suerte de Jesús, ser hijo amado de Dios, está a nuestro alcance, si nos decidimos a cumplir todo lo que Él quiere de nosotros. Como Jesús, nosotros hemos sido bautizados y desde ese día, Dios nos aceptó como sus hijos, pero sólo cuando nos decidamos a hacer la voluntad de Dios, seremos sus hijos preferidos.

En su bautismo en el río Jordán, Jesús fue elegido por Dios como su enviado; allí fue llenado con la fuerza del Espíritu para que comience su predicación del Reino y para que realice los signos del Reino, aún con dificultades y a riesgo de su vida.

Y eso es precisamente lo que significa ser cristianos.

Los cristianos somos llamados por Dios, somos elegidos por Dios, para nuestra vocación cristiana.

El cristiano es alguien que, tras ser elegido por Dios para ser su hijo y mensajero, acepta esa elección y se entrega o consagra a Dios de por vida.

Esta elección y esta consagración se realiza en el Bautismo, un acto que en la antigüedad sólo se hacía con adultos y después de una larga preparación.

En un mundo pagano por mayoría, ser cristiano era una elección que tenía sus riesgos. Quien elegía la fe, sabía a ciencia cierta a qué se comprometía y qué misión tenía ya qué riesgos, incluso de muerte se sometía.

El bautismo transforma al ser humano en otro Cristo.

En Belén Jesús nació como hombre; pero en su bautismo nació como elegido de Dios y consagrado a Dios. Allí nació como anunciador del Reino de Dios.

Por eso la liturgia entronca el bautismo de Jesús con la Navidad, porque ambos hechos se refieren a la elección y consagración de Jesús a la misión que el Padre le encomienda.

Y este es el sentido de nuestro bautismo. El bautismo es nuestro nacimiento a la realidad de la fe, de nuestra vocación divina, de nuestra misión de mensajeros del Reino de Dios.

Como fuimos bautizados de pequeños, por la fe de nuestros padres, hoy tenemos la oportunidad de reafirmar esa elección de Dios y esa respuesta libre que le damos. Hoy se nos pide que asumamos nuestro bautismo con todos sus riesgos y con su misión, como lo hizo Jesús cuando fue bautizado, para poder ser hijos preferidos de Dios.

Como cristianos no nos diferenciamos culturalmente de las demás personas; tenemos que trabajar, estudiar, ganar dinero, sostener una familia, actuar profesionalmente, divertirnos.

Los cristianos no somos un núcleo cerrado, el círculo de los perfectos o de los únicos que se salvan. Y eso lo sabemos. Los cristianos somos como la semilla que lentamente testimonia la presencia del reinado de Dios.

La diferencia entre los cristianos y los no cristianos, es que los cristianos, hemos tomado conciencia del llamado y hemos asumido libre y responsablemente la tarea de construir un mundo armónico desde la perspectiva de Cristo, con sus criterios y su propuesta.

Hoy Dios nos asocia a su proyecto, nos da su Espíritu de fortaleza, nos une a Cristo, nos reconoce como sus hijos y nos invita a una espléndida tarea: trabajar por su reinado de amor, de justicia y de paz.

En este año, vamos a decirle al Señor: Señor, hoy al celebrar el Bautismo de Jesús, celebramos también nuestro bautismo en el Espíritu, y nos sentimos hijos tuyos, amados y predilectos, participando de tu vida divina.

Hoy comprendemos mucho mejor todo lo que significa estar bautizados, no como un rito tradicional de nuestro pueblo, sino como un sentirnos llamados personalmente para formar parte de tu pueblo y para ser mensajeros de tu Evangelio.

Señor que siempre tengamos presente nuestra misión.

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Bautismo del Señor

Jesús se pone en la cola… (Mt 3,13-17). Inmersas en el Bautismo de Jesús.

Jesús, a pesar de ser el Hijo de Dios y el Liberador de la humanidad, se pone en la cola, como uno de tantos, para hacerse bautizar, pasa por los mismos trámites rutinarios que sus contemporáneos, tomando sobre sí la condición del ser humano infiel y pecador.

En el mundo antiguo el significado del agua era el de fuente de vida y de muerte. Nacemos a la vida “rompiendo aguas” desde el útero materno. El agua es imprescindible para el normal desarrollo de la vida humana. Pero también es fuente de muerte cuando se producen, inundaciones, maremotos, crecidas de ríos o, por el contrario, cuando la sequía provoca la pérdida de cosechas, hambrunas, éxodos de población, enfermedades y muerte. La encíclica Laudato Si, del papa Francisco, aborda ampliamente este reto.

El agua es, pues, un símbolo elemental y universal de vida y de muerte. Esta experiencia tan humana simboliza que hacerse cristiano es morir a una forma de vida contraria a Dios, vieja, y renacer a una vida nueva, en Dios. Por eso, hasta el siglo XIV, el bautismo era de inmersión de adultos; a partir de entonces se convirtió en efusión.

