Comentario – Miércoles I de Tiempo Ordinario

Marcos 1, 29-39

a) Junto con lo que leíamos ayer (un sábado que empieza en la sinagoga de Cafarnaúm con la curación de un poseído por el demonio), la escena de hoy representa como la programación de una jornada entera de Jesús.

Al salir de la sinagoga va a casa de Pedro y cura a su suegra: la toma de la mano y la «levanta». No debe ser casual el que aquí el evangelista utilice el mismo verbo que servirá para la resurrección de Cristo, «levantar» (en griego, «egueiro»). Cristo va comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio.

Luego atiende y cura a otros muchos enfermos y endemoniados. Pero tiene tiempo también para marchar fuera del pueblo y ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. No se queda a recoger éxitos fáciles. Ha venido a evangelizar a todos.

b) Ahora, después de su Pascua, como Señor resucitado, Jesús sigue haciendo con nosotros lo mismo que en la «jornada» de Cafarnaúm.

Sigue luchando contra el mal y curándonos -si queremos y se lo pedimos- de nuestros males, de nuestros particulares demonios, esclavitudes y debilidades. La actitud de la suegra de Pedro que, apenas curada, se puso a servir a Jesús y sus discípulos, es la actitud fundamental del mismo Cristo. A eso ha venido, no a ser servido, sino a servir y a curarnos de todo mal.

Sigue enseñándonos, él que es nuestro Maestro auténtico, más aún, la Palabra misma que Dios nos dirige. Día tras día escuchamos su Palabra y nos vamos dejando llenar de la Buena Noticia que él nos proclama, aprendiendo sus caminos y recibiendo fuerzas para seguirlos.

Sigue dándonos también un ejemplo admirable de cómo conjugar la oración con el trabajo. El, que seguía un horario tan denso, predicando, curando y atendiendo a todos, encuentra tiempo -aunque sea escapando y robando horas al sueño- para la oración personal. La introducción de la Liturgia de las Horas (IGLH 4) nos propone a Jesús como modelo de oración y de trabajo: «su actividad diaria estaba tan unida con la oración, que incluso aparece fluyendo de la misma», y no se olvida de citar este pasaje de Mc 1,35, cuando Jesús se levanta de mañana y va al descampado a orar.

Con el mismo amor se dirige a su Padre y también a los demás, sobre todo a los que necesitan de su ayuda. En la oración encuentra la fuerza de su actividad misionera. Lo mismo deberíamos hacer nosotros: alabar a Dios en nuestra oración y luego estar siempre dispuestos a atender a los que tienen fiebre y «levantarles», ofreciéndoles nuestra mano acogedora.

«Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» (1ª lectura, I)

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1ª lectura, II)

«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (salmo, II)

«Se acercó, la tomó de la mano y la levantó» (evangelio)

«Se levantó de madrugada y se puso a orar» (evangelio)

«El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V c)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4