Para la comprensión del bautismo cristiano es preciso tener en cuenta la importancia del agua en los grandes acontecimientos de la historia de la salvación. Así, recordamos los relatos de la creación (Gen 1,2), de Noé (Gen 6,9), la liberación del pueblo de Israel a través del mar Rojo (Ex 14), la llegada a la tierra prometida y el paso por el Jordán (Jos 3). Es decir, el agua estaba íntimamente asociada a la relación del pueblo de Israel con su Dios. Con Juan Bautista, el bautismo era la señal y el gesto por el que los hombres y mujeres expresaban la conversión interior y su esperanza en Áquel que va a venir, que está al llegar (Mt 3). “Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,8).

Desde el principio, se tenía la certeza de que Jesús había querido esta forma de entrar en la comunidad de los llamados por Dios. En su bautismo el Espíritu Santo desciende y el Padre designa a Jesús para su obra mesiánica: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto” (Mt 3,17), recogidas por los tres sinópticos. Hecho que acontece en su interior, sin ninguna señal exterior perceptible por los sentidos. El cielo abierto y la paloma nos hablan de esa comunicación íntima de Dios Trinidad con Jesús, la Palabra hecha carne.

Jesús confiere al bautismo un significado mucho más profundo que el de la purificación o lavado. El acontecimiento del Jordán no sólo es una manifestación de la divinidad de Jesús, sino un testimonio del Dios Trinidad. Jesús es ungido por el Espíritu como sacerdote, rey y mesías, pero le constituye también en templo espiritual, templo del Espíritu, morada de Dios entre los hombres. Este acontecimiento profético culmina en la cruz. De hecho, en referencia a la muerte que se le venía encima, Jesús dice: “Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!” (Lc 12,50). La presencia del Espíritu Santo, hace de toda la existencia humana de Jesús un puro “bautismo”, es decir, una opción radical de fidelidad al Padre y el compromiso de búsqueda del Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). “Su relación con Dios estará hecha de deslumbramiento, asombro, pura receptividad y dependencia filial” (D. Aleixandre)

Todos los bautizados estamos llamados a compartir este bautismo y a realizar en nuestras vidas el empeño profético a favor de la justicia que Cristo representa. Aquí no hay diferencia alguna entre la consagración del varón o de la mujer ni debe uno sentirse más comprometido que el otro en ese empeño de vida cristiana. Es la fuerza del Espíritu, la que hace vivir a la Iglesia descendiendo sobre la comunidad de apóstoles y discípulos (varones y mujeres). El Espíritu hace de nosotros/as testigos acreditados, profetas y evangelistas de la esperanza, pues dice el Señor: “Derramaré mi Espíritu sobre todo hombre, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas” (Jl 3,1-5; Hch 2,17)

El bautismo supone acoger el “hágase en mí según tu Palabra, según tu sueño” desde toda la eternidad. Recibir con asombro la paradoja de su anuncio: “Tú eres mi hijo/a, amado/a”, te llamo por tu nombre, te quiero así como eres. Eres bendecido/a, y cuento contigo para edificar mi reino. Desde esa fe-confianza podemos poner en práctica lo que proclama la segunda lectura: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Él envió su mensaje a los israelitas anunciando la paz que traería Jesús el Mesías, que es Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”  (Hch 10,34-38). Es decir, el bautismo implica la superación de todo nacionalismo, de todo racismo, de todo clasismo, de todo clericalismo, de todo aquello que discrimina por razón de sexo, raza, etnia, cultura, clase social…

El planteamiento que cabe hacerse, desde el punto de vista de nosotras, mujeres que hemos recibido el bautismo del agua y del Espíritu, que compartimos con el hombre la misión profética y que nos alimentamos del mismo pan y del mismo cáliz, es si, por razón de ser mujer, nuestra acción debe quedar limitada a una pastoral “de apoyo, secundaria”, en lugar de poder desarrollar nuestro carisma específico como bautizadas y ungidas.

El antiguo himno bautismal citado por Pablo, anuncia que las barreras de raza, clase y sexo han sido superadas por una nueva identidad: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos. Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

El bautismo es el sacramento que nos llama al discipulado de iguales. El compromiso, la sinodalidad y la corresponsabilidad en la ekklesía de las mujeres[1], constituyen la praxis de vida de la vocación cristiana. Son la encarnación de una nueva Iglesia sinodal y solidaria con los oprimidos y los más pequeños de este mundo, la mayor parte de los cuales son las mujeres y los hijos que dependen de ellas.

Urge recuperar el profundo significado de la cena de Betania (Mc 14,3-9) y dar cumplimiento a la palabra del Señor, pues lo que Jesús señaló como “memorial”, no tiene por qué quedar olvidado.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret


[1] E. A. Johnson, La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista, Herder, 2002.

Lo importante de Jesús es obra del Espíritu

Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico. A lo largo de este año vamos desgranando las narraciones más importantes de Mateo. Es lógico que empecemos con el primer relato importante de esa andadura, el bautismo. Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar, con una gran probabilidad, como histórico. Sin duda fue muy importante para Jesús. Fue también muy importante para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida, porque el bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el Espíritu.

La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras lecturas. Ahí descubrimos que va más allá de la narración de un hecho más o menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Pedro hace un resumen muy certero de la vida de Jesús. En las tres lecturas se habla del Espíritu como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de Dios en la historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios no puede ser causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del ser y sin violentarlo. Por eso decimos que actúa como Espíritu.

Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo nos lleva más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Juan hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara. Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por Juan. Si a pesar de las dificultades de encajarlo, se narra en todos los evangelios, es que era una tradición muy antigua.

El relato del bautismo intenta concentrar, en un momento, lo que fue un proceso que duró toda la vida de Jesús. La mejor demostración es que en los sinópticos está relacionado con las tentaciones. Ni en uno ni en dos momentos quedó definitivamente clara su trayectoria. No tiene lógica que un simple bautismo marque el punto de inflexión en su vida. Aceptar el bautismo de Juan era aceptar su doctrina y su actitud vital.

En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan, Mateo expresa que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo judío. No es el bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de su bautismo. Es muy probable que Jesús fuera discípulo de Juan y que no solo se vio atraído por su doctrina, sino que formó parte del grupo de seguidores. Solo después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de Mesías y Dios, que el Bautista había predicado, queda notablemente superada.

Con sus constantes referencias al AT, Mateo quiere dejar claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. Lo que nos cuentan pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice: “y mientras oraba…” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque solo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade. Jesús no solo la acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se abre el cielo y ve claro lo que Dios espera de él.

Jesús no fue un extraterrestre de naturaleza divina que estaba dispensado de la trayectoria que cualquier ser humano tiene que recorrer para alcanzar su plenitud. No nos tomamos en serio esa experiencia humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús.

A este relato nos acercamos con demasiados prejuicios: El primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y necesitó ir aclarando sus ideas. En segundo lugar, nuestro concepto de pecado y conversión no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Entendemos la conversión como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una auténtica conversión de Jesús, que no supone una situación de pecado sino una toma de conciencia de lo que significa para el hombre alcanzar su plenitud.

Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia, Jesús ve con claridad que esa es la meta de todo ser humano y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”.

El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaos que Mateo dice expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Marcos dice lo mismo: “apenas salió del agua…” Y Lucas: “y mientras oraba…”. La experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús.

La alusión a los cielos que se abren es la expresión de la esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia insalvable entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y esa presencia le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar a cabo su misión.

Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. Y éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana, marcándonos el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder ni aceptando su doctrina y sus leyes, sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior. Ser cristianos es repetir en nosotros el proceso de deificación de Jesús.

La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de específicamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y vivirla. Esto es su meta y el objetivo último. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios fue un proceso que no terminó nunca. En el bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en su toma de conciencia.

Fray Marcos

Comentario – Bautismo del Señor

(Mt 3, 13-17)

La celebración del bautismo del Señor completa la celebración de la Epifanía, porque en el bautismo, que da inicio a su misión, Jesús es manifestado como el Hijo querido por el Padre, el amado con predilección.

Jesús tuvo siempre la conciencia de ser el Hijo amado del Padre, y ese mismo amor es el que lo sostuvo en la cruz y le permitió morir encomendando su vida en las manos divinas del Padre.

El Espíritu que desciende sobre él, no está significando que Jesús no poseyera el Espíritu antes del bautismo, sino que Jesús lo recibe de un modo nuevo, en orden a la misión que tiene que comenzar. El Espíritu que Jesús ya poseía, ahora se manifiesta capacitándolo para salir a predicar y hacer presente el Reino de Dios.

En ese sentido se entienden las distintas “venidas del Espíritu” en la Escritura. Cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 2, 1-11), eso no significa que antes no lo tuvieran, sino que lo recibían para salir a evangelizar al mundo, capacitándolos para cumplir una misión. Lo mismo vale para el bautismo de Jesús, que desde su concepción ya estaba lleno del Espíritu Santo.

Efectivamente, habiendo recibido una vez más el Espíritu Santo, y luego de cuarenta días de preparación en el desierto —típica de todo gran profeta— Jesús se dirige a Galilea a proclamar la buena noticia, porque “se ha cumplido el plazo” (Mc 1, 15). Así, en este relato del bautismo de Jesús aparece el cumplimento de Is 1, 11; 64, 1.

Podríamos preguntarnos si cada vez que tenemos que comenzar una nueva misión, o una tarea delicada, nos detenemos con fe a invocar el auxilio del Espíritu Santo. Pero también podríamos preguntarnos si somos conscientes de que el bautismo que recibimos, nos exige ser evangelizadores, llevar a los demás el mensaje y el amor del Señor.

Oración:

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, te pido que me renueves con la fuerza de ese Espíritu y me capacites para cumplir mejor la misión que me has dado en esta tierra. Tú que te dejaste llevar a la entrega total por el impulso del Espíritu, concédeme que también yo pueda ser dócil a su dinamismo”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

El «Hijo Amado» en la cola de los pecadores

A las primeras comunidades cristianas les costaba explicar por qué Jesús se habría hecho bautizar, cuando en realidad tal práctica iba destinada a los “pecadores” necesitados de perdón y conversión. La incomodidad que les provocaba ese hecho dio lugar a las diferentes explicaciones con las que intentaron justificarlo, en un intento de hacer comprensible lo que rechinaba con su creencia: ¿Cómo el “Hijo de Dios” podía colocarse en la cola de los pecadores?

Más allá del dato histórico -ningún evangelista hubiera inventado algo que chocaba frontalmente con la fe de aquellas comunidades-, una lectura simbólica (espiritual) de ese hecho nos permite reconocerlo como una descripción de nuestra situación. El “Hijo de Dios” en la cola de los “pecadores” es una expresión de nuestra propia paradoja: la Plenitud experimentándose -viviéndose- en formato de carencia.

Nuestra personalidad es un agregado impermanente, inestable y carenciado: tiene fecha de nacimiento y de caducidad. Nuestra identidad es permanente, estable y plena: no ha nacido y no morirá.

La sabiduría reconoce la paradoja y valora los dos polos de la misma, aun advirtiendo que el acierto consiste en vivir las circunstancias de nuestra persona permaneciendo conscientemente conectados con nuestra verdad profunda.

La consciencia toma en cada uno de nosotros la forma de un personaje particular. La ignorancia hace que nos identifiquemos y reduzcamos al personaje que nos toca “representar”, tomando todo lo que nos sucede de manera “personal”, como si en ello se jugara la suerte de nuestro destino. De ese modo, nos vemos sometidos a una existencia de confusión y de sufrimiento. La comprensión, por el contrario, nos libera de aquella identificación, permitiéndonos descansar en la consciencia que somos. Nuestro personaje seguirá viéndose afectado por lo que ocurre y seguirá sintiendo el dolor que acompaña a la impermanencia, pero podremos acoger todo ello desde aquel “lugar” donde todo está bien, donde siempre estamos a salvo.

¿Vivo consciente de la paradoja que me constituye?

Enrique Martínez Lozano

Lectio Divina – Bautismo del Señor

«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»

AMBIENTACIÓN

Jesús se bautiza en el Jordán por Juan Bautista, pero le da al bautismo un nuevo contenido. En el bautismo deJesús hay una continuidad y una novedad. Jesús sigue elbautismo de Juan en cuanto que se celebraba fuera del Templo. “Antes sólo el sacerdote en el Templo y mediante un sacrificio sagrado podía perdonar los pecados” (J.S.Kselman).  Por otra parte, el bautismo de Juan se planteaba como “conversión”, como cambio decisivo de vida. En este sentido, Jesús está de acuerdo. Pero hay “una novedad”. El bautismo de Jesús se realiza en el Espíritu Santo.  “Se abrieron los cielos y vino sobre Jesús el Espíritu Santo”.

PALABRA DE DIOS

1ª lectura: Is. 42,1-6.6-7.         2ª lectura: Hechos 10,34-38.

EVANGELIO

Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».

Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

REFLEXIÓN

Y esto ¿qué significa?

1.- El Espíritu Santo es el Dios del amor. Ser bautizado en el Espíritu es estar impregnado, empapado del amor del Padre. Por eso, lo que oye Jesús cuando se abren los cielos es la voz del Padre que dice: “Este es mi hijo muy amado en el que pongo mis complacencias”. El cristiano se bautiza en ese mar infinito de amor.  Bautizarse es “empaparse”. Uno se puede dar un baño de música, un baño de arte Bautizarse es darse “un baño de Dios” Es experimentar que Dios le quiere y le quiere más cuando el hijo está más solo, más enfermo, más débil, más limitado. “Jesús pasó por la vida haciendo el bien y curando a los que estaban oprimidos” (2ª lectura). No dice el texto: “Pasó por la vida sin hacer mal a nadie”.  “Pasó haciendo el bien”. No es un buen cristiano el que se limita a no hacer mal. Es cristiano el que dedica su vida, sus años, su juventud, en hacer bien a los que lo están necesitando. Sanar, curar, alentar, levantar, son verbos cristianos.

2.- En la primera lectura el profeta Isaías nos ha dicho acerca del Mesías. “No gritará, no vociferará”. De 33 años que vivió Jesucristo se pasó 30 años en un pueblo insignificante, Nazaret, viviendo y trabajando como uno más, como uno de tantos. Hay momentos y circunstancias en la vida humana en que sobran las palabras. Todo lo que tenemos que decir, lo decimos mucho mejor con el silencio. Las mejores palabras brotan de un corazón silencioso”.  El cristiano no va por la vida “gritando”, “imponiendo”, “haciendo ruido”, “haciéndose el importante”.  El cristiano es un ser silencioso.

3.- “No romperá la caña cascada. Es una bella definición de la persona humana. Lo dijo muy bien Pascal: “El hombre es una caña pensante”. Por ser “caña” es débil, frágil, muy limitado. Y ser cristiano significa aceptar la debilidad, la precariedad de la vida humana. Y, sobre todo, “no hacer la vida más difícil a los demás”. Hay que respetar, cuidar y proteger la vida humana. “La mecha vacilante no la apagará. Quizás ninguno de nosotros podemos presumir de ser “hogueras” que lanzan llamaradas de vida, de amor, de felicidad. Pero sí podemos ser “pequeñas lamparitas de barro” que brillan en la noche. ¡No apaguemos todos los brotes de bien que hay en el mundo! Incluso juntemos esas lamparitas y se hará una gran luz. Es muy importante descubrir lo bueno y positivo que hay en cada persona, valorarlo y celebrarlo.  Con maldecir las tinieblas no conseguimos que venga la luz.

PREGUNTAS

1.– Como cristiano, ¿doy importancia a mi bautismo? ¿He pensado alguna vez en lo que supone estar bautizado, es decir, estar sumergido, empapado en el amor infinito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?

2.- ¿Me creo que por gritar más tengo más razón? ¿Estimo el silencio y la soledad como valores de la vida?

3.- “El pábilo vacilante no lo apagará”. Debajo de las cenizas de cada persona, ¿Sé descubrir el rescoldo de sinceridad, de bondad, de solidaridad que llevan dentro?

Este evangelio, en verso, suena así:

En Navidad Jesús quiso
presentarse como «NIÑO»
y se vistió con pañales
de humildad, pobreza y frío.
Relumbró en la Epifanía
como «ESTRELLA» del camino
para «magos» que, en la vida,
buscan un nuevo destino.
y hoy, el Padre, desde el cielo,
lo presenta, en su Bautismo,
como «SIERVO Y DÓCIL HIJO”
bien amado y preferido.
Le asigna como misión:
liberar a los cautivos,
regalar luz a los ciegos,
dar la mano a los mendigos.
Con la fuerza del Espíritu
Jesús cumplió su objetivo
de pasar «haciendo el bien
curando a los oprimidos» …
Bautizados de pequeños,
¿seguimos su mismo estilo
o sólo fue el Sacramento
un «remojón» sin sentido?
Hoy queremos renovar,
Señor, nuestros compromisos
del Bautismo y decidirnos
a ser siempre tus «testigos».

(José Javier Pérez Benedí)

Gnosticismo

En Jesús hemos visto que somos hijos y herederos, y esta concepción del ser humano está presente en todo el evangelio con constantes referencias al Padre. Y ya sabemos que esto no pasa de ser una analogía, pero es la analogía que eligió Jesús para mostrar nuestra relación con la divinidad y nuestro papel en el mundo. El corazón de la buena Noticia, lo que puede dar sentido a nuestra vida, es que Dios, nuestro Padre, no necesita nada de nosotros, pero que tiene hijos que sí nos necesitan…

Esta idea de Dios y del ser humano, pronto se vio influenciada por filosofías previas al cristianismo que tradicionalmente han aprovechado los fundamentos de las grandes religiones para acomodar sus principios y captar fieles. A estas filosofías parásitas se las conoce con el nombre común de gnosticismo, y su capacidad para mimetizarse con la religión a la que parasitan, se refleja muy bien en la influencia que tuvieron en las primeras comunidades cristianas; especialmente en las comunidades joaneas.

¿Pero qué es el gnosticismo?…

El gnosticismo es un sistema filosófico-religioso que enfatiza el conocimiento espiritual (la gnosis) por encima de las enseñanzas y tradiciones propias de la fe religiosa. En el caso del cristianismo, esto se traduce en que el mensaje y la praxis de Jesús quedan relegados a un segundo término en favor de un conocimiento superior de nuestra realidad que se obtiene directamente en nuestro interior.

Ni la fe ni las obras salvan (o liberan, o lo que cada uno quiera entender por salvar), sino que es ese conocimiento trascendental de nuestra realidad y de la realidad de Dios lo que produce la salvación; es decir, lo que permite al iniciado resolver todos los problemas relativos a la divinidad, el hombre y el mundo, porque está basado en la participación directa de lo divino.

El neo-gnosticismo suele apelar a la tradición mística cristiana como su antecedente directo, pero no es lo mismo. Para aquellos místicos, la intuición de Dios en lo más profundo de su ser era la forma de dar cauce a su fe, pero el gnosticismo actual sustituye la fe por la gnosis. De hecho, la importancia que desde el gnosticismo se da a practicar —o no— una vida evangélica varía según las diversas corrientes gnósticas, pero en todos los casos es algo secundario.

Por tanto, estamos hablando de un movimiento iniciático donde los iniciados saben que los seres humanos no somos lo que creemos ser —o lo que tradicionalmente ha dicho la filosofía o la religión—, mientras que los no iniciados vivimos en la ignorancia de nuestra auténtica realidad y la realidad de Dios.

En la actualidad hay Iglesias gnósticas con sus ritos y creencias, pero el gnosticismo también ejerce su influencia en ambientes intelectuales del cristianismo, en cuyo caso siempre se presenta como vanguardia; como nuevo paradigma hacia el que debemos caminar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Teofanía

1.- El Papa Juan-Pablo II introdujo un nuevo conjunto de “misterios” para el rezo del rosario. No sé que resultado piadoso puede tener la iniciativa, máxime cuando alguno de ellos queda un poco desdibujado. Pero lo cierto es que el primero: el bautismo del Señor en el Jordán, es muy apropiado. Imagino siempre, al rezarlo y tratar de contemplarlo, lo que pensaría Santa María cuando se enteró de que su Hijo había dejado Galilea, había atravesado el Jordán y se había ido al encuentro del Bautista. Seguramente quedó pasmada.

Pasó Juan su juventud e inicios de madurez en el desierto. La tradición lo localiza junto a Ein-Karen, al oeste de Jerusalén. Es un desierto de arboleda. La soledad en un tal lugar, es muy diferente a la que se vive en un sitio de amplios horizontes, como los de arena, el de Judá, o el emblemático del Sahara, el que siempre creemos que es modelo que deberán copiar los demás, sin que sea así. Actualmente, bajo un santuario precioso, pequeño y solitario, que pocos peregrinos visitan, continua este desierto repleto de árboles. Creo recordar que la mayoría son pinos, pero de lo que estoy seguro es que hay encinas y algarrobos. Me guardan en Jerusalén unas cuantas bellotas escogidas de este bosque, para ver si consigo que me nazca alguna encina, que pueda dejar de recuerdo en alguno de los lugares donde ejerzo mi ministerio.

2.- La cosa es que se hizo mayor nuestro buen hombre y marchó a las orillas del Río. Unos 35 Km. le separaban y un desnivel de unos 1.100 metros. El Jordán por allí esta en su curso final, baja plácido, lento y formando múltiples meandros. Como explícitamente dice el evangelio que se trataba de la orilla izquierda, es allí donde he ido ilusionado. La arqueología confirma la veracidad y las excavaciones prosiguen. Lamentablemente, el río bíblico baja enormemente sucio, prácticamente es el final de cloacas, tanto de Israel, como de Palestina y de Jordania. Goza de cierta soledad el paraje, se levantan algunas iglesias y recientemente se ha iniciado una latina. Pero en el lugar del bautismo, en la orilla, siempre se podrá evocar la gran gesta del Bautista, repleto como está de arbustos, juncos y zarzas espinosas.

3.- Ya he hablado en diversas ocasiones de él, de su estilo de predicación, de su coherencia y valentía. Fueron estas virtudes las que atraían a las gentes de toda categoría a escucharle y conmovidos reconocían la veracidad de lo que escuchaban y la bajeza de sus propias costumbres. Era tajante en sus afirmaciones y muchos aceptaban su indigencia espiritual. Se atrevían a reconocerlo públicamente y a manifestar su deseo de conversión. Juan entonces, solemnemente, los hundía en el curso del agua y salían ellos tranquilizados, porque este reconocimiento público de sus pecados, calmaba sus conciencias. No nos dicen los textos que todos fueran valientes y pidieran el bautismo, parece que este acto de humillación, pocos eran capaces de solicitarlo. No nos ha de extrañar, pues, su sorpresa, cuando vio acercarse a Jesús. Un hombre de desierto, está preparado para las grandes intuiciones y él además estaba impregnado desde el seno de su madre Isabel, de la gracia del Altísimo. Reacciona con humildad, reconoce que, pese a la vida de austeridad que ha llevado, cuando está al lado del Mesías, su pequeñez y limitaciones son motivo de que solicite el bautismo. Jesús con gran honradez se niega, era un gran admirador de la labor de preparación a la que estaba entregado y, paradójicamente, es él el que le pide ser bautizado.

4.- ¿Qué conversión pretendía lograr? ¿De qué pecados se arrepentía? ¿Cómo iba a enriquecerle espiritualmente el gesto? En el Jesús de este momento estamos, como más tarde en Getsemaní, presentes nosotros. En nuestro nombre, representándonos, incorporándonos a sí mismo, se quiere bautizar. Y Juan accede por fidelidad. El texto dice que el Señor lo quiere y él, pese a no entenderlo, cumple lo que le dicen. En la pequeñez del acto se encierra tal grado de humildad, que la plenitud de la Divinidad debe manifestarse. Explota el Cielo, se manifiesta el Espíritu en forma de paloma y el Padre se hace diáfano, mediante su voz. A este fenómeno religioso le llamamos una Teofanía. 5.- Es el complemento que corona la ingenua historia de Navidad.

Jesús, trabajador autónomo de labores de la construcción, se alejaría seguramente de Nazaret de cuando en cuando y a Santa María no le extrañaría quedarse sola. Al enterarse de a lo que se había sometido y de su inmediata partida a la soledad del desierto de Judea, donde pasó los 40 días de ayuno y oración, reconocería que el Señor continuaba revelándosele. Recordaría las palabras de Gabriel: será santo, será llamado Hijo de Dios. ¿Cuál sería la nueva revelación, pensaría entonces?

La Fe de María, como la nuestra, es un riesgo, y ella fue siempre fiel esclava del Señor, también ahora que, en vez de presumir y buscar éxitos, como cualquier hijo de vecino, su Hijo se humillaba. La manifestación solemne de la Divinidad, le recordaría lo que le contaron los pastores y la estrella prodigiosa que había guiado a los sabios extranjeros. En la soledad de su viudez, meditaría todo esto, enriqueciendo su corazón.

Pedrojosé Ynaraja

Credenciales

En Valencia se está llevando a cabo una Misión Diocesana para realizar un Primer Anuncio del Evangelio. Y, puesto que todos somos discípulos misioneros, la Misión no se va a realizar por “misioneros especializados”, como pueden ser miembros de algunas órdenes religiosas, sino por laicos de la parroquia. Y se va a realizar “de tú a tú”, de persona a persona, invitando a otros a participar en la Misión. Para llevar a cabo esta invitación, y pensando sobre todo en que los misioneros se dirijan a personas desconocidas del barrio, finca o calle de la parroquia, cada párroco les entregará unas credenciales. Una credencial es un documento que indica que el portador está facultado para llevar a cabo esa tarea o encargo, y esto da seguridad a quien se encuentra con él.

Hoy, como colofón del tiempo de Navidad, estamos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor. Jesús va a iniciar su vida pública, su misión de anunciar el Evangelio, y lo hace recibiendo el Bautismo, aunque no lo necesitaba, pero como ha dicho a Juan, conviene que así cumplamos toda justicia.

Podemos decir que Jesús recibe “sus credenciales”: Apenas se bautizó Jesús, salió del agua, se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz de los cielos que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Esta teofanía, estas credenciales, dan testimonio de que Jesús es realmente el Hijo de Dios y, por tanto, está facultado para desempeñar su misión.

Una misión que llevará a cabo con la actitud del “siervo” que escuchábamos en la 1a lectura: no gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará.

Una misión que está abierta a todos, como decía la 2ª lectura: Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Pero, particularmente, el Evangelio se dirige a los últimos y descartados.

Una misión que se desarrollará sobre todo “de tú a tú”, comenzando con la llamada a los primeros discípulos. Y, aunque haya momentos en que Jesús se dirigirá a multitudes, en esa misión nunca dejará de prestar toda su atención a la persona concreta.

Una misión que no consiste sólo en escucharle, sino que invita a seguirle, a implicarse personalmente, a configurar la propia vida, los valores y decisiones desde el Evangelio.

Una misión que se resume con lo que Pedro ha dicho en la 2ª lectura: ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él.

Nosotros, durante el tiempo de Navidad, hemos sido “discípulos” y hemos acogido al Hijo de Dios hecho hombre, la mayor bendición que el Padre puede derramar sobre nosotros, y nos hemos propuesto adorarlo, particularmente en la Eucaristía.

Pero esta fiesta del Bautismo del Señor también ha de suponer para nosotros que, a nuestro discipulado, unamos la condición de “misioneros”, porque en nuestro Bautismo hemos sido ungidos con el mismo Espíritu de Dios y somos hijos suyos. Y también hemos recibido de Dios “las credenciales” necesarias que nos capacitan para continuar la misión de Jesús de anunciar el Evangelio, no porque seamos mejores que otros, sino porque Dios ha querido contar con nosotros para “abrir los ojos de los ciegos, sacar a cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”, es decir, para ofrecer la luz de Cristo a todos, pero especialmente a quienes sufren cualquier tipo de cautividad en su cuerpo o en su espíritu.

Y, por tanto, la actitud para llevar a cabo esa misión ha de ser la misma de Jesús: desde la escucha, el respeto, la humildad, la propuesta, no desde la discusión, la polémica, la confrontación…

¿Me siento discípulo misionero, o me limito a escuchar y cumplir los preceptos? A la hora de proponer el Evangelio, ¿sigo el estilo de Jesús, o me dejo llevar por polémicas y confrontaciones en conversaciones personales o en redes sociales? ¿Qué actitudes necesito adoptar o potenciar?

En el Bautismo y la Confirmación, el Padre nos da las credenciales para continuar la misión evangelizadora de Jesús. Ojalá la realicemos de tal modo que pueda decirse de nosotros: “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien… porque Dios estaba con él”.

Comentario al evangelio – Bautismo del Señor

¿QUÉ PASA CON EL BAUTISMO?


Bautismo de Jesús.  Hace 21 siglos.
Los cristianos se han venido bautizando desde entonces.

Pero algo pasa hoy en nuestra sociedad con el Bautismo.
La Memoria de Actividades de la Iglesia Española recoge que a lo largo de 2019 (antes de la pandemia) se celebraron un total de 175.844 bautizos. Algo más de la mitad de los nacidos. En cifras globales, nueve de cada diez españoles está bautizado. Entre 1965 y 1975, quienes se consideraban católicos pasaron del 98 % al 88 %, tasa que bajó al 78 % en 2007, al 71 % en 2010, y al 60 % en 2020.
            No se trata sólo de los más pequeños. También los mayores de 65 años están apartándose de la religión. Según datos del CIS, los de esta franja de edad que casi nunca va a oficios religiosos se ha doblado desde el año 2000, alcanzando el 41,9%. En ese mismo período el número de ateos y no creyentes mayores de 65 años también se ha doblado hasta llegar al 10,7%.
Ya hace varios años surgió la exigencia por parte de algunos que querían que sus nombres fueran borrados de los libros de bautismos. Y no era por estar en contra del mensaje del Evangelio, de hecho se consideran «cristianos», sino que no quieren ser «católicos», de la Iglesia.
Al margen de datos estadísticos, no pocos de los cristianos convencidos y practicantes, expresan su tristeza al ver que «los nietos» no van a ser bautizados. Los agentes de pastoral de bautismos -seglares y sacerdotes- comentan que muchos de los niños que reciben el bautismo, lo hacen en familias que apenas viven la fe y tienen serias dudas de esos niños vayan a recibir un testimonio y una educación cristianas, que les hagan asumir con gozo su fe cuando sean adultos. Por no mencionar cuántos que fueron bautizados en su momento… ya no la viven.
Las causas son muchas y bien complejas y no es éste lugar para entrar en ello. Pero, respetando todas las opciones (nadie debe sentirse obligado a «ser cristiano», ni serlo por tradición familiar o como simple «rito social») lo que sí conviene es que nos preguntemos nosotros por nuestro propio bautismo-confirmación. El bautismo, en sus comienzos, suponía y expresaba la unión, la incorporación a la Comunidad Cristiana (Iglesia) como discípulos de Jesús. Y la fe se recibía, se transmitía «por contagio», por el testimonio de los creyentes. Entonces: ¿Qué está significando para nosotros el Bautismo? ¿En qué consiste nuestro testimonio creyente que convoca a otros? ¿Qué «vida» de fe se respira en nuestras comunidades cristianas?

Mirando a Jesús de Nazareth.

             Después de un largo periodo de silencio (prácticamente toda la vida hasta ese momento), Jesús se acerca  a la ribera del Jordán. ¿Qué ha hecho todo ese tiempo?  Los evangelistas apenas nos dicen nada: que iba aprendiendo, creciendo, madurando y formándose. Pero no es arriesgado suponer que Jesús se dedicó a «observar a la gente», especialmente a los que menos contaban, los que estaban marginados por la sociedad o por la misma religión. Y detectó un «fuerte deseo de otra cosa», de otra sociedad, de otra religión… un fuerte deseo de vivir y ser tratados de otra manera.
Jesús se acercó a ellos -Evangelio de hoy-. No lo hace en tono de reproche (como por ejemplo el que usaba su propio primo, el Bautista). No les acusa de nada, no les amenaza. Se pone con ellos, a su lado, comprendiendo, acogiendo, como uno más.  Y se pregunta a sí mismo qué tendría que hacer, cómo podría ayudarles. En definitiva, por su vocación-misión, por la voluntad del Padre. Para Jesús son especialmente luminosos -le tocaban muy dentro-, algunos pasajes del Antiguo Testamento que hablaban de la figura de un «Siervo» de Dios, que es a la vez «Siervo» de los hombres. Siervo, servidor. Precisamente las palabras que el Padre pronuncia desde el cielo, pertenecen al profeta Isaías, cuando nos describe a este personaje misterioso: «éste es mi Hijo, el amado, el predilecto». Así que el punto de partida, el «disparo» para que comience a hacer algo es…. (¡qué importante!) el amor del Padre, o si se quiere, el amor mutuo entre los dos, y su condición de «hijo».
El Padre le confirma así su camino, y por medio del Espíritu queda consagrado(bautizado) al servicio del Padre. Quiere decirse que, en el nombre de su Padre Dios, tiene que ayudar, liberar, acompañar, acoger, sanar, escuchar, dignificar, amar… al hombre, tal como el Padre había venido haciendo desde los comienzos de la Historia.  O explicado con las bellas palabras de Pedro en la Segunda Lectura: A «pasar por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». El Espíritu que ha descendido sobre él como una paloma será la ayuda, la fortaleza, la luz que necesita para llevar a cabo una misión nada fácil, por otro lado. Porque la sociedad organizada y la religión tradicional, representada por el Templo y sus autoridades, se echarán sobre él, y no pararán hasta colgarlo de la cruz.

Mirándonos nosotros mismos

           También nosotros, por el bautismo-confirmación, hemos quedado «consagrados a Dios», a quien reconocemos como Padre que nos ama. Cuando algo está consagrado significa que pertenece a Dios; significa que ahí podemos encontrar a Dios, que es una mediación que facilita el «encuentro» con Dios (recordad, por ejemplo, lo que acontece en la Eucaristía con el pan y el vino al ser «consagrados»).  Pues lo mismo pasa con nosotros: Dios nos habita, Dios se encuentra con los hombres a través de mí. Los hombres de nuestro mundo pueden/deben descubrir a Dios a través de mis gestos, de mis palabras, de mis opciones… si las hago desde el Espíritu que ha sido derramado en mí.

          Los primeros cristianos comenzaron a bautizarse muy pronto. Aquel «rito» significaba que reconocían a Jesús como el Hijo Amado de Dios que había resucitado de entre los muertos. Y que querían hacerlo referencia absoluta de su vida. Además suponía aceptar vivir su consagración a Dios «con otros» hermanos.  Así lo había querido Jesús al realizar su tarea acompañado de una comunidad de discípulos.  No era imaginable un «cristiano por libre».
De ahí se seguía la tarea de «cambiar el mundo» para que se pareciese más al que el Padre había soñado.  De ahí se seguía también el convertirse en «siervos-servidores» de los más pequeños.  De ahí se seguía el convertirse en «testigos del Cristo vivo y presente en medio de ellos».

           Todo esto es muy bello. Y muy exigente. Y estoy convencido de que muchos hermanos «desearían» unirse a nosotros si encontrasen que todos los bautizados vivimos esto que acabo de repasar.  El caso es que Dios nos ha dado los medios para que esto sea posible. Especialmente el regalo del Espíritu de Jesús. ¿Entonces? Seguramente tenemos mucho que cambiar personal y eclesialmente. Y pedir perdón cuando «provocamos» que algunos hermanos se alejen de Dios por culpa nuestra.

                Con la humildad de los siervos, con el estilo de Jesús, y con su misma Fuerza,vamos a renovar hoy  nuestro deseo de ser «consagrados», «bautizados» y «testigos» del Amor de Dios Padre.  A vivir nuestra fe con más alegría, con mucho menos individualismo, y mucho más comprometidos en hacer que crezca el Reino de Dios, el mundo nuevo que Jesús comenzó para nosotros.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